SISTEMAS DEL NÚCLEO
Capítulo 9
La verdadera noche era imposible en los Sistemas del Núcleo. Las estrellas estaban tan cerca las unas de las otras que incluso las regiones más negras del espacio eran una sinfonía de llamaradas estelares y masas de gases calientes ionizados que se acumulaban en regiones antiguamente consideradas inhabitables. En un infierno navegacional como aquél, los restos del Imperio se escondían entre los sistemas todavía no cartografiados donde podían esperar y recuperarse..., y guerrear entre ellos.
La almirante Daala caminaba con el cuerpo muy erguido, un orgulloso ejemplo de adiestramiento imperial que no necesitaba la compañía de nadie mientras los guardias de las tropas de asalto le proporcionaban una escolta armada durante su entrada en la fortaleza de Harrsk el Supremo Señor de la Guerra. Su rostro parecía haber sido cincelado a partir de un bloque de piedra. Seguía siendo hermoso, pero se había ido curtiendo poco a poco de tal manera que sus contornos acabaron por adquirir una terrible agudeza. Demasiados años de apretar los dientes y demasiados meses intentando unir a los señores de la guerra eternamente enfrentados entre ellos que se peleaban por los restos del poderío militar del Imperio, igual que sabuesos nek haciendo pedazos los restos de una presa, habían creado arruguitas casi imperceptibles alrededor de su boca.
Los ojos de Daala estaban llenos de sombras, recuerdos del fracaso y un ardiente deseo de venganza casi apagado, pero el verde de sus iris llameaba con reflejos de metal fundido cuando pensaba en lo sencillo que resultaría volver a asestar un golpe realmente efectivo a la débil y torpe Nueva República. Los rebeldes todavía no habían conseguido consolidar su dominio sobre la galaxia a pesar de que el Imperio les había dado muchos años para lograrlo.
Los soldados de las tropas de asalto formaron una apretada v reconfortante guardia de honor alrededor de Daala mientras avanzaba por los corredores abiertos en el lecho rocoso. El Supremo Señor de la Guerra Harrsk había establecido su fortaleza en un planeta rocoso que se movía en una órbita bastante cercana a una gigante roja. La corteza superficial del planeta siempre estaba blanda v repleta de grietas, v rezumaba lava como una herida incapaz de curarse.
Las gigantescas fundiciones solares que orbitaban el planeta proporcionaban energía y procesaban las materias primas para construir la flota personal de Destructores Estelares de la clase Imperial de Harrsk. Nada más llegar allí Kratas, el leal lugarteniente de Daala, había subido al Onda de Choque, el navío insignia, para inspeccionar el armamento. Hasta el momento Harrsk había construido doce Destructores Estelares, y para ello había utilizado todos los recursos que pudo arrancar a los sistemas estelares que se encontraban dentro de su radio de acción.
Daala pensó en toda la fortaleza militar por explotar oculta y protegida por las sombras del planeta de Harrsk, allí donde los temibles rayos de la gigante roja no podían dañar los sistemas de las naves. Cuando se le ordenó que protegiera la Instalación de las Fauces, Daala sólo había contado con cuatro Destructores Estelares..., y había perdido tres de esas naves en su pequeña guerra privada con los rebeldes.
Sí, Daala podía consolarse a sí misma con el recuerdo de que había destruido una colonia rebelde, hecho pedazos un convoy que se dirigía a una nueva base militar y atacado y causado graves daños al mundo acuático de Calamar¡..., pero en conjunto sus tácticas habían resultado lamentablemente anticuadas y pésimamente mal concebidas. Daala había permitido que las tinieblas de la ira la cegasen y le impidieran ver los puntos débiles de sus planes. También había padecido una suerte diabólicamente mala, pero no tenía ninguna intención de permitir que la suerte volviera a ser un factor a considerar.
