Capítulo 24

Nal Hutta era un pantano, una llanura hundida y tan líquida como un depósito de reciclaje de aguas residuales salpicada de pequeñas lagunas y plantas de las ciénagas que tenían un enfermizo color grisáceo. Era un paisaje horrible que los hutts conseguían encontrar atractivo de alguna manera inexplicable. Leia comprendió que tendría que habérselo imaginado.

Una barcaza hutt fue hacia ellos mientras la lanzadera diplomática se posaba sobre una pista de descenso cercana al complejo de Durga el Hutt. Cuando Leia vio aproximarse la lenta embarcación de lujo, cuyas velas direccionales se hinchaban bajo la brisa maloliente, el recuerdo de su último y terrible viaje al Gran Pozo de Carkoon con Jabba hizo que sintiera un escalofrío.

Leia, Han y Cetrespeó se alejaron de la nave diplomática junto con su escolta de la Nueva República, y esperaron a ser recibidos por la barcaza. El cielo estaba repleto de nubes de un color gris oscuro que se extendían sobre sus cabezas. Leia y Han permanecieron inmóviles dentro de sus trajes de recepción mientras una lluvia grasienta empezaba a caer sobre ellos, rociándolos con gotitas de agua fría impregnadas por los residuos de las colosales operaciones de minería llevadas a cabo en sectores industriales muy alejados de los lujosos palacios en los que vivían los señores del crimen hutts.

—No cabe duda de que es un lugar muy lúgubre y oscuro, ¿verdad? —comentó Cetrespeó—. Si no encontramos algún sitio donde refugiarnos de esta horrible lluvia, no me sorprendería en lo más mínimo que mis nuevas planchas de oro acabaran corroídas. —El androide de protocolo volvió sus relucientes sensores ópticos amarillos hacia los hilillos de agua que empezaban a bajar por sus brazos—. Ojalá me hubiera dejado en Coruscant, ama Leia... Estoy seguro de que habría sido mucho más útil quedándome allí y cuidando de los niños.

—¿Es que no te lo habíamos dicho, Cetrespeó? —preguntó Han con una sonrisa malévola—. Vas a ser nuestro presente especial a Durga el Hutt. Razones de estado, ya sabes... Durga va a ser tu nuevo amo.

—¿Cómo? —gritó Cetrespeó, alzando los brazos con repentino horror—. ¡Oh, no! Tiene que estar bromeando. ¡Estoy perdido! Le apremio a que lo reconsidere, ama Leia.

Leia asestó un codazo en las costillas a su esposo.

—¡No seas malo, Han!

—Sólo bromeaba, Chico de Oro —dijo Han, y le dio una palmada al androide de protocolo en un duro hombro metálico.

—¿Bromeaba? —Cetrespeó emitió un resoplido de perpleja irritación—. ¡Pues no ha tenido ninguna gracia!

El palacio de Durga se alzaba al otro lado del espaciopuerto de Nal Hutta. A pesar de la neblina marrón formada por la polución y la espesa atmósfera llena de residuos, sus muros brillaban con un resplandor de limpia blancura. Cuando Leia entrecerró sus ojos castaños, pudo distinguir las diminutas siluetas de esclavos que subían y bajaban por las fachadas repletas de tallas y esculturas, limpiando las gárgolas y baluartes bajo aquella lluvia que todo lo volvía peligrosamente resbaladizo.

La barcaza siguió aproximándose. Un grupo de guardias permanecía inmóvil sobre la cubierta mirando en todas direcciones con el ceño fruncido. Un hutt bastante delgado se deslizó sobre el nivel superior de la cubierta, moviéndose por sus propios medios en vez de hacerlo encima de una plataforma repulsora. Leia reconoció el rostro estrecho y emaciado de la criatura con la que había discutido por el sistema de comunicaciones. Aquel ser era alarmantemente distinto a cualquier hutt que hubiera visto con anterioridad, pues estaba tan flaco que parecía una cinta de cuero verde moteado de manchas más oscuras suspendida sobre una flexible columna vertebral. No tenía muy buen aspecto.

—Saludos, jefe de Estado Leia Organa Solo. Les doy la bienvenida en nombre de Su Gran Obesidad, el noble Durga, que por desgracia no puede estar con nosotros en este momento.

