Capítulo 35

—Creo que será mejor que desmontemos y nos acerquemos a pie —dijo Jondalar, al ver que varios hombres que portaban lanzas y algunas mujeres se acercaban cautelosamente—. A estas alturas deberíamos recordar que la gente siente temor y sospecha cuando nos ve cabalgando. Probablemente hubiéramos debido ocultarnos y llegar caminando, para después ir a buscarles, cuando ya hubiéramos tenido tiempo de explicar que viajamos con animales.

Ambos desmontaron y a Jondalar se le vino un súbito y acerbo recuerdo de su «hermanito», Thonolan, mostrando su sonrisa amplia y cordial y acercándose confiadamente a una caverna o un campamento de desconocidos. En una especie de imitación, el hombre alto y rubio sonrió ampliamente, hizo un gesto cordial y retiró la capucha de su chaquetón, de modo que le viesen más fácilmente; después se acercó con las dos manos extendidas, para mostrar que se acercaba francamente y no tenía nada que ocultar.

—Estoy buscando a Laduni de los losadunai. Soy Jondalar de los zelandonii —dijo—. Mi hermano y yo fuimos hacia el este en un viaje, hace pocos años, y Laduni nos pidió que, al regreso, nos detuviéramos y os visitáramos.

—Yo soy Laduni —contestó un hombre, que habló en un zelandoni con leve acento. Se acercó a ellos, manteniendo la lanza preparada y mirando con atención para asegurarse de que el extraño era quien decía ser—. ¿Jondalar? ¿De los zelandonii? Sí, pareces el hombre a quien conocí.

Jondalar percibió el tono cauteloso.

—¡Lo parezco porque lo soy! Me alegro de verte, Laduni —dijo, con expresión cálida—. No estaba seguro de haberme acercado al lugar apropiado. He recorrido todo el camino que nos separa del fin del Río de la Gran Madre, y hasta he ido más lejos, pero ahora, más cerca de mi hogar, he tenido dificultades para encontrar tu caverna, pero el vapor de tus pozos de agua caliente me ha servido de referencia. He traído conmigo a una persona y deseo que la conozcas.

El hombre mayor miró a Jondalar, tratando de descubrir algún indicio de que fuese otra persona distinta de la que parecía: un hombre que había llegado del modo más extraño. Parecía un poco mayor, lo que era razonable, y se asemejaba a Dalanar. Había visto de nuevo al anciano tallador de pedernal unos pocos años antes, cuando él se había acercado en una misión comercial, y, según sospechaba Laduni, para comprobar si el hijo de su hogar y su hermano habían pasado por allí. «Dalanar se alegrará mucho de verle», pensó Laduni. Se acercó a Jondalar, sosteniendo la lanza con más naturalidad, pero siempre en una posición que le permitiera usarla prestamente. Volvió los ojos hacia los dos caballos extrañamente dóciles, y vio por primera vez que quien estaba cerca de los animales era una mujer.

—Esos dos caballos no se parecen a los que tenemos por aquí. ¿En el este son más dóciles? Seguramente es mucho más fácil cazarlos —dijo Laduni.

De pronto, el hombre se puso en guardia, movió la lanza como disponiéndose a arrojarla y apuntó a Ayla.

—¡No te muevas! —dijo.

Sucedió todo con tal rapidez, que Jondalar no tuvo tiempo de reaccionar.

—¡Laduni! ¿Qué estás haciendo?

—Un lobo os ha seguido. Y parece que no teme dejarse ver por todos.

—¡No! —gritó Ayla, interponiéndose entre el lobo y el hombre de la lanza.

—Este lobo viaja con nosotros. ¡No lo mates! —pidió Jondalar, corriendo a interponerse entre Laduni y Ayla.

Ella se arrodilló y abrazó al lobo, sosteniéndolo firmemente, en parte para protegerlo y en parte para proteger al hombre de la lanza. Lobo tenía el pelo erizado, había contraído los belfos, mostraba los colmillos y un rezongo salvaje brotaba de su garganta.

Laduni estaba desconcertado. Había actuado para proteger a los visitantes, pero éstos se comportaban como si la intención de Laduni hubiese sido herirlos. Dirigió a Jondalar una mirada interrogadora.

—Por favor, deja esa lanza, Laduni —insistió Jondalar—. El lobo es nuestro compañero, lo mismo que lo son los caballos. Nos salvó la vida. Te prometo que no hará ningún mal a nadie mientras nadie le amenace o amenace a la mujer. Sé que esto debe parecerte extraño, pero, si me das una oportunidad, te lo explicaré.

Laduni bajó lentamente la lanza y miró cautelosamente al corpulento lobo. Una vez eliminada la amenaza, Ayla calmó al animal; después se irguió y caminó hacia Jondalar y Laduni, ordenando a Lobo que se mantuviese cerca de ella.

—Por favor, disculpa a Lobo si se le erizó el pelo —dijo Ayla—. En realidad, simpatiza con la gente cuando la conoce, pero hemos tenido una experiencia desagradable con algunas personas, al este de aquí. Ahora se muestra más nervioso con los desconocidos y adopta una actitud más protectora.

Laduni advirtió que ella hablaba bastante bien el zelandoni, pero su extraño acento mostraba inmediatamente que era extranjera. También percibió… otra cosa…, no estaba seguro de qué. No era nada que él pudiera definir específicamente. Había visto antes muchas mujeres rubias, de ojos azules, pero el dibujo de sus pómulos, la forma de sus rasgos o su rostro, algo confería a esa joven un aspecto extraño. Fuera lo que fuese, no menoscababa en lo más mínimo el hecho de que era una mujer maravillosamente bella. En todo caso, agregaba un elemento misterioso.

Laduni miró a Jondalar y sonrió. Al recordar la última visita, no le sorprendió que el alto y apuesto zelandonii regresara de un largo viaje con una belleza exótica; pero nadie hubiera podido prever que también traería recuerdos vivos de sus aventuras, como caballos y un lobo. Ansiaba ardientemente escuchar los relatos que ellos le ofrecerían.

Jondalar había advertido la mirada de aprecio en los ojos de Laduni cuando vio a Ayla, y cuando el hombre sonrió, también Jondalar comenzó a tranquilizarse.

—Ésta es la persona que deseaba presentarte —dijo Jondalar—. Laduni, cazador de los losadunai, ésta es Ayla, del Campamento del León de los mamutoi, elegida por el León de la Caverna, protegida por el Oso de las Cavernas e hija del Hogar del Mamut.

Ayla había alzado las dos manos y mostrado las palmas, en un saludo que expresaba franqueza y amistad, cuando Jondalar comenzó la presentación formal.

—Te saludo, Laduni, Maestro Cazador de los losadunai —dijo Ayla.