Daala había renunciado a todo para volver arrastrándose al Imperio, y había conseguido sobrevivir dentro del maltrecho casco medio destrozado por la batalla de su último Destructor Estelar, el Gorgona. Cuando llegó al santuario que andaba buscando, quedó muy poco impresionada ante los débiles e infantiles señores de la guerra que habían pasado a tener el futuro del Imperio en sus manos. Las autoridades imperiales le habían quitado las tropas que le quedaban y las habían dispersado entre otras naves de sus flotas. Después habían desmontado el Gorgona, llevándose los escasos componentes utilizables para reconstruir otras naves.
Pero Daala no les había dado ocasión de que la reasignaran a un grupo de combate, y había preferido actuar como una especie de embajadora por cuenta propia, una pacificadora que visitaba a los señores de la guerra dispersos por entre los Sistemas del Núcleo. Cada uno de ellos se había inventado un título crecientemente ridículo para sí mismo, intentando superar a su competidor más cercano. Los títulos iban desde Gran Almirante a Líder de Combate Omnipotente, pasando por Súper Almirante y Comandante Supremo. La almirante Daala había conservado su sencillo rango original, no necesitando nuevas medallas o títulos. Su misión unificadora aún no había sido completada, y ella y el comandante Kratas viajaban de un sistema a otro, utilizando su reputación y hablando a oídos que, desgraciadamente, parecían estar llenos de duracreto.
El aire empezó a calentarse a su alrededor y no tardó en quedar impregnado por un olor sulfuroso que se filtraba a través de los túneles vitrificados. La melena rojiza de Daala fluía detrás de ella como la cola de un cometa.
Había intentado cortarse los cabellos para controlarlos, pero no le gustaba nada la apariencia severa que le daba llevar el cabello corto. Una parte de su ser necesitaba seguir siendo libre, confinada únicamente por los límites de lo que sabía era capaz de llegar a conseguir.
Los soldados de las tropas de asalto de Harrsk estaban alineados a lo largo de los corredores, formando un túnel de siluetas blancas por el que Daala debía avanzar. Unas enormes puertas de roca sintética se alzaban hasta el techo, y sus paneles estaban adornados con complicados dibujos que evocaban una antigua grandeza imperial. Un soldado dejó caer el puño sobre un círculo de estaño incrustado en la roca y los amplificadores sónicos hicieron pasar su golpe a través de una cámara de ecos, reforzándolo de tal manera que acabó retumbando y reverberando como la llamada de una poderosa deidad.
Daala intentó ocultar su expresión de disgusto. El ceremonial recargado y las demostraciones pomposas y exageradas de un supuesto poder eran un mal presagio. El Supremo Señor de la Guerra Harrsk se consideraba muy importante..., y a juzgar por las experiencias anteriores de Daala, eso probablemente significaba que no lo era.
Las puertas de roca sintética se abrieron con un lento rechinar, y Daala avanzó sin aguardar a ser anunciada. Sus botas negras chasquearon sobre el suelo de roca fusionada, y su mano se alzó en una salutación marcial.
—Saludo a Harrsk, Supremo Señor de la Guerra.
El Supremo Señor de la Guerra Harrsk había instalado hileras de paneles de observación en una gran cámara. Harrsk estaba sentado en un pequeño sillón flotante que osciló en el aire cuando su ocupante apoyó los pies en una estación de observación y se impulsó con ellos para ir de un panel a otro.
—Ah, almirante Daala... —respondió Harrsk.
La sonrisa que se estiró a través de su rostro era horrible. Toda la mitad izquierda de su cabeza estaba quemada y chamuscada, y el calor sólo había dejado una extensión de piel rosácea cubierta de burbujas y protuberancias, una gruesa masa de tejido cicatricial que carecía de toda sensibilidad. Su ojo había perdido la visión, pero Harrsk lo había sustituido por un sensor óptico sintético de androide que hacía que su cuenca ocular brillara con un resplandor amarillo.
