KHOMM
Capítulo 17
Kyp Durron contemplaba el enrejado asombrosamente perfecto de las ciudades mientras Dorsk 81 pilotaba su nave durante el trayecto hasta el espaciopuerto principal de Khomm.
Dorsk 81 se removía delante del panel de control y parecía un poco nervioso mientras dirigía la nave durante la maniobra de aproximación. Había unas cuantas naves más estacionadas en rectángulos señalizados, comerciantes del exterior del sistema que habían venido al planeta de los clones para ofrecer sus mercancías. Los habitantes de Khomm rara vez salían de su mundo, y preferían quedarse en casa y hacer lo que siempre habían hecho.
La piel verde aceituna del clon alienígena se oscureció un poco.
—Qué agradable es estar de vuelta —dijo—. Cuando me fui no sabía nada sobre la Fuerza, pero ahora puedo percibir y entender lo que me decían mis sentidos mientras crecía aquí. Siento la influencia tranquilizadora de este sitio, toda su cómoda familiaridad... Después de todas las decisiones difíciles con las que he tenido que enfrentarme en el praxeum, quiero volver a hundirme en el estanque de mi pueblo y absorber su calor y su bienvenida. Tú también percibirás todo eso, Kyp.
Kyp asintió, ocultando su escepticismo.
—Ya puedo sentir una sensación general... como ahogada, de un nivel bastante bajo.
Dorsk 81 inclinó su extraña cabeza casi carente de rasgos en un veloz asentimiento y abrió sus luminosos ojos en un parpadeo lleno de inocencia. —Sí, sí, eso es.
Cuando les abrieron la escotilla de acceso, Kyp se quedó asombrado al ver toda una multitud venida hasta allí desde los grandes edificios. Contempló a los centenares de clones de lisa piel que se habían congregado para darles la bienvenida. Todos aplaudieron cuando Dorsk 81 salió a la suave y algo neblinosa claridad solar y alzó el brazo derecho en un gesto de saludo.
—¿Por qué hay tanta gente? —preguntó en voz baja Kyp, que estaba al lado de su amigo—. Esto es asombroso.
Dorsk 81 le respondió con una sonrisa radiante en los labios.
—Haberme convertido en un Caballero Jedi me ha dado una gran fama en Khomm. —Lanzó una mirada algo avergonzada a Kyp—. Soy la única persona en toda la memoria colectiva reciente de Khomm que ha hecho algo... impredecible.
La plataforma levitatoria siguió avanzando, y más alienígenas se asomaron a las ventanas para saludarles con la mano. Kaell 116 acabó bajándoles al suelo delante de un edificio idéntico a todos los demás. El líder de la ciudad los dejó allí con una rápida y seca despedida.
Dorsk 81 corrió hacia el edificio sin intentar ocultar su impaciencia, alzando la mirada hacia el bloque de piedra como si nunca lo hubiera visto antes.
—¡Ésta es mi casa! —exclamó.
Kyp le siguió mientras el clon alienígena subía casi a la carrera tres tramos de escalones que llevaban a su morada personal.
El corredor estaba muy bien iluminado y contenía una algo mareante sucesión de puertas idénticas, como una miríada de imágenes reflejadas en un laberinto de espejos. Una de las puertas se abrió en el mismo instante en que Dorsk 81 echaba a correr en esa dirección.
Dos figuras salieron por la puerta. Sus rostros de piel aceitunada y rasgos curiosamente suavizados estaban iluminados por grandes sonrisas, y durante un momento Kyp tuvo la sensación de estar contemplando un vórtice de secuencias temporales alternativas que le mostraban imágenes de la misma persona en distintas etapas de su vida. Los dos clones eran idénticos a Dorsk 81, uno mayor que él y con algunas señales del paso del tiempo en su rostro y otro más joven y un poco más bajo.
Los tres clones se abrazaron y empezaron a hablar rápidamente en voz baja. Kyp retrocedió un poco, sintiéndose inexplicablemente fuera de lugar allí..., pero no le importaba. Observó a los clones sintiendo una punzada de nostalgia, y recordó con melancólica ternura los momentos que él, sus padres y Zeth, su hermano, habían pasado juntos en Deyer, su mundo natal: las plataformas de pesca flotantes, los apacibles crepúsculos en el lago... Pero el Imperio había destruido todos aquellos lugares, y Kyp no había vuelto a verlos desde su infancia.
Después de la breve e intensa bienvenida, Dorsk 81 le hizo una seña a Kyp para que le siguiera al interior.
—Éste es mi amigo Kyp Durron, otro Caballero Jedi. Éste... —se volvió hacia la imagen más anciana de sí mismo— es Dorsk 80, mi predecesor. y éste... —puso la mano sobre el hombro del clon más joven y lo apretó suavemente— es Dorsk 82, mi sucesor.
