CAPÍTULO 24

Si el verano fue de derrota el invierno resultó de desastre. Lee fue sitiado en Richmond, Atlanta cayó y Sherman avanzó hacia el mar cortando por la mitad a la Confederación oriental y dejando una huella de destrucción de sesenta millas de ancho. Cuando en primavera el sur despertó, las últimas esperanzas de la Confederación se desvanecieron. Lee huyó de Richmond y la ciudad quedó desnuda bajo el talón de Grant, y finalmente, el nueve de abril, obligado a retirarse más allá del Appomattox, Lee no pudo encontrar más causa para apoyar y rindió su hambriento y miserable ejército. Cinco días después ocurrió un gran desastre. ¡Lincoln fue asesinado! El Sur se derrumbó y Johnson, Taylor y Smith se rindieron a su vez. El fugitivo Jeff Davis fue capturado el diez de mayo y el congreso norteño, sediento de venganza, castigó al Sur con golpes salvajes. La derrotada Confederación fue destrozada por su arrogante desobediencia y una horda de rapaces aventureros descendieron como buitres para alimentarse de los cadáveres descarnados.

Louisiana era gobernada por un gobernador impuesto, básicamente honrado pero muy extravagante: una araña de diez mil dólares para la residencia oficial y escupideras de oro para todas las oficinas. Como puerto, Nueva Orleáns florecía con el regreso de la navegación proveniente del extranjero. Como ciudad, estaba destrozada. La mano de obra barata de los negros chocaba con los inmigrantes irlandeses, escoceses y alemanes, y las tropas federales fueron llamadas para reprimir los disturbios.

El hospital se convertía día a día en un establecimiento civil. Aunque seguía nominalmente bajo el control del ejército ahora había una sola sala para soldados y el doctor Brooks ganó en respeto y posición como administrador. Alaina todavía trabajaba como antes, con un ánimo exteriormente alegre, pero ni la compañía de la señora Hawthorne podía disminuir sus ataques de abyecta soledad. Rechazó la propuesta de matrimonio del teniente Appleby y desalentó a otros cortejantes en quienes no tenía ningún interés.

Una tarde serena fue llamada a la oficina del doctor Brooks. Al llegar allí encontró al anciano médico mirando la superficie de su escritorio y sosteniéndose la cabeza con ambas manos.

—Acabo de regresar de la casa de los Craighugh — le informó en voz queda—. Y una vez más tengo noticias tristes.

Alaina se puso rígida y sus pensamientos volaron. «¿Tío Angus? ¿Tía Leala? ¿Dulcie? ¿Quién?»

El anciano continuó con voz vacilante.

—Roberta ha fallecido. Parece que tuvo un aborto. Una fiebre la consumió y ella se debilitó y murió.

Aunque Alaina no sintió alegría la inundó un gran alivio que la dejó débil y agradecida. Se disculpó y se tomó libre el resto del día a fin de visitar a los Craighugh para ofrecerles sus servicios en cualquier forma que pudieran necesitarlos. Dulcie respondió a su llamada a la puerta y después de saludarla la miró con expresión de profunda preocupación.

—El doctor le dio a la señora Leala unos polvos y ahora ella está durmiendo. El amo Angus regresó a la tienda. Señorita Alaina — la mujer se retorció las manos en su delantal —, yo no sé qué hacer. El amo Angus está furioso porque usted trajo aquí a ese yanqui y dice que eso causó la muerte de la señorita Roberta. Los dos están muy enfadados, señorita Alaina, y creo que sería mejor que usted esperara un tiempo antes de venir a visitarlos.

Alaina asintió en silencio y regresó a su calesín. Triste, pensativa, se encaminó a la casa de la señora Hawthorne. Quizá, después de todo, hubiera sido mejor para todos que se hubiera quedado en Briar Hill y nunca se hubiese aventurado a venir.

Después de la muerte de su hija, Angus prolongaba sus horas en la tienda y trabajaba febrilmente hasta muy tarde. Aun así, solía detenerse en cada taberna por la que pasaba y muy a menudo arribaba a su casa en un estado tal que no podía subir la escalera sin ayuda. Por eso no fue una sorpresa que llegara una carta de Leala rogándole a Alaina que regresara a vivir con ellos. Pasaron varias semanas mientras la joven consideraba qué decisión tomar. No sentía muchos deseos de acceder, porque la mansión de los Craighugh le traía demasiados recuerdos, malos en su mayoría. Aunque comprendía y compadecía la soledad de su tía, no fue hasta que la mujer la visitó en el hospital y le imploró llorando que Alaina cedió y aceptó ir a vivir con ellos.

