CAPÍTULO 30

Poco antes del ocaso se levantó una tibia brisa sudoeste. Alaina hizo una pausa en su tocado para abrir una ventana y disfrutar de la suave caricia del aire vespertino. Suspiró profundamente, se apartó de la ventana y volvió a la tarea de vestirse. Se puso su mejor vestido de tafetán amarillo con finas rayas negras. Una banda de encaje cruzaba el frente de la amplia falda y el corpiño y las mangas abullonadas tenían adornos del mismo encaje negro. Los botoncitos de la espalda la hicieron echar de menos la ayuda de Cole. Pero el abogado de Pennsylvania había llegado poco después de que regresaron ellos y los dos hombres se encerraron en el estudio para hablar de negocios ya ella le dejaron la tarde libre.

Alaina retiró la silla que había encajado contra la puerta del dormitorio de su marido. Un reloj dio delicadamente la media hora y Alaina miró sorprendida hacia la repisa de la chimenea y advirtió que alguien, durante el día, había añadido un ornamentado reloj al decorado de la habitación. Aproximadamente en treinta minutos llegarían los Darvey. Ella estaba vestida y lista mientras Cole aún no había subido a cambiarse para la cena.

Abrió la puerta del pasillo a fin de oír la llegada de los invitados. En un último esfuerzo por detectar cualquier falla de su tocado que mereciera la desaprobación de Cole, se volvió para mirarse en el espejo. En ese momento un levísimo sonido penetró en su conciencia y un vago movimiento en el espejo le llamó la atención. Pero cuando se volvió, nadie estaba en el vano de la puerta. Tomó una lámpara y corrió a investigar, pero nada encontró. Dejó la lámpara en un soporte alto del pasillo. El sigiloso visitante tendría que arriesgarse a pasar por la luz, una cosa poco probable, pues parecía preferir las sombras.

Llegaron voces desde la puerta principal y Alaina comprendió que Miles ya estaba recibiendo a los huéspedes. Aspiró hondo y se preparó para asumir el papel de ama de casa y para recibir a los invitados de Cole. Sin embargo, cuando caminó por el pasillo, su mente no podía borrar la sombra fugaz que había di — visado en el espejo. ¿Quién era esa Mindy a quien Cole había hablado la noche anterior? ¿Qué tenía que ver con esta casa… y con Cole ?

El crujido de su vestido de tafetán llamó la atención de Braegar. El hombre inmediatamente miró hacia la escalera y olvidó que estaba ayudando a su hermana a quitarse el abrigo.

—Señora, sin duda usted ilumina este clima norteño con el sol de su hermosura — dijo el irlandés con una cortés reverencia.

—Usted es muy galante, señor — repuso ella con una sonrisa. Cuando Braegar la acompañaba cruzando el vestíbulo, Alaina se detuvo brevemente ante el mayordomo y le dijo discretamente.

—Miles, por favor, informe al doctor Latimer que han llegado nuestros invitados.

—Sí, señora. — El flaco sirviente se inclinó y se alejó en dirección al estudio.

La hermana de Braegar se dirigió a la nueva señora Latimer.

—Me preguntaba por qué mi hermano estaba tan ansioso de venir esta noche — comentó ácidamente—. Ahora veo la razón.

Alaina no estaba segura de cómo aceptar ese cumplido, pero de todos modos la mujer era una invitada y tenía que ser tratada con la calidez de la hospitalidad sureña.

—Usted debe de ser Carolyn — dijo Alaina con una sonrisa. Braegar señaló a sus parientes con el brazo.

—Quiero presentarle a mi querida madre, la señora Eleanore McGivers Darvey, y como usted ya ha adivinado, ésta es mi hermana solterona, Carolyn.

La mujer rubia sonrió con sequedad.

—Hemos estado ansiosas de conocerla, señora Latimer. Y como usted ya conoce a Braegar, quizá comprenda por qué todavía sigo soltera. — Miró directamente a su hermano. — Pocos hombres desean casarse con una mujer en cuya familia exista la idiotez congénita.

Alaina contuvo una carcajada, pero no pudo ocultar el fulgor de sus ojos. Afortunadamente, sólo el ácido humor de la mujer había sido la causa de que al principio le pareciera poco amistosa.

Braegar se preparó a replicar, pero su madre lo contuvo.

—¡Hijos! ¡Hijos! — protestó Eleanore—. ¿Qué pensará esta joven señora de la forma en que están comportándose ? Creerá que he criado a un par de asnos.

