Capítulo 39
Agotada por los devastadores efectos de la tensión constante a que había estado sometida durante la misión diplomática a la fortaleza de Durga —agravados por la asombrosa información de que la almirante Daala seguía viva y estaba preparando otro ataque contra la Nueva República—, Leia estaba sentada en su cómodo sillón de la lanzadera diplomática. Han pilotaba la nave en una rápida trayectoria de alejamiento de Nal Hutta, evitando por completo la Luna de los Contrabandistas primero y lanzándola hacia el espacio abierto en el que aguardaba la flota de Ackbar después.
El que ya no necesitara llevar los atuendos de gala diplomáticos suponía un gran alivio para Han, que volvía a vestir sus prendas de costumbre: chaleco negro, camisa blanca y unos pantalones oscuros que habían visto días mejores. Leia deseó haberse traído algo cómodo, pero se había olvidado de coger ropa informal mientras se estaba preparando para su gran actuación en el mundo de los hutts.
Inmóvil junto a ella, Cetrespeó intentaba ser útil recitando la lista de todas las obligaciones que estarían esperando a Leia cuando volviera a Coruscant. La estridente voz metálica del androide de protocolo fue enunciando un deber después de otro: Leia se había olvidado de algunos y había ignorado otros, y también había unos cuantos de los que sencillamente no quería acordarse. Mientras Cetrespeó seguía hablando de las reconfortantes trivialidades de la vida gubernamental con un entusiasmo que no parecía conocer límites, Leia se dio cuenta de que se estaba adormilando poco a poco. Las vibraciones de la nave diplomática canturreaban dentro de sus huesos como un masaje electrónico. Sus pensamientos empezaron a vagar sin rumbo fijo. Su respiración se volvió más regular...
Y de repente una lanzada de pensamientos atravesó su mente. Leia se irguió de golpe, y sintió cómo todo su cuerpo era recorrido por un estremecimiento convulsivo que le puso la piel de gallina. Abrió y cerró sus grandes ojos castaños y dejó escapar un jadeo ahogado. El pensamiento volvió una vez más, como una bala de hielo que atravesara su mente a una velocidad vertiginosa.
«Leia... ¡Leia!»
—¿Luke? —murmuró.
Cetrespeó, que seguía recitando su lista, por fin se dio cuenta de que le ocurría algo.
—¿Se encuentra bien, ama Leia?
Leia se estremeció y cerró los ojos. Deslizó las yemas de sus dedos sobre su frente..., y la voz siguió resonando dentro de su cráneo, una distante súplica envuelta en ecos que carecía de detalles y se reducía a aquella petición repetida una y otra vez.
« ¡Leia!»
—Es Luke —dijo—. Tiene problemas.
—¿Sabes dónde está? —preguntó Han.
Su rostro estaba lleno de preguntas que no quería formular en voz alta. Durante los años que llevaban juntos, Han había aprendido a no interesarse por ciertos detalles de los Jedi..., porque de todas maneras nunca los entendería. Ya no consideraba que la Fuerza fuese «una religión de pacotilla». pero seguía sin comprenderla.
—No —dijo Leia. La voz etérea de Luke se retiró a las profundidades de su mente, donde continuó resonando. Su insistente llamada no se hizo más apremiante, pero siguió llegando hasta ella en una súplica incesante—. Pero creo que puedo averiguarlo si me concentro lo suficiente. Tenemos que...
—¡Eh, mira! —exclamó Han, señalando con un dedo mientras se aproximaban a la flota de la Nueva República. El Yavaris, la fragata de escolta de Wedge, flotaba delante de ellos como una monstruosidad llena de ángulos y aristas. La vieja y familiar silueta del Halcón Milenario estaba inmóvil sobre una de las entradas de atraque—. Chewie debe de haber vuelto con Erredós. —Han hizo girar su asiento y miró a Leia—. Cuando nos reunamos con la flota, les contaremos todo lo que hemos averiguado sobre los hutts. Después podemos llevarnos a todas esas naves de guerra con nosotros para rescatar a Luke..., o podemos ir solos a bordo del Halcón.
—Muy bien. —Leia se mordisqueó el labio inferior—. Pero no creo que llevarnos a toda la flota vaya a servir de mucho. —Tragó saliva, intentando aliviar la dolorosa tensión de su garganta reseca—. Tendremos que informar a Ackbar de lo que hemos averiguado sobre las actividades imperiales. Necesitará algo de tiempo para planear su estrategia.
La lanzadera diplomática entró en el hangar de recepción del Yavaris, y Han y Leia salieron corriendo de ella acompañados por su escolta armada de la Nueva República. Antes de que Han pudiera orientarse, la imponente y desgarbada silueta de un wookie que lanzaba gritos ensordecedores fue corriendo hacia él. Chewbacca estrechó a Han entre sus brazos con tanta fuerza que Leia creyó poder oír cómo le crujían los huesos.
