Capítulo 51
—Podemos desplegarnos y atacar a los imperiales —dijo Luke, mirando a los estudiantes Jedi que se habían congregado delante del Gran Templo.
Las tropas de asalto mecanizadas seguían atravesando la jungla en un estrepitoso avance, disparando contra objetivos imaginarios. Erredós fue hacia la puerta abierta del Gran Templo, y desapareció entre las negras sombras del hangar.
—Estarán aquí dentro de un momento —siguió diciendo Luke—. Si conseguimos dispersarnos por la jungla, podremos caer sobre ellos en una serie de ataques por sorpresa.
Tionne estaba preocupada.
—Son muchos más que nosotros, y su potencia de fuego es muy superior —dijo.
—Sí —dijo Kirana Ti, con el rostro lleno de una sombría solemnidad—, pero podemos escondernos mejor de lo que pueden hacerlo ellos.
—Y somos Caballeros Jedi —añadió Kam Solusar—. Ellos no son más que imperiales.
Luke sonrió al ver lo seguros que estaban de sí mismos.
—Quizá deberías ir a bordo del Halcón con Han y Leia, Calista —dijo—. Allí estarías más segura.
Calista respondió con una vigorosa sacudida de la cabeza, y sus cortos cabellos color rubio malta ondularon en la húmeda atmósfera de la jungla. —Ni lo sueñes. Me quedaré contigo.
Luke le sonrió con cariñosa dulzura.
—De acuerdo. Te protegeré con mis poderes Jedi..., pero procura no alejarte de mí.
La joven frunció el ceño ante aquel repentino recordatorio de su incapacidad para usar la Fuerza, pero eso no impidió que su rostro siguiera iluminado por una salvaje determinación. Calista tenía su espada de luz, y Luke activó su hoja de energía verde amarillenta. Kirana Ti empuñó el arma de Gantoris, cuya hoja brillaba con una cegadora claridad color blanco amatista. Kyp también empuñó su arma. Algunos de los estudiantes Jedi que llevaban menos tiempo en Yavin 4 cogieron los desintegradores que Kyp había sacado de la lanzadera imperial robada.
Luke alzó su espada de luz.
—¡Que la Fuerza os acompañe, Caballeros Jedi! —gritó.
Los estudiantes se dispersaron y desaparecieron en la espesura de la jungla.
Kirana Ti procuró mantenerse cerca de Streen mientras las lianas empapadas y la maleza se enroscaban a su alrededor. Formaban una pareja bastante extraña, pero el algo perturbado ermitaño de Bespin era su amigo. Kirana Ti era alta, fuerte y musculosa, y podía ser una guerrera temible incluso sin utilizar la Fuerza. Streen, en cambio, siempre estaba distraído y un poco alejado de todo, y lo que más deseaba en el mundo era estar solo. Kirana Ti aceptaba al anciano tal como era. Sabía que Streen podía llegar a desplegar un enorme poder cuando se sentía lo suficientemente seguro de sí mismo para acceder a su potencial oculto. Juntos formaban un excelente equipo.
Las máquinas de asedio imperiales avanzaban ruidosamente hacia ellos: era otro pelotón de desgarbados caminantes de exploración que se abría paso a través de la espesura. Los caminantes disparaban contra los árboles que se interponían en su camino, derribando gruesas ramas y arrancando las masas de lianas que se enredaban en sus enormes y pesadas patas articuladas.
—No se están esforzando demasiado en no hacer ruido —dijo Kirana Ti—. Es una mala táctica... Demuestra un peligroso exceso de confianza.
—¿Cuál es su plan? —preguntó Streen, retorciéndose nerviosamente de un lado a otro—. ¿Cuál es nuestro plan? ¿Hay alguien que tenga un plan? Deberíamos hacer planes.
La guerrera de Dathomir buscó refugio entre las sombras de un matorral y tiró de Streen para que la siguiese mientras contemplaba con los ojos entrecerrados a los caminantes que se aproximaban. El sudor le perló la frente, y Kirana Ti se lo quitó con el dorso de la mano. Después aferró con más fuerza la empuñadura de su espada de luz.