Casi de inmediato fue evidente que Leala esperaba que Alaina fuera su hija, de hecho como en la fantasía. Constantemente insistía en que la joven saliera a comprarse ropas y otros adornos a fin de que estuviese vestida como correspondía a una Craighugh. Leala llegó hasta sugerir que Alaina estaría más cómoda en la antigua habitación de Roberta y pareció ofendida por la negativa de la joven. De tanto en tanto, como por equivocación, llamaba Roberta a su sobrina y Alaina comprendió que debía terminar con este sueño antes que se convirtiera en una pesadilla, y se enfrentó firmemente con Leala.

—Tía Leala, vivo aquí porque eso parece complacerte. Pero yo no soy Roberta. Yo no puedo remplazarla y no seré Roberta.

Súbitamente confundida y nerviosa, Leala se retorció las manos y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Lo siento, criatura. Yo no tuve esa intención. Es sólo que resulta tan fácil olvidar…

—Lo sé — suspiró Alaina—. Yo te quiero mucho y comprendo. Pero recuerda que yo soy otra persona. Una huésped, por un tiempo. y nada más.

Después de eso, Leala pareció animarse un poco más cada día y empezó a salir de su depresión. Tío Angus, por su parte, no pasó bien este período de prueba. Evitaba la casa todo lo posible y la sola vista de su sobrina lo irritaba. Con la navegación en auge, su negocio florecía y él se entregaba enteramente a un esfuerzo interminable por ganar un dólar más.

Con la reaparición de Alaina en la casa de los Craighugh otra amenaza se cernió sobre la joven, amenaza que ella advirtió una mañana de julio cuando doblaba con el calesín desde la avenida donde estaba la casa de su tío. Al ver un gran landó que bloqueaba la mayor parte del camino, redujo la velocidad del calesín para dar un rodeo y ahogó una exclamación de sorpresa al ver que Jacques DuBonné se apeaba del carruaje. Con una sonrisa arrogante, el hombre se acercó y apoyó una bota en el estribo del calesín. Estaba vestido con ropas costosas, pero que indicaban un gusto más refinado que el de tiempos anteriores. En realidad, estaba ataviado más como un caballero pudiente que como un pícaro de suerte.

—Buenos días, señora. — Levantó decorosamente su sombrero. — Me alegro de que volvamos a encontrarnos. Casi había renunciado a la esperanza de volver a verla, aunque mis hombres han estado recorriendo estas calles en busca de la viuda. ¿Debo suponer que usted ya no está de luto?

—Señor DuBonné, no creo que usted deba suponer nada que me concierna. Usted no me gusta y no deseo cambiar de ningún modo esa situación. Ahora, si me lo permite, seguiré mi camino. — Levantó las riendas para azuzar al caballo pero Jacques le tomó la mano para impedirlo. Alaina miró los dedos cortos y romos con evidente disgusto y levantó lentamente la vista hasta encontrarse con esos ojos negros y brillantes que la miraban fijamente. — ¿Acaso hay otra cosa que desee discutir conmigo, señor?

El pasó los dedos por la frágil muñeca de ella, sin dejar un solo instante de mirarla a los ojos.

—He sabido que su benefactor ha dejado la ciudad.

Alaina arqueó lentamente una ceja.

—¿Y quién es ese benefactor, señor?

Jacques sonrió lentamente.

—Hablo del doctor Latimer. — Sus dedos subieron más y tocaron el antebrazo. — Y ahora usted no tiene quién la cuide, de modo que pensé que quizá podría ofrecerle mi protección.

—Muy amable de su parte, señor. — Alaina sonrió levemente. — Pero no veo necesidad de sus servicios. — La última palabra fue dicha en abierto tono de burla.

Jacques echó la cabeza atrás y rió divertido.

—Oh, pero señorita, usted no comprende. A menos que me permita brindarle mi protección, no encontrará paz ni de día ni de noche.

—¿Me está amenazando, señor?

El se encogió de hombros y extendió las manos.

—No querría asustarla, señorita. Estoy dispuesto a aventar sus temores…

El apoyó una mano en la rodilla de ella.

—Me gustaría que fuésemos amigos íntimos, señorita.

Alaina respondió al desafío con fuego en sus ojos.

—Quíteme su mano de encima.

El sonido de las carcajadas del hombre llenó el aire. Jacques subió su mano hasta el muslo de Alaina, pero en el instante siguiente se encontró mirando fijamente la boca de la pequeña pistola que ella sacó de su bolso de mano. Cautamente, retiró la mano de la pierna de ella y retrocedió con prudencia. Alaina agitó las riendas y las ruedas del calesín casi dejaron su marca en las botas de DuBonné, quien quedó en medio de la calle mirando alejarse su ansiada presa.

