CAPÍTULO 41

El mes de julio era la culminación del sistema que seguía Alaina para llevar cuenta del tiempo y la medida de su exactitud era el tamaño siempre creciente de su barriga. Hacía tiempo había descartado sus hermosos vestidos y ahora usaba otros de cintura alta, en un estilo más adecuado a su avanzado estado.

Pronto haría un año de su migración al norte y las cartas de los Craighugh llegaban muy espaciadas. Por eso, cuando llegó una breve nota de Leala preguntando si los Latimer aceptarían recibir a unas personas de Nueva Orleáns, Alaina se sintió sorprendida y complacida. Inmediatamente escribió a su tía informándole que ella y Cole estarían encantados de recibir a huéspedes del Sur.

Estaban aguardando más noticias de Leala y en este día en especial, tercer lunes del mes, Alaina se encontraba en el salón cuando un ladrido de Soldado la alertó y la hizo acercarse a una ventana. Miró desconcertada una extraña procesión que se acercó por el camino de entrada y se detuvo frente a la casa. El carro de Martin Holvag venía delante y lo seguía un monstruoso carruaje negro con adornos marrones y dorados que hubiera sido digno de algún jefe de estado. El vehículo traía dos guardias en la parte trasera y un lacayo junto al conductor, quien guiaba un tronco de cuatro grandes caballos.

Alaina fue hasta la puerta principal y se detuvo junto a Miles cuando el lacayo llamó. El sheriff, desde su carro, observaba la escena con una extraña sonrisa en los labios.

—¿Es esta la residencia del doctor y de la señora Latimer? — preguntó el lacayo.

—Ciertamente — respondió Miles.

El otro se volvió, fue hasta el carruaje y abrió la portezuela. Se hizo a un lado para ayudar a apearse a una mujer pequeña y majestuosa.

—¡Tía Leala! — El grito de reconocimiento de Alaina resonó en el vestíbulo.

Alaina echó los brazos al cuello de su tía. En seguida, alguien le puso una mano en el brazo.

—¡Señora Hawthorne! — exclamó Alaina—. ¡Santo Dios misericordioso! ¡Nunca soñé que usted vendría también!

—Tuvimos que venir. — Tally se apartó un paso y examinó atentamente a la joven. — El suspenso era demasiado grande, pero — miró la barriga redondeada de Alaina — valía la pena hacer el viaje. Empezaba a preguntarme si me habría equivocado en todo el asunto. Pero me alegra comprobar que tú y Cole habéis superado vuestras diferencias. y por lo que puedo ver, no habéis perdido el tiempo.

Leala parecía un poco confusa.

—Supongo que ahora no habrá ninguna anulación. Alaina rió y abrazó afectuosamente a su tía.

—Creo que no, tía Leala. Hace tiempo hemos descartado esa idea. Leala acarició los bucles de su sobrina.

—Espero que no estés enfadada, Alaina. Tus cartas decían que todo marchaba bien, pero yo tenía que comprobarlo personalmente, Roberta se quejaba tanto de tener que vivir aquí que estuve muy preocupada por ti.

Alaina abrazó nuevamente a su tía.

—Nunca he estado más contenta, tía Leala, y me siento tan feliz cor tu visita que podría sentarme y reírme sola de puro placer. — Se volvió para decirle a Miles que fuera a avisar al doctor de la llegada de las mujeres, pero vio que Cole ya estaba detrás de ella. — ¡Cole! ¡Han llegado!

—Eso supuse — replicó Cole con humor—. Con todos los gritos que salieron de aquí, ¿cómo no iba a enterarme? — Estrechó las manos a las señoras y les dio una cálida bienvenida. — ¿Angus está con ustedes?

—No. — La respuesta de Leala fue rápida y tajante. Después bajó la vista, avergonzada. — No… él estaba muy ocupado en la tienda — Suspiró hondo y con evidente esfuerzo trató de mostrarse alegre. — Todo marcha bastante bien, en realidad. Mejor que antes de la guerra.