—No, claro que no — dijo Alaina en tono amable—. Me trae recuerdos de mi propia familia.

Una respuesta bastante cortés, pensó Eleanore con aire distante, pero no estaba dispuesta a aceptar tan pronto a la joven esposa de Cole. La mujer había alentado esperanzas de que Cole se casara con Carolyn, pero él, en cambio, tomó por esposa a una completa desconocida. ¡Nada menos que a otra sureña! y la pobre Carolyn seguía soltera a la edad de veintisiete años.

Se abrió la puerta del estudio y del interior llegó la voz de Cole.

—Confío en usted para que lo maneje, Horace.

Alaina se volvió sonriente cuando los dos hombres entraron en el vestíbulo. Cole aún llevaba su ropa oscura y se apoyaba en su bastón como si necesitase sostenerse. Alrededor de sus labios tensos había una palidez que indicaba dolor, y cuando se detuvo para mirar a su alrededor como en una pausa natural, Alaina se preguntó si no lo hacía para dar un descanso a su pierna. Cole posó un momento la vista en ella y tomó completa nota de su atuendo antes de continuar. Dirigió a Braegar una breve inclinación de cabeza, y sonrió a las dos mujeres. Presentó al canoso abogado a los Darvey y pasó un brazo por la cintura de Alaina. —Y a mi esposa la ha conocido esta tarde — dijo.

Horace Burr tomó la mano de Alaina.

—Le pido disculpas por retener tanto tiempo a su marido, señora Latimer. ¿Me perdona?

—Sólo si nos regala con su compañía para la cena de esta noche, señor Burr.

Horace rió complacido.

—Estaré encantado de gozar de tan agradable y hermosa compañía. — Tomó la mano de la señora Darvey. — Por fin tengo el honor de conocerla después de oír todos estos años a los Latimer hablar elogiosamente de usted.

Viuda durante más de una década, la señora Darvey no era indiferente a la galantería de los caballeros maduros. Todavía era una mujer atractiva y disfrutó de la atención que le brindaba Horace Burr.

Aprovechando un momento discreto, Alaina se volvió hacia Cole, apoyó una mano en su pecho y miró esos ojos azules que la hacían enrojecer con sólo posarse en ella.

—¿Quieres cambiarte antes de la cena?

Aunque fue apenas un murmullo, su voz fue oída por Carolyn, quien recordó de inmediato las diatribas de la primera esposa de Cole cuando él no estaba adecuadamente vestido o se retrasaba.

—Vamos, Cole. Nos conocemos de mucho tiempo para preocuparnos por formalidades. — Su voz vaciló cuando ella perdió el coraje del primer impulso. La frialdad con que Cole la miró le sugirió que su comentario no había caído del todo bien por contener una sugerencia de su disposición a encontrar defectos en la nueva esposa. — Quiero decir… — terminó tímidamente —, que ésta es una cena amistosa entre vecinos y no un alto acontecimiento social.

Braegar no tenía tantas reservas.

—Mientras Cole no huela a establo yo puedo tolerarlo como está. — Enderezó su chaqueta. — Y no tiene sentido quedarnos aquí discutiendo cuando en el salón hay un brandy excelente.

Mientras los huéspedes se dirigían al salón encabezados por el locuaz irlandés, Cole se detuvo un momento con Alaina. Ella lo miró inquieta, preocupada por la inseguridad de sus pasos.

—¿Te sientes bien? — preguntó.

El gruñó, desechando la preocupación de ella.

—Las horas de estar sentado me han dejado la pierna rígida. Pronto se relajará un poco.

En el salón, Cole se detuvo junto a su sillón y después que Miles sirvió las libaciones a los invitados, miró al sirviente a los ojos e inclinó la cabeza hacia el botellón de cristal. El mayordomo sirvió obedientemente una generosa dosis en la copa que sostuvo en alto para que su amo la inspeccionara. Cole arrugó la frente hasta que Miles, con un levísimo encogimiento de hombros, dejó la copa y el botellón en la mesilla al lado del sillón de Alaina. Cole bebió la primera copa y en seguida se dispuso a servirse más.

—¿Es todo para ti, Cole? — preguntó Braegar con humor—. ¿O dejarás que Miles vuelva a servirnos?

Cole le hizo una señal al sirviente y Miles llenó rápidamente la copa de Braegar de un segundo botellón.

—Yo prefiero la costumbre de Cole de disfrutar del brandy antes de la cena — comentó jovialmente el irlandés—. Es más civilizada.