El enorme negro salió, detrás del landó, subió al pescante y llevó su carruaje junto a su amo.

—¿Esa es la muchacha muchacho del hospital, amo?

El francés se volvió y miró al negro.

—¿Qué quieres decir?

El negro se encogió de hombros.

—Se parecía a la muchacha muchacho del hospital.

—¿Te refieres al que me arrojó el cubo de agua sucia?

—Sí, señor…, esa muchacha muchacho del hospital. — Se palmeó el pecho. — Ese muchacho era una muchacha. Yo la levanté en el hospital y sentí que tenía pecho de mujer.

Jacques comprendió.

—¿El mismo muchacho que también nos apuntó con un arma en la casa de la señora Hawthorne?

El negro asintió con energía.

—¡Entiendo! — Sumido en sus pensamientos, Jacques subió al landó y le indicó al negro que se pusiera en camino. ¿Por qué una joven se haría pasar por muchacho?, se preguntó. A menos, por supuesto, que hubiera algo que deseara ocultar. Pero ¿qué sería? ¿Y cómo podría averiguarlo?

Angus se levantó de su sillón cuando se abrió la puerta de la tienda y entró un hombre ricamente vestido, seguido de un negro enorme que se parecía a Saul en tamaño y altura.

—¿En qué puedo servirlo, señor? — preguntó.

Jacques DuBonné sonrió y acarició una pieza de seda que estaba sobre una mesa.

—Muy buen gusto, señor.

—¿Está interesado en telas, señor? Acabo de recibir una partida de raras y finas sedas de Oriente.

—Ah, pero esto debe de ser una coincidencia.

—¿Una coincidencia? ¿En qué sentido, señor?

—Me he enterado de que un barco de Oriente fue apresado en el Golfo, aliviado de su carga y hundido con todo lo demás.

—¿Qué tiene eso que ver con esta seda, señor?

—La carga consistía precisamente en sedas y marfiles, de las más finas alfombras… como las que tiene aquí, señor. — Jacques agitó la mano hacia una alfombra que se exhibía en la pared.

—Le aseguro, señor — Angus enrojeció ante la insinuación —, que he pagado buen dinero por estas mercaderías, y si fueron pirateadas no fue por culpa mía.

Jacques rió con despreocupación.

—En estos tiempos de aventureros y de precios altos, ¿no es extraño conseguir buenas oportunidades? Un hombre, a menos que sea completamente escrupuloso, no rechazaría su buena suerte al encontrar una oportunidad así.

—¿Qué está usted sugiriendo, señor? — preguntó Angus con indignación.

—Estoy diciendo que usted pudo notar alguna trapacería, pero decidió pasarla por alto con la esperanza de poder aumentar su fortuna.

—¡Eso es un insulto! — protestó Angus con energía. El era un hombre quizá un poco frugal, pero no un ladrón—. ¿Qué interés tiene usted en este asunto? ¿Era suyo el barco pirateado?

—Digamos, señor, que Jacques DuBonné tiene la forma de enterarse de ciertas cosas, y que está interesado en todo lo que sucede en la ciudad. — Agitó los dedos en un gesto misterioso y miró a su alrededor. — Nunca se sabe cuándo puede ocurrir un desastre. Un incendio, quizás. O vándalos. — Se encogió de hombros. — Tengo muchos amigos, a algunos de los cuales puedo ofrecerles protección, pues me he convertido en un hombre muy importante en esta ciudad. Una palabra aquí o allá evitaría que las autoridades se metieran en cosas que no les conciernen. A veces un poco de información puede calmar mi sed de justicia.

—¿Me está chantajeando, señor? — preguntó Angus con recelo.

Jacques rió por lo bajo.

—Por cierto que no, señor. Nunca soñaría con ofender a un hombre de su integridad. Simplemente, siento cierta curiosidad sobre una joven que usted tiene viviendo en su casa. ¿Es parienta suya, señor?

Angus se puso ceñudo y su rostro enrojeció intensamente.

—No es parienta mía — replicó salvajemente—. Es solamente una huésped en mi casa… por un tiempo.

—He sabido que ella dejó su casa por un tiempo y que vivió en otro lugar. ¿Adónde fue?

—Como usted sabe tantas cosas, señor, sugiero que acuda a sus amigos para obtener esa información. Yo estoy muy ocupado para responder a sus preguntas.