Leia le devolvió el saludo con una ligera inclinación.

—Gracias. Pero quiero ver al noble Durga. Nos invitó a venir aquí. —Ah, sí, señora presidenta. Ya le he informado de su llegada, y llegará lo más pronto posible.

El flaco enviado hutt se inclinó sobre la barandilla de la barcaza.

—Estupendo —murmuró Han—. No es que me entusiasme excesivamente la idea de pasar mucho tiempo aquí, ¿sabe?

—Soy Korrda, enviado especial y esclavo del noble Durga. No soy digno de ello, pero me ha correspondido el deber de atenderles hasta que él pueda venir aquí.

—Oh, qué forma tan hermosa de expresarlo —dijo Cetrespeó. Korrda pareció complacido.

—Espero que encuentren aceptable mi básico. El noble Durga insiste en que todo su séquito aprenda el lenguaje para que podamos trabajar más eficientemente con la Nueva República. ¿Puedo ofrecerles una hospitalidad adecuada mientras tanto?

—Nunca puedes estar totalmente seguro de a qué se está refiriendo un hutt cuando habla de «hospitalidad» —murmuró Han—. Que yo recuerde, ya he tenido algunas pequeñas experiencias propias.

Korrda emitió una mezcla de siseo y chirrido que Leia identificó como una carcajada bastante forzada.

—Ah, sí, Han Solo... Estoy al corriente de su antigua relación con el derrotado Jabba, cuyo nombre ojalá siempre pueda ser pronunciado con desprecio. No era más que un miserable gusano. Ningún hutt respeta el recuerdo de alguien cuyo imperio ha caído. Les complacerá observar que los hutts han retirado la oferta de recompensa por ustedes como gesto inicial de paz.

—Qué... reconfortante —replicó Leia con una sonrisa cuidadosamente equilibrada entre la acidez y la dulzura—. Y ahora, ¿subimos a esa barcaza, o planea tenernos de pie bajo la lluvia y gritándonos los unos a los otros durante todo el día?

—¡Ah, ciertamente!

Korrda se echó hacia atrás, moviendo sus nervudas manos de un lado a otro mientras una ancha rampa se extendía hacia el suelo.

Fueron por la rampa y subieron a la barcaza. Sus estoicos escoltas de la Nueva República siguieron con los rostros tan pétreamente impasibles como los guardias de la barcaza. Korrda hizo cuanto pudo para mostrarse obsequioso, y procuró darles conversación mientras la barcaza se alzaba del suelo para alejarse del espaciopuerto y empezar a cruzar las llanuras cenagosas en dirección al palacio.

Enjambres de pequeños insectos voladores y arañas se agitaban entre la hierba por debajo de ellos. Charcas más o menos circulares puntuaban el paisaje, con sus aguas cubiertas por una delgada capa de espumilla verdosa. Bandadas de grandes aves de aspecto bastante torpe graznaban mientras surcaban los cielos entre la llovizna, perseguidas por ruidosos esbirros que disparaban rifles desintegradores de largo alcance desde sus aerodeslizadores. Los restos humeantes de las aves alcanzadas caían del cielo para hundirse en las ciénagas con un ruidoso chapoteo.

El palacio de Durga se fue alzando de una manera cada vez más imponente ante ellos a medida que se aproximaban: era una pesadilla de torres y almenas provista de enormes puertas que parecían fauces, y también contaba con una red de mazmorras subterráneas tan vasta que había llegado a ser conocida en toda la galaxia.

—Ah, no sé cuánto tiempo tardará en volver Durga —dijo Korrda mientras la barcaza entraba en el cavernoso hangar de atraque—, pero como soy el responsable de mantenerles entretenidos, ¿les gustaría visitar los niveles de las mazmorras? Los encontrarán de lo más fascinante.

—Nada de mazmorras —replicó Leia—. Gracias de todas maneras.

—No me interesan —dijo Han, apoyando a su esposa—. Ya hemos visto mazmorras más que suficientes para todo un siglo.

—Oh —dijo Korrda, obviamente decepcionado y sin tener ningún plan de reserva que pudiera sacarle de aquel apuro.

