Capítulo 18

Ayla se dejó caer sobre el suelo húmedo y, allí sentada, miró fijamente las plantas, aspirando el perfumado aire del bosque, mientras le asaltaban los recuerdos. Incluso en el clan el secreto de aquella raíz era poco conocida. Ese conocimiento había pertenecido al linaje de Iza, y sólo los que descendían de los mismos antepasados —o aquél a quien ella se lo había enseñado— conocían el complejo proceso que era necesario seguir para obtener el resultado final. Ayla recordaba que Iza le había explicado el peculiar método que consistía en secar la planta, de manera que sus cualidades se concentraran en las raíces, y recordó ahora que esas propiedades en realidad se acentuaban con el almacenamiento prolongado, si se evitaba la exposición a la luz.

Aunque Iza le había explicado, cuidadosamente y en repetidas ocasiones, cómo debía preparar la bebida con las raíces secas, no permitiría que Ayla practicase la preparación antes de asistir a la Asamblea del Clan; la bebida no podía tomarse sin el ritual apropiado, e Iza había destacado que era una sustancia demasiado sagrada como para ser desperdiciada. Ésa era la razón por la cual Ayla había bebido las heces que había hallado en el antiguo cuenco de Iza, después que ésta preparó el brebaje para los mog-ures, y eso a pesar de que estaba prohibido para las mujeres, de modo que nada justificaría que se desaprovechara ese resto. En aquel momento su pensamiento carecía de lucidez. Sucedían muchas cosas. Otros brebajes le habían enturbiado la mente y la bebida de raíces era tan poderosa que incluso lo poco que ella había llegado a ingerir mientras la preparaba le produjo un fuerte efecto.

Ayla había errado por estrechos corredores a través de las cavernas y sus intrincados vericuetos; cuando vio a Creb y a los restantes mog-ures, no hubiera podido retirarse ni aun intentándolo. Y sucedió lo siguiente. Por alguna razón, Creb supo que ella estaba allí, y había hecho retroceder, junto a los demás, a los recuerdos. Si no lo hubiese hecho, ella se habría perdido para siempre en ese vacío negro, pero esa noche sucedió algo que lo cambió. Después ya no fue el Mog-Ur; ya no tuvo deseos de serlo, hasta esa última vez.

Al abandonar el clan, había llevado consigo algunas raíces. Estaban en su saco de medicinas, en el bolsito sagrado de piel rojiza, y Mamut se había mostrado muy interesado cuando ella le habló del asunto. Pero él no tenía el poder del Mog-Ur, o quizá la planta influía de distinto modo que en los Otros. Tanto ella como Mamut fueron atraídos al vacío negro, y por poco no regresan.

Sentada en el suelo, mientras miraba la planta en apariencia inocua que podía convertirse en algo tan poderoso, Ayla rememoró la experiencia. De pronto experimentó otro escalofrío y advirtió una sombra oscura, como si una nube pasara sobre su cabeza; entonces ya no estaba recordando, sino reviviendo ese extraño viaje con Mamut. Los bosques verdes se desdibujaron y enturbiaron, mientras ella descendía retrotraída al recuerdo de aquel sombrío refugio terreno. En el fondo de su garganta saboreó el limo frío y oscuro y los hongos que cubrían los bosques antiguos y primitivos. Sintió que se desplazaban muy velozmente hacia los mundos extraños que ella había recorrido con Mamut y experimentó el terror del vacío negro.

Y entonces, débilmente, desde muy lejos, oyó la voz de Jondalar, saturada de doloroso miedo y amor, llamándola, recuperándola, lo mismo que a Mamut, por la fuerza misma de su amor y su necesidad. En un instante retornó y se sintió helada hasta los huesos en el calor de finales de verano.

—¡Jondalar nos trajo de regreso! —dijo en voz alta. En aquel preciso momento no había tenido conciencia del hecho. Había abierto los ojos para mirarle, pero después desapareció; en cambio, allí estaba Ranec, que le traía una bebida caliente para reconfortarla. Mamut le había dicho que alguien les había ayudado a regresar. Ella no se había enterado que era Jondalar, pero de pronto lo supo, casi como si su destino hubiera sido saberlo.

