Capítulo 15

Darvalo encabezó la marcha ladera abajo, a lo largo del sendero que atravesaba el paisaje boscoso abierto. Al pie de la pendiente desembocaron en otro sendero, giraron hacia la derecha e iniciaron un descenso más gradual. La nueva senda era el canal que aliviaba el exceso de agua durante el deshielo de primavera y en las estaciones más lluviosas; aunque ese arroyo ocasional estaba seco al término de un verano cálido, el fondo se hallaba sembrado de piedras, lo que dificultaba la marcha.

Si bien los caballos eran animales de la llanura, Whinney y Corredor avanzaban con paso seguro en terreno montañoso. Habían aprendido desde potrillos a recorrer el sendero estrecho y empinado que llevaba a la caverna de Ayla en el valle. No obstante, le preocupaba la posibilidad de que los caballos dieran un mal paso y se lastimaran; por eso se alegró cuando se adentraron por otro sendero que provenía de un lugar al pie de la montaña y continuaba su curso ascendente. La nueva senda parecía ser un camino habitualmente frecuentado, y en la mayor parte de su recorrido tenía anchura suficiente para permitir que dos personas caminasen una junto a otra, pero no dos caballos.

Después de sortear el flanco de una empinada pendiente y doblar hacia la derecha, llegaron a una pared de roca. Cuando alcanzaron un declive, Ayla experimentó la sensación de que estaba en un lugar conocido. Había visto acumulaciones análogas y perfilados restos rocosos en la base de altas paredes montañosas, en su niñez y en la adolescencia. Incluso había visto las flores anchas y blancas en forma de cuerno de una robusta planta de hojas irregulares. Los miembros del Hogar del Mamut a quienes ella había conocido llamaban manzana espinosa a la maloliente planta, a causa de su fruto verde cubierto de espinas: en todo caso, esa especie evocaba en ella recuerdos de su niñez. Era la datura. Creb e Iza la utilizaban, pero con propósitos distintos.

El lugar era conocido para Jondalar porque allí solía recoger grava de la floja acumulación de rocas erosionadas para cubrir los senderos y los hogares. Experimentó un sentimiento de expectativa, pues sabía que estaban cerca. Después de dejar atrás la pendiente rocosa y resbaladiza, la senda se había alisado con una alfombra de trozos de pequeñas piedras, y así el sendero circunvalaba la base de la alta muralla. Al frente alcanzaban a ver el cielo entre los árboles y los matorrales; Jondalar sabía que estaban acercándose al borde del risco.

—Ayla, creo que aquí deberíamos descargar las pértigas y los canastos de los caballos —dijo el hombre—. El sendero que rodea el borde de esta muralla no es tan ancho. Más tarde podremos regresar para recuperarlos.

Después de descargar todo, Ayla, que seguía al joven, caminó un breve trecho a lo largo de la pared, hacia el cielo abierto. Jondalar, que venía detrás para vigilar, sonrió cuando ella llegó al borde del risco y miró hacia abajo… y retrocedió deprisa. Apoyó la mano en la pared, porque había experimentado un poco de vértigo; después se adelantó y miró de nuevo. Abrió la boca, desconcertada.

Allá abajo, al pie del empinado risco, corría el mismo Río de la Gran Madre, cuyo curso ellos habían estado siguiendo; pero Ayla nunca lo había visto desde esa perspectiva. Había observado todas sus bifurcaciones recogidas en un solo cauce; pero siempre desde un nivel que no sobrepasaba en mucho la superficie del agua. El impulso que la inducía a mirar hacia abajo y contemplar el panorama desde esa altura era apremiante.

El río, que en ocasiones se extendía y avanzaba ahora sinuoso, era un solo curso que corría entre murallas de roca, que afloraban del agua y cuyos cimientos penetraban profundamente en la tierra. Al mismo tiempo que la corriente profunda arrastraba sedimentos que golpeaban la roca, la fuerza constreñida del Río de la Gran Madre se desplazaba con silencioso poder, ondulando con una aceitada fluidez de fuertes marejadas, que se plegaban y se montaban unas sobre otras. Aunque confluirían en él muchos más afluentes antes de que el grandioso río alcanzara toda su capacidad, a esa distancia del delta ya había alcanzado proporciones tan enormes que su estrechamiento apenas era perceptible, sobre todo cuando se contemplaba de una vez el caudal del agua en movimiento.

Con cierta frecuencia una aguja de piedra quebraba la superficie en medio de la corriente, provocando remolinos espumosos en las aguas, y mientras ella observaba, un tronco, que encontraba bloqueado su camino, golpeó y saltó alrededor de una de estas agujas. Apenas visible había, justamente allí abajo, cerca del risco, una construcción de madera. Cuando al fin miró hacia arriba, Ayla exploró con los ojos las montañas del lado opuesto. Aunque todavía aparecían redondeadas, eran más altas y empinadas que en el curso inferior del río, y casi alcanzaban la altura de los picos más elevados que había del lado de Ayla. Separadas sólo por el ancho río, las dos cadenas otrora habían estado unidas, hasta que la acción del tiempo y la corriente abrieron un camino entre ellas.

Darvalo esperaba paciente que Ayla recuperase su inicial visión de la teatral entrada en el hogar de su pueblo. Él había vivido allí toda su vida y en su caso se trataba de un espectáculo conocido, pero ya había observado en otras ocasiones las reacciones de los forasteros. Experimentaba un sentimiento de orgullo cuando la gente se sentía tan abrumada, y entonces miraba con más atención y veía el panorama con los ojos de los otros. Cuando la mujer, al fin, se volvió hacia él, Darvalo sonrió; después la condujo, rodeando el borde de la montaña, por un sendero que había sido laboriosamente ensanchado a partir de la estrecha cornisa que era antes. El sendero permitía el paso de dos personas al mismo tiempo, si caminaban una junto a otra; tenía amplitud suficiente para permitir que una persona transportase madera, animales que habían sido cazados, y otros pertrechos con relativa facilidad; y también permitía el paso de los caballos.

