YAVIN 4

Capítulo 62

Diecisiete Destructores Estelares flotaban en el vacío cerca de los límites del sistema de Yavin después de haber recibido la orden de no avanzar más y no enfrentarse a las abrumadoramente superiores fuerzas rebeldes que habían convergido sobre esas coordenadas, un navío de combate detrás de otro, para defender la Academia Jedi. Durante más de un día todo había sido confusión, pero los rebeldes parecían estar restableciendo el orden.

Poco después de la destrucción del Caballero del Martillo, la mayoría de los Destructores Estelares de la clase Victoria se fueron a toda velocidad para volver a su punto de cita en los Sistemas del Núcleo. La flota de Pellaeon había esperado, convertida en una amenaza distante incapaz de hacer nada.

—Hemos detectado otro módulo de evacuación, vicealmirante —dijo el jefe de sensores.

Pellaeon tabaleó con los dedos sobre la barandilla del puente de mando y deslizó su mano derecha por encima de su bigote.

—Muy bien —dijo—. Centren las miras en esas coordenadas y recójanlo. Creo que ya no faltan muchos.

—Éste es ligeramente distinto, señor —dijo el jefe de sensores—. Está transmitiendo en una de las frecuencias de mando. Lleva bastante tiempo en el espacio.

Pellaeon sintió que le daba un vuelco el corazón.

—¿Un módulo de mando? Llévenlo a nuestro hangar delantero. Voy a bajar allí para estar presente cuando llegue.

Fue con paso rápido y decidido hacia el turboascensor y descendió sobre su plataforma, sintiéndose muy viejo. La flota imperial había quedado terriblemente maltrecha. La batalla librada en Yavin 4 había terminado con la derrota más absoluta para las fuerzas imperiales. El Caballero del Martillo había caído envuelto en llamas: el navío de combate más poderoso de la recién unificada flota de Daala, así como un símbolo del poderío imperial, había sido destruido por una combinación de suerte ciega caprichosamente inclinada del lado de los rebeldes y temeraria determinación.

El vicealmirante entró en el hangar de atraque delantero en el mismo instante en que el casco recubierto de cicatrices espaciales del módulo atravesaba los campos de retención atmosférica. Pellaeon se sintió invadido por una repentina oleada de esperanza al verlo: era otro módulo lanzado desde el Caballero del Martillo, pero su blindaje era más grueso y carecía de señales de identificación externas. Resultaba obvio que era uno de los módulos reservados a los mandos. Una capa de escarcha había empezado a acumularse encima de él.

Pellaeon no sabía qué pensar. No tenía ni idea de qué debía hacer el Imperio a continuación, o de cómo podían evitar que aquella catástrofe tan completa y sin paliativos supusiera su fin. La pérdida de moral sería devastadora. Dio un paso hacia adelante. Hileras de guardias de las tropas de asalto permanecían inmóviles junto a los muros del hangar de atraque con sus armas preparadas para hacer fuego, por si se daba el caso de que el módulo hubiera sido provisto de alguna trampa letal.

Pero antes de que Pellaeon pudiera abrir la escotilla, la gruesa plancha se abrió por sí sola: alguien había utilizado un panel de acceso interno. La atmósfera estancada brotó del interior del módulo con un siseo para mezclarse con el olor aceitoso y metálico del hangar del Tormenta de Fuego, y la almirante Daala salió por la escotilla.

Su rostro estaba manchado de hollín. Su uniforme color verde oliva, normalmente tan impecable, estaba sucio y lleno de desgarrones. Daala tenía sangre en una mejilla, pero Pellaeon no pudo ver si era suya o de otra persona.

El vicealmirante sintió un alivio tan grande al verla que notó cómo le flaqueaban las rodillas. Daala sabría qué tenían que hacer. Daala podría dar las órdenes necesarias para reagrupar a los restos de la flota imperial.

La almirante se fue irguiendo lentamente. Su mirada se encontró con la de Pellaeon mientras se pasaba las manos por su maltrecho uniforme.

—Vicealmirante Pellaeon —dijo en un tono extrañamente átono y carente de vida, como si estuviera empujando las palabras a través de sus dientes al precio de un terrible esfuerzo de voluntad—. A la vista de este desastre, yo..., yo presento mi dimisión formal. Renuncio a mi rango y le entrego el mando de todas las fuerzas imperiales.

El instante de silencio que siguió a aquella declaración fue tan devastadoramente abrumador como el estrépito de una avalancha.

—Obedeceré sus órdenes y ayudaré de cualquier manera posible en la labor de reconstrucción del Imperio, pero pienso que ya no soy capaz de mandar a tantos magníficos soldados —siguió diciendo Daala—. No se les puede pedir que expongan sus vidas en el campo de batalla y que juren lealtad a una persona que ha sido derrotada en tantas ocasiones.

Daala saludó a Pellaeon con un movimiento rígidamente preciso e implacable, sin permitir que la intensa mirada de sus ojos color verde esmeralda se apartara ni un solo momento de su rostro. Los soldados de las tropas de asalto se pusieron firmes mientras absorbían ávidamente todos los detalles de aquella escena.

—Pero almirante... No puedo aceptar su decisión. La necesitamos para reconstruir...

—Tonterías, vicealmirante —dijo Daala—. Debe ser fuerte. Siga el camino que le marquen sus convicciones. Necesitamos una oportunidad para recuperarnos de esta debacle. Necesitamos su fortaleza.

Daala permaneció inmóvil junto a él y clavó la mirada en sus ojos durante unos momentos.

—Ahora está al mando del Imperio, Pellaeon —dijo por fin.

Y siguió rígidamente inmóvil en posición de firmes hasta que Pellaeon acabó devolviéndole el saludo.