El anciano había dicho que él jamás volvería a usar la raíz y la previno contra ello, pero también dijo que si alguna vez bebía el líquido, se asegurase de que allí hubiera alguien que la llevase de regreso. Le había dicho que la raíz era más que mortal. Podía anular su espíritu; quizá ella se perdería definitivamente en el vacío negro y jamás podría retornar a la Gran Madre Tierra. De todos modos, en aquel momento eso no le había importado. Ella no tenía raíces. Había consumido las últimas con Mamut. Pero ahora, allí estaba la planta frente a ella.

Pensó que el hecho de que estuviese allí no significaba que debiera apoderarse de ella. Si la dejaba, nunca tendría que preocuparse por la eventualidad de usarla de nuevo y perder su espíritu. Lo cierto es que le había dicho que esa bebida le estaba prohibida. Eran los mog-ures quienes se ocupaban del mundo de los espíritus, no las hechiceras, que sólo debían prepararles el brebaje; pero ella ya lo había bebido dos veces. Y además, Broud había descargado sobre ella su maldición; por lo que se refería al clan, ella estaba muerta. ¿Quién podía prohibírselo ahora?

Ayla ni siquiera se preguntó por qué estaba haciéndolo cuando cogió la rama rota y la usó como pala de cavar para extraer cuidadosamente algunas plantas sin dañar las raíces. Era una de las pocas personas en el mundo que conocía sus cualidades y el modo de preparar las raíces. No podía dejarlas allí, no era que tuviese la decidida intención de usarlas, lo cual en sí mismo no era desusado. Poseía muchos preparados de plantas que quizá nunca utilizaría, pero ésta era diferente. Las otras tenían posibles aplicaciones medicinales. Incluso el hilo dorado, la medicina mágica para rechazar las tendencias fecundantes, también útil para las picaduras y las mordeduras cuando se la aplicaba externamente; pero, por lo que ella sabía, esta planta no tenía otra aplicación. La raíz era la magia de los espíritus.

—¡Ya estás aquí! Comenzábamos a preocuparnos —exclamó Tholie cuando vio a Ayla que descendía por el sendero—. Jondalar dijo que si no regresabas pronto, enviaría a Lobo a buscarte.

—Ayla, ¿por qué has tardado tanto? —dijo Jondalar, antes de que ella pudiese contestar—. Tholie nos dijo que retornarías enseguida.

Sin quererlo, había hablado en zelandoni, lo cual demostraba hasta dónde llegaba su inquietud.

—El sendero continuaba avanzando y decidí seguirlo un poco más. Después, encontré algunas plantas que necesitaba —explicó Ayla, mientras mostraba el material que había recolectado—. Esta región se parece mucho al lugar en que yo crecí. Desde que partí no había visto arbustos como éstos.

—¿Qué tienen de importante esas plantas para que tuvieses que recogerlas ahora? ¿Para qué es eso? —preguntó Jondalar, señalando el hilo dorado.

Ayla ya le conocía bastante bien y sabía que el tono irritado era consecuencia de su inquietud, pero la pregunta la sorprendió.

—Esto es… para las mordeduras… y las picaduras —dijo sonrojada y avergonzada. Sonaba como una mentira; aunque la respuesta era perfectamente sincera, no era completa.

Ayla había sido criada como una mujer del clan, y las mujeres del clan no podían negarse a responder a una pregunta directa, sobre todo cuando la formulaba un hombre; pero Iza había insistido muy enérgicamente en que nunca debía decir a nadie, y sobre todo a un hombre, cuál era el verdadero poder de los minúsculos hilos de oro. La propia Iza no habría podido resistirse al impulso de contestar francamente a la pregunta de Jondalar, pero jamás se había visto obligada a hacerlo. A ningún hombre del clan se le había ocurrido la posibilidad de interrogar a una hechicera acerca de sus plantas o sus prácticas. Iza había querido decir que Ayla nunca debía suministrar la información por propia iniciativa.