Todas aquellas copias genéticamente idénticas hicieron que Kyp se sintiera un poco desorientado, pero había visto muchas cosas extrañas en la galaxia. Miró a su alrededor y contempló el lugar en el que vivía la familia Dorsk, y vio un mobiliario bastante cómodo y todas las habitaciones esperadas.
—¿Alguno de vosotros tiene esposa? —preguntó, no viendo a nadie más.
Los tres clones le miraron parpadeando, y Dorsk 81 acabó dejando escapar una breve carcajada. La piel de su frente se arrugó un poco.
—Aquí nadie tiene esposa, Kyp —dijo—. Todos los habitantes de Khomm carecen de sexo. Por eso utilizamos las instalaciones de clonación, ¿entiendes? Hace miles de años que el sexo es algo desconocido en este planeta.
Kyp soltó una risita para ocultar su incomodidad.
—Bueno, es sólo que di por sentado que... Eh... Bien, está claro que me he equivocado.
—Todos cometemos errores —dijo Dorsk 80, dirigiendo un rápido y significativo fruncimiento de ceño a Dorsk Kyp lo captó, pero su amigo fingió no hacerlo.
Un rato después Dorsk 81 le ayudó a hacer la cama en su pequeña habitación extra, y Kyp aprovechó aquel momento de intimidad para hacerle una pregunta que le había estado dando vueltas por la cabeza.
—Oye, Dorsk 81 —empezó diciendo—. Ahora que he visto lo... —Kyp buscó la palabra adecuada—, lo estable y resistente al cambio que es vuestro mundo, no entiendo cómo te las vas a arreglar para ser un centinela Jedi. ¿Qué vas a hacer aquí?
Un pánico repentino se extendió por los ojos amarillos de Dorsk 81. —¡No lo sé! —murmuró con voz enronquecida—. No lo sé...
Repitió las palabras para sí mismo y después dejó solo a Kyp para volver corriendo a las habitaciones exteriores.
Durante algún tiempo Kyp no pudo dormir. Se dedicó a mirar por la ventana y contempló una noche que relucía con el resplandor de mil millones de estrellas. Khomm se encontraba muy cerca del núcleo galáctico, próximo a los temidos Sistemas del Núcleo en los que se habían escondido los supervivientes del Imperio. Las estrellas formaban una isla borrosa en el espacio, dibujando una lente que se extendía hasta cubrir la mitad del cielo.
Kyp clavó la mirada en los Sistemas del Núcleo, temiendo lo que podían ocultar pero, al mismo tiempo, anhelando descubrirlo.
El joven Dorsk 82 pasó la mañana siguiente enseñándoles el trabajo que llevaba a cabo en los bancos de clones. La instalación de clonaje era más alta que los otros edificios y tenía un diseño general distinto: era la única estructura inusual que Kyp había visto en toda la compleja parrilla de la metrópolis. En vez de estar construida con la ubicua piedra verdosa surcada por vetas más claras, las paredes exteriores eran gigantescas láminas rectangulares de cristal transparente unidas mediante vigas cromadas que reflejaban la neblinosa claridad solar. Los ventanales de cristal estaban tan limpios que Kyp podía mirar hacia dentro desde el nivel de la calle y ver toda la cuidadosamente organizada actividad que se desarrollaba en el interior.
—Lo hemos mantenido todo exactamente tal como estaba cuando tú te fuiste —dijo Dorsk 82, alzando la mirada para dirigir una sonrisa radiante a su «padre».
En el interior el aire estaba impregnado de humedad y saturado por toda una mezcla de olores químicos y orgánicos que no eran tanto desagradables como exóticos e inusuales. Dorsk 80 les fue acompañando como un adusto maestro de escuela, dirigiendo asentimientos de cabeza llenos de orgullo a Dorsk 82, su protegido, y volviendo la cabeza de un lado a otro, rozando controles e inspeccionándolos cuando pasaban junto a ellos.
—No sabía que hicieras esta clase de trabajo antes de irte —dijo Kyp.
Su amigo asintió.
—Pues sí. La base de datos del ordenador contiene los planos genéticos de las principales líneas familiares. Cuando llega el momento de producir un nuevo descendiente, sacamos las secuencias de ADN de los bancos de datos y producimos otra copia del código que se haya elegido y luego...
—Normalmente cada clon es idéntico —dijo Dorsk 80, interrumpiéndole.
Kyp sabía que Dorsk 81 era una anomalía que, en contra de todas las probabilidades, había resultado poseer una elevada sensibilidad a la Fuerza cuando debería haber sido idéntica a todas las encarnaciones anteriores de su modelo clónico. Pero algo inexplicable había cambiado en su caso.
