23. El burro blanco

FRAY Perico dijo que no. Se aferró a los pliegues de la capa y no había manera de quitársela. Los tres hombres forcejeaban con fray Perico y fray Perico, como un erizo, se había hecho una bola y no se sabía dónde tenía la cabeza y dónde los pies. El asno, que vio a su amo acosado y agredido, comenzó a dar coces a diestro y siniestro y una de sus pezuñas fue a golpear las posaderas del pobre fraile.

Cayó el fraile, cayó su capa, cayeron los tres soldados agarrados a la capa, cayó el asno, cuyas riendas llevaba fray Perico, y al final cayó el hombre de la barba, que quería sujetar al asno por la cola. O sea, que cayeron todos.

El agua estaba fría y era profunda en aquel lugar. De fray Perico, que no sabía nadar, asomaba sólo la capucha. Al asno, que jamás había visto más agua que la de los cangilones de la noria, sólo se le veían las orejas. Los soldados apenas sacaban su larga nariz y sus negros bigotes para gritar:

—¡Por cien mil pares de botas, os ahorcaremos!

El Empecinado, de tres brazadas vigorosas, se llegó a la orilla, subió prestamente al muro de piedra que contenía el agua y cogió de la capucha a fray Perico.

Pronto aparecieron la cabeza pelada y las manos temblorosas del fraile. Como estaba agarrado del cuello del asno, no fue fácil sacarlo. Pero Juan Martín, que tenía una fuerza increíble, los sacó a los dos cogiéndolos con sus manos poderosas.

—¡Bendito sea Dios! —exclamó fray Perico vaciando su capucha de agua, ranas y peces.

El borrico no dijo nada. Rebuznó, eso sí, sonoramente, y todos los borricos de las márgenes del río rebuznaron con él, mientras todos los gorriones de las alamedas se elevaban asustados.

«Algo pasa en el Trabancos», pensaron los molineros y los barqueros.

A todo esto, los tres jinetes se acercaron a la orilla de juncos que bordeaba el camino real. Y consiguieron agarrarse a los matorrales mientras gritaban y amenazaban con mil juramentos.

—¡Ah, malditos! Ése es el burro blanco, y ése, el dichoso fray Perico, y ése, el maldito Empecinado buscado por todos los ejércitos franceses. Esperad un poco y veréis cómo pica la soga en el cuello.