Era aceptable abstenerse de mencionar ciertas cosas, pero Ayla sabía que esa concesión se toleraba en mérito a la cortesía y para garantizar cierto grado de intimidad, y ahora ella había sobrepasado el límite. Estaba reteniendo información y lo hacía intencionadamente. Debía administrar la medicina, si creía que era conveniente, pero Iza le había dicho que podía ser peligrosa si la gente, y sobre todo los hombres, se enteraban de que ella conocía el modo de derrotar al más poderoso de los espíritus e impedir el embarazo. Era un saber secreto reservado únicamente a las hechiceras.

De pronto, Ayla tuvo una inspiración. Si ese brebaje podía impedir que Ella bendijese a una mujer, ¿cabía concebir que la medicina mágica de Iza fuera más fuerte que la Madre? ¿Cómo podía ser? Pero si ella había creado inicialmente todas las plantas, ¡tenía que haberlo hecho con un propósito! Seguramente su intención era que se la usara para ayudar a las mujeres cuando podía ser peligroso o difícil que se quedaran embarazadas. Pero, entonces, ¿por qué no era mayor la cantidad de mujeres que conocían el asunto? Tal vez lo conocían. Puesto que la planta crecía tan cerca, quizá esas mujeres sharamudoi estaban familiarizadas con su uso. Ayla podía preguntar, pero ¿hablarían? Y si no sabían, ¿cómo podía preguntar sin aclararles ese punto? Pero si la Madre destinaba la planta a las mujeres, ¿no era justo decírselo? En la mente de Ayla se acumulaban las preguntas, pero carecía de respuestas.

—¿Por qué necesitabas precisamente ahora recoger plantas para las mordeduras y las picaduras? —preguntó Jondalar, con una expresión inquieta en los ojos.

—No quise preocuparte —dijo Ayla, y después sonrió—; lo que pasa es que esta región se parece tanto a mi hogar, que deseaba explorarla.

De pronto, él también tuvo que sonreír.

—Y encontraste moras para el desayuno, ¿eh? Ahora sé lo que te llevó tanto tiempo. Jamás conocí a nadie a quien le gustasen tanto las moras.

Había advertido el desconcierto de Ayla, pero se sintió complacido cuando creyó que había descubierto por qué ella parecía tan renuente a explicar el motivo de la pequeña excursión.

—Bueno, sí, he cogido algunas. Tal vez podamos regresar después y recoger para todos. Ahora están maduras y son sabrosas. Y también hay otras cosas que deseo buscar.

—Ayla, tengo la sensación de que hallaremos todas las moras que podamos desear si estás cerca —dijo Jondalar, besándole la boca manchada de púrpura.

Él se sentía aliviado porque la había encontrado sana y salva y tan complacido consigo mismo al pensar que había descubierto la debilidad de la joven por las moras maduras, que ella se limitó a sonreír y permitió que él pensara lo que quisiera. En efecto, le gustaban las moras, pero la verdadera debilidad de Ayla estaba en Jondalar, y la joven sintió de pronto un amor tan abrumador y cálido hacia él que sólo deseaba estar a solas con él. Quería abrazarle y besarle, y complacerle, y sentir que él la complacía como siempre solía hacerlo. Los ojos de Ayla descubrieron sus sentimientos, y los de Jondalar, maravillosos y excepcionalmente azules, compensaron con creces esa pasión. Ella sintió una extraña resonancia interior y tuvo que apartarse para recuperar la serenidad.

—¿Cómo está Roshario? —dijo—. ¿Ya se ha despertado?

—Sí, y dice que tiene apetito. Carolio vino del muelle y está preparándonos algo, pero creímos que debíamos esperar hasta que volvieses, antes de que ella comiera.

—Iré a ver cómo está; después me gustaría tomar un baño —dijo Ayla.

Cuando se acercaba a la morada, Dolando apartó la cortina para salir y Lobo vino corriendo. Saltó sobre Ayla, le apoyó las patas en los hombros y le lamió el mentón.

—¡Lobo, abajo! Tengo las manos ocupadas —ordenó Ayla.

—Parece alegrarse de verte —dijo Dolando. Vaciló y después agregó—: Yo también, Ayla. Roshario te necesita.

