HOTH

Capítulo 28

El mundo helado de Hoth flotaba debajo de su conjunto de lunas como una bola de nieve llena de grietas. Calista pilotaba su yate espacial, siguiendo las coordenadas que le había dado Luke.

Luke, que estaba sentado en el asiento de pasajeros, se inclinó hacia adelante mientras sentía un cosquilleo de expectación.

—Ahí abajo —dijo—. Ése es el sitio en el que el espíritu de Obi—Wan se me apareció por primera vez cuando yo casi estaba congelado a causa de una ventisca. Me dijo que fuese a Dagobah y que encontrara a Yoda. Han intentó convencerme de que sólo había sido una alucinación.

Calista permanecía en silencio con las manos tensas sobre los controles. Desde su contacto con el lado oscuro en Dagobah, la joven no había querido hacer ningún nuevo experimento con los poderes Jedi a los que ya no podía acceder. A Luke le preocupaba que su reticencia y nerviosa preocupación pudieran llegar a hacerle más daño que cualquiera de sus fracasos anteriores, porque su terrible experiencia había hecho que Calista no se atreviera a intentarlo de nuevo. Luke no sabía cómo, pero tenía que disipar aquel miedo.

Calista contempló el planeta helado mientras iban descendiendo por la atmósfera repleta de nieblas.

—Ojalá Djinn Altis, mi maestro, viniera a mí en una visión —dijo por fin—. Estoy segura de que podría ayudarme.

Luke no supo cómo responder a esas palabras, por lo que se limitó a apretarle la mano.

Calista se volvió hacia él y le miró con una mezcla de enfado y frustración.

—No te preocupes por mí. Luke. Tal vez no pueda tener todo lo que quiero, pero voy a hacer cuanto pueda. No me he rendido.

—Me alegra oírlo —replicó Luke—. Y ahí abajo es el próximo sitio en el que debemos intentarlo... —Señaló las masas de glaciares salpicados de aberturas blancas que se extendían por debajo del veloz vuelo de su yate espacial—. Aquí es donde aprendí a luchar de verdad. Había pilotado mi ala—X contra la primera Estrella de la Muerte, pero fue aquí, durante la batalla de Hoth, donde aprendí a ser un auténtico guerrero. Dejé atrás los restos de la Base Eco para ir en busca de Yoda —siguió diciendo, sonriendo melancólicamente ante todos aquellos recuerdos—, y una de las primeras cosas que me dijo Yoda fue que las guerras no hacen grande a una persona.

—Tu Maestro Yoda era muy sabio —dijo Calista—. Pero a veces tienes que luchar. A veces es todo o nada... Ésa es la única manera de vencer. —Tragó saliva—. Por eso hice mi sacrificio en el Ojo de Palpatine.

—Esperemos que nunca tengas que volver a enfrentarte a esa elección entre todo o nada —dijo Luke.

Calista se obligó a sonreír.

—Preferiría no tener que hacerlo.

Después fue descendiendo bajo la claridad del atardecer, dirigiendo el yate espacial hacia el lugar donde pequeños fragmentos de hielo ardían con potentes destellos bajo el cielo blanquecino. Calista oscureció los visores para reducir la intensidad de la luz.

—No sé qué tal estará la Base Eco —dijo Luke—. Sufrió bastantes daños durante la batalla, y lleva años abandonada. No esperes encontrarte un alojamiento de gran lujo como en la cantera Mulako.

Calista recorrió los campos de nieve con la mirada.

—Por lo menos no habrá insectos ni murciélagos —comentó, v un instante después se irguió bruscamente en su asiento—. Eh, ¿qué está haciendo ahí esa nave?

Cuando estuvieron un poco más cerca de la hilera de promontorios rocosos, Luke pudo ver un casco ennegrecido en el centro de una estrella de hollín grasiento y restos medio fundidos esparcidos sobre la nieve.

—No puede ser un aparato que se estrellara durante la batalla —dijo—. Ya han pasado nueve años desde entonces, y esa nave no lleva tanto tiempo aquí. —Clavó la mirada en los restos quemados y desplegó sus sentidos de la Fuerza—. No capto ninguna presencia viva. Es reciente, pero no demasiado.

Calista posó su nave cerca de los restos y de las puertas blindadas ocultas que protegían la entrada de la Base Eco en el hielo sólido, y llevó a cabo una doble comprobación de sus sensores.

—Sí, todo el metal está frío: temperatura ambiente. Como mínimo lleva unos cuantos días ahí, y quizá tanto como un par de semanas.

