Capítulo 38

Después de la comida, Losaduna anunció que se ofrecería algo en el Gran Ceremonial. Ayla y Jondalar no sabían de qué se trataba, pero pronto se enteraron de que era una bebida que se servía caliente. El sabor era agradable y más o menos conocido. Ayla pensó que podía ser cierto tipo de jugo de frutas levemente fermentado, sazonado con hierbas. La sorprendió enterarse por Solandia de que era savia de alerce como ingrediente principal, y que el jugo de frutas era sólo un ingrediente más.

Según se comprobó, el gusto era engañoso. La bebida era más fuerte de lo que Ayla había creído, y cuando la joven preguntó, Solandia le reveló que las hierbas aportaban una parte considerable de su fuerza. Entonces Ayla comprendió que el gusto ya conocido provenía del ajenjo, una hierba muy potente que podía ser peligrosa si se la consumía en exceso o se la usaba con demasiada frecuencia. Había sido difícil apreciarlo a causa de la aspérula y otros sabores aromáticos de gusto agradable e intensamente perfumados. Se preguntó cuáles podían ser los restantes ingredientes, y eso la llevó a saborear y analizar más seriamente la bebida.

Preguntó a Solandia acerca de la potente hierba y mencionó sus posibles peligros. La mujer explicó que la planta, a la que denominaba absenta, se usaba poco, excepto en esa bebida, reservada exclusivamente para los Festivales de la Madre. Por la naturaleza sagrada del brebaje, Solandia solía mostrarse renuente a revelar los ingredientes específicos de la bebida, pero las preguntas de Ayla eran tan precisas y demostraban tanto conocimiento que en este caso Solandia no tuvo más remedio que contestar.

Ayla descubrió que la bebida no era en absoluto lo que parecía. Lo que al principio ella había creído que era una bebida sencilla, de gusto agradable, en realidad constituía una mezcla completa y potente, preparada especialmente para alentar la relajación, la espontaneidad y la cálida interacción que eran deseables durante el Festival para Honrar a la Madre.

Cuando la gente de la caverna comenzó a acercarse al hogar ceremonial, Ayla advirtió inicialmente una conciencia más vivaz como resultado de todo lo que había bebido; pero esa actitud pronto cedió su lugar a un sentimiento agradable, lánguido y cálido, que la indujo a olvidar sus preocupaciones analíticas. Advirtió que Jondalar y otros hablaban con Madenia; apartándose bruscamente de Solandia, enfiló hacia el grupo. Todos los hombres que estaban allí la vieron acercarse y se sintieron complacidos por lo que veían. Sonrió al aproximarse al grupo, y Jondalar percibió el intenso amor que esa sonrisa siempre despertaba. No sería fácil seguir las instrucciones de Losaduna y alentarla a realizar plenamente la experiencia del Festival de la Madre, incluso después de consumir la bebida relajante que El Que Servía a la Madre le había exhortado a tomar. Jondalar respiró hondo; después bebió el resto del líquido que quedaba en su copa.

Filonia, y sobre todo su compañero Doraldi, a quien ella había conocido antes, se contaban entre los que saludaron cálidamente a Ayla.

—Tu copa está vacía —dijo él; sacó un cucharón lleno de un cuenco de madera y lo vertió en la copa de Ayla.

—También a mí puedes darme un poco más —dijo Jondalar, con una voz exageradamente animosa. Losaduna advirtió la cordialidad forzada del hombre, pero no creyó que los otros prestasen demasiada atención. Sin embargo, había una persona que observó el cambio en Jondalar. Ayla le miró, percibió el movimiento de su mandíbula y comprendió que algo le molestaba. También tomó nota de la rápida observación de Losaduna. Supo que sucedía algo entre ellos, pero la bebida estaba provocando su efecto en Ayla, y ésta envió el asunto al fondo de su mente para pensar en ello más tarde. De pronto, un redoble de tambores resonó en el espacio cerrado.

—¡Comienza la danza! —gritó Filonia—. ¡Vamos, Jondalar! Te enseñaré los pasos.

Tomó de la mano a Jondalar y le condujo hacia el centro del lugar.

—Madenia, baila tú también —la exhortó Losaduna.

—Sí —dijo Jondalar—. Ven tú también. ¿Conoces los pasos?

Sonrió la joven y Ayla pensó que parecía que aflojaba la tensión.

Jondalar había estado conversando y prestando atención a Madenia a lo largo del día, y aunque se había mostrado tímida y reservada, tenía cabal conciencia de la presencia del hombre de elevada estatura. Cada vez que él la miraba con sus ojos premiosos, Madenia sentía que se le aceleraban los latidos del corazón. Cuando la cogió de la mano para llevarla a la pista de baile, ella experimentó una sucesión de escalofríos y temblores simultáneos, y no podría haber resistido aunque lo hubiese querido.

Filonia frunció el entrecejo un momento, pero después sonrió a la joven.

—Ambas podemos enseñarle los pasos —dijo, mientras se acercaba al lugar en que bailaban.

—Puedo mostrarte… —empezó a decir Doraldi a Ayla, en el momento mismo en que Laduni decía—: De buena gana… —Se sonrieron el uno al otro, tratando cada uno de ofrecer al otro la oportunidad de hablar.

La sonrisa de Ayla los abarcó a los dos.

—Quizá ambos podríais enseñarme los pasos.

Doraldi inclinó la cabeza para expresar su aprobación y Laduni le dedicó una sonrisa complacida; cada uno de los dos hombres tomó una mano de Ayla y la condujo al lugar en el que ya estaban reuniéndose los que deseaban bailar. Mientras se disponían en círculos, enseñaron a los visitantes algunos pasos esenciales; después todos se cogieron de la mano y sonó una flauta. Ayla se sobresaltó al oír el sonido. No había oído sonar una flauta desde que Manen había tocado ese instrumento en la Reunión de Verano de los mamutoi. ¿Había pasado menos de un año desde que ella se había alejado de la asamblea? Parecía mucho más tiempo y jamás volvería a verlos.

Parpadeó porque se le llenaron los ojos de lágrimas ante el pensamiento, mas como había comenzado la danza, no tuvo mucho tiempo para demorarse en dolorosas nostalgias. Al principio era fácil seguir el ritmo, pero a medida que avanzó la noche, se fue acelerando y haciendo más complejo. Ayla era sin duda el centro de atención. Todos los hombres la creían irresistible. Se agrupaban alrededor de ella, rivalizando por atraer su atención, lanzando indirectas y formulando incluso invitaciones lisas y llanas, mal disimuladas bajo la forma de bromas. Jondalar coqueteó amablemente con Madenia y de modo más evidente con Filonia, pero tomando nota de cuántos hombres rodeaban a Ayla.

