YAVIN 4
Capítulo 45
Los diecisiete Destructores Estelares a las órdenes del vicealmirante Pellaeon surgieron del hiperespacio formando una flota impecablemente dispuesta. Aquella formación tan perfecta demostraba el grado de precisión e implacable dedicación alcanzado por las nuevas fuerzas imperiales que había forjado Daala.
Pellaeon estaba inmóvil en el centro del puente del Tormenta de Fuego —el Destructor Estelar que la almirante Daala había mandado cuando hizo caer al criminal de guerra Harrsk en su trampa—, y contemplaba aproximarse la joya verde de la luna selvática, una esfera de vida esmeralda empequeñecida por Yavin, el monstruoso gigante gaseoso cuya gravedad tiraba de la flota de naves con la que iba a atacar.
El veterano militar imperial mantuvo los ojos entrecerrados mientras clavaba la mirada en los visores de la torre del puente. Había recortado su bigote canoso, y se había asegurado de que sus cabellos quedaban pulcramente recogidos debajo de su gorra de vicealmirante. Pellaeon se había cepillado el uniforme a fin de presentar una imagen más imponente, pues quería ser un auténtico líder para su flota en aquella misión victoriosa. Volver a estar al mando de una nave digna de ese nombre, en vez del pequeño Destructor Estelar de la clase Victoria, hacía que se sintiera revigorizado..., a pesar de que el coronel Cronus utilizaría la flota de navíos carmesíes para causar un significativo grado de destrucción en los mundos que se habían puesto del lado de los rebeldes.
Pellaeon pensó en aquellos días en que había mandado el Quimera a las órdenes del Gran Almirante Thrawn, y en lo cerca que habían estado de derrotar a la Rebelión de una vez y para siempre. Con la almirante Daala volvían a tener esa oportunidad..., y Pellaeon no la desperdiciaría.
—Inserción orbital terminada con éxito, señor —anunció la navegante desde su puesto.
Pellaeon continuaba maravillándose ante las nuevas oficiales de la flota de Daala, y le sorprendía que todas parecieran servir al Imperio todavía con más dedicación que los otros soldados.
—¿Alguna señal de defensas? —preguntó.
La luna selvática parecía demasiado tranquila, demasiado vulnerable. A Pellaeon le asombraba que un lugar tan importante para la Rebelión no tuviera ninguna defensa visible.
—No se ha detectado ninguna, vicealmirante —dijo el jefe táctico.
El oficial, que al parecer también sentía las mismas preocupaciones que su superior, empleó un tono dubitativo.
—Muy bien —dijo Pellaeon, pasando a la siguiente fase—. Desplieguen la red generadora de interferencias. Tenemos que colocarla en su sitio y dejarla en condiciones de operar antes de que los hechiceros Jedi puedan enviar una señal de emergencia a sus fuerzas militares.
Los diecisiete Destructores Estelares lanzaron grupos de pequeños satélites transmisores que fueron ocupando sus posiciones alrededor de la luna verde, formando una red electromagnética interconectada capaz de bloquear cualquier mensaje que pudieran enviar los estudiantes Jedi. Los satélites interferidores sólo necesitaron unos momentos para situarse en las posiciones asignadas y transmitir una señal de conformidad al Tormenta de Fuego.
Pellaeon habló por la unidad comunicadora del canal interno de la flota, y su voz resonó en todas las naves.
—Que los equipos de ataque se preparen —dijo—. Iniciaremos el ataque dentro de cinco minutos. Todos los transportes de exploración de superficie y vehículos de asalto de la jungla formarán la primera oleada. Los cazas TIE proporcionarán cobertura aérea.
»Nuestro objetivo es un mundo relativamente despoblado, y no deberíamos necesitar mucho tiempo para completar la misión. La victoria que obtendremos hoy en Yavin 4 supondrá el primer gran paso en el renacimiento de un nuevo Imperio todavía más fuerte que el anterior.
Pellaeon cerró el canal y se apoyó en la barandilla del puente. Le complacía estar al frente de una operación de éxito garantizado, en vez de mandar otro desesperado intento de recuperar la supremacía imperial condenado a fracasar. Pellaeon pensó en el inmenso poderío imperial que la almirante Daala había puesto bajo su control.
No esperaba mucha resistencia de unos cuantos aspirantes a Jedi que nunca habían tenido que entrar en combate.
El Súper Destructor Estelar Martillo de la Noche se preparaba para salir al espacio en la estación conectora oculta en las profundidades del vacío galáctico. La almirante Daala dedicó los últimos momentos de frenética actividad a asegurarse de que todos los preparativos de su gran ataque decisivo habían sido llevados a cabo de la manera correcta.
A esas alturas el vicealmirante Pellaeon ya debía de estar atacando la luna de los Jedi, y Daala anhelaba estar allí con él para extraer una satisfacción personal de cada Jedi muerto, cada edificio rebelde destruido y cada árbol envuelto en llamas..., pero no iba a alterar sus planes. Sabía que ésa era la forma de asestar el mayor golpe psicológico a los rebeldes. Su ataque inicial tenía que terminar con una derrota totalmente aplastante del objetivo rebelde.
En aquel mismo instante, y de manera simultánea con esa gran ofensiva, el coronel Cronus estaba causando terribles daños con sus ataques de precisión quirúrgica contra distintos objetivos de la galaxia seguidos por una rápida huida. Su enjambre de navíos carmesíes de la clase Victoria llegaría rugiendo a una velocidad vertiginosa, destruiría los objetivos más convenientes y luego volvería a desaparecer en el hiperespacio..., dejando detrás de él la destrucción, la confusión y el pánico.
Pero la luna selvática de Yavin 4, con su centro de adiestramiento Jedi, sería la verdadera victoria simbólica. Daala sonrió, y sus ojos verdes adoptaron una expresión absorta y distante mientras se imaginaba a aquellos hechiceros que aún no habían conseguido dominar sus habilidades siendo atacados por las fuerzas tremendamente superiores en número y poderío de Pellaeon. Después se imaginó la desesperación que sentirían cuando vieran llegar su enorme nave. Sería como un segundo golpe mortal: ni refuerzos ni una misión de rescate, sino un Súper Destructor Estelar negro. Su desesperación quedaría decuplicada.
Después de aquel día, cuando Daala partiera triunfante, la luna cubierta de junglas de Yavin 4 no debía ser más que una bola de cenizas. Hasta el último estudiante Jedi tenía que perecer, y sus cuerpos quedarían esparcidos por la jungla en llamas como un mensaje de inequívoca claridad dirigido a aquellos que siguieran osando resistirse al Imperio.
Como última orden antes del lanzamiento, Daala dedicó unos momentos a rebautizar su oscura nave. A partir de aquel instante el Súper Destructor Estelar sería conocido como Caballero del Martillo, sólo para demostrar que Daala tenía sentido del humor..., siempre que el resultado final fuese la derrota total y absoluta de la Alianza Rebelde.