CAPÍTULO 33

Alaina ya había comprendido que cuando a Cole Latimer se le ocurría tener una cosa no se dejaba disuadir fácilmente. Por cierto, podía mostrarse muy persistente y nunca se dejaba apartar de sus propósitos. Por lo tanto, cuando Alaina descubrió que ella era lo que él se proponía conseguir supo que tenía por delante una lucha de caracteres, de temperamentos, el de ella contra el de él. Hasta ahora él no había formulado ningún compromiso verbal que le asegurase a ella que no sería usada por un capricho y por eso se sentía desconfiada de las atenciones amorosas de él.

Cole se volvió francamente audaz en la forma en que la cortejaba y no hacía ningún intento por ocultar el hecho de que quería acostarse con ella o que la consideraba de su propiedad. La presentaba como su esposa, y debido a que tenía que atender negocios en Saint Anthony la llevó con él y tomó una suite de hotel con dos habitaciones sólo porque ella había insistido en que llevaran a Mindy.

Alaina compartió una de las habitaciones con la niña y dejó que Cole tomara la otra, pero él superó esa separación, al menos por una noche, aceptando una invitación a quedarse en casa de unos amigos después del teatro. Alaina no tuvo más remedio que compartir una habitación con él a fin de guardar las apariencias. Mientras Mindy dormiría en una habitación para ella sola, Alaina tuvo que afrontar la perspectiva no sólo de compartir un cuarto con su marido sino también una cama.

—Tú, por supuesto, dormirás en un sillón — comentó esperanzada cuando él empezó a desvestirse.

Cole la miró sorprendido.

—No es esa mi intención. la cama es bastante grande para los dos.

—Creí que tenías problemas para estirarte en una cama debido a tu pierna.

El sonrió con picardía.

—¿Te asusta tanto acostarte con un yanqui?

Alaina lo miró con frialdad.

—No me asustas en absoluto, Cole.

—Entonces dime por qué has apagado todas las lámparas para desvestirte. — Su risa provocativa la irritó. — Si no fuera por el fuego del hogar tendría que andar a tientas para encontrar mi ropa.

—Sería muy conveniente que la encontraras — replicó ella con sarcasmo.

—Mis disculpas. — Su torso largo y desnudo se inclinó en una reverencia burlona. Parecía no preocuparle que la luz cambiante del fuego lo iluminara atrevidamente. — No estaba enterado de que fueras tan sensible al honesto espectáculo de un poco de piel desnuda. Sin embargo, debo advertirte que no tengo la intención de encerrarme para siempre en un capullo a fin de no perturbarte.

Alaina cerró pudorosamente los pliegues de su camisón y fue al rincón oscuro que había elegido para desvestirse. Se quitó el vestido y las enaguas, pero las cintas del corsé resultaron tan complicadas como de costumbre. El lo notó y sonrió suavemente.

—¿Deseas ayuda?

Alaina, insegura, le volvió la espalda a fin de que él pudiera desatar las cintas. Después se hizo a un lado, se puso el camisón y debajo del mismo se quitó las prendas interiores.

Cole abrió la colcha y se sentó en el borde de la cama a observar las tímidas maniobras de Alaina. Después de ponerse la bata, ella fue al otro lado de la cama y se deslizó rápidamente entre las sábanas, todo lo lejos que podía sin caer al suelo. No tenía más deseos que él de pasar la noche en una silla dura y fría.

Cole se acostó junto a ella y mantuvo la pierna flexionada para aflojar la dolorosa tensión de su muslo. La miró y dijo en un susurro:

—¿Suficientemente abrigada?

Alaina asintió con la cabeza.

—¿Y tu pierna? ¿Duele?

—Nada para que tengas que preocuparte…

—Gracias por dejar que Mindy viniera con nosotros, Cole.

—Hum. — Fue su única respuesta. Poco después, su esposa se durmió, pero pasó un largo rato hasta que él pudo conseguir el mismo pacífico reposo.

Alaina dormía profundamente, acurrucada contra el tibio cuerpo que tenía a su lado, liberada en los acogedores brazos de Morfeo. Hasta que oyó junto a su oído un susurro que no supo si era real o pertenecía a un sueño.

—Alaina, ¿estás dormida?