Eleanore se sentó en su sillón con expresión de matrona disgustada y miró fríamente a Cole y a Braegar.

—Se me ocurre que la excesiva inclinación a los licores puede ser la perdición de un hombre.

Cuando volvió Miles para anunciar la cena, Alaina se levantó, deslizó su brazo bajo el de Cole y tomó la iniciativa como anfitriona.

—Señor Burr, ¿sería tan amable de escoltar a la señora Darvey hasta el comedor?

Viendo que el escolta de Alaina ya estaba designado, Braegar ofreció de mala gana su brazo a Carolyn y siguió a su madre y el abogado. Así, tal como lo planeó Alaina, Cole no se vio obligado a apresurarse por la presencia de alguien detrás de él. Con una suave palmadita en el brazo, ella lo dejó junto a su silla y se dirigió a su asiento en el otro extremo de la mesa, donde aceptó la ayuda de Braegar. En seguida el irlandés reclamó el lugar a su izquierda. Horace estaba ayudando a Eleanore a sentarse y de pronto Cole vio que Carolyn no tenía quién le ofreciera ese servicio, de modo que hizo ademán de acercársele. Pero antes que pudiera alcanzar su objetivo, el abogado se le adelantó.

—Descanse, doctor Latimer — dijo el hombre—. Sé que su pierna está molestándolo.

Cole enrojeció, herido en su orgullo. le pareció que no podía realizar con gracia ni el más mínimo acto de caballerosidad. Se sentó en su silla y murmuró cáusticamente.

—Ya no soy doctor. He renunciado a mi profesión.

Sorprendido por las palabras de su colega, Braegar lo miró con atención. No podía comprender qué había llevado a Cole a perder interés por el trabajo que antes tanto lo atraía. De los dos, Cole había sido el estudiante más serio, el más dedicado a la atención de sus pacientes. Frederik Latimer los había llevado a ambos hacia la profesión pero Cole había desarrollado algo especial, un don para la cirugía que Braegar nunca logró adquirir.

"Quizás está preocupado porque cree que su capacidad ha quedado de alguna manera disminuida", pensó. Vio la mirada de los claros ojos grises a su derecha y se dio cuenta de que había pensado en voz alta. Se apresuró a corregir cualquier posible malentendido.

Cole es el mejor cirujano de la región. No comprendo por qué ha renunciado.

Cole terminó otra copa de brandy sin saciar la curiosidad de Braegar. La proximidad del irlandés y Alaina lo agraviaba más que cualquier conjetura que el otro pudiera hacer.

La conversación seria se detuvo cuando sirvieron el primer plato. La entrada fue una carne tierna, cocida en una deliciosa salsa de jerez. Annie demostró que no era una simple irlandesa hervidora de patatas sino una cocinera consumada, enterada de los gustos de una docena de países.

Cuando se reanudó la conversación, Eleanore no pudo seguir resistiendo su curiosidad acerca de un tema muy específico.

—Cole, no nos has contado nada acerca de Alaina, cómo la conociste o por qué dispusiste un casamiento por poder. Para ser franca, no estoy del todo segura acerca de ese asunto por poder. Es legal ¿verdad? Quiero decir que no has traído aquí a esta pobre criatura con algún pretexto, ¿verdad? ¡Santo Dios! — La señora Darvey se llevó una mano a la mejilla, como espantada de sus propios pensamientos. — Están efectivamente casados, ¿no es cierto?

Alaina percibió la tensión en el rostro de Cole.

—Puedes quedarte tranquila, tía Ellie — dijo a la mujer—. El matrimonio fue perfectamente legal.

—Pero difícilmente cristiano, Cole — dijo Eleanore en tono de reprobación. Se detuvo cuando Miles le llenó el plato y en seguida continuó—. No creo que tu padre lo hubiera aprobado. Quizá deberías hablar con el reverendo para que realice una ceremonia religiosa, sólo para acallar cualquier murmuración.

—¡Al demonio con las murmuraciones! — gruñó Cole—. No les daré más tema para chismorreos.

—Mamá, sabes que a Cole la herida le hace dificultoso viajar — intervino Carolyn—. Y estoy segura de que el señor Burr, como abogado, puede tranquilizarte sobre la legalidad de un casamiento por poder.

—Ciertamente, señora. Llena todos los requisitos de la ley — afirmó Horace.

Sólo Alaina vio la mirada despectiva que Annie lanzó hacia atrás mientras se llevaba el carrito con las fuentes hacia la puerta de la cocina. El delicioso plato principal de venado asado fue consumido con aprecio entre diversos comentarios, pero Eleanore todavía no se dejaba convencer.

