CAPÍTULO 37

Xanthia Morgan descendió de su modesto carruaje con la ayuda del cochero y se detuvo en la escalinata de la casa de Latimer para elevar los ojos hacia el cielo gris, oscuro, que parecía tocar la parte más alta del tejado. Tendría que terminar rápidamente el asunto que la traía hasta aquí si quería estar de regreso en Saint Cloud antes que se desatara la tormenta.

El mayordomo la hizo pasar al salón donde se sentó en el sofá para aguardar la entrada de Alaina. Esa mañana, más temprano, había visto a Cole pasar frente a la tienda en el calesín y entonces decidió aprovechar la oportunidad para conocer a la joven esposa. Por lo menos tenía la ventaja de la sorpresa. La joven no estaría preparada. Xanthia se quitó los guantes y miró a su alrededor con ojo crítico.

Los gustos de Roberta siempre habían tendido hacia lo llamativo y esta habitación recargada, excesivamente decorada, armonizaba con la personalidad dominante de la mujer. Por supuesto, no había habido tiempo para que la nueva dueña de casa cambiara las cosas, pero Xanthia sentía curiosidad por saber si Alaina era del mismo tipo. Los rumores decían que apenas era más grande que una niña y según una charla descuidada de Rebel Cummings, apenas era una ratita. Aunque los hombres podían ser imprevisibles en sus gustos, tampoco se podía confiar en las opiniones de Rebel.

Sonaron rápidas pisadas en el vestíbulo y una voz sin aliento se dirigió al mayordomo.

—Oh, Miles, dígale a Annie que prepare té.

Las campanadas del reloj arrancaron una exclamación a la invisible mujer.

—¡Las dos! ¡Medio día perdido! ¿Por qué no me despertaron más temprano?

Xanthia no pensó que la causa de que la joven se hubiese levantado tarde era una noche y una mañana dedicadas a hacer el amor. Sólo pudo pensar que la nueva dueña de casa era tan holgazana como 1a anterior.

—El doctor Latimer dejó explícitas instrucciones de que no se 1a molestara esta mañana, señora — informó quedamente Miles a s señora—. Y dijo que le informara que él tenía negocios que atender e Saint Cloud y que regresaría lo antes posible.

Los ojos de Xanthia estaban fijos en la puerta cuando por fin Alaina apareció, con las mejillas ligeramente encendidas por la prisa, lo cual hacía que los ojos grises parecieran aun más claros y luminosos. La visión de la joven paralizó momentáneamente las defensas de la mujer, porque Alaina era exactamente como Xanthia más había temido. No era la jovencita carente de gracia que había mencionado Rebel sino una joven exuberante, llena de una alegría de vivir que resultaba fascinante. Aunque Xanthia había esperado que estuviera mucho más ricamente ataviada, el vestido de muselina color ciruela, con su cuello alto, mangas largas y corpiño ceñido era tentador y agradable. Con esa primera mirada a Alaina Latimer, Xanthia Morgan entendió el enamoramiento de Cole y ello la asustó más de lo que había imaginado.

—Siento mucho haberla hecho esperar, señorita… — Alaina sonrió y quedó esperando.

—Señora, en realidad. — Era mejor poner las cosas en claro desde el principio. — Señora Xanthia Morgan. — Depositó su bolso de mano y el paquete que traía en el sofá, a su lado, por el momento. — Hay circulando tantos rumores en el pueblo, Alaina, que sentí la necesidad de venir y conocerla personalmente.

Al notar la atenta inspección de la mujer, Alaina preguntó quedamente:

—¿Y me encuentra digna de aprobación, señora Morgan? Xanthia asintió con la cabeza.

—Realmente, usted es muy hermosa.

—¿Puedo devolverle el cumplido, señora Morgan?

Xanthia no estaba muy segura de cómo proceder.

—Supongo que yo le inspiro cierta curiosidad.

Alaina asintió.