—Los imperiales no esperaban mucha resistencia de un puñado de estudiantes, así que no están organizados. No es más que una acometida salvaje con montones de armas y ningún plan.
—No hay ningún plan —corroboró Streen, asintiendo vigorosamente.
Un par de caminantes entraron en el claro.
—¡Yo me ocuparé de esos dos! —anunció Streen, levantándose de un salto antes de que Kirana Ti pudiese impedírselo.
El ermitaño de Bespin salió corriendo de la espesura para quedar totalmente expuesto ante las dos máquinas exploradoras de cabeza cuadrada.
—¡Streen! —gritó Kirana Ti.
Los dos caminantes hicieron girar sus voluminosas cabezas y dirigieron sus armas hacia Streen, pero el anciano levantó los puños en el aire y dejó escapar un potente grito mientras impulsaba los brazos hacia adelante en un brusco movimiento de barrido, utilizando la Fuerza para impulsar un incontenible ariete de viento.
Kirana Ti quedó asombrada ante la rapidez con la que Streen concentraba su mente en la Fuerza, canalizando sus pensamientos con toda exactitud hacia lo que quería hacer, y dejaba en libertad sus poderes después. O quizá Streen ni siquiera se concentraba..., y ésa era la razón de su inusual fortaleza.
Los dos transportes de exploración se derrumbaron hacia atrás como si hubieran sido golpeados por una mano gigantesca, y rodaron por el suelo hasta que acabaron chocando con el tronco de un viejo árbol massassi, aplastados por la Fuerza.
Streen se restregó las manos.
—Ya está —dijo, y después se volvió hacia Kirana Ti y le dirigió una sonrisa torcida.
Un tercer caminante de exploración surgió de la jungla y esta vez Kirana Ti reaccionó con gran rapidez. La guerrera de Dathomir activó su espada de luz y saltó hacia el transporte blindado de dos patas. Lanzó un mandoble lateral con la resplandeciente hoja blanco purpúrea, y seccionó una pata metálica a la altura de la rodilla. El caminante de exploración se derrumbó hacia un lado, y Kirana Ti se apartó de un salto para que no le cayera encima.
El piloto disparó sus cañones láser mientras la máquina caía, pero los haces de energía fallaron el blanco y se limitaron a incinerar las gruesas ramas de los árboles. Los animales escondidos que habían estado agazapados entre la maleza emprendieron una veloz huida, chillando y graznando mientras escapaban por entre los restos medio podridos de la selva.
Kirana Ti abrió la escotilla blindada del caminante de exploración con un golpe de su espada de luz. El soldado imperial que había dentro estaba intentando librarse de las tiras de su arnés de seguridad y ya alargaba la mano hacia su pistola desintegradora..., pero Kirana Ti lo atravesó con la hoja llameante de la espada de luz. El soldado dejó escapar un corto grito, y después el agujero chisporroteante que apareció en su pecho impidió que emitiera más sonidos.
Kirana Ti subió de un salto a la estructura humeante del caminante de exploración, como una guerrera que acabara de vencer a un monstruo. Streen se había quedado inmóvil y estaba contemplando los dos vehículos que había destruido.
—¡Tres menos! —dijo Kirana Ti.
—¿Quedan muchos más? —preguntó Streen, pareciendo un poco preocupado.
—Montones —respondió ella.
Kam Solusar, con su eterno fruncimiento de ceño, se enfrentó al Colosal en solitario. Su enemigo era un viejo y no muy maniobrable vehículo de asalto de superficie que ya estaba obsoleto en la mayor parte del Imperio, aunque todavía se podían encontrar muchos de ellos en los Territorios del Borde Exterior. Solusar no había olvidado aquellas enormes «losas rodantes» que habían sido usadas para aterrorizar a los que se oponían al Imperio gracias a sus dimensiones descomunales, aunque ciertamente no su eficiencia o su flexibilidad.
