CORUSCANT
Capítulo 6
Leia Organa Solo se estaba arreglando a toda prisa, e iba y venía de un lado a otro por los lujosos aposentos de la jefe de Estado de la Nueva República en un frenético esfuerzo por estar presentable. Mientras tanto Han Solo luchaba con las presillas de su camisa y maldecía a las diminutas insignias resplandecientes que intentaba colocar sobre su elegante atuendo diplomático.
—Odio este tipo de cosas, Leia —dijo—. Te amo lo suficiente para hacer esto, pero no me gusta nada tener que vestirme de gala ni siquiera para recibir a personas que me caen bien. —Han por fin consiguió colocar las insignias y pasó la mano por la pechera de su camisa—. Y, francamente, esa especie de gusanos del barro superdesarrollados no figuran entre las personas que me caen bien.
Leia le puso la mano en el hombro.
—Pues te hago saber que esto me gusta tan poco como a ti. —Leia recordaba con toda claridad los días de encarcelamiento que le había infligido el repugnante Jabba el Hutt, cuando la había obligado a llevar un vestido humillante y a sentarse delante de él, sujeta por una cadena para que pudiera acariciarla con su enorme lengua gomosa—. No hace mucho tiempo los hutts todavía ofrecían una recompensa por nuestras cabezas, pero Durga ha hecho algunos gestos bastante prometedores. Tenemos que recibir a esa oruga obesa y escuchar lo que tenga que decir, Han: es una necesidad diplomática.
—Una necesidad diplomática... —resopló Han—. No confiaría en una de esas montañas de viscosidad ni aunque fuese el último ser vivo que quedara en el universo. Mantén un desintegrador escondido debajo de tu túnica.
Leia se inspeccionó a sí misma en el espejo multidireccional. Tenía un aspecto perfecto, y sus mejores galas la envolvían en una aureola de tranquila majestuosidad.
—Lo haré, Han, no te preocupes.
Cetrespeó entró en la habitación acompañado por los suaves zumbidos que emanaban de sus servomotores.
—Discúlpeme, ama Leia —dijo—. Creo que ya estoy preparado para esta importante reunión diplomática. He sacado brillo a todas mis planchas, he aceitado mis engranajes y he puesto al día mi programa de protocolo y etiqueta.
—Estupendo —dijo Han—. Entonces puedes ocupar mi sitio. ¿Te parece bien?
¡Amo Han! —exclamó Cetrespeó—. No creo que fuera lo más indicado. Oh, pero si...
—Está bromeando, Cetrespeó —dijo Leia, fulminando a Han con la mirada.
—Claro, Cetrespeó. Sólo bromeaba.
—Los niños desean darles las buenas noches —dijo Cetrespeó—. El ama Invierno ya está aquí y ha hecho los preparativos necesarios para contarles un cuento. —El androide extendió sus brazos dorados en el equivalente a un encogimiento de hombros mecánico—. No consigo entender por qué, pero los niños nunca parecen disfrutar cuando yo les cuento un cuento antes de que se acuesten. Lo encuentro sencillamente inexplicable, créanme.
Leia prestó muy poca atención a la letanía de quejas del androide.
—Bueno, a veces los niños son sencillamente imposibles de entender —dijo.
Los gemelos, Jacen y Jaina, ya tenían tres años y empezaban a meterse en todos los líos imaginables. El pequeño Anakin, que ya casi tenía dos años, seguía siendo muy callado y tranquilo: dormía mucho. y apenas intentaba hablar. El niño de cabellos oscuros y enormes ojos color azul hielo pasaba la mayor parte del tiempo viviendo en su mundo privado, mientras que los gemelos insistían en ser el centro de toda la atención.
—Estoy todo lo preparado que voy a estar —dijo Han. dando un último golpe de cepillo a sus cabellos castaños y dejando escapar un largo suspiro—. Sigo sin poder creer que me esté poniendo guapo para un hutt.