Leia no había podido obtener ningún dato de la opaca mente de Durga el Hutt. Korrda era mucho más débil, pero lo único que podía percibir era una preocupada incertidumbre, un elevado grado de frustración y nerviosismo y ningún rastro de engaño. Korrda no sabía qué estaba ocurriendo, pero temía que su cuello pudiera correr peligro.

Los poderes Jedi de Leia también le permitieron captar muchas impresiones desagradables procedentes del mismo palacio: ecos de dolor y encarcelamiento que habían perdurado a lo largo del tiempo, pensamientos de asesinato y traición que parecían rezumar de las piedras... La mezcla resultaba abrumadora, y Leia volvió a cerrar rápidamente sus sentidos a ella.

—Ah, quizá deberíamos cenar —sugirió Korrda—. Siempre tenemos animales recién sacrificados y suculentas delicadezas culinarias. Otros miembros de la familia de Durga asistirán a la cena. Tal vez sea bueno conocerlos.

—Sí, me parece una idea aceptable —dijo Leia, inclinando la cabeza en un majestuoso asentimiento.

—No sé, no sé... —murmuró Han—. Cenar con una pandilla de hutts no me parece una perspectiva mucho más agradable que visitar las cámaras de tortura.

En el comedor había aves carroñeras posadas en los dinteles de piedra que miraban fijamente hacia abajo para localizar cualquier trozo de comida que fuese arrojado a las losas del suelo, listas para bajar en picado y capturar cualquier porción de la cena que intentara escapar antes de que pudiera ser introducida en una gigantesca boca hutt.

Los otros invitados, los primos adolescentes de Durga, parecían anguilas de grandes bocas. Eran delgados y musculosos, pero algunos ya empezaban a acumular capas de grasa como preparación para la obesidad de la edad madura. Sus gruesos labios se contorsionaban y sus ojos amarillos se movían velozmente de un lado a otro, pero estaba claro que aquellos hutts gozaban de buena salud mientras que Korrda se hallaba emaciado por alguna enfermedad. Los jóvenes hutts, esbeltos como látigos, hacían mucho ruido y estaban pésimamente educados. Apenas eran capaces de pronunciar una frase coherente en básico, y no sentían ningún interés por lo que hiciera Durga.

Korrda hizo de sirviente y fue trayendo platos llenos de comida de aspecto gelatinoso: insectos estofados; parásitos recubiertos de miel caliente; y gusanos del cereal asados, la mayor parte de los cuales habían quedado reducidos a montones de carne medio quemada inmóvil en sus platos, mientras que otros todavía se agitaban en una desesperada lucha por sobrevivir.

Leia trató de hacer los honores a la cena, aunque tanto ella como Han descubrieron que no tenían mucho apetito. Se dedicó a mover la comida de un lado del plato a otro, y soportó la cena lo mejor que pudo. Han hacía lo mismo junto a ella, con los tendones de su cuello poniéndose rígidos cada vez que tensaba las mandíbulas. Cetrespeó, el único que no tenía problemas a la hora de hablar, intentaba descifrar el origen de los distintos componentes de la cena.

Pero Korrda sufrió todavía más que Han y Leia. Los hutts larvales demostraron ser excesivamente toscos y groseros, y le daban manotazos cada vez que se acercaba lo suficiente. Korrda no comía de su propio plato, sino que iba cogiendo sobras de los platos que iban siendo dejados a un lado y se las metía en la boca. Al final de la cena miró a Han y Leia con los ojos llenos de gratitud, quizá creyendo que no habían comido para que él pudiese devorar los alimentos que no habían tocado.

—Discúlpeme, pero... —dijo Leia en voz baja cuando Korrda se presentó para recoger sus platos—. Bueno, ¿por qué no se sienta y come con nosotros, ya que es el ayudante nombrado por Durga?

—No, soy el más ínfimo de sus sirvientes —respondió Korrda—. Míreme. —Señaló su cuerpo delgado como una cinta y el color enfermizo de su piel—. Sólo merezco la humillación y el desdén. Soy despreciado porque padezco una rara enfermedad consuntiva. Ser un hutt tan falto de peso me convierte en el blanco de todas las burlas. ¿Quién puede respetar a un gusano tan consumido e indigno como yo?