Era hasta cierto punto un reconocimiento o por lo menos la admisión de que él no deseaba mantenerla apartada de su compañera, pese a todos los arrebatos de la víspera. Ayla ya había comprendido que ésa era la actitud de Dolando cuando le permitió entrar en su vivienda aun cuando no lo había expresado con palabras.

—¿Necesitas algo? ¿Puedo traerte algo? —preguntó el hombre. Vio que las manos de Ayla estaban ocupadas.

—Me gustaría secar estas plantas; necesitaría un bastidor —dijo ella—. Puedo fabricar uno, pero para eso necesito un poco de madera y cuerdas o tendones para atarlo.

—Yo puedo conseguir algo mejor. Shamud solía secar plantas para sus medicinas y creo que sé dónde están sus bastidores. ¿Quieres usar uno?

—Dolando, creo que sería perfecto —dijo Ayla. Él asintió y se fue, mientras la joven entraba. Sonrió cuando vio a Roshario sentada en su cama. Depositó en el suelo las plantas y se acercó a la mujer.

—No sabía que Lobo había regresado —dijo Ayla—. Espero que no te haya molestado.

—No. Estoy segura de que me cuidaba. Cuando miró la primera vez, sabe esquivar la cortina, regresó directamente aquí. Una vez que le hube acariciado, se instaló en ese rincón, siempre mirando hacia aquí. Como ves, ésta es ahora su vivienda —dijo Roshario.

—¿Has dormido bien? —preguntó Ayla a la mujer, mientras le arreglaba la cama y deslizaba almohadas y pieles tras la espalda, con el fin de que estuviese más cómoda.

—Mejor que nunca desde el día del accidente. Sobre todo después de que Dolando y yo mantuvimos una larga conversación —dijo. Miró a la mujer alta y rubia, la extranjera que Jondalar había traído consigo, que había conmocionado la vida de todos y desencadenado tantos cambios en tan poco tiempo—. Ayla, no pensó realmente lo que te dijo; lo que pasa es que está obsesionado. Ha vivido durante años lamentando la muerte de Doraldo; en realidad, nunca ha podido olvidarlo. Hasta anoche no conoció todas las circunstancias del caso. Ahora está tratando de superar años de odio y violencia frente a los que, según él estaba convencido, eran animales perversos, y hacia todo lo que se relacionaba con ellos, incluida tú misma.

—¿Y tú, Roshario? Era tu hijo —dijo Ayla.

—Yo también los odiaba, pero después murió la madre de Jetamio y nosotros la recogimos. No puedo decir que viniese a ocupar el lugar de Doraldo, pero estaba tan enferma y necesitaba tanta atención que yo no tuve tiempo para pensar mucho en la muerte de mi hijo. Poco a poco llegué a sentir que era mi propia hija y pude dejar en paz el recuerdo de Doraldo. Dolando también llegó a amar a Jetamio, pero los varones son especiales para los hombres, y sobre todo los varones nacidos de su propio hogar. No pudo superar la pérdida de Doraldo, precisamente en el momento en que el muchacho había alcanzado la virilidad y tenía una vida por delante. —Las lágrimas relucían en los ojos de Roshario—. Ahora, también Jetamio se fue. Casi me resistí a aceptar a Darvo, por temor a que él también muriese joven.

—Nunca es fácil perder a un hijo —dijo Ayla—, o a una hija.

Roshario creyó ver una expresión de dolor que cruzaba por la cara de la joven cuando se incorporó y se acercó al fuego para comenzar los preparativos. Cuando Ayla regresó, traía sus medicinas en los cuencos de madera. La mujer nunca había visto nada parecido. La mayor parte de las herramientas, los utensilios y los recipientes de su pueblo estaban decorados con tallas o pinturas, o con ambas cosas, sobre todo los de Shamud. Los cuencos de Ayla habían sido finamente fabricados, eran lisos y presentaban formas armoniosas, aunque carecían de ornato. No tenían ningún tipo de decoración, excepto el grano de la propia madera.

—¿Ahora sufres mucho? —preguntó Ayla, mientras ayudaba a Roshario a recostarse.

—Un poco, pero nada semejante a lo que he pasado hasta ahora —dijo la mujer, mientras la joven curadora comenzaba a retirar las vendas.