—¿Señoras? — Un caballero alto, apuesto, maduro, había descendido del carruaje. — Ahora debo continuar mi viaje. Ha sido un place conocerlas y si volvemos a encontrarnos alguna vez, me considerar un hombre afortunado.

Alaina se volvió asombrada hacia las dos mujeres mientras el gran vehículo se alejaba por el camino.

—¿Viajando con desconocidos, señoras? ¡Vaya, vaya!

—Fue idea de Tally — dijo Leala y enrojeció.

—¡Claro que sí! — declaró orgullosamente Tally—. El se ofreció a compartir su carruaje con nosotras porque venía en esta dirección y yo no vi motivos para negarnos. Además, ya soy vieja para tener tantos melindres. Cualquier cosa que haga ahora es legal, moral y decididamente aburrida.

—¿Dónde lo conocieron? — preguntó Alaina riendo.

—En un hotel de Saint Anthony, después que llegamos en el vapor — respondió Leala.

—Es un conde, o lord, o una de esas cosas. — La señora Hawthorr se encogió de hombros. — De cualquier forma, un caballero.

Cole sonrió y observó cómo Alaina acompañaba a las damas al interior de la casa. Después bajó la escalinata y se acercó al carro de Martin.

—Las damas llegaron al pueblo esta tarde y vinieron directamente a la oficina del sheriff para averiguar dónde vivían ustedes — dijo Martin—. De todos modos yo tenía que venir y el sheriff sugirió que las acompañase. Parecen un par de finas, amables damas sureñas.

—Lo son — admitió Cole—. La más parlanchina… hum… arregló, o por lo menos impulsó nuestro casamiento.

—El sheriff delegado se puso serio y pasó al verdadero motivo de su visita.

—Perdimos otro barco en el río, Cole. El Carey Downs esta vez, y casi en el mismo lugar.

—Es extraño — repuso Cole—. No puedo entender cómo esos barcos pueden navegar por los rápidos y después desaparecen en el río.

—El año pasado también perdimos dos — le informó Martin—. Si no fuera por el comercio de las carretas de bueyes y de pieles, la empresa de navegación habría suspendido los viajes más allá de Saint Anthony. No hemos encontrado señales de los barcos. Ni restos flotantes, ni salvavidas.

—Si están hundidos uno de estos días saldrán a la superficie y encontrará las pruebas que busca. Sólo espero que le vaya tan bien con el tío de Mindy.

—Averiguamos dónde vivía. Pero no descubrimos nada, sólo unas pocas cartas que parecen indicar que él vino de algún lugar de Missouri antes de recoger a Mindy y después anduvo buscando trabajo en los campamentos madereros. Ningún pariente excepto la niña y tampoco se le conocían amigos. Pero tengo intención de llegar hasta el fondo del asunto.

—Pasaré a verlo la próxima vez que vaya al pueblo. Hasta entonces le deseo la mejor de las suertes, Martin.

Después de merendar las dos viajeras se retiraron a sus habitaciones relativamente temprano. La casa quedó silenciosa, excepto los habituales crujidos, ruidos y gemidos que Alaina terminó por aceptar.

Cole y Alaina estaban preparándose para acostarse cuando alguien llamó suavemente a la puerta. Cuando él abrió, encontró a Leala de pie en el pasillo oscuro, retorciéndose nerviosamente las manos.

—¡Leala! ¿Sucede algo malo? ¿Puedo ayudarla?

—No quise molestarlos, Cole, pero me pregunto si podría entrar y hablar un momento con ustedes. — Su voz era insegura y vacilante.

—¡Por supuesto! — Se hizo a un lado. Alaina se puso sus chinelas y la bata que había dejado a los pies de la cama. Después ofreció a leala su sillón favorito y una vez que su tía estuvo cómoda, sirvió un jerez del botellón de cristal que estaba sobre una mesa.

—Creo recordar tu preferencia por una copa de vino, tía Leala. — Sonrió suavemente cuando ofreció la bebida.