—Dudo mucho que el noble Durga fuera a darse cuenta de ello, señor —dijo Cetrespeó, siempre deseoso de ayudar e informar—. Verá, los hutts tienen unos patrones de belleza muy distintos a los de los humanos. De hecho, he descubierto que...
—Ahora no, Cetrespeó dijo Han, y le ofreció su brazo a Leia para escoltarla hasta la puerta.
—En algún otro momento, quizá —dijo Cetrespeó, ti se apresuró a seguirles.
Invierno estaba sentada en un sofá de la sala común con los tres niños tumbados en el suelo, y les contaba un cuento muy detallado que se había aprendido palabra por palabra.
La servidora personal de Leia la había ayudado a superar muchos momentos difíciles y había protegido a los niños durante los primeros años de sus vidas, aquellos en los que eran más vulnerables debido a su sensibilidad a la Fuerza. Invierno tenía una memoria perfecta y nunca necesitaba ningún tipo de ayudas mentales, pues era capaz de recordar palabra por palabra todo lo que había oído o leído durante su existencia. Su calma impasible \ la falta de emociones que caracterizaban su comportamiento no impedían que Invierno profesara la más profunda e inconmovible lealtad a Leia _v a la Nueva República.
Invierno parecía disfrutar con su papel de guardiana de los tres niños mientras Leia y Han se mantenían enormemente ocupados con los asuntos de estado. Su nueva posición le permitía seguir aconsejando a Leia en calidad de confidente más adecuada a su rango, y permanecer entre bastidores a pesar de ello.
Jacen y Jaina se levantaron de un salto y fueron corriendo a recibir a Leia y Han.
¡Eh! —gritó Han, y rodeó a los gemelos en un abrazo de oso.
La cabellera castaña de Jacen estaba despeinada —como siempre—, y la de Jaina colgaba en impecables mechones lisos alrededor de su rostro. Anakin permaneció educadamente sentado sin armar jaleo y esperó pacientemente a que Invierno siguiera con su cuento. El pequeño se levantó cuando le tocó el turno de recibir un abrazo.
—Invierno cuidará de vosotros —dijo Leia, mirando a los niños—. Mamá y papá tienen una reunión muy importante con un hutt.
Los niños soltaron una risita. Han se volvió hacia Leia con las cejas enarcadas y vio que su rostro había adoptado la expresión ya—te—lo—había—dicho más burlona de todo su repertorio.
—Venga, Chico de Oro —le dijo a Cetrespeó . No queremos llegar tarde a nuestra «necesidad diplomática».
Salieron de sus aposentos, y una pareja de guardias permanentemente apostados en la entrada los escoltó por el pasillo. Cetrespeó empezó a parlotear a toda velocidad mientras caminaban.
—Me estaba preguntando si el disponer de una cierta información general no le resultaría útil en las negociaciones que se dispone a llevar a cabo, ama Leia. He cargado recientemente en mis bancos de datos...
—No sabemos si va a haber alguna negociación, Cetrespeó —dijo Leia—. Los hutts son la peor pandilla de criminales de toda la galaxia. Me capturaron, y luego trataron de matarnos a todos. No creo que debamos esperar muchas delicadezas por su parte.
—Sí, sí, pero les resultaría muy útil contar con una comprensión básica de la filosofía hutt, tal como yo la interpreto según la, admito que no muy abundante, información que he conseguido encontrar —dijo Cetrespeó.
»Originalmente los hutts proceden de un sistema llamado Varl, cuya estrella sufrió alguna clase de desastre. Eso hizo que se vieran obligados a trasladarse a otro sistema planetario. Se adueñaron de todo un planeta mediante acuerdos comerciales fraudulentos, hasta que consiguieron expulsar a sus anteriores habitantes y reclamar el mundo para ellos. Lo llamaron Nal Hutta, que en su lenguaje significa "gema gloriosa". La luna de Nal Hutta recibió el nuevo nombre de Nar Shaddaa, pero comúnmente es conocida como Luna de los Contrabandistas.