Cuando Jondalar se aproximó al borde del risco, experimentó la conocida punzada en el vientre, debido a que ahora estaba mirando desde gran altura a través del espacio vacío; era la misma punzada que no había conseguido controlar del todo durante el tiempo que había vivido allí. No era tan grave que no pudiese controlarla, porque, en efecto, le impresionaba el panorama espectacular, así como el trabajo que había permitido devastar incluso un corto tramo de piedra sólida usando únicamente guijarros y pesadas hachas de piedra; pero eso no modificaba la sensación que experimentaba siempre. Incluso así, aquélla era mejor que la otra vía de acceso seguida generalmente.

Manteniendo cerca a Lobo y a Whinney un paso atrás, Ayla siguió al joven que estaba rodeando la pared. Del otro lado había una zona llana, con la forma aproximada de una U, de apreciables dimensiones. Antes, hacía muchísimo tiempo, cuando la enorme cuenca interior del oeste era un mar y comenzaba a vaciarse a través de la grieta abierta en la cadena montañosa, el nivel del agua era mucho más elevado y se había formado una especie de bahía resguardada. Ahora constituía un espacio igualmente resguardado, a gran altura sobre el cauce del río.

Por delante el terreno estaba cubierto de hierba verde, que crecía casi hasta el borde del abismo. Más o menos a medio camino, el espacio estaba ocupado por unos arbustos, que crecían cerca de las altas paredes laterales y se convertían en arbolillos que continuaban trepando por la empinada pendiente del fondo. Jondalar sabía que era posible trepar por la pared posterior, aunque pocas personas lo hacían. Era una salida incómoda y complicada, y rara vez se la usaba. En el lado más próximo, en la esquina redondeada del fondo, había un saliente de piedra arenisca con suficiente amplitud como para dar cobijo a varias viviendas de madera, que formaban un núcleo de viviendas cómodas y protegidas.

Enfrente, en el rincón más alejado, cubierto de musgo, estaba el tesoro más preciado del lugar. Una fuente de agua pura que se derramaba sobre las piedras, salpicaba los salientes y desbordaba un pequeño afloramiento de piedra caliza, para formar debajo una cascada larga y estrecha que terminaba en un estanque. Corría a lo largo de la pared opuesta hasta el borde del risco y descendía por las rugosidades rocosas hasta el río.

Varias personas habían interrumpido lo que estaban haciendo cuando apareció el grupo, y sobre todo el lobo y el caballo, que habían comenzado a rodear la pared. Cuando se acercó Jondalar, vislumbró asombro y temor en todas las caras.

—¡Darvo! ¿Qué traes ahí? —gritó una voz.

—¡Hola! —dijo Jondalar, saludando a la gente en su propia lengua. Después, al ver a Dolando, entregó a Ayla la cuerda de Corredor, y pasando un brazo sobre el hombro de Darvalo, caminó hacia el jefe de la caverna.

—¡Dolando! ¡Soy yo, Jondalar! —dijo, mientras se acercaba.

—¡Jondalar! ¿Eres realmente tú? —dijo Dolando, que identificó al hombre, pero todavía dubitativo—. ¿De dónde vienes?

—Del este. Pasé el invierno con los mamutoi.

—¿Quién es ésa? —preguntó Dolando.

Jondalar comprendió que el hombre seguramente estaba muy turbado, pues había descuidado las formas usuales de la cortesía.

—Se llama Ayla, Ayla de los mamutoi. Los animales viajan con nosotros. La obedecen, o me obedecen, y ninguno hará daño a nadie —dijo Jondalar.

—¿Incluso el lobo? —preguntó Dolando.

—Yo he tocado la cabeza del lobo y acariciado su pelo —confirmó Darvalo—. Ni siquiera intentó morderme.

Dolando miró al muchacho.

—¿Lo has tocado?

—Sí. Ella dice que solamente es necesario llegar a conocerlos.

—Darvo tiene razón. Yo jamás habría venido con alguien o algo que os pudiera perjudicar. Ve y conoce a Ayla y a los animales y lo comprobarás.

Jondalar llevó al hombre al centro del campo. Otros les siguieron. Los caballos habían comenzado a pastar, pero interrumpieron lo que estaban haciendo cuando se aproximó el grupo. Whinney se acercó más a la mujer y permaneció al lado de Corredor, cuya cuerda continuaba en manos de Ayla. La otra mano de la joven reposaba sobre la cabeza de Lobo. El enorme lobo del norte estaba de pie al lado de Ayla, en una actitud defensiva, pero francamente no amenazadora.

—¿Cómo consigue que los caballos no teman al lobo? —preguntó Dolando.

—Saben que no tienen nada que temer de él. Lo conocen desde que era un cachorrito —explicó Jondalar.

—¿Por qué no huyen de nosotros? —preguntó el jefe, mientras se aproximaban.

—Siempre han estado entre personas. Yo vi cuando nació el caballo —replicó Jondalar—. Yo estaba gravemente herido y Ayla me salvó la vida.

De pronto, Dolando se detuvo y miró fijamente al hombre.

—¿Ella es una shamud? —preguntó.

—Es miembro del Hogar del Mamut.