—Oh, Alaina, nunca sabrás el susto que me diste aquella tarde que llegaste a Nueva Orleáns. ¡Aquellas ropas tan sucias! ¡Tu hermoso pelo tan mal cortado! ¡Y con un atrevido oficial yanqui en mi propio salón! — Leala sonrió y puso una mano sobre el brazo de Cole en un gesto de disculpas. — Fue simplemente escandaloso. Pero al yanqui pareces haberlo domesticado, tu pelo está más hermoso que nunca y has aprendido a conducirte con mejores modales. Diría que has ganado tu porción de la guerra.

—Eres muy bondadosa, tía Leala. — Alaina se apoyó en el pecho de su marido. — Pero me temo que la mayoría de todo eso lo ha hecho Cole. Vaya, hizo que se anularan todos los cargos contra Alaina MacGaren y ahora hasta somos dueños de Briar Hill. Iremos más entrado el otoño para ver cómo está aquello y Cole hasta sugirió que construyamos una casa donde podamos pasar algunos de los meses de invierno.

Cole deslizó un brazo alrededor de la cintura de su esposa.

—Yo diría que fue tu espíritu el que se negó a admitir la derrota, amor mío…

—¡Ya basta! — Leala rió y levantó las manos. — No pude creerlo cuando Tally me dijo que ustedes estaban locamente enamorados, pero ahora veo que dijo la verdad. — Tomó afectuosamente una mano de su sobrina. — Si ustedes no tienen inconveniente, a Tally y a mí nos gustaría quedarnos hasta después que nazca el bebé. Quizá sabrás perdonar a una vieja como yo si mira a tu bebé como si fuera su propio nieto.

A Leala se le llenaron los ojos de lágrimas cuando Alaina le aseguró que serían bienvenidas si decidían quedarse.

—Me temo que Angus pudo tener algo que ver con ese espantoso arreglo sobre el casamiento. ¿Estoy acertada?

—Ni Alaina ni yo lo quisimos — dijo Cole lentamente.

—Siento mucho lo que le ha hecho mi familia, Cole — se disculpó Leala—. Y le ruego que perdone a Angus y quizás a Roberta… si puede.

—Alaina y yo estamos ahora juntos y eso es todo lo que me interesa. Todo lo demás es pasado y está olvidado — repuso amablemente él.

—Gracias, Cole. — Sonrió insegura. — Si mi hija hubiera vivido menos preocupada de sus propias necesidades y deseos, podría haber advertido qué bueno era el hombre con que se casó.

Leala se puso nuevamente nerviosa.

—Pero no es por eso que he venido esta noche. Hay algo que me tiene muy inquieta. — Sus manos temblaron cuando levantó la copa de jerez y la vació de un golpe. — Hace varias semanas empecé a sentirme muy sola en la casa y decidí ayudar en la tienda. El lugar necesitaba una buena limpieza y me encontraba ordenando unas cajas de lata que Angus había reunido debajo de su escritorio cuando encontré una que tenía algo. La abrí y encontré esto.

Buscó entre los pliegues de su bata y sacó un grueso paquete marrón que entregó a Cole. El lo abrió y sacudió el contenido sobre la cama. Cayeron una buena cantidad de billetes de banco, nuevos, crujientes, que formaron un pequeño montón sobre la sábana.

—Debe de haber más de diez mil, tal vez quince mil dólares — dijo Cole asombrado.

—Casi veinte mil — corrigió Leala—. Encontré los billetes en un paquete de cartas que Roberta le había enviado a Angus a la tienda. Le pidió a su padre que guardase el dinero para ella en algún lugar secreto, no en un banco, para cuando ella regresara. Roberta dijo en sus cartas que se había ganado hasta el último centavo y que todo era de ella para cuando viniera a Nueva Orleáns. Hablé con Angus y tuvimos una discusión terrible. El dijo que usted era una especie de ladrón y que Roberta tenía derecho a quedarse con cualquier cosa que le hubiera quitado. Juró que iba a usar el dinero para vengar de alguna manera la muerte de su hija. Nunca entendí de qué estaba hablando. — Leala bajó la vista hacia sus manos enlazadas. — Después preparé mis maletas, tomé un poco de dinero de la tienda y este paquete y fui a ver a Tally. Tenía que devolverle esto a usted, Cole. No puedo soportar la idea de que Roberta sea una ladrona que le robaba a su propio esposo. Sé que ella no era lo que usted había esperado, Cole, pero era mi hijita y no puedo dejar de culparme de todas las dificultades que les causó a ustedes dos.