La danza llegó a hacerse cada vez más complicada, con pasos intrincados y cambios de lugar, y Ayla danzó con todos. Se rió de sus bromas y de los comentarios lascivos, y la gente se apartaba para volver a llenar las copas, o las parejas se retiraban a rincones discretos. Laduni saltó al centro y ofreció una enérgica actuación solista. Hacia el final del número se le unió su compañera.

Ayla estaba sedienta y varias personas la acompañaron cuando fue a buscar otra copa. Advirtió que Doraldi caminaba a su lado.

—Yo también quisiera un poco de bebida —dijo Madenia.

—Lo siento —contestó Losaduna, poniendo la mano sobre la copa de Madenia—. Querida, todavía no has tenido tus ritos de los Primeros Placeres. Tendrás que tomar otra bebida.

Madenia frunció el ceño y comenzó a protestar; después fue a buscar una taza de la inocua bebida que ella había estado consumiendo.

Losaduna no deseaba concederle ninguno de los privilegios de la feminidad mientras no pasara por la ceremonia que se la confería; por otra parte, estaba haciendo todo lo posible para inducirla a aceptar el importante rito. Al mismo tiempo, explicaba a todos que, a pesar de su terrible experiencia, se encontraba purificada, devuelta a su estado anterior y que, por tanto, debía someterse a las mismas restricciones y ser tratada con el mismo cuidado y la misma atención especiales que se dispensaban a otra joven cualquiera que se encontrase a un paso de la condición de mujer. Losaduna creía que era el único modo en que podría recobrarse totalmente del criminal ataque y la violación múltiple que había sufrido.

Ayla y Doraldi fueron los últimos que continuaron bebiendo, y como todos los demás desaparecían en una dirección o en otra, ahora quedaron solos. Doraldi se volvió hacia ella.

—Ayla, eres una mujer muy hermosa —dijo.

Cuando estaba creciendo, siempre había sido la mujer alta y fea, y siempre que Jondalar le había dicho que era hermosa, Ayla pensaba que procedía así porque la amaba. No se creía hermosa y el comentario de Doraldi la sorprendió.

—No —dijo riendo—. ¡No soy hermosa!

La observación de Ayla desconcertó a Doraldi. No era lo que él había esperado oír.

—Pero…, pero sí, lo eres —le dijo.

Doraldi había estado tratando de interesarla toda la velada, y aunque la conversación de Ayla era cordial y cálida y parecía evidente que le agrada la danza y se movía con una sensualidad natural que alentaba los esfuerzos del hombre, éste no había podido encender la chispa que le permitiría llegar más lejos. Sabía que no era un hombre sin atractivos, y esa noche era el Festival de la Madre, pero, al parecer, no llegaba el momento en que pudiera manifestar sus deseos. Finalmente, decidió lanzar un ataque más directo.

—Ayla —dijo, deslizando el brazo alrededor de la cintura de la joven. Sintió que ella tensaba el cuerpo un momento, pero Doraldi persistió y se inclinó para rozarle la oreja—. Sí, eres una mujer hermosa —murmuró.

Ayla se volvió para mirarle, pero, en lugar de inclinarse hacia él en una actitud aquiescente, se echó hacia atrás. Doraldi le rodeó la cintura con el otro brazo, para acercarla. Ella trató de apartarse y apoyó las manos en los hombros de Doraldi y le miró a los ojos.

Ayla no había comprendido cabalmente el significado del Festival de la Madre. Había creído que era sólo una reunión cálida y cordial, a pesar de que se había hablado de «honrar» a la Madre, y ella sabía lo que eso significaba generalmente. Cuando vio que algunas parejas, y a veces tres o más personas, se retiraban a los lugares más oscuros, alrededor de los tabiques de cuero, comenzó a comprender mejor, pero sólo cuando miró a Doraldi y percibió su deseo, supo finalmente lo que le esperaba.

Él la atrajo y se inclinó hacia delante para besarla. Ayla experimentó cierta calidez hacia él y reaccionó con cierto sentimiento. La mano de Doraldi buscó el seno de Ayla y después trató de deslizarla bajo la túnica. Él era atractivo, la sensación no era desagradable y Ayla se sentía relajada y dispuesta a mostrarse complaciente; pero necesitaba tiempo para pensar. Era difícil resistir y su mente no pensaba con claridad; de pronto, oyó sonidos rítmicos.

—Volvamos con los bailarines —dijo Ayla.

—¿Por qué? De todos modos, ya no son muchos los que bailan.

—Deseo ejecutar una danza mamutoi —dijo Ayla. Doraldi aceptó. Ella había respondido y él podía esperar un poco más.

Cuando llegaron al centro del lugar, Ayla vio que Jondalar estaba allí. Bailaba con Madenia, sosteniéndole las manos y enseñándole un paso que había aprendido con los sharamudoi. Filonia, Losaduna, Solandia y unos pocos más batían palmas cerca de los bailarines. El flautista y el que marcaba los ritmos habían encontrado compañeras.

Ayla y Doraldi se unieron a los que batían palmas. Ella vio la mirada de Jondalar y pasó de batir palmas a golpearse los muslos, estilo mamutoi. Madenia se paró a mirar y después retrocedió, mientras Jondalar se unía a Ayla en un complicado ritmo de batir los muslos. Pronto comenzaron a moverse juntos, a separarse y a girar uno alrededor del otro, mirando al compañero por encima del hombro. Cuando estuvieron cara a cara, extendieron las manos para unirlas. En el momento en que percibió su mirada, Ayla vio únicamente a Jondalar. La calidez y la cordialidad generalizados que había sentido por Doraldi se perdieron en su abrumadora respuesta al deseo, la necesidad y el amor que se manifestaban en los ojos muy azules que en ese momento la contemplaban.

La correspondencia entre ellos era evidente para todos. Losaduna los observó atentamente un momento y después esbozó un gesto imperceptible de asentimiento. Era evidente que la Madre estaba manifestando Sus deseos. Doraldi se encogió de hombros y después sonrió a Filonia. Madenia abrió unos ojos muy grandes. Sabía que estaba viendo algo extraño y muy hermoso.

Cuando Ayla y Jondalar terminaron de bailar, estaban abrazados, indiferentes a todos los que se encontraban alrededor. Solandia empezó a aplaudir y pronto todos los que aún permanecían allí se unieron al aplauso. El sonido llegó finalmente a los dos viajeros. Se separaron, sintiéndose un tanto avergonzados.

—Creo que todavía quedan una copa o dos —dijo Solandia—. ¿Terminamos la bebida?

—¡Es una buena idea! —asintió Jondalar, con el brazo alrededor de Ayla. Ahora no quería dejarla escapar.

Doraldi tomó el ancho cuenco de madera para servir el resto de la bebida especial y miró a Filonia. Pensó que, en realidad, era muy afortunado: «Ella es una mujer hermosa y ha traído dos hijos a mi hogar. Sólo porque era el Festival de la Madre no significaba que tuviera que honrarla con una mujer que no era mi compañera».

