Capítulo 31
Pilotando el Halcón Milenario con sólo Erredós a bordo para ayudarle, Chewbacca hizo que el carguero ligero modificado saliera del hiperespacio todo lo cerca del sistema de Nal Hutta que se atrevía a aproximarse. Con la hilera de motores sublumínicos despidiendo llamaradas blancas detrás de ellos, Chewbacca avanzó hacia la Luna de los Contrabandistas.
Pilotar la nave en solitario no suponía ningún problema para el wookie. Chewbacca había acumulado un número de horas de vuelo a bordo del Halcón lo suficientemente elevado como para que la inmensa mayoría de los pilotos humanos envidiaran su experiencia, pero aun así la ausencia de Han hacía que se sintiera un poco solo. Muchos años antes Chewbacca había contraído una deuda de vida para con el humano mediante el juramento más sagrado de su pueblo, y aunque no cabía duda de que a esas alturas ya había cumplido sobradamente con su obligación, el wookie seguía considerando que era responsable de la vida de Han.
Había visitado Nar Shaddaa con Han en más de una ocasión, y habían estado a punto de morir. En aquellos momentos Han también estaba en el sistema de los hutts, tomando parte en uno de los inexplicables rituales diplomáticos que llevaba a cabo Leia, por lo que Chewbacca había aceptado su misión de buena gana. El wookie estaba decidido a husmear por todas partes y averiguar cuanto pudiera sobre las actividades secretas de Durga.
Erredós empezó a seguir las trayectorias del tráfico que entraba en el sistema, y Chewbacca se unió al flujo de naves sin señales de identificación que se aproximaba a Nar Shaddaa. La flota de la Nueva República aparecía conspicuamente en los sensores: grandes navíos de combate enfrascados en falsos ataques que disparaban sus baterías turboláser activadas a mínima potencia contra falsos objetivos. Chewbacca contempló los puntitos de la pantalla. Han se encontraba a bordo de una de esas naves de guerra, o en la superficie de ese enorme planeta repleto de señales oscuras curiosamente parecidas a morados que se extendía debajo de ellos.
Chewbacca no podía correr el riesgo de ponerse en contacto con Han para informarle de que habían llegado. El wookie y Erredós tenían que permanecer totalmente invisibles, y debían perderse en Nar Shaddaa como cualquier otro visitante anónimo. Tenían que averiguar cuál era la auténtica historia del arma secreta hutt, y descubrir qué se ocultaba detrás de las mentiras diplomáticas que probablemente Durga le soltaría a Leia.
Chewbacca posó el Halcón en una de las pistas de descenso de tarifas astronómicamente elevadas esparcidas entre los sucios sectores sobrecargados de tráfico. Mientras Erredós bajaba por la rampa de acceso, Chewbacca cogió unas cuantas balizas de señalización, luces de advertencia cuyo encendido indicaría que el Halcón estaba rodeado por un campo letal de protección. Las balizas eran falsas, por supuesto, pero parecían reales y eliminaban la necesidad de pagar las exorbitantes sobrecargas de protección que cobraban muchos de los barones de las zonas de atraque, y que los visitantes que no habían venido preparados se veían obligados a abonar.
Chewbacca aspiró un poco de aire por su húmedo hocico y detectó los acres olores del refrigerante de motores, los vapores de los sistemas propulsores, los motores en mal estado que necesitaban urgentemente una reparación y los cuerpos de un millar de especies distintas mezclados con las exóticas especias que consumían para alimentarse.
El wookie y Erredós se alejaron rápidamente del Halcón y se sumergieron en la metrópolis recubierta de grasa que vibraba con el zumbido de las máquinas. Tenían créditos que gastar e información que comprar..., y Nar Shaddaa era el sitio ideal para ello.
Erredós se conectó al «puesto de información turística» más cercano, que ofrecía un directorio apenas disfrazado de vendedores y servicios disponibles en el mercado negro. Los contrabandistas ni siquiera intentaban ocultar sus verdaderas actividades, aunque algunas de las crípticas descripciones parecían francamente ominosas.
