24. El tronco podrido

PERO el hombre de la barba, que los franceses llamaban Empecinado, no esperó. Se acercó cortésmente a los tres soldados y, con un tronco podrido que flotaba junto a la orilla, los golpeó en la cabeza después de quitarles sus morriones de piel de gato.

—Pagdón.

—No des tan fuerte —gritó fray Perico.

—Es sólo un chichón. Lo justo para escapar.

El hombre de la barba sacó luego a los tres soldados que se hundían en el cieno, los tendió en la hierba, cogió de nuevo el tronco y se dispuso a golpearlos otro poquito.

—Déjame a mí. Tú eres muy bruto —interrumpió fray Perico, y le dio un golpecillo al primero, un golpecillo que hizo sonreír al soldado.

Éste abrió los ojos y balbuceó:

—¿Dónde estoy?

—Aquí —contestó el Empecinado tomando el tronco y golpeando un poquito más fuerte.

Fray Perico cerró los ojos, el asno también, y sonó un ruido hueco y profundo. ¡Plom!

—¡Felices sueños, amigo! —murmuró fray Perico.

—Vamos antes de que despierte, hermano —añadió Juan Martín—. Y ahora coge tu asno, quítate ese hábito de las narices y pide al molinero cualquier ropa.

—¿Y mi pobre hábito?

—Échalo al río.

Fray Perico entró en el molino y al poco rato salió vestido con unos pantalones de pana remangados, unas botas rotas, una boina de color liebre y un perro que le mordía los zancajos.

—¡Eh, molinero! —grito el Empecinado.

—¿Molinero? Soy fray Perico.

—¡Atiza! ¡Es cierto!

Del molino salió a calmar al perro una viejecilla vestida de negro.

—¡Demonio de perro! Huele la ropa que te has puesto y cree que eres su amo.

El perro seguía mordiendo los pantalones de fray Perico y éste tuvo que saltar sobre el asno y salir trotando hacia el camino.