Luke abrió el compartimiento de los uniformes y sacó de él los dos monos provistos de sistemas de aislamiento colgados junto a un par de trajes ambientales para el vacío espacial. Se pusieron los uniformes, activaron los calentadores corporales y se colocaron los guantes. Luke se colgó la espada de luz del cinturón y entregó la segunda empuñadura negra a Calista.

—Toma —lijo—. Será mejor que cojas tu espada de luz.

—No quiero hacerlo —respondió Calista, desviando la mirada.

—Pero deberías hacerlo de todas maneras —insistió Luke—. Siempre tienes la opción de no usarla.

Calista, que tenía los labios muy pálidos y apretados, aceptó la espada de luz, y siguió negándose a devolverle la mirada mientras la tomaba.

Salieron del yate y empezaron a avanzar bajo el terrible frío de Hoth. Cerraron la compuerta, pero no activaron los sellos de bloqueo porque así podrían volver a entrar sin perder ni un instante en el caso de que necesitaran hacerlo. Calista se estremeció mientras caminaba junto a Luke. —Hace mucho frío —dijo.

Luke enarcó las cejas, y sintió que la escarcha ya empezaba a acumularse sobre la piel de sus mejillas.

—¿Tienes frío? —replicó—. Pues son las horas más cálidas del día.

Calista cogió un trozo de metal medio fundido del suelo, lo hizo girar entre sus manos enguantadas y acabó dejándolo caer. Su aliento se convertía en ondulaciones de vapor blanco nada más salir de su boca.

—¿Crees que se estrellaron? —preguntó—. No veo ningún cuerpo.

Luke meneó la cabeza. El aire helado entraba en sus fosas nasales con una mordedura tan afilada como la de una navaja de afeitar.

—No. Fíjate en las señales del suelo —dijo—. La nave descendió sin ningún problema, y luego estalló en el suelo. No hay surcos en la nieve, ¿ves? Si hubiera bajado desde una órbita planetaria, habría una larga estela de nieve removida.

Volvió la mirada hacia las masas de nieve que camuflaban la entrada a la Base Eco.

—Quizá buscaron refugio ahí. —Señaló las torretas de los cañones desintegradores que se alzaban a cada lado de las puertas blindadas—. Vamos a echar un vistazo..., pero iremos con mucho cuidado.

El viento empezó a soplar con más fuerza, agitándose alrededor de las rocas en fugaces Torbellinos que lanzaban cristales de hielo al aire y golpeaban los montículos de nieve. La entrada a la caverna de hielo estaba rodeada de rocas, aunque la mayor parte del espacio de la Base Eco había sido abierto en la nieve y el hielo acumulados a lo largo de los siglos.

Cuando se aproximaron a las puertas blindadas, los dos emplazamientos de los cañones desintegradores que flanqueaban la entrada como dos centinelas inmóviles y silenciosos cobraron vida de repente. Las torretas giraron y los largos y letales cañones buscaron un blanco..., y lo encontraron.

—¡Cuidado! —gritó Calista, y empujó a Luke para apartarlo de la línea de fuego.

Luke se lanzó hacia un lado, utilizando sus poderes Jedi para impulsarse todavía más lejos. Calista rodó sobre sí misma, chocando con el suelo en el mismo instante en que los emplazamientos disparaban su primera andanada desintegradora. Chorros de vapor brotaron del cráter que apareció en el hielo.

Luke echó a correr hacia ella, pero Calista volvió a rodar sobre sí misma y se apartó velozmente hasta salir del radio de alcance de los cañones. Las torretas giraron, centrando sus miras en Luke y volviendo a disparar. Luke saltó hacia arriba. Los haces desintegradores fallaron su objetivo, y acabaron haciendo estallar una de las rocas congeladas.

Cuando el cañón desintegrador disparó por tercera vez, Luke alzó su espada de luz y desvió el haz en una reacción increíblemente rápida, oponiendo la hoja de energía al rayo desintegrador. La tremenda potencia del cañón desintegrador hizo que Luke se tambaleara, y sólo la fuerza de su mano sintética le permitió soportar el impacto.

—Deben de estar utilizando detectores de movimiento, Luke. ¡Nos van siguiendo a medida que nos movemos! —gritó Calista—. Voy a echar a correr y atraeré su fuego. Utiliza tus poderes Jedi para avanzar lo más deprisa posible y destruye las dos armas.

—¡No! —gritó Luke—. Es demasiado...