Harrsk había estado a punto de morir debido a una explosión durante la batalla de Endor. Su Destructor Estelar quedó inutilizado, pero Harrsk consiguió escapar con parte de la flota y se dirigió a un punto de encuentro en los Sistemas del Núcleo justo después de haber visto estallar la Estrella de la Muerte. Harrsk podría haber reparado su piel mediante las técnicas médicas existentes, pero había elegido no hacerlo y conservar las horribles cicatrices como una especie de medalla del honor..., y Daala pensó que sin duda también como un medio de intimidación.
Harrsk se removió en su asiento repulsor, y el sillón subió y bajó levemente con sus movimientos. Los cabellos de la mitad de su cabeza que no había sido afectada por la explosión eran negros y estaban pulcramente recortados y peinados, y Harrsk parecía equilibrar el desdén con que trataba a la parte cubierta de cicatrices con una meticulosa atención al lado intacto de su rostro.
—Su reputación la ha precedido —dijo—. Tener entre nosotros a tan legendaria heroína de la guerra es algo que me honra enormemente..., y me complace que por fin haya venido a verme después de haber desperdiciado tanto tiempo con mis rivales, que son mucho más débiles que yo.
Harrsk señaló las pantallas de su pared con un gesto de la mano. Daala vio que tenía holocámaras instaladas en la infernal superficie planetaria, así como unidades remotas en órbita y más satélites espía esparcidos en los lejanos límites del sistema. Una imagen mostraba una fisura que iba haciéndose más grande por momentos, y que estaba desmoronando un risco rocoso mientras la lava de un naranja carmesí se derramaba en una cascada incandescente. Harrsk señaló con una inclinación de cabeza la pantalla central, que mostraba a su docena de Destructores Estelares de la clase Imperial ocultos entre las sombras allí donde el planeta rocoso eclipsaba el sol.
—Estaba hablando con su comandante Kratas —dijo—. Parece que mi Onda de Choque le ha dejado muy impresionado.
Harrsk pulsó un botón y la escena cambió para mostrar a Kratas, que estaba inclinado sobre uno de los puestos de control del puente de mando de un Destructor Estelar. Sus oscuras pupilas brillaban, y sus gruesas cejas estaban enarcadas.
—¡Almirante! —exclamó Kratas, poniéndose en posición de firmes—.Es magnífico volver a estar en el puente... Esta nave es una máquina militar realmente soberbia. Después de todos los daños que sufrimos a bordo del Gorgona, ya había olvidado lo veloz y maniobrable que puede llegar a ser un Destructor Estelar.
Daala se recordó a sí misma que debía darle una buena reprimenda por exhibir semejante alegría infantil. Kratas debía comportarse de una manera más profesional. Pero había pasado por pruebas terribles junto a ella. Kratas había sido un lugarteniente muy eficiente y responsable al que podía exponer sus ideas para desarrollarlas y darles forma..., aunque si hubiera tenido más temple y hubiera estado dispuesto a mostrar un poco más de coraje y decisión, Kratas quizá habría podido convencerla de que las tácticas que Daala empleaba contra los rebeldes no eran las más adecuadas.
—Me alegra que esté impresionado, comandante —dijo Harrsk—. Puede proseguir con su inspección. La almirante Daala y yo tenemos que hablar de unas cuantas cosas.
Kratas inició un rápido saludo militar, pero Harrsk cortó la transmisión sin devolvérselo y, de hecho, sin ni siquiera darle tiempo a terminarlo. Después giró sobre su sillón flotante hasta quedar de cara a su visitante. Daala le miró fijamente, clavando la mirada en su único ojo oscuro y su reluciente sensor óptico. Vio a través de sus cicatrices y no prestó ninguna atención a su rostro o su ojo androide, fijándose únicamente en el cerebro que dirigía e impulsaba toda aquella colección de sistemas que no estaban siendo empleados con toda la eficiencia deseable.
—No prolonguemos la discusión de una manera innecesaria —dijo Harrsk—. Conozco su misión. Ha dedicado el último año a hablar con otros líderes militares. Me parece admirable. Yo también he acabado hartándome de esta interminable guerra civil..., pero está usando la táctica equivocada. Esas técnicas podrían haber dado resultado bajo la frágil democracia de la Antigua República, pero no tienen nada que ver con la manera de actuar imperial.