El pequeño androide astromecánico fue repasando el listado electrónico en busca de cualquier criatura que estuviese dispuesta a proporcionar información detallada sobre los hutts. Pero Nar Shaddaa era un mundo controlado por los hutts, y en consecuencia el número de informadores dispuestos a ofrecer una ayuda tan peligrosa era extremadamente reducido: sólo uno de los centros de información listaba específicamente a Durga entre sus recursos.
Chewbacca intentó descifrar un mapa de los niveles superiores de la ciudad. Después el wookie y Erredós necesitaron casi una hora para encontrar el centro relacionado con Durga, y al final se llevaron la decepción de descubrir que el pequeño despacho sólo era una fachada de relaciones públicas para Minas Celestes Orko.
Soportaron un holograma de presentación propagandística sobre los prodigios que Minas Celestes Orko traería a la galaxia. Cuando Chewbacca empezó a hacer preguntas sobre Durga al representante, un burócrata con aspecto de sapo, éste agitó sus manos de largos dedos y curvó sus gruesos labios en una sonrisa.
—Mi querido amigo wookie, debe entender que toda esa información sobre las actividades del noble Durga es estrictamente confidencial, ya que debemos proteger la identidad de los grandes inversores de Minas Celestes Orko. —El representante abrió y cerró sus enormes ojos y volvió a obsequiar a Chewbacca con una sonrisa de sus gruesos labios—. Sin embargo, y en el caso de que desee donar un millón de créditos, podría convertirse en uno de esos inversores y obtener acceso a todos nuestros ficheros.
La reseca piel coriácea de su frente se arrugó en un fruncimiento de falsa esperanza que no resultaba nada convincente.
El wookie y el pequeño androide se marcharon, muy indignados.
Chewbacca decidió que debían olvidarse del directorio de servicios del mercado negro y empezó a hacer preguntas a las criaturas que tenían aspecto de poder dedicarse a la venta de información con las que se encontraban por las calles. Gastó un centenar de créditos y fue saltando de una migaja de información a otra..., hasta que llegaron a un angosto y oscuro callejón en el que por fin encontraron a un viejo y decrépito traficante de información cuyo rostro era una masa de llagas supurantes y escamillas de piel medio desprendida. El traficante de información llevaba consigo su propia terminal portátil y un soldador láser que utilizaba para obtener acceso a las fuentes de energía y conectar sus cables de entrada a los sistemas de ordenador, a través de los cuales se deslizaría luego para buscar información sin ser detectado durante unas horas o un día. Después se iría en busca de otro sitio donde trabajar.
El traficante de información aceptó sus créditos, y no pareció importarle en lo más mínimo cuál pudiera ser la razón por la que querían obtener información sobre los hutts. Se limitó a verificar que los créditos no eran falsos y empezó a introducirse en los sistemas de ordenadores de Nal Shaddaa.
—No figura en los bancos de datos —acabó diciendo—. No hay ni una sola referencia a Durga.
Chewbacca gruñó una pregunta.
—No he pretendido decir que no existan, claro —dijo el traficante de información, hablando a través de un par de labios hinchados mientras contemplaba su teclado con el ceño fruncido—. No, lo que pasa es que no consigo encontrar esos ficheros... Deben de estar codificados, o protegidos mediante una contraseña. La única forma de que pudiera acceder a ellos sería saber con toda exactitud dónde se encuentran.
Erredós dejó escapar un silbido de decepción.
—Eh, un momento... Intentemos enfocar el problema desde otro punto de vista —dijo el traficante de información, deslizando un dedo a lo largo de su labio inferior y haciendo que todavía más piel se desprendiese de él—. Estaba buscando ficheros sobre Durga, pero podríamos hacer una búsqueda más amplia y seguir la pista de cualquier tipo que esté vendiendo cosas a Durga.
Sus dedos volaron sobre el teclado, moviéndose con increíble rapidez a pesar de las llagas y la armadura de callosidades que los recubrían. Una borrosa masa de números desfiló por la pantalla, y el traficante de información empezó a reír. Después extendió las manos, solicitando más créditos. Chewbacca gruñó, pero pagó sin más protestas con la esperanza de que la información lo mereciese.