Cuando Leala estalló en llanto Alaina se arrodilló a su lado.

—Tía Leala — murmuró suavemente —, no debes culparte demasiado. La guerra hizo muchas cosas crueles a mucha gente. Roberta fue sorprendida en la flor de su juventud, cuando esperaba cosas mejores. Simplemente, no pudo soportarlo.

Leala sacó un pañuelo y aspiró profundamente.

—Esto ha sido una pesada carga. — Sonrió a Alaina y enderezó los hombros. — Pero ahora me siento mucho mejor. Creo que esta noche dormiré muy bien.

Alaina acompañó a su tía hasta la puerta. Después regresó a la cama y encontró a Cole mirando el dinero con la frente arrugada, y frotándose el mentón con el dorso de la mano.

—¡No puedo imaginarme a Roberta reuniendo todo ese dinero sin que yo me enterase! — Tocó los billetes. — Este dinero es crujiente, nuevo. No había visto dinero tan nuevo desde… — Se detuvo de pronto con una extraña expresión en el rostro. Dejó los billetes sobre la cama y salió corriendo de la habitación. Momentos después, regresó con tres billetes de diez dólares.

—Estos son del jardinero — dijo y dejó los billetes cerca de la almohada. Acercó un escabel, se sentó y procedió a ordenar prolijamente el dinero en hileras sobre la cama. Después formó fajos, cada uno de los cuales se mantuvo rígido y nuevo salvo el último, que se curvaba notablemente como si hubiera estado doblado por la mitad.

—Este dinero estuvo doblado y quizá metido en un bolsillo o un bolso de mano. ¿Ves los bordes? Ahora mira. — Levantó los tres billetes de diez y los puso en ese mismo fajo. Se doblaron en forma similar. — Los números de serie de estos tres también armonizan con el resto. Son todos correlativos.

—¿Pero esto qué significa, Cole?

—Significa que probablemente Roberta y el jardinero se apropiaron de este dinero.

—Pero ¿de dónde lo sacaron si no fue de ti?

—Esa, señora, es una pregunta acerca de la cual, en el mejor de los casos, lo único que puedo hacer son conjeturas.

Reunió el dinero, se levantó y lo dejó en el hogar. Se quitó la bata y se tendió en la cama.

—Martin dijo que el hombre vino de Missouri — murmuró—. Si era miembro de alguna de esas pandillas de allá que roban trenes y esas cosas, pudo traer consigo parte de un botín.

—Pero ¿cómo logró Roberta quitárselo? ¿Crees que eran amantes?

—No puedo imaginarme a Roberta rebajándose para seducir al jardinero de la familia. Además, era un hombre viejo, sucio, desagradable, ciertamente no de la clase con que a ella le gustaba flirtear ¡Roberta detestaba a ese hombre!

Una forma pequeña se acurrucó contra él y una mano delicada y acarició el pecho y el vientre.

—¿Yanqui? ¿Vas a pensar en Roberta y en ese dinero toda la noche? ¿O vas a calmar mis celos y a abrazarme y besarme y asegurarme que aun con un vientre hinchado yo soy la luz y el amor de tu vida?

Cole rió por lo bajo, acercó la lámpara para apagarla y la abrazó. — Tú eres todo para mí, Alaina MacGaren Latimer, y para probarte que creo que eres hermosa cuando llevas a mi hijo en tu seno mantendré tu vientre lleno durante muchos años por venir.

Alaina lo miró con ojos brillantes.

—¿Todos los años, yanqui?

Cole pensó un momento, después sonrió y dijo:

—Bueno, casi todos.