Una joven de corta estatura, más bien regordeta, preguntó entonces:

—Si es Mamut, ¿dónde está su tatuaje?

—Tholie, nos fuimos antes de que hubiese terminado su instrucción —dijo Jondalar, y después sonrió a la joven. La joven mamutoi no había cambiado en absoluto. Era tan directa y franca como siempre.

Dolando cerró los ojos y meneó la cabeza.

—¡Qué lástima! —dijo, y su mirada trasuntaba desesperación—. Roshario se cayó y se hirió.

—Darvo me lo ha dicho. Y también que el shamud murió.

—Sí, el último invierno. Ojalá fuese una curadora competente. Enviamos un mensaje a otra caverna, pero su shamud había salido de viaje. Un mensajero fue a otra caverna, río arriba, pero están muy lejos, y me temo que ya es demasiado tarde para hacer algo.

—A ella no la educaron para ser curandera. Ayla sabe curar, Dolando. Es muy buena. Le enseñó… —de pronto, Jondalar recordó una de las pocas manías de Dolando—… la mujer que la crió. Es una larga historia. Pero créeme, es competente.

Habían llegado donde estaban Ayla y los animales; ella escuchaba atentamente a Jondalar mientras él hablaba. Había ciertas semejanzas entre la lengua que él estaba hablando y el mamutoi, pero apoyándose más bien en la observación entendía el significado de las palabras y sabía que él había estado tratando de convencer de algo al otro. Jondalar se volvió hacia ella.

—Ayla de los mamutoi, éste es Dolando, jefe de los sharamudoi, la mitad de los sharamudoi que vive en tierra —dijo Jondalar en mamutoi. Después pasó a la lengua de Dolando—. Dolando de los sharamudoi, ésta es Ayla, hija del Hogar del Mamut de los mamutoi.

Dolando vaciló un momento, los ojos fijos en los caballos y después en el lobo. Era un hermoso animal, que permanecía vigilante y silencioso al lado de la mujer de elevada estatura. El hombre estaba intrigado. Nunca había estado tan cerca de un lobo, sólo había tocado unas pocas pieles. No era frecuente que cazaran lobos, los había visto tan sólo desde lejos, mientras huían para protegerse. Lobo le miraba de un modo que indujo a Dolando a pensar que él a su vez estaba siendo evaluado; después, movió la cabeza para observar a los demás. Dolando pensó que, al parecer, el animal no representaba una amenaza, y posiblemente una mujer que sabía controlar a los animales era una hábil shamud, al margen de la educación que hubiese recibido. Extendió las dos manos, abiertas y con las palmas hacia arriba, a la mujer.

—En nombre de la Gran Madre, Mudo, te doy la bienvenida, Ayla de los mamutoi.

—En nombre de Mut, la Gran Madre Tierra, te lo agradezco, Dolando de los sharamudoi —dijo Ayla, cogiendo las dos manos del hombre.

Dolando pensó: «La mujer tiene un acento extraño. Habla mamutoi, pero es diferente. No tiene exactamente la misma entonación que Tholie. Quizá venga de una región distinta». Dolando conocía el mamutoi en la medida suficiente como para entenderlo. Había viajado hasta el fin del Gran Río varias veces en el curso de su vida para comerciar con ellos, y había colaborado a traer de regreso a Tholie, la mujer mamutoi. Había sido lo menos que él podía hacer por el jefe mamutoi: ayudar al hijo de su hogar a unirse con la mujer a la que él deseaba firmemente. Tholie se había encargado de que mucha gente conociese su lengua, y eso había sido útil para las posteriores expediciones comerciales.

Que Dolando aceptara a Ayla permitió que todos diesen la bienvenida a Jondalar y conociesen a la mujer que él había traído consigo. Tholie se adelantó un paso, y Jondalar le sonrió. Gracias a la unión concertada por el hermano de Jondalar, ahora ellos eran parientes y Jondalar simpatizaba con ella.

—¡Tholie! —dijo, con una ancha sonrisa, mientras tomaba con las suyas las dos manos de la mujer—. ¡No sabes cuán maravilloso es verte!

—También yo creo que es maravilloso verte. Y ciertamente has aprendido a hablar bien el mamutoi. Reconozco que a veces dudaba de que jamás dominases la lengua.

Ella se desprendió de sus manos y le dio un abrazo de bienvenida. Él se inclinó y, obedeciendo al impulso, porque se sentía tan feliz de estar allí, alzó a la mujer de baja estatura para abrazarla cómodamente. Un poco desconcertada, ella se sonrojó y pensó que ese hombre alto, apuesto y a veces taciturno había cambiado. No recordaba que fuese tan espontáneo y efusivo en sus afectos. Cuando la depositó de nuevo en el suelo, Tholie examinó al hombre y a la mujer que había traído, segura de que ella tenía algo que ver en el asunto.

—Ayla del Campamento del León de los mamutoi, ésta es Tholie de los sharamudoi, y antes de los mamutoi.

—En nombre de Mut o Mudo, comoquiera que la llaméis, te doy la bienvenida, Ayla de los mamutoi.

—En nombre de la Madre de Todos, te doy las gracias, Tholie de los sharamudoi, y me alegro mucho de conocerte. He oído hablar mucho de ti. ¿No tienes parientes en el Campamento del León? Creo que Talut dijo que estabais emparentados cuando Jondalar te mencionó —dijo Ayla. Intuyó que la sagaz mujer estaba estudiándola. Si Tholie no lo sabía ya, pronto descubriría que Ayla no había nacido en el seno de los mamutoi.