—Hemos estado allí, Cetrespeó —dijo Han, visiblemente aburrido. —¡Oh, sí! Lo había olvidado. Bien, en cualquier caso los hutts tienen un sistema de clanes extremadamente complicado, y nadie que no pertenezca a él puede llegar a conocer el nombre familiar de ningún hutt. La consecuencia de todo ello es que el nombre del clan de Jabba sólo era conocido por sus parientes.
—Muy interesante —murmuró Han mientras doblaban la esquina e iban hacia la parte de atrás de la sala de recepciones presidencial—. Te aseguro que no consigo entender por qué los niños prefieren que sea Invierno quien les cuente los cuentos en vez de oírtelos contar a ti.
—Vaya, eso es muy amable por su parte... ¡Muchas gracias, amo Han! —exclamó Cetrespeó, sin captar en lo más mínimo la ironía de Han—. La verdad es que se sabe muy poco sobre cómo interactúan entre sí los clanes de los hutts, aunque ciertos incidentes y desastres han llevado a algunos estudiosos a especular sobre guerras de clanes internas en las que las familias hutts más fuertes aniquilan a las demás.
El guardia que había permanecido inmóvil delante de una gran puerta que daba acceso a la sala de recepciones se hizo a un lado. Leia cruzó el umbral, caminando junto a Han.
—Gracias, Cetrespeó. Eso será todo —dijo.
—Ah, pero es que tengo muchas cosas más que contarles... —siguió diciendo el androide.
—Aprende a entender las indirectas, Chico de Oro —dijo Han en un tono de voz más alto del que había empleado su esposa.
—Yo... Eh... Comprendo lo que quiere decir, amo Han —dijo Cetrespeó, y después les siguió en silencio al interior de la sala de recepciones con un suave zumbido de servomotores.
Leia se inclinó hacia su esposo y le habló en susurros mientras atravesaban la gran sala llena de ecos.
—El imperio del crimen hutt es muy poderoso, Han, y tendremos que tratarles con la máxima cortesía diplomática. Tendremos que fingir que somos corteses.
Han puso los ojos en blanco y después acercó el codo a su costado, pegando la mano de Leia a sus costillas en un gesto lleno de afecto.
—¿Fingir? —replicó—. Da la casualidad de que siempre se me ha dado muy bien fingir. Ya verás cómo te dejo impresionada.
Un nuevo grupo de escoltas los flanqueó y fue siguiendo a Han y Leia sobre las losas pulimentadas que formaban una pequeña avenida terminada en un par de sillones de aspecto realmente impresionante. A Leia nunca le había gustado mucho toda aquella exhibición de frivolidad. Parecía demasiado majestuosa, demasiado imperial..., pero las apariencias eran muy importantes en los espectáculos públicos y los asuntos de estado. Los senadores y líderes militares formaban la columna vertebral del poder, pero Leia era la jefe de Estado y presidía el Senado. Era el rostro visible de todas las decisiones tomadas en nombre del gobierno, y eso la obligaba a interpretar su papel con gracia y carisma.
Leia había tenido algunas dificultades con ciertos miembros del consejo, especialmente con aquellos que deseaban que pasara todo su mandato sin moverse de su mundo y que no se aventurase a visitar los diversos planetas esparcidos por toda la galaxia que habían expresado algún interés por unirse a la Nueva República. Pero ésa no era su manera de hacer las cosas, y Leia lo haría todo a su manera.
Se sentó en el sillón de la jefe de Estado y trató de poner algo de orden en sus pensamientos. Han se removió nerviosamente junto a ella, cruzando y descruzando los brazos sobre la pechera de su camisa primero y tensando las manos sobre las tallas de los brazos del sillón después. Ya parecía profundamente aburrido.
Una fanfarria electrónica resonó fuera de la cámara. Las puertas del otro extremo se abrieron con un gemido bajo el tirón de varios androides de servicio, unos mecanismos muy sencillos que se reducían a torsos cuadrados que sostenían gruesas piernas y brazos especialmente concebidos para llevar a cabo trabajos pesados.