A la mañana siguiente Cole llevó el dinero al sheriff y expuso su teoría a Martin. Los billetes de banco se convirtieron en otra pieza del enigma y no aportaron ninguna solución, hasta que todos empezaron a olvidarse de ellos. Los últimos días de junio pasaron como un sueño para Alaina. La señora Hawthorne y Leala estaban constantemente con ella.

Cuando su carga bajó, su paso se hizo laborioso y pesado Aguardaba el momento con crecientes expectativas y diariamente inspeccionaba la habitación especial que habían preparado, para cerciorarse de que todo estuviese en orden. Cole había hecho limpiar el cottage y empezó a atender pacientes en el antiguo estudio de su padre. Braegar lo visitó para quejarse de que algunos de sus pacientes ahora veían a Cole, y después de una breve conferencia, estuvo de acuerdo en que Alaina progresaba como era debido. Cautivó totalmente a las señoras mayores con su brillante retórica y sus poco pulidas opiniones políticas.

Fue una temporada placentera para Alaina y vivió cada día plenamente. La familia Prochavski vino desde los bosques del norte en una visita de pocos días. Cuando se hicieron todos los cálculos, la operación maderera resultó un negocio lucrativo y se trazaron planes para continuar el siguiente invierno.

Los Darvey fueron invitados una noche a comer y aceptaron la oportunidad de alternar con las visitantes sureñas. Esa noche Carolyn se marchó sorprendida por el hecho de que Cole había cambiado. Otra vez era el de antes, desenvuelto, relajado, gracioso y hasta algo más. Ya no se mostraba irascible y cortante, porque de pronto la vida lo satisfacía plenamente.

Fue durante la cena del día siguiente que un gruñido resonó en la habitación y todos los ojos se volvieron hacia Soldado, quien levantó la cabeza e irguió las orejas.

—Alguien viene — dijo Cole.

Momentos después su comentario fue confirmado por el sonido de cascos de caballo que se acercaban rápidamente. Luego sonaron fuertes pisadas en el pórtico y alguien llamó urgentemente a la puerta. Cuando Miles fue a abrir, Angus Craighugh entró de un empujón y dijo con voz irritada:

—Me informaron que es aquí donde reside el mayor Latimer. ¿Es verdad?

—El doctor Latimer y la señora Latimer viven aquí, señor. — Miles miró con desagrado al hombre desaliñado y de rostro encendido. Alguien que se introducía tan rudamente en la casa de su amo no podía ser un caballero. — ¿Desea usted ver al doctor Latimer?

Leala se había puesto de pie sorprendida y ahora se dejó caer en la silla con las manos cruzadas sobre su regazo. Alaina se levantó y corrió hacia las puertas del comedor.

—¿Tío Angus? — preguntó suavemente, sorprendida por el aspecto del hombre. Estaba más flaco y se veía demacrado y cansado.

Al oír esa voz, Angus se volvió y miró pasmado la figura redondeada de su sobrina. Se acercó amenazante hacia ella y exclamó:

—¡Pequeña perra sucia! No te llevó mucho tiempo meterte en la cama con él, ¿verdad?

No advirtió las exclamaciones de horror que brotaron alrededor de la mesa, pero cuando levantó un brazo como para castigar a la joven, alguien lo tomó desde atrás y lo hizo girar.

—Nunca más vuelva a levantar la mano contra mi esposa — dijo Cole en tono severo—. Y si usted no fuera nada más que un tonto y un estúpido, lo haría expulsar ahora mismo. Ha abusado de los privilegios de un huésped, lo cual puede parecerle una justa retribución, pero yo niego el hecho porque el maltratado en su casa no fue quien así se proclamó. En mi confusión, yo permití que usted cometiera un acto del cual todos tuvimos que lamentarnos. Ahora le advierto, señor, por el bien de todos los presentes, que en adelante, cuando entre en mi casa o ponga el pie en mis tierras, deberá esforzarse por mostrarse amable y con buenos modales… y sumamente respetuoso con mi esposa.

—¡Yo no respetaré a una ramera y una ladrona! — gritó Angus. Cole entornó peligrosamente los ojos.