—¿Cole? — suspiró, incapaz de romper la persistente esencia del sueño. Se apretó más contra él. Cole se incorporó levemente y hundió su nariz en los bucles fragantes sobre la oreja de ella.

—A menos que desees ser víctima de circunstancias que rápidamente podrían escapar a mi control, Alaina, sugiero que te pongas por lo menos a una distancia más discreta.

Ella abrió los ojos al comprender de qué hablaba él. Estaba tendido de costado de cara a él con la pierna izquierda levantada y apoyada íntimamente entre los muslos desnudos de él. Sentía la virilidad Cole firme y caliente contra ella, encendiéndole la carne.

—Discúlpame — murmuró avergonzada y se apartó.

Pasó un largo rato hasta que llegó el amanecer y los sacó de esa cámara de tortura.

De regreso en su casa Alaina se sintió más segura, aunque todavía tenía que sufrir las intrusiones de Cole en su habitación a horas imprevisibles. A veces despertaba de noche y encontraba una larga sombra junto a su cama. La silueta de hombros anchos recortada contra la ventana iluminada por la luna era inconfundible.

Había renunciado a poner sillas para asegurar las puertas porque no soportaba el sarcasmo con el que él ridiculizaba sus temores.

—Tendré el privilegio de exhibirte esta tarde en el pueblo — anunció después de una de esas intromisiones—. Y esta vez — agregó — ponte algo que te favorezca como mujer. Debes perdonarme, pero estoy cansado del gris.

«¡Que me favorezca como mujer!", pensó furiosa Alaina mientras él se retiraba y cerraba prudentemente la puerta.

Trabajó la mayor parte de la tarde para hacer adaptaciones a un vestido de terciopelo que, además del gris, era el único de su guardarropa digno de algún elogio. Mientras estudiaba el escote, preguntándose si tendría que ser recatado o audaz, algo salvaje brotó en su interior. Aplicó las tijeras hasta que el escote quedó bien por debajo de lo que el recato dictaba.

Cuando fue hora de vestirse apoyó una silla contra la puerta de su dormitorio para impedir que Cole entrara sin anunciarse. Quería que el golpe fuera súbito e intenso y estaba decidida a que después de esa noche él nunca más pondría en duda su feminidad.

Alaina llamó suavemente a la puerta del dormitorio de él y entró. Cole se volvió, mientras trataba de hacer pasar los gemelos por los pequeños ojales de su camisa. Se detuvo cuando su mirada se posó en el escote y en ese momento Alaina comprendió que había alcanzado su objetivo lo mejor que podía esperarse, porque Cole, con expresión ausente, trató de hacer pasar el gemelo por donde el orificio no existía.

—No estás vestido — murmuró Alaina.

Cole se acercó y la inspeccionó lentamente con la mirada, dejando que sus ojos siguieran el curso de la cadena de oro que desaparecía en el profundo e invitador valle que había entre los pechos de Alaina. En el lugar donde el escote caía abruptamente ella había añadido un trozo de encaje cuya transparencia lo hacía muy tentador.

Aunque Alaina estaba decidida a que él nunca más volviera a tratarla con indiferencia, comprendió, cuando su pulso se aceleró, el posible peligro que corría. Cole no era un escolar inexperto o tímido y tendría que ser muy cautelosa a fin de que él no perdiera el control. Alisó con la mano el rico terciopelo color borgoña.

—¿Este es suficientemente femenino para tu gusto?

Cole le puso una mano en el cuello y sintió el rápido palpitar debajo de la piel. Con el pulgar le levantó el mentón hasta que ella lo miró a los ojos.

—Si fuera más femenino, Alaina, esta noche no podrías escapar de mi dormitorio. Es tanto como lo que yo puedo soportar y seguir conservando mi control. — Su mano bajó hasta el pecho, después hasta la cintura y subió lentamente por la espalda. — ¿Estás segura — murmuró roncamente — de que no prefieres pasar la noche aquí?

Alaina rió suavemente y con destreza insertó los gemelos en la camisa de él.

—Cuide sus modales, señor — lo regañó—. Olie subirá si nos demoramos. Hace un momento lo oí llegar con el carruaje.

