Capítulo 23
El crucero diplomático de la jefe de Estado Leia Organa Solo entró en el sistema de Nal Hutta, flanqueado por una imponente formación de navíos de guerra de la Nueva República inocentemente enfrascados en sus ejercicios de combate.
Leia estaba sentada en el pequeño recinto en forma de cabeza de martillo que servía como compartimiento de control de su corbeta corelliana, una nave del cuerpo diplomático bastante parecida al burlador de bloqueos a bordo del que había estado viajando cuando fue capturada por Darth Vader mientras buscaba los planos robados de la Estrella de la Muerte cerca de Tatooine. Cetrespeó estaba inmóvil junto a ella, con sus planchas recién limpiadas y frotadas haciendo que reluciese bajo las luces del puente. Han no llevaba un atuendo diplomático tan aparatoso como el que había lucido durante la visita de Durga, pero aun así se removía nerviosamente dentro de su uniforme limpio.
—Han detectado nuestra presencia —dijo en cuanto empezaron a sonar las alarmas.
—Ya sabían que veníamos —dijo Leia—. Enviamos un informe completo a los hutts hace como mínimo... media hora. —Soltó una risita—. Bien, empieza el espectáculo —le anunció a la tripulación, empleando un tono más serio—. Voy a hacer una transmisión. —Fue hacia el puente superior, sola bajo las luces. Después puso las manos encima de la barandilla, dio los últimos retoques a su aspecto y adoptó una expresión levemente irritada—.Y ahora necesito un canal de comunicaciones, por favor.
Leia empezó a soltar su discurso en cuanto los hutts respondieron a la señal.
—¿Por qué no hay ninguna flota de escolta oficial? Esperaba que el noble Durga se habría ocupado personalmente de eso. ¿Qué han estado haciendo todo este tiempo?
El hutt que había respondido a su transmisión era un gusano insignificante, delgado y con una cabeza bastante estrecha, y resultaba obvio que no era un poderoso señor del crimen como Jabba o Durga. Sus enormes ojos se movieron velozmente de un lado a otro mientras hablaba en básico.
—Eh... Discúlpeme, señora presidenta, pero el noble Durga no está aquí. Lamentamos muchísimo no ser capaces de recibir...
—¿Qué quiere decir con eso de que Durga no está ahí? —replicó secamente Leia, interrumpiéndole—. Nos envió una invitación expresa para que le visitáramos en el momento que más nos conviniera. Confío en que no estará dando a entender que Durga le ha mentido a la jefe de Estado de la Nueva República, ¿o pretende sugerir que está retirando su oferta de devolvernos nuestra hospitalidad? ¡Esto es un insulto! ¿Cómo espera llegar a firmar alguna clase de tratado con la Nueva República? En vista de esta ofensa, yo diría que las probabilidades de que eso ocurra se están reduciendo tan deprisa que no tardarán en desaparecer.
Leia se cruzó de brazos y fulminó con la mirada al flaco y nervioso hutt.
—Lo siento mucho, señora presidenta, pero el noble Durga está fuera del planeta..., atendiendo algunos asuntos muy urgentes. —El hutt agitó sus rechonchas manos, visiblemente desconcertado y sin saber cómo reaccionar—. Si nos hubiera advertido con un poco de antelación, nos habríamos preparado para su visita. Pero dadas las circunstancias no disponemos de un alojamiento...
Leia le lanzó una mirada helada.
—No esperará que demos la vuelta y nos volvamos a casa como si no hubiera pasado nada después de todas las molestias y los enormes gastos que ha supuesto organizar esta expedición tan altamente visible. ¿verdad? No creo que el noble Durga quiera correr el riesgo de provocar un incidente diplomático de proporciones galácticas. No sea absurdo.
El tímido hutt miró a su alrededor, como si buscara a alguien con quien consultar, pero no encontró a nadie.
—¿Qué espera que haga? —gimoteó—. No cuento con la autoridad necesaria para...
—Tonterías —dijo Leia, y levantó el mentón en un gesto lleno de altivez—. Hemos venido aquí en respuesta a una invitación personal de Durga. ¿Qué otra autoridad suplementaria puede necesitar? Esperamos ser bien tratados. ¡Ocúpese de que así sea!
Después cortó la comunicación y se echó a reír.
Han fue hacia ella y la abrazó.
—Me parece que te lo has pasado en grande, ¿eh`? —dijo en tono acusatorio mientras intentaba contener los espasmos de risa, y después dio un paso hacia atrás y aplaudió la gran interpretación de su esposa.
Cetrespeó estaba totalmente perplejo.
—¡Oh, cielos! Quizá deberíamos haberles dado algo más de tiempo, ama Leia. Por lo menos habrían tenido una oportunidad de prepararse... Me temo que ahora están tan nerviosos que esto puede desequilibrarlos por completo.
—¡De eso se trata precisamente. Cetrespeó! —exclamaron al unísono Han y Leia.
Cetrespeó retrocedió tambaleándose y meneó su dorada cabeza. —Bueno, estoy totalmente seguro de que esta clase de enfoque no figura en ninguna de las programaciones de protocolo que he recibido. Una vez más, vuelvo a tener la impresión de que nunca entenderé la conducta humana.
Leia estaba sentada junto a Han en una de las mesas de discusión de su sala, y se inclinó sobre ella para cogerle las manos.
—Te agradezco que hayas venido conmigo, Han. Me alegra que por fin vayamos a algún sitio juntos, en vez de pasarnos toda la vida separándonos continuamente.
—Sí, a mí también me gusta —respondió Han con una sonrisa torcida—.Es un cambio muy agradable.
Leia suspiró, y después apretó los labios.
—No podemos darles ni un momento de respiro —dijo—. Los hutts ya son peligrosos, y si consiguen hacerse con una Estrella de la Muerte no habrá forma de detenerles.
Han asintió con expresión sombría y Leia siguió hablando, como si estuviera pronunciando un apasionado discurso ante el Senado.
—La primera Estrella de la Muerte fue concebida para que fuese el arma apocalíptica definitiva en manos del Imperio. Ahora los hutts se convertirán en una pandilla de matones galácticos armada con un gran garrote, ¿y qué puede impedirles que vendan esos planos a cualquier otro dictador de pacotilla que quiera imponer su voluntad a los demás? No podemos permitir una proliferación de Estrellas de la Muerte. La galaxia se convertiría en un caos. Si cualquiera que disponga de los créditos suficientes puede comprar los planos e ir por ahí destruyendo planetas, entonces nadie estará a salvo. Debemos detenerlos cueste lo que cueste.
Un guardia de la Nueva República entró en la sala.
—Discúlpeme, señora presidenta —dijo—, pero su lanzadera de descenso ya está preparada. Podemos llevarla a Nal Hutta en cuanto lo desee.
—En cuanto lo desee... —dijo Leia irónicamente—. Oh, sí, tengo muchas ganas de empezar.
Se sentía como si estuviera a punto de arrojarse dentro de las fauces de una enorme bestia babeante.
Leia y Han fueron al hangar de la corbeta acompañados por Cetrespeó y su guardia de honor, y subieron a bordo de la pequeña lanzadera diplomática. —¿Estás preparada para esto? —preguntó Han.
Leia le miró y reflexionó en silencio durante unos momentos antes de responder.
—No —dijo, y no mentía—. Pero tenemos que hacerlo de todas maneras. Bien, vayamos a ver a los hutts...