—Bien, y entonces ¿por qué Durga sigue teniéndole a su servicio? —preguntó Han—. Parece que le permite ocupar una posición muy importante durante su ausencia, ¿no?

—Ah, Durga me detesta —dijo Korrda, abriendo y cerrando sus ojos inyectados en sangre mientras inclinaba su estrecha cabeza—. Me mantiene cerca de él precisamente porque soy tan despreciable... Me avergüenza colocándome en situaciones en las que debo aparentar que soy importante, aunque cualquiera que tenga ojos puede ver que no valgo nada. Eso hace que me sienta todavía más tristemente abatido..., lo cual hace que Durga se sienta feliz y, por lo tanto, yo estoy contento.

Aquella lógica tan retorcida hizo que Leia sintiese que le daba vueltas la cabeza, pero no intentó discutir.

Las aves carroñeras inmóviles en sus dinteles contemplaban a Korrda, mirándole tan fijamente como si pudiera ser su próxima cena. Las criaturas graznaron cuando un worrt de gran tamaño, una criatura de larga lengua y aspecto general de batracio, entró dando saltos en el comedor procedente de uno de los pasillos exteriores. Membranas espinosas se alzaron alrededor de los ojos del worrt, y la criatura subió y bajó la cabeza en un obediente bamboleo mientras se sentaba a esperar con una placa de mensaje sujeta en su gran boca desprovista de dientes.

Korrda fue corriendo hacia el worrt para coger la placa, y después le dio unas palmaditas en la cabeza llena de verrugas mientras leía rápidamente el mensaje de la pantalla. El flaco hutt se alzó con visible deleite, y las manchitas que salpicaban su piel se volvieron más oscuras.

—¡Ah, no cabe duda de que son buenas noticias! —exclamó—. Mi amo, el noble Durga, ya viene hacia aquí y no debería tardar mucho en llegar. Insiste en que les muestre los placeres de sus baños privados mientras esperan. Estoy seguro de que los encontrarán muy agradables.

El concepto de unos baños hutt hizo que Leia sintiera una preocupante agitación en el estómago, pero se obligó a sonreír. Han levantó una ceja en un enarcamiento lleno de escepticismo, y le cogió la mano por debajo de la mesa.

—Es por la Nueva República —dijo Leia en un tono de mártir resignada.

Korrda resplandecía de orgullo mientras señalaba el laberinto oculto debajo del palacio, que contenía kilómetros y kilómetros de agua humeante tan inmóvil que casi parecía encharcada. Los muros estaban recubiertos de moho y hongos bulbosos. Una débil claridad se filtraba a través de angostas rendijas en los muros, haciendo que todo adquiriese un aspecto granuloso y opaco.

—Estos baños privados son el orgullo y la alegría del noble Durga —dijo.

—No me sorprende en lo más mínimo —murmuró Han, intentando ser cortés.

El laberinto de canales era una catacumba subterránea con techos abovedados y columnas de sostén cubiertas de algas que se sumergían en las no muy profundas aguas. Criaturas invisibles chapoteaban y nadaban en los canales serpenteantes, perdidas entre las hilachas de neblina.

—Esta agua fresca es traída directamente de las ciénagas mediante bombas —explicó Korrda, como si les estuviera confiando un gran secreto comercial—. Las bombas son tan eficaces que el agua no pierde ni una sola de sus partículas y residuos.

Los canales burbujeaban, y una capa de algas verdosas de aspecto curiosamente velludo flotaba a la deriva sobre la superficie de las aguas. Leia, envuelta en el ceñido albornoz que Korrda le había proporcionado, se rodeó el cuerpo con los brazos.

—¿Espera que nademos en esto'? —preguntó.

—¡Oh, no! —Korrda retrocedió en una aparatosa demostración de horror y agitó su sinuosa columna vertebral de un lado a otro—. Estos canales son para el noble Durga y los otros hutts. Nunca podríamos permitir que un... humano contaminara el agua.

—No queremos ofender a Durga, desde luego —dijo Han con alivio.