Cuando las puertas se abrieron y el séquito de Durga entró en la sala de recepciones, Leia vio que el señor del crimen hutt también conocía el valor del espectáculo.
La gigantesca criatura, que parecía un enorme gusano hinchado, estaba reclinada sobre una gran plataforma que flotaba por encima del suelo mediante un colchón de haces repulsores. Pero Durga avanzaba gracias a los esfuerzos de una cuadrilla de esclavos gamorreanos conectados a la plataforma flotante por cordoncillos de terciopelo rojo. Los guardias de aspecto porcino mantenían sus ojillos entrecerrados y clavados en las losas del suelo. Gotitas de humedad cayeron sobre el suelo, ya fuese porque los gamorreanos estaban transpirando abundantemente o simplemente porque babeaban.
Unos lagartos que desempeñaban la función de sirvientes entraron en la cámara de audiencias precediendo a los guardias gamorreanos. Iban tan inclinados hacia adelante que sus cabezas triangulares casi rozaban el suelo mientras se llevaban a los labios sintetizadores de música electrónica y siseaban en los receptores vocales. Después el ordenador procesaba y transmitía los ruidos bajo la forma de una magnífica música de recepción diplomática.
Durga el Hutt se irguió sobre su plataforma, como si pretendiera subrayar todavía más su importancia. Durga parecía estar todavía más gordo que Jabba, suponiendo que eso fuera posible. Su cabeza era un enorme montículo de carne viscosa que se iba agrandando a medida que se aproximaba al cuerpo y estaba medio cubierta por alguna clase de marca de nacimiento, como si alguien le hubiera arrojado un chorro de tinta verde a la cara. Sus enormes ojos redondos hacían pensar en dos frutas medio podridas. Sus manos, diminutas e infantiles, parecían fuera de lugar en su cuerpo hinchado.
Pero lo que hizo que Leia contuviera la respiración fue la presencia de las docenas y docenas de criaturas peludas que se agitaban sobre Durga y su séquito como un enjambre de grandes piojos simiescos. Las criaturas tenían más o menos la longitud del antebrazo de Leia, estaban cubiertas de un espeso pelaje gris amarronado y poseían unos ojos muy grandes y llenos de curiosidad. Cada una tenía cuatro brazos muy esbeltos y ágiles que terminaban en dedos de gran destreza. Las dos piernas parecían lo bastante flexibles para poder ser usadas como un tercer par de brazos v_ manos en caso de que surgiera la necesidad. Las criaturas cambiaban de postura continuamente, igual que parásitos muy nerviosos, y no paraban de abrir y cerrar sus ojos y mirar en todas direcciones como si estuvieran dominadas por un voraz anhelo de acumular información.
Cetrespeó dio un paso hacia adelante y empezó a pronunciar su discurso preprogramado.
—La Nueva República saluda al poderoso Durga —dijo, pero su personalidad básica enseguida emergió a la superficie—. Y, si se me permite preguntarlo, ¿qué son esas criaturas... peludas que le acompañan?
—¿Acaso permitís que un androide de protocolo hable en vuestro nombre? —preguntó Durga con su profunda voz de bajo.
—Nos gustaría que su pregunta fuera respondida —dijo Leia— Soy Leia Organa Solo, la jefe de Estado.
—Antes que nada, debo presentar mis disculpas por las... infortunadas relaciones que habéis tenido con los hutts en el pasado —dijo Durga—. Somos unas criaturas muy longevas, por lo que se ha sabido de casos en los que mi pueblo ha mantenido vivo durante mucho tiempo el recuerdo de los agravios sufridos.
—¿Sí? Bueno, Jabba no vivió tanto tiempo —murmuró Han.
Leia movió una mano para pedirle que guardara silencio.
—Los tiempos cambian —siguió diciendo Durga. juntando sus manecitas delante de él—. A muchos de los miembros de mi clan les preocupa que deba hablar con la jefe de Estado de la Nueva República, pero esto significa mucho para mí. Estoy dispuesto a permitir que los asuntos del pasado se desvanezcan y pasen a ser meras sombras en pro de la mejora y el beneficio de nuestras situaciones. Agradecería que pudierais hacer lo mismo, al menos en bien de estas conversaciones.