—Si ese es su deseo, señor. Bonjour!

Al día siguiente Angus llegó furioso a casa porque dos oficiales yanquis habían entrado a su tienda y exigido ver ciertas piezas de tela. En los días que siguieron no tuvo un momento de tranquilidad. Se volvió habitual que un oficial entrara para mirar o comprar una caja de tabaco o alguna otra fruslería a horas desusadas.

También advirtieron los Craighugh que la casa estaba siendo vigilada. Habitualmente había un hombre a la vista cuando Alaina estaba en casa. Una vez más Saul se convirtió en guardián de la joven y la llevaba dondequiera que ella tuviese que ir mientras continuaba ayudando a Angus en la tienda.

Jacques hasta se atrevió a visitar a Alaina en el hospital y la encontró en un raro momento tranquilo en la sala de oficiales.

—No puede escapar de mí, señorita Hawthorne — dijo en tono de confianza cuando ella sintió su presencia y se volvió—. Ahora sé dónde trabaja y dónde vive. Sé muchas cosas de usted.

—¿De veras? — Alaina demostró muy poco interés y continuó limpiando.

—También sé que trabajó aquí haciéndose pasar por un muchacho… el mismo que me arrojó agua sucia.

Alaina evitó mirarlo.

—Una travesura… nada más.

—Me gustaría señalarle, señorita, que me he convertido en un hombre de posición y poder — dijo Jacques como si tratara de convencerla de su importancia—. He adquirido muchas cosas y dondequiera que vaya puedo pasar por un caballero. Hasta he adquirido un criado a una importante familia de la ciudad y él me ha enseñado mucho sobre los modales de un caballero. Yo podría acompañarla por esta ciudad en un estilo digno de la realeza.

Alaina lo miró y sonrió con serenidad.

—No es probable, señor, pues yo tendría que dar mi consentimiento para ello. Usted no parece comprender que estoy muy satisfecha con la vida que llevo sin usted. Ahora, buenos días, señor.

—Aún no, señorita. — Rió y se acercó con arrogancia. Levantó una mano, la tomó del mentón y la sujetó firmemente cuando ella trató de volverse. — Puedo llevarla aquí y ahora, señorita, si me da la gana. Usted no podría detenerme. Pero le ofrezco algo mejor. Que sea mi compañera… una anfitriona cuando yo reciba invitados… o a veces, cuando estemos los dos solos… Yo le daría ricos vestidos y usted causaría la envidia de todas las mujeres de la ciudad…

—¿Como querida suya? — Alaina rió ácidamente—. Señor, usted está soñando.

El la tomó de los brazos y la atrajo con fuerza.

—No vuelva a reírse de mí, señorita. Créame que se arrepentiría. Una cara como la suya no soportaría un puñetazo. Es demasiado frágil y hermosa.

—No seré la querida de nadie, señor — siseó ella y lo miró con ojos que echaban fuego.

—Tengo formas de convencerla — dijo él con una sonrisa.

Alaina se estremeció ante la brutalidad de la amenaza y trató de apartarse. Entonces, por encima del hombro de Jacques DuBonné, vio una silueta familiar que se detenía en la puerta. El doctor Brooks entró aclarándose la garganta y Jacques se volvió.

—Señorita Hawthorne, ¿está usted bien? — preguntó el doctor.

—Debería anunciar su presencia, viejo — dijo Jacques, furioso.

El doctor Brooks lo miró con expresión severa.

—Y usted, señor, no debería entrar a mi hospital para acosar y amenazar a jóvenes indefensas. Márchese antes que lo denuncie al sheriff, y no vuelva a dejarse ver por aquí.

—¿Se atreve a amenazar a Jacques DuBonné? — dijo el francés—. Lo cortaré en pedacitos para alimentar a los cocodrilos, señor.

—Y yo, señor, lanzaré detrás de usted a las buenas gentes de la ciudad si vuelvo a sorprenderlo poniendo sus sucias manos sobre esta joven.

Jacques se estremeció de furia, pero no vio más que la verdad en la furiosa mirada del anciano.

—Me iré, pero no por lo que usted dice. — Se volvió y miró con odio a Alaina. — Le aseguro, señorita, que no hemos terminado con esto. Alaina miró alejarse al francés, y después de un largo momento se volvió hacia el doctor Brooks.

—Me temo que el señor DuBonné está decidido a tenerme. —Trató de que su voz sonara despreocupada pero no lo logró. — Creo que representa para mí una amenaza demasiado grave. Saul me acompaña al trabajo y vuelve para llevarme a casa. Nunca salgo a menos que esté acompañada… por Jedediah o por Saul. Quién sabe lo que hará ese hombre, y si se trata de una cuestión de orgullo, no descansará hasta haberse salido con la suya.

