CINTURÓN DE ASTEROIDES DE HOTH

Capítulo 13

Cuando Durga el Hutt volvió triunfante al cinturón de asteroides, Bevel Lemelisk fue llamado a la cubierta inferior de la nave de Minas Celestes Orko, donde Durga estaba sentado en la burbuja de observación contemplando las estrellas. Lemelisk entró en la cámara acompañado por dos guardias gamorreanos, que enviaron al científico hacia Durga con un gruñido gutural y después se fueron con su pesado y torpe caminar para atender otros deberes.

Durga yacía sobre unos enormes cojines. Un sintetizador musical emitía extrañas notas discordantes que formaban una melodía de fondo rechinante pero hipnótica. Humaredas azules y rosadas ondulaban de un lado a otro como dedos en continua transformación a medida que los intercambiadores de aire de los dos extremos de la sala se alternaban en su función. El humo estaba impregnado por un acre olor a incienso, pues contenía un débil narcótico que afectaba a los hutts, pero que no produjo más efecto en Lemelisk que el de provocarle una sensación de ardor en las fosas nasales.

La risa atronadora de Durga retumbó por toda la burbuja de observación.

—¡Ah, Lemelisk, ya está aquí!

El general Sulamar se levantó del sillón en el que había estado sentado y alisó su uniforme, deslizando sus nudillos sobre las tintineantes hileras de medallas que cubrían su pecho.

—Le estábamos esperando, Lemelisk —dijo.

Durga se volvió hacia el imperial para fulminarle con la mirada. —Usted esperará todo el tiempo que a mí me dé la gana, general Sulamar —dijo secamente el hutt—. Empezaremos cuando yo desee empezar. —Sí, noble Durga —dijo Sulamar.

El imperial se apresuró a inclinarse ante el hutt y retrocedió un poco. Su rostro se volvió tan blanquecino como un queso viejo, y clavó la mirada en Lemelisk como si el científico hubiera hecho algo terriblemente incorrecto.

Lemelisk centró su atención en Durga, quien era el enemigo/aliado más importante en aquellos momentos.

—¿Ha conseguido los planos de la Estrella de la Muerte, noble Durga?

Lemelisk sintió que el corazón le subía velozmente hasta la garganta, y se frotó el vello de las mejillas y el mentón y se rascó los mechones de blancos cabellos que cubrían su cabeza sin darse cuenta de lo que hacía. Había trabajado durante mucho tiempo en aquellos planos y había dedicado una gran parte de su vida a ellos, primero trabajando con Qwi Xux en la Instalación de las Fauces para desarrollar el concepto y el prototipo, y luego utilizando los recursos del Imperio durante muchos meses para construir la primera de las gigantescas estaciones de combate.

La enorme boca de Durga se estiró hacia arriba con tanta flexibilidad como si fuese de goma. El hutt alargó una de sus manecitas y metió el cilindro de datos en un lector medio escondido entre los cojines que había junto a él. El proyector empezó a brillar y envió haces de luz a través de la humareda azul _y rosa. Un diagrama esquemático de los primeros planos de Lemelisk apareció en el aire, y el proyector mostró una esfera tridimensional cuya lenta rotación permitía ver capas y más capas de planos de cubiertas, centros de ordenadores, instalaciones defensivas, áreas de almacenamiento de energía..., y el súper láser destructor de planetas que ocupaba todo el eje de la estación de combate.

El general Sulamar se restregó las manos, y su rostro volvió a parecer el de un muchacho. Su sonrisa le daba el aspecto de un roedor de cara estrecha y alargada.

—Excelente ——dijo— Los trabajos deben empezar al instante.

Durga se volvió hacia él y le contempló con el ceño fruncido.

—General Sulamar, soy yo quien está al frente de este proyecto.

—Por supuesto, noble Durga —dijo Sulamar..., pero sus ojos permanecieron codiciosamente clavados en los planos de la Estrella de la Muerte.

Bevel Lemelisk decidió explotar aquel momento en ventaja propia.

—Noble Durga, si se me permite hacer una pregunta... ¿Cuál es el propósito exacto de la presencia del general imperial entre nosotros?

Sulamar irguió los hombros en un movimiento idéntico al de un pájaro resoplador cuando estaba irritado y se volvió hacia Durga.

—Aporto prestigio imperial a su proyecto. Utilizaré mis conexiones para obtener algunas de las cosas que necesita y los códigos de seguridad que debe poseer. Y cuando inicie su reinado del terror hutt por toda la galaxia...— Sulamar sonrió—, piense en cuánto más efectivo resultará si está acompañado por el famoso y temido general Sulamar, el Azote de Cel—daru, el hombre que llevó a cabo con éxito la Masacre de Mendicat sin perder ni un solo soldado de las tropas de asalto. Tenía un centenar de mundos en mi mano..., y la cerré. Toda la galaxia aprendió a temblar ante la mención de mi nombre.

Lemelisk frunció el ceño. No quería seguir insistiendo en aquel tema, pero la verdad era que nunca había oído hablar de Sulamar anteriormente. Había pasado mucho tiempo aislado en la Instalación de las Fauces, desde luego...

Volvió a contemplar el esquema luminoso de la Estrella de la Muerte. Sólo veía la capa externa de la proyección, pero conocía muy bien la profundidad y complejidad de aquellos planos. Su corazón empezó a latir más deprisa, y la excitación hizo que su piel volviera a adquirir un color sonrosado.

¡Por fin tenía un nuevo proyecto al que podría dedicar todas sus energías! Lemelisk sonrió y se maravilló ante el diseño, y se acordó de la primera vez en que lo había enseñado.

—Magnífica —había dicho el Emperador, el rostro oculto dentro de su negro capuchón mientras contemplaba los planos de la Estrella de la Muerte que le habían presentado el Gran Moff Tarkin y Bevel Lemelisk.