—Creo que la inflamación ha disminuido —indicó Ayla, después de examinar el brazo—. Te pondré de nuevo las tablillas y un cabestrillo, por si deseas levantarte un rato. Esta noche te pondré otra cataplasma. Cuando ya no haya inflamación, envolveré todo con corteza de haya; tendrás que conservarla hasta que suelde el hueso; por lo menos una luna y la mitad de otra —explicó Ayla, mientras, con movimientos diestros, retiraba el húmedo cuero de gamuza y observaba el hematoma que se había extendido y que era consecuencia de sus manipulaciones de la víspera.

—¿Corteza de haya? —preguntó Roshario.

—Cuando se la empapa en agua caliente, se ablanda y es fácil darle la forma que uno desea. Se torna rígida y dura al secarse y mantendrá inmóvil tu brazo hasta que el hueso se cure, incluso si te levantas y te mueves.

—¿Quieres decir que podré levantarme y hacer algo, en lugar de permanecer acostada? —preguntó Roshario, con una sonrisa complacida.

—Tendrás que emplear un solo brazo, pero nada impide que te sostengas sobre las dos piernas. El dolor era lo que te mantenía postrada.

Roshario asintió.

—Eso es cierto —dijo.

—Deseo que hagas una prueba antes de que te vende otra vez. Si puedes, quiero que muevas los dedos; quizá te duela un poco.

Ayla hizo lo posible para ocultar su preocupación. Si había una lesión interna que ahora impedía que Roshario moviese los dedos, podría ser un indicio de que recuperaría a lo sumo un uso limitado del brazo. Ambas observaban atentamente la mano, y las dos sonrieron aliviadas cuando ella movió hacia arriba el dedo medio y después los demás dedos.

—¡Excelente! —dijo Ayla—. Ahora, ¿puedes cerrar los dedos?

—¡Sí, y los siento! —dijo Roshario, mientras flexionaba los dedos.

—¿Te duele mucho si cierras el puño? —Ayla observaba mientras Roshario cerraba lentamente la mano.

—Duele, pero puedo hacerlo.

—Eso está muy bien. ¿Hasta dónde puedes mover la mano? ¿Puedes curvarla hacia la muñeca?

Roshario hizo una mueca a causa del esfuerzo y respiró entre dientes, pero dobló la mano hacia delante.

—Es suficiente —concluyó Ayla.

Ambas se volvieron para mirar cuando oyeron a Lobo que anunciaba la aparición de Jondalar con un ladrido que se asemejaba a una tos ronca, y sonrieron cuando él entró.

—He venido a ofrecerme para hacer algo. ¿Quieres que ayude a salir a Roshario? —preguntó Jondalar. Había mirado el brazo desnudo de Roshario; después apartó deprisa los ojos. El brazo hinchado y descolorido no le causó buena impresión.

—Ahora nada, pero en los próximos días necesitaré unas tiras anchas de corteza de haya fresca. Si ves un haya de buen tamaño, recuérdalo, y luego me enseñarás dónde está. Usaré la corteza para mantener rígido el brazo mientras se suelda —replicó Ayla, mientras envolvía la fractura con las tablillas.

—Ayla, no me has dicho para qué querías que moviera los dedos —dijo Roshario—. ¿Qué significa eso?

Ayla sonrió.

—Significa que, con suerte, es probable que recuperes completamente el uso de tu brazo, o estés muy cerca de lograrlo.

—Eso es una buena noticia —dijo Dolando. Había escuchado la contestación de Ayla cuando entró en la vivienda sosteniendo un extremo de un bastidor. Darvalo sostenía el otro extremo—. ¿Éste servirá?

—Sí, y gracias por traerlo aquí. Algunas plantas se secan lejos de la luz.

—Carolio dice que nuestro desayuno está listo —dijo el joven—. Desea saber si quieres comer fuera, porque el tiempo es muy hermoso.

—Bien, lo prefiero —contestó Roshario, y después se volvió hacia Ayla—, si tú estás de acuerdo.