Leia asintió, altiva y distante.
—Estoy de acuerdo por el momento —dijo—, pero todavía no has respondido a la pregunta de mi androide. A mí también me interesan tus peludos acompañantes. Nunca habíamos visto unas criaturas parecidas.
—Ah, os ruego que me disculpéis —dijo Durga—. Estos seres son los taurills, criaturas seminteligentes, diligentes trabajadores v muy buenas mascotas. Superaron todos los exámenes de cuarentena cuando llegaron a Coruscant. Son insaciablemente curiosos, y les encantaría poder explorar. No pretenden hacer ningún daño.
Leia utilizó una técnica que le había enseñado Luke cuando intentaba convencerla de que por lo menos debería aprender a usar su sensibilidad para la Fuerza en los asuntos diplomáticos aunque no tuviera intención de someterse al adiestramiento completo de los Caballeros Jedi. Se trataba de una capacidad que Leia no podía permitirse el lujo de ignorar, y mientras permanecía inmóvil y con el rostro lleno de calma su mente empezó a trabajar velozmente, tratando de percibir el auténtico propósito oculto detrás de la misión de Durga.
Detectó reacciones distantes procedentes de los guardias gamorreanos, que no sabían prácticamente nada sobre su situación. Los taurills eran una masa borrosa y confusa de tenues impresiones..., pero Durga el Hutt siguió siendo como una pared desnuda para ella. O su mente era lo bastante poderosa para resistir al sondeo de Leia, o quizá los hutts contaban con una protección genética, porque se acordó de que Luke tampoco había podido leer la mente de Jabba el Hutt o manipularla.
—Si mis mascotas hacen que os sintáis incómodos —dijo Durga en un tono conciliador , no me importará en lo más mínimo apartarlas de mi persona.
Dio una palmada y los taurills se dispersaron, bajando de su plataforma y saltando a los hombros de los guardias gamorreanos. Leia supuso que debía de haber como mínimo un centenar de aquellas criaturitas que se movían frenéticamente de un lado a otro. Los taurills se esparcieron por las losas del suelo para examinar alcobas, estandartes planetarios y objetos de arte. Uno de ellos fue corriendo hasta Cetrespeó y se puso a estudiarlo, y el androide dorado intentó apartarlo.
—Durga, debo insistir en que controles... empezó a decir Leía.
—No les prestéis ninguna atención —dijo Durga en voz alta e imperiosa—. No causarán ningún daño. Y ahora, vayamos al motivo de mi visita.
Han, sentado junto a Leia, recorrió nerviosamente la sala con la mirada mientras los taurills iban de un lado a otro, husmeando en los rincones y metiéndose detrás de los asientos.
Leia se vio obligada a recuperar su compostura para poder superar las astutas maquinaciones del señor del crimen hutt. Creía saber lo que estaba intentando conseguir Durga con todo aquello: quería ponerles nerviosos, y distraerla para obtener algo de ella..., pero Leia no estaba dispuesta a permitir que la manipulase. Adoptó una expresión de pétrea impasibilidad y fingió que aquellas criaturas tan molestas no estaban allí, sabiendo que eso irritaría a Durga.
—Sí, Durga —dijo—. Estoy muy interesada en saber algo más sobre la misión que te ha traído a Coruscant. ¿Qué trae a un señor del crimen hutt a una audiencia con el legítimo gobierno de la Nueva República?
Durga extendió los brazos hacia los lados.
—Señora Presidenta, vuestras palabras me hieren. No empecemos estas conversaciones con definiciones de lo que son los señores del crimen y lo que es el legítimo gobierno. Todos estamos intentando hacer lo que más nos conviene y beneficia. El kajidic hutt, el sistema comercial de clanes que mis hermanos y yo hemos establecido, abarca muchos mundos..., y me atrevería a decir que una fracción bastante significativa de vuestra Nueva República.