El Colosal era un inmenso tanque del que sobresalían tres cañones láser de gran calibre, un par de lanzadores de granadas de onda expansiva y un cañón desintegrador de calibre mediano. Sus cinco juegos de ruedas se movían sobre ejes independientes, lo que le permitía desplazarse por los terrenos más abruptos y difíciles. El Colosal contaba con dos cabinas, una delante y otra detrás, para que los pilotos pudieran conducir su torpe y lento vehículo en cualquiera de las dos direcciones, ya que era prácticamente imposible hacer girar a aquella monstruosidad.
Una torre de vigilancia brotaba al final de un estrecho tallo carente de protección por encima de la cabina delantera, y era el sitio en el que el soldado de las tropas de asalto de menos rango cumplía con la nada envidiable misión de localizar los blancos..., con lo que él mismo se convertía en el blanco más obvio. El Colosal era uno de los vehículos de asalto menos sofisticados que había llegado a diseñar el Imperio, por lo que Kam Solusar supuso que su tripulación no había sido seleccionada entre lo mejor que podía ofrecer la flota de la almirante Daala.
El Caballero Jedi estaba solo y no tenía ningún arma visible: todavía no había construido una nueva espada de luz, en parte por reluctancia ante la idea de volver a esgrimir semejante poder. Kam Solusar ya había causado suficientes daños cuando renunció temporalmente a su herencia Jedi. Pero además de eso, consideraría una ironía enormemente agradable poder convencer a los imperiales de que se destruyeran a sí mismos usando sus propias armas. Kam Solusar no podía imaginar un desenlace más delicioso.
El veterano guerrero desplegó un zarcillo de la Fuerza y percibió la presencia de los ocho tripulantes a través del grueso blindaje de duracero. No encontró ningún oficial carismático o con auténticas dotes de mando, y sólo halló un grupo de idiotas carentes de voluntad..., exactamente lo que había esperado.
Kam Solusar ni siquiera se tomó la molestia de mostrarse. Permaneció escondido detrás de un viejo árbol mientras cerraba los ojos y se concentraba. Lo que iba a hacer tendría que hacerse muy deprisa.
Utilizó la Fuerza para tirar de los cañones láser de gran calibre del Colosal, haciendo que girasen hasta quedar dirigidos hacia la estructura del vehículo. Las soldaduras temblaron y el metal chirrió bajo la tensión mientras Kam Solusar colocaba los cañones en posiciones de disparo para las que nunca habían sido diseñados.
Después envió un dardo de pensamientos, un mensaje urgente dirigido a la mente más débil que encontró: la de un artillero imperial que no tenía ni idea de dónde se encontraba o por qué estaba luchando.
«¡Dispara contra el enemigo!», le ordenó Kam Solusar.
El artillero obedeció la orden sin pensar, y disparó los dos cañones láser de gran calibre a máxima potencia. El Colosal estalló bajo su propia andanada.
Kam Solusar se agachó, pero el tronco del árbol massassi protegió su cuerpo del diluvio de metralla metálica que voló por los aires. El veterano guerrero meneó la cabeza con expresión disgustada.
—Malditos idiotas... —murmuró, y después se alejó en busca de otro blanco.
La puerta horizontal del hangar que ocupaba el nivel inferior del Gran Templo estaba abierta, un agujero de vulnerabilidad practicado en la fortaleza piramidal de la Academia Jedi.
Un caminante de exploración avanzó ruidosamente hasta dejar atrás la lanzadera imperial abandonada que Dorsk 81 había posado en la luna selvática. El caminante hizo varios disparos que ennegrecieron partes de la estructura rocosa del templo. En cuanto se hubo asegurado de que no había ninguna oposición, el caminante atravesó la parrilla de descenso y fue hacia el hangar abierto que parecía esperar su llegada.
La enorme máquina de guerra se detuvo delante de la puerta y titubeó, y un instante después potentes haces de luz blanca atravesaron la cavernosa oscuridad del interior del hangar. Nada se movió, y los focos sólo encontraron la inmovilidad de las negras sombras. Unos cuantos roedores—lagartos se apresuraron a huir para escapar de la luz.
El comandante, que al parecer todavía estaba un poco nervioso, lanzó dos andanadas hacia el interior de la cámara vacía. Los haces de energía de sus cañones láser rebotaron en las paredes internas y se esparcieron sobre la piedra, causando pequeños daños en las viejas superficies rocosas. La ausencia de fuego de represalia hizo que el caminante imperial avanzara. Su comandante debía de estar pensando que podía conquistar la fortaleza de los Jedi por sí solo y evitar un asedio prolongado.