Laduni se preguntó cómo era posible que Ayla supiese que él era el principal cazador de su pueblo. Jondalar no lo había dicho. Quizá se lo había explicado antes, pero ella había sido astuta al mencionarlo. Además, era natural que la mujer comprendiese ese tipo de cosas. Con tantos títulos y afiliaciones, debía ser una mujer de elevada jerarquía en su pueblo. Laduni pensó: «Yo podría haber adivinado que la mujer que él trajese tendría esa condición, pues tanto la madre de Jondalar como el hombre de su hogar han conocido las responsabilidades de la jefatura. El hijo tiene que ser fiel a la sangre de la madre y al espíritu del hombre».

Laduni aceptó las dos manos de Ayla.

—En nombre de Yuma, la Gran Madre Tierra, eres bienvenida, Ayla del Campamento del León de los mamutoi, elegida del León, protegida por el Gran Oso e hija del Hogar del Mamut —dijo Laduni.

—Te agradezco la bienvenida —agregó Ayla, manteniéndose en una actitud formal—. Y si puedo, quisiera presentarte a Lobo, para que sepa que eres amigo nuestro.

Laduni frunció el entrecejo, no muy seguro de que realmente deseara conocer a un lobo, pero, en aquellas circunstancias, consideró que no tenía otra alternativa.

—Lobo, éste es Laduni de los losadunai —dijo Ayla, tomando la mano del hombre y acercándola al hocico del lobo—. Es un amigo. —Después que Lobo olfateó la mano del desconocido, impregnada con el olor de la mano de Ayla, pareció comprender que era alguien a quien debía aceptar. Olfateó las partes masculinas del hombre, para gran consternación de Laduni.

—Está bien, Lobo —dijo Ayla, indicándole con una señal que se retirara. Después, dirigiéndose a Laduni, agregó—: Ahora sabe que eres un amigo y que eres un hombre. Si deseas darle la bienvenida, te diré que le gusta que le palmeen la cabeza y le rasquen detrás de las orejas.

Aunque todavía se mostraba cauteloso, la idea de tocar a un lobo vivo le atraía. Con cierto reparo extendió la mano y tocó el áspero pelaje; al ver que se aceptaba su contacto, palmeó la cabeza del animal, y después le tocó un poco detrás de las orejas, complacido por la experiencia. No era que no hubiese tocado nunca la piel de un lobo, pero jamás en un animal vivo.

—Lamento haber amenazado a vuestro compañero —se disculpó—. Es que nunca he visto que un lobo acompañase a la gente por propia voluntad, y el caso es que tampoco he visto que sucediese eso con los caballos.

—Es comprensible —dijo Ayla—. Después te llevaré a conocer a los caballos. Tienden a mostrarse tímidos frente a los extraños y necesitan un tiempo para acostumbrarse a la gente nueva.

—¿Todos los animales del este son tan amistosos? —preguntó Laduni, insistiendo en que le respondiesen a una pregunta que podría interesar a todo cazador. Jondalar sonrió.

—No, los animales son iguales en todas partes. Éstos son especiales a causa de Ayla.

Laduni asintió luchando contra el impulso de formular nuevas preguntas, pues sabía que la caverna entera desearía escuchar el relato.

—Os doy la bienvenida y os invito a entrar para compartir el calor, el alimento y un lugar donde descansar, pero creo que primero debería ir a explicar al resto de la caverna quiénes sois.

Laduni retrocedió hacia el grupo reunido frente a una gran abertura en un costado de la pared de roca. Explicó que había conocido a Jondalar unos pocos años antes, cuando comenzaba su viaje, y que le había invitado a visitarle a su regreso. Mencionó que Jondalar estaba emparentado con Dalanar, destacó especialmente que eran personas comunes y no una especie de espíritus amenazadores y que ellos les explicarían todo lo que fuese necesario acerca de los caballos y el lobo.

—Sin duda, podrán contarnos algunas cosas interesantes —concluyó, consciente de que eso representaba una atracción para un grupo de personas que básicamente se habían mantenido encerradas en una caverna desde el comienzo del invierno y que ya comenzaban a estar hartos.

La lengua en que habló no fue el zelandoni que había empleado con los viajeros, pero después de escuchar un rato, Ayla llegó a la conclusión de que percibía algunas semejanzas. Advirtió que, si bien acentuaban y pronunciaban las palabras de distinto modo, los losadunai estaban emparentados con los zelandonii de la misma manera que los s’armunai y los sharamudoi estaban relacionados con los mamutoi. Esta lengua incluso tenía cierta relación con el s’armunai. Había entendido algunas palabras y percibido el sesgo de varios comentarios de Laduni. En unos pocos días más lo estaría hablando correctamente.

El talento que Ayla demostraba para las lenguas a ella misma no le sorprendía. No intentaba conscientemente aprenderlas, pero la agudeza de su oído para los matices y las inflexiones, y su habilidad para percibir las relaciones le facilitaban la tarea. La pérdida de su propia lengua en el trauma de la desaparición de su pueblo, cuando ella era muy pequeña, y la necesidad de aprender un modo distinto de comunicarse, pero que utilizaba las mismas áreas del cerebro que funcionaban en el lenguaje hablado, potenciaban sus cualidades verbales naturales. Su necesidad de aprender a comunicarse de nuevo cuando descubrió que no podía hacerlo, le había aportado un incentivo inconsciente aunque profundo que la llevaba a aprender todas las lenguas desconocidas. La combinación de la capacidad natural y las circunstancias le habían conferido esa habilidad.

—Losaduna dice que sois bienvenidos y que podéis permanecer en el hogar de los visitantes —dijo Laduni después de terminar su explicación.

—Ante todo, necesitamos descargar los caballos y acomodarlos —pidió Jondalar—. Este campo que se extiende frente a la caverna tiene al parecer buenos pastos de invierno. ¿Alguien se opondrá si los dejamos aquí?

—Podéis usar como queráis el campo —dijo Laduni—. Creo que a todos les llamará la atención ver tan de cerca a los caballos.

No pudo evitar una mirada a Ayla, y en su cara se manifestaba el deseo de saber qué le había hecho a los animales. Parecía evidente que dominaba a ciertos espíritus muy poderosos.

—Quiero preguntar otra cosa —agregó Ayla—. Lobo está acostumbrado a dormir cerca de nosotros. Se sentiría muy incómodo en otro lugar. Si la presencia del lobo en la caverna incomoda a tu Losaduna o a otros miembros de tu pueblo, levantaremos nuestra tienda y dormiremos fuera.

Laduni habló de nuevo a la gente, y después de intercambiar algunas palabras, retornó adonde estaban los visitantes.

—Desean que entréis, pero algunas madres temen por sus hijos —dijo.