Pero Calista ya había entrado en acción. Luke sabía que ésa era su manera de hacer las cosas: Calista tomaba una decisión, y luego actuaba sin tomar en consideración los riesgos y sin perder el tiempo tratando de dar con ideas alternativas. Para bien o para mal, Calista ya estaba corriendo en un veloz zigzag por encima de la nieve. Los dos emplazamientos de los cañones desintegradores giraron y centraron sus miras en ella.

Luke se lanzó hacia adelante hasta que estuvo justo enfrente del cañón. Trepó por la torre sosteniendo la espada de luz con una mano y dejó caer la hoja resplandeciente, separando el cañón del arma. Después se dejó caer sobre la nieve y corrió hacia la segunda torreta en el mismo instante en que el emplazamiento dañado abría fuego. Con el cañón desaparecido y el extremo sellado por una masa de metal fundido, la andanada hizo pedazos toda la torreta.

La segunda arma ya había centrado sus miras en Calista. La joven se apartó en una rápida finta, y se dejó caer sobre la nieve medio segundo antes de que el haz desintegrador cayera sobre el glaciar con una explosión lo suficientemente potente para lanzar por los aires a Calista.

Luke no podía perder ni un solo instante trepando por la torreta del segundo cañón desintegrador. Lo que hizo fue utilizar su espada de luz para abrirse paso a través del emplazamiento, atacándolo como si fuese el tronco de un árbol gigante. Fue atravesando las planchas blindadas con una feroz serie de mandobles, y un cuadrado humeante de duracero se desprendió y cayó sobre el hielo. Luke metió la hoja verde amarillenta dentro del hueco y cortó los conductos de energía y las conexiones internas del ordenador, atravesando el corazón del arma con su espada de luz. El ominoso cañón giró en un vacilante arco por encima de su cabeza, buscando otro blanco, y acabó quedándose inmóvil.

Miró hacia arriba y vio que las armas habían sido manipuladas: habían instalado sensores unidos a los sistemas de puntería automática, y después los habían conectado a unos detectores de movimiento. Luke fue corriendo hacia Calista para ayudarla a levantarse, preguntándose por qué alguien podía tomarse tantas molestias en aquel mundo vacío.

—Buen trabajo —dijo Calista mientras se quitaban la nieve el uno al otro—. Formamos un equipo incluso sin mis poderes Jedi.

La masa metálica de las puertas blindadas se rajó por el centro con un sordo rechinar, como si se resistiera a abrirse, y los dos paneles empezaron a separarse. Una lluvia de carámbanos se desprendió de ellos, y trozos de nieve cayeron ruidosamente al suelo. Unas figuras aparecieron, siluetas de sombras inmóviles en el hueco de las puertas parcialmente abiertas.

Luke se envaró y se volvió hacia ellas con la espada de luz firmemente empuñada en su mano. Calista también empuñaba su arma, pero no la había conectado. Luke esperó para ver qué iban a hacer sus misteriosos enemigos.

—¡Bueno, no se queden ahí! —gritó secamente una voz humana—. Entren de una vez... ¡Deprisa, antes de que vuelvan esas criaturas!

Un hombre de ojos negros cuyo rostro mostraba las manchas oscuras de una barba incipiente salió por la entrada, sosteniendo un rifle desintegrador en las manos. Junto a él apareció un felino alienígena, una esbelta y peluda criatura con mechones de pelaje brotando de su mentón y colmillos sobresaliendo por debajo de unos delgados labios negros. Luke la reconoció: era un cathar. El felino alienígena también iba armado con un rifle desintegrador y olisqueó el frío aire del exterior, tenso y preparado para luchar. Pero los recién llegados no dirigieron sus desintegradores hacia Luke o Calista, sino que parecían estar intentando localizar alguna amenaza invisible oculta entre las nieves.

Otro humano se había quedado dentro del túnel principal. Era alto y de hombros muy anchos, y estaba haciéndoles señas para que se dieran prisa. Luke recorrió con la mirada la superficie de Hoth, tan árida y aparentemente desprovista de vida, y sintió una repentina punzada de inquietud. Cogió del brazo a Calista y entró corriendo con ella en el refugio del túnel.

Sólo cinco de ellos habían sobrevivido.

—Parecía una forma fácil de ganar unos cuantos créditos, ya que estaba buscando una nueva ocupación —dijo Burrk, un ex soldado de las tropas de asalto que había desertado durante la confusión que siguió a la batalla de Endor y que desde aquel entonces había vivido por su cuenta, sobreviviendo gracias a negocios sucios y actividades ilegales—. Conocí a estos dos cathars, Nodon y Nonak, y formamos un buen equipo.