—Te pondré el brazo en un cabestrillo, y después podrás salir, si Dolando te sostiene un poco —dijo Ayla. La sonrisa del jefe shamudoi fue especialmente amplia—. Y si nadie se opone, me gustaría nadar un poco antes de comer.

—¿Estás seguro de que esto es un bote? —preguntó Markeno, mientras ayudaba a Jondalar a trasladar la estructura redonda revestida de cuero contra la pared, a lo largo de las pértigas—. ¿Cómo guías este tazón?

—El control no es tan fácil como en uno de tus botes, pero se usa principalmente para cruzar los ríos y los remos son bastante eficaces para impulsarlo sobre el agua. Por supuesto, con los caballos sencillamente lo atamos a una estaca, y dejamos que ellos lo arrastren —explicó Jondalar.

Ambos miraron a través del campo, hacia el lugar en el que Ayla estaba frotando a Whinney, mientras Corredor permaneciera cerca. Jondalar había cepillado antes el pelaje del caballo, y había visto que los lugares pelados, en los que el pelo se había caído cuando atravesaban las llanuras calientes, comenzaban a recuperarse. Ayla había tratado los ojos de los dos animales. Ahora que estaban en terreno más alto y más fresco, lejos de los irritantes cínifes, la mejoría era evidente.

—Los caballos son los que más me sorprenden —dijo Markeno—. Nunca imaginé que podrían permanecer cerca de la gente, pero parecen encontrarse a gusto. Aunque creo que al principio me sorprendió más el lobo.

—Ahora estás más acostumbrado a Lobo. Ayla lo mantuvo cerca de ella porque creyó que podía atemorizar a la gente más que los caballos.

Vieron a Tholie que se acercaba a Ayla; Shamio y Lobo correteaban alrededor de la mujer.

—Shamio realmente le quiere —dijo Markeno—. Mírala. Debería temerle; ese animal podría destrozarla, y, sin embargo, no se muestra en absoluto agresivo. Juega con ella.

—Los caballos también pueden mostrarse juguetones, pero tú no te imaginas lo que se siente cabalgando sobre el lomo de ese corcel. Puedes probar, si lo deseas, aunque aquí no hay mucho espacio para que pueda correr realmente.

—Está bien, Jondalar. Creo que me limitaré a viajar en los botes —dijo Markeno. Cuando un hombre apareció sobre el borde del risco, agregó—: Y aquí viene Carlono. Creo que es hora de que Ayla navegue con nosotros.

Todos se acercaron a los caballos; caminaron después juntos hacia el risco y se detuvieron en el lugar en que el arroyuelo vertía sus aguas por el borde para caer en el Río de la Gran Madre, que corría abajo.

—¿Crees realmente que ella debería descender por aquí? Hay mucha altura y puede asustarse —preguntó Jondalar—. A mí también me parece un poco inquietante. Hace mucho que no practico.

—Jondalar, has dicho que te gustaría que navegase en un verdadero bote —dijo Markeno—. Y tal vez ella desee ver nuestro muelle.

—No es tan difícil —dijo Tholie—. Hay apoyos y cuerdas para sujetarse. Puedo enseñarle cómo se hace.

—No necesita descender de ese modo —añadió Carlono—. Podemos bajarla en el canasto de los suministros, exactamente como te subimos la primera vez, Jondalar.

—Quizá eso sea lo mejor —concluyó Jondalar.

—Baja conmigo y subiremos el canasto.

Ayla había escuchado la conversación mientras contemplaba el río y el precario sendero que usaban para descender, el mismo por donde Roshario había caído, a pesar de que estaba completamente familiarizada con él. Vio las sólidas cuerdas con nudo aseguradas a las clavijas de madera hundidas en las estrechas grietas de la roca y que comenzaban en el extremo superior, donde ellos estaban. El arroyo que descendía saltando de la roca a la cornisa salpicaba con sus aguas parte de la empinada senda.

Vio cómo Carlono se apartaba del borde con mucha soltura, aferrando la cuerda con una mano mientras con un pie tocaba el primer estrecho reborde. Vio que Jondalar palidecía un poco, respiraba hondo y después iniciaba el descenso, un poco más lento y con más cuidado. Entretanto, