4. El sueño de fray Olegario
FRAY Pascual se quedó maravillado. Entre el oscuro estiércol, tibio y oloroso, aparecieron diez, doce, quince huevecillos blancos, que las gallinas Pinta o Recolorada habían puesto hacía cientos de días, antes de que la guerra hubiese asolado el gallinero.
—No sé si los salvaré.
Y corrió el frailecillo a dar la nueva.
—¿Qué hacemos? ¿Y si los metemos en la fragua?
—¿En la fragua? ¡Qué bruto, se asarían como castañas! —protestó fray Sisebuto.
—¿Y en el horno del pan?
—Tostados saldrían como torrijas del santo.
—¿Y en el horno del tejar?
Los frailes movían la cabeza. Fray Olegario movió también la cabeza. ¡Qué torpes eran!
Metió aquella docena de huevecillos en la capucha y dijo:
—Me los llevo a la biblioteca. Allí los tendré entre las mangas para darles calor al solecillo de la tarde.
—¿Y por la noche?
—Los guardaré en la almohada.
Y así lo hizo, y el pobre fraile se quedó semanas sin escribir por no romperlos, inmóvil en su sillón. ¡Cuántas noches sin dormir y sin pegar ojo por no aplastarlos! Pero una mañana…
Pero no quiero seguir. Ya os lo contaré. ¡Chist…! No habléis muy alto, que los pollitos amarillos duermen en los bolsillos llenos de paja y de amor de fray Olegario.