Los dos felinos alienígenas gruñeron y mostraron los dientes mientras contemplaban a Luke y Calista con los ojos entrecerrados. Parecían idénticos, salvo por ligeras variaciones en el color del pelaje.

—Son de la misma camada —siguió explicando Burrk—, y eran grandes cazadores... Bueno, por lo menos dijeron que lo eran.

Los cathars volvieron a gruñir y sacaron las garras retráctiles de sus manos. Burrk ni siquiera pareció darse cuenta de ello. Se frotó el asomo de barba que le cubría el mentón. Sus ojos estaban hundidos en las cuencas y oscurecidos por el peso de una tensión incesante, como si alguien le hubiera golpeado repetidamente y pudiera volver en cualquier momento. Su grupo sólo había logrado poner en funcionamiento una media docena de paneles luminosos, y ni una sola unidad calefactora.

—El mercado negro paga precios enormes por las pieles de wampa, ya saben... —dijo.

Una chispa de orgullo y osadía apareció por fin en sus ojos. Luke percibió el profundo terror que flotaba a su alrededor en aquella sala de reuniones carente de calefacción, pero el flaco ex soldado de las tropas de asalto se fue animando un poco a medida que continuaba hablando.

—Los hermanos cathars y yo decidimos organizar esta expedición de caza mayor. A cambio de unos buenos honorarios, traeríamos cazadores a Hoth para que persiguieran y cazaran «las presas más grandes que se pueden encontrar en toda la galaxia»... Quizá exagerábamos un poquito, claro, pero eso no le importaba a los ricos barones—administradores, como él.

Burrk señaló con un gesto de la mano al hombre alto y musculoso de rasgos que parecían tallados a golpes de cincel, la sonrisa muy blanca y los ojos impasibles de mirada endurecida.

—Me llamo Drom Guldi, y soy barón—administrador de las minas de gelatina de Kelrodo—Ai —dijo el hombre musculoso, presentándose a sí mismo. Todo su cuerpo pareció hincharse de orgullo, seguro de que todo el mundo había oído hablar de él—. Somos famosos por nuestras esculturas de agua —añadió—, y éste es mi ayudante. —Señaló a un hombre de cabellos rubio grisáceos que tenía la piel cubierta de pequeñas arrugas, como si toda su capa superficial hubiera sucumbido a la ofensiva de un millar de grietas de presión, y que parecía estar bastante nervioso—. Se llama Sinidic.

Burrk, el ex soldado de las tropas de asalto, siguió con su historia mientras dirigía una inclinación de cabeza al rico cazador, como si no tuviera más remedio que admirarle y eso no le gustara demasiado.

—Teníamos cuatro clientes en este viaje, y Drom Guldi era el único que sabía cazar.

—Acabé con diez de esos wampas cuando atacaron —dijo el barón—administrador—, aunque no pudimos volver para llevarnos las pieles. —Apretó los dientes, y sus mejillas bronceadas enrojecieron—. Los otros monstruos seguían viniendo, y tuvimos que retirarnos.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Calista—. ¿Cómo consiguieron colocarse en una situación tan vulnerable?

Burrk clavó la mirada en sus dedos mientras los unía y separaba nerviosamente.

—Era nuestra tercera salida. Las otras dos fueron perfectamente. Seguíamos el rastro de las criaturas, matábamos a una o dos y luego nos íbamos. Pero a esas alturas los monstruos ya habían aprendido a trabajar en equipo. Creíamos que eran bestias estúpidas, todo dientes y garras y sin cerebro..., pero estábamos equivocados.

Los cathars bufaron, y se les erizó el pelaje.

—Conocíamos la existencia de esta vieja base abandonada. La usábamos como lugar de descanso porque no hay muchos cobijos en estas rocas —dijo Burrk, y alzó la mirada hacia Luke—. Formamos grupos de exploración: yo y Nodon en una nave, y Nonak y los demás en otra. Sólo era otro día más de cacería... Hacía sol, y parecía que todo iba a ir estupendamente. —Sus ojos recorrieron las sombras de la sala—. Volvimos, y encontramos a nuestro piloto hecho pedazos..., y cuando digo «hecho pedazos» no estoy exagerando. Teníamos todas esas armas... Nunca pensamos que nos atacarían.

