NAR SHADDAA

Capítulo 29

La Mente Superior de los taurills no descansaba y nunca dejaba de trabajar. El número de cuerpecillos intercambiables que se agitaba sobre la zona de construcción en gravedad cero era tan enorme que el trabajo progresaba a un ritmo implacable.

Bevel Lemelisk se sintió invadido por un éxtasis de alegría cuando vio que habían bastado dos días para que las diligentes criaturas consiguieran desmontar todo el trabajo equivocado, haciendo desaparecer los errores y reconstruyendo toda la sección defectuosa de la Espada Oscura. Lemelisk contempló sus esfuerzos y rezó para que los taurills no cometieran un error todavía peor que consiguiera escapar a su escrutinio.

Hubo un momento durante la peor fase de los retrasos, cuando una gran parte de la superestructura seguía estando desmantelada, en que el general Sulamar había aparecido detrás de él en la nave de Minas Celestes Orko con un ruidoso entrechocar de los tacones de sus botas que había sobresaltado al científico. El general de rostro de bebé se había dedicado a mirar por los ventanales de observación.

—Buen trabajo, ingeniero —dijo de mala gana, como si Lemelisk hubiera estado esperando semejantes elogios—. Siga así.

Lemelisk alzó la mirada hacia el techo y se fue en busca de algo que comer. De alguna manera inexplicable, se había vuelto a olvidar del almuerzo...

Aprovechó las horas del período de sueño designado para seguir trabajando con el rompecabezas cristalino tridimensional. La compleja estructura de cristales le divertía porque le proporcionaba un desafío que le obligaba a emplear sus facultades mentales casi hasta el límite..., pero no del todo. Cuando hubo llegado al punto crítico y tuvo concentrado todo su mundo sobre el problema y estaba introduciendo delicadísimos ajustes en los parámetros, Lemelisk volvió a ser interrumpido.

El rompecabezas cristalino se disolvió en un amasijo de fragmentos inconexos con un destello de luz cuando Lemelisk, hecho una furia, se encaró con el guardia gamorreano. El estúpido coloso peludo dejó que los insultos rebotaran en su gruesa piel verdosa y se limitó a gruñir una palabra: Durga.

Lemelisk reprimió su irritación y siguió al gamorreano por el pasillo que llevaba al centro de comunicaciones. Durga le había enviado un mensaje privado a pesar de que sabía que estaban en pleno período de sueño..., pero el hutt nunca había sido muy cortés con los demás.

El guardia le dejó a solas para que se enfrentase con la proyección en pantalla plana de Durga el Hutt. Durga podría haber utilizado el proyector holográfico, que transmitía una pequeña imagen tridimensional, pero al hutt no le gustaba emplear el sistema de tres dimensiones porque hacía que su enorme cuerpo pareciese diminuto. Quería la pantalla plana, que proyectaba sus facciones llenas de curvas y medio cubiertas por la mancha de nacimiento convirtiéndolas en un rostro enorme e imperioso. Los altavoces amplificaron su voz hasta transformarla en un grito atronador.

—Bien, Lemelisk —dijo Durga—. Sé que Sulamar está disfrutando de su período de descanso, por lo que puedo hablarle sin su interferencia. Los núcleos de ordenador que ha obtenido han llegado a Nar Shaddaa. Quiero que venga a la Luna de los Contrabandistas para inspeccionarlos. No hay forma de saber qué clase de basura puede habernos proporcionado Sulamar, así que debe examinarlos.

—Pero... ¡No puedo abandonar la zona de construcción en estos momentos! —exclamó.

—¿Por qué? —preguntó Durga—. ¿Ha habido problemas?

—No, no —respondió Lemelisk, alzando las manos. Esperaba que Durga no pudiera ver la película de sudor helado que había brotado repentinamente de su piel—. Eh... No, todo va estupendamente. Los taurills trabajan muy deprisa y con gran diligencia.

—Estupendo. Voy a enviar una nave para que le recoja. No establecerá ningún contacto conmigo. Limítese a ir a Nar Shaddaa y haga su trabajo. Este molesto asunto diplomático sigue teniéndome atrapado aquí.

—¿Cuándo...? —Lemelisk tragó saliva, la mente convertida en un veloz Torbellino de pensamientos caóticos—. Eh... ¿Cuándo volverá al cinturón de asteroides, noble Durga?