Filas y más filas de incubadoras metálicas se extendían formando hileras minuciosamente numeradas y controladas en las que los embriones iban creciendo hasta dejar atrás la edad infantil para ser acelerados hasta aproximarse a la adolescencia, momento en el que eran sacados de las máquinas y educados por sus unidades familiares, que irían enseñándoles los deberes y obligaciones de su secuencia genética.
El siseo de los fluidos en continuo movimiento, el susurro de los generadores de niebla y el incesante chasquear de los operadores que trabajaban en los teclados de los ordenadores hacía que la instalación de clonaje fuese una constante colmena de actividad, pero la tensión fue creciendo alrededor de Dorsk 81 como una manta de silencio.
Dorsk 82, que resplandecía de orgullo, los llevó a su puesto de trabajo. Las pantallas de las terminales mostraban la situación actual de millares de tanques de embriones.
—Aquí es donde solías sentarte —dijo Dorsk H2—. Todo sigue estando en condiciones de operar, y yo he seguido los pasos de nuestra familia... Pero ahora que has vuelto, te cedo mi lugar con suma alegría para que pueda continuar mi adiestramiento y así, algún día, llegar a convertirme en tu verdadero sucesor.
Dorsk 81 palideció.
—Pero yo no he vuelto por eso. No lo entendéis... —Miró a Kyp, como pidiéndole ayuda—. Sigue cumpliendo con tus deberes en la instalación de clonaje, Dorsk 82. No tengo intención de volver a asumirlos.
El clon más joven parpadeó.
—¡Pero debes hacerlo!
El rostro de Dorsk 80 se ensombreció.
—Eres mi sucesor, Dorsk 81 —dijo . Siempre has sabido cuál era tu lugar.
Dorsk 81 giró sobre sus talones para mirar fijamente a su predecesor. ——No. Soy un Caballero Jedi y debo encontrar mi lugar..., mi nuevo lugar. Kyp deseaba ayudar a su amigo y apoyar a Dorsk 81 de alguna manera.
Pero aquello era una discusión personal, y si interfería sólo conseguiría empeorar la situación.
Dorsk 80, que estaba muy serio, clavó la mirada en Dorsk 81. —No tienes elección.
—Sí —dijo Dorsk 81, con el rostro lleno de angustia—. Sí, tengo una elección... Eso es lo que no entendéis.
Los ojos llenos de lágrimas de Dorsk 81 fueron de su versión más joven a la más anciana. Kyp siguió contemplando en silencio a los clones, y las expresiones de aquellos tres rostros llenaron de dolor su corazón apenado.
La familia de Dorsk 81 estuvo muy distante y silenciosa durante el resto del día, rehuyendo visiblemente su compañía. El clon alienígena, que estaba muy afectado, acabó yendo a ver a Kyp, que se había retirado al cuarto de invitados. Kyp se compadeció de su amigo. Aquel breve contacto con la forma de vida estancada e inmutable que se había impuesto en Khomm le había hecho ver con toda claridad que los otros clones no podían comprender quién era Dorsk 81 o lo que había hecho.
Dorsk 81 se sentó junto a él. Sus ojos amarillos eran muy expresivos, pero Dorsk 81 tuvo que dejar transcurrir algunos momentos antes de poder reunir el valor necesario para hablar.
—No me atrevo a quedarme aquí —dijo por fin—. Aunque intente ser fuerte, sé que si vivo en este mundo, en esta ciudad, con los miembros de mi familia... Sé que acabaré cediendo. Olvidaré lo que era ser un Jedi. Faltaré al juramento que le hice al Maestro Skywalker. Todo se irá perdiendo poco a poco, y mi vida se desvanecerá y al final no seré más que una pequeña e insignificante desviación dentro de la historia de Khomm.
»¿Qué voy a hacer ahora? Cuando me convertí en un Jedi todo parecía estar tan claro... Volvería a Khomm y sería el guardián de este sistema. Pero este sistema ni necesita ni quiere tener a un Caballero Jedi para que lo proteja. ¿Qué misión tengo ahora?
Kyp le cogió del brazo, sintiendo que su corazón latía a toda velocidad. —Puedes venir conmigo —dijo—. Quiero que lo hagas. El rostro de Dorsk 81 se convirtió en una ventana a través de la que brilló una esperanza tan radiantemente luminosa como los rayos del sol. Kyp entrecerró los ojos, y sintió agitarse en su interior las llamas abrasadoras de su viejo deseo de vengarse del Imperio.
—Subiremos a nuestra nave y entraremos en los Sistemas del Núcleo que todavía no han sido cartografiados —dijo—. Juntos, tú y yo descubriremos qué ha sido del Imperio.