—Sí, estamos emparentados. Aunque no somos parientes cercanos. Yo llegué a un campamento del sur, el Campamento del León está más al norte —dijo Tholie—. Pero le conozco. Todos conocen a Talut. Es difícil no conocerle y su hermana Tulie es muy respetada —dijo Tholie.

Pensó: «No habla con acento mamutoi y Ayla no es un nombre mamutoi. Ni siquiera estoy segura de que sea un acento. Tal vez es sólo un modo extraño de decir ciertas palabras. Pero habla bien. Talut siempre ha sido proclive a traer gente. Incluso aceptó a esa vieja quejosa, y a su hija, que se unió con un hombre inferior. Me gustaría conocer mejor a esta Ayla, y a estos animales»; después miró a Jondalar.

—¿Thonolan está con los mamutoi? —preguntó Tholie.

El dolor que se asomó a los ojos de Jondalar le dio la respuesta antes de que él hablase.

—Thonolan ha muerto.

—Lamento saberlo. Markeno también lo sentirá. Pero no puedo afirmar que no lo esperaba. Su deseo de vivir murió con Jetamio. Algunas personas pueden recuperarse después de una tragedia, otras no —sentenció Tholie.

A Ayla le agradó su modo de expresarse. No carecía de sentimiento, pero era franca y directa. Continuaba siendo sobre todo una mamutoi.

El resto de la caverna que estaba allí saludó a Ayla. La joven percibió una aceptación cautelosa, aunque también curiosidad.

La acogida que ofrecieron a Jondalar fue mucho menos contenida. Él era miembro de la familia. No cabía duda de que lo consideraban como uno de ellos y, en consecuencia, se le dio una cálida bienvenida.

Darvalo continuaba sosteniendo el sombrero convertido en canasto de moras; esperó a que terminasen todos los saludos para ofrecer las moras de Dolando.

—Aquí hay algunas moras para Roshario —dijo.

Dolando observó aquel canasto de extraña forma; no estaba hecho según el modo en que ellos confeccionaban los canastos.

—Ayla me las dio —continuó diciendo Darvalo—. Estaban recogiendo moras cuando los encontré. Y ya tenían éstas cogidas.

Mientras observaba al joven, Jondalar pensó de pronto en la madre de Darvalo. No esperaba que Serenio se hubiera marchado, y esto le disgustaba. En cierto modo la había amado sinceramente, y reconoció que había tenido la esperanza de verla. ¿Estaba esperando un hijo cuando se marchó? ¿Un hijo del espíritu de Jondalar? Tal vez pudiese preguntárselo a Roshario. Ella debía saberlo.

—Llevémosle las moras —dijo Dolando, e hizo un gesto de silencioso agradecimiento a Ayla—. Sin duda le agradarán. Jondalar, si quieres entrar, creo que está despierta; y sé que querrá verte. Trae también a Ayla. Querrá conocerla. Está en una situación difícil. Ya sabes cómo es. Siempre de pie y activa, y siempre la primera en saludar a los visitantes.

Jondalar tradujo para Ayla y ella asintió para expresar que estaba dispuesta. Dejaron los caballos pastando en el campo, pero Ayla ordenó a Lobo que permaneciera con ella. Estaba viendo que el carnívoro todavía inquietaba a la gente. Los caballos domados eran extraños, pero no los consideraban peligrosos. Un lobo era un cazador y podía herirlos.

—Jondalar, creo que es mejor que por ahora Lobo esté conmigo. ¿Quieres preguntar a Dolando si no importa que entre con él? Dile que está acostumbrado a los ambientes cerrados —sugirió Ayla, hablando en mamutoi.

Jondalar repitió la pregunta, aunque Dolando había entendido a Ayla; precisamente así lo supuso Ayla al ver las sutiles reacciones del hombre. Lo tendría en cuenta.

Caminaron hacia el fondo del terreno y pasaron bajo el saliente de piedra arenisca; y después de dejar atrás una especie de hogar central que sin duda era un centro de reunión, llegaron hasta una estructura de madera que se parecía a una tienda de techo inclinado. Ayla observó la construcción a medida que se acercaban. Al fondo, había un madero horizontal clavado en el suelo, que en la parte delantera se hallaba sostenido por una estaca. Sobre él se apoyaban unas planchas de roble que habían sido obtenidas de un gran tronco de árbol y que eran cortas al fondo y largas delante. Cuando Ayla se acercó, vio que las planchas estaban unidas con delgadas ramas de sauce, introducidas a través de orificios practicados en la madera.

Dolando apartó una cortina amarilla de cuero suave y la sostuvo mientras todos entraban. La sujetó en un costado para que entrase más luz. En el interior, delgados hilos de luz diurna se filtraban entre algunas planchas, pero las paredes estaban revestidas con cueros en varios puntos para impedir que se formasen corrientes de aire, pese a que no soplaba mucho viento en aquella especie de valle enclavado en la montaña. Había un pequeño hogar justo al frente, y una plancha más corta dejaba un espacio en el techo sobre el fuego; pero carecía de protección contra la lluvia. El saliente de piedra arenisca protegía la vivienda de la lluvia y la nieve. Contra una pared, al fondo, había un lecho, un ancho estante de madera, unido a la pared por un lado y sostenido por patas por el otro, cubierto con un relleno de cuero y pieles.

En la semipenumbra, Ayla apenas pudo distinguir la figura de una mujer acostada en el lecho.

Darvalo se arrodilló junto a la cama, mostrando las moras.

—Roshario, aquí están las moras que te prometí. Pero no las cogí yo. Lo hizo Ayla.

La mujer abrió los ojos. No había estado durmiendo, sólo trataba de descansar, pero no sabía que habían llegado visitantes. Ni siquiera oyó bien el nombre pronunciado por Darvalo.