Pero mientras el caminante de exploración pasaba por debajo de la gran puerta levantada, Erredós —que había estado escondido entre las sombras— dejó escapar un trino electrónico y avanzó para activar los controles de liberación del mecanismo. La pesada losa blindada, que era lo bastante gruesa como para poder proteger el interior del templo de los disparos de un cañón desintegrador de gran calibre, descendió con un veloz estruendo.
Impulsada por pistones hidráulicos, la puerta dejó aplastado al caminante de exploración en un momento y lo incrustó en el suelo de piedra. Los depósitos de combustible hicieron erupción, los líquidos refrigerantes se derramaron y el humo flotó por los aires. La estructura del caminante de exploración había quedado totalmente irreconocible, y había sido reducida a un montón de trozos de metal laminado.
Erredós celebró su triunfo con una serie de silbidos y pitidos y después volvió a activar los controles de la puerta, levantando la gran losa y dejando de hacer ruido. El templo se oscureció y recuperó su inmovilidad y su silencio anteriores, volviendo a ser vulnerable.
Erredós contempló la jungla iluminada por el sol que se extendía fuera del hangar, esperando la ocasión de atraer a un nuevo blanco.
Kyp Durron fue corriendo a reunirse con Han Solo a bordo del Halcón Milenario, y Calista siguió a Luke y Tionne mientras contorneaban el Gran Templo para desaparecer dentro de la zona más frondosa de la jungla, en la que se estaban reuniendo más imperiales.
Calista estaba volviendo a sentir la opresión paralizadora de la ira y la impotencia. Luke obraba impulsado por las mejores intenciones y sus palabras tenían como único origen su preocupación por ella..., pero sin darse cuenta de lo que hacía, acababa de restregarle por la cara el hecho de que él tenía poderes Jedi y había dado a entender que Calista estaba indefensa sin ellos.
«Te protegeré», había dicho Luke.
Era lo peor que se le podía decir a Calista. No quería que Luke la protegiese. Quería hacer su parte del trabajo. Calista tenía que encontrar alguna manera de asestar tantos golpes en defensa de la Academia Jedi como él. Necesitaba demostrar que podían existir en términos de igualdad. De lo contrario su relación no tendría futuro..., al menos en lo que a ella concernía.
Percibió el leve zumbido y los débiles arañazos de las oscuras sombras que se agazapaban en las profundidades de su mente, tentándola y atrayéndola para que recurriese a sus poderes malignos, pidiéndole que los empleara sólo durante unos momentos y prometiéndole que luego sería capaz de utilizar el lado de la luz.
Pero Calista sabía que eso era una mentira. Aferró su espada de luz v corrió junto a Luke mientras se abrían paso por entre una maraña de lianas y delicados helechos purpúreos.
Una enorme y pesada máquina de asalto se bamboleó a través de la jungla, avanzando en dirección al templo. Luke movió una mano para indicarles que le siguieran, pero Calista se fue quedando más y más rezagada. Luke y Tionne trabajarían en una estrecha colaboración, uniendo sus poderes Jedi de una manera que Calista ya no podía compartir.
Calista acabó llegando a la temida comprensión de una verdad que no le gustaba nada. Quizá no había podido tratar de usar nuevas técnicas a fin de recuperar sus poderes porque estaba demasiado cerca de Luke. Su presencia la intimidaba con sus propias capacidades, y subrayaba de una manera inconsciente el hecho de que a Calista le quedaban muy pocos recursos que utilizar. Quizá necesitaba estar a solas durante algún tiempo y trabajar con sus propios recursos, sin expectativas y sin ninguna necesidad de actuar para Luke Skywalker y estar a la altura de su nivel de capacidad. Ella y Luke estaban unidos por un vínculo del corazón y el espíritu..., pero Calista quizá necesitaba volver a encontrar sus propias fuerzas internas para así poder establecer contacto con las de Luke.