—Ah, no... Disponemos de una sección segregada para otras especies que usamos con algunos de nuestros más distinguidos visitantes. Lamento que no podamos alojarles como se merecen: por desgracia esta sección sólo cuenta con agua pura, sin ninguno de los aditivos especiales que proporcionan una textura tan agradable a la piel de los hutts.

Korrda los condujo hasta una piscina de agua caliente tan nítida como el cristal en la que unos toscos peldaños de piedra iban descendiendo hacia el fondo, de tal manera que podrían sumergirse hasta los hombros en el agua burbujeante.

—Será más que suficiente, gracias —dijo Leia, y su gratitud no podía ser más sincera.

—Siempre que la inspeccionemos antes para ver si hay trampas —sugirió Han.

—Oh, desde luego, amo Han —dijo Cetrespeó—. He mantenido un estado de alerta máxima durante toda esta misión, y no detecto ninguna traición aquí. Les aseguro que pueden bañarse sin temor. Yo montaré guardia.

—Excelente, excelente —dijo Han en un tono bastante sarcástico—. Entonces podré relajarme y disfrutar del agua.

Leia se fue introduciendo lentamente en las aguas calientes y suavemente espumosas, y dejó escapar un suspiro de satisfacción cuando el calor líquido se arremolinó alrededor de sus doloridas articulaciones.

—Vaya, creo que esto podría acabar gustándome —dijo.

—Les ruego que se relajen —dijo Korrda—. Debo ocuparme de la llegada del noble Durga.

—Adelante, adelante —dijo Han, despidiéndole con un gesto de la mano—. Cetrespeó se quedará aquí para montar guardia, y nuestra escolta de la Nueva República está en el pasillo.

Mientras Korrda se alejaba con su sinuoso caminar, Han y Leia se sumergieron en la piscina y escucharon los sonidos de las otras criaturas que se removían en los canales reservados para los baños de los hutts. El laberinto era tan vasto que podían sentirse solos en su pequeño rincón, aunque numerosos visitantes hutts y los siempre temerarios jóvenes nadaban en otras secciones.

—¿Deberíamos hablar? —murmuró Han.

Leia deslizó un brazo alrededor de su cintura.

—No —dijo—. No tenemos ningún tema importante que discutir en estos instantes, y no hay forma de saber si Durga está escuchando. Limitémonos a disfrutar de un momento de relajación..., para variar.

Leia se fue adormilando, aunque permaneció en guardia y siguió vigilando los canales llenos de perezosa agua de las ciénagas con los ojos entrecerrados. Poco a poco se fue percatando de unas ondulaciones que agitaban la velluda capa de algas verdosas: algo bastante grande se estaba moviendo por debajo de la superficie, y venía hacia ellos. Leia se irguió en la piscina y se envaró.

—¡Oh, cielos! —exclamó Cetrespeó—. Creo que algo se aproxima.

El androide de protocolo señaló con una mano dorada en el mismo instante en que un gran cuerpo surgía de las aguas cenagosas cerca del canal divisorio que se bifurcaba delante de Han y Leia.

El montículo redondeado que goteaba agua y algas abrió y cerró dos enormes ojos color rojo cobre.

—Oh, oh, oh —retumbó una voz hutt—. Bienvenida, Leia Organa Solo. Me complace mucho volver a verla tan pronto.

Leia retrocedió, pero consiguió ocultar su sorpresa. Apoyó la espalda en la pared de la piscina y mantuvo su fría compostura diplomática mientras reconocía la oscura mancha de nacimiento en el rostro mojado del hutt.

—Bienvenido a casa, noble Durga.

—Su visita es toda una sorpresa —dijo Durga, emergiendo un poco más del canal de tal manera que las algas se deslizaron por las curvas de su cabeza y cayeron en los canales humeantes—. No esperaba que vinieran tan pronto. ¿Significa esto que desean formar una alianza con el sindicato hutt?

—No saque conclusiones demasiado apresuradas —dijo Han.

