CINTURÓN DE ASTEROIDES DE HOTH
Capítulo 61
El Yavaris y la fragata de asalto Dodonna viraron mientras escapaban al traicionero núcleo del campo de asteroides de Hoth, dejando detrás de ellos los restos de la Espada Oscura.
—Nos ha ahorrado el problema de destruirla —dijo Wedge, meneando la cabeza—. Pero hemos perdido a Madine. Ojalá tuviera alguna forma de saber qué ocurrió realmente aquí.
Qwi miró hacia atrás con sus enormes ojos color índigo.
—Por lo menos el arma fue destruida sin que tuviéramos que hacer ni un solo disparo —dijo, y después dejó escapar un largo suspiro—. Ah, si la gente dejara de tratar de construir medios de destrucción cada vez más grandes y mejores...
—Estoy totalmente de acuerdo contigo —dijo Wedge, abrazándola—. No me importaría en lo más mínimo tener que buscar otra clase de trabajo.
—General Antilles —dijo el jefe de sensores—, estamos captando la presencia de una nave de dimensiones muy reducidas que contiene una forma de vida. Tiene que ser una nave realmente pequeña.
Wedge frunció el ceño. Durante un momento sintió un repentino resurgir de sus esperanzas y pensó que quizá Madine hubiera escapado..., pero sabía que eso no podía ser verdad, porque su monitor de detección vital era incapaz de mentir.
—Quizá sea alguien que consiguió escapar de la destrucción de la Espada Oscura —dijo—. Activen los rayos tractores. Recojan la nave y tráiganla a bordo.
Salió del puente de mando del Yavaris, haciendo una seña a Qwi para que le siguiese.
—Vamos a ver cómo la traen —dijo, y conectó el intercomunicador—. Quiero que un pelotón del servicio de seguridad se reúna conmigo en el hangar de atraque delantero, y que vengan armados. Puede que tengamos algunos problemas.
Wedge y Qwi aguardaron dentro del hangar. Un pelotón de guardias armados sostenía los rifles desintegradores sobre sus hombros alrededor de ellos, removiéndose nerviosamente y todavía con el cuerpo en tensión debido a todos los días en situación de alerta que acababan de experimentar, así como a la semana de batallas espaciales simuladas en el sistema de Nal Hutta.
Wedge fue contemplando a través del campo atmosférico transparente cómo un puntito brillante se iba aproximando poco a poco: era el casco metálico de una pequeña nave esférica que reflejaba la luz del lejano sol. Un extraño cambio de perspectiva le permitió comprender de repente lo diminuta que era aquella nave, y ver que ya estaba suspendida al otro lado del campo de retención. Wedge estaba contemplando un vehículo de inspección monoplaza, un módulo de construcción redondo que no tendría más de cuatro metros de diámetro.
—¿Adónde esperaba ir en eso? —preguntó.
—A veces has de aprovechar lo único de que dispones —dijo Qwi—. La desesperación no te deja muchas opciones.
Wedge la miró, sorprendido ante su repentina muestra de agudeza mental. Qwi siempre le había parecido sincera, pero ingenua. Aun así, había aprendido muchas cosas desde que fue rescatada de la Instalación de las Fauces.
El maltrecho vehículo de inspección atravesó el campo atmosférico y se posó con un golpe sordo sobre las planchas de la cubierta, guiado por la presa de los rayos tractores del Yavaris. Los guardias de la Nueva República alzaron sus rifles desintegradores, preparados para utilizarlos en el caso de que fuera necesario.
La escotilla emitió un débil siseo al desbloquearse y se fue abriendo lentamente. Wedge se envaró y después parpadeó, muy sorprendido, cuando un anciano barrigudo emergió de ella. Su despeinada cabellera blanca sobresalía en todas direcciones, y hacía tiempo que no se afeitaba. El recién llegado hizo varias profundas inspiraciones mientras contemplaba el interior de su vehículo de inspección con cara de disgusto.