—Comprendo lo que sienten. Puedo prometer que Lobo no atacará a nadie, pero si eso no es suficiente, permaneceremos fuera.

Hubo otra conversación, y al fin Laduni dijo:

—Dicen que podéis entrar.

Laduni les acompañó cuando Ayla y Jondalar fueron a descargar los caballos, y se sintió tan impresionado de conocer a Whinney y Corredor como antes lo había estado cuando le presentaron a Lobo. Laduni había intervenido en muchas cacerías de caballos, pero jamás había tocado uno, excepto por casualidad cuando se acercaba bastante durante la caza. Ayla percibía el goce que Laduni sentía y pensó que más tarde podía ofrecerle un paseo sobre el lomo de Whinney.

Mientras regresaban a la caverna, arrastrando las cosas depositadas en el bote redondo, Laduni preguntó a Jondalar por su hermano. Cuando vio la expresión de dolor en la cara del hombre de elevada estatura, comprendió, incluso antes de que Jondalar contestase, que había sobrevenido una tragedia.

—Thonolan murió. Le mató un león de las cavernas.

—Lamento saberlo. Yo simpatizaba con él —dijo Laduni.

—Todos simpatizaban con él.

—Deseaba profundamente seguir el curso del Río de la Gran Madre hasta el fin. ¿Consiguió llegar?

—Sí, llegó al fin del Donau antes de morir, pero a esa altura del viaje ya no tenía ánimo. Se había enamorado de una mujer y unido con ella, pero la mujer murió de parto —dijo Jondalar—. Eso lo cambió, le destrozó el corazón. Después ya no quiso vivir.

Laduni meneó la cabeza.

—¡Qué lástima! Estaba tan lleno de vida. Filonia pensó en él mucho tiempo después de que os marcharais. Siempre conservó la esperanza de que regresaría.

—¿Cómo está Filonia? —preguntó Jondalar, que recordó ahora a la bonita y joven hija del hogar de Laduni.

El hombre de más edad sonrió.

—Ahora está unida y Duna le sonríe. Tiene dos hijos. Poco después de que partierais, descubrió que había recibido la bendición. Cuando se difundió la noticia de que estaba embarazada, creo que todos los losadunai en condiciones de casarse descubrieron un motivo para visitar nuestra caverna.

—Me imagino. Según recuerdo, era una hermosa joven. Hizo un viaje, ¿verdad?

—Sí, con un primo mayor.

—¿Y tiene dos hijos? —preguntó Jondalar.

Los ojos de Laduni chispearon de gozo.

—Una hija de la primera bendición, Thonolia, pues Filonia estaba segura de que era hija del espíritu de tu hermano, y no hace mucho tiempo tuvo un varón. Está viviendo en la caverna de su compañero. Allí tenían más espacio, pero no están lejos de aquí y nosotros vemos regularmente a Filonia y a sus hijos.

Había satisfacción y alegría en la voz de Laduni.

—Ojalá Thonolia sea hija del espíritu de Thonolan. Me agradaría pensar que todavía hay un fragmento de su espíritu en este mundo —dijo Jondalar.

Jondalar se preguntó: «¿Podía suceder tan deprisa? Thonolan sólo pasó una noche con ella. ¿Su espíritu era tan potente? O, si Ayla tiene razón, ¿es posible que Thonolan hiciera que un niño comenzara a crecer en Filonia con la esencia de su virilidad esa noche que estuvimos con ellos?». Recordó a la mujer con quien él había estado.

—¿Cómo está Lanalia? —preguntó.

—Está bien. Ahora ha ido a visitar a unos parientes que viven en otra caverna. Tratan de encontrarle compañero. Un hombre perdió a su mujer y en su hogar quedaron tres niños pequeños; Lanalia nunca tuvo hijos, aunque siempre los deseó. Si ella le considera compatible, se unirá y adoptará a los niños. Puede ser un arreglo muy satisfactorio y ella está muy entusiasmada.

—Me alegro por ella y le deseo mucha felicidad —dijo Jondalar, que intentó disimular su decepción. Había abrigado la esperanza de que hubiera quedado embarazada después de compartir placeres con él. En todo caso y fuera lo que fuese, el espíritu de un hombre o la esencia de su virilidad, Thonolan ha probado la fuerza del suyo; pero, «¿qué sucede conmigo? ¿Mi esencia o mi espíritu tiene fuerza suficiente para iniciar un niño que crezca dentro de una mujer?», se preguntó Jondalar.

Cuando entraron en la caverna, Ayla miró alrededor con interés. Había visto muchas viviendas de los Otros: refugios livianos o portátiles utilizados en verano y estructuras permanentes más sólidas que podían soportar los rigores del invierno. Algunas estaban construidas con huesos de mamut y cubiertas con paja y arcilla; en otras se había empleado madera y estaban protegidas por un saliente o descansaban sobre una plataforma rodante; pero nunca había visto una caverna como ésta después de separarse del clan. Tenía una ancha entrada que miraba al sudeste, y el interior era grato y espacioso. Pensó que a Brun le habría gustado esta caverna.

Cuando los ojos de Ayla se acostumbraron a la escasa luz y vio el interior, se sorprendió. Había esperado ver varios hogares en diferentes lugares, el hogar de cada familia. Había rincones para hacer fuego en el interior de la caverna, pero estaban dentro o cerca de las entradas a unas estructuras formadas por cueros atados a estacas. Eran análogos a las tiendas, pero no tenían forma cónica y estaban abiertos arriba —no necesitaban protegerse del tiempo en el interior de la caverna—. Hasta donde podía verificar, cumplían la función de tabiques para evitar que una mirada casual se posara en el espacio interior. Ayla recordó la prohibición del clan de mirar directamente el espacio de una vivienda, definida por límites de piedra, en el hogar de otro hombre. Era una cuestión de tradición y autocontrol, pero comprendió que el propósito era el mismo: proteger la intimidad.

Laduni les condujo hacia uno de los espacios cerrados por los tabiques.

—Vuestra experiencia negativa no ha tenido que ver con una banda de pendencieros, ¿verdad? —preguntó.

—No, ¿ha habido problemas? —preguntó Jondalar—. Cuando nos encontramos antes, tú hablaste de cierto joven que había agrupado a varios seguidores. Estaban divirtiéndose con la gente del clan…, los cabezas chatas —miró a Ayla, pero comprendió que Laduni jamás comprendería la palabra «clan»—. Se dedicaban a golpear a los hombres y después a gozar de sus placeres con las mujeres. Se hablaba de gente pendenciera que andaba buscando dificultades a todos.

Cuando Ayla oyó «cabezas chatas», escuchó atentamente, deseosa de saber si en las proximidades había muchos individuos del clan.