—Subestimamos el problema —dijo Sinidic con una débil voz nasal, y después bajó la cabeza como si acabara de darse cuenta de que no debía haber hablado.

—Cuando fuimos a investigar —siguió diciendo Burrk—, los wampas debían de estar esperándonos. Las... criaturas surgieron de la nieve y cayeron sobre nosotros como una lluvia de meteoros. No podíamos verlos. Mataron a uno de nuestros guías y a los otros tres clientes. Por suerte conseguimos refugiarnos en la base... Cerramos las puertas blindadas detrás de nosotros.

Tragó saliva, reviviendo la pesadilla.

Drom Guldi retomó el hilo de la historia y empezó a hablar con voz firme y despreocupada, como si todo aquello no tuviera ninguna importancia.

—Entonces fue cuando hicieron estallar nuestra nave —dijo—. Debió de ser un accidente. No puedo creer que supieran lo que debían hacer para destruirla. No sé cómo ocurrió, pero provocaron la explosión.

—Llevamos cuatro días aquí —dijo Burrk—. No tenemos suministros, y esas cosas están esperándonos ahí fuera. Ni siquiera pudimos enviar un mensaje pidiendo socorro.

—¿Tienen armas en su nave? —preguntó Nodon, uno de los cathars. Luke y Calista intercambiaron una rápida mirada. —¿Armas? No —admitió Luke.

—No pensamos que tuviéramos que llegar a combatir —dijo Calista.

—Habíamos conseguido poner en funcionamiento los dos cañones desintegradores —explicó Burrk—. Instalamos detectores de movimiento para que abrieran fuego contra cualquier cosa que se aproximara, pero está claro que ustedes se ocuparon de ellos. —Un ronco gruñido burbujeante brotó de las gargantas de los cathars—. Ahora no contamos con ninguna defensa aparte de esas puertas..., y no podemos quedarnos aquí para siempre.

—Y nuestra nave tampoco tiene espacio para todos —dijo Calista, anticipándose a la siguiente pregunta—. Sólo es un yate espacial de pequeñas dimensiones. Pero podemos transmitir una señal de emergencia y conseguir que un grupo de rescate venga aquí dentro de uno o dos días.

—Está oscureciendo —observó Sinidic—. ¿No creen que deberíamos hacer algo lo más pronto posible? —Alzó la mirada hacia Drom Guldi—. ¿Por qué no les ordena que vuelvan a su nave y que envíen una señal de emergencia?

—Todos iremos a su nave —dijo Drom Guldi—. De lo contrario, Burrk podría tomarlos como rehenes y largarse en la nave dejándonos aquí. Y supongo que no le culparía si lo hiciera...

Los cathars gruñeron, pero a juzgar por la forma en que miraban al ex—soldado de las tropas de asalto, Luke sospechó que esa posibilidad les parecía bastante probable.

—Sólo nos queda una docena de cargas en nuestros rifles desintegradores —dijo Burrk, sin sentirse ofendido en lo más mínimo por la acusación—. Si nos atacan no duraremos mucho.

Drom Guldi tensó las mandíbulas.

—Tendremos que sacar el máximo provecho posible de nuestros recursos. Lucharemos.

La mirada de Luke se encontró con la de Calista. Ayudar a la gente era una de las primeras responsabilidades de un Caballero Jedi, y no podían dejar abandonados a su destino ni siquiera a unos cazadores furtivos tan poco escrupulosos como aquellos. Pero Luke sintió que se le erizaba el vello sólo de recordar su propio encuentro con un wampa.

Los cathars se levantaron de los recipientes de almacenamiento vacíos que habían estado utilizando como asientos y prepararon sus desintegradores con rápidos movimientos llenos de nerviosa tensión. Drom Guldi se colgó el rifle del hombro. Sinidic no iba armado, pero se mantuvo lo más cerca posible del barón—administrador. Burrk llevaba dos pistolas desintegradoras en las caderas. Las armas tenían aspecto de ser bastante viejas y haber sido utilizadas en muchas ocasiones, y parecían haber sido reparadas un número de veces lo suficientemente elevado como para que Luke no confiara mucho en ellas. Él y Calista tenían sus espadas de luz.

—Vamos a hacerlo lo más deprisa posible —dijo Burrk, conduciéndolos hacia las puertas blindadas—. Podemos echar a correr..., dado que ya no tenemos que preocuparnos por los sensores de movimiento —añadió, contemplando a Luke con el ceño fruncido.