Como si fuera el resultado de una serie de tácticas de hostigamiento, Angus debió negar con vehemencia haber tomado parte en el robo del dinero yanqui en el que se había visto complicada la renegada Alaina MacGaren. Varios billetes que él depositó en el banco fueron identificados por sus números de serie como parte de los robados, e inmediatamente un enjambre de oficiales yanquis llegó a la tienda para interrogarlo. Angus sólo pudo explicar que había aceptado el dinero inocentemente como pago por alguna mercadería vendida. Los yanquis no pudieron probar lo contrario y debieron renunciar a seguir con la acusación. Mucho después que se fueron, Angus se sentó ante su escritorio y miró sin parpadear el paquete de cartas que había recibido de Roberta antes de su muerte. Se abrió la puerta trasera y se asomó Saul para anunciar que iría a buscar a Alaina.

La puerta se cerró suavemente tras el enorme negro y pasó un largo momento hasta que Angus se decidió a abrir el paquete de cartas. Abrió el segundo sobre a contar desde arriba, sacó la carta y examinó los billetes de banco que contenía, parte de los mismos que había depositado inocentemente. Eran nuevos y crujientes, y en esta carta había por lo menos dos mil dólares en papel moneda. Las otras cartas contenían cantidades similares y la suma total se acercaba a los veinte mil dólares en flamante dinero yanqui. Dónde los había obtenido su hija él lo ignoraba… sólo sabía que ella le había pedido que los guardara hasta que regresara otra vez a su hogar.

Angus escondió apresuradamente el dinero cuando llamaron a la puerta trasera. Poco después entraron el doctor Brooks y Tally Hawthorne. Angus se puso de pie para recibirlos y acercó una silla para la mujer.

—Hemos venido a hablar con usted sobre Alaina — dijo directa mente Tally.

Angus se puso ceñudo.

—No sé por qué vienen aquí. La muchacha no es asunto mío.

—Es su sobrina — le recordó secamente la mujer.

—Últimamente he estado tratando de olvidar ese hecho.

—¡Angus! ¡Cómo puede decir eso! ¡Ella es una muchacha tan dulce, tan buena! — lo regañó Tally.

—No tan buena como mi Roberta — comentó Angus cáusticamente—. Me ha traído problemas desde que la recibí en mi casa y su presencia me atormenta continuamente.

—¿Usted sabe algo sobre Jacques DuBonné y sus amenazas contra ella? — preguntó con impaciencia el doctor Brooks.

—¡Sus amenazas contra ella! Dios mío, son sus amenazas contra mí lo que me tienen preocupado. Temo que cualquier día le ponga fuego a mi tienda o a mi casa, o que caiga cualquier otro desastre sobre mi familia. ¿Por qué debería afligirme por ella cuando tengo mis propios problemas con el señor DuBonné?

—He tomado la iniciativa y le he escrito a Cole sobre este asunto — le informó Tally en tono imperioso.

—¿Cole? ¿Ese hijo de…?

—¡Angus! — exclamó Tally—. ¡Controle su lengua!

—¡Ese yanqui mató a mi hija! — ladró Angus.

—¡No sea ridículo! No fue culpa de Cole — declaró Tally.

—¡Ella dejó encinta! — gritó Angus.

—Angus, sugiero que escuche lo que Tally está tratando de decirle — intervino el doctor Brooks—. Cole ha enviado una respuesta a su carta y podría ser una respuesta a sus dificultades.

—Cualquier cosa que ese yanqui ofrezca, no me interesa — dijo Angus con vehemencia.

—Ha pedido a Alaina en matrimonio — declaró serenamente Tally.

—¿Qué? — los ojos de Angus casi saltaron de sus órbitas.

Ella asintió imperturbable.

—Cole admite que hay que sacar a Alaina de Nueva Orleáns y ha ofrecido esa solución.

—¡Jamás! ¡Jamás! — exclamó Angus y agitó los puños — ¡Preferiría verlo pudriéndose en el infierno!

—Estoy segura de que usted estaría allí para recibirlo si él llegara a tener esa desgracia — replicó Tally con serenidad.

—Usted viene aquí a juzgarme, Tally Hawthorne, cuando se las ha arreglado muy bien jugando para ambos bandos, yanquis y rebeldes.

Ella sonrió casi con amabilidad.