—Sí, ésos son. Charoli y su grupo —dijo Laduni—. Es posible que hayan comenzado con simples bromas pesadas, pero la cosa ha llegado mucho más lejos.

—Había creído que a estas alturas esos jóvenes ya habían puesto fin a esa clase de comportamiento —dijo Jondalar.

—Se trata de Charoli. Imagino que cada uno por separado no es un joven perverso, pero él los alienta. Losaduna dice que Charoli desea demostrar su valor, afirmar su condición de hombre, porque creció sin la presencia de un hombre en su hogar.

—Muchas mujeres han criado ellas solas a varones, y éstos se convirtieron en hombres excelentes —dijo Jondalar.

Se habían volcado tanto en la conversación que habían dejado de andar y se detuvieron en el centro de la caverna. La gente se agrupaba alrededor.

—Sí, por supuesto. Pero el compañero de su madre desapareció cuando él era apenas un niño y ella nunca volvió a unirse. En cambio, volcó toda su atención con el niño y le consintió todo, incluso cosas que no correspondían a su edad. Cuando hubiera debido enseñarle un oficio y las obligaciones de un adulto. Ahora, todos tienen que andar tratando de ponerle freno.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Jondalar.

—Una muchacha de nuestra caverna estaba cerca del río poniendo trampas. Se había convertido en mujercita pocas lunas antes y aún no había pasado por sus ritos de los Primeros Placeres. Esperaba que llegase la ceremonia, en la asamblea siguiente. Charoli y su grupo la vieron sola y todos la forzaron…

—¿Todos? ¿La tomaron? ¿Por la fuerza? —preguntó Jondalar, desconcertado—. Una jovencita, que todavía no era mujer. ¡Me parece increíble!

—Todos —dijo Laduni, con una fría cólera que era peor que la irritación momentánea—. ¡Y no lo toleraremos! No sé si se han cansado de las mujeres de los cabezas chatas o qué excusa se han dado a sí mismos, pero eso ha sido ya demasiado. Le provocaron dolor y una gran hemorragia. Ella dice que no quiere saber nada más con los hombres, nunca más. Y ha rehusado pasar por los ritos de la feminidad.

—Eso es terrible, pero no podemos criticarla. No es así como una joven debe aprender lo que es el don de Doni —dijo Jondalar.

—Su madre teme que si se niega a honrar a la Madre con la ceremonia, jamás tendrá hijos.

—Quizá tenga razón, pero ¿qué puede hacerse? —preguntó Jondalar.

—Su madre quiere ver muerto a Charoli y desea que declaremos una cruzada de sangre contra su caverna —dijo Laduni—. La venganza es el derecho de esa mujer, pero una cruzada de sangre puede destruirnos a todos. Además, no ha sido la caverna de Charoli la que ha provocado estos desmanes. Se trata de su grupo, y algunos ni siquiera pertenecen a la caverna en la que nació Charoli. He enviado un mensaje a Tomasi, el jefe de cazadores de la caverna, y le sugerí una idea.

—¿Una idea? ¿Cuál es tu plan?

—Creo que es tarea de todos los losadunai detener a Charoli y a su grupo. Confío en que Tomasi se una a mí para tratar de convencer a todos de que devuelvan a esos jóvenes al control de la caverna. Incluso ha sugerido que acepte que la madre de Madenia tenga derecho a su venganza, en lugar de soportar los estragos de una cruzada general. Pero Tomasi está emparentado con la madre de Charoli.

—Eso implica tener que tomar una decisión grave —dijo Jondalar. Advirtió que Ayla había estado escuchando atentamente—. ¿Alguien sabe dónde está el grupo de Charoli? No pueden alojarse con alguien de tu gente. Es imposible que una caverna de losadunai tolere a rufianes como ésos en su seno.

—Al sur de aquí hay un área desierta, con ríos subterráneos y muchas cavernas. Corre el rumor de que se ocultan en una de las cavernas que está cerca del límite con esa región.

—Quizá sea difícil dar con ellos si hay muchas cavernas.

—Pero no pueden permanecer siempre allí. Necesitan conseguir alimento y es posible seguirles el rastro y encontrarlos. Un buen rastreador puede seguirles la pista más fácilmente que a un animal. Pero es necesario que todas las cavernas cooperen, de ese modo no llevará mucho tiempo descubrirlos.

—¿Qué haréis con ellos cuando los encontréis? —esta vez fue Ayla quien formuló la pregunta.

—Creo que una vez que consigamos separar a todos esos jóvenes rufianes, no será difícil romper los vínculos que les unen. Cada una de las cavernas puede resolver el problema de uno o dos de sus miembros a su propio modo. Dudo que la mayoría de ellos desee realmente vivir al margen de los losadunai y no ser miembros de una caverna. Más tarde o más temprano querrán tener compañeras y no muchas mujeres desearán vivir como ellos viven.

—Creo que tienes razón —dijo Jondalar.

—Lamento mucho que le haya sucedido eso a la joven —indicó Ayla—. ¿Cómo se llama? ¿Madenia?

La expresión de Ayla revelaba que se sentía muy turbada.

—Yo también lo lamento —agregó Jondalar—. Ojalá pudiéramos quedarnos aquí y echar una mano, pero si no cruzamos pronto el glaciar, tendremos que permanecer aquí hasta el próximo invierno.

—Quizá ya sea demasiado tarde para realizar esa travesía este invierno —dijo Laduni.

—¿Demasiado tarde? —repitió Jondalar—. Pero hace frío, es invierno. Todo constituye un sólido congelado. Ahora la nieve llena sin duda todas las grietas.

—Sí. Ahora es invierno, pero cuando la estación está tan avanzada, uno nunca sabe. Tal vez podríais cruzar, pero si el viento primaveral empieza a soplar temprano, y a veces sucede, toda la nieve se derretirá deprisa. El glaciar puede ser traicionero durante el primer deshielo de primavera, y en estas circunstancias, no creo que sea seguro dar un rodeo por el país de los cabezas chatas en dirección al norte. En estos momentos no mantienen una actitud muy cordial. La banda de Charoli les ha encrespado. Incluso los animales demuestran una actitud protectora para con sus hembras y lucharán para defenderlas.

—No son animales —dijo Ayla, saliendo en su defensa. Son personas, sólo que distintas.

Laduni refrenó su lengua: no quería ofender a una visitante y huésped. «Como está tan cerca de los animales, quizá piense que todos los animales son personas. Si un lobo la protege y ella lo trata como si fuera un ser humano, ¿puede extrañar que considere personas también a los cabezas chatas?», pensó Laduni. «Sé que pueden ser inteligentes, pero no son humanos».

Varias personas se habían reunido a su alrededor mientras hablaban. Uno de ellos, un hombre de edad madura, pequeño y delgado, con una sonrisa tímida, dijo:

—Laduni, ¿no crees que deberías acomodarlos?

—Comienzo a preguntarme si os proponéis tenerlos aquí hablando el día entero —agregó la mujer que estaba junto al hombre. Era una mujer regordeta, apenas unos centímetros más baja que el hombre, con una cara de expresión amistosa.

—Disculpad, por supuesto que tenéis razón. Permitidme que os presente —dijo Laduni. Miró primero a Ayla y después se volvió hacia el hombre—. Losaduna, El Que Sirve a la Madre en la Caverna del Pozo de Agua Caliente de los losadunai, ésta es Ayla, del Campamento del León de los mamutoi, elegida del León, protegida por el Gran Oso e hija del Hogar del Mamut.

—¡El Hogar del Mamut! Entonces eres La Que Sirve a La Madre —dijo el hombre con una sonrisa sorprendida, antes incluso de saludar a Ayla.

—No, soy hija del Hogar del Mamut. Mamut estaba enseñándome, pero nunca me inició —explicó Ayla.

—¡Pero naciste para eso! Seguramente eres también una elegida de la Madre, lo mismo que el resto —añadió el hombre, sin duda complacido.

—Losaduna, todavía no le has dado la bienvenida —dijo con acento crítico la mujer regordeta.

El hombre pareció desconcertado un momento.

—No, me parece que no lo he hecho. ¡Siempre las mismas formalidades! En nombre de Duna, la Gran Madre Tierra, te doy la bienvenida, Ayla de los mamutoi, elegida por el Campamento del León e hija del Hogar del Mamut.

La mujer que estaba al lado de Losaduna suspiró y meneó la cabeza.

—Lo ha mezclado todo, pero si se tratase de una ceremonia poco conocida o una leyenda acerca de la Madre, no hubiera olvidado ningún detalle —dijo.

Ayla no pudo evitar una sonrisa. Nunca había conocido a Uno que Servía a La Madre que pareciera menos cualificado para desempeñar esa función. Los que había conocido antes eran todos individuos muy seguros, fácilmente identificables, con una presencia impresionante, y no por cierto como este hombre tímido y desconfiado, despreocupado de su apariencia y un comportamiento amable y un tanto vergonzoso. Pero la mujer parecía saber dónde radicaba la fuerza del hombre y Laduni no mostraba falta de respeto. Era evidente que en Losaduna había más cualidades que las aparentes.

—Está bien —dijo Ayla a la mujer—. A decir verdad, no se equivocó —después de todo, también había sido elegida por el Campamento del León; adoptada, no nacida en su seno, pensó Ayla. Después se dirigió al hombre, que le había cogido las dos manos y aún las sostenía—. Saludo al Que Sirve a La Gran Madre de Todos, y te agradezco la bienvenida, Losaduna.

El hombre sonrió ante la forma en que Ayla utilizaba otro de los nombres de la Duna, y Laduni comenzó a hablar.

—Solandia de los losadunai, nacida en la Caverna del Río de la Colina, compañera de Losaduna, ésta es Ayla, del Campamento del León de los mamutoi, elegida del León, protegida del Gran Oso e hija del Hogar del Mamut.

—Te saludo, Ayla de los mamutoi, y te invito a nuestra vivienda —dijo Solandia. Ya se habían repetido muchas veces los títulos completos y los parentescos. No creía necesario volver a repetirlos.

—Gracias, Solandia —dijo.

Entonces, Laduni miró a Jondalar.

—Losaduna, El Que Sirve a La Madre en la Caverna del Pozo de Aguas Calientes de los losadunai, éste es Jondalar, Maestro Tallador del Pedernal de la Novena Caverna, Hermano de Joharran, jefe de la Novena Caverna, nacido en el Hogar de Dalanar, jefe y fundador de los lanzadonii.

Ayla nunca había oído antes todos los títulos y parentescos de Jondalar y quedó sorprendida. Aunque no comprendía totalmente el significado, todo eso sonaba muy impresionante. Después que Jondalar repitió la letanía y fue presentado formalmente, les llevaron, por fin, a la gran sala y al espacio ceremonial asignado a Losaduna.

Lobo, que había estado sentado prácticamente cerca de la pierna de Ayla, emitió un breve gañido cuando llegaron a la entrada del espacio destinado a vivienda. Había visto dentro a un niño, pero su reacción asustó a Solandia, que corrió hacia el interior y cogió en brazos al pequeño.

—Tengo cuatro hijos; no sé si ese lobo debería estar aquí —dijo, y el miedo le agudizó la voz—. Micheri ni siquiera anda. ¿Cómo puedo estar segura de que no se arrojará sobre mi pequeño?

—Lobo no hará daño al pequeño —confirmó Ayla—. Creció con niños y los ama. Es más gentil con ellos que con los adultos. No quería arrojarse sobre el niño; lo que pasa es que se siente muy feliz de verlo.

Ayla ordenó a Lobo que se echase, pero el animal no pudo disimular sus prisas al ver a los niños. Solandia miró con cautela al carnívoro. No podía saber si la ansiedad que el animal mostraba venía del placer o del hambre, pero también sentía curiosidad por los visitantes. Uno de los aspectos más gratos de ser la compañera de Losaduna consistía en que se le ofrecía la ventaja de ser la primera en hablar con los escasos visitantes y podía pasar más tiempo con ellos porque generalmente se alojaban en el hogar ceremonial.

—Bien, sí, he dicho que podía quedarse aquí —afirmó.

Ayla entró con Lobo, lo condujo a un rincón apartado y le ordenó que permaneciera allí. Lo acompañó un rato, consciente de que la situación era especialmente difícil para el animal, pero pareció que, por el momento, le satisfacía el mero hecho de mirar a los niños.

Su comportamiento serenó a Solandia, y después de servir a sus invitados una infusión caliente que les reconfortó, presentó a sus hijos y volvió a la tarea de preparar la comida que había comenzado. La presencia del animal pasó a segundo plano. Pero los niños estaban fascinados. Ayla los observó, tratando de mostrarse discreta. Calculó que el mayor de los cuatro, llamado Larogi, era un niño de unos diez años. Había una niña que podía tener siete años y se llamaba Dosalia y otra de alrededor de cuatro años, Neladia. Aunque el niño aún no sabía andar, eso no limitaba su movilidad. Estaba en esa etapa en que se gatea y era veloz y activo sobre sus cuatro miembros.

Los niños mayores miraban con cautela a Lobo: la mayor de las niñas cogió al más pequeño y lo sostuvo en brazos mientras contemplaba al animal; pero, al cabo de un rato, cuando vio que no sucedía nada, volvió a depositarlo en el suelo. Mientras Jondalar hablaba con Losaduna, Ayla comenzó a distribuir sus cosas. Había ropa de cama para los invitados, y confió en que mientras estuvieran allí, dispondría de tiempo para limpiar las pieles de dormir.