Y en aquel instante, con las batallas de la jungla rodeándola por todas partes, Calista se sintió impotente y sola, más una carga que una compañera de lucha. No necesitaba demostrarle nada a Luke..., pero tenía que demostrárselo a sí misma.
—Ahí vienen —dijo Luke.
Pero su atención estaba concentrada en Tionne mientras los dos caballeros Jedi se preparaban para enfrentarse a la máquina de guerra imperial. Calista aprovechó que no la miraban, y fue formando su propio plan.
La Fortaleza Volante imperial se aproximaba hacia ellos a unos cuatro metros por encima del suelo, suspendida sobre un viejo despeñadero en el que se habían desplomado varios gigantescos árboles massassi después de ser derribados por las tormentas hacía ya muchos años.
Luke reconoció el inmenso vehículo. Tácticamente, era como un enorme caminante imperial, pero sin las patas y reducido al cuerpo blindado cargado de armamento pesado. Tenía forma rectangular con las esquinas redondeadas, y poseía dos cañones desintegradores de gran calibre montados en una torreta superior. Una red de identificación de blancos operaba desde sensores instalados por todo el casco. La máquina emitía un débil zumbido mientras avanzaba, abriéndose paso a través de las gruesas ramas y partiéndolas cuando se negaban a ceder ante su morro.
Las planchas del blindaje ya mostraban las señales de los impactos sufridos, así como los arañazos dejados por las ramas más duras y las manchas pegajosas de la savia derramada. La Fortaleza Volante siguió avanzando, moviendo de un lado a otro sus gruesos cañones desintegradores como si fueran par de tentáculos rígidos. Los cañones iban recibiendo señales de la red de identificación de blancos, y disparaban andanadas letales contra cualquier infortunada criatura de la selva que escogiera el momento equivocado para emprender la huida.
Luke se concentró en la monstruosidad acorazada que avanzaba hacia ellos.
—Tendremos que hacerlo juntos —le susurró a Tionne—. ¿Ves ese tronco de árbol caído que tiene la punta tan afilada? Cuando la Fortaleza pase por encima de él...
Tionne asintió, y esperaron mientras el suave zumbido de los haces repulsores impulsaba a la Fortaleza Volante por encima del viejo despeñadero. Luke clavó sus ojos azules en la afilada punta del gran tronco. —¡Ahora! —gritó.
Luke y Tionne usaron la Fuerza juntos y lanzaron el tronco hacia arriba, impulsándolo como si fuese una estaca para que atravesara el casco interior de la Fortaleza Volante. El vehículo de asedio empalado giró sobre sí mismo con un estridente rugido de potencia motriz. Sus cañones desintegradores abrieron fuego en todas direcciones e incendiaron los árboles..., pero el coloso ya no podía moverse.
—Ahora utilizaremos ese árbol —dijo Luke.
Inclinó la cabeza, señalando otro viejo tronco. El coloso vegetal estaba medio derrumbado, pero seguía manteniéndose en pie gracias a una red de lianas. Luke y Tionne tiraron del árbol muerto con hilos invisibles de Fuerza, partiendo las masas de cuerdas vegetales y haciendo que el enorme tronco cayera con la fuerza irresistible de la hoja de un hacha. Muchas toneladas de madera se desplomaron sobre la Fortaleza Volante atrapada en el despeñadero, aplastándola y convirtiéndola en un amasijo irreconocible de planchas humeantes.
Luke y Tionne surgieron de su escondite con un salto triunfal, y se estrecharon las manos en un apretón de celebración.
—¿Has visto, Calista? —gritó Luke—. ¡Iremos acabando con ellos uno a uno!
Pero cuando se volvió para mirar hacia atrás, no vio ni rastro de ella.
—¿Calista? —llamó, mirando a su alrededor alarmado.
Tionne también la buscó, pero no vieron ningún movimiento en la espesura de la jungla y no recibieron ninguna respuesta de ella. Calista estaba totalmente oculta a la Fuerza, y eso hacía que fuera invisible incluso para sus poderes Jedi. Por mucho que se esforzara, Luke no podía percibirla.
—¡Calista! —volvió a gritar.
Pero Calista se había esfumado en la selva.