—¿Quién las cogió? —preguntó con voz débil.

Dolando, inclinado sobre el lecho, aplicó la mano sobre la frente de Roshario.

—Roshario, ¡mira quién está aquí! Jondalar ha regresado —dijo.

—¿Jondalar? —repitió ella, mirando al hombre que estaba arrodillado al lado de su lecho, junto a Darvalo. Jondalar casi se estremeció al percibir el dolor que se dibujaba en la cara de la mujer—. ¿Realmente eres tú? A veces sueño y creo que veo a mi hijo, o a Jetamio, y después descubro que no es cierto. ¿Eres tú, Jondalar, o eres un sueño?

—No es un sueño, Rosh —dijo Dolando. Jondalar creyó ver lágrimas en los ojos del hombre—. De veras, está aquí. Hay alguien junto a él. Una mujer mamutoi. Se llama Ayla.

Hizo una seña a Ayla, invitándola a acercarse.

Ayla ordenó a Lobo que permaneciese quieto y se acercó hacia la mujer. Que estaba sufriendo mucho era evidente. Tenía los ojos vidriosos, marcados por profundas ojeras, de modo que parecían muy hundidos; tenía la cara encendida por la fiebre. Incluso desde cierta distancia y bajo la delgada protección de la manta, Ayla podía ver que el brazo, entre el hombro y el codo, estaba torcido y formaba un ángulo grotesco.

—Ayla de los mamutoi, ésta es Roshario de los sharamudoi —dijo Jondalar. Darvalo se apartó un poco y Ayla ocupó su lugar al lado del lecho.

—En nombre de la Madre, bienvenida, Ayla de los mamutoi —respondió Roshario, tratando de incorporarse, pero renunciando al intento y acostándose otra vez—. Lamento que no pueda saludarte como es debido.

—En nombre de la Madre, te lo agradezco —dijo Ayla—. No es necesario que te levantes.

Jondalar tradujo, pero hasta cierto punto Tholie había hecho a todos partícipes de su enseñanza de la lengua, de modo que Roshario contaba con una buena base para comprender el mamutoi. Roshario había entendido el sesgo de las palabras de Ayla y ahora asintió.

—Jondalar, sufre terriblemente. Creo que es un dolor insoportable. Quiero examinar su brazo —dijo Ayla, pasando al zelandoni, de modo que la mujer no pudiera hacerse idea de la gravedad real de la herida, pero eso no disimuló la preocupación que se reflejaba en su voz.

—Roshario, Ayla es una curadora, hija del Hogar del Mamut. Le gustaría examinar tu brazo —dijo Jondalar, y después volvió los ojos hacia Dolando, para asegurarse de que él no lo desaprobaba. El hombre estaba dispuesto a hacer todo lo que pudiese ayudar, siempre que Roshario lo aceptase.

—¿Una curadora? —dijo la mujer—. ¿Una shamud?

—Sí, como una shamud. ¿Puede examinarte?

—Me temo que es demasiado tarde para poner remedio, pero puede mirar.

Ayla descubrió el brazo. Era evidente que se había intentado enderezarlo, y habían limpiado la herida, que estaba curando; pero estaba hinchado y el hueso presionaba bajo la piel en un ángulo extraño. Ayla palpó el brazo, tratando de hacerlo con la mayor suavidad posible. La mujer se estremeció un tanto cuando Ayla levantó el brazo para palpar debajo, pero no se quejó. Ayla sabía que el examen era doloroso, pero necesitaba palpar el hueso bajo la piel. Ayla examinó los ojos de Roshario, olió su aliento, tomó el pulso en el cuello y la muñeca, y después se reclinó apoyada en los talones.

—Está curando, pero no ocupa el lugar debido. Con el tiempo quizá cure, pero no creo que pueda usar el brazo o la mano, según están ahora, y siempre sufrirá —dijo Ayla, hablando en la lengua que todos comprendían hasta cierto punto. Esperó que Jondalar tradujese.

—¿Puedes hacer algo? —preguntó Jondalar.

—Creo que sí. Tal vez sea demasiado tarde, pero me gustaría tratar de romper nuevamente el brazo donde está soldándose mal y enderezarlo. El problema es que cuando un hueso roto se suelda, a menudo es más fuerte que el propio hueso. Podría fracturarlo mal. Y en ese caso tendrá dos fracturas y más sufrimiento, y todo para nada.

Reinó el silencio después de la traducción de Jondalar. Finalmente, Roshario habló.

—Si se fractura mal, no estará peor que ahora, ¿verdad? —Era más una afirmación que una pregunta—. Quiero decir, no podré usar el brazo si sigue como ahora, de modo que otra fractura nada empeoraría. —Jondalar tradujo sus palabras, pero Ayla estaba asimilando los sonidos y ritmos de la lengua sharamudoi y relacionándolos con el mamutoi. El tono y la expresión de la mujer manifestaban incluso más. Ayla comprendió la esencia de las palabras de Roshario.

—Pero podría ser que sufrieses mucho más, sin conseguir nada —dijo Ayla, que ya sospechaba cuál sería la decisión de Roshario, pero quería que la mujer comprendiese cabalmente las consecuencias.

—Ahora no tengo nada —dijo la mujer, y no esperó a que Jondalar tradujese sus palabras—. Si logras enderezar el brazo, ¿después podré usarlo?

Ayla esperó que Jondalar trasladase esas palabras a la lengua que ella conocía, para captar con claridad su sentido.

—Es posible que no puedas usarlo como antes, pero por lo menos te servirá de algo. De todos modos, nadie puede estar seguro.