De pronto brotó una cascada de risa infantil. Ayla contuvo la respiración y desvió la mirada hacia el rincón donde había dejado a Lobo. Reinó un absoluto silencio en el resto de la morada mientras todos contemplaban maravillados y temerosos al niño, que se había acercado al rincón y estaba sentado al lado del corpulento lobo, tirándole del pelo. Ayla miró a Solandia, y la vio transfigurada cuando su precioso niño procedió a tocar, empujar y tironear al lobo, que se limitó a mover la cola y parecía complacido.

Finalmente, Ayla se acercó, cogió al niño y se lo devolvió a su madre.

—Tienes razón —dijo asombrada Solandia—, ¡ese lobo ama a los niños! Si no lo hubiese visto con mis propios ojos, jamás lo habría creído.

No había pasado mucho tiempo cuando el resto de los hijos de Solandia se aproximaron al lobo, que deseaba jugar. Tras un pequeño incidente provocado por una travesura del niño mayor, a la que Lobo respondió sujetando con los dientes las manos del niño y gruñendo, pero sin morder, Ayla explicó que debían tratarlo con respeto. La reacción de Lobo asustó al niño en la medida indispensable para inducirle a moderar sus impulsos. Cuando salieron, todos los niños de la comunidad observaron fascinados a los cuatro hijos de Solandia y al lobo. Los niños de Solandia eran envidiados por su especial privilegio de vivir con el animal.

Antes de que oscureciera, Ayla fue a inspeccionar a los caballos. Cuando salió de la caverna, oyó el saludo de Whinney, y adivinó que su amiga se había sentido un poco inquieta. Cuando Ayla relinchó a su vez, lo que provocó que varios miembros del grupo volviesen la cabeza hacia ella y la miraran sorprendidos, Corredor respondió con un relincho un poco más estrepitoso. Ayla atravesó el campo, cubierto por una densa capa de nieve en las proximidades de la caverna, para prestar un poco de atención a los caballos y asegurarse de que ambos estaban bien. Whinney la vio llegar con la cola levantada, en una actitud alerta y vivaz. Cuando la mujer se aproximó, la yegua inclinó la cabeza, después la elevó bruscamente y describió con el hocico un círculo en el aire. Corredor, igualmente complacido de ver a Ayla, brincó y se elevó sobre las patas traseras.

Para ellos era una situación nueva encontrarse otra vez con tanta gente alrededor, y aquella mujer que les era familiar los reconfortaba. Corredor alzó el cuello e irguió las orejas hacia delante cuando Jondalar apareció en la boca de la caverna y recorrió la mitad del campo para ir al encuentro del hombre. Después de acariciar, abrazar y hablar a la yegua, Ayla decidió que al día siguiente cardaría a Whinney, por la tranquilidad que eso les daría a los dos.

Encabezados por los cuatro hijos de Solandia, todos los niños se habían reunido y se acercaban a Ayla, a Jondalar y a los caballos. Los fascinantes forasteros dejaron que los niños tocaran o acariciasen a uno u otro de los caballos, y Ayla permitió que unos pocos montaran sobre el lomo de Whinney, una situación que muchos adultos observaron con cierta envidia. Ayla se proponía dejar que cabalgasen los adultos que desearan intentarlo, pero consideró que todavía era demasiado pronto para hacerlo. Los caballos necesitaban descanso y no quería cansarlos excesivamente.

Con palas fabricadas con grandes astas, ella y Jondalar comenzaron a apartar la densa nieve de algunos rodales del pastizal que estaba más cerca de la caverna, con el fin de que los caballos pudieran pacer con más facilidad. Algunos otros se agregaron para agilizar el trabajo. El paleo de la nieve recordó a Jondalar un problema que había estado intentando resolver desde hacía algún tiempo. ¿Cómo encontrarían alimento y forraje, y lo que era más importante, agua potable suficiente para ellos, un lobo y dos caballos mientras cruzaban una extensión congelada de hielo glacial?

Más avanzada la tarde, todos se reunieron en el amplio espacio ceremonial para escuchar el relato de los viajes y las aventuras de Jondalar y Ayla. Los losadunai estaban especialmente interesados en los animales. Solandia ya había comenzado a contar con Lobo para distraer a sus hijos, y la contemplación de las escenas del lobo jugando con ellos distraía también a los adultos. Era difícil creerlo. Ayla no suministró detalles acerca del clan o de la maldición mortal que la había obligado a alejarse, aunque sí aludió a que habían surgido ciertas diferencias.

Los losadunai pensaban que el clan era sencillamente un grupo de personas que vivían a gran distancia, hacia el este, y aunque Ayla intentó explicar que el proceso que permitía que los animales se acostumbrasen a la gente no era nada sobrenatural, nadie la creyó del todo. La idea de que un ser humano podía domesticar a un caballo o un lobo salvaje no era fácilmente aceptable. La mayoría de la gente suponía que el tiempo que Ayla había vivido sola en el valle había sido un período de prueba y abstinencia, al que se sometían muchos que se creían llamados a Servir a la Madre; a los ojos de aquella gente, la conducta de Ayla con los animales garantizaba la validez de su vocación. Si aún no era La Que Servía, se trataba sólo de una cuestión de tiempo.

Pero los losadunai se conmovieron cuando conocieron las dificultades de sus visitantes con Attaroa y los s’armunai.

—No me extraña que hayamos tenido tan escasos visitantes del este durante los últimos años. ¿Y dices que uno de los hombres apresados allí era un losadunai? —preguntó Laduni.

—Sí. Ignoro cuál sería su nombre aquí, pero allí se le llamaba Ardemun —dijo Jondalar—. Se había herido a sí mismo, y estaba tullido. No podía caminar muy bien y ciertamente no estaba en condiciones de huir, de modo que Attaroa le permitía recorrer libremente el campamento. Él fue quien liberó a los hombres.

—Recuerdo un joven que salió en un viaje —intervino una mujer de más edad—. Antes conocía su nombre, pero no puedo recordar, espera un momento…, tenía un apodo…, Ardemun…, Ardi…, no, Mardi. ¿Solía llamarse a sí mismo Mardi?

—¿Te refieres a Menardi? —dijo un hombre. Le recuerdo de las Reuniones de Verano. Le llamaban Mardi y partió para un viaje. De modo que ése fue su destino. Tiene un hermano que se alegrará de saber que está vivo.

—Es bueno saber que ahora se puede viajar de nuevo con seguridad. Habéis tenido suerte de esquivar a esa gente en el camino hacia el este.