—He encontrado un buen cliente que parece trabajar para Durga —dijo el traficante de información, y después bajó la voz—. Es un cliente imperial —añadió, y las palabras salieron de sus labios bajo la forma de un susurro.
Antes de que Chewbacca pudiera gruñir una nueva pregunta, otra criatura corpulenta y achaparrada entró en el callejón: su cuerpo consistía en un gran torso cilíndrico rodeado por tentáculos ondulantes y con un grupo de zarcillos oculares brotando de la parte superior. Una gorgoteante voz alienígena surgió del orificio bucal de la criatura.
—Estoy ocupado —dijo el traficante de información—. ¿Es que no ves que tengo un cliente? Vuelve más tarde y te proporcionaré todos los datos que quieras.
Pero la criatura tentaculada insistió en que quería ser atendida inmediatamente y se lanzó hacia adelante, agitando amenazadoramente sus tentáculos como si quisiera convencer al traficante de información a base de golpes.
Chewbacca rugió e irguió toda su imponente estatura de wookie, erizando su pelaje marrón. Se enfrentó a la criatura alienígena, y después de una breve lucha consiguió unir cinco de sus tentáculos en una compleja serie de nudos. El wookie gruñó y envió a la gimoteante e impaciente criatura a la calle de un feroz empujón, donde ésta se alejó tambaleándose mientras emitía borboteos ahogados pidiendo que alguien la ayudara a soltarse los tentáculos.
Cetrespeó se acuclilló junto al traficante de información y le indicó que siguiera hablando con un gesto de su peluda manaza.
—Sí, un cliente imperial, alguien que vende cosas a Durga —dijo el traficante—. Es un gasto bastante elevado: núcleos de ordenador, y de gran potencia. No consigo imaginarme para qué puede necesitarlos un hutt, y especialmente tratándose de unos modelos tan antiguos.
Chewbacca, que se sentía más animado después de la pequeña refriega, le escuchó con gran atención.
—El cliente es un humano, un tal general Sulamar que parece estar haciendo negocios con los hutts. Tiene alguna clase de relación con desertores imperiales, gente que dejó de servir al Emperador y empezó a trabajar para sí misma... Según estos ficheros —siguió diciendo el traficante, golpeando suavemente la pantalla con la punta de un dedo—, el general imperial Sulamar es el gran jefe que está al frente de todo lo que los hutts hacen por aquí.
»De ser así, han conseguido impedir que me enterara de ello —añadió el traficante, y enarcó las cejas. Más escamas de piel muerta se desprendieron y cayeron al suelo—. Se supone que Durga sólo es un socio de poca importancia en la operación —dijo con una risita.
Erredós silbó una pregunta, y Chewbacca la reforzó.
—¿Quién es el tal Sulamar? —preguntó el traficante—. ¿Es eso lo que queréis saber? No esconde sus credenciales, desde luego. De hecho, las escribe en letras mayúsculas y afirma ser un genio militar del Imperio. Asume toda la responsabilidad por la Masacre de Mendicat, y se hace llamar el Azote de Celdaru.
Chewbacca soltó un gemido ahogado. Entregó unos cuantos créditos más al traficante de información y después se puso en pie e indicó al androide que le siguiera. El wookie empezó a alejarse sobre sus largas y peludas piernas mientras Erredós se apresuraba a ir detrás de él. El pequeño androide emitió un silbido lleno de preocupación, y expresó su alarma con una serie de chillidos electrónicos. Tenían que volver al Halcón para poder transmitir la información obtenida a Coruscant. Habían averiguado más de lo que nunca habían esperado llegar a descubrir.
Chewbacca sintió que una rabia bestial empezaba a hervir en su interior mientras pensaba en todas aquellas posibilidades tan altamente ominosas. Si el Imperio y los hutts realmente se habían aliado, constituirían un enemigo formidable.
Aquella amenaza era mucho más grave de lo que habían temido hasta el momento.