—Dejemos la puerta entreabierta como opción suplementaria —sugirió Drom Guldi—, por si se da el caso de que tengamos que retirarnos a toda prisa.

Burrk asintió.

Luke percibió una interesante variación en la cadena de mando. Burrk era el líder nominal, pero Drom Guldi —un administrador con amplia experiencia— era igualmente eficiente a la hora de tomar decisiones bajo tensión. Los dos hombres parecían haber formado un equipo para sobrevivir.

Las puertas blindadas se abrieron, y el aire helado y la nieve entraron en la base. El cielo se había vuelto de un neblinoso color púrpura a medida que el día se iba aproximando a su fin. Luke y Calista dirigieron a los cinco supervivientes en una veloz carrera junto a los restos de la nave destrozada de los cazadores furtivos, con su pequeño yate espacial como meta final.

Luke concentró sus sentidos Jedi en Burrk y los demás, temiendo que los desesperados refugiados pudieran dispararles por la espalda y apoderarse de su nave..., pero sólo percibió el lento roer del miedo agazapado en sus mentes. Aquellas personas estaban demasiado asustadas para poder pensar en la traición.

Cuando Luke y Calista se aproximaron a su nave, que seguía inmóvil sobre la nieve, Luke vio que la escotilla estaba abierta: la entrada parecía una boca oscura.

—Eh, yo no dejé la puerta así —dijo Calista. —Todo esto me huele muy mal —murmuró Luke. Los cathars se miraron y gruñeron.

—Malas noticias —dijo Drom Guldi.

El barón—administrador ya había adivinado lo que iban a encontrar. Luke subió corriendo por la rampa mientras Calista se quedaba fuera para evitar que los demás entraran en la nave.

Luke entró en la cabina y la recorrió rápidamente con la mirada. El sistema de comunicaciones había sido hecho añicos, y los paneles estaban arrancados y llenos de profundas señales plateadas dejadas por unas garras muy afiladas. El ordenador de navegación había desaparecido: algo lo había arrancado de sus conexiones y lo había convertido en una masa de alambres y chips rotos. Los cables cortados colgaban de los otros controles.

Era como si los monstruos hubieran sabido con toda exactitud lo que estaban haciendo.

Un gélido anillo de miedo le oprimió la base del estómago. Luke giró sobre sus talones para echar un vistazo al compartimiento en el que habían estado colgados sus trajes ambientales..., y descubrió que las criaturas de las nieves los habían destrozado a zarpazos, dejándolos totalmente inservibles.

Entonces oyó un grito procedente del exterior, un alarido lleno de pánico al que siguió una ráfaga de fuego desintegrador. Luke salió corriendo de la cabina y bajó a grandes saltos por la rampa. Calista ya había empuñado su espada de luz, y su hoja color topacio chisporroteaba y crujía bajo el frío.

Luke apenas pudo distinguir a las criaturas que se confundían de una manera tan perfecta con la nieve y la roca. Su pelaje blanco hacía que quedaran reducidas a una veloz y borrosa mancha de movimientos, cuernos curvados que brotaban de sus cabezas y zarpas afiladas como cuchillos que se extendían hacia adelante mientras surgían de la nada, desgarrando, rajando y rugiendo.

Burrk desenfundó sus dos pistolas desintegradoras y disparó, dejando a un wampa enorme muerto sobre la nieve con agujeros humeantes en su pelaje. Los dos cathars gruñeron y agitaron sus rifles desintegradores. Burrk intentó volver a disparar, pero una de sus pistolas había quedado descargada. Los wampas gritaron, emitiendo un extraño ulular que se deslizó sobre las estepas vacías como una incontenible marea de terror.

Drom Guldi disparaba con meticulosa precisión, acabando con un wampa detrás de otro. Los monstruos restantes siguieron avanzando. Un cathar empezó a disparar indiscriminadamente, atravesando la lejanía nevada con lanzazos de fuego desintegrador hasta que su rifle también quedó descargado.

Un rugido lleno de ecos que le pareció inexplicablemente familiar hizo que Luke girase sobre sus talones para ver a un wampa gigantesco inmóvil sobre un promontorio rocoso. La criatura era más grande que las demás, y lanzaba aullidos a la noche como si estuviera dirigiendo la batalla. Luke vio que aquel monstruo sólo tenía un brazo, y que el otro terminaba en un muñón cauterizado. Cuando vio las espadas de luz Jedi, la criatura hendió el aire helado con las garras de su único puño.

Y el ejército de wampas avanzó al unísono para caer sobre sus víctimas.