—Sí, será un auténtico terror tecnológico —dijo Tarkin.

Delgado y de apariencia cruel, Tarkin estaba en posición de firmes junto a su Emperador mientras inclinaba la cabeza hacia la imagen.

Lemelisk y Qwi Xux, su ingenua pero brillante colaboradora, habían diseñado una estación de combate que pondría un poder temible en las manos de un solo comandante. Tarkin había quedado encantado con el concepto, los planos y el prototipo, y el resultado de todo ello fue que había sacado a Lemelisk de la Instalación de las Fauces para que presentara personalmente la idea al Emperador.

—Explícame en qué consiste —dijo el Emperador.

Palpatine extendió las manos hacia el resplandor de la simulación y las líneas se doblaron y se deformaron, enroscándose alrededor de sus dedos engarfiados. Lemelisk nunca había visto reaccionar de aquella manera a un holograma con anterioridad: era como si la misma imagen estuviera intentando huir del roce del Emperador.

El científico se quitó la transpiración de las palmas frotándoselas en la camisa y empezó a hablar a toda prisa, nervioso ante la presencia de Palpatine pero todavía más excitado al tener la ocasión de hablar de su gran idea.

—Esta estación de combate tendrá el tamaño de una luna pequeña, unos cien kilómetros de diámetro —dijo—, y contendrá una sola arma de destrucción masiva. Nos obligará a emplear al límite todas nuestras habilidades constructoras, pero yo seré el ingeniero jefe del proyecto y estoy seguro de que podré completar la tarea personalmente.

Los ojos de reptil del Emperador se clavaron en él. Lemelisk se volvió hacia los planos proyectados en el aire y deslizó las manos sobre las capas superficiales.

—La Estrella de la Muerte contará con blindaje planetario, baterías turboláser superficie—aire, una capacidad sensora de trescientos sesenta grados, potentes rayos tractores multidireccionales y cañones iónicos de gran calibre.

—Impresionante —dijo el Emperador con voz gélida—, ¡pero sólo si nuestros enemigos caen sobre nuestro regazo! ¿Cómo se supone que va a moverse esa cosa?

—¡Ah! —Lemelisk alzó un dedo y señaló el ecuador del diagrama—. La Estrella de la Muerte está equipada con gigantescos motores que la propulsarán tanto por el espacio normal como por el hiperespacio. Esta estación podrá ir a cualquier lugar que deseemos. —Sus ojos se iluminaron, y Lemelisk bajó la voz hasta dejarla convertida en un murmullo infantil—. El súper láser es lo bastante potente para destruir mundos enteros. Un solo disparo puede convertir un planeta en una nube de restos.

El Gran Moff Tarkin se inclinó y carraspeó para aclararse la garganta.

—La Estrella de la Muerte será una guarnición autónoma cuyo único propósito consistirá en imponer vuestro Nuevo Orden —dijo—. Es exactamente el arma del apocalipsis que me pedisteis que creara, mi Emperador.

»Su dotación se aproximará a un millón de tripulantes entre oficiales, personal de apoyo y soldados de las tropas de asalto. Puede que resulte enormemente cara de construir —siguió diciendo Tarkin—, pero esta única Estrella de la Muerte equivaldrá a un millar de Destructores Estelares. La mera amenaza de esta estación de combate hará que cualquier turba tiemble de terror, pues no pueden tener absolutamente ninguna defensa contra ella.

El Emperador se inclinó hacia adelante para volver a contemplar los planos. Bevel Lemelisk nunca había oído una risa de la que pudiera decirse que no había nada de humano en ella..., pero ése fue exactamente el sonido que oyó salir de los labios de Palpatine.

Y las carcajadas que dejaron escapar Durga el Hutt y el general Sulamar hicieron que Lemelisk se acordara de Palpatine.

Sulamar cogió una tablilla personal de datos y tecleó en ella un resumen, que después estudió atentamente.

—Noble Durga —dijo—, me complace anunciar que el segundo par de Explotadores de Mineral Automatizados, los modelos Gamma y Delta, están en condiciones de operar y han sido reprogramados... —lanzó una mirada llena de malevolencia a Bevel Lemelisk— para eliminar los defectos fatales que aquejaban al par original. Los procesadores han empezado a explotar los recursos del campo de asteroides y están fundiendo materiales en este mismo instante.

Durga asintió con su enorme cabeza y abrió y cerró sus ojos de rana. Las ventanillas instaladas a intervalos regulares alrededor de la burbuja de observación mostraban los chorros de luz que brotaban de las masas rocosas del campo de asteroides mientras seguían sus locos cursos, lanzando destellos cuando sus superficies irregulares giraban y reflejaban la lejana luz del sol de Hoth.

—No podemos permitirnos más retrasos —dijo Durga, señalando a Bevel Lemelisk con uno de sus gordos dedos. Sacó el cilindro de datos del lector, y los diagramas resplandecientes se esfumaron entre las volutas de humo narcótico—. Quiero que esos nuevos diseños tuyos funcionen, Lemelisk..., y asegúrate de que no cometes errores estúpidos como hiciste con los Explotadores de Mineral. —El hutt rió con una alegría aterradoramente salvaje—. No me gustaría tener que ejecutarte si me decepcionas.

Lemelisk reaccionó a la amenaza con un estremecimiento totalmente desproporcionado a su magnitud. Cogió el cilindro de datos de la mano viscosa del hutt y sostuvo los ficheros junto a su pecho. —Sí, noble Durga.

Después le hizo una reverencia y fue retrocediendo rápidamente hasta salir de la burbuja de observación. Lemelisk fue corriendo a sus habitaciones: ya estaba sonriendo de oreja a oreja, y ardía en deseos de empezar a trabajar.