—Angus, nadie pareció preocuparse por saber cuáles eran mis opiniones, ni sus altaneros y poderosos amigos confederados ni los yanquis, de modo que yo me las guardé para mí inseguras como eran. Y con la excepción del señor DuBonné, nadie me ha molestado. He venido no a juzgar sino a pedirle que consienta a este casamiento como único pariente de Alaina. Ella sólo sufrirá daños en esta ciudad, pues DuBonné tiene intención de hacerla su querida. Usted no debe dejar que suceda eso… si es que tiene algo de misericordia.

—¡Déjenme en paz! — gritó Angus—. ¡No quiero oír nada más de esto! ¡Váyanse los dos!

—Muy bien, Angus — suspiró Tally y se puso de pie—. Pero permítame que le advierta que si no cediera pronto, podría tener que lamentarlo por el resto de su vida.

—¿Alaina sabe algo de esta propuesta? — preguntó Angus.

—Quisimos hablar primero con usted — explicó el doctor Brooks.

—¡No le dirán nada a ella! — insistió Angus.

—Le daré tiempo para pensarlo — lo amenazó Tally—. Después, ¿quién sabe?

Se marcharon y dejaron a Angus solo en las crecientes sombras de su tienda. El hombre empezó a caminar de un lado a otro, odiando la idea de satisfacer cualquier parte de los deseos de Cole. Pero sabía que Jacques DuBonné estaba esperando cerrar la trampa de la cual no habría escapatoria. Y si el hombre se enteraba de que su sobrina era nada menos que Alaina MacGaren, sin duda las dificultades serían terribles. Angus estaba muy perturbado. ¿Qué podía hacer cuando lo que quería era vengarse de alguna forma de! hombre que le había quitado la hija y cuando, al mismo tiempo, se pondría a sí mismo en peligro si no consentía a este casamiento?

Pensó en las sospechas que Leala había despertado en su mente, pero las descartó por considerarlas falsedades. Roberta no hubiera podido jugarle tan sucio a nadie. Empero, si Cole y Alaina se sentían mutuamente atraídos y si él consentía en el casamiento, el yanqui quedaría muy contento con su nueva esposa… a menos que algo los separara.

Angus detuvo su nervioso caminar, se miró las puntas de sus zapatos y pensó en las opciones que tenía delante. ¿Qué haría? ¿Qué haría?

El calor de agosto descendía sobre la ciudad con furia inmisericorde y sólo con la temperatura más fresca de la noche era posible encontrar un poco de comodidad. Sentada sola en el porche de los Craighugh, Alaina contemplaba el cielo estrellado con melancolía. Hacía rato que habían cenado y Angus, para variar, había regresado a una hora razonable y más sobrio que de costumbre. Ahora hacía por lo menos una semana que Jacques no se acercaba a la tienda, pero esa ausencia tenía todo el aspecto de una calma previa a la tormenta.

La puerta principal crujió al abrirse y Alaina se volvió y vio que su tío salía al porche. El hombre se acercó donde estaba ella, se aclaró la garganta y se sentó. Era evidente que tenía algo que decir, pero pasó un largo momento hasta que se decidió a hablar.

—He escrito a Cole rogándole que nos ayude en esta situación difícil con Jacques en la que nos has metido. — Angus se aclaró nuevamente la garganta. — Cole se ha ofrecido a permitir que tú vayas al norte y permanezcas en su casa por un tiempo hasta que haya pasado este problema. Yo, por supuesto, le recordé que tu reputación podría quedar seriamente comprometida y sugerí el casamiento como solución. El ha aceptado en principio, siempre que… ejem..

Alaina esperaba inmóvil y no se sentía particularmente halagada por el relato de su tío de estas gestiones con Cole. Se sintió todavía menos halagada cuando él continuó.

—Cole aceptaría sobre la base de que el casamiento fuera considerado sólo un asunto temporario, un casamiento solamente de nombre, un arreglo de conveniencia que pueda ser anulado no bien tus problemas queden resueltos.

—¡Entiendo! — replicó Alaina cáusticamente, sintiéndose más herida y degradada de lo que quería admitir.

Angus se apresuró a continuar antes que ella pudiese expresar su indignación.

—No veo otra opción ante ti, Alaina, o ante mí. Jacques DuBonné se está volviendo una seria amenaza para nosotros. Si se enterara de que tú eres Alaina MacGaren no habría más esperanzas para ti. Pero como esposa de un oficial yanqui retirado, y héroe además, estarías relativamente segura. Con Cole brindándote su protección podrías abandonar la ciudad sin despertar sospechas y Jacques no osaría interferirse.

—Gracias por tu preocupación, tío Angus, pero preferiría no incomodar al mayor Latimer. Puedo abandonar la ciudad sin su protección.