—Tenga cuidado, hombre. Está insultando a lo que es más precioso para mí. ¡Ella era virgen cuando la tomé y nunca ha tomado un centavo que no fuera de ella!

—¡Usted es el ladrón! — exclamó Angus.

—¡Oh, Angus, basta, por favor! — Leala se retorció las manos y gimió. — Roberta fue la ladrona. ¡Ella robó dinero de Cole!

—¡Antes de eso era dinero robado! Era parte del dinero de la paga yanqui que fue robado del banco en Nueva Orleáns. ¿No me oyeron?

—Creo que será mejor que discutamos esto con calma, Angus — dijo Cole y estiró una mano para tomar al hombre del brazo.

—¡No se me acerque! — gritó Angus e hizo ademán de sacar el pequeño revólver que tenía en el cinturón. Cole aferró rápidamente la mano que empuñaba el revólver y levantó el brazo de Angus hasta que el arma quedó apuntando al techo. Con la otra mano tomó al hombre de la solapa.

—¡Angus! ¡Escúcheme! — ladró—. Hubo otra oportunidad en que me apuntó con un arma y he sufrido mucho por no habérsela quitado entonces y por no haber averiguado la verdad. Debe comprender que el dinero que Roberta le envió no era mío. En la primavera encontramos a un hombre muerto enterrado en el jardín, y tenía encima algunos de esos mismos billetes. Sospecho que Roberta obtuvo el dinero de él, pero no sabía dónde el hombre lo había conseguido.

—Ahora arroja una mancha sobre el nombre de mi hija — dijo Angus, furioso.

—Ya ha tenido tiempo de sobra para desahogarse, Angus, y yo no toleraré más. — Cole arrancó la pistola de la mano del hombre y la puso sobre la repisa de la chimenea, mientras Leala se ponía de pie.

—¡Y yo tampoco toleraré más! — exclamó Leala furiosa y se acercó a su marido. Angus dejóse caer en una silla vacía cerca de la puerta—. Me seguiste hasta aquí porque yo tomé dinero que habías planeado usar contra Cole. Insultas a Alaina porque se entregó al hombre que ama. Roberta también era hija mía, Angus, pero debes comprender que no era buena. Burló a Cole. Engañó y usó a Alaina. Nos engañó y usó a nosotros. Ahora vienes y dices que eres mi marido. ¿He tenido un marido en todo este último año? ¿Un marido que cuando regresa a casa se detiene en todas las tabernas del camino? ¿Fue mi marido quien entró tambaleándose en mi dormitorio casi todas las noches con el aliento cargado de olor a whisky ? Creo que no. — Meneó la cabeza. — Fue un extraño al que yo no conocía. — Los ojos se le llenaron de lágrimas. — Quizá si yo no hubiese sido tan complaciente con Roberta cuando ella se entregó a uno de sus jóvenes amigos…

Angus levantó la mirada, sorprendido.

—Oh, sí, yo sabía que ella no llegó… virgen al lecho de Cole. Ella me contó acerca de su amigo, y cuando prometió que no volvería a hacerlo, yo callé y nada te dije. Sé muchas otras cosas de ella que sólo me causan dolor. Pero Angus — se detuvo hasta que él volvió a mirarla a los ojos —, voy a recordarla como una criatura dulce y hermosa y trataré de olvidar lo demás.

La señora Hawthorne se acercó a Leala y la abrazó. Angus levantó brevemente la cabeza cuando sintió la mirada fija de la mujer.

—¿Usted también, Tally? — murmuró.

—Creo que usted ha dejado que el dolor le confunda la mente, Angus — dijo francamente la señora Hawthorne—. Creo que cuanto más pronto salga del pantano de su autocompasión, más pronto empezará a disfrutar nuevamente la vida. Leala tiene razón. Olvide las heridas. No se puede cambiar el pasado. Salga de su agujero y viva el resto de sus días como si la vida tuviera un significado.

—¿Por qué debería hacerlo si no lo tiene? — replicó él amargamente.

Tally ladeó la cabeza y lo miró.

