CAPÍTULO 7

Lentamente, Alaina bajó la escalera de la galería hasta que pudo mirar la galería inferior. Un rayo de luz salía del salón e iluminaba los escalones inferiores, de modo que no se atrevió a avanzar más por temor a que la vieran. En el extremo de la galería estaban el banco y las sillas alrededor de los cuales, en aquellas raras visitas a la ciudad, ella y sus hermanos habían jugado de niños mientras Roberta vestía incansablemente sus muñecas de porcelana con primorosos vestidos y gorros de encaje.

La risa de Roberta sonó en la quietud de la noche junto con la risa profunda y rica del capitán y el cloqueo renuente de tío Angus.

—Capitán, parece que usted ha estado en todas partes — ronroneó Roberta—. Además de su hogar ¿cuál es su sitio favorito? ¿París, quizá?

Alaina espió por la ventana del salón y observó a Cole que respondía con una galante declaración.

—En París no hubo ninguna más hermosa que la que ahora tengo frente a mí, señorita Craighugh.

Alaina elevó los ojos al cielo y pensó seriamente en rezar por el alma del capitán. En ese momento Angus se aclaró fuertemente la garganta y el capitán se puso de pie.

—Sin embargo, pese a que he disfrutado mucho de su encantadora compañía — tomó decorosamente la mano de Roberta —, es tarde y debo marcharme. Depositó un leve beso en la mano blanda y pálida. Alaina apretó entre sus rodillas sus manos enrojecidas por el trabajo. Estaba demasiado abstraída observando la partida del capitán Latimer para pensar en escapar.

—Espero que nos visite otra vez —murmuró coquetamente Roberta, deslizando un brazo debajo del de Cole y acompañándolo hasta la puerta principal. Alaina se encogió en un pequeño nudo cuando comprendió que el capitán estaba abriendo la puerta para salir. Roberta lo siguió y no estaba tan oscuro como para que Alaina no pudiera ver que su prima acariciaba al capitán en el pecho y se apoyaba en él en forma provocativa.

—¿Volverá, Cole?

Alaina enrojeció al convertirse en testigo involuntaria de la apasionada respuesta del doctor, quien estrechó a Roberta contra su pecho y la besó en la boca, con un ardor que hizo que Alaina, sólo por mirar, quedara sin aliento. Nunca en su vida había visto a un hombre besar así a una mujer. De pronto pensó que Cole Latimer podía besarla así también a ella y se sintió acalorada y mareada.

—¿Vendrás mañana, Cole? — susurró Roberta con tono implorante—. No me dejarás aquí sola todo el día, ¿verdad?

—Tengo un deber que cumplir — repuso él, mientras sus labios le rozaban la mejilla.

—¿Deber? — La voz de Roberta era suave y queda. — ¿No puedes olvidar por un rato tu deber, Cole? Mañana estaré sola aquí. Mamá irá a la tienda y Dulcie tiene que ir al mercado. ¿Vendrás? ¡Por favor! Tendremos toda la tarde para los dos.

A Alaina la sorprendió que Roberta pudiera mantenerse tan fiel a sus propósitos pese a las caricias de él, cuando ella, con sólo observar, temblaba de pies a cabeza. En eso se oyeron pasos y Roberta se apartó y se alisó el cabello.

—Debo marcharme — susurró Cole—. Tu padre se está impacientando.

—Mañana esperaré tu llegada — sonrió Roberta tiernamente. Cuando se volvía, Cole se detuvo y dijo:

—Lo siento, Roberta. De veras tengo que hacer.

En seguida se marchó, dejando a Roberta con expresión de fastidio. Quedarse sola con el capitán en la casa hubiera sido una forma segura de convertir este espasmódico galanteo en un rápido casamiento, y su madre hubiese sido probablemente la que los descubriera, pues había manifestado su intención de ausentarse sólo por una o dos horas.

—¿Papá? — dijo, volviéndose hacia la puerta—. Necesito un vestido nuevo, algo realmente bonito.

—¡Roberta! ¡Debo protestar! — Angus apareció en el vano de la puerta. — Sabes que nos es muy difícil sostenernos con el poco dinero que obtenemos en la tienda. No tengo para esos gastos.

—Oh, papá, no seas tan malo. Alaina te pagará mañana y estoy segura de que madame Henri esperará por el resto del dinero si tú le prometes pagarle todas las semanas.

—¡Roberta! ¡No puedo! ¡No sería correcto!

—Papá, voy a atrapar a un hombre rico — dijo la joven con seguridad—. Y necesitaré toda la ayuda que pueda conseguir. Si visto pobremente, él creerá que yo lo busco sólo por su dinero.

—Si estás pensando en ese yanqui… — La reacción de Angus fue sincera. — ¡Rico o no, no lo quiero más en esta casa! Esta velada ha perturbado a tu madre. y además, ¿qué pensarán los vecinos?

—Oh, ¿qué me importan ellos? Son unos viejos anticuados.

—Deberías mostrar más respeto, Roberta — dijo Angus.

—Lo sé, papá. — Suspiró hondamente. — Pero estoy cansada de tener que cuidar los centavos.

—Entra y ve a acostarte, criatura. Es inútil que tortures a tu linda cabecita.

—Entraré en un momento, papá. Aquí afuera está tan agradable que me gustaría disfrutar de la noche un ratito más.

—Está bien, pero no te demores.

Roberta tarareó suavemente un vals y giró danzando por la galería. Podía imaginarse a sí misma en un gran baile militar como el que se proponía ofrecer Banks, luciendo el vestido más hermoso y, por supuesto, teniendo por compañero al hombre más guapo.

De pronto ahogó una exclamación y se detuvo asustada ante la blanca aparición en forma humana en el arranque de la escalera.

—¡Al! — siseó al reconocer la pequeña figura—. ¿Qué haces aquí? Creía que estabas en tu habitación.

—Mi nombre es Alaina — dijo la jovencita y se volvió, descalza, para subir la escalera—. ¿Te importaría usarlo?

Roberta se enfureció al pensar que su prima había estado escuchando.

Siempre pareces más Al que Alaina, de todos modos.

La prima más joven giró al oír el cáustico comentario, miró la cara de Roberta y en seguida continuó subiendo, al tiempo que decía:

—Por lo menos yo no me arrojo en los brazos de un yanqui. — ¡Estás celosa! — acusó Roberta, siguiéndola—. Estás celosa porque nunca podrás atrapar a un hombre como Cole Latimer. Tú y tu escuálido cuerpo… ¡Vaya, él te echaría a carcajadas de su cama!

Alaina dio un respingo ante la crueldad de las palabras de su prima, casi convencida de que lo que Roberta decía era la verdad.

—Y te diré algo más, Alaina MacGaren — continuó Roberta enfáticamente—. Voy a conseguir que Cole Latimer se case conmigo.

Alaina se volvió a medias y Roberta sonrió triunfalmente hasta que su prima preguntó en tono sereno: — ¿Y qué excusa le darás cuando él descubra que no eres virgen?

Roberta quedó paralizada.

—¿Cómo lo supiste? — Su voz se convirtió en un susurro. — ¿Cómo lo supiste?

Alaina se encogió de hombros.

—Oí a Chad Williamson jactarse ante los hermanos Shatler. Por supuesto, ahora todos están muertos, de modo que supongo que soy la única que lo sabe.

Amenazante, Roberta agitó un puño delante de la cara de su prima. — ¡Si se lo cuentas a Cole, juro que él se enterará de tu pequeño secreto! — Roberta se calmó levemente, reclamando su poder sobre la otra. — Además, eso fue hace mucho tiempo. Yo tenía sólo quince años… y fue la única vez.

—Hizo una mueca de disgusto. — De todos modos, no me gustó. Todo ese jadear y agitarse. Después quedé completamente agotada y no pude sentarme adecuadamente por una semana.

—El capitán Latimer es médico. Quizá se dará cuenta…

Roberta la interrumpió.

—Inventaré algo para convencerlo. ¡Haré que me crea!

Alaina entró en su habitación, diciendo por encima de su hombro: — No creo que él sea inexperto con las mujeres.

Roberta dijo a sus espaldas:

—¡Yo haré que él me crea, te digo!

Alaina la miró calmosamente y dijo :

—Pero primero tendrás que hacer que él quiera casarse contigo.

—Eso es tan fácil como chasquear mis dedos. En realidad, probablemente ya está pensando en eso…

Alaina asintió, pensativa.

—Es posible que te salgas con la tuya, Roberta. Es posible que lo engañes en la cama, como dices. Pero me pregunto, Roberta, si alguna vez tú serás feliz… quiero decir realmente feliz.

—¡No seas absurda! Por supuesto que lo seré. El tiene dinero…

Alaina rió despectivamente.

—Tú crees que eso hace la verdadera felicidad. Una esposa debe compartir el lecho de su marido con alegría, darle hijos…

—¡Eso es lo que tú sientes! ¡Y tú, pobre gansita, serás afortunada si un hombre alguna vez te mira!

—Si has terminado con tus insultos — murmuró Alaina, incapaz de encontrar firmeza en su voz —, ahora me gustaría acostarme. Espero estar temprano en el hospital.

—¡Por supuesto! Tienes que descansar para poder fregar todos esos pisos. Cole mencionó que lo haces realmente bien.

Sintiendo que su dardo había dado en el blanco, Roberta giró graciosamente y se marchó. Alaina quedó con los ojos llenos de lágrimas. Herida por el ataque de Roberta, apagó la lámpara y en la oscuridad miró el rayo de luna que entraba en su habitación. Los insultos de su prima habían llegado a lo más profundo de su ser y resultaban más inquietantes porque esos mismos pensamientos no encontraban desmentida en su propia mente.