Capítulo 47
La negra mole del Caballero del Martillo, el navío insignia de la almirante Daala, llegó a su destino para lanzar la segunda oleada del ataque contra la fortaleza Jedi. La nave quedó suspendida en el vacío como una cuña opaca de ocho kilómetros de longitud, recortándose igual que la hoja de un cuchillo contra la esfera color naranja claro de Yavin.
Las tropas de Daala se hallaban en estado de alerta total, y sus sistemas de armamento habían sido activados hasta el nivel máximo de energía. Daala, inmóvil en el centro del puente, contempló la inmensa llanura metálica que formaba el casco superior del Caballero del Martillo.
Esperaba llegar al sistema y encontrarse con que Pellaeon ya casi había concluido su ataque, lo que le permitiría disfrutar de la destrucción final de los Caballeros Jedi. Pero mientras el Caballero del Martillo surcaba el espacio, Daala sintió que su entusiasmo se desmoronaba para convertirse en asombro. No veía ni rastro de la flota de Pellaeon en órbita alrededor de Yavin 4.
Los Destructores Estelares de la clase Imperial, aquellas enormes naves blancas como el hueso, sencillamente no se encontraban allí. El espacio estaba totalmente vacío alrededor de la luna cubierta de verdes junglas.
—¿Dónde está? —quiso saber Daala—. Abran un canal de comunicaciones. Encuentren a Pellaeon.
—Estamos examinando la zona, almirante —dijo la jefe de sensores——. No hay ni rastro de los Destructores Estelares dentro del sistema de Yavin.
Daala, tan atónita que se había quedado sin habla, clavó la mirada en la luna selvática.
—Pellaeon ha estado aquí, almirante —dijo el oficial táctico—. La red de satélites interferidores ha sido colocada alrededor de Yavin 4. Los Caballeros Jedi no han enviado ninguna señal, al menos por lo que podemos ver, y detecto cierta actividad en la superficie. Hay fuego de armamento pesado en las junglas. También se han desplegado varios contingentes de tropas de asalto..., pero los Destructores Estelares ya no están aquí.
Daala deslizó un dedo enguantado a lo largo de su mentón y frunció el ceño.
—Algo ha salido terriblemente mal. —Se volvió hacia la jefe de sensores—. Expanda el radio de alcance de su sondeo —ordenó—. Busque en todo el sistema planetario, y no se limite a los alrededores del gigante gaseoso. ¿Se ha retirado Pellaeon? El vicealmirante sabía que iba a venir a reunirme con él.
La jefe de sensores comprobó sus lecturas una y otra vez y acabó meneando la cabeza.
—No hay ni rastro de él, almirante —dijo, alzando la mirada hacia Daala—. He hecho un barrido de largo alcance llegando hasta los planetas exteriores del sistema, y no he encontrado ninguna nave. Tampoco hay restos. El vicealmirante Pellaeon estuvo en la luna de las junglas..., pero ahora ya no está aquí.
Daala sintió el cosquilleo de miles de agujitas de sudor helado en su cuero cabelludo cuando la ira elevó la temperatura de su cuerpo. Bajó la vista hacia la luna selvática y pensó en los Caballeros Jedi que se ocultaban allí abajo, aquellos aspirantes a hechiceros que empleaban una Fuerza que Daala no entendía. Tendrían que haber sido un blanco tan fácil... Pero Daala sabía hacia dónde debía canalizar su ira.
Durante la mayor parte de su vida profesional, Daala había mantenido firmemente controladas unas inmensas reservas de rencor y veneno, todo un almacén de furia a duras penas reprimida que podría haber escapado en un estallido incontenible si no hubiera encontrado una forma de expresarlo.
Hubo un tiempo en el que la vida había sido apacible y hermosa para Daala, cuando era joven y estaba enamorada..., pero todo eso era anterior a la Academia Militar de Carida y a Tarkin (al que había admirado más que amado). Todo eso había quedado atrás, y ya sólo le quedaba la ira.
Por suerte para el Imperio, los métodos con los que Daala descargaba esa presión interior solían dar como resultado la devastación del enemigo. Daala sólo podía conservar su fortaleza psicológica si contaba con un objetivo..., y acababa de decidir que los Caballeros Jedi de Yavin 4 debían ser ese objetivo. Los Caballeros Jedi habían convertido en cenizas aquella victoria total que Daala esperaba obtener con tanta facilidad.
Los hangares de lanzamiento del Caballero del Martillo estaban repletos de millares de cazas y bombarderos TIE en condiciones de combatir y listos para ser desplegados, pero Daala decidió no lanzarlos. Pellaeon habría seguido ese curso de ataque, y si los Caballeros Jedi se las habían arreglado de alguna manera misteriosa e inexplicable para contar con una defensa secreta contra ese tipo de aparatos individuales, entonces Daala tendría que adaptarse..., y utilizar una estrategia distinta.
—Ordene a todos los pilotos de los TIE que abandonen los hangares —dijo—. Haga que vuelvan a sus salas de dotación, y que permanezcan en estado de alerta total. No voy a lanzar sus naves, al menos por el momento.
Daala no quería desperdiciar ni un segundo.
—¿Tenemos planes para un ataque, almirante? —preguntó el jefe de armamento desde su puesto de control, pareciendo bastante desilusionado mientras contemplaba su despliegue de armas.
—Sí—dijo Daala—. Atacaremos desde nuestra órbita actual. Que todas las baterías turboláser disparen a máxima potencia. Abran fuego a discreción, y escojan como blanco cualquier estructura de la jungla.
—¡Sí, almirante! —respondió el jefe de armamento con obvio entusiasmo.
Lanzas de energía resplandeciente descendieron hacia la plácida superficie de la pequeña luna que se extendía por debajo de ellos. Yavin, el gigante gaseoso, no pareció inmutarse en lo más mínimo ante el holocausto que estaba teniendo lugar en su pequeño pariente.
El jefe de armamento del Caballero del Martillo disparó otra andanada de mortíferos haces turboláser, y luego otra y otra más. Daala mantenía los ojos clavados en el objetivo. La almirante golpeaba la barandilla del puente con su mano enguantada a cada nuevo disparo, como si con eso pudiera aumentar el potencial destructivo de la ráfaga.
Daala permaneció inmóvil y esperó, sintiendo cómo su ira humeaba con una satisfacción apenas expresada. Aquello sólo había servido para abrirle el apetito de destrucción. Incluso desde su posición en el Caballero del Martillo, en aquella órbita de gran elevación por encima de Yavin 4, ya podía ver cómo los bosques empezaban a arder.