Jondalar concluyó la bebida de un trago, levantó su copa y de pronto alzó en brazos a Ayla y la llevó al lecho de ambos. Ayla se sentía extrañamente aturdida, desbordante de alegría, casi como si hubiese evitado un destino ingrato, pero su alegría era mínima comparada con la de Jondalar. Él la había observado la noche entera, había visto cómo todos los hombres la deseaban y había intentado ofrecerle todas las oportunidades, según el consejo de Losaduna; estaba seguro de que ella habría terminado eligiendo a otro.

El propio Jondalar podría haber ido con otras muchas veces, pero no deseaba retirarse hasta que tuviese la certeza de que ella había salido. Por eso había permanecido con Madenia, consciente de que ella no estaba aún a disposición de los hombres. Le complacía atenderla, ver que se tranquilizaba cuando estaba cerca de él, apreciar los comienzos de la mujer que Madenia sería. Aunque no hubiese criticado a Filonia si se hubiese ido con otro, y, en efecto, tuvo muchas oportunidades, se alegraba de que permaneciera a su lado. Habría detestado sentirse solo si Ayla elegía a otro hombre. Hablaban de muchas cosas. Thonolan y sus viajes con Jondalar, los hijos que ella tenía, y especialmente Thonolia, y Doraldi, y cuánto le amaba ella, pero Jondalar no podía decidirse a hablar mucho de Ayla.

Después, al final, cuando Ayla se le acercó, Jondalar apenas podía creerlo. La depositó cuidadosamente sobre la plataforma para dormir, la miró y vio el amor que se expresaba en los ojos de la joven; sintió una sensación dolorosa en la garganta, mientras contenía las lágrimas. Había hecho todo lo que Losaduna le había indicado, le había ofrecido todas las oportunidades e incluso había tratado de alentarla; pero al fin, Ayla acudió a él. Se preguntó si ése era un signo de la Madre que le indicaba que si Ayla quedaba embarazada, sería un hijo del espíritu de Jondalar.

Cambió la posición de los tabiques móviles que les separaban del resto, y cuando ella comenzó a incorporarse y a despojarse de las ropas, él la ayudó suavemente a acostarse otra vez.

—Esta noche es mía —dijo—. Yo quiero hacerlo todo.

Ella se recostó y asintió con una leve sonrisa, experimentando un sentimiento de expectativa. Jondalar pasó al otro lado de los tabiques, trajo un palito ardiendo, encendió una lamparita y la depositó en un nicho. No proyectaba mucha luz, sólo la suficiente para apenas ver. Jondalar comenzó a desnudarse y después se detuvo.

—¿Crees que podríamos encontrar el camino que lleva a la fuente de agua caliente utilizando esto? —preguntó, señalando la lámpara.

—Dicen que agota a un hombre, que ablanda su virilidad —dijo Ayla.

—Créeme, eso no sucederá esta noche —rebatió Jondalar, con una sonrisa.

—En ese caso, creo que podría ser divertido —dijo Ayla.

Se pusieron las chaquetas, recogieron la lámpara y salieron deprisa. Losaduna se preguntó si su intención sería aliviar una necesidad, pero después reflexionó un momento y sonrió. Las fuentes de agua caliente jamás le habían aplacado mucho tiempo. Sólo le proporcionaban a veces un pequeño suplemento de control. Pero Losaduna no fue el único que les vio salir.

Nunca se excluía a los niños de los Festivales de la Madre. Aprendían las habilidades y las actividades que debían conocer cuando fueran adultos observando a los adultos. Cuando organizaban juegos, a menudo imitaban a los mayores, y antes de que fuesen realmente capaces de realizar actos sexuales serios los varones se arrojaban sobre las niñas imitando a los padres y las niñas fingían que daban a luz muñecas, y en eso imitaban a sus madres. Poco después que adquirían la capacidad necesaria, entraban en la edad adulta con ritos que no sólo les conferían la categoría, sino también las responsabilidades del adulto, aunque no siempre elegían pareja estable durante los años siguientes.

Los niños nacían a su debido tiempo, cuando la Madre decidía bendecir a una mujer, pero, por extraño que pudiera parecer, rara vez eran hijos de mujeres muy jóvenes. Se acogía con satisfacción a todos los niños, y la familia grande y los amigos íntimos que formaban una caverna los acogían de buen grado, los cuidaban y criaban.

Madenia había presenciado los Festivales de la Madre desde cuando podía recordar, pero esta vez el asunto tenía un significado distinto. Había observado a varias parejas —al parecer, eso no lastimaba a nadie, por lo menos no como a ella la habían herido, a pesar de que algunas mujeres elegían a varios hombres—, pero a ella le interesaban sobre todo Ayla y Jondalar. Apenas los dos viajeros salieron de la caverna, Madenia se puso la chaqueta y les siguió.

Ayla y Jondalar llegaron a la tienda de paredes dobles, entraron en el segundo recinto y sintieron complacidos el efecto del vapor tibio. Permanecieron de pie dentro, mirando alrededor, y después depositaron la lámpara sobre el altar de tierra que se elevaba a cierta altura. Se quitaron las chaquetas y se sentaron sobre los colchones de lana afelpada que cubrían el suelo.

Jondalar comenzó por quitarle las botas a Ayla; después se quitó las suyas. Besó a la joven prolongada y afectuosamente, mientras desataba los lazos de su túnica y de su prenda interior y las pasaba por encima de la cabeza de la mujer; después se inclinó para besarle los pezones. Desató también los calzones revestidos de piel y la prenda interior parecida a una braga y las retiró, deteniéndose para acariciar el montículo cubierto de suave vello —no se habían molestado en ponerse los calzones externos, con la piel hacia fuera—. Después se desnudó él mismo y abrazó a Ayla, deleitándose al sentir la piel femenina junto a la suya; y en ese mismo instante la deseó.

La condujo al estanque de cuyas aguas se desprendía vapor. Se sumergieron una vez y después pasaron al sector donde debían lavarse. Jondalar extrajo del cuenco un puñado de suave jabón y comenzó a frotarlo sobre la espalda de Ayla y sus dos redondeces iguales, evitando por el momento los lugares sugestivamente tibios y húmedos. El contacto era suave y resbaladizo, y a él le encantaba el roce con la piel femenina. Ayla cerró los ojos, sintió que las manos de Jondalar la acariciaban del modo en que, como él sabía muy bien, más le gustaba, y ella se entregó a ese contacto maravillosamente dulce y experimentó las sensaciones más intensas.

Jondalar cogió otro puñado de jabón y lo deslizó sobre las piernas de Ayla, que fue levantando cada pie y sintiendo un leve espasmo cuando él le hacía cosquillas en la planta. Después la obligó a volverse y la miró de frente, pero no se apresuró a besarla, explorando lenta y suavemente los labios y la lengua, sintiendo su reacción. Su propia reacción ya se estaba manifestando y su virilidad parecía moverse por propia voluntad, mientras pugnaba por entrar en contacto con la mujer.

