9. Las moscas de fray Castor

LAS moscas estaban maravilladas. Había más de mil quinientas discutiendo sobre si un poco más de color azul por aquí, que si verde por allí, que si amarillo por allá. Que si a esta hierba le faltan amapolas y a ese arco iris el violeta… Hasta que, ¡cataplum!, pareció que el cielo se venía abajo y todas salieron poniendo pies en polvorosa.

¡Tormenta!

Era fray Castor, que acababa de dar un puñetazo sobre la mesa y tronaba porque aquellas bestezuelas habían dejado su preciosa pradera llena de basura.

Eso era con fray Castor, allá en la biblioteca, pero ¿qué ocurría con fray Silvino?

El pobre fray Silvino… ¡Qué paciencia! ¡Qué golpes! ¡Qué sarracina! ¡Qué estacazos por las esquinas! No quedaba ya una mosca cuando se abrió de nuevo la puerta y apareció fray Simplón, que si tenía vinagre para enjuagar una muela.

Fray Silvino movió la cabeza. ¡Qué pelmazos eran los hermanos! Acababa de cerrar la puerta y, ¡pumba!, llegó fray Elias, que si había alcohol para la enfermería, y luego fray Cucufate, a pedir anís para hacer bombones de chocolate, y después fray Pirulero, que si un poco de vino para guisar la liebre en el puchero.

Acababa fray Silvino de poner el armario y la silla detrás de la puerta y de echar la última mosca por la ventana cuando llamaron a la puerta.