—Deja que yo me encargue de esto, Han —dijo Leia, y le apretó suavemente el brazo—. Nuestra visita es un gesto de buena fe por nuestra parte, noble Durga. Estoy segura de que ya sabe lo deprisa que puede llegar a actuar la Nueva República en cuanto ha tomado una decisión. —Han soltó un resoplido junto a ella, porque Leia se había quejado en muchas ocasiones de lo interminables que llegaban a volverse incluso los procesos más sencillos. Pero Durga no podía saberlo—. Si decidimos que es aconsejable llegar a un acuerdo con los hutts, puede apostar a que actuaremos deprisa —añadió Leia, empleando un tono lo más despreocupado y neutral posible—. Posponer la obtención de los beneficios no tendría ningún sentido, ¿verdad?

Pero Durga parecía sorprendido y un tanto inquieto.

—No hay ninguna necesidad de que nos apresuremos a tomar una decisión tan importante —dijo—. Debemos asegurarnos de que todos quedan satisfechos con nuestra alianza.

Leia frunció los labios.

—Comprendo —dijo.

Ya se había dado cuenta de que Durga se limitaba a tratar de ganar tiempo para confundirles. La oferta inicial que le había dirigido en Coruscant había sido un simple truco para obtener acceso al Centro de Información Imperial y conseguir hacerse con los planos de la Estrella de la Muerte. Estaba muy claro que Durga no quería un acuerdo: lo único que deseaba era que continuaran persiguiendo pistas falsas mientras se construía la superarma hutt. Leia estaba decidida a averiguar la localización del proyecto secreto y qué progresos habían conseguido hacer hasta el momento.

—He visto que su flota de combate se encuentra muy cerca de nuestro sistema, señora presidenta —dijo Durga—. No puedo evitar expresar mi preocupación ante...

Leia sacó la mano de la piscina con un leve chapoteo, y los hilillos de agua corrieron por su muñeca.

—Oh, no se preocupe por eso: sólo son unos ejercicios militares rutinarios. Supongo que podrían entrenarse en cualquier sitio, pero querían acompañarme. Ya sabe lo súper protectoras que pueden llegar a ser las guardias personales... —Suspiró—. No hay ningún motivo de preocupación. Vamos a ser aliados, ¿recuerda? Si conseguimos llegar a un acuerdo, naturalmente... Yo nunca permitiría que algo tan insignificante como unas cuantas naves de guerra que libran combates simulados pudiera llegar a inquietarle.

Durga soltó una risita y sacó sus rechonchas manos del agua cenagosa.

—¿Inquietarme? No, no... No me ha entendido bien. Es sólo que yo pensaba que debe de haber algunas crisis políticas cruciales en mundos recalcitrantes de su Nueva República. Me sorprende que dispongan de un exceso de naves de guerra que puede ser desperdiciado en simples juegos.

—No hemos tenido ningún problema con el Imperio en general durante los dos últimos años —replicó Leia—. Aun así, nuestra flota tiene que mantenerse en forma.

Durga abrió mucho los ojos y se rió.

—Ooooh, el Imperio tal vez esté haciendo más de lo que ustedes creen. —Su voz retumbó en los opresivos recintos de las catacumbas—. Para demostrarle mis buenas intenciones, permítame que me ofrezca a prestarle un servicio..., algo por lo que los hutts son justamente famosos.

—¿Y en qué consiste ese servicio? —preguntó Leia, no especialmente interesada.

—Nuestra red cuenta con muchas fuentes de información de gran calidad, y poseemos ciertos datos que podrían resultar bastante valiosos para su Nueva República. Aprovechando su estancia en Nal Hutta, permítame que le ofrezca los servicios de uno de mis traficantes de información. Le daré instrucciones para que averigüe qué ha estado tramando el Imperio últimamente. Pienso que tal vez se lleven una sorpresa.

Han se tensó repentinamente junto a Leia, y sus manos se cerraron hasta convertirse en puños por debajo del agua. Leia ya había dado por supuesto que toda aquella oferta no era más que otra maniobra de diversión, un truco para distraerles, pero aun así le cogió una mano y asintió.

—Acepto su oferta con gratitud, noble Durga. Todo el funcionamiento de la galaxia reposa sobre la base de un servicio de inteligencia que proporcione datos precisos y en los que se pueda confiar.

Después se levantó, dejando que los hilillos de agua resbalaran por su cuerpo para caer dentro de la piscina.

—Pero por ahora creo que ya llevo demasiado rato en el baño —dijo.

Cetrespeó se apresuró a ir en busca de toallas.