Con otra pequeña porción de jabón comenzó bajo los brazos de Ayla, acariciándola con la espuma deliciosa y resbaladiza hasta llegar a los pechos llenos y firmes y sintiendo que los pezones se endurecían bajo sus palmas. Un estremecimiento casi fulgurante recorrió el cuerpo de Ayla cuando él le tocó los pezones extrañamente sensibles hasta llegar a ese lugar profundo de Ayla que esperaba a Jondalar. Cuando descendió por el estómago y los muslos, ella gimió expectante. Con las manos todavía jabonosas, él le acarició los pliegues, encontró el lugar femenino de los placeres y lo frotó ligeramente. Después cogió el cuenco de enjuagar, lo llenó con agua del estanque caliente y comenzó a verter el líquido sobre ella. Derramó otros cuencos sobre Ayla antes de llevarla de nuevo al agua caliente.

Se sentaron en los asientos de piedra, muy cerca el uno del otro, presionando la piel tibia contra la piel tibia y sumergiéndose hasta que sólo sus cabezas quedaron fuera de la superficie del agua. Después, cogiéndola de la mano, Jondalar condujo a Ayla de nuevo fuera del agua. La acostó sobre las esteras blandas y se limitó a mirarla un momento, reluciente y húmeda, y esperándole.

Ayla vio sorprendida que, primero, le abría los muslos y pasaba su lengua sobre toda la extensión de los pliegues. No percibió el gusto de la sal; y el sabor especial de Ayla había desaparecido; era una experiencia nueva, gustarla sin saborearla, pero mientras gozaba con la novedad del caso, oyó que ella comenzaba a gemir y a proferir exclamaciones. Parecía como si hubiera llegado de repente, pero Ayla comprendió que estaba demasiado a punto. Sintió que su propia excitación se acentuaba y alcanzaba una cima; después los espasmos de placer la recorrieron una y otra vez y, de pronto, él percibió el sabor de Ayla.

Ella extendió las manos hacia Jondalar y, cuando él la montó y penetró, la joven le guió hacia su propio interior. Ayla elevó las caderas en el momento mismo en que él presionaba y ambos suspiraron con profunda satisfacción. Cuando él se retiró, Ayla sintió el deseo doloroso de recuperarlo. Jondalar sintió que la caricia plena y tibia aprisionaba por completo su miembro y casi alcanzó una incontenible explosión. Cuando retrocedió de nuevo, comprendió que él mismo estaba a punto, y en ese momento un gemido agudo escapó de sus labios. Ayla se elevó hacia él; Jondalar culminó en el momento en que el impulso explosivo se manifestó y llenó el pozo profundo de Ayla y se mezcló con su propia y tibia humedad. En ese instante, él manifestó en un grito la plenitud de su goce.

Descansó sobre ella un momento, porque sabía que a Ayla le encantaba en esas circunstancias sentir el peso del cuerpo masculino. Cuando, al fin, rodó de costado, la miró, vio su sonrisa lánguida y tuvo que besarla. Las lenguas de ambos exploraron, suave y dulcemente, sin apremio, y ella comenzó a sentir de nuevo un atisbo de excitación. Jondalar advirtió esa respuesta más intensa y reaccionó del mismo modo. Esta vez sin la misma urgencia de antes, le besó la boca, después cada uno de los ojos, y encontró sus orejas y los lugares más tiernos y sensibles de su cuello. Descendió y encontró el pezón. Sin prisa, sorbió y mordisqueó uno, mientras acariciaba y pellizcaba el otro; después invirtió el orden hasta que Ayla presionó sobre él, deseando más y más a medida que la sensación se intensificaba.

Y la de Jondalar también. Su virilidad agotada comenzaba a hincharse otra vez y, cuando ella la sintió, se sentó bruscamente y se inclinó para recibirla en su boca y ayudarla a crecer. Él se recostó para gozar de las sensaciones que ella le provocaba en todo el cuerpo, mientras Ayla recibía todo lo que podía del miembro, sorbiéndolo con fuerza, soltándolo y dejándolo que se deslizara. Ayla encontró el reborde duro que estaba debajo y lo frotó rápidamente con la lengua; después, retrayendo un poco el prepucio, rodeó la cabeza suave, cada vez más rápidamente, con su lengua. Él gimió cuando las oleadas de fuego le recorrieron el cuerpo; después la obligó a girar hasta que quedó a horcajadas; Jondalar alzó un poco la cabeza para saborear el pétalo caliente de la flor de Ayla.

Casi en el mismo momento, ambos sintieron que se elevaban más y más y, cuando él la saboreó de nuevo, se retiró un poco, la obligó a girar de modo que quedó de rodillas, dirigió su propia penetración y sintió de nuevo el pozo íntegro y profundo. Ella retrocedía con cada golpe, balanceándose, moviéndose, hundiendo la virilidad y retirándola, sintiendo cada avance y cada retirada y, después, cuando todo se repitió, primero ella y en el golpe siguiente él, sintieron el impulso maravilloso del gran Don de los Placeres de la Madre.

Ambos se derrumbaron, exhaustos, grata, maravillosa y lánguidamente exhaustos. Durante un momento sintieron una corriente de aire, pero no se movieron; incluso se quedaron adormecidos. Cuando despertaron, se incorporaron y se lavaron de nuevo; después se sumergieron en el agua caliente. Para su sorpresa, cuando salieron encontraron mantas de cuero suave, limpio, seco y aterciopelado para secarse; estaban junto a la entrada.

Madenia retornó a la caverna, experimentando sentimientos que nunca había conocido. La había impresionado la pasión intensa pero controlada, la afectuosa ternura de Jondalar y la entusiasta respuesta de Ayla y su inclinación sin reservas a entregarse a Jondalar, a confiar completamente en él. La experiencia de ambos en nada se parecía a la que ella había soportado. Los placeres de los dos habían sido intensos y físicos, pero no brutales; no se trataba de arrebatar a uno para satisfacer la lascivia del otro; sino de dar y compartir para complacerse y gratificarse mutuamente. Ayla le había dicho la verdad; los placeres de la Madre podían ser una cosa sugestiva y sensual, una alegre y placentera celebración del amor mutuo.

Y aunque no sabía muy bien qué hacer al respecto, estaba excitada física y emocionalmente. Tenía los ojos llenos de lágrimas. En ese momento, deseaba a Jondalar. Deseaba que él pudiera ser el hombre con quien compartiría los ritos de feminidad, si bien sabía que eso no era posible. En ese momento llegó a la conclusión de que si podía tener a alguien como él, aceptaría pasar por la ceremonia y afrontar sus ritos de los Primeros Placeres en la siguiente Reunión de Verano.