—Thonolan tenía prisa por avanzar todo lo posible a lo largo del Río de la Gran Madre. No deseaba detenerse —explicó Jondalar—, de modo que permanecimos de este lado del río. Podemos considerarnos afortunados.

Cuando la asamblea se disolvió, Ayla se alegró porque esa noche podía acostarse en un lugar cálido y seco, sin viento. Se durmió poco después.

Ayla sonrió a Solandia, que estaba sentada junto al fuego amamantando a Micheri. Se había despertado temprano y decidió preparar el desayuno para ella y Jondalar. Buscó con los ojos la pila de madera o estiércol seco, es decir, el combustible que usaban y que generalmente se conservaba cerca; pero sólo vio una pila de piedras pardas.

—Deseo preparar una infusión —dijo—. ¿Qué quemáis? Si me dices dónde está, yo iré a buscarlo.

—No es necesario. Aquí hay mucho —comentó Solandia.

Ayla miró alrededor, y como aún no veía el material combustible para el hogar, pensó que Solandia no la había entendido.

Solandia advirtió la mirada de desconcierto y sonrió. Extendió la mano y cogió una de las piedras pardas.

—Usamos esto, la piedra que arde —dijo.

Ayla recibió la piedra de la mano de Solandia y la examinó atentamente. Vio una peculiar veta de madera; sin embargo, se trataba de piedra, no de madera. Nunca había visto antes nada semejante; era lignito, el carbón pardo, un material intermedio entre la turba y el carbón bituminoso. Jondalar había despertado y se acercó por detrás a Ayla. Ésta le dedicó una sonrisa y después le entregó la piedra.

—Solandia dice que esto es lo que queman en el hogar —afirmó, mientras miraba la mancha que le había dejado en la mano.

Ahora tocó a Jondalar el turno de examinar el objeto y mostrarse extrañado.

—Sí, se parece a la madera, pero es piedra. Aunque no es una piedra dura como el pedernal. Seguramente se quiebra con facilidad.

—Sí —dijo Solandia—. La piedra de quemar se quiebra fácilmente.

—¿De dónde procede? —preguntó Jondalar.

—Del sur, en dirección a las montañas. Allí hay campos enteros. Todavía usamos algo de madera para iniciar el fuego, pero esto arde con más calor y más tiempo que la madera —dijo la mujer.

Ayla y Jondalar se miraron, y una expresión de vivo interés se cruzó entre los dos.

—Conseguiré una —dijo Jondalar. Cuando regresó, Losaduna y el hijo mayor, llamado Larogi, habían despertado—. Vosotros tenéis piedras para quemar, nosotros tenemos una piedra para hacer fuego, una piedra que enciende el fuego.

—¿Y Ayla la descubrió? —dijo Losaduna, más como afirmación que como pregunta.

—¿Cómo lo has descubierto? —preguntó Jondalar.

—Quizá porque él descubrió las piedras que arden —dijo Solandia.

—Se parecían bastante a la madera y pensé que debía probar si ardían. Y lo conseguí —dijo Losaduna.

Jondalar asintió.

—Ayla, ¿por qué no se lo demuestras? —propuso, y entregó a la joven la pirita de hierro y el pedernal junto con la yesca.

Ayla preparó la yesca, después movió en su mano la piedra metálica amarilla, hasta que encontró una posición cómoda y la muesca, adaptada a la pirita de hierro gracias al uso permanente, quedó en la posición adecuada. Después cogió el pedazo de pedernal. Su movimiento era tan diestro que casi nunca necesitaba más de un golpe para obtener una chispa. La yesca recogió la chispa y, con unos pocos soplos de aire, apareció una llamita. Se oyó un suspiro colectivo de los observadores, que habían estado conteniendo la respiración.

—Es sorprendente —dijo Losaduna.

—No más sorprendente que vuestras piedras que arden —añadió Ayla—. Tenemos unas pocas piedras de más. Me gustaría regalarte una para la caverna. Quizá podamos demostrar su uso durante la ceremonia.

—¡Sí! Sería la ocasión perfecta y yo aceptaré de buena gana tu regalo para la caverna —dijo Losaduna—. Pero debemos ofrecerte algo a cambio.

—Laduni ya ha prometido darnos todo lo que necesitemos para atravesar el glaciar y continuar nuestro viaje. Me debe una promesa de futuro, aunque de todos modos me habría suministrado todo lo que necesito. Los lobos encontraron nuestro escondrijo y se apoderaron de nuestros alimentos de viaje —concluyó Jondalar.

—¿Pensáis cruzar el glaciar con los caballos? —preguntó Losaduna.

—Sí, naturalmente —dijo Ayla.

—¿Cómo os las arreglaréis para alimentarlos? Y dos caballos seguramente beben mucho más que dos personas. ¿Qué haréis para conseguir agua cuando todo esté congelado? —preguntó El Que Sirve.

Ayla miró a Jondalar.

—Ya he estado pensando en eso —dijo el hombre—. Quizá pudiéramos llevar un poco de hierba seca en el bote redondo.

—¿Y tal vez quemar piedras? Si es que podéis encontrar un lugar para encender fuego sobre el hielo. No tendréis que preocuparos de que se humedezca y necesitaréis llevar mucho menos peso —dijo Losaduna.

Jondalar adoptó una expresión pensativa; después una sonrisa ancha y feliz le iluminó la cara.

—¡Eso serviría! Podemos guardarlas en el bote redondo, se deslizará sobre el hielo incluso con una carga pesada, y agregar unas pocas piedras más, para que sirvan de base a un hogar. He estado preocupándome tanto tiempo por ese asunto… Losaduna, no sé cómo agradecértelo.

Ayla descubrió por casualidad, cuando alcanzó a escuchar a algunas personas que hablaban de ella, que consideraban que su extraña entonación verbal era un acento mamutoi, aunque Solandia lo creía un defecto secundario del habla. Por mucho que se esforzara, no podía superar la dificultad que tenía con ciertos sonidos; pero la alegraba que nadie más pareciera especialmente preocupado por ese asunto.

Al cabo de unos cuantos días, Ayla llegó a conocer mejor al grupo de losadunai que vivía cerca del pozo de aguas calientes —se denominaba «caverna» al grupo, tanto si ocupaban una como si no—. Le agradaban sobre todo las personas cuya vivienda compartían, es decir, Solandia, Losaduna y los niños, y ahora comprendía cuánto había echado de menos la compañía de personas cordiales que se comportasen normalmente. La mujer hablaba razonablemente bien la lengua del pueblo de Jondalar, a la que agregaba algunas palabras en losadunai; pero ella y Ayla no tenían dificultades para entenderse.

