7. Los libros chamuscados

¡Y qué pena los frailes cuando fueron a rezar y se encontraron con que los soldados habían quemado los libros de rezo! Los habían hecho arder en una pira en el centro de la iglesia y estaban medio chamuscados. Y los frailes rezaban y decían medio salmo y el otro medio se lo callaban.

Oh Señor de…

míranos con…

destruye los carros que…

mientras las aguas flo…

y los vientos del desier…

Y era un lío porque nadie se entendía. La mitad del tiempo estaban cantando, y la otra mitad, mirando al techo. A todo esto, los tres frailes ladrones —fray Patapalo, fray Tartamudo y fray Rompenarices— habían rebuscado entre los restos chamuscados y habían encontrado tres libros que sólo tenían la pasta y una hoja. Se pusieron a rezar y enseguida terminaron. Luego cerraron el libro y se pusieron a roncar.

Fray Perico, como no sabía leer, abrió el libro, cerró los ojos y les hizo compañía.

Pues ¿y fray Ezequiel? Los soldados se le habían llevado todos los panales para zamparse la miel y las abejas andaban desorientadas. Los pobres insectos habían hecho sus enjambres en los árboles cercanos y no había quien se acercase al huertecillo a coger una ciruela. Ibas a coger una pera, y las abejas enfurecidas te ponían la mano como una criba.

El pobre fray Mamerto, cuando sembraba pimientos en el huerto, se ponía la capucha, pero cada cinco minutos tenía que lanzarse de cabeza al agua de la noria.

A todo esto, los tarros de la miel, ¡qué pena!, estaban tirados en el suelo, destapados y medio vacíos; eso sí, llenos de moscas que se avisaban unas a otras diciendo: «En un convento cerquita de Salamanca hay una miel que te chupas los dedos de las manos y de los pies».

Y todas las moscas de Salamanca, Ávila y Zamora, Valladolid y Palencia rondaban el taller de fray Ezequiel y dormían en el tejado, esperando el sol del día siguiente. San Francisco estaba harto de tanta mosca. Como se le posaban en las barbas y como tenían seis patas, en vez de cien, parecían las doce tribus de Egipto con sus doce plagas.