Wedge Antilles también llegó a la carrera, jadeando y sin aliento.
—¡Han, Leia! Me alegro de veros... Chewie y Erredós descubrieron algunas cosas en Nar Shaddaa, pero cuando se enteraron de que veníais de camino insistieron en esperar.
Chewbacca soltó una rápida serie de ladridos y resoplidos wookies, contando a toda velocidad una historia que Leia no consiguió entender. Erredós surgió de la nada y contribuyó a la confusión con una tempestad de silbidos y trinos electrónicos.
—¡Eh, esperad un momento! —dijo Leia, alzando la voz.
Han extendió las manos con las palmas hacia adelante.
—Chewie —dijo—. Eh, amigo, calma... ¡Habla más despacio! No consigo entenderte.
Han necesitó unos minutos para poder comprender aquel mensaje sobre el general imperial Sulamar y cómo estaba colaborando con los hutts para construir su superarma. Aquello —unido a la información de que la almirante Daala había unificado los restos de las fuerzas imperiales y estaba planeando su gran ataque— convertía la galaxia en un lugar realmente muy peligroso.
Leia escuchó en silencio, aturdida de pura preocupación por Luke, pero sabiendo que tenía que emitir instrucciones y dar órdenes a su flota antes de salir corriendo en busca de su hermano.
—Vayamos a la sala de guerra y pongámonos en contacto con el almirante Ackbar, general Antilles —dijo después—. Tenemos que hablar de la estrategia que seguiremos, pero Han y yo debemos irnos lo más pronto posible: mi hermano Luke tiene problemas. Todo está ocurriendo simultáneamente.
—¿Luke tiene problemas? —preguntó Wedge—. ¡Bien, vamos!
Fueron corriendo a la sala de guerra, y una transmisión codificada hizo aparecer ante ellos un simulacro holográfico del almirante Ackbar. Leia tabaleó sobre la mesa con las puntas de los dedos y miró a su alrededor, sintiendo que la llamada mental de Luke seguía siendo tan intensa como antes.
Luke la necesitaba. Estaba atrapado, y necesitaba su ayuda. Leia tenía que irse. Tenía que irse, ¡y enseguida!
—Los hutts están construyendo su propia superarma con ayuda imperial —explicó—. Y la almirante Daala, nuestra vieja amiga, está unificando una nueva flota para atacar a la Nueva República. Todo eso está ocurriendo justo delante de nuestras narices.
Su mirada fue del rostro de facciones enérgicas y decididas de Wedge a los vidriosos e indescifrables ojos calamarianos de Ackbar.
—Quiero que todos nuestros equipos entren en estado de alerta amarilla a partir de este momento —siguió diciendo—. Asegúrense de que todo el mundo está preparado para entrar en combate inmediatamente y desplegarse en cualquier sitio que pueda ser atacado por los imperiales. —Se volvió hacia Wedge—. Pero debemos ser discretos. Ellos no saben que sabemos lo que andan tramando, y ésa es la única ventaja de que disponemos. Probablemente son conscientes de que sospechamos algo porque hemos estado husmeando por aquí..., pero seguramente creen que no hemos averiguado nada. Continuarán con sus maniobras tal como han estado haciendo hasta ahora.
»Han, Chewie y yo iremos a rescatar a Luke en el Halcón. No podemos permitir que los hutts piensen que se ha producido el informe sobre la misión algún cambio en la situación. Esperen a recibir del general Madine, y actúen en consecuencia si no hemos regresado... Confío en todos ustedes. Leia se puso en pie con el rostro lleno de decisión. —Ahora he de ir a salvar a mi hermano. Han le cogió la mano mientras corrían hacia el Halcón.
Leia estaba inmóvil debajo de las tiras del arnés de seguridad de su asiento. Continuaba concentrándose, y estaba siguiendo el rastro de la cada vez más débil petición de ayuda de Luke. Sus capacidades para usar la Fuerza habían sido reforzadas y aguzadas a través del adiestramiento de Luke y, aunque no había podido proporcionar a Han ninguna coordenada directa para su ordenador de navegación, sí podía guiar el Halcón hacia la dirección general correcta. Después Leia fue precisando cada vez más la posición de Luke a medida que se iban aproximando.
El maltrecho yate espacial parecía un pecio abandonado que flotaba a la deriva, siguiendo una trayectoria aleatoria a lo largo de los confines del cinturón de asteroides. Erredós soltó un chillido electrónico cuando detectó la nave en los sensores, y Chewbacca llevó a cabo una triangulación de su posición mientras pilotaba el Halcón en su misión de rescate.