Los hutts no quieren la guerra, ni comercial ni librada con las armas, y tampoco creo que vuestro joven gobierno pueda permitirse una contienda prolongada. A diferencia del Imperio, los hutts disponemos de una red invisible de influencias y relaciones en lugares que no podéis ni imaginar. Todo eso supone mucho más que una simple guarnición militar a la que podáis atacar. —El hutt abrió y cerró sus pesados párpados—. Sin embargo, no he venido aquí para amenazar, sino para hacer una oferta de paz. Aunque os habéis referido a nuestras actividades empleando las palabras «un imperio criminal», estoy aquí para ofrecer un final a toda esa hostilidad tan desagradable.
»Nuestra solución, la más sencilla de todas, es la legitimidad. Propongo que los hutts formen una alianza con la Nueva República, y que se conviertan en socios comerciales suyos. Si legalizáis nuestras actividades, entonces ya no somos un imperio criminal y pasamos a ser una empresa respetada v legal. ¿Acaso no es verdad? —preguntó, señalando el techo como si quisiera indicar hasta dónde llegaban sus esperanzas.
»Los hutts sólo podremos proseguir nuestras actividades si ya no hay ninguna necesidad de actuar en secreto y con las máximas medidas de seguridad posibles, y eso nos permitiría incrementar enormemente nuestros beneficios. Pagaríamos las tasas y tarifas adecuadas, y la Nueva República también se fortalecería como resultado de ello. Entonces podríais dirigir vuestras defensas contra vuestros verdaderos enemigos, en vez de contra simples competidores comerciales como nosotros.
—¿Y ésa es la única razón? —preguntó Leia, intentando evitar que el escepticismo que sentía resultara perceptible en su voz. Los taurills seguían con su incansable hurgar, husmear e investigar, pero Leia mantuvo la mirada clavada en Durga.
—Los hutts tenemos nuestro orgullo —respondió Durga—. Lo que más deseamos en estos momentos es llegar a ser auténticos comerciantes respetables, en vez de poderosos forajidos como somos en la actualidad.
—Comprendo —dijo Leia.
Utilizó la máscara de su adiestramiento diplomático para sonreír, pero mientras lo hacía se juró a sí misma que todas las estrellas de la galaxia se consumirían hasta convertirse en frías cenizas antes de que ella se aliara con los hutts.
Y en aquel momento uno de los guardias de honor de la Nueva República, que había estado haciendo valientes esfuerzos para permanecer inmóvil durante las negociaciones, intentó quitarse de encima a dos taurills que habían empezado a trepar por su cuerpo como si fueran arañas mamíferas. Los taurills siguieron subiendo por el uniforme del guardia a pesar de que éste les lanzó un manotazo para ahuyentarlos. El guardia agitó su rifle desintegrador ceremonial, tratando de librarse de los animales.
Un taurill se agarró al arma como si fuese la rama de un árbol y se deslizó hasta el final del cañón. El otro taurill trepó por el antebrazo del guardia y llegó al botón de disparo del desintegrador, y accidentalmente —aunque Leia tuvo la extraña impresión de que la acción podría haber sido intencionada— presionó el botón de disparo. El rifle lanzó un haz de energía desintegradora, convirtiendo al infortunado taurill que se había instalado al final del cañón en una bola llameante de pelos calcinados.
La enorme boca de Durga se abrió tan repentinamente como una trampilla. Los otros taurills empezaron a chillar, súbitamente dominados por el pánico. El guardia bajó la mirada hacia su rifle desintegrador y lo contempló con consternación.
—¡Ha sido sin querer! —exclamó.
Los cien taurills que se habían dispersado por la cámara de recepciones huyeron en todas direcciones con una ensordecedora salva de chillidos de terror, lanzándose hacia la puerta y los conductos de ventilación o escondiéndose detrás de los sillones y en cualquier rincón oscuro.
—¡No dejéis que escapen! —aulló Durga—. Son mis mascotas, y me disgustaría enormemente perder a alguna de ellas.