—¿Usted es amiga de mi marido?

La mente de Xanthia luchaba como una criatura atrapada en un lecho de arenas movedizas. La pregunta privó de fuerza a su planeado ataque y su respuesta sonó casi tímida.

—Poseo una tienda en Saint Cloud. Cole la compró para mí.

Xanthia hizo una pausa cuando el mayordomo trajo el servicio de té, y si esperaba ver un asomo de emoción en el rostro de la joven, quedó decepcionada.

—Mi marido es un hombre con muchas ocupaciones, de algunas de las cuales todavía tengo que enterarme, señora Morgan — repuso suavemente Alaina—. Debe perdonarme por ignorar todo sobre su establecimiento particular. El habla muy poco de sus negocios.

Xanthia aguardó hasta que Miles se marchó de mala gana. Rechazó el azúcar y la crema y aceptó la taza de té que le ofreció Alaina.

—Hace cierto tiempo que estoy relacionada con Cole. Siete años por lo menos.

Alaina bajó la vista y probó su té. De pronto deseó tener puesto uno de los vestidos que Cole le había comprado y haber prestado más atención a su cabello en vez de cepillárselo apresuradamente dejándolo caer en una masa de rizos sobre los hombros. El pelo rojizo de la otra estaba exquisitamente arreglado y su vestido de seda marrón, con sombrero y manguito de martas era costoso y elegante.

—Señora Morgan… — empezó en tono de pregunta.

—Xanthia, por favor. No me llaman señora Morgan desde que me alejé de la tumba de mi difunto esposo. Y le aseguro que de él me quedan pocos recuerdos agradables.

Alaina enarcó las cejas, pero su buena educación le impidió interrogar a una conocida tan reciente.

—Oh, no es ningún secreto — continuó Xanthia, encogiéndose de hombros, con una voz suave, ronca—. En el pueblo todos están enterados de cómo fue mi matrimonio con Patrick Morgan. El era un borracho, un jugador, un hombre indeseable. — Pasó una larga uña por el asa de la taza. — Yo era de buena familia y nunca había conocido a alguien como Patrick Morgan. Me enamoré perdidamente de él, me casé contra los deseos de mis padres y lo seguí hasta aquí. — Soltó un largo suspiro y recordó mentalmente las veces que Patrick la había golpeado. — Quedé encinta en los primeros meses de casada, pero mi esposo no quiso saber nada de esa responsabilidad. — Esperó hasta que pudo controlar el ligero temblor de su voz. — Cuando mi estado empezó a hacerse visible, él se dedicó a perseguir a otras mujeres. Después de una noche particularmente agitada en el pueblo, se puso violento y como resultado yo perdí al niño. Me hubiera muerto si no hubiese sido porque una amiga me llevó a un joven, excelente médico. — Siguió una larga pausa, hasta que murmuró: — Así conocí a Cole. Algunas horas después sacaron a mi marido del río. Los testigos dijeron que él se lanzó al agua con su caballo para alcanzar el trasbordador que ya había partido hacia la otra orilla, pero él estaba demasiado ebrio y no pudo salvarse de la rápida corriente.

Alaina cruzó las manos sobre su regazo.

—¿Por qué me cuenta esto, señora Morgan?

Xanthia depositó su taza en el platillo y dejó que sus palabras cayeran como plomo sobre la joven.

—He conocido a Cole tan bien como puede conocerlo una mujer.

—¿De veras? — preguntó Alaina fingiendo sorpresa—. ¿Estuvo casada con él?

Con renuencia, Xanthia respondió por la negativa.

La pregunta de Alaina surgió tímidamente, vacilante.

—¿ Lo conoció antes de Roberta?

Xanthia se rehízo.

—Sí.

Sin mirar a la mujer a los ojos, Alaina se miró el dorso de la mano y jugueteó con la gran piedra de su anillo.

—¿El se casó con dos mujeres desde que la conoce a usted?