Usaron el haz tractor del Halcón para ir acercando el yate hasta que sus escotillas quedaron unidas, y después las sellaron para que Han, Leia y Chewie pudieran abrir la compuerta exterior y entrar en el oscuro interior de la nave incapacitada. Leia ya había visto unas señales muy inquietantes en el casco exterior: no eran simples abolladuras y cicatrices dejadas por impactos de meteoros, sino largos arañazos que parecían haber sido producidos por unas garras imposiblemente afiladas.
No podía entender qué había estado haciendo Luke en el sistema de Hoth. Cuando él y Calista partieron de Coruscant, Luke tenía intención de ir al muy romántico y altamente exclusivo centro turístico comentario de la Cantera de Agua Primordial Mulako..., pero algo debía de haber cambiado.
Han se introdujo en la bodega vacía de la nave de Luke con un jadeo y un golpe sordo, y pidió que le pasaran los respiradores.
—Aquí dentro casi no queda aire —boqueó—, y hace un frío terrible. Me recuerda a Kessel.
Chewbacca le arrojó unos cuantos iluminadores y varias mascarillas antes de bajar cautelosamente su cuerpo peludo hacia la cámara sumida en la penumbra. Han y Leia se pusieron las mascarillas y cogieron un iluminador cada uno, dirigiendo sus haces luminosos hacia la oscuridad que se había adueñado de la nave. Chewbacca se estremeció y se frotó los brazos cubiertos de hirsuto pelaje.
—Se han quedado sin energía —dijo Leia—. Los sistemas de apoyo vital están prácticamente muertos.
—Y el control de propulsión también parece estar fuera de combate —dijo Han.
Leia meneó la cabeza.
—Pero puedo percibir la presencia de Luke. Ahora ya sólo es un murmullo, pero está ahí.
Encontraron los dos cuerpos inmóviles en la cámara de atrás, el pequeño dormitorio de la nave: Luke yacía en el suelo, tan quieto como una estatua, y Calista, que llevaba un traje ambiental lleno de parches al que apenas le quedaba energía, se aferraba a él. Luke parecía estar congelado. Una capa de escarcha cubría sus cejas, sus pestañas y su labio superior. Su piel había perdido todo el color, y estaba tan amarillenta como la cera.
Calista se removió dentro de su traje y dejó escapar un gemido ahogado. El movimiento resquebrajó la fina capa de escarcha acumulada sobre las articulaciones de sus brazos, desmenuzándola y convirtiéndola en un polvillo blanco.
—Su traje está a punto de dejar de funcionar —dijo Han—. Metámoslos en el Halcón. Ocúpate de Luke, Chewie... Leia y yo nos encargaremos de Calista.
Llevaron los cuerpos inconscientes de los dos Jedi al calor y el aire del Halcón y después separaron su escotilla de la de aquel yate espacial destrozado que ya nunca volvería a surcar el espacio, permitiendo que el cascarón fuera internándose en el campo de asteroides, como un resto de basura olvidado, para desaparecer allí donde no tardaría en ser aplastado por el implacable caos de la tempestad de meteoros.
Calista revivió primero. La ropa de abrigo y generosas dosis de té estimulante hicieron que se recuperase lo suficiente para insistir en ayudar mientras atendían a Luke Skywalker y trataban de hacerle recuperar el conocimiento. Su profundo trance había consumido sus reservas de energía, y Luke se había mantenido suspendido al borde de la muerte cuando el sistema de apoyo vital dejó de funcionar. Sólo su voluntad de sobrevivir había hecho posible que su corazón siguiera latiendo y que las moléculas de oxígeno continuaran moviéndose a través de sus pulmones: unas horas más, y habría sucumbido.
Calista, sus ojos grises rodeados de círculos rojizos, cogió una esponja empapada en agua caliente y la pasó por la cara, la frente y el cuello de Luke.
—Tuve que ver cómo se iba quedando sin fuerzas mientras yo me debilitaba más y más —le murmuró a Leia, y se estremeció—. Lo abracé, pero no podía tocarle. Le dije tantas cosas...
Alargó la mano y acarició delicadamente la mejilla de Luke con la punta de un dedo.
Y de repente Luke abrió sus ojos azules y respiró hondo. Parpadeó, y el color fue volviendo a sus mejillas. Hizo varias inspiraciones más lentas y fue reviviendo, como en una de esas secuencias de la apertura de una flor obtenidas mediante una serie de fotogramas rodados a lo largo de varios días.
—¿Estamos a salvo? —preguntó.
Su voz era un graznido enronquecido, pero estaba vivo... ¡Estaba vivo!
Calista rodeó a Luke con los brazos. Han, Chewie v Leia se inclinaron sobre ellos, teniendo que hacer un gran esfuerzo para mantenerse inmóviles y no aplastarle bajo el maravilloso peso de su alivio y su alegría.
—Sí, Luke, ahora estás a salvo —dijo Leia—, y ya hemos puesto rumbo hacia Yavin 4. Te llevaremos a la Academia Jedi, donde podrás descansar y recuperarte.