—¿Cómo se sintieron tus padres cuando te casaste de esa manera, Alaina? Seguramente debieron de mostrarse un poco reticentes.

—Mis padres están muertos, señora. — Alaina sintió un breve asomo de irritación, pero lo dominó cuando notó que la pregunta fue hecha con toda inocencia. ¿Cómo esperar que comprendiera alguien que había permanecido tan alejado del conflicto? — Mi padre y mis hermanos murieron en la guerra. Mi madre murió tratando de seguir trabajando nuestra plantación, mientras los soldados de la Unión se apoderaban de nuestras cosechas y animales. Yo huí a Nueva Orleáns para escapar a las no deseadas atenciones de un oficial yanqui, quien juró que nos haría colgar por espías a mí ya Saul. Conocí a Cole en el muelle el día que llegué, cuando él me salvó de los malos tratos que se proponían infligirme varios soldados ebrios. Eso fue hace dos años, señora. El doctor Latimer fue el esposo de mi prima y cuando ella murió me ofreció casamiento. Para evitar que me obligaran a una cuestionable relación con una rata de río, acepté su propuesta. — Cruzó las manos serenamente sobre su regazo y respondió a la mirada turbada de la otra mujer con ojos calmos con expresión apenas controlada. — ¿Hay algo más que desee saber, señora Darvey?

Embarazada por el resultado de sus indiscretas preguntas, Eleanore respondió contrita.

—No, criatura. Creo que has respondido muy adecuadamente a mis preguntas.

Siguió un momento de tenso silencio. Medio sonriente, medio ceñudo, Cole observó a su joven esposa por encima del borde de su copa de brandy. Un hombre difícilmente podía aceptar que su esposa le recordase que se había casado con él como último recurso. Habría que dejar arreglados entre ellos muchos asuntos más aparte de las ropas.

—¿Soldados ebrios maltratando a jovencitas ? — preguntó Eleanore de pronto—. ¡Santo Dios, Cole! ¿En qué se ha convertido nuestro ejército? Empiezo a pensar que debería hablar de esto con el gobernador Siguió una conmoción, una serie de comentarios discordantes con todos hablando al mismo tiempo. Cole renunció a tratar de explicar y gradualmente los otros se serenaron, todos excepto Braegar, quien se inclinó hacia Alaina y ensayó una disculpa.

—Perdónenos por haber sido tan impertinentes con nuestras preguntas…

Eleanore se irguió indignada en su silla,

—¡Cuida tu lengua con esa joven dama, Braegar Darvey! y te recuerdo que aun en mi edad provecta, todavía soy capaz de disculparme por mis propios errores… ¡si llegara a ser necesario!

El hombre sonrió y puso una mano sobre el brazo de Alaina.

—Entonces, humildemente me disculpo por mi conducta, porque me temo que él es un bribón republicano como yo.

Alaina sonrió y se sintió más tranquila hasta que miró a Cole y notó que él la observaba taciturno. Cole parecía molestarse por cualquier cosa que Braegar hacía o decía y ella no podía imaginar la razón. Descartó los celos porque Cole era mucho más apuesto y varonil, según su propia opinión. A veces Braegar le hacía pensar en un pícaro atrevido, inteligente pero decididamente travieso. También le resultaba difícil aceptar que Cole podría sentirse resentido porque Braegar estaba sano y entero mientras que él estaba tullido. Las razones parecían ser más personales que eso y de mucha mayor importancia.

—Por alguna razón, no puedo imaginar que Cole se casó con usted en nombre del deber. — Braegar se encogió despreocupadamente de hombros. — Es típico, por supuesto. El siempre fue un caballero sobresaliente en el amor como en la guerra. Al demonio con el propio interés, por así decir. — Percibió una mirada de advertencia de su madre y se abstuvo, por lo menos por el momento, de usar palabras inadecuadas. — Mi santa madre puede ratificarlo. — Se inclinó hacia adelante y miró a Cole, quien lo observó con frialdad. — En cuanto a mí, habría encontrado muchas razones para desposar a una mujer hermosa además del honor, y no puedo creer que Cole y yo seamos muy diferentes. — Siguió una pausa mientras los otros consideraban estas palabras y después levantó la copa en un saludo a la pareja de recién casados. — Por tu matrimonio, Cole, cualquiera que haya sido la razón que te llevó a casarte. Pero si ha sido por honor, ciertamente tu gusto en cuestiones de mujeres ha mejorado.