Xanthia no encontró respuesta a la pregunta. Por lo menos, ninguna que fuera de su agrado.

—Estoy enamorada de Cole.

Alaina luchó con el conflicto que rugía en su interior, y con una suave sonrisa volvió a tomar su taza de té. Después de un momento levantó los ojos hasta encontrar la mirada de la mujer.

—Entonces creo que no somos tan diferentes, señora Morgan, porque yo también lo amo.

—¿Cómo puede amarlo si apenas lo conoce? — preguntó Xanthia, desesperada.

Alaina se encogió de hombros con indolencia.

—Lo he conocido tan bien como usted, señora Morgan. Quizá no durante tanto tiempo, pero sin duda tan bien como usted.

Xanthia sintió que su corazón caía en la más profunda desesperación. Se reprochó no haberse mostrado más serena y deliberada en este asunto, pero estaba luchando por algo vital para su felicidad. Lentamente, abrió su bolso de mano y extrajo un fajo de billetes.

—Si se trata de una cuestión de dinero, yo le pagaré. Cualquiera que sea su… arreglo con Cole, yo le pagaré lo suficiente para que se marche lejos de aquí.

—Guárdese su dinero, señora Morgan — murmuró Alaina—. No pienso renunciar a mi marido a causa del capricho de otra mujer. He pasado por eso antes y lucharé con todas mis fuerzas y todo mi ser para que no vuelva a suceder.

Xanthia guardó el fajo de billetes. Esto iba a ser más difícil de lo que había pensado.

—Cole me contó que le salvó la vida. Obviamente, él se siente en deuda con usted.

—¿Por haberle salvado la vida? — Alaina bebió su té casi sin tomarle el gusto. — Yo diría que es por algo más personal e íntimo.

Xanthia reveló su exasperación.

—¿Sería capaz de retener a un hombre aprovechándose de que él se siente endeudado con usted?

Alaina enfrentó la trémula ira de la otra con una bien fingida seguridad.

—El es mi marido, ¿verdad?

Xanthia sintió que las mejillas le ardían con el aguijón de la derrota. Aspiró profundamente y pasó a su siguiente táctica.

—Usted es una joven inteligente, Alaina, y siento que posee mucho orgullo. La gente de aquí está resentida porque Cole desposó a una joven del Sur. No lo aceptarán, y no la aceptarán a usted.

—Entonces creo que he conocido a muchos nadies que estiman a Cole pese a sus casamientos — respondió suavemente Alaina—. Y parecen muy afectuosos, además.

Xanthia se puso de pie y tomó el paquete.

—¿Querría darle esto a Cole? Lo descubrí ayer, después que él se fue. — Desgarró el papel y exhibió una de las camisas de seda blanca de él. — La lavé y la planché como a él le gusta.

—Mi marido ha sido muy descuidado con su ropa. — Alaina logró soltar una alegre carcajada. — ¡Vaya, si una vez hasta perdió un uniforme completo… y eso que lo tenía puesto! Allí lo encontré yo, en calzoncillos, y tuve que meterlo en la casa de mi tío cuidando que no nos sorprendieran. Pero le advertiré que sea más cuidadoso. Una cosa como ésta puede comprometer su reputación, señora Morgan.

Con los labios blancos, Xanthia se puso los guantes y caminó hacia la puerta.

—¿Volveré a verla, señora Morgan? — preguntó cortésmente Alaina.

—Lo dudo — replicó Xanthia con voz apagada—. Adiós, Alaina.

El reloj dio las tres momentos después de la partida de Xanthia.

