62. De nuevo en el monasterio
TODOS saltaron de nuevo de alegría y, cogiendo las pocas cosas que tenían, los tiestos, la gallina, la cabra y el gato, se volvieron al monasterio. Iban todos cantando; el último, fray Cucufate, que tenía los pies llenos de sabañones. Bueno, el último no; le seguía una caterva de ratones, que no querían quedarse allí solos, sin sus queridos frailes.
Cuando iban a cruzar la carretera, se acordaron de algo:
—Nos dejamos a san Francisco.
Volvieron todos corriendo, sacaron al santo con mucho trabajo por aquel pasillejo oscuro y salieron a la luz y al aire. San Francisco iba con los ojos cerrados, y los frailes, por temor al sol, con sus capuchos hasta la nariz. Bajaron cantando y, al llegar a la carretera de nuevo, alguien dijo:
—Nos dejamos al gato.
Volvió corriendo fray Cucufate, lo puso sobre sus hombros y todos reanudaron el camino. Al llegar al monasterio, ¡qué lloros, qué abrazos a los árboles de la entrada, qué lágrimas en la fuente!
Fray Sotero fue a abrir la puerta y se acordó de que se había dejado la llave. Otra vez a volver. Echó a correr y los frailes, como tardaba mucho, saltaron por la ventana, que estaba rota y sin cristales. El gato entró también, y los ratones.
¡Qué lloros y suspiros los frailes al ver todo en aquel estado! Pero ¡qué alegría al contemplar de nuevo los altos muros de su monasterio!
—Ahora sí que podréis saltar. La paz está llegando ya.
Y los frailes saltaron hasta el techo.
Entonces, fray Sotero abrió la puerta con la llave y creyó que todo el mundo se había vuelto loco.