Cuando se puso en pie, Daala vio que el señor de la guerra era bastante más bajo que ella.
—Usted es una heroína, almirante Daala. Su palabra tiene un peso considerable, y ésa es la única razón por la que ha podido recorrer los territorios hostiles de los Sistemas del Núcleo sin que le ocurriera nada. Pero ha llegado el momento de que ponga punto final a este, juego. Debe unirse al señor de la guerra más poderoso: yo, obviamente. Con usted como mi lugarteniente, tendré el poder que necesito para poner de rodillas a todos esos ridículos aspirantes al trono y convertirlos en una auténtica fuerza de combate. Tendremos que matar a los traidores, por supuesto, pero sospecho que muchos de sus leales soldados agradecerían que se produjera ese cambio en la cadena de mando. Todos nos sentimos bastante frustrados, ¿sabe?,
Daala empezó a enfurecerse.
—Comprendo lo que está diciendo, Supremo Señor de la Guerra, y su flota es realmente impresionante. —Daala señaló la pantalla, que mostraba el grupo de Destructores Estelares escondido entre las sombras del planeta—. Pero todavía no estoy convencida de que pudiera imponerse con tanta facilidad a sus competidores. En cuanto se vuelva más fuerte, los demás formarán una alianza, y las batallas serán más sangrientas y encarnizadas que nunca.
»No, lo que debemos hacer es dar una meta común a todas las flotas. Actúe de manera independiente, si así lo desea, pero reúnase con los otros líderes y discuta una estrategia global para que podamos seleccionar los objetivos rebeldes más adecuados e inyectar nuestro veneno allí donde vaya a causar más daño. —Daala alzó un puño enguantado y clavó sus gélidos ojos verdes en Harrsk—. Los imperiales nunca conseguirán nada mientras se dediquen a pelear entre ellos.
Harrsk soltó una risita, pero su sonrisa se estiró únicamente a través de la parte intacta de su rostro mientras que la máscara de cicatrices permanecía inmóvil.
—Ahora comprendo por qué todas sus batallas terminaron con fracasos tan lamentables, almirante —dijo—. Es usted una comandante muy ingenua... No me extraña que el Gran Moff Tarkin la confinara allí donde no pudiera causar daño mientras los demás seguíamos librando la auténtica guerra en bien del Imperio.
La rabia estalló como un volcán dentro de Daala, pero las pantallas visoras empezaron a emitir un tintineo de alarmas antes de que sus palabras pudieran abrirse paso a través de la barrera de sus dientes apretados. Una de las cámaras espías más lejanas, que estaba instalada encima de la eclíptica, había detectado unos destellos muy intensos: eran las estelas de unos motores que se movían por el espacio a tal velocidad que los sensores no podían centrarse en ellas.
Harrsk fue rápidamente hacia las pantallas y acercó el rostro a una. Las holocámaras del interior del sistema enfocadas hacia el sol gigante mostraron más hileras de luz que se aproximaban.
La pantalla central se encendió de repente, y el comandante Kratas volvió a aparecer en ella.
—Almirante Daala... Eh... Discúlpeme, Señor de la Guerra Harrsk... Hemos detectado a un grupo de naves que se aproxima a gran velocidad. —Otras holocámaras del exterior del sistema hicieron sonar nuevas alarmas, esta vez indicando la aproximación de una docena más de naves que llegaban por debajo del plano orbital—. He detectado setenta naves —dijo Kratas con incredulidad.
—¡Hagan sonar todas las alarmas! —gritó Harrsk.
Las bocinas de combate desgarraron el silencio de los túneles con sus estridentes alaridos.