Poco después de que diera las cuatro, Mindy se acercó al salón pero decidió no molestar a Alaina porque ésta parecía sumida en profundos pensamientos. Alaina no se movió cuando las campanadas del reloj anunciaron la media hora y tampoco momentos más tarde cuando el calesín se detuvo frente a la casa. Ni cuando la voz de Cole llamó a Peter ni cuando éste se llevó el calesín al establo. Ni cuando Cole entró y le preguntó a Miles dónde estaba su esposa. Sólo cuando él entró cojeando en el salón ella se levantó de su silla. Dio un paso hacia él, le arrojó a la cara la camisa y apagó la sonrisa y el saludo que Cole se disponía a dirigirle.

—Su querida dejó esto para usted — dijo despectivamente, con voz cargada de ira. Otro paso más y su pequeño puño golpeó el vientre de Cole inmediatamente arriba del botón más bajo del chaleco. Tomado por sorpresa, Cole se quedó sin respiración. — ¡Pero esto te lo dejo, yanqui!

Pasó como un relámpago junto a él, arrebató un chal y pasó ante el atónito Miles. Abrió violentamente la puerta y salió corriendo al pórtico.

—¡Alaina! — Cole recuperó el habla cuando advirtió que ella abandonaba la casa. — ¡Alaina, regresa!

Ciegamente, ella bajó la escalinata y corrió tropezando por el camino privado. No bien dejó el edificio, un frío viento del norte, mezclado con llovizna helada, la golpeó con fuerza. Alaina contuvo el aliento y algo en el fondo de su mente le advirtió que estaba cometiendo una equivocación, que no estaba adecuadamente vestida para este tiempo. Pero la cólera se impuso a la razón y no le permitió retroceder. ¡A cualquier parte, menos retroceder !

Vio desaparecer la cabeza de Peter detrás del borde de la colina. Corrió tras él a toda la velocidad que le permitían sus pies. Empezó a sentir un dolor en el costado y bajó la cabeza y redujo la velocidad de la carrera. Más adelante, Peter tomó el camino hacia el establo y se perdió de vista. La pendiente de la colina se hizo más empinada y Alaina apuró el paso. A sus espaldas, la campana sonó con urgencia. ¡Una vez! ¡Dos veces! Desde adelante, oyó el silbido de Peter. La acometió una sensación de miedo. ¡No debía dejarse ver! Cole vendría tras ella de un momento a otro. Salió del camino y se escondió entre unos arbustos. Siguió avanzando agachada. Apareció el calesín y pasó frente a ella, con Peter agitando las riendas sobre las ancas del caballo. Alaina volvió entonces al camino y poco después vio una sombra entre los árboles. ¡EI cottage! Le ofrecía un lugar donde refugiarse del frío y quizá donde ocultarse. Probó a abrir la puerta. Estaba sin llave, de modo que entró. El vestíbulo estaba a oscuras. Al final de un corredor, se recortaba contra una ventana la balaustrada de una escalera. Reinaba un silencio sepulcral que sólo era perturbado por el gemido del viento y su propia respiración agitada. Abrió varias puertas pero en cada habitación encontró las formas fantasmales de los muebles cubiertos con fundas para protegerlos del polvo. Regresó al pasillo y con manos temblorosas abrió una puerta doble. A la débil luz invernal, la escena que encontró le dio la impresión de que la habitación había sido golpeada por una fuerza destructiva. Había sillas volcadas, papeles dispersos por todas partes, libros encuadernados en cuero sacados de sus estantes. En medio del caos, un enorme hogar de piedra ofrecía cierta comodidad. Alaina pensó que debía calentarse pronto o regresar ignominiosamente a la casa de la colina. Su orgullo prefirió lo primero.

Había leña, y con sus manos heladas Alaina buscó a tientas en la repisa fósforos o cualquier cosa con que encender el fuego. Sus dedos tocaron un objeto frío. Era una pequeña caja de metal. La abrió y encontró un yesquero.

Pronto llamas amarillas y anaranjadas lamieron con voracidad la leña seca que Alaina apiló en el hogar. La noche de invierno caía rápidamente sobre la tierra y sólo el resplandor del fuego disipaba las profundas sombras de la casa. Alaina encendió una lámpara y esperó que los árboles que rodeaban la casa impedirían que la luz fuera vista del exterior. Lentamente, su temblor fue pasando. Empezó a sentir curiosidad. Junto a una mesa había varios gabinetes con el frente de cristal, similares a los que había visto en el hospital. Uno contenía instrumentos de medicina mientras que otro estaba lleno de frascos y botellas, cajas y recipientes, todos prolijamente rotulados. En otro había vendas. La habitación tenía toda la apariencia del estudio de un médico, seguramente donde Cole y su padre habían trabajado.

Sobre la chimenea había el retrato de una mujer de inconfundible parecido con Cole. Sin duda, era su madre. Pero ¿y su madrastra? Alaina miró a su alrededor con curiosidad. No había ninguna indicación de otra mujer. Y en la casa de la colina no había retratos.

Pensativa, Alaina levantó una silla que puso delante del hogar y enderezó una mesilla. Se acercó al escritorio que había junto a la ventana y le llamó la atención una miniatura que estaba sobre el mismo, cuyo marco dorado había sido retorcido. La levantó, retiró los trozos de vidrio roto y la acercó a la luz.

La fotografía había sido recortada de tal manera que la figura principal era una mujer de vestido oscuro y delantal almidonado. Ahogó una exclamación de sorpresa cuando vio que era un retrato de ella misma. Un fotógrafo había ido al hospital durante los últimos días de la convalecencia de Cole y había tomado una fotografía de un pequeño grupo de heridos junto con ella. Aparentemente, Cole había logrado obtener una copia.

Una gruesa arruga cruzaba el centro de la fotografía, como si alguien hubiera retorcido repetidamente el marco con el propósito de cortarla por la mitad.

—¡Tontita ! — Las palabras resonaron en la habitación y Alaina soltó un pequeño grito de alarma. Después, casi cayó de rodillas, aliviada, cuando reconoció la alta silueta de su marido en el vano de la puerta.

—¡Santo Dios, Cole! — dijo débilmente—. ¿Siempre tienes que asustarme? ¿No podrías anunciar tu presencia de manera más suave ?

—¿Por qué huiste de mí en esa forma? — preguntó él con irritación—. No te importó dejarme preocupado por tu seguridad.

—Te lo dije antes. Sé cuidarme sola.

Cole arrojó su gorro de pieles sobre una silla.

—Este no es el invierno benigno del Sur, amor mío, y sería mejor que aprendieras a respetarlo. — Cruzó la habitación y Alaina notó lo acentuado de su cojera y la ausencia del bastón. — Los vientos helados de este clima pueden ser mortales, Alaina. Quien se aventure a salir ante la inminencia de una tormenta o de una nevada sin la menor protección, sólo puede ser tomado por tonto.

—¿Cómo me encontraste?

—Vi salir chispas de la chimenea cuando pasé en el calesín. Está cayendo una lluvia helada que cubre todo de hielo. Me disponía a regresar y llamar a los sirvientes para que te buscaran cuando miré casualmente hacia aquí.

—Estoy arrepentida, señor mío — repuso ella en tono sumiso como el de una esclava—. ¿Debo regresar a la casa o aguardar sus órdenes… aquí?

Cole ignoró la fingida humildad y ella no levantó la mirada para ver la sonrisa que apareció fugazmente en sus labios. Cole se puso serio cuando vio la fotografía y tendió una mano para tomarla.

—Un querido recuerdo de mi estancia en Nueva Orleáns — murmuró en tono distante—. Roberta dijo que la había arrojado al río, pero veo que también en esto mintió.

Dejó el marco sobre el escritorio, se acercó al hogar y puso más leños en el fuego.

—Esto era el estudio de mi padre. — Cruzó las manos en la espalda y miró pensativo las llamas. — Yo solía venir aquí en busca de un poco de paz, para pensar, para alejarme de… — se encogió de hombros de cualquier cosa que me molestara. — Se volvió y desabrochó su abrigo. — Roberta vino aquí a buscarme aproximadamente una semana antes de morir, pero yo había ido al pueblo. Encontró tu fotografía y se puso furiosa. — Señaló el desorden de la habitación. — Y tú conociste a Roberta lo suficientemente bien para saber que cuando regresé al día siguiente, todavía seguía furiosa. — Rió por lo bajo. — Miles se había tomado el día libre, Annie estaba escondida en el sótano, las doncellas se encontraban en sus habitaciones. La señora Garth era la única que se atrevía a dejarse ver. Roberta me acusó a mí… y a ti también, de confabularnos en contra de ella. — Sus labios se crisparon en una amarga sonrisa. — Quería saber dónde te tenía escondida.

Alaina estaba confundida.

—Pero ¿por qué conservaste la fotografía? El levantó lentamente los ojos hacia ella.

—¿No lo sabes, Alaina?

Alaina tenía demasiado fresco el recuerdo de Xanthia Morgan para poder razonar.

—¿Sabía Roberta de la existencia de la señora Morgan? — preguntó cáusticamente.

—No — repuso Cole con frialdad—. Y tú tampoco.

Ella se volvió y dijo con furia:

—Yo sé que tú estuviste allí ayer…antes que vinieras a mí tan tiernamente.

—Es verdad. — Cole movió los hombros como si le doliera algo en el pecho. — Fui a verla con la peor de las intenciones pero no sucedió nada. Antes de entrar en su casa comprendí que era una equivocación. Ni siquiera la toqué. Y nada más sucedió, Alaina. Olie puede atestiguarlo. Me reuní con él momentos después que él me dejara en la casa de ella. El y yo compartimos una copa… o dos… o quizá tres, lo olvidé. Si lo deseas puedes condenarme por el pensamiento, pero debes perdonarme por la acción.

Alaina empezó a sentir una calidez que no provenía del fuego.

—¿Por qué conservaste la fotografía?

Cole se sentó en el sillón frente al fuego.

—¿Es tan difícil de entender, Alaina? — preguntó mirándola medio ceñudo y medio sonriente. Le quitó los zapatos mojados y puso entre sus muslos los pies de ella, mientras que con una mano en las nalgas la retenía cerca de él—. Hace tiempo que estoy enamorado de ti. Desde antes de marcharme de Nueva Orleáns. Traté de ignorarlo, de atribuirlo a un capricho pasajero, pero finalmente tuve que enfrentarme con la verdad.

—¡Imposible! — Alaina levantó una mano en un gesto de protesta. — Nuestro casamiento lo prueba! Si me hubieses amado nunca habrías exigido el arreglo que convinimos.

—¡Señora, usted bromea! — Cole rió. — Yo nunca exigí nada por el estilo.

—¡Pero tío Angus dijo que sí!

—Entonces mintió para enemistarnos, porque yo tengo una carta de tu tío que afirma que tu deseo era tener un casamiento sólo nominal… y que no vendrías aquí a menos que yo aceptara esa condición. Supongo que Angus decidió cometer esa maldad después que yo escribí al doctor Brooks ya la señora Hawthome pidiéndoles que te transmitiesen mi propuesta.

—¿Tú escribiste primero? — dijo Alaina, y miró las tras lúcidas profundidades de esos ojos azules.

—La señora Hawthome escribió para informarme del problema que tenías con Jacques. Dijo que si tú significabas algo para mí yo debía olvidarme de aparentar indiferencia y hacer algo para ayudarte. Seguí su consejo y ofrecí casarme contigo. Si ella no hubiese escrito pronto yo habría encontrado una excusa para pedirte en matrimonio.

—¿Tan difícil era hacerlo? — preguntó suavemente Alaina.

—Tú rechazaste con tanta firmeza mis insinuaciones en Nueva Orleáns que tenía dudas acerca de si aceptarías.

—¿Deseabas sinceramente casarte conmigo?

—Te deseaba en cualquier forma en que pudiera conseguirte y eso no es mentira.

Casi con timidez, Alaina le echó los brazos al cuello y se dejó besar apasionadamente en la boca. Luego se apartó levemente y trató de poner en orden sus pensamientos. Pospuso la toma de decisiones importantes cambiando el tema de la conversación. — Este sitio… cuéntame sobre él. Cuéntame sobre tu familia.

Cole miró la pintura que colgaba sobre la chimenea.

—Poco hay para contar, en realidad. Mi padre construyó esta casa para mi madre poco después que llegaron desde Pennsylvania. Ella murió después de mi primer cumpleaños y él volvió a casarse, supongo que porque creyó que así me proporcionaba otra madre. Mi madrastra exigió que para ella construyera una casa mejor. Ella diseñó y decoró la mansión donde vivimos ahora y mi padre estaba demasiado ocupado con sus pacientes para prestar atención a lo que ella estaba creando, hasta que la casa estuvo terminada. Pero ella quizá no quedó contenta con la casa, porque antes que pasaran seis meses huyó con un jugador profesional. Mi padre no la volvió a ver. Cuando ella se fue, se llevó todo el dinero y las cosas de valor que pudo reunir. Mi padre juró entonces que jamás volvería a darle un centavo. La desheredó a ella ya cualquier descendiente que ella pudiera decir que era de él. — Cole apoyó la mejilla en los suaves rizos de Alaina. — Se diría que los varones Latimer no han sido afortunados con la mujeres, por lo menos hasta ahora.

Mucho más tarde regresaron a la casa. Cole detuvo el calesín frente a la puerta. Mindy se acercó para aferrarse a las faldas de Alaina hasta que ésta la hizo acostarse y le aseguró que no volvería a escapar.

Momentos después, cuando entró en su dormitorio, Alaina se detuvo y miró a su alrededor. Su primer pensamiento fue que alguien estaba gastándole bromas. El armario no estaba. La alfombra había desaparecido junto con el canapé. Hasta el reloj había sido retirado de la repisa de la chimenea. La habitación no era diferente de la primera vez que ella la vio, con la excepción de que delante del hogar habían sido colocados varios sillones de cómodo aspecto.

Oyó que Cole se movía en su dormitorio. Cruzó el cuarto de baño. La puerta de Cole estaba abierta y allí se detuvo Alaina. Todo estaba en esa habitación, el canapé junto a la ventana, el espejo en un rincón, su armario al lado del de Cole y el reloj sobre la repisa del hogar, como si hubiera estado siempre allí.

Cole, sentado frente al hogar, tenía la rodilla en alto para aflojar la tensión de su muslo.

—¿Compartirá en adelante cama y habitación conmigo, señora Latimer? — preguntó.

—Espérame.

—No te demores, por favor.

Alaina sacó un camisón del armario y fue al cuarto de baño para prepararse como correspondía a una novia.

Estaba poniéndose la bata de color gris azulado cuando oyó que Cole se acercaba a la puerta como si estuviera impaciente. Después de un largo momento, las pisadas se alejaron y ella empezó a cepillarse apresuradamente el cabello.

Poco después oyó que Cole se acercaba nuevamente a la puerta. Alaina abrió y lo encontró allí, alto y delgado, vestido con una bata larga de terciopelo.

—Eres hermosa — dijo él, casi con reverencia.

Alaina sonrió tímidamente y con un solo movimiento desató el cinturón de la bata de Cole. Abrió la prenda y se pegó a él hasta que el calor de ese cuerpo desnudo se fundió con el del suyo. El la levantó en brazos. La cama los llamaba y juntos se acostaron como marido y mujer. Para Alaina fue como regresar al hogar después de una eternidad. El era el hogar para ella y en sus brazos se sentía segura.