El hutt clavó los ojos en el pobre guardia de la Nueva República, lanzándole una mirada tan enfurecida como si quisiera echárselo de alimento a los rancors.
Los guardias de honor rompieron instantáneamente su formación y empezaron a correr de un lado a otro para capturar a las mascotas de muchos brazos. Los gamorreanos corrían en círculos y hacían entrechocar sus colmillos, dejando muy claro con su actitud que no habían entendido lo que acababa de ocurrir. Cetrespeó agitó sus brazos dorados y echó a correr en pos de varias criaturas.
Leia solicitó más ayuda, pero sabía que los vastos corredores llenos de ecos del enorme palacio imperial ofrecían todo un infinito de lugares donde podían esconderse los taurills.
Han se recostó en su sillón con una sarcástica sonrisa torcida en los labios.
—Ya te dije que no deberíamos habernos molestado en ponernos tan elegantes —murmuró.
La confusión general permitió que tres taurills llegaran a su destino sin ninguna dificultad. Las ágiles criaturas serpentearon por los conductos de ventilación, se deslizaron entre muros y a lo largo de cañerías y descendieron a las profundidades del antiguo palacio imperial hasta llegar a las cámaras secretas blindadas abiertas en los niveles inferiores del lecho rocoso.
Los tres taurills habían llegado al Centro de Información Imperial.
Los taurills formaban una mente colectiva, un solo organismo con miles y miles de cuerpos que compartían una consciencia igualmente colectiva. Cada una de las criaturas era un mero conjunto de ojos, orejas y manos que existía únicamente para obedecer las órdenes de la Mente Superior que controlaba a todos sus miembros.
Durga había descubierto a los taurills en el Borde Exterior y había pagado un precio bastante elevado a cambio de información sobre cómo explotar a la dispersa mente colectiva. Después Durga había hecho ejecutar lo más discretamente posible al único explorador y xenobiólogo que había descubierto el secreto de los taurills. Esa ejecución había hecho que Durga fuese el único que sabía de qué eran capaces aquellas graciosas criaturas peludas.
Había hecho un pacto con los taurills, prometiendo enormes riquezas v poder a la Mente Superior..., pero en realidad la Mente Superior sólo quería desplegarse por todos los confines de la galaxia, dispersando a sus miembros en distintos sistemas estelares para así poder crecer. Durga aceptó encantado su parte del acuerdo.
Y así, mientras docenas de taurills permanecían en la sala de recepciones diplomáticas creando una diversión y ofreciendo un espectáculo de confusión y miedo impecablemente inocentes, aquellos tres comandos taurills se introdujeron en el complejo secreto de ordenadores v bases de datos compilados por el mismísimo Emperador Palpatine.
La habitación olía a metal, estaba fría y había sido minuciosamente esterilizada. Las puertas estaban protegidas por androides asesinos fuertemente armados. Descifradores mecánicos permanecían encorvados sobre las terminales de información, conectados a ellas y totalmente concentrados en su trabajo.
Los taurills surgieron de diminutas aberturas de acceso, encogiéndose hasta conseguir que sus cuerpos se volvieran lo suficientemente pequeños para poder pasar por ellas. Después corretearon sobre sus ágiles patas a través de las frías planchas del suelo, balanceando sus cuatro brazos hasta que los tres hubieron llegado a otras tantas terminales de acceso independientes.
Los taurills treparon por las unidades y empezaron a trabajar en los distintos puestos de control, tecleando oscuros menús de funciones y encontrando la información que necesitaban obtener. El sistema estaba muy bien protegido y resguardado mediante numerosas claves y contraseñas, pero los taurills introdujeron las frases y códigos especiales que habían sido obtenidos de los depósitos de información secreta de Jabba. Antes de que hubiera transcurrido mucho tiempo, los taurills ya habían logrado abrirse paso a través de las barreras protectoras.
Uno de ellos insertó un pequeño cilindro de información y — empezó a cargar los valiosos planos en él. Los datos entraron a enormes velocidades en el diminuto recipiente compacto. La misión de los taurills quedó completada en cuestión de segundos.