—No puedes abandonar esta casa sin que uno de los hombres de Jacques te siga. Ese individuo no dejará que escapes de él. Conoce tus disfraces y sin duda les ha advertido a sus hombres para que estén alerta. Mientras estés viviendo con nosotros, probablemente espera persuadirnos en una forma más pacífica para que te entreguemos a él…

—¡Pacífica ! — dijo Alaina—. ¿Así la llamas tú?

—Jacques se ha jactado de una gran brutalidad. Si quisiera, en cualquier momento vendría con sus hombres y se apoderaría de ti. Pero ahora está tanteando el terreno, buscando algún modo de asustarnos y someternos.

—No seré una carga para ningún hombre y no aceptaré la caridad del mayor Latimer — replicó la joven.

—Si no piensas en ti misma, considera entonces lo que sufriría tu tía si ese hombre se apoderase de ti — arguyó Angus.

—¡Me iré si lo deseas! ¡No necesito quedarme aquí!

—¿Y adónde irías? ¿A casa de la señora Hawthorne, quizás? ¿A casa del doctor Brooks? ¿Los pondrías en peligro a ellos también?

Llena de frustración, Alaina se puso de pie pero Angus levantó una mano para contener la catarata de palabras tempestuosas.

—Piénsalo. Por lo menos nos debes eso.

Alaina dio media vuelta y corrió al interior de la casa llena de dolor y frustración por haber sido rechazada por el hombre que la atormentaba en sueños. En el silencio que siguió a la partida de ella, Angus miró la noche estrellada. Ahora que había adoptado un curso de acción, no sería fácilmente desviado de su propósito. y por más que odiaba tener que hacerlo, buscaría la ayuda de Tally y el doctor Brooks para convencer a Alaina de que el casamiento con Cole era la única vía hacia la libertad que había para ella. Cuando su sobrina llegara a Minnesota, se juró a sí mismo Angus, estaría tan llena de rencor hacia Cole Latimer que no habría salvación para ninguno de los dos.

A la tarde del día siguiente avisaron a Alaina que el doctor Brooks la necesitaba en su oficina. Cada vez que había recibido esas llamadas en ocasiones anteriores fue para darle malas noticias y ahora se preguntó cuál sería el cataclismo que la aguardaba. Cuando entró en la pequeña oficina, el doctor se levantó de su escritorio y fue a cerrar la puerta. Fue entonces que ella vio a la señora Hawthorne, quien estaba sentada en el rincón detrás de la puerta. La anciana parecía una reina con su sombrero con velo ajustado debajo del mentón. Apoyaba ambas manos en el mango de su sombrilla cuya punta descansaba en el suelo. La mujer sonrió dulcemente y saludó con un leve movimiento de cabeza, y Alaina se volvió intrigada hacia el doctor Brooks, quien se sentó detrás del escritorio.

—¿He hecho algo malo? — preguntó vacilando, incapaz de seguir soportando el silencio.

La señora Hawthorne bajó brevemente la mirada y jugó con el mango de su sombrilla.

—No malo, en realidad, sino estúpido, Alaina. Alaina se sentó en una silla completamente atónita.

—No sé qué es lo que ustedes desaprueban — murmuró suavemente.

La señora Hawthorne miró al doctor Brooks y él le indicó que prosiguiese con un leve movimiento de cabeza.

—El doctor y yo — empezó la mujer en un tono ligeramente cortante — hemos hecho considerables esfuerzos para arreglar una forma de que tú puedas salir de Louisiana. Por lo menos hasta que las cosas se enfríen un poco. Casi tuvimos que retorcerle el brazo a Angus para obtener su consentimiento y cooperación. Ahora vemos que tú rechazas completamente toda la idea.

Alaina la miró sorprendida.

—Quiere decir que usted y el doctor Brooks… pero tío Angus dijo que él…

Se sentía más confundida que nunca.

—¡Bah! — exclamó la señora Hawthorne—. Pese a que es un hombre testarudo, Angus Craighugh es un tonto cuando se trata de cuestiones de delicadeza.

El doctor Brooks rió por lo bajo del contundente juicio de la señora Hawthorne.

—Vamos, Tally — la regañó amablemente—. Sé justa. — Adoptó un tono ligeramente admonitorio y se dirigió a Alaina—. Angus nos informó del hecho de que él le escribió varias cartas a Cole… y de cuáles fueron las sugerencias de Cole. Me parece, Alaina, que tu negativa es un gesto emocional y aunque lo consideramos comprensible, hemos venido aquí para implorarte que reconsideres.