Cole tomó su corbata y murmuró con fastidio:

—¡Olie! ¡Mindy! ¡Miles! ¡Annie! Alguien siempre está amenazando en esta casa. — Se puso la corbata alrededor del cuello. — Me libraré de todos ellos — fue hasta el espejo — y a ti te violaré a mi placer.

Riendo, Alaina se retiró al refugio de su propia habitación. Desde allí, dijo:

—Póngase su chaleco y su chaqueta, señor mío. Estamos retrasados.

Momentos después Cole se reunía con su esposa en el vestíbulo. Le sorprendió comprobar que ella se había puesto la capa forrada de pieles de zorro que había comprado para ella. Un chal de exquisito encaje le cubría el peinado alto.

El doctor Latimer, muy cortésmente, ayudó a su esposa a subir a la berlina que aguardaba. Ocupó el asiento junto a ella y golpeó el techo con la empuñadura de su bastón para avisar a Olie que se pusiera en camino. Después se reclinó hacia atrás para poner un brazo sobre los hombros de su esposa y dedicarle toda su atención. Las linternas del carruaje lanzaban su luz vacilante sobre Alaina y ponían un suave resplandor en el escote que Cole, para verlo mejor, descubrió separando los pliegues de la capa.

—Me agrada que uses la capa, amor mío — murmuró roncamente—. Te sienta muy bien.

El cumplido salió de sus labios como una tierna caricia que pulsó las cuerdas del corazón de ella, y pese a todos sus deseos de ser suave con él y de responderle, sentía mucho recelo. No podía confiar en su habilidad para manejarlo, pues había fallado ya una vez, por lo menos. En muchos aspectos el era como un lobo de agudos colmillos y de ojos penetrantes, listo para devorarla, pero por el momento pacificado. Alaina tenía motivos para ser cautelosa.

—Nunca había lucido antes algo tan lujoso, Cole. — Acarició tímidamente la piel. — Es hermosa.

—Sólo porque la llevas tú, mi amor — repuso él y se acercó más para rozarle el pelo con los labios—. Hueles tan bien como te ves. Toda mujer, suave y dulce.

Cierto tiempo después, Olie detuvo el carruaje frente a un gran edificio amarillo de tres pisos con un pórtico todo a lo ancho de su parte delantera.

—¿Qué clase de lugar es éste? — preguntó Alaina cuando Cole la ayudó a apearse.

—El mejor que el pueblo puede ofrecer — dijo él con una sonrisa—. Pero debes recordar que esto no es Nueva Orleáns. Me temo que no se lo puede comparar con el Saint Charles.

—¿Un hotel? — Lo miró con curiosidad.

—El «Stearns House", señora. Comeremos aquí — explicó él—. He oído que hay una compañía teatral itinerante en el pueblo. Quizá podamos asistir a una función después de cenar.

—¿Pasaremos la noche aquí? — La voz de Alaina fue suave, pero la pregunta fue muy directa.

—Eso está por verse. — Cole sonrió sugestivamente. — No está fuera de lo posible, si sientes deseos de quedarte.

—No tenemos equipaje — protestó ella.

—Entonces, yo diría que eso anula el problema de tenerte vestida en la cama — sonrió él.

Ella enrojeció intensamente y recordó con embarazosa claridad aquella otra noche.

—Eres un pícaro astuto.

—Señora, permítame asegurarle que no la presionaré excesivamente para que haga algo que no desee.

En el elegante vestíbulo una doncella uniformada tomó sus abrigos y Alaina se cubrió recatadamente los hombros y el pecho con su chal de encaje.

La empleada se volvió para indicarles el camino y Cole apoyó posesivamente la mano en la cintura de su esposa. Pasaron un salón adornado con altos espejos de marcos dorados, cortinas de terciopelo y centelleantes arañas. En el comedor, fueron conducidos a una mesa aislada en un rincón. Cuando la doncella se retiró para buscar vino, Cole hizo sentar a Alaina de espaldas a los otros ocupantes de la estancia a fin de protegerla de las miradas curiosas. Antes de sentarse, él saludó con inclinaciones de cabeza a varios conocidos.

Cole tomó la mano de su esposa.

—Tu mano está fría — susurró.

—Y la tuya está caliente — murmuró ella.

—Nos hemos convertido en una curiosidad entre los chismosos de aquí, querida mía — comentó él con una sonrisa torcida—. Quizá deberíamos darles la oportunidad de comprobar que no eres un monstruo de dos cabezas.