Nadie se sentía demasiado animado a la mañana siguiente. Ayla preparó la bebida «para la mañana siguiente» que había ideado para las jaquecas que sobrevenían después de las celebraciones del Campamento del León, aunque sólo disponía de ingredientes para la gente del hogar ceremonial. Examinó con cuidado su reserva de infusión anticonceptiva que tomaba todas las mañanas y decidió que debía durarle hasta la nueva estación, hasta el momento en que podría recoger más elementos. Afortunadamente, no era necesario emplear mucho.

Antes del mediodía, Madenia fue a ver a los visitantes. Sonrió tímidamente a Jondalar y anunció que había decidido tener sus Primeros Ritos.

—Maravilloso, Madenia. No lo lamentarás —dijo el hombre de elevada estatura, apuesto y maravillosamente gentil. Ella le miró con una expresión de tanta adoración que él se inclinó y la besó en la mejilla, después se apoyó en el cuello de la joven y respiró en su oído. Jondalar volvió a enderezarse y le sonrió; ella sintió que se perdía en aquellos extraordinarios ojos azules. El corazón le latía tan deprisa que apenas podía respirar. En ese momento, el principal deseo de Madenia era que Jondalar fuese el elegido para el rito de los Primeros Placeres que le esperaban. Después se sintió perturbada y temerosa, porque seguramente él adivinaba lo que ella estaba pensando. De pronto, huyó del sector ocupado por el hogar.

—Lástima que no vivamos más cerca de los losadunai —dijo Jondalar, mirando a la joven que se alejaba—. Me gustaría ayudar a esa joven, pero estoy seguro de que ya encontrarán a alguien.

—Sí, estoy segura de que lo encontrarán, pero ojalá no esté alimentando esperanzas demasiado vivas. Le he dicho que algún día ella podría encontrar a alguien como tú, Jondalar, que ya había sufrido bastante y se lo merecía. Así lo espero por su bien —dijo Ayla—, pero no hay muchos como tú.

—Todas las jóvenes tienen esperanzas y aspiraciones elevadas —dijo Jondalar—, pero antes de la primera vez todo es imaginación.

—Pero ella tiene algo en que basar su imaginación.

—Por supuesto, todas saben más o menos lo que pueden esperar. No se trata de que nunca haya estado cerca de los hombres y las mujeres —replicó él.

—Jondalar, es algo más que eso. ¿Quién crees que nos dejó anoche aquellas mantas secas?

—Pensé que era Losaduna o quizá Solandia.

—Fueron a acostarse antes que nosotros; tenían que ofrecer sus propias honras. Se lo he preguntado. Ni siquiera sabían que habíamos ido a las aguas sagradas. —Aunque Losaduna pareció particularmente complacido por ello.

—Si no fueron ellos, ¿entonces quién…, Madenia?

—Estoy casi segura de que fue ella.

Jondalar frunció el entrecejo, tratando de concentrarse.

—Hemos estado viajando solos y juntos tanto tiempo que… Nunca lo he dicho antes, pero… me siento un poco…, no sé…, creo que renuente a mostrarme tan impetuoso, tan libre cuando estamos con gente. Anoche creí que estábamos solos. Si hubiera sabido que ella estaba allí, tal vez no me habría mostrado tan… desenfrenado —dijo.

Ayla sonrió.

—Lo sé —dijo. A medida que pasaba el tiempo, ella comprendía cada vez mejor que a él no le agradaba revelar la faceta profundamente sensible de su carácter, y la complacía que se manifestara ante ella tan espontáneo, en palabras y en actos—. Me alegro de que no supieras que ella estaba allí, tanto por mí como por ella.

—¿Por qué por ella? —preguntó Jondalar.

—Creo que eso es lo que la convenció de que debía aceptar la ceremonia de la feminidad. Ella ha estado rodeada de hombres y mujeres que compartían los placeres con tanta frecuencia que ya no pensaba en ese asunto hasta que esos hombres la forzaron. Después, ya no pudo pensar más que en el dolor y el horror de que la usaran como una cosa, sin consideración para su condición de mujer. Es difícil explicarlo, Jondalar. Una experiencia de esa clase consigue que te sientas… terrible.

—Estoy seguro de que así es, creo que el asunto tuvo otras consecuencias —dijo el hombre—. Después de que una joven pasó por su primer período lunar, pero antes de realizar sus Primeros Ritos, es más vulnerable… y más deseable. Todos los hombres se sienten atraídos por ella, quizá porque no se permite tocarla. En otra ocasión cualquiera, una mujer está en libertad de elegir a un hombre o de rechazarlos a todos, pero en ese momento es peligroso para ella.

—Del mismo modo que se suponía que Latie ni siquiera debía mirar a sus hermanos —dijo Ayla—. Mamut lo explicó.

—Quizá no sea exactamente la misma situación —dijo Jondalar—. En este estado, corresponde a la niña-mujer mostrarse circunspecta, y eso no siempre es fácil. Es el centro de atención; todos los hombres la desean, sobre todo los más jóvenes, y a veces puede ser difícil resistir. La siguen, ensayando todos los recursos conocidos para conseguir que ceda ante ellos. Algunas muchachas ceden, sobre todo las que tuvieron que esperar mucho antes de la Reunión de Verano. Pero si ella permite que la abran sin los ritos apropiados, bien…, no merece buena opinión. Si la descubren, y a veces la Madre la bendice antes de que sea mujer, todos se enteran de que fue abierta… La gente puede ser cruel. Le echan la culpa y se burlan de ella.

—Pero ¿por qué han de culparla? Deberían culpar a los hombres que no la dejaron en paz —indicó Ayla, irritada ante la injusticia.

—La gente dice que si ella no puede moderarse, carece de las cualidades que son necesarias para asumir las responsabilidades de la Maternidad y el Liderazgo. Nunca se la elegirá para ocupar un lugar en el Consejo de Madres, o de Hermanas, o cualquiera sea el nombre con que la gente designa a ese grupo de la más elevada autoridad, y, por tanto, ella se rebaja y se convierte en una persona menos deseable como compañera. No se trata de que pierda la jerarquía de su madre o de su hogar, no pueden quitarle aquello con lo cual nace, pero sí de que jamás será elegida por un hombre de elevado rango, ni siquiera por alguien que puede alcanzar esa categoría. Creo que Madenia temía esto tanto o más que otras cosas —dijo Jondalar.

—No me extraña que Verdegia dijera que la habían aniquilado. —Ayla acentuó más el ceño, preocupada—. Jondalar, ¿su pueblo aceptará el rito purificador de Losaduna? Sabes que una vez que fue abierta, en realidad nunca puede retornar a lo que era.

—Creo que sí. No es que no diera muestras de moderación. La forzaron, y la gente está tan irritada contra Charoli como para cargarle a él la culpa. Tal vez algunos continúen adoptando una actitud reservada, pero también tendrá de su lado a muchos defensores.

Ayla guardó silencio un rato.