—¡Braegar! — La madre quedó atónita por la rudeza de su hijo. — ¿Qué clase de brindis es ése? El señor Burr se irá pensando que somos la familia más grosera que ha conocido.

Braegar se encogió de hombros.

—Sólo estaba señalando que si Cole se casó la primera vez por amor la segunda vez por honor, hizo el mejor contrato en el último caso. — Si soy demasiado franco y directo entonces tendrás que soportarme. ¡Pero si el hombre es demasiado ciego para ver el precioso tesoro que ha ganado, yo digo que es un perfecto tonto!

—¡Yo no creo que Cole sea ciego o tonto, Braegar Darvey! — dijo Carolyn.

Su hermano otra vez se encogió de hombros para expresar su indiferencia.

—De todos modos, tú siempre proclamaste que entendías a Cole mejor que yo.

Annie Murphy entró otra vez con el carrito y aceptó los platos vacíos que Miles recogió de la mesa y le entregó los más pequeños del carrito. El mayordomo, con mucho decoro, depositó ante los huéspedes el oscuro budín inglés empapado en salsa de ron. En ningún momento levantó los ojos. Braegar continuó.

—Sería un lamentable desperdicio si Cole se hubiera casado con Alaina por honor y no por ella misma.

—Sólo la conociste ayer — le recordó secamente Carolyn—. ¿Cómo puedes juzgar a alguien en tan poco tiempo?

Con un gesto de impaciencia, Cole hizo a un lado el plato de su postre e ignoró la mirada de desaprobación de Annie. Empujó su silla hacia atrás y se puso de pie.

Carolyn lo miró sorprendida.

—¿Adónde vas, Cole? Este budín está delicioso. Deberías probarlo.

—No le gustó que yo lo llamara tonto — dijo Braegar con humor.

—¡Santo Cielo misericordioso! — dijo Cole y miró al techo. Se apoyó en el borde de la mesa y dirigió a cada uno de los Darvey una mirada de malhumor—. Me siento como un ratón herido acosado por una bandada de cuervos. Tarde o temprano ustedes me harán pedazos y no dejarán nada más que los huesos.

—¡Cuervos! — exclamó Eleanore, levantando imperiosamente su doble mentón.

Cole siguió sin prestar atención a la interrupción.

—¿No pueden aceptar el hecho de que simplemente me casé con dos mujeres que eran primas? ¿Ambas damas bien criadas del Sur? ¿Ambas hermosas? — Levantó una mano como si prestara juramento. — Quizá no fue hecho tanto por galantería como piensan ustedes. Más bien, fuimos llevados al altar por… — miró a Alaina y terminó la frase con más amabilidad de la que ella esperaba — el destino. En cualquier caso, el casamiento parecía la única solución.

Alaina se sintió picada por esta explicación más bien caballeresca. A su manera de pensar, él necesitaba una reprimenda. Sonriendo dulcemente, apoyó un codo sobre la mesa y adoptó un marcado acento sureño, untuoso como miel.

—Tú, yanqui de poco seso, si vuelves a ponerme al mismo nivel de Roberta caeré sobre ti con tanta fuerza que creerás que todo el Ejército Confederado te pasó por encima con mulas, carretas y todo.

El tono suave y amable de su voz y la dulzura de su radiante sonrisa fueron tales que pasó un momento hasta que sus palabras hicieron impacto. Cole enarcó una ceja y le dirigió una sonrisa nerviosa. Horace Burr se aclaró ruidosamente la garganta y se puso a limpiar sus anteojos. Carolyn ahogó una risita y trató de mantener una expresión seria mientras que las cejas de Eleanore se unieron hacia arriba. Braegar se puso de pie y empezó a aplaudir. Cuando el furor cesó, el comedor quedó en silencio excepto el sonido de carcajadas que llegaban desde la cocina. El carrito, lleno de platos sucios, seguía al lado de la silla de Cole, muda evidencia de la retirada apresurada de Annie.

—Te pido perdón, Al — dijo Cole—. Lo último que quise fue…

—¡Al! — Carolyn se ahogó y miró boquiabierta a Cole. — Quieres decir que… ella… — Carolyn señaló el extremo de la mesa ella es… — No pudo continuar. Su mente repasaba aceleradamente los detalles de la relación de Cole con «Al», por lo menos en lo que él había relatado en sus cartas.

La señora Darvey casi temía aventurar una pregunta, pero no pudo resistir la curiosidad.