—¿Y qué sugerirías tú?

El miró esos fascinantes ojos grises que parecían tener la capacidad de hipnotizarlo.

—Una pequeña celebración, creo, en honor de la nueva señora Latimer. Nada extravagante. Unos pocos vecinos y conocidos invitados a cenar y bailar.

De la entrada llegaron risas y voces alegres que se acercaban al comedor. Los Latimer se volvieron en el momento en que Braegar y Carolyn Darvey, acompañados por otra pareja, cruzaban la puerta. Cole soltó un gemido ahogado y maldijo en silencio el destino que los traía al hotel precisamente en ese momento, y cuando Alaina lo miró, vio que tenía la mano apoyada en la cara como si le doliese todo ese costado, mientras miraba fijamente hacia la ventana.

—Cole, sé amable — rogó Alaina—. Recuerda que él se disculpó.

—Alaina. — Cole suspiró profundamente. — Tú no puedes entender mis deseos de estrangularlo.

Al ver al matrimonio, Braegar sonrió y agitó la mano.

Cole sonrió ácidamente, saludó con la cabeza y murmuró entre dientes:

—¿Has visto tantos dientes en la boca de un hombre?

—¡Oh, Cole, por favor! — rogó Alaina con suavidad.

—Cúbrete, querida mía — dijo él con gentileza—. Detesto que ese hombre te mire.

Ella se cubrió el pecho con el chal. Carolyn ya encabezaba la procesión hacia ellos. Cole se puso de pie al ver que no había escapatoria.

—¡Alaina! — exclamó Carolyn y se inclinó para acercar su mejilla a la de la joven, después se enderezó e hizo lo mismo con Cole. — Que placer me da encontraros aquí.

—Buenas noches, señorita Darvey. — La voz de Cole sonó inexpresiva y fría.

—¡Señorita Darvey! — exclamó Carolyn, riendo, y apoyó una mano en el brazo de Cole—. — ¡Santo Cielo, Cole! Estás tieso como un palo. Sabes que deberías aprender a relajarte más. No me sorprende que tu pierna te moleste tanto.

Braegar se acercó con una explicación.

—Una rueda de nuestro carruaje se rompió cerca de aquí y no podrán arreglarla hasta mañana. Estábamos preocupados pensando que tendríamos que quedarnos a pasar la noche, pero puesto que tú estás aquí, Cole, quizá podrías llevarnos a casa… — Dejó la frase sin terminar.

Era aun peor de lo que Cole había imaginado. Vio arruinada toda la velada y frustradas sus intenciones. Con esperanza de disuadirlo mostró pocos deseos de marcharse.

—Acabamos de llegar.

—¡Oh, pero eso es magnífico! — dijo Braegar—. Comeremos algo con vosotros.

—Braegar, no has hecho las presentaciones — le recordó su hermana.

—¡Por supuesto! — Puso una mano alrededor de la cintura de la mujer pequeña y pelirroja. — Cole, creo conoces a Rebel Cummings y a Mart Holvag, nuestro gran caballero de las fuerzas de la ley y el orden.

Cole tradujo la presentación cuando presentó a su esposa.

—Martin es nuestro sheriff delegado y ésta es Rebecca Cummings.

—Vio la expresión de perplejidad que cruzó por el rostro de Alaina y añadió: — Casi todos sus amigos la llaman Rebel, "Rebelde". Pasó varios meses con su padre en Vicksburg después del asedio. — Sonrió con tristeza. — Cuando volvió, se le había contagiado la lenta pronunciación de aquella región. — Asintió brevemente en dirección a Braegar. — Parece que ella hace honor al título.

Braegar no dio señales de haber sentido el suave aguijón de las palabras de Cole, pero cuando movió la mano para señalar ceremonioso a Alaina, su réplica dio en el blanco.

—Y esta bella dama es la flamante ama del castillo de Barba Azul, amigos míos.

—¡Braegar! ¿Cómo te atreves? — exclamó su hermana irritada—. Eso no fue nada gracioso.

Cole se puso rígido. Alaina se levantó, deslizó su mano bajo el brazo de su marido y lo miró a los ojos hasta que sintió que se serenaba.

