Capítulo 8
Un diluvio de agua caliente caía sobre la jungla y repiqueteaba en las relucientes hojas de la vegetación. El Maestro Skywalker lo ignoró, o lo aceptó, mientras guiaba a su grupo de estudiantes a lo largo de los senderos empapados que atravesaban la espesura en los alrededores del Gran Templo. Gotitas de agua que parecían brillar bailoteaban sobre sus túnicas Jedi.
Kyp Durron alzó la mirada hacia los retazos de cielo de un color gris plomo que se podían divisar por entre las copas de los enormes árboles. La lluvia acarició su rostro con dedos perlinos que fueron resiguiendo los contornos de su mentón y se deslizaron por el hueco de su garganta. Otros podrían haber considerado que la oscuridad y la tormenta eran un mal presagio, pero la lluvia traía vida a la luna de las junglas, y Kyp consideraba que suponía un cambio beneficioso después de tanto calor húmedo.
Cilghal, la Jedi de Mon Calamar¡, caminaba directamente detrás del Maestro Skywalker. Los pliegues de su túnica color azul océano ondulaban a su alrededor, ya empapados, aunque parecía como si la tela hubiera sido concebida para estar siempre mojada. Su piel color rosa salmón relucía y la calamariana abría y cerraba sus grandes ojos de pez, acogiendo la lluvia con visible satisfacción.
Kyp caminaba al lado de Dorsk 81, el clon alienígena cuya lisa piel aceitunada y rasgos redondeados le daban un aspecto curiosamente suavizado, como si un proceso inexplicable hubiera borrado todos sus ángulos y contornos afilados. Dorsk 81 tenía la piel de un delicado color verde claro, grandes ojos amarillos y un rostro franco e inocente. El clon alienígena llevaba mucho tiempo tratando de adquirir un poco de seguridad y confianza en sí mismo, y había tenido que luchar con generaciones de predecesores de su línea que eran absolutamente idénticos y carecían de todo talento. Durante el último año Kyp y Dorsk 81 se habían hecho muy amigos. Tenían personalidades totalmente opuestas y eso podría haber hecho que se llevaran mal, pero cada uno llenaba de alguna manera inexplicable los huecos del otro.
El Maestro Skywalker guió al grupo de estudiantes por entre las silenciosas masas de maleza, llevándolos a los lugares en los que incluso las aves y los insectos estaban callados y se escondían debajo de gruesas hojas para protegerse del aguacero.
Acabaron llegando a la orilla de un gran río que se abría paso a través de la jungla, una ancha cinta de agua verdosa que hervía de vida. La corriente fluía muy deprisa, y miles de pequeños alfilerazos puntuaban su superficie al ser golpeada por la lluvia.
Kyp miró más allá del río y a través de la lluvia, y pudo ver las ruinas de otro templo massassi, la enorme masa medio desmoronada del Templo del Cúmulo de la Hoja Azul. La gran estación generadora instalada cerca de él zumbaba y despedía nubes de vapor bajo el diluvio de aquel atardecer.
El Maestro Skywalker se detuvo en la orilla. Sus pies se hundieron levemente en el barro y extendió las manos junto a los costados como si estuviera dibujando líneas de Fuerza desde debajo de la superficie. Luke Skywalker se quitó el capuchón con un encogimiento de hombros. Su cabellera de un color castaño muy claro se había oscurecido debido a la lluvia, y los mechones empapados estaban pegados al cráneo. Gotas de lluvia centellearon sobre sus mejillas cuando se volvió hacia los estudiantes Jedi.
—Me complace poder conmemorar este nuevo cambio —dijo— El río fluye, al igual que lo hace la Fuerza, que nunca termina y siempre está en movimiento... Os traje a Yavin 4 para iniciar vuestra instrucción. Ahora lo único que puedo hacer es colocaros en el comienzo del camino del lado de la luz y abrir vuestras mentes a las posibilidades de la Fuerza. Todos tendréis que completar vuestro adiestramiento por vuestra cuenta. Cada uno de vosotros debe decidir cuándo ha llegado ese momento.
»La Nueva República necesita Caballeros Jedi para que difundan la paz y la estabilidad, por lo que no podemos permanecer indefinidamente en nuestra cómoda Academia Jedi. —El Maestro Skywalker contempló a los empapados candidatos y después bajó la mirada hacia su túnica, que también estaba empapada—. Bueno, puede que no siempre sea muy cómoda... —añadió.
Los estudiantes Jedi rieron en voz baja.
Kyp se sintió repentinamente nervioso. Llevaba mucho tiempo esperando con impaciencia el momento de su graduación, pero de repente se sentía como si estuviera poniendo fin a una de las épocas más importantes de su vida..., aunque eso significara que estaba a punto de iniciar una fase todavía más crucial o emocionante.
