Capítulo 48
Como aves de presa acorazadas, los Destructores Estelares de la clase Victoria atacaron un blanco tras otro y fueron dejando un reguero de llamas y destrucción detrás de ellos.
El coronel Cronus se recostó en el no muy cómodo sillón de mando del 13X y contempló la cada vez más reducida lista de objetivos compilada por la almirante Daala. Después juntó las manos y se las estrujó, flexionando los músculos de los brazos. Todo su cuerpo estaba tenso, y lo notaba a punto de estallar de puro orgullo salvaje. Su mente ardía con el fuego glorioso de un éxito detrás de otro, pero Cronus no se permitió dejarse aturdir por la satisfacción, porque entonces podría llegar a bajar la guardia y consentir que el nivel de cumplimiento de su deber descendiera por debajo de la perfección. No podía permitirse eso..., no después de haber acumulado un historial tan deslumbrante.
Se envolvió en las tiras del arnés de seguridad y se preparó para otra batalla.
—Levanten los escudos —dijo.
—Orden recibida y ejecutada —respondió el oficial táctico. —Preparados para entrar en combate.
Los otros navíos de la clase Victoria fueron contestando automáticamente a medida que sus ordenadores enviaban respuestas codificadas. Cronus se inclinó hacia adelante y apretó los brazos de su sillón de mando con tanta fuerza que las yemas de sus dedos dejaron señales en ellos.
—Adelante a toda potencia —dijo.
La flota de navíos carmesíes se abrió paso a través de los astilleros de Chardaan, una instalación espacial rebelde que producía una amplia gama de cazas estelares, desde los viejos modelos ala—X y ala—Y hasta los más recientes cazas ala—A, B y E. Cronus pensó que después de aquel ataque los astilleros ya no producirían gran cosa.
Los hangares presurizados de gravedad cero de los astilleros eran grandes esferas plateadas unidas en grupos que proporcionaban un entorno laboral tubular a los mecánicos que iban uniendo los componentes para dar forma a las esbeltas naves. La flota de Cronus pasó rugiendo junto a sus objetivos para alejarse rápidamente, y los hangares estallaron con satisfactorias erupciones de aire quemado y metales que salían despedidos en todas direcciones. Las bajas enemigas habían sido significativas. Los imperiales no habían sufrido pérdidas.
Un lento y pesado transporte de mineral se puso en movimiento y empezó a alejarse poco a poco. El gigantesco vehículo corroído había visto días mejores, y ya sólo contaba con una dotación mínima que estaba intentando sacar a su viejo navío de aquel lugar tan peligroso.
Cronus centró las miras en los motores posteriores del transporte de mineral, y disfrutó enormemente disparando contra el coloso hasta dejarlo fuera de control. La nave fue dibujando una estela de llamas y acabó chocando con un anillo de atraque exterior que albergaba los habitáculos de los ingenieros.
Cronus siguió adelante sin detenerse. El coronel guió a su flota a través de la zona de construcción, y los navíos carmesíes continuaron disparando indiscriminadamente.
Las fuerzas rebeldes se movilizaron con notable rapidez. Cazas estelares, tanto viejos como nuevos, salieron disparados hacia los navíos de la clase Victoria, pilotados por trabajadores de la construcción y pilotos de guerra que estaban disfrutando de un permiso.
—Ataquen todos los blancos que puedan, pero no entablen combate con las defensas rebeldes —ordenó Cronus—. No merecen que nos tomemos la molestia de destruirlas. Haremos una pasada a toda velocidad v_ los dejaremos temblando cuando nos marchemos.
La rapidez con la que los rebeldes estaban desplegando sus fuerzas le indicó que debían haber sido alertados. No podía saber cómo había ocurrido, pero tenían que estar al corriente de los planes de Daala. Cronus volvió a flexionar los músculos de sus brazos.
Las pequeñas naves rebeldes concentraron su potencia de fuego en dos de los cruceros de combate carmesíes, y Cronus admiró su estrategia. Los cazas eran demasiado pequeños y su número demasiado reducido para que pudieran causar daños significativos a la flota de Cronus..., pero si iban escogiendo un blanco cada vez, quizá podrían...
Un navío de la clase Victoria estalló, dispersando chorros de restos metálicos en todas direcciones y llevándose consigo a una docena de alas—X rebeldes que habían estado acosándolo.
Cronus sintió tanta irritación como desilusión.
—¡Aumenten la velocidad! —gritó—. ¡Salgamos de aquí!
El segundo navío de la clase Victoria atacado por los rebeldes estalló, pero esta vez el comandante de la nave no fue lo suficientemente previsor para saber utilizar la aniquilación de su destructor estelar con vistas a obtener una última ventaja, y la detonación resultante no causó ningún daño colateral.
El historial de Cronus había dejado de ser perfecto, y el coronel empezó a sentirse un poco preocupado.