—¿De veras es usted del Sur? — preguntó Rebecca con voz dulce y agrandando los ojos. Cole parece tener tanta preferencia por las beldades sureñas que yo estaba preguntándome qué tienen ustedes que él encuentra tan interesante.

—¿Mi acento, quizá? — preguntó Alaina imitando la inocencia fingida de la otra pero hablando con un tono entrecortado y nasal—. De veras es sorprendente cómo estar en un nuevo lugar puede afectarnos la lengua. Vaya, después de estar tanto tiempo cerca de Cole — sonrió a su marido y sintióse reconfortada por la mirada de aprobación que él le dirigió — he aprendido palabras que no sabía que existían.

—Nunca se han dicho palabras más ciertas — admitió Braegar—. Yo lo he oído recorrer el idioma de un extremo a otro.

—¡Oh, cielos! — Carolyn levantó las manos desesperada. — ¡Aquí tenemos a un irlandés sin educación que pretende conocer la lengua inglesa!

—He sido bien educado por él. — Braegar se encogió de hombros.

—¡Como la olla aprende de la cacerola acerca del hollín! — replicó la hermana.

—El tuvo la ventaja de su juventud y de sus largos viajes con el ejército — se excusó contrito Braegar.

—¡Pero tú tienes el talento natural! — acusó Carolyn, meneando exasperada la cabeza.

Braegar le dirigió una sonrisa de fingido agradecimiento y cambió astutamente de tema.

—¿No te importa si comemos con vosotros, Cole? Podemos tomar esa mesa y acercarla a ésta.

Cole difícilmente hubiera podido oponerse. Bebió de un golpe una copa de vino y se abstuvo de ayudar en la maniobra requerida. Cuando la disposición de las sillas quedó adecuadamente modificada, Carolyn quedó a la derecha de Cole y Martin a la derecha de Carolyn. Braegar deslizó una silla a la izquierda de Alaina, reservándose para él el espacio entre ellos. Cuando lo hizo, aumentó sin saberlo el consumo de licor por parte de Cole y estropeó el buen humor que éste tenía momentos antes.

La comida se desarrolló en medio de una animada conversación y todos estuvieron alegres menos Cole, quien permaneció serio y grave y se limitó a asentir con la cabeza cuando se dirigieron a él. Cuando fueron retirados los últimos platos, Cole sacó su reloj y soltó una exclamación.

—Había una compañía teatral que actuaba en el ayuntamiento y yo había planeado llevar a Alaina. Pero me temo que ya nos hemos perdido la mitad de la función.

—Oh, Cole, ya es tarde en esta temporada para que las compañías buenas se aventuren a llegar hasta aquí — dijo Carolyn—. Además, me han dicho que ésta es completamente aburrida.

—Creo que nada puedes hacer, Cole — dijo Braegar con una sonrisa —, excepto llevar a Alaina a casa y acostarte.

Cole contuvo el aliento y desesperó de poder librarse del grupo y de tener la buena suerte de hacer precisamente lo que decía Braegar.

—Deberíamos regresar ya — comentó Carolyn, tratando de no bostezar—. Cole, ¿no te importa si Martin y Rebel vienen también? Rebel pasará la noche con nosotros y Martin tiene que buscar su caballo.

—Me pregunto si habrá espacio para todos — dijo él.

—¡Nos arreglaremos! — declaró Braegar.

Cuando Olie trajo la berlina, fueron los otros quienes se detuvieron a discutir la mejor forma de acomodarse en el vehículo. Cole tomó a Alaina de la cintura y la subió al carruaje, subió tras ella, se sentó con su pierna sana en el lado alejado, después levantó a su esposa sobre su rodilla izquierda y la sujetó firmemente con un brazo alrededor de su cintura. Alaina ahogó una exclamación y trató de controlar las anchas enaguas con miriñaque que amenazaron con subir más arriba de su cabeza. Cole tomó el borde de la capa y lo puso sobre la falda de terciopelo a fin de protegerla, después puso el tacón de su bota sobre el borde inferior del miriñaque y todo el artefacto quedó dominado. Miró por encima del hombro los cuatro rostros atónitos todavía en el exterior.

—Mi esposa y yo nos marcharemos a casa en seguida. Los invitamos a subir, pero no tenemos intención de quedarnos esperando mientras ustedes miran con los ojos tan abiertos.