—¡No fue así! — desmintió Alaina, sintiéndose un poco insultada por el juicio que sobre ella se formaba el doctor—. Yo no estaba enfadada. Escuché todas las razones de tío Angus y simplemente no estuve de acuerdo en que debía cruzar medio país para dejar que las cosas se tranquilizaran.

El doctor Brooks se inclinó hacia adelante y empezó a golpear el secante con un escalpelo que había sobre el escritorio.

—Me pregunto, Alaina, si has considerado realmente la seriedad de tu situación. Jacques ha ganado suficiente estatura en la ciudad como para ser peligroso y sabemos que es un hombre empecinado. No te dejará en paz. Se tomará su tiempo hasta que el momento esté maduro y entonces, querida, te verás en grandes apuros. Angus presentó sus argumentos, pero dudo de que haya llegado tan lejos. Angus puede soportar las acusaciones que Jacques hace contra él porque es un hombre honrado en los negocios y sin duda puede probarlo. Pero si tú fueras descubierta, tanto Angus como Leala serían juzgados con severidad por amparar a una persona que tanto el Norte como el Sur consideran una criminal despreciable y podrían ser despojados de todo lo que tienen y encerrados en una prisión.

"En realidad, si toda la historia llegara a saberse, hasta Tally y yo podríamos ir a la cárcel. Si Alaina MacGaren desapareciera por un tiempo, ¿qué pruebas habría de que ella estuvo residiendo entre nosotros ? Si te marcharas, habría tiempo de investigar y de corregir las falsas acusaciones lanzadas contra ti. Es sumamente necesario y urgente que te marches, pero ¿dónde? ¿De regreso a tu hogar? ¿A esconderte en el pantano y esperar que los Gillett o cualesquiera igualmente malvados no te encuentren ? Si pudiésemos enviarte a alguna ciudad alejada, ¿cómo viajarías y cómo vivirías? Por cierto, no puedes darte a conocer como Alaina MacGaren. Todos los capitanes de barcos, todos los policías sentirían sospechas de una joven que viajara sola. Pero si viajaras como la esposa de un médico respetado, de un héroe herido, ¿quién sospecharía? Dudo de que considerarían sospechosa a la señora Latimer y tú residirías en una remota comunidad de frontera, libre de Jacques, libre de autoridades desconfiadas, libre para relajarte y disfrutar de un poco de paz y de una vida amable.

El doctor Brooks hizo una pausa y Alaina buscó esforzadamente una negativa lógica. La señora Hawthorne tomó la palabra.

—Todos te amamos, Alaina — empezó la mujer—. Y no querríamos verte sufrir de ninguna forma. Pero debes entender que eres una carga para todos nosotros, una carga que soportaríamos con alegría, pero que no querríamos perder por una equivocación. Si estás lejos y a salvo, nosotros podremos defendernos en caso de que llegara a presentarse la necesidad, y también podríamos defenderte a ti mucho mejor. El mayor Latimer nos ha asegurado por carta que comprende toda la situación, pero también dice — la señora Hawthorne insinuó una sonrisa — que duda de que tú tengas la sabiduría de aceptar. Creo que él dijo — la mujer buscó en su bolso de mano y sacó una carta que leyó rápidamente—. Ah, sí, aquí está. «Ella suele comportarse como una tonta y tiene tendencia a buscarse dificultades, superando toda consideración de sentido común. Hago la sugerencia de todo corazón y les deseo suerte en sus intentos de persuadirla, aunque dudo que lo logren. Aguardo ansiosamente la respuesta."

La señora Hawthome dobló la carta y la guardó. Alaina enrojeció y se miró las manos. El doctor Brooks y la señora Hawthome intercambiaron una mirada fugaz y observaron a la joven, esperando la respuesta.

La mente de Alaina estaba en total confusión. «Superando toda consideración de sentido común. ¡Ese idiota barriga azul!» Se puso rígida. «¡Bueno, yo no lo quiero como marido!»

Pero los argumentos siguieron dando vueltas en su mente hasta que lentamente cedieron sus defensas. ¡Carga! ¡Amenaza! ¡Peligro! ¡Estúpido! ¡Tonta! Se irguió, y en voz muy queda, dijo:

—Está bien. Iré. Me casaré con él… me quedaré allá hasta que yo no sea un peligro para nadie… pero sólo hasta entonces.

Los dos mayores sonrieron aliviados. Habían dado el primer paso en su plan. Pero pronto la muchacha estaría fuera de su control y ellos tendrían que depender de una guía más grande para conseguir sus objetivos.