—¿Es el mismo Al que… lo escaldó con agua caliente? — Toda su familia había reído mucho con los relatos de aquel incidente.

Braegar se hundió en su silla con expresión atónita que se tornó pensativa, porque él también recordaba las muchas alusiones a «Al» en las cartas de Cole. También recordó ahora que la sola mención de Al había bastado para poner furiosa a Roberta.

Cole se sentó y miró a su alrededor.

—¡El mismo! — dijo. Sacó un cigarro mientras los Darvey aguardaban impacientes—. Alaina se disfrazó de muchacho para evitar que la molestasen los soldados de la Unión. En ese tiempo yo era simplemente otro barriga azul al que había que evitar. Llevé al muchacho Al a la casa de su tío y ese mismo día fui presentado a Roberta. No me enteré de la verdad hasta después que Roberta y yo nos casamos.

—¡Imposible! — dijo Braegar.

—¡Qué terrible que debió de ser! — Carolyn arrugó la nariz. — ¿Vestida como un muchacho? — Miró a Alaina y su incredulidad aumentó.

—¡Pobrecilla! — dijo Eleanore y se puso de pie para ir al lado de Alaina—. Con todas las cosas que has tenido que pasar no te culpo si nos odias a todos.

Alaina miró sonriente a su marido y en tono inocente preguntó:

—¿Cole les contó de la vez en el establo? — Cole la miró ceñudo y ella acentuó su sonrisa. — ¿Nuestra zambullida en el abrevadero? ¿Mencionó la pelea en la cocina cuando Dulcie impidió que me castigara?

—¡Pobre criatura! — exclamó Eleanore y miró a Cole con expresión severa—. ¡Pedazo de bestia!

Cole, irritado, se metió el cigarro en la boca, encendió el fósforo con la uña del pulgar y acercó la llama a la punta del cigarro. En ningún momento apartó los ojos de su esposa.

Eleanore agitó la mano para aventar el humo.

—¡Cole! ¡Declaro que no entiendo cómo te gustan esas cosas malolientes !

Alaina se puso de pie. Pensó que sería mejor escapar mientras pudiera. Después de todo, no había en las puertas cerraduras que la salvaran de que Cole le diera una paliza, como tantas veces había amenazado hacer con Al.

—Quizá las damas prefieran retirarse al salón y dejar a los hombres con sus cigarros y el brandy — sugirió a la manera de una cortés anfitriona.

Cuando llegó a la puerta, Alaina miró hacia atrás y vio que Cole seguía observándola. Esos brillantes ojos azules relampagueaban con algo que no era cólera, que ella no podía definir.

El señor Burr se levantó con los hombres y se disculpó, explicando que tenía que salir de viaje a la mañana temprano.

—Tendrá noticias mías lo antes posible, Cole — dijo cuando su anfitrión lo acompañó hasta la puerta—. Tenga la seguridad de que haré todo lo que pueda para solucionar los problemas que hemos discutido. — El abogado extendió la mano y sus ojos brillaron cuando el otro se la estrechó. — Tiene toda una familia aquí, Cole, y una esposa sumamente encantadora. Me apresuraré a regresar con mi informe.

El hombre se marchó y Cole cerró la puerta. Una fugaz mueca de dolor pasó por su rostro cuando se volvió, y al ver que Braegar aguardaba en el estudio, se recompuso y se dirigió hacia allí.

En el salón, Alaina apenas seguía la charla de Eleanore Darvey, porque en su mente estaba demasiado vívido el recuerdo de esos ojos azules clavados en ella. Últimamente le parecía que sus pensamientos sólo estaban ocupados por Cole.

La señora Darvey apenas se atrevía a detenerse en su largo discurso, temerosa de que vacilara su resolución de aceptar sin más preguntas el casamiento por poder de Cole. Carolyn estaba demasiado ocupada en clasificar los detalles del viaje de Cole a Nueva Orleáns y hacerlos encajar con lo que había oído en la mesa. La casa estaba sorprendentemente silenciosa fuera del zumbido de la voz de Eleanore. Entonces, de pronto la serenidad fue quebrada por un ruido de vidrios rotos y por el rugido de la voz de Cole.

—¡Maldita sea, hombre, ya he oído bastante!

—¡Cole, escucha!

—¡Fuera! ¡Fuera de mi casa antes que te eche a puntapiés!

Las mujeres se sobresaltaron. Alaina se levantó con las invitadas y las siguió hasta el vestíbulo donde quedamente le ordenó a Miles que trajera los abrigos. Braegar salió precipitadamente del estudio con el rostro encendido y los ojos echando fuego.