Todos se apresuraron a subir y la súbita inclinación del carruaje casi derribó a Olie del pescante. Carolyn y Rebel ocuparon el asiento libre y el sheriff Holvag hizo a Braegar a un lado y las siguió inmediatamente. En el rostro de Martin apareció una ancha sonrisa, la primera que veía Alaina en él, cuando se situó entre las dos mujeres y pasó un brazo alrededor de cada una de ellas.

Braegar subió en último término y estaba por sugerir que Rebel se acomodase sobre su rodilla como Alaina sobre la de Cole cuando Olie dio un grito y puso el carruaje en marcha. La sacudida lanzó a Braegar en el espacio vacío al lado de su anfitrión.

El viaje hasta la casa de los Darvey pareció interminable, pero por fin Olie tiró de las riendas, apoyó un pie en la palanca del freno y detuvo la berlina. El cochero saltó al suelo para abrir la portezuela a los pasajeros.

Braegar descendió primero y ayudó a bajar a Rebel. A continuación se apeó Martin y tendió una mano a Carolyn. Alaina ocupó el asiento vacío al lado de su marido.

Olie sacó el carruaje fuera del camino privado de los Darvey y Alaina se acurrucó dentro de su capa. Aceptó la manta de pieles que Cole le puso sobre las piernas.

—Acércate más, querida mía — dijo Cole—. Juntos estaremos más abrigados y eso será conveniente para mi pierna.

Alaina obedeció vacilante. El la rodeó con un brazo.

—Había planeado una noche muy diferente — confesó Cole—. Por lo menos, algo más íntimo. Le acarició suavemente el brazo. — Creo que te llevaré conmigo a Saint Paul. Allá habrá menos oportunidades de que nos interrumpan.

—¿Y cuáles son sus intenciones, señor? — preguntó ella quedamente.

—Quizá tenerla cautiva en una habitación del hotel durante una semana o más, para hacerle el amor como ansío.

Alaina levantó la cabeza que tenía apoyada en el hombro de él y lo miró en la penumbra.

—Usted me confunde, mayor. No sé qué esperar de este matrimonio.

—Podría ser mejor, mi amor — dijo él tratando de mantener serena la voz —, si aceptaras que nuestro matrimonio es como cualquier otro y esperases de él lo que esperaría cualquier esposa. Deseo con ansiedad hacerte mía una vez más, Alaina. Ello ocupa constantemente mis pensamientos.

Alaina contuvo el aliento cuando la mano de Cole encontró la abertura del escote y se deslizó hasta encontrar la desnuda plenitud de su pecho. Sintióse de inmediato transida de un fuego salvaje que la dejó jadeante y excitada. El estaba apoyado en el respaldo del asiento y la atraía cada vez con más fuerza. Alaina apoyó una mano en el pecho de él, sacrificando la comodidad de la capa. Con dedos trémulos, trató de reparar el desarreglo del corpiño de su vestido.

—Pero no es un matrimonio como cualquiera, Cole. Es mí matrimonio y es un desastre.

—No lo sería si dejaras que siguiese su curso natural.

—No es culpa mía — dijo ella con un gemido—. Tú pareces dispuesto a ignorar eso y te has mostrado muy apasionado en tus acusaciones. Me acusas a mí de traicionarte… de haber ayudado a atraparte en un casamiento que aborrecías, mientras que tú parecías muy dispuesto a seducir a Roberta sin que te estimularan. — Levantó una mano para detener la réplica de él. — ¡No puedes negarlo! Yo estaba en el pórtico cuando fuiste a cenar a la casa de los Craighugh. No fue mi intención espiaros pero quedé atrapada en la escalera cuando salisteis. Y tú besaste a Roberta con más entusiasmo de lo que se hubiera considerado adecuado.

—¿Y por qué no? — preguntó él—. Ella era una joven que parecía hambrienta de pasión y yo era un soldado solitario en una tierra donde la mayoría gustaba de añadir epítetos despectivos a mi nombre. Si yo te tomase en brazos y te besara, ¿eso me convertiría en un libertino y en un pervertido? ¿O acaso detestas el hecho de que yo decida tratarte como a una mujer?

—Oh, me gusta que me traten como a una mujer — le aseguró Alaina fervientemente—. Y especialmente tú.