—Pronto —respondió el hutt—. Esta visita de la jefe de Estado es tediosa, pero necesaria. Ha traído consigo una flota de naves de guerra que se supone está llevando a cabo ejercicios de combate, pero no soy idiota: pretende exhibir su poderío. Eso está creando considerables dificultades en nuestras conversaciones diplomáticas, pero no creo que la Nueva República sospeche nada.

Durga soltó un gruñido y volvió bruscamente al tema del que habían estado hablando.

—¡Ya estoy harto de toda esta charla cortés! Vaya a la Luna de los Contrabandistas lo más pronto posible. En cuanto mi Espada Oscura esté terminada, ya no tendré ninguna necesidad de ser tan repugnantemente educado con estos asquerosos humanos.

Lemelisk no conocía el tipo de nave al que subió. Era un aparato bastante antiguo que parecía haber sufrido unas modificaciones tan grandes como poco efectivas. A juzgar por las cicatrices de fuego desintegrador que cubrían su casco, había tomado parte en numerosas batallas, y los enormes motores parecían lo suficientemente poderosos para impulsar una nave que tuviera diez veces su tamaño. La nave carecía de marcas identificatorias.

El piloto twi'lek estaba muy callado, y ni siquiera hablaba mucho con su copiloto humano. Una de las colas cefálicas del alienígena estaba cubierta de cicatrices y medio marchita, como si hubiera sido quemada o arrancada parcialmente de un disparo. Dos guardias gamorreanos acompañaron a Lemelisk a bordo de la nave. Apenas abrieron la boca, y se limitaron a arrojar los suministros dentro de un compartimiento de carga y a gruñir durante el despegue.

El piloto twi'lek emprendió el vuelo desde el sitio en el que estaba atracada la nave expedicionaria, alejándolos de la zona de construcción de la Espada Oscura y sacándolos del cinturón de asteroides antes de que Lemelisk consiguiera ponerse las tiras de su arnés de seguridad. El científico estiró el cuello e intentó contemplar las luces de construcción que se iban empequeñeciendo en las ventanillas traseras.

Lemelisk no quería irse, especialmente en aquel momento. Nunca sabía qué podía llegar a ocurrir si no estaba allí para supervisarlo todo personalmente...

Darth Vader había subido a bordo de la primera Estrella de la Muerte cuando todavía se hallaba en construcción.

—Estoy aquí para supervisar personalmente los trabajos —dijo.

Su impenetrable máscara negra impregnaba de ecos la voz grave y gutural que surgía de ella. Su aliento, obtenido a través de bombas de aire instaladas en su pecho, recordaba el siseo de una serpiente.

Lemelisk contempló con respetuoso temor al guerrero más grande del Emperador, aquel Señor Oscuro del Sith envuelto en su capa negra que ya había manchado sus manos enguantadas con la sangre de miles de millones de seres inteligentes y al que todavía le aguardaba una larga carrera.

El Gran Moff Tarkin había insistido en que una pequeña sección de los habitáculos de la Estrella de la Muerte debía ser completada a toda prisa para que pudiera trasladar su centro de mando a la estación de combate. Tarkin había organizado una aparatosa recepción armada para la llegada de Vader, con una guardia de honor de soldados de las tropas de asalto consistente en oleadas de guerreros preparados para morir siguiendo las órdenes del Emperador.

Lemelisk se había olvidado de afeitarse, y temía que su aspecto pudiera resultar menos que adecuado mientras Vader se alzaba sobre él. El Señor Oscuro le contempló desde detrás de sus impenetrables visores negros y siseó a través del respirador.

—Estoy aquí para... proporcionar una nueva motivación a sus trabajadores —dijo mientras su mirada iba de Tarkin a Lemelisk. Lemelisk se restregó nerviosamente las manos regordetas, esparciendo manchas de aceite sobre las grietas de sus nudillos, y después se las limpió en los muslos.

—¡Excelente, noble Vader! Necesitan un poco de motivación, cierto... Las cuadrillas de wookies son robustas y competentes, pero aprovechan todas las oportunidades que se les presentan para frenar el ritmo de los trabajos.

Tarkin miró a Lemelisk, asombrado, y el ingeniero se preguntó si habría dicho algo que no debía.