Roshario vaciló.

—Si hay una posibilidad de que pueda usar de nuevo mi brazo, quiero que lo hagas. No me importa el dolor. El dolor no es nada. Un sharamudoi necesita dos brazos sanos para caminar por el sendero que baja al río. ¿De qué sirve una mujer sharamudoi si ni siquiera puede bajar al muelle ramudoi?

Ayla escuchó la traducción de estas palabras. Después, mirando fijamente a la mujer, dijo:

—Jondalar, dile que intentaré ayudarla, pero también que lo más importante no es si alguien tiene dos brazos sanos. Conocí a un hombre con un solo brazo y un solo ojo, pero que tuvo una vida útil, y fue amado y muy respetado por todo su pueblo. No creo que Roshario sea menos. De eso estoy segura. No es una mujer que ceda fácilmente. Cualquiera que sea el resultado, esta mujer continuará haciendo una vida útil. Encontrará el modo, y siempre será amada y respetada.

Roshario volvió los ojos hacia Ayla mientras escuchaba la traducción de Jondalar. Después apretó levemente los labios y asintió. Respiró hondo y cerró los ojos.

Ayla se incorporó y ya estaba pensando en lo que había que hacer.

—Jondalar, ve a buscar mi canasto, el de la derecha. Dile a Dolando que necesito algunos trozos de madera, para entablillar; leña y un caldero de buen tamaño, uno que no le importe perderlo. No será conveniente usarlo de nuevo para cocinar. Lo emplearé para preparar una medicina fuerte contra el dolor.

Los pensamientos de Ayla continuaron su curso. «Necesito algo que la duerma mientras le fracturo de nuevo el brazo. Iza usaría la datura. Es fuerte, pero sería lo mejor para el dolor, y además la dormirá. Tengo un poco de datura seca, pero fresca sería mejor… Un momento…, ¿no la he visto hace poco?». Cerró los ojos, tratando de recordar. «¡Sí! ¡La he visto!».

—Jondalar, mientras traes mi canasto, voy a buscar un poco de esa manzana con espinas que vi cuando veníamos hacia aquí —indicó, ganando la entrada en unos pocos pasos—. Lobo, ven conmigo.

Ya había atravesado la mitad del campo cuando Jondalar la alcanzó.

Dolando estaba de pie a la entrada de la vivienda, mirando a Jondalar, a la mujer y al lobo. Aunque no había dicho nada, siempre había estado muy atento a la presencia del animal. Vio que Lobo se mantenía siempre al lado de la mujer y acompasaba su paso al de Ayla. Había observado las sutiles señales con la mano que Ayla le hacía cuando se aproximaba al lado de Roshario, había observado cómo el lobo se echaba sobre el vientre, aunque mantenía la cabeza alta y las orejas alerta, siguiendo todos los movimientos de la mujer. Cuando ella salió, el lobo la acompañó, ansioso de seguirla otra vez.

Observó hasta que Ayla y el lobo, al que ella controlaba con tan absoluta seguridad, doblaron el recodo del extremo de la pared. Después, volvió los ojos a la mujer acostada en el lecho. Por primera vez desde aquel terrible momento en que Roshario había resbalado y caído, Dolando se atrevió a sentir un poco de esperanza.

Cuando Ayla regresó, trayendo un canasto con las plantas de datura que previamente había lavado en el estanque, se encontró con un recipiente cuadrado de madera, al que decidió examinar después más atentamente, otro lleno de agua, un fuego vivo ardiendo en el hogar, con varias piedras lisas y redondeadas calentándose, y algunos trozos pequeños de madera. Dedicó un gesto aprobador a Dolando. Rebuscó en el contenido del canasto, hasta que halló varios cuencos y su viejo bolso de medicinas, el saquito de piel de nutria.

Con un pequeño cuenco midió una cantidad de agua que volcó en el caldero, agregó varias plantas de datura enteras, incluso las raíces, y después salpicó unas gotas de agua sobre las piedras puestas a calentar. Lo puso en el fuego para que se calentase todavía más, vació el contenido de su saquito de medicinas y eligió algunos paquetes. Cuando estaba desenvolviendo el resto del envoltorio, entró Jondalar.

—Ayla, los caballos están muy bien, pastando en el campo, pero he pedido a todos que, por ahora, se mantengan alejados de ellos. —Después se volvió hacia Dolando—. Pueden inquietarse cuando hay desconocidos y no quisiera que alguien sufra un accidente. Más adelante trataremos de que se acostumbren a ellos. —El jefe asintió. No creía que fuese el momento de hablar, para aprobar o desaprobar—. Ayla, Lobo no parece muy feliz allí fuera, y algunas personas están un tanto alarmadas. Realmente, creo que deberías traerlo aquí.

—Hubiera preferido tenerlo conmigo, pero creí que Dolando y Roshario deseaban que esperase en la entrada.

—Hablaré primero con Roshario. Después, creo que ella permitirá que el animal entre —dijo Dolando, sin esperar la traducción y hablando una mezcla de sharamudoi y mamutoi que Ayla pudo entender sin dificultad. Jondalar le dirigió una mirada de sorpresa, pero Ayla se limitó a continuar la conversación.

—Además, necesito medir las tablillas de madera —dijo, sosteniendo en la mano los pequeños trozos—, y después deseo que tú alises esos trozos hasta que desaparezcan todas las astillas. —Cogió una piedra de forma irregular que estaba cerca del hogar—. Frótalas con esta piedra arenisca hasta que estén bien lisas. ¿Tienes algunas pieles suaves que pueda cortar en tiras?