—Es elección suya, Angus. Pero no nos eche la culpa a los demás si no estamos de acuerdo.

—¿Cole? — La voz implorante de Alaina apenas fue notada por nadie excepto por su marido, quien se volvió rápidamente al oír la suave llamada. Agrandó los ojos cuando vio a su esposa medio agazapada contra la puerta y apretándose el vientre con una mano. — Creo que ha comenzado.

De pronto se hizo el silencio en la habitación y Cole se apresuró a levantar a su esposa en brazos.

—Tally — dijo dirigiéndose a la señora Hawthorne —, ocúpese de la dirección de la casa, por favor, e informe a los sirvientes que ha llegado el momento. Ellos sabrán qué hacer.

Cole subió la escalera con su tierna carga y abrió con un hombro la puerta de su dormitorio. Sintió que alguien lo seguía, se volvió y vio que Leala entraba en la habitación secándose las lágrimas.

—Abra la cama — dijo él y esperó hasta que Leala lo hizo y entonces depositó suavemente a Alaina sobre las frescas sábanas. Se quitó la chaqueta y el chaleco, arrancó prácticamente la corbata de su cuello y se abrió la parte delantera de la camisa.

—Necesitará sábanas limpias, Cole — dijo Leala—. ¿Dónde puedo encontrarlas?

—Allí. — Cole señaló el cuarto de baño y se inclinó para quitarle los zapatos y las medias a su esposa.

Alaina se mordió el labio inferior cuando su vientre se endureció y se contrajo, y un momento después soltó un suspiro de alivio al sentir que el dolor disminuía. Sonrió tiernamente al notar la preocupación de su marido y extendió una mano para acariciarlo en la mejilla.

—Te amo — susurró.

Cole se llevó la mano de ella a los labios.

—De pronto me encuentro temblando, Alaina. He traído a muchos bebés a este mundo, pero ninguno me asustó como éste.

—Tú harás todo bien, yanqui — le aseguró ella con suaves luces de amor en los ojos—. Y como fui testigo del nacimiento del bebé de Gretchen, si te equivocas yo te corregiré. Tenemos que traer una criatura al mundo, doctor Latimer, y la traeremos juntos. Confío en ti como en ninguno.

Así fortalecido, Cole procedió según lo mejor de sus conocimientos y experiencia, aunque no pudo apartar su corazón y sus emociones de la esbelta mujer que pujaba y se esforzaba y que apretaba los dientes en silencio cuando venía el dolor. Mientras la señora Hawthorne y Leala se afanaban en la habitación con los preparativos para el nacimiento, él le tomó las manos, sin notar que el cielo empezaba a aclarar y que el reloj de la chimenea anunciaba las primeras horas de la mañana.

Cuando el desgarrante dolor la atravesó una vez más, Alaina se aferró a los barrotes torneados de la cabecera de la cama e hizo fuerza como le indicó amablemente su marido. Su rostro se crispó en una mueca de victoria al sentir por fin que la cabeza de la criatura se deslizaba fuera de ella. Empezó a jadear, se relajó, y esperó que viniese otra contracción para poder alumbrar completamente a su bebé. Hubo un grito débil, apagado de una voz que nunca había oído antes, y se estremeció al comprender que provenía de su criatura.

Cole le apretó el vientre con una mano mientras que con la otra sostuvo la cabeza del recién nacido.

—Vamos bien, Alaina. Haz fuerza ahora. Ya viene.

Cuando el dolor la abandonó al nacer la criatura, oyó el grito eufórico de tía Leala.

—¡Es una niñita!

—¡Es hermosa! — exclamó la señora Hawthorne.

Cole tomó a su hijita en sus manos y sonrió ampliamente a depositarla sobre el vientre de la madre. Miró inquisitivamente a su esposa.

—¿Glynis Lynn Latimer?

Alaina levantó una mano y tocó delicadamente a su hijita que ahora lloraba con fuerza.

—¿Por mi madre?

Cole asintió.

—Pensé que sería apropiado.

—Glynis Lynn Latimer — repitió suavemente Alaina—. Suena muy bien.