—¡Maldito patán ordinario! — murmuró entre dientes.

Se interrumpió de repente cuando encontró la mirada afligida de Alaina. Murmuró unas disculpas y le tomó la mano, pero Cole, apoyado en el marco de la puerta del estudio, los miró con furia hasta que Braegar se apartó, giró sobre sus talones, hizo una breve reverencia y salió de la casa. Desconcertada, Eleanore miró a Cole un momento y después siguió a su hijo. Igualmente confundida, Carolyn tomó su abrigo y se volvió a Alaina. Abrió la boca para hablar, lo pensó mejor y se marchó. Miles cerró la puerta tras ellas, pero evitó mirar a Alaina a los ojos. Alaina miró a Cole buscando alguna explicación, pero él se limitó a resoplar despectivamente, antes de volver a entrar en el estudio cuya puerta cerró con fuerza.

Alaina levantó el mentón. Se sintió tan insultada como si él la hubiera abofeteado. Subió la escalera y buscó la intimidad de su dormitorio. Si el dueño de casa podía recluirse en soledad, lo mismo podía hacer la dueña.

La tensión y excitación de la velada dejaron a la joven esposa insomne y deprimida. Sentada solemnemente ante el hogar, miraba las llamas mientras pensaba en el estado de su vida. En su deseo de presentarse razonablemente bien vestida había gastado el dinero que tenía en su ajuar y en el pasaje de Saul. El camisón que vestía estaba muy gastado y había sido reparado demasiado a menudo para guardar algún parecido con el camisón de una novia. Acarició distraídamente la prenda y levantó la mirada hasta el espejo. El cristal azogado le devolvió la imagen de una mujer ya no flaca y huesuda sino esbelta y suavemente redondeada. Pero Cole no estaba satisfecho. Quería continuar con la comedia y así convencer al mundo de que eran una pareja de enamorados, mientras que entre ellos seguía existiendo esa violenta animosidad.

Alaina miró sus propios ojos reflejados en el espejo. No podía borrar de su mente aquellos momentos en el hotel. Cada contacto, cada beso había quedado grabado en su memoria con una claridad que la encendía por entero y la dejaba llena de dolorosos deseos.

En el pasillo sonaron unas pisadas irregulares y Alaina se puso tensa y escuchó. ¿Vendría él esta vez encolerizado y traído por el deseo?

Las pisadas se detuvieron en su puerta y abruptamente la puerta se abrió. Ella se puso de pie. Cole entró con la mandíbula tensa y los ojos inyectados. Todavía llevaba sus ceñidos pantalones negros y su camisa de seda, pero ésta estaba abierta hasta la cintura y dejaba ver su pecho firme y musculoso. La sospecha de que estaba ebrio penetró en la conciencia de Alaina, pero fueron sólo sus instintos quienes se lo advirtieron, porque él no exhibía ninguna de las señales delatoras. En realidad, parecía controlar completamente sus facultades.

—¿Desea discutir algo conmigo, mayor? — preguntó. Fue a cerrar la puerta y él la siguió con los ojos. Alaina regresó y se sentó ante el hogar en el borde de una silla para aquietar el temblor de sus piernas.

En un intento de dejar a un lado lo que le corroía, Cole ensayó una aproximación amable.

—Estuviste hermosa esta noche, Alaina.

Fue cojeando hasta el guardarropa y con la punta de su bastón levantó el ruedo de la enagua que ella había dejado colgada en la puerta del armario. Evidentemente, le disgustó el estado raído de la prenda y abrió completamente la puerta. Aunque el guardarropa estaba otra vez lleno de ricos vestidos, el negro se hallaba fácilmente accesible.

—Cuando ayer bajaste por la pasarela, casi esperé que Al estuviera oculto en algún lugar dentro de esta falda.

Alaina lo miró de soslayo.

—Siempre tuvo problemas con eso.

—Pero es obvio que Al se marchó para siempre. — Pese a su cuidado, sus palabras sonaron ásperas y cortantes.

—El muchacho en realidad nunca fue apreciado por nadie, mayor.

—Hay algunos que discutirían eso — murmuró él.

Ella enarcó las cejas y lo miró desconcertada.

—¿De veras, mayor?

El título lo irritó y arruinó su buen humor.