Dolando sonrió, aunque con un gesto un tanto disgustado.

—Ayla, tenemos fama en este terreno. Utilizamos la piel de la gamuza y nadie confecciona un cuero más suave que los sharamudoi.

Jondalar vio que conversaban y que se entendían perfectamente, a pesar de que el lenguaje que empleaban no era por cierto perfecto, y meneó la cabeza maravillado. Ayla había advertido seguramente que Dolando podía entender el mamutoi, y ella misma ya estaba usando algo de sharamudoi. ¿Dónde había aprendido las palabras que significaban «madera» y «piedra arenisca»?

—Iré a buscar esas pieles después de hablar con Roshario —indicó Dolando.

Se acercaron a la mujer acostada en el lecho. Dolando y Jondalar explicaron que Ayla viajaba en compañía de un lobo —no quisieron mencionar todavía a los caballos— y que la joven deseaba traer al animal al interior de la vivienda.

—Controla totalmente al animal —sentenció Dolando—. Él atiende las órdenes de Ayla y no ataca a nadie.

Jondalar dirigió a Dolando otra mirada sorprendida. No sabía cómo, pero lo cierto era que entre Dolando y Ayla se había establecido más comunicación de la que él había supuesto.

Roshario aceptó sin vacilar. Aunque resultaba extraño, no parecía en absoluto sorprendente que esa mujer pudiese controlar a un lobo. En todo caso, la noticia contribuyó a aliviar todavía más sus temores. No cabía duda de que Jondalar había traído a una poderosa shamud que sabía que Roshario necesitaba ayuda, del mismo modo que el viejo shamud había sabido una vez, muchos años atrás, que el hermano de Jondalar, que había sido corneado por un rinoceronte, necesitaba ayuda. No comprendía de qué modo Los que Servían a la Madre conocían esas cosas; pero las sabían, y eso era suficiente para ella.

Ayla se dirigió a la entrada y llamó a Lobo, y después lo acercó hasta Roshario.

—Se llama Lobo —dijo.

Quién sabe por qué, cuando ella miró los ojos de la hermosa criatura salvaje, Lobo pareció percibir la angustia y la vulnerabilidad de la mujer. Alzó una pata y la apoyó sobre el borde de la cama. Después, aplastando las orejas, avanzó la cabeza, sin mostrarse en absoluto amenazador, y lamió la cara de Roshario, gimiendo casi como si comprendiese el sufrimiento de la paciente. Ayla recordó súbitamente a Rydag y el estrecho vínculo que se había establecido entre el niño enfermizo y el cachorro de lobo que estaba creciendo. ¿Quizá esa experiencia le había enseñado a comprender la necesidad y el sufrimiento humanos?

Todos se sorprendieron ante la afable actitud del lobo, pero Roshario pareció abrumada. Sintió que había sucedido algo milagroso y que era inevitablemente un buen presagio. Movió el brazo sano para tocar al animal.

—Gracias, Lobo —dijo.

Ayla puso los trozos de madera al lado del brazo de Roshario y después se los entregó a Dolando, indicándole el tamaño que debían tener. Cuando Dolando salió, Ayla condujo a Lobo a un rincón de la vivienda de madera; después inspeccionó de nuevo las piedras de cocer y llegó a la conclusión de que estaban prontas. Comenzó retirando del fuego una piedra con la ayuda de dos trozos de madera; entonces apareció Jondalar con un instrumento de madera doblada especialmente para sostener con fuerza las piedras calientes y explicó a Ayla cómo debía usarlo. Después de traspasar varias piedras al caldero para iniciar el proceso de cocción de la datura, examinó un poco más de cerca aquel original sistema.

Nunca había visto nada semejante. La caja cuadrada estaba confeccionada con un solo trozo de madera, curvada gracias a unas hendiduras aserradas que no habían atravesado del todo la madera de tres esquinas; los dos bordes se unían por medio de clavijas en la cuarta esquina. Después de curvar la madera, el fondo cuadrado entraba en una muesca practicada a lo largo de la plancha. Tenía diseños tallados en la cara exterior, y la tapa, con un asa, cubría el recipiente.

Aquella gente tenía muchas cosas extrañas fabricadas con madera. Ayla pensó que sería interesante ver cómo las hacían. En ese momento regresó Dolando con algunas pieles amarillas y se las entregó a Ayla.

—¿Serán suficientes? —preguntó.

—Lo que pasa es que son demasiado finas —dijo ella—. Necesitamos pieles suaves y absorbentes, pero no tienen que ser las mejores.

Jondalar y Dolando sonrieron.

—No son las mejores —dijo Dolando—. Jamás las ofreceríamos en trueque. Tienen muchas imperfecciones. Son para usarlas a diario.

Ayla sabía acerca del manipulado de las pieles y de la preparación del cuero, y estas pieles eran flexibles y suaves, y el tacto era exquisitamente delicado. Estaba muy impresionada y deseaba que le explicasen el proceso, pero no era aquél el momento oportuno. Utilizando el cuchillo que Jondalar había fabricado para ella, con una fina y cortante lámina de pedernal montada en un mango de marfil de colmillo de mamut, cortó la piel de gamuza en tiras anchas.

Después, Ayla abrió uno de sus paquetes y volcó en un pequeño cuenco un polvo de granos gruesos, obtenido de las raíces secas y molidas del espinardo, cuyas hojas se parecían más bien a la dedalera, pero que tenía, en cambio, las flores amarillas del diente de león. Agregó un poco de agua caliente del caldero de cocinar. Como estaba preparando una cataplasma para facilitar la curación de la fractura del hueso, agregar un poco de datura no sería perjudicial, y su condición de anestésico no vendría mal. También agregó milenrama pulverizada, porque tenía propiedades como calmante externo del dolor y cicatrizante. Extrajo las piedras y agregó otras calientes al recipiente para cocer, con el fin de mantener la cocción de la sustancia, y la olió para verificar su fuerza.