Se sintió incluso más atraída por la compañía de El Que Servía cuando descubrió que tenían un interés común. Aunque supuestamente Losaduna era quien debía saber de plantas, hierbas y medicinas, en realidad era Solandia quien había asimilado la mayor parte de ese conocimiento. Ese estado de cosas recordaba a Ayla la experiencia de Iza y Creb; Solandia trataba las enfermedades de los habitantes de la caverna con una medicina práctica de hierbas, y dejaba a cargo de su compañero el exorcismo de los espíritus y de otras emanaciones nocivas desconocidas. Ayla también estaba intrigada por Losaduna, que demostraba gran interés por las historias, las leyendas, los mitos y el mundo de los espíritus —los aspectos intelectuales cuyo conocimiento a ella le habían prohibido cuando vivía con el clan—, y la joven estaba comenzando a apreciar el caudal de conocimientos que él poseía.

Tan pronto descubrió el sincero interés de Ayla por la Gran Madre Tierra y el mundo inmaterial de los espíritus, su ágil inteligencia y su sorprendente capacidad para memorizar, se mostró muy deseoso de transmitirle el saber. Incluso sin comprenderlos totalmente, Ayla empezó muy pronto a recitar muchos versos de leyendas e historias, así como el contenido y el orden exactos de los ritos y las ceremonias. Él hablaba con soltura en zelandoni, aunque lo hacía con un fuerte acento losadunai en la expresión y el fraseo, de modo que las lenguas estaban tan próximas una a la otra que la mayor parte del ritmo y el metro de los versos se conservaba, pese a que se perdía parte de la rima. Más fascinantes incluso para ambos eran las diferencias de menor entidad y muchas analogías entre la interpretación de Losaduna y la sabiduría heredada de los mamutoi. Losaduna deseaba conocer las variaciones y las discrepancias, y Ayla comprobó que ella no sólo era un acólito, como le había sucedido con Mamut, sino hasta cierto punto una maestra, que explicaba las costumbres orientales, o por lo menos las que ella conocía.

Jondalar también se sentía muy cómodo con la gente de la caverna recuperando todo lo que había dejado atrás, ahora que tenía a su alrededor tal variedad de individuos. Pasaba mucho tiempo con Laduni y otros cazadores, pero Solandia estaba sorprendida ante el interés que demostraba por sus niños. En efecto, le agradaban los niños, pero lo que le interesaba no era tanto los hijos de Solandia, sino las ocasiones en que podía verla con los niños. Sobre todo cuando amamantaba al más pequeño, Jondalar ansiaba que llegase el momento en que Ayla tuviese un niño, hijo de su espíritu, así lo esperaba, o por lo menos un hijo o una hija de su hogar.

Micheri, el hijo más pequeño de Solandia, suscitaba sentimientos análogos en Ayla, pero ella continuaba preparando todas las mañanas su bebida anticonceptiva especial. Las descripciones del glaciar que aún tenían que cruzar eran tan terribles que Ayla ni siquiera estaba dispuesta a considerar todavía la posibilidad de iniciar un niño con Jondalar.

Si bien se sentía agradecido porque eso no había sucedido mientras viajaban, Jondalar era presa de sentimientos contradictorios. Comenzaba a preocuparse porque la Gran Madre Tierra no se decidía a bendecir a Ayla con el embarazo, y sentía que, por alguna razón, la culpa le correspondía a él. Una tarde expresó su desazón a Losaduna.

—La Madre decidirá cuándo ha llegado el momento —dijo el hombre—. Quizá Ella ha pensado que los viajes que estáis realizando son muy difíciles. De todos modos, ésta puede ser la ocasión de una ceremonia en honor de la Madre. Después podéis pedirle que conceda un hijo a Ayla.

—Tal vez tengas razón —dijo Jondalar—. En todo caso, no será perjudicial —rió con cierto tono despectivo—. Alguien me dijo cierta vez que yo era un favorito de la Madre y que Ella jamás me negaría lo que yo le pidiese. —Ahora arrugó el entrecejo—. Pero el caso es que Thonolan murió.

—¿Realmente Le pediste que no le dejase morir? —preguntó Losaduna.

—Bien, no. Todo fue muy rápido —reconoció Jondalar—. Y aquel león también me maltrató a mí.

—Piensa en ello algunas veces. Trata de recordar si jamás Le pediste algo directamente y si Ella satisfizo o rechazó tu petición. Sea como fuere, hablaré con Laduni sobre la conveniencia de una ceremonia en honor de la Madre —dijo Losaduna—. Deseo hacer algo porque trato de ayudar a Madenia y una Ceremonia de Honor puede ser precisamente lo que convenga. No quiere abandonar el lecho. Ni siquiera acepta levantarse para escuchar tus relatos y eso que a Madenia le solían gustar mucho las anécdotas acerca de los viajes.

—Sin duda, para ella fue una prueba terrible —dijo Jondalar, estremeciéndose ante la idea.

—Sí, yo confiaba en que a estas horas ya se habría recobrado. Me pregunto si un rito de purificación en el Pozo del Agua Caliente la ayudará —dijo, pero era evidente que no esperaba una respuesta de Jondalar. Su mente ya se había sumido en otros pensamientos, mientras comenzaba a meditar en el rito. De pronto, elevó la mirada—. ¿Sabes dónde está Ayla? Creo que le pediré que se una a nosotros. Puede ayudarnos.

—Losaduna ha estado explicándome y me interesa mucho ese rito que estáis planeando —comentó Ayla—. Pero no me siento tan segura acerca de la Ceremonia para Honrar a la Madre.

—Es una ceremonia importante —dijo Jondalar, frunciendo el entrecejo—. La mayoría de la gente está interesada en ello.

Si ella no se sentía feliz con aquel asunto, Jondalar se preguntaba si el intento daría resultado.

—Quizá si lo conociera mejor, yo diría lo mismo. Tengo mucho que aprender y Losaduna está dispuesto a enseñarme. Me gustaría permanecer aquí algún tiempo.

—Tendremos que partir muy pronto. Si esperamos mucho más, llegará la primavera. Nos quedaremos para asistir a la Ceremonia en Honor de la Madre, y después tendremos que marcharnos —dijo Jondalar.

—Casi deseo permanecer aquí hasta el invierno próximo. Estoy muy cansada de viajar —añadió Ayla. No expresó el pensamiento siguiente, aunque era precisamente el que había estado perturbándola: «Esta gente está dispuesta a aceptarme; ignoro si tu pueblo lo hará».

—Yo también estoy cansado de viajar, pero una vez que atravesemos el glaciar, no está lejos. Nos detendremos para visitar a Dalanar e informarle de que he regresado; después el resto del camino será fácil.

Ayla asintió, manifestando su acuerdo, pero tenía la sensación de que aún les faltaba mucho camino y que decirlo era más fácil que hacerlo.