—Entonces olvidemos estas reyertas sin sentido, Alaina. — Le tomó una mano y la hizo volverse para que lo mirara a la cara. — Yo soy un hombre y tú eres mi esposa. No tienes derecho a negármelo.

—Acordamos que éste sería solamente un matrimonio de conveniencia.

—¡Bah! — exclamó él despectivamente y se apoyó en el asiento.

—Dime qué debo esperar — rogó Alaina con voz vacilante—. Prometiste que esto sería un acuerdo casto, pero me acosas abiertamente a poco de mi llegada con la intención de tomarme por la fuerza si llegase a ser necesario. Después vienes a mi habitación y me amenazas con la violencia. Ahora tratas de seducirme en tu carruaje ¡No puedo dejar de preguntarme dónde terminará este matrimonio porque pareces muy voluble!

—¡No soy voluble! — dijo Cole con energía—. He tenido demasiados cuervos picoteando la carne de mis huesos. — Se inclinó hacia adelante y su voz expresó la intensidad de sus emociones. — He tenido suficientes arpías gritando por mi cabeza. Recibes a mis invitados y representas muy bien el papel de esposa. Después, te veo encogerte y retraerte cuando yo quiero tomarte en mis brazos. Te veo arrodillada en el jardín de rosas y el deseo de tomarte allí mismo pone ascuas ardientes en mi vientre. Te sientas a mi lado, recatada, remota, controlada, mientras dentro de mí el deseo clava espuelas entre mis piernas.

Alaina abrió los ojos con sorpresa. El continuó en un ronco susurro y sus dedos se clavaron en la carne suave de los brazos de ella. Después le tomó con fuerza las manos de modo que ella no pudo retirarlas.

—No puedo prometerte que nunca te tomaré por la fuerza — continuó Cole—. Piénsalo bien, y ten cuidado de no provocarme exhibiendo tu pecho, pues ambos podríamos descubrir que el límite no estaba donde creíamos.

Alaina no supo si escapó ella o él la soltó. Cruzó las manos sobre su regazo y clavó su vista en ellas.

—Este vínculo entre nosotros… tú y yo hemos construido una cosa frágil. — Meneó la cabeza y parpadeó para contener las lágrimas. — ¿Entonces yo tendré que ser tu juguete? ¿Tendré que vivir preguntándome si he traspasado los límites, si vendrás esa noche a tomarme? ¿O quizá no vendrás nunca? ¿Qué pretendes de este matrimonio? ¿Deberemos decirnos adiós algún día y no vernos nunca más? Te advierto que yo quiero más que eso.

—Los votos que intercambiamos fueron lo suficientemente permanentes para mí. — Ahora Cole parecía cansado. Se apoyó en el respaldo del asiento y su rostro quedó oculto en la sombra.

—Yo intercambié unos votos con el señor James, no contigo. Y hubo un acuerdo previo.

—He interrogado largamente al señor James sobre este aspecto y entiendo que los votos fueron formulados hasta que la muerte nos separe. Sí, creo que ésas fueron sus palabras. Puesto que él llevaba mi carta poder, debidamente sellada y firmada por testigos, ¿no crees que esos votos formulados ante Dios se imponen a cualquier otro convenio?

—Pero ¿no aceptaste que yo podría marcharme cuando quisiera?

—¿Y quieres marcharte? ¿Es por eso que te me has negado? ¿Hay otro hombre al que quieras más que a mí?

Alaina no pudo soportar el tono desgarrante, dolorido de la voz de Cole.

—No hay ningún otro, Cole. No quiero marcharme de aquí… sin ti.

Siguió un largo silencio hasta que ambos advirtieron que el carruaje se había detenido. En realidad, estaba inmóvil desde hacía un buen rato, frente a la casa de la colina. Olie no estaba y Cole ayudó a Alaina a apearse en silencio. Encontraron al cochero apoyado en la pared del vestíbulo, platicando entre bostezos con Miles. Cole miró a Olie hasta que éste enrojeció y movió avergonzado los pies.

—Ustedes estaban… hum… ocupados — explicó el cochero—.Y hacía frío en el pescante.

Cole lo despidió con un seco ademán y Alaina subió corriendo la escalera, penosamente humillada.