Las imágenes se fueron volviendo más nítidas, y Daala contuvo el aliento al reconocer las esbeltas siluetas de setenta y tres Destructores Estelares de la clase Victoria, unos navíos de combate más pequeños que tenían la mitad del tamaño de un Destructor Estelar de la clase Imperial. Pero aquellas naves eran veloces y ágiles, y sus contornos estaban erizados de armamento. Sus cascos estaban hechos con planchas de una aleación carmesí, por lo que los navíos de la clase Victoria parecían colmillos ensangrentados que se dispusieran a caer sobre los Destructores Estelares de Harrsk.
—¿Es un ejercicio táctico? —preguntó Daala—. ¿Está intentando impresionarme?
—¡No! —replicó Harrsk, mirándola tan fijamente que incluso el lado cubierto de cicatrices de su rostro onduló con una mueca de disgusto—. Son las naves del Gran Almirante Teradoc. ¡Centren las miras en cualquier blanco visible y disparen! ——les gritó a los Destructores Estelares.
Largas hileras de luces se encendieron de repente, indicando la activación de los sistemas en los cascos blancos como el hueso de los Destructores Estelares eclipsados por el planeta de Harrsk. Los haces verdes de las baterías turboláser brotaron de ellos para atravesar las posiciones de los objetivos..., pero los navíos de la clase Victoria se movían demasiado deprisa. Cinco naves carmesíes estallaron al recibir severos impactos, pero incluso esas pérdidas resultaban insignificantes dada la aplastante superioridad numérica de la flota atacante.
—Teradoc está intentando hacerme quedar en ridículo —dijo Harrsk.Daala volvió la mirada hacia la pantalla y pudo ver a Kratas, que estabacumpliendo con su deber como oficial de más alta graduación del puente,
reaccionando instintivamente y empezando a dar órdenes. Daala se enorgulleció de que su lugarteniente hubiera asumido el mando al instante. Le había adiestrado bien.
—Concentren toda la potencia de fuego —dijo Kratas—. Seleccionen un blanco, destrúyanlo y pasen a otro blanco. Dispersar el fuego no servirá de nada.
Kratas colocó el navío insignia de Harrsk en la punta de una formación de falange. El Onda de Choque era más grande que los otros Destructores Estelares, y contaba con un mayor número de armas de alta energía. El Onda de Choque eligió otro objetivo y disparó, destruyendo un sexto navío de la clase Victoria. El Destructor Estelar volvió a apuntar su armamento y dejó gravemente dañado un nuevo objetivo, y la nave carmesí se oscureció y empezó a girar a la deriva.
Y entonces Daala, horrorizada, vio que el Onda de Choque era el objetivo principal del ataque combinado de un centenar de Destructores Estelares de la clase Victoria. Las naves carmesíes estaban convergiendo sobre él como limaduras de hierro atraídas por un imán. disparando una } otra vez.
—¡Está intentando destruir mi navío insignia! —gritó Harrsk, apretando los puños mientras seguía de pie junto a su sillón flotante—. Quiere humillarme. Ya se lo había dicho...
—Alto el fuego —le ordenó Kratas a la dotación del puente—. Deriven toda la energía hacia nuestros escudos. Tenemos que aguantar esta andanada.
Los destructores de la clase Victoria siguieron avanzando a toda velocidad. Los otros Destructores Estelares de la flota de Harrsk dispararon contra ellos y se anotaron unos cuantos impactos, pero las naves de combate carmesíes habían emprendido un ataque suicida, y ni siquiera parecieron notar la pérdida de sus camaradas. Las naves de la clase Victoria crearon una gruesa manta de fuego turboláser y dispararon una y otra vez, infligiendo un severo castigo a los escudos del Onda de Choque.
—No podremos aguantar mucho más tiempo —dijo Kratas, con la voz enronquecida por la tensión—. Los escudos están empezando a fallar. —Se volvió para lanzar otra mirada a la pantalla. Sus ojos oscuros, desorbitados por la repentina comprensión de lo que iba a ocurrir. parecían estar clavados en Daala—. Almirante, yo...
La pantalla se convirtió en una masa de estática gris. La imagen de una de las cámaras espía mostró cómo el Onda de Choque se hacía pedazos mientras géiseres de fuego al rojo blanco surgían de las brechas abiertas en el casco. El compartimiento motriz dejó escapar chorros de terrible energía incontrolada que se esparcieron en todas direcciones. El casco fue incapaz de seguir manteniendo su integridad.
Los Destructores Estelares de la clase Victoria siguieron disparando hasta que el Onda de Choque quedó reducido a una nube resplandeciente de restos y un recuerdo insoportable para la almirante Daala.
—Oh, Kratas —murmuró—. Lo siento.
Una vez aniquilado su objetivo, los navíos de la clase Victoria supervivientes —sesenta y dos, según el recuento que mostraban las pantallas de datos— invirtieron el curso y se lanzaron al hiperespacio en el mismo instante en que el resto de la flota de Destructores Estelares de la clase Imperial de Harrsk descargaba inútiles andanadas sobre su estela lumínica.
Daala permaneció totalmente inmóvil y sintió cómo una furia helada se iba adueñando de ella. El comandante Kratas ni siquiera había formado parte de la fuerza de combate de Harrsk. Había sido un mero espectador que se había visto atrapado por casualidad en una disputa infantil entre dos señores de la guerra enfrentados. Los labios de Daala se tensaron mientras la rabia se iba acumulando dentro de ella, como vapor a alta presión que circulara por sus venas.
—No vamos a quedarnos de brazos cruzados —gruñó Harrsk—. Esta vez nos vengaremos, y dispongo de los medios necesarios para ello..., mediante usted, almirante Daala —dijo, alzando la mirada hacia ella con su dorado ojo androide echando chispas.
Sus palabras arrancaron a Daala de sus sombrías meditaciones. —¿Qué?
Harrsk siguió hablando con voz entrecortada.
—¡Debemos aplastar a ese cobarde obeso con todo lo que tenemos! He estado reuniendo y reforzando mi poderío militar para lanzar precisamente ese tipo de ataque.
Daala le fulminó con la mirada.
—No tengo ninguna intención de ayudarle en esa ridícula disputa infantil, Harrsk. Acaba de hacerme perder al mejor comandante que he tenido jamás. No voy a perpetuar esta...
—¡Soldados! —gritó Harrsk, volviéndose hacia la puerta—. Vengan aquí inmediatamente con las armas preparadas para hacer fuego.
El contingente de soldados de las tropas de asalto entró en la gran sala de observación. Sus botas blancas retumbaron sobre las relucientes losas del suelo cuando se pusieron firmes. Los impenetrables visores negros y los cascos de plastiacero carentes de rasgos borraban todas las expresiones.
—Lleven a la almirante Daala a uno de mis Destructores Estelares——ordenó Harrsk—. Estará al mando de nuestro ataque de represalia contra el Gran Almirante Teradoc. —Harrsk la contempló con el ceño fruncido—. Si se niega, la ejecutarán inmediatamente por traición.
Daala estaba cada vez más furiosa.
—No permitiré que me maneje de esa manera.
—¡Mi rango es superior al suyo, y ya ha oído mis órdenes! —gritó Harrsk—. ¿Sirve al Imperio, o acaso tiene sus propios objetivos ocultos?
Los soldados de las tropas de asalto alzaron sus rifles y la apuntaron. Parecían un poco nerviosos, pero obedecieron las órdenes de su señor de la guerra. Daala pudo sentir cómo los mecanismos de puntería se centraban en los puntos más vulnerables de su cuerpo.
—Muy bien, Harrsk —murmuró. Todavía estaba aturdida por la pérdida de Kratas y bajo los efectos de la anestesia emocional producida por aquella ira para la que no había logrado encontrar un blanco. Daala le negó intencionadamente el título de Supremo Señor de la Guerra. Sus verdes ojos se entrecerraron hasta convertirse en rendijas y brillaron con una luz calculadora— Concédame el mando de uno de sus Destructores Estelares v dirigiré su flota.