Cuando comprobó que había adquirido la intensidad adecuada, extrajo un cuenco para ponerlo a enfriar y después se lo llevó a Roshario. Dolando estaba sentado junto a ella. Ayla pidió a Jondalar que tradujese exactamente lo que ella decía, porque no deseaba que hubiese malas interpretaciones.

—Esta medicina atemperará el dolor y te adormecerá —explicó Ayla—, pero es muy potente y es peligrosa. Algunas personas no pueden soportar tanta concentración. Te relajará los músculos, y así yo podré actuar sobre los huesos que están dentro, pero quizá te orines o defeques, porque esos músculos también se relajan. Algunas personas dejan de respirar. Si eso sucede, Roshario, tú morirás.

Ayla esperó a que Jondalar repitiese sus palabras; después hizo otra pausa para asegurarse de que sus precisiones habían sido bien entendidas. Era evidente que Dolando estaba asustado.

—¿Tienes que emplearla? ¿No puedes quebrarle el brazo sin eso? —preguntó.

—No. Sería demasiado doloroso, y sus músculos están muy tensos. Opondrán resistencia y será mucho más difícil fracturar en el punto exacto. No tengo nada más que amortigüe tan eficazmente el dolor. No puedo volver a fracturar y juntar los huesos y músculos sin esto, pero tú debes conocer el peligro. Dolando, si no hago nada, ella probablemente vivirá.

—Pero seré una mujer inútil y viviré sufriendo —dijo Roshario—. Eso no es vivir.

—Sufrirás, pero esto no significa que vayas a ser inútil. Hay remedios para aliviar el dolor, aunque quizá también te perjudiquen. Es posible que no puedas pensar con la misma claridad habitual —explicó Ayla.

—¿De modo que seré una persona inútil en el cuerpo o la mente? —dijo Roshario—. Si muero, ¿no sufriré?

—Dormirás y no despertarás, pero nadie sabe lo que puede suceder en tus sueños. Es posible que sientas mucho miedo o mucho dolor en tus sueños. El dolor incluso puede acompañarte al otro mundo.

—¿Crees que el dolor puede acompañar a alguien al otro mundo? —preguntó Roshario.

Ayla meneó la cabeza.

—No, no lo creo, pero tampoco lo sé.

—¿Crees que moriré si bebo eso?

—No te lo ofrecería si creyera que vas a morir. Pero es posible que tengas sueños extraños. Algunos lo toman, preparado de otro modo, para viajar a otros mundos, los mundos de los espíritus.

Aunque Jondalar había estado traduciendo el diálogo, entre ellas había comprensión suficiente, y las palabras del hombre sólo contribuían a aclarar las ideas. Ayla y Roshario sentían que estaban hablando directamente la una con la otra.

—Roshario, quizá no deberías arriesgarte —propuso Dolando—. No quiero perderte también a ti.

Ella miró al hombre con afectuosa ternura.

—La Madre llamará primero a uno de nosotros o al otro. Tú me perderás, o yo te perderé. Nada de lo que hagamos puede impedirlo. Pero si Ella está dispuesta a permitirme que pase más tiempo contigo, Dolando mío, no quiero vivir sufriendo o ser inútil. Prefiero irme ahora, silenciosamente. Y ya has oído a Ayla, no es probable que muera. Incluso si esto no resulta y no mejoro, por lo menos sabré que lo intenté, y eso me animará para seguir adelante.

Dolando, sentado en el lecho junto a ella, sosteniéndole la mano sana, miró a la mujer con la cual había compartido un tiempo tan considerable de su vida. Percibió la decisión en sus ojos. Finalmente, asintió. Después miró a Ayla.

—Tú has sido sincera. Ahora debo serlo yo. No te recriminaré nada si no consigues ayudarla, pero si muere, debes salir de aquí enseguida. No puedo estar seguro de que evitaré achacarte la culpa, y no sé lo que pudiera hacer. Piensa en eso antes de empezar.

Jondalar, que traducía, sabía de las pérdidas soportadas por Dolando: el hijo de Roshario, el hijo de su hogar, y el niño de su corazón, muerto en el momento mismo en que alcanzaba toda su virilidad; y Jetamio, la muchacha que había sido como una hija para Roshario y que había conquistado también el corazón de Dolando. Había crecido y llenado el vacío dejado por la muerte del primer hijo después de la muerte de su propia madre. Los esfuerzos de Jetamio para volver a caminar, para superar la misma parálisis que había afectado a tantos, le habían moldeado un carácter que hacía que todos, incluso Thonolan, la apreciaran. Parecía tan injusto que hubiese muerto en el parto. Se haría cargo de la situación si Dolando culpaba a Ayla de la muerte de Roshario, pero lo mataría antes de permitir que el hombre la hiriese. Se preguntó si Ayla no estaría arriesgándose demasiado.

—Ayla, quizá deberías reconsiderar la situación —dijo, hablando en zelandoni.

—Jondalar, Roshario sufre. Debo tratar de ayudarla, si lo desea. Si está dispuesta a aceptar los riesgos, yo no puedo negarme. Siempre hay peligro, pero soy una curadora; eso es lo que soy. No puedo cambiar las cosas, del mismo modo que Iza no podía cambiarlas.

Miró a la mujer que yacía en el lecho.

—Roshario, si tú estás preparada, yo también lo estoy.