—Tres estudiantes han decidido marcharse del praxeum, la Academia Jedi en la que aprendemos a actuar y vamos descubriendo los misterios de la Fuerza.
Kyp y Dorsk 81 avanzaron para detenerse junto a Cilghal, y se volvieron hasta quedar de cara a los otros estudiantes Jedi. Cilghal alzó la cabeza hacia el cielo, permitiendo que la lluvia chorrease sobre su cara.
—Han aprendido todas y cada una de las lecciones que he preparado para ellos —dijo Luke Skywalker—. Han construido sus espadas de luz y han completado su adiestramiento.
Cilghal sacó la empuñadura de su espada de luz de su túnica azul océano. Su arma era una delicada protuberancia plateada con sutiles protuberancias e indentaciones, como si fuese algo que hubiera crecido orgánicamente, y tenía un aspecto general muy parecido al de los colosales cruceros estelares de Mon Calamar¡. Kyp y Dorsk 81 también empuñaron sus espadas de luz, y los tres graduados activaron sus armas al unísono. El vapor siseó a su alrededor cuando las gotas de lluvia se evaporaron con un estridente chasquido al caer sobre las hojas resplandecientes.
—Los tres debéis partir y convertiros en guardianes de la galaxia, protectores de la Nueva República —dijo el Maestro Skywalker—. Debéis enfrentaros al lado oscuro y combatirlo en todas sus manifestaciones. Ahora sois Caballeros Jedi.
Cilghal clavó sus redondos ojos de pez en la hoja que zumbaba delante de ella.
—Volveré a mi mundo natal, donde desempeñaré la doble función de embajadora y protectora Jedi. Los habitantes de Mon Calamar¡ son una raza inteligente e industriosa. Podemos aportar nuestros recursos a la mejora de la estabilidad de la Nueva República.
Dorsk 81 abrió y cerró sus ojos amarillos y lanzó una mirada llena de nerviosismo a Kyp, quien le animó a hablar con una casi imperceptible inclinación de cabeza.
—Yo también deseo volver a mi planeta natal —dijo el clon alienígena—. Volveré a Khomm, donde nuestra sociedad ha permanecido inmutable durante siglos. Mostrarles que he cambiado, que me he convertido en un Caballero Jedi, supondrá toda una conmoción para ellos. —Los delgados labios que enmarcaban la rendija de su boca se curvaron hacia arriba en una leve sonrisa— Creo que necesitan que alguien vuelva a despertarlos.
Después el Maestro Skywalker miró a Kyp, quien se irguió hasta parecer tan alto como Dorsk 81.
—De momento iré con él —dijo—. Su mundo natal se encuentra muy cerca del centro de la galaxia, y está a muy poca distancia de los Sistemas del Núcleo. Me preocupa mucho que el Imperio haya estado tan poco activo durante los dos últimos años. Oh, claro, hemos tenido que enfrentarnos a la almirante renegada Daala y al Ojo de Palpatine...
El Maestro Skywalker torció el gesto de una manera casi imperceptible y volvió la mirada hacia Calista, que seguía irradiando afecto hacia él aunque estaba empapada y un poco harta de soportar el molesto aguacero.
—Pero sigo pensando que los señores de la guerra deben de estar planeando algo —dijo Kyp—. No puedo imaginarme ningún servicio más grande a la Nueva República que el averiguar lo que está ocurriendo. Me infiltraré en esos sistemas y espiaré al Imperio.
Kyp miró a los demás y vio inquietud o firme determinación. Tionne asintió apaciblemente. Kam Solusar, el Jedi duro e implacable, permanecía inmóvil bajo la lluvia y ni siquiera parpadeaba, como si nada pudiera afectarle. Kirana Ti, la guerrera de Dathomir, se alzaba orgullosa y segura de sí misma en su reluciente armadura de escamas rojas y verdes. Junto a ella estaba Streen, el ermitaño medio loco de Bespin, que contemplaba las gotas de lluvia que habían caído en sus manos y volvía velozmente la mirada de un lado a otro. Kirana Ti puso una robusta mano sobre su hombro, como si fuese repentinamente capaz de percibir sus dudas.
Los otros reaccionaron a su manera, mostrándose de acuerdo o desviando la vista. Kyp conocía muy bien al grupo original de estudiantes de Luke. Otros eran recién llegados que venían para ser adiestrados a medida que la noticia se iba difundiendo de un sistema a otro y se iban encontrando más Caballeros Jedi en potencia.
El Maestro Skywalker dejó caer las manos junto a los costados y se relajó. Kyp apagó su espada de luz, y la empuñadura engulló la hoja de energía plateada. Cilghal y Dorsk 81 también extinguieron el resplandor de sus armas.
Luke les sonrió a todos.
—Creo que ya nos hemos mojado lo suficiente —dijo—. Volvamos al templo.
Kyp sintió como la tensión se desvanecía súbitamente de la atmósfera, y de repente pareció como si fueran un grupo de compañeros que estuvieran de paseo en vez de estar asistiendo a una ceremonia tan importante que afectaría a toda la galaxia.
El Maestro Skywalker se unió al grupo de estudiantes y buscó a Calista. Le tomó la mano, y los dos enamorados se sonrieron el uno al otro mientras guiaban a los demás por un sendero medio oculto entre la maleza para volver al Gran Templo.
Dorsk 81 pilotaba la pequeña nave espacial que la Nueva República les había entregado. Iban hacia Khomm, y el clon alienígena contemplaba cómo el punto brillante que era su mundo natal iba creciendo delante de él.
—Aproximación a lo largo del vector estándar —dijo Kyp desde el asiento de pasajeros mientras conectaba el sistema de comunicaciones—. Kyp Durron y Dorsk 81 se aproximan a Khomm y solicitan coordenadas de descenso.
Unos instantes después la voz tranquila y pausada de un controlador del tráfico espacial proporcionó a Kyp los datos que necesitaba.
—¿Nos esperaban? —preguntó Kyp, lanzando una mirada llena de curiosidad a Dorsk 81.
El alienígena de piel aceitunada meneó la cabeza.
—No. Es sólo que raramente responden a ningún acontecimiento de una forma que se salga de lo habitual.
Kyp contempló al clon alienígena, y se acordó de una ocasión anterior en la que también habían viajado juntos. Mientras estaba bajo la influencia de Exar Kun, el antiguo Señor Oscuro del Sith, Kyp y Dorsk 81 habían ido a un templo abandonado de la jungla que era la fortaleza privada de la soledad de Kun. Una vez allí el negro espíritu del mal había intentado destruir a Dorsk 81 por puro capricho, meramente para hacer una demostración del poder del lado oscuro. Kyp le había salvado, aunque Dorsk 81 ni siquiera lo había sabido.
Después de la derrota de Kun, cuando Dorsk 81 se hubo enfrentado a sus temores y a sus carencias, el clon alienígena se había ido volviendo más fuerte gracias a haber aceptado sus propias limitaciones. Kyp nunca le había presionado, y había permitido que el alienígena de lisa piel aceitunada siguiera su propio camino.
La esfera verde pálido de Khomm fue haciéndose más y más grande, y acabó llenando todo el visor. Visto desde aquella distancia el planeta parecía apacible y borrosamente uniforme, como si careciese de particularidades o accidentes geográficos. No tenía satélites naturales, y ni siquiera fases de la luna que pudieran producir un cambio regular. La órbita de Khomm era prácticamente circular y la inclinación de su eje inexistente, por lo que no creaba ningún cambio de estaciones. Al estar tan cerca del centro de la galaxia, el cielo carente de lunas estaba repleto de estrellas muy brillantes.
—¿Tienes muchas ganas de volver a casa? —preguntó Kyp mientras Dorsk 81 manipulaba los controles de navegación para colocar su nave en una órbita de baja energía desde la que podrían iniciar un lento descenso hacia el espaciopuerto.
El alienígena asintió.
—Siento grandes deseos de volver a ver a mis duplicados —dijo.
Todos procedían de la misma serie de clones, por lo que obviamente Dorsk 81 no podía llamarles parientes o familiares, ya que genéticamente todos eran el mismo ser. Aun así, Dorsk 81 había experimentado un cambio muy sutil: esa alteración le había proporcionado la capacidad de sentir la Fuerza, una peculiaridad que ningún clon de su serie había mostrado hasta el momento.
—Y en particular tengo muchas ganas de ver a Dorsk 82 —añadió—. Creció a partir de mis genes, y probablemente ya habrá madurado durante el tiempo que he estado fuera.
Kyp parpadeó, bastante sorprendido. No sabía que Dorsk 81 tuviera un... niño, descendiente, duplicado más joven o lo que fuese.
—Yo también tengo muchas ganas de conocerle.
Mientras Dorsk 81 pilotaba la nave durante la maniobra de descenso, Kyp alzó los ojos hacia las masas de estrellas que creaban un gran río de luz extendido a través de la noche del espacio y se juró a sí mismo que averiguaría qué había estado haciendo el Imperio durante todo ese tiempo.