—Entonces cabe la posibilidad de que los capataces de las cuadrillas deban ejercer un control más firme —dijo Vader—. O quizá es necesario que les haga una demostración de los límites de la disciplina...

Lemelisk pensó que Vader le parecía aterrador. Sí, una pequeña reprimenda de la mano derecha del Emperador haría que incluso los wookies más recalcitrantes trabajaran más deprisa y con mayores energías.

Pero Vader no estaba pensando en limitarse a pronunciar unas cuantas palabras. El Señor Oscuro del Sith fue deslizando su imponente silueta por delante de las terminales y examinó los registros de los ordenadores y los informes de actividad laboral, y después seleccionó a los capataces imperiales que supervisaban las cuadrillas de construcción que estaban obteniendo peores resultados.

El Gran Moff Tarkin hizo venir a todos los supervisores y los sentó alrededor de una gran mesa en la sala de reuniones más grande de la porción completada de la Estrella de la Muerte.

—No estoy nada complacido con sus progresos —dijo Vader, mirando fijamente a los dos capataces de las cuadrillas menos efectivas.

Mientras los demás les contemplaban, temblando de terror alrededor de la mesa, Vader alzó su guante de cuero negro. Nadie podía percibir expresión alguna a través del casco de plastiacero negro con forma de calavera.

Los dos infortunados capataces dieron un respingo y empezaron a asfixiarse lentamente, manoteando y debatiéndose como si un puño invisible tan duro como el hierro se hubiera cerrado repentinamente alrededor de sus tráqueas. Dieron patadas y se retorcieron, sufriendo espasmos y ahogándose. La saliva goteó de sus bocas..., y después se oyó un horrible crujido y la saliva se volvió de un intenso color rojo oscuro. Sus ojos estuvieron a punto de salir disparados de las órbitas como frutas podridas.

Vader bajó el brazo y los dos capataces muertos se derrumbaron sobre la mesa. Vader contempló en silencio durante unos momentos a los sudorosos capataces de las cuadrillas de construcción que seguían sentados alrededor de la mesa.

—Espero que el resto de ustedes lo haga mejor a partir de ahora —dijo.

Vader ordenó a los soldados de las tropas de asalto de Tarkin que se llevaran el par de cadáveres y los arrojaran al espacio en la zona de construcción, donde usaron cables para sujetar los cuerpos congelados por el vacío a unas vigas del cascarón exterior de la Estrella de la Muerte a medio terminar.

Lemelisk quedó sorprendido y horrorizado ante las tácticas de Vader, pero cambió de parecer cuando vio que las cuadrillas de trabajadores redoblaban sus esfuerzos. Tarkin también se sintió muy complacido. Su futuro parecía realmente brillante y prometedor.

Lemelisk no sabía cómo había podido llegar a meterse en un lío tan grande. El científico mantuvo un hosco silencio mientras viajaba con los otros pilotos de la nave de los contrabandistas y se iba aproximando a Nar Shaddaa. El tráfico espacial alrededor de la Luna de los Contrabandistas no era muy denso, ya que la presencia de la flota de la Nueva República tan cerca de allí suponía un considerable estorbo para la actividad ilegal de las naves.

Mientras contemplaba Nar Shaddaa, Lemelisk sintió cómo los agudos dientes de la preocupación le iban royendo el estómago por dentro. No quería ir allí. No quería estar cerca de tantas personas, y no quería verse obligado a entrar en aquel nido de alimañas. La tripulación que le acompañaba ya era bastante desagradable..., y estaban en el mismo bando que él. Lemelisk no tenía forma de saber con qué clase de escoria se iba a encontrar en las sucias y miserables calles de Nar Shaddaa.

Se aferró a la esperanza de que podría salir de allí lo más pronto posible después de haber hecho su trabajo y, aunque en realidad no esperaba que ocurriera así, de que el general Sulamar habría obtenido componentes de ordenador aceptables para la Espada Oscura.

Lemelisk ya anhelaba poder estar a solas con sus planes y sus sueños. Pero si quería que su gran proyecto llegara a convertirse en una realidad, tendría que hacer algunos sacrificios.

Como siempre, Bevel Lemelisk cumpliría con su deber incluso si eso le costaba la vida... otra vez.