Los guardias echaron a correr hacia él para hacerle prisionero. El anciano no se resistió y se limitó a mirar a su alrededor, visiblemente confuso.
—¡Bevel Lemelisk! —exclamó Qwi, con los ojos llenos de ira y sorpresa.
—¿Conoces a este hombre? —preguntó Wedge.
Qwi asintió. Su resplandeciente cabellera envolvió su cabeza en un sinfín de destellos.
—Me ayudó a diseñar la Estrella de la Muerte —dijo—. El Gran Moff Tarkin se llevó a Lemelisk de la Instalación de las Fauces para que trabajase como ingeniero jefe en el proyecto del sistema de Horuz. ¿Te acuerdas de que creí haberle visto en Nar Shaddaa?
Wedge enarcó las cejas.
—Bueno... Quizá no eran imaginaciones tuyas después de todo.
Los guardias hicieron avanzar a Lemelisk. El viejo ingeniero miró a Wedge, y después sus ojos legañosos se abrieron y cerraron en un parpadear lleno de asombro cuando vio a Qwi.
—Ah, Qwi Xux... ¡Nunca me habría podido imaginar que te encontraría aquí! ¿Ahora estás trabajando para estas personas? ¡Qué coincidencia!
La piel azul claro de la hermosa alienígena se oscureció. Wedge nunca había visto a Qwi dando tales muestras de ira y nerviosismo, y un instante después comprendió que la visión de su antiguo colaborador científico debía de estar haciendo volver a la superficie viejos recuerdos que habían permanecido enterrados durante la amnesia que se le había impuesto por la fuerza.
—Me engañaste, Lemelisk —dijo Qwi con voz seca y estridente—. ¡Me mentiste! Mientras trabajábamos en la Instalación de las Fauces nunca me dijiste que nuestras armas serían utilizadas para causar tantas muertes y tanta destrucción. Afirmaste que todas tenían propósitos perfectamente legítimos y pacíficos.
Lemelisk volvió a contemplarla sin dejar de parpadear, y un fruncimiento de incredulidad arrugó su frente.
—Siempre fuiste muy brillante, Qwi..., pero en otros aspectos conseguiste ser increíblemente estúpida.
Qwi reaccionó como si acabaran de abofetearla, y Wedge sintió que empezaba a enfurecerse.
—¿Estaba a bordo de esa superarma hutt? —preguntó.
—¿Que si estaba a bordo de la Espada Oscura? —replicó Lemelisk.
¡Les ayudé a construirla! La diseñé. Oh... ¿Han conseguido escapar después de todo? —preguntó, enarcando las cejas.
—No, el arma fue destruida en el campo de asteroides.
—Ah —dijo Lemelisk—. Lástima... No es que me sorprenda, desde luego. Dudaba de que pudiera funcionar.
—¿Qué hay de nuestro equipo de comandos de la Nueva República? —preguntó Wedge—. ¿Los vio?
Lemelisk asintió.
—Ah, sí, el saboteador rebelde... Matamos a uno de su equipo cuando intentaron sabotear nuestros sistemas motrices. El otro, creo que se llamaba Madine, fue traído ante el noble Durga y ejecutado sumariamente. Murió como un valiente, por supuesto.
Wedge sintió un repentino hervor de ira en su interior e hizo una seña a los guardias armados.
—Llévense al prisionero y enciérrenlo. Lo llevaremos a Coruscant para que sea juzgado. —Después bajó la voz hasta adoptar un tono amenazador—. Pero no me cabe ninguna duda de que tenemos pruebas suficientes para ordenar su ejecución por ser una amenaza a la paz galáctica.
—Ah, bueno. —Sorprendentemente, Bevel Lemelisk reaccionó con resignación en vez de con miedo—. Si van a ejecutarme —añadió—, asegúrense de hacerlo bien esta vez.