Los taurills extrajeron su cilindro de datos, y los tres comandos peludos volvieron rápidamente a las aberturas de acceso, moviéndose como un solo ser.
La Mente Superior sabía con toda exactitud lo que se había hecho, v transmitió aquella información a Durga a través de uno de los cuerpos de los taurills vueltos a capturar y ya calmados de la sala de recepciones.
Durga acarició a la criatura y dejó escapar un atronador gruñido de placer.
Leia se sostenía la cabeza con las manos en la cámara de recepciones, preguntándose cómo podía evitar que aquel incidente se convirtiera en una catástrofe diplomática..., pero también intentando contener la risa. Que la dignidad de Durga hubiera sido ofendida no era algo que la preocupase especialmente.
Uno de los sirvientes reptilianos volvió a lanzar un canturreo por su sintetizador musical, haciendo brotar de él una delicada pero potente nota musical que hizo vibrar los dientes de Leia. Pero el estallido de sonido pareció servir como una llamada para los taurills. Las criaturas corrieron hacia la música, ronroneando y chillando como si estuvieran siendo arrastradas por correas invisibles. Los taurills fueron hacia la plataforma de Durga, docenas y docenas de ágiles animalitos que surgieron de sus escondites como una plaga de alimañas.
—Si había un remedio tan sencillo, ¿por qué Durga no se ha limitado a usar esa llamada musical en el primer momento'? —se preguntó Leia en voz alta.
Los gamorreanos empezaron a contar a los taurills a medida que iban llegando, pero los estúpidos guardias porcinos perdieron la cuenta numerosas veces hasta que Cetrespeó intervino para ayudarles. El androide fue señalando rápidamente a cada una de las peludas criaturas que había que contar.
—Noventa y siete, noble Durga dijo después—. Ése es mi recuento de los taurills.
El hutt soltó un gruñido.
—Vine aquí con noventa y ocho y vuestro hombre ha ejecutado a uno de ellos, por lo que creo que no falta ninguno. Volvió a fulminar con la mirada al nervioso guardia de honor . Señora Presidenta, tal vez desee tomar en consideración la posibilidad de asignar otra función a ese escolta tan amante de apretar el gatillo y tan propenso a cometer actos que pueden perturbar muy aparatosamente una delicada negociación diplomática.
—Pensaré en ello, Durga —respondió Leia—. Pero por tu parte, tal vez deberías meditar en si no sería conveniente dejar a tus incontrolables mascotas en casa si planeas entablar «delicadas negociaciones diplomáticas». Y si tienes que traerlas contigo, quizá deberías mantenerlas rígidamente controladas cuando se encuentren cerca de armas peligrosas.
Durga se irguió como si se sintiera muy ofendido, y después dejó escapar una ruidosa carcajada directamente surgida de su enorme estómago.
—Me gustas, Leia Organa Solo. Me alegra saber que voy a tratar con una mujer fuerte y decidida que no se asusta por cualquier cosa. Deseo continuar estas negociaciones en algún momento futuro. Permíteme que te invite a visitar Nal Hutta cuando te resulte más conveniente, y que te diga que me encantaría recibirte allí.
Leia asintió con una inclinación de cabeza que no la comprometía a nada.
—Pensaré en ello, Durga —dijo—, si mis múltiples obligaciones me lo permiten.
Durga le hizo una reverencia desde lo alto de su plataforma repulsora y se despidió de todos.
Los guardias gamorreanos hicieron girar la plataforma y tiraron de sus cordoncillos de terciopelo rojo, remolcando la plancha flotante hasta sacarla al pasillo. Los androides de servicio rechinaron y crujieron mientras cerraban las pesadas puertas.
Leia se dejó caer sobre el respaldo de su sillón, y sólo entonces se dio cuenta de que estaba sudando profusamente. Han le dio unas palmaditas en la mano.
—Sí, creo que realmente deberíamos pasar más tiempo con los hutts ——dijo—. Parecen una especie tan agradable... Y ahora, ¿qué me dirías de ir a comer algo?