22. El burro negro
EL molino estaba junto a una estrecha garganta del río. Fray Perico llegó allí y llamó a la puerta. ¡Pom, pom, pom! El agua levantaba nubes de espuma al golpear contra las palas de la aceña y hacía un ruido terrible.
—¡Ah de la casa! —gritó fray Perico.
Un anciano que estaba sentado en un largo banco de piedra miró con curiosidad al recién llegado. Fray Perico se acercó al anciano.
—¿Funciona el molino?
—¿Eh?
—¡Que si funciona el molino!
El viejo se levantó y empujó la puerta. La puerta giró y una nube de harina cayó desde arriba por la tolva.
—Claro que funciona, ¿no lo ve?
Fray Perico se puso blanco, y el burro más. Lo peor era que con sus voces el fraile había espantado las palomas del tejado y, lo que es aún peor, había atraído a unos soldados que pasaban por el camino real.
—¿Habéis visto a un fraile y un burro blanco?
Ya iba a decir fray Perico que sí cuando el anciano tiró con fuerza del faldón del fraile y dijo:
—¿No me has conocido?
—Pues no.
—Soy tu amigo Juan Martín.
—¡Arrea!
—No digas nada. Embózate bien en la capa y baja el sombrero.
—¿Y el burro?
—¡Maldita sea! Con la harina se ha vuelto blanco de nuevo. Sabrán que es él.
Los soldados se acercaron y, sin desmontar del caballo, cruzaron el puentecillo y se detuvieron a la entrada.
—Si no me engañan los ojos, ¿no es ese asno blanco como la nieve el que buscamos?
Fray Perico levantó un poco la capa y sacudió la piel del borrico. La harina cayó al suelo y apareció un borrico negro como el carbón. Pero, por debajo de la capa, uno de los soldados notó los hábitos del fraile.
—¿No eres tú fray Perico?
—¿Yo?
—Sí, tú.
Los tres jinetes desmontaron de sus corceles y se acercaron al extraño hombre de la capa.
—¡A ver la cabeza! ¿Llevas coronilla como los frailes? Quítate el sombrero.
Fray Perico se quitó el sombrero castellano y apareció una cabeza pelada con un cerquillo de pelo.
—¡Aja! ¡A ver, quítate la capa! Seguro que llevas hábito pardo y cordoncillo franciscano.