—La gente es complicada, ¿verdad? A veces me pregunto si nada es realmente lo que parece.

—Laduni, creo que las cosas andarán bien —dijo Jondalar—. ¡Sí, creo que todo saldrá bien! Vamos a repasar de nuevo este asunto. Utilizaremos el bote redondo para transportar pasto seco y un número suficiente de piedras de quemar con el fin de derretir el hielo y obtener agua, más algunas piedras suplementarias sobre las cuales encenderemos el fuego, así como el grueso cuero de mamut para depositar encima las piedras, que de esa forma no se hundirán en el hielo cuando se caliente. Podemos llevar alimento para nosotros y probablemente para Lobo en canastos cerrados y en los macutos que cargamos a la espalda.

—Será una carga pesada —dijo Laduni—, pero no tendréis que hervir el agua, lo que os permitirá ahorrar las piedras de quemar. Tendréis que derretir tan sólo lo necesario para dar de beber a los caballos y para beber vosotros y también el lobo. No necesitaréis calentar el agua, sólo asegurarse de que no está helada. Y tratad de beber lo suficiente; no intentéis ahorrar líquido. Si lleváis ropas abrigadas, descansáis lo suficiente y bebéis bastante agua, podréis resistir el frío.

—Creo que deberíais probar antes, para saber cuánto necesitaréis —dijo Laronia.

Ayla observó que la sugerencia provenía de la compañera de Laduni.

—Es una buena idea —admitió.

—Pero Laduni tiene razón, será una carga pesada —agregó Laronia.

—Tendremos que revisar nuestras cosas y dejar todo lo que podamos —afirmó Jondalar—. No necesitaremos mucho. Tan pronto crucemos, estaremos cerca del campamento de Dalanar.

Ya se habían limitado a lo más indispensable. «¿Cuánto más podían dejar allí?», pensó Ayla mientras se disolvía la reunión. Madenia se acercó a ella cuando retornaba al lugar en que dormía. La niña-mujer no sólo sentía un intenso afecto por Jondalar, sino que, hasta cierto punto, también tendía a idolatrar a Ayla, lo cual hacía que ésta se sintiera un tanto incómoda. Pero Madenia le agradaba y ahora preguntó a la jovencita si deseaba acompañarla mientras ordenaba sus cosas.

Mientras Ayla comenzaba a sacar y distribuir sus pertenencias, trató de recordar cuántas veces había hecho lo mismo durante este viaje. Sería difícil elegir. Todo tenía algún significado para ella, pero si querían cruzar ese formidable glaciar que tanto había inquietado a Jondalar desde el comienzo, y hacerlo con Whinney, Corredor y Lobo, tenía que eliminar todo lo posible. El primer paquete que abrió contenía el hermoso conjunto de suave cuero de gamuza que le había regalado Roshario. Lo cogió y después lo desplegó frente a ella.

—¡Aaah! ¡Qué hermoso! Los dibujos cosidos y el corte. Nunca he visto nada semejante —dijo Madenia, incapaz de resistir la tentación de extender la mano y tocarlo—. ¡Y qué suave! Nunca he tocado nada tan delicado.

—Me lo regaló una mujer de los sharamudoi, un pueblo que vive muy lejos de aquí, cerca de la desembocadura del Río de la Gran Madre, el lugar donde es realmente un gran río. Ni siquiera puedes imaginar cuán importante llega a ser el Río de la Madre. En realidad, los sharamudoi son dos pueblos. Los shamudoi viven en tierra y cazan la gamuza. ¿Conoces ese animal? —preguntó Ayla. Madenia meneó la cabeza—. Es un animal montañés, parecido a un íbice, pero más pequeño.

—Sí, conozco algo así, pero aquí le damos un nombre distinto —dijo Madenia.

—Los ramudoi constituyen el Pueblo del Río y cazan el gran esturión… Es un pez enorme. Ambos tienen un modo especial de curtir el cuero de la gamuza para obtener algo tan suave y flexible como esto.

Ayla cogió la túnica bordada y recordó a los sharamudoi a quienes había conocido. Parecía haber pasado mucho tiempo. Podría haber vivido con ellos; aún sentía lo mismo que entonces y sabía que jamás volvería a verlos. Se resistía a la idea de dejar allí el regalo de Roshario. Y entonces vio los ojos brillantes de Madenia, que admiraba la prenda, y tomó una decisión.

—Madenia, ¿te gustaría quedarte con ella?

Madenia apartó bruscamente las manos, como si hubiese tocado algo caliente.

—¡No puedo! A ti te lo regalaron.

—Tenemos que aligerar nuestra carga. Creo que Roshario se sentiría complacida si lo aceptaras, puesto que tanto te atrae. Está destinado a ser un conjunto matrimonial, pero yo ya tengo uno.

—¿Estás segura? —dijo Madenia.

Ayla vio que los ojos de la jovencita relucían, incrédulos ante la idea de poseer un conjunto tan bello y exótico.

—Sí, estoy segura. Puedes recibirlo como tu conjunto matrimonial, si lo consideras adecuado. Piensa que es un regalo que te hago porque deseo que me recuerdes.

—No necesito un regalo para recordarte —dijo Madenia con los ojos brillantes de lágrimas—. Jamás te olvidaré. Gracias a ti quizá un día yo tenga mi Ceremonia Matrimonial, y en esa ocasión usaré esta prenda.

No podía esperar el momento de mostrar el conjunto a su madre y a todos sus amigos y a las personas de la misma edad en la Reunión de Verano.

A Ayla la reconfortó su decisión de regalar el conjunto a Madenia.

—¿Te agradaría ver mi conjunto matrimonial?

—Oh, sí —dijo Madenia.

Ayla desenvolvió la túnica que Nezzie le había confeccionado cuando la joven proyectaba unirse con Ranec. El color era amarillo ocre, el mismo de los cabellos de la joven. En su interior podría verse la talla de un caballo, y dos trozos casi perfectamente armónicos de ámbar color miel. Madenia no podía creer que Ayla tuviese dos conjuntos de tan exótica belleza y, sin embargo, tan distintos uno del otro; pero temía decir demasiado, por miedo a que Ayla se sintiese obligada a regalarle también el segundo conjunto.

Ayla examinó la prenda, tratando de decidir qué haría con ella. Después meneó la cabeza. No, no podía separarse de ella, era su túnica matrimonial. La usaría cuando se uniese con Jondalar. En cierto modo, en aquel conjunto había una parte de Ranec. Levantó el caballito tallado en marfil de mamut y lo acarició distraídamente. También lo conservaría. Pensó en Ranec, y se preguntó cómo estaría. Nunca nadie la había amado más y ella jamás lo olvidaría. Podría haberse unido con él y haber sido feliz si no hubiese amado tanto a Jondalar.

Madenia había tratado de moderar su curiosidad, pero, finalmente, no pudo evitar la pregunta.

—¿Qué son esas piedras?