—¡Maldita seas, Alaina! — La maldición fue súbita y explosiva y la sobresaltó. Cole abrió de un tirón la otra puerta del armario. — ¡Tienes todos estos buenos vestidos a tu disposición y vengo y te encuentro en harapos!

Alaina se rascó la nariz.

—Así es, señor. Aunque mis ropas están viejas y gastadas, son mías. — Se sentó orgullosa y erguida en la silla. — ¿Lo decepcioné esta noche? ¿Lo avergoncé delante de sus invitados?

—No, claro que no. Usted fue un crédito para mi casa.

—¡Gracias, señor! Creí que quizá lo había disgustado — dijo con suavidad—. Lo vi serio, ceñudo en la mesa.

—¡Fue sólo ese asno estúpido! Ese patán licencioso que se sentó a su lado. Indudablemente, se siente atraído por usted desde el principio. — Sus ojos recorrieron todo el cuerpo de Alaina y ella fue consciente de su escasa vestimenta. Su voz se volvió más profunda. — Pero no tengo intención de compartirla con él.

No bien pronunció esas palabras Cole tuvo la impresión de que tontamente acababa de despertar a un volcán que estaba a punto de explotarle en la cara. Ante el insulto, Alaina se puso inmediatamente de pie.

—¡No creo que tenga necesidad de preocuparse, doctor Latimer!

—¡Yo no soy un peón de ajedrez para ser usada por cualquiera! — Caminó airadamente por la habitación y preguntó, casi con desprecio. — ¿Qué clase de hombre eres? ¿Qué clase de hombre eres que invitas a personas a cenar y después las expulsas de tu casa? ¡Tu capacidad como anfitrión deja mucho que desear! Por cierto, te has comportado como una mula del ejército…

Cole la interrumpió.

—Sólo le ordené a Braegar que se marchara.

—¿Por qué lo odias tanto? — preguntó Alaina y giró para mirarlo a los ojos—. ¿Es porque él todavía es capaz de ser médico?

—¡Médico, bah! Ese torpe…

—¡Basta! — su voz sonó cortante cuando advirtió que él tenía intención de insultar al hombre.

—¡El también me dijo que me hiciera cortar la pierna! — rugió Cole—. ¡Córtala y termina de una vez! — me dijo.

—¡Basta! — exclamó Alaina—. ¡No me interesan tus rencores! ¡Te has vuelto un hombre lleno de odio!

—¡Santo Dios! — Cole rió ácidamente. — Veo que tú y Roberta sois muy semejantes. ¡Lleno de odio! Sus mismas palabras en muchas ocasiones. Pero has superado a tu prima. Ella prometió lo que no podía dar. ¡Tú me niegas lo que puedes darme!

Los ojos de Alaina relampaguearon peligrosamente.

—¡Te advertí que no hicieras comparaciones entre nosotras, barriga azul!

—¡Ah, sí, ahora te finges inocente! — Cole siguió arriesgándose. — ¡Te marchaste… ella vino! ¡Burlémonos de ese yanqui! ¡Engañemos al barriga azul! ¡Destrocémoslo! ¿Cuánto te pagó la perra de tu prima para que te dejaras desflorar por mí?

El ruido que hizo la mano de Alaina al golpear la mejilla de Cole resonó en la habitación. El la tomó de la muñeca y en el instante siguiente Alaina se sintió cruelmente estrechada contra ese pecho desnudo. Cole ahogó las protestas de ella con un beso brutal. El deseo reprimido lo atravesó con violencia y la levantó del suelo hasta que esos suaves muslos quedaron apretados contra la viril dureza de su entrepierna. Alaina sintióse transida de deseo. Quedó sin respiración y su mente no pudo formar un pensamiento cuerdo. Entonces, bruscamente, Cole la soltó y ella se tambaleó hacia atrás, sin aliento.

—Tenlo bien presente — dijo él con voz ronca, arrancándola del trance—. He conocido muy bien las locuras del matrimonio, pero ya basta. Eres mía y te tomaré cuando quiera y donde quiera…

—Tú aceptaste… — murmuró ella débilmente.

—¡Cuando quiera y donde quiera! — insistió Cole. Levantó su bastón del suelo, salió cojeando de la habitación y cerró la puerta tras de sí.

Como una sonámbula, aturdida, atontada, Alaina se movió por la habitación y redujo la llama de las lámparas hasta que profundas sombras llenaron el cuarto. Después se metió en la cama y se enroscó como una apretada pelota, abrazando sus rodillas. La presión torturante de su excitación siguió ardiendo en su interior. Era de madrugada cuando por fin logró dormirse.