Cuando pasaron a través de una estación de suministro de combustible envuelta en explosiones y un peligroso bosque de vigas sueltas que flotaban a la deriva, Cronus ordenó a sus Destructores Estelares que lanzaran sus detonadores—buscadores provistos de cronómetro y los esparcieran entre nubes de restos y señuelos. Las pequeñas y potentes minas buscarían objetivos que pareciesen inofensivos en los que podrían ser activadas después, con lo que dejarían una sorpresa para que los rebeldes se la encontraran durante las operaciones de limpieza. Cronus extrajo una considerable satisfacción del saber que proseguiría con la destrucción incluso después de haberse ido.
—Las defensas rebeldes están desplegadas y va incrementando la intensidad de sus represalias, señor —informó el jefe de sensores. Cronus asintió y se inclinó hacia adelante.
—Es hora de irnos. Ya hemos causado toda la devastación posible en este lugar.
La flota de navíos de la clase Victoria ejecutó una impecable huida al hiperespacio mientras las fuerzas rebeldes la perseguían con—todas sus armas escupiendo fuego.
Los gigantescos museos culturales de Porus Vida eran famosos en toda la galaxia, tenían siglos de antigüedad..., y estaban asombrosamente indefensos contra un ataque. El coronel Cronus no los consideraba objetivos militares..., pero la almirante Daala los había incluido en su lista por el valor psicológico que tendría atacarlos, y Cronus obedeció sus órdenes.
Para sus naves resultó de lo más sencillo pasar sobre los almacenes de documentos y colecciones artísticas con las baterías turboláser lanzando llamas e incendiarlos. Los sensores remotos de Cronus le transmitieron imágenes de jardines escultóricos derritiéndose bajo oleadas de calor y le mostraron gráciles siluetas, que habían tenido los brazos alzados en expresiones de alegría maravillosamente estéticas, doblándose en agonía a medida que se iban fundiendo para convertirse en lava.
La hierba verde de los jardines meticulosamente cuidados se volvió marrón en el momento del fogonazo calórico. Los estanques reflectantes y las lagunas llenas de peces hirvieron en nubes de vapor, y los visitantes corrieron tambaleándose de un lado a otro y se derrumbaron lanzando alaridos. Los museos ardieron, y sus casas de los tesoros fueron aniquiladas.
El coronel Cronus hizo entrechocar suavemente las puntas de sus dedos y frunció los labios. Bueno, y de todas maneras, ¿a quién le importaban los archivos culturales? Cronus estaba destruyendo su historia, y la sustituía con la suya a cada ataque.
La flota imperial se tropezó con el convoy diplomático por pura casualidad, pero Cronus supo sacar provecho de la sorpresa.
El convoy consistía en nueve cilindros redondeados de los que brotaban velas solares tan delgadas que parecían hechas de gasa, lo cual les daba el aspecto de pétalos de flor que giraban por el espacio, y que complementaban esa propulsión con el impulso de los motores sublumínicos mientras se iban aproximando a una estación de aprovisionamiento. «Son muy hermosas —pensó Cronus—, pero también son lentas y poco maniobrables, y necesitan mucho tiempo para responder a un ataque abierto.»
Cuando las desesperadas transmisiones de los alienígenas llegaron a él, Cronus vio que los ocupantes de las naves eran una especie de criaturas insectoides de frágil apariencia y con grandes alas de mariposa..., y muy poco armamento. Cuando su flota de navíos de la clase Victoria se lanzó a la carga por entre las naves, convirtiendo sus velas solares en láminas de partículas calcinadas, recibió una rendición inmediata e incondicional.
Pero el coronel Cronus no estaba interesado en la rendición.
Comprobó su identificación y el propósito de su misión, y archivó los datos por si se daba el caso de que Daala pudiera necesitarlos. Después ordenó su completa aniquilación.
—Son aliados de nuestro enemigo que traen regalos y van a jurar lealtad a Coruscant —dijo—. Han escogido el bando equivocado en este conflicto galáctico, y ahora pagarán por ello.
Abrió fuego sobre la nave que encabezaba la formación del embajador, y utilizó haces turboláser afilados como navajas al rojo vivo para abrir el estómago metálico de la nave, con lo que la atmósfera y los pasajeros salieron despedidos al espacio como chorros de sangre que brotaran de una gran herida.
Sus naves continuaron el bombardeo hasta que los depósitos de combustible de reserva de los alienígenas estallaron. Cronus volvió a usar el canal interno de comunicaciones para dirigirse a su flota.
—Este convoy carece de armamento, así que podemos tomarnos nuestro tiempo y terminar el trabajo.
Los navíos de la clase Victoria y sus pilotos, todavía enfurecidos por la pérdida de dos naves en los astilleros de Chardaan, disfrutaron enormemente haciendo pedazos hasta la última nave—mariposa.
Después se quedaron inmóviles en el espacio durante unos momentos, rodeados por los restos de la destrucción. Cronus, tan excitado que apenas podía respirar, ordenó a la flota que siguiera adelante.
—Un trabajo muy bien hecho —dijo por el sistema de comunicaciones—. Y ahora, a reunirnos con la almirante Daala en Yavin 4.
Cerró los ojos y disfrutó de un momento de relajación mientras su flota de Destructores Estelares proseguía su avance sin que nada se opusiera a él.