12. Se van las moscas

EL sargento se acercó.

—Ese borrico es de Francia —añadió el sargento.

—Este borrico es de Salamanca y es mío: me lo vendieron los gitanos.

El sargento se atusó los bigotes y dijo:

—Ese borrico y todo lo que hay aquí es de Francia. Y esa puerta y ese botijo y ese fraile y esa campana.

—¡Y una castaña! —exclamó fray Perico.

El fraile cogió al burro del ramal, pero el sargento tiró de la cola del animal. Entonces, todos los soldados agarraron al sargento y todos los frailes agarraron a fray Perico. Y como los soldados habían comido mejor en la guerra y jamás habían hecho penitencia, tuvieron más fuerza y lograron sacar al borrico del convento.

Estaba fray Silvino desolado viendo cómo los soldados se llevaban al asno, cuando una cabezota salió de pronto por el borde de la tinaja.

—¡Hermano!

—¿Eh?

Qué susto de ver aquella cabeza asomar por la boca de la cuba y de escuchar aquella voz que resonaba en el interior de la tinaja como un alma en pena.

—¿Quién eres?

—Soy el Empecinado.

—¿Vivo?

—Vivito y coleando.

—¡Bendito sea el Señor!

—Y bendito ese borrico. Si no es por él, me ahogo. Ya me faltaba el aire. Mal se está debajo del vinagre.

—¿Y cómo respirabas?

—Llevo siempre un canutillo de caña de esos con que los pastores hacen sus flautas. Con él respiro.

—¿Y lo llevas contigo?

—Sí. Más de una vez me ha hecho falta en ríos y balsones, y hasta en alguna otra cuba de las muchas que hay en Salamanca.

—Pues yo había rezado ya un rosario al Señor, y veo que no hacía falta.

—Siga rezando, que me hará falta.

Y aquel hombre se asió al borde de la tinaja, hizo un esfuerzo y saltó prodigiosamente fuera de la gigantesca vasija. Para ello se había agarrado a una soga que colgaba de la viga principal y solía servir para sacar o izar los cubos de mosto.

—¡Ave María Purísima! —se santiguó el fraile.

—Sin pecado concebida —contestó el hombrón.

—¿Dónde vas?

—A salvar a ese borriquillo y a ese fraile. Y salió corriendo, llevándose tras de sí a todas las moscas del convento.