—Se las llama ámbar. Me las regaló la jefa del Campamento del León.

—¿Eso es una talla de tu caballo?

Ayla la miró sonriente.

—Sí, es una talla de Whinney. La realizó para mí un hombre de ojos alegres y la piel de color del pelaje de Corredor. Incluso Jondalar ha dicho que nunca conoció mejor tallista.

—¿Un hombre de piel oscura? —preguntó incrédula Madenia.

Ayla sonrió divertida. No podía criticar a Madenia que dudase.

—Sí, era un mamutoi y se llamaba Ranec. La primera vez que lo vi, no pude apartar los ojos de él. Me temo que me mostré muy descortés. Me dijeron que su madre era oscura como…, como un pedazo de esa piedra de quemar. Vivía muy al sur, después de un gran mar. Un mamutoi llamado Wymez realizó un gran viaje. Se unió con ella y en su hogar nació el hijo. Ella murió en el camino de regreso, de modo que él volvió solo con el niño. La hermana de ese hombre le crió.

Madenia tuvo un leve estremecimiento de excitación. Creía que al sur estaban únicamente las montañas, y que éstas se prolongaban indefinidamente. Ayla había viajado muy lejos y sabía mucho. Quizá un día ella haría un viaje, como Ayla, y conocería a un hombre de piel oscura que tallaría para ella un hermoso caballo y a personas que le regalarían bellas prendas; se encontraría con caballos que le permitirían montar y con un lobo que amaría a los niños y con un hombre como Jondalar que montaría en los caballos y la acompañaría en ese largo viaje. Madenia estaba absorta en su soñar despierta imaginando grandes aventuras.

Nunca había conocido a nadie como Ayla. Idolatraba a la bella mujer que tenía una vida tan sugestiva y abrigaba la esperanza de llegar a ser como ella. Ayla hablaba con un acento extraño, pero eso, a lo sumo, reforzaba su misterio; ¿acaso no había soportado también ella el ataque violento de un hombre cuando todavía era una niña? Ayla había superado el trance, pero comprendía los sentimientos de otra persona. En la calidez, el amor y la comprensión de la gente que la rodeaba, Madenia comenzaba a recuperarse del horror del incidente. Comenzó a imaginarse a sí misma, madura y sabia, explicando a otra joven, que había soportado una agresión similar, cómo había sido su experiencia y ayudándola a superar el trance.

Mientras Madenia soñaba despierta, vio cómo Ayla recogía un paquete bien envuelto. Lo sostuvo en la mano, pero no lo abrió; sabía exactamente qué había en su interior y no quería dejarlo allí.

—¿Qué es eso? —preguntó la joven, cuando Ayla lo apartó a un lado.

Ayla lo tomó de nuevo; tampoco ella lo había visto desde hacía algún tiempo. Miró alrededor para asegurarse de que Jondalar no estaba cerca y después desató los nudos. Dentro había una túnica blanquísima adornada con colas de armiño. Madenia miró con ojos grandes y redondos.

—¡Esto es blanco como la nieve! Nunca he visto un cuero teñido así de blanco —dijo.

—La fabricación de cuero blanco es un secreto del Hogar de la Cigüeña. Me enseñó a fabricarlo una anciana, que lo aprendió de su madre —explicó Ayla—. No tenía a quién transmitir ese saber, y por eso, cuando le pedí que me enseñara, aceptó.

—¿Tú has confeccionado eso? —preguntó Madenia.

—Sí, para Jondalar, pero él no lo sabe. Se lo regalaré cuando lleguemos a su hogar; espero que para nuestra Ceremonia Matrimonial —dijo Ayla.

Cuando lo levantó un poco más, de él cayó otro envoltorio. Madenia alcanzó a ver que era una túnica de hombre. Excepto las colas de armiño, no llevaba adornos, ni dibujos, ni diseños bordados, ni conchas, ni cuentas; la verdad era que no los necesitaba. Los adornos distraerían la atención. En su sencillez, la blancura absoluta del color era el principal motivo de asombro.

Ayla abrió el paquete más pequeño. Dentro estaba la extraña figura de una mujer con la cara tallada. Si la joven no hubiese acabado de ver una maravilla tras otra, podría haberse atemorizado; los dunai nunca tenían caras. Pero, por alguna razón, era justo que la representación de Ayla la tuviese.

—Jondalar hizo esto para mí —dijo Ayla—. Me dijo que su intención había sido apresar mi espíritu y que estaba destinada a mi ceremonia de la feminidad, la primera vez que él me enseñó el don del Placer de la Madre. No había nadie más que participara de aquello, pero no lo necesitábamos. Jondalar lo convirtió en una ceremonia. Después me entregó esto, diciéndome que lo conservase porque posee mucho poder, según él.

—Lo creo —dijo Madenia. No sentía deseo de tocarlo, pero no dudaba de que Ayla podía controlar el poder encerrado en la figura.

Ayla percibió la inquietud de Madenia y volvió a guardar la figura. La deslizó bajo la túnica blanca cuidadosamente plegada, y envolvió ésta en los finos cueros de conejo, cosidos unos con otros para protegerla, y después ató todo con las cuerdas.

Otro envoltorio guardaba algunos de los regalos que había recibido en su ceremonia de adopción, cuando la habían aceptado en el pueblo de los mamutoi. Debía conservarlos. Por supuesto, llevaría consigo su saquito de medicinas y también las piedras del fuego y los útiles para encenderlo, los instrumentos de costura, una muda de ropa interior, forros de fieltro para las botas, las mantas para dormir y las armas para cazar. Examinó sus cuencos y los implementos de cocina, y eliminó todo lo que no fuera absolutamente esencial. Tendría que esperar a que llegase Jondalar para decidir acerca de las tiendas, las cuerdas y otras cosas.

Cuando ella y Madenia se disponían a salir, Jondalar entró en el espacio destinado a vivienda. Él y varios hombres más acababan de regresar con una carga de carbón pardo y Jondalar venía para ordenar sus cosas. En ese momento entraron otras personas, incluso Solandia y sus hijos, con Lobo.

—Realmente he llegado a depender de este animal, y lo voy a echar de menos. No creo que queráis dejarlo aquí —dijo.

Ayla hizo una señal a Lobo. Pese a todo el amor que profesaba a los niños, el animal se acercó inmediatamente y se detuvo frente a Ayla, mirándola expectante.

—No, Solandia. Creo que no podría hacerlo.

—Me lo suponía, pero tenía que preguntar. ¿Sabes?, también a ti te echaré de menos —agregó.

—Y yo a ti. La parte más dura de este viaje ha sido hacer amigos y después separarse y saber que probablemente nunca volveré a verlos —dijo Ayla.

—Laduni —dijo Jondalar, que traía un trozo de marfil de mamut con extrañas marcas grabadas en su superficie—. Talut, el jefe del Campamento del León, trazó este mapa de la región que está en el lejano este y que representa la primera parte de nuestro viaje. Había abrigado la esperanza de conservarlo como un recuerdo de su persona. No es esencial, pero lamentaría perderlo. ¿Aceptarías guardarlo? Quién sabe, tal vez algún día tenga que volver a buscarlo.

—Sí, lo guardaré para ti —asintió Laduni, recibiendo el mapa sobre marfil y examinándolo—. Parece interesante. Podrías explicármelo antes de partir. Confío en que vuelvas, pero si no lo haces, quizá alguien que viaja en la misma dirección tenga sitio para él y yo pueda remitírtelo.

—Tal vez deje aquí algunas herramientas. Puedes conservarlas o no. Siempre siento tener que renunciar a un martillo al que estoy acostumbrado, pero no dudo de que podré reemplazarlo tan pronto lleguemos a los lanzadonii. Dalanar siempre tiene buenas provisiones cerca de su vivienda. Dejaré mis martillos de hueso y algunas hojas. Pero conservaré una azuela y un hacha para cortar hielo.

Después se acercaron al rincón en que dormían; Jondalar preguntó:

—Ayla, ¿qué llevas?

—Está todo aquí, sobre la plataforma de dormir.

Jondalar vio el paquete misterioso entre sus otras cosas.

—Lo que hay ahí seguramente es muy valioso —dijo.

—Yo lo llevaré —dijo ella.

Madenia sonrió astutamente, complacida porque conocía el secreto. Eso hacía que se sintiera muy especial.

—¿Y qué dices de esto? —preguntó Jondalar, señalando otro envoltorio.

—Son regalos del Campamento del León —respondió Ayla, y lo abrió para mostrar su contenido a Jondalar. Él examinó la hermosa punta de lanza que Wymez había regalado a Ayla y la cogió para mostrársela a Laduni.

—Mira esto.

Era una hoja grande, más larga que la mano de Jondalar y tan ancha como su palma, pero con un grosor menor que la punta de su dedo meñique y ahusada hasta convertirse en un filo muy delgado en los bordes.

—Está trabajado por las dos caras —dijo Laduni, volviéndola de un lado y de otro—. Pero ¿cómo consiguió afinarla tanto? Creía que trabajar los dos lados de una piedra era una técnica tosca empleada en las hachas sencillas y en otras herramientas parecidas; pero ésta no es tosca. Es la mejor demostración de habilidad que he visto nunca.

—La fabricó Wymez —dijo Jondalar—. Ya te he dicho que era bueno. Calienta el pedernal antes de trabajarlo. El calor modifica la calidad de la piedra, facilita el desprendimiento de escamas finas, y de ese modo se consigue un filo tan delgado. No veo el momento de enseñársela a Dalanar.

—Estoy seguro de que lo apreciará —agregó Laduni.

Jondalar devolvió el objeto a Ayla y ella lo envolvió de nuevo con mucho cuidado.

—Creo que llevaremos una sola tienda, más bien como un cortavientos —observó Jondalar.

—¿Y qué te parece un lienzo para cubrir el suelo? —dijo Ayla.

—Tenemos una carga tan pesada de rocas y piedras, que detesto llevar más de lo necesario.

—Un glaciar es hielo. Quizá nos venga bien algo que cubra el suelo.

—Pienso que tienes razón —admitió Jondalar.

—¿Y estas cuerdas?

—¿Crees realmente que las necesitamos?

—Sugiero que las llevéis —dijo Laduni—. Las cuerdas pueden ser muy útiles.

—Si lo piensas así, aceptaré tu consejo —dijo Jondalar.

Habían apartado y ordenado todo lo posible la noche anterior; pasaron la tarde despidiéndose de la gente a la que habían llegado a apreciar tanto en el breve tiempo de su estancia. Verdegia se las arregló para hablar con Ayla.

—Ayla, quiero darte las gracias.

—No es necesario dármelas. Somos nosotros quienes se las debemos dar a todos los que están aquí.

—Me refiero a lo que has hecho por Madenia. Para ser sincera, no sé muy bien lo que hiciste ni qué le dijiste, pero sé que tu intervención cambió las cosas. Antes de que vinieras, se ocultaba en un rincón oscuro y deseaba que le llegase la muerte. Ni siquiera aceptaba hablar conmigo y tampoco quería saber nada sobre el tema de convertirse en mujer. Yo temía que todo estuviese ya perdido. Ahora, casi ha vuelto a la situación anterior y ansía que llegue el momento de celebrar sus Primeros Ritos. Sólo ruega que no suceda nada que otra vez la lleve a cambiar de idea antes del verano.

—Creo que seguirá bien mientras la gente continúe apoyándola —dijo Ayla—. Como sabes, ésa ha sido la ayuda principal.

—De todos modos, deseo ver castigado a Charoli —dijo Verdegia.

—Supongo que todos lo desean. Ahora que la gente está dispuesta a buscarle, creo que recibirá su castigo. Madenia será vengada, tendrá sus Primeros Ritos y se convertirá en mujer. Verdegia, llegarás a tener nietos.

Por la mañana se levantaron temprano, dieron los últimos toques a sus cosas y volvieron a la caverna para tomar la última comida de la mañana con los losadunai. Allí estaban todos para despedirlos. Losaduna animó a Ayla a memorizar algunos versos más del antiguo saber, y casi se emocionó cuando ella le dio un abrazo de despedida. Después se fue rápidamente a conversar con Jondalar. Solandia no disimuló lo que sentía, y dijo a los dos viajeros que lamentaba verlos partir. Incluso Lobo parecía saber que no volvería a ver a los niños, y a éstos les sucedía lo mismo. Lamió la cara del más pequeño y, por primera vez, Micheri lloró.

Pero cuando salían de la caverna, Madenia sorprendió a Ayla y a Jondalar. Se había puesto el magnífico conjunto que Ayla le había regalado, se abrazó a ella e hizo un esfuerzo para no echarse a llorar. Jondalar le dijo que estaba muy hermosa, y lo afirmaba sinceramente. Las ropas le daban un aire de extraña belleza y de madurez, y sugerían la auténtica mujer que llegaría a ser algún día.

Mientras montaban en los caballos, ahora descansados y ansiosos de partir, volvieron los ojos hacia las personas que estaban alrededor de la entrada de la caverna; entre todas ellas, Madenia era la que más destacaba. Aún era joven, y mientras todos saludaban con la mano, las lágrimas descendían por sus mejillas.

—Jamás olvidaré a ninguno de los dos —gritó, y después entró corriendo en la caverna.

Mientras se alejaban cabalgando, de vuelta al Río de la Gran Madre, que era apenas más que un arroyo, Ayla pensó que nunca olvidaría a Madenia ni a su gente. Jondalar también sentía la despedida, pero sus pensamientos se centraban en las dificultades que aún debían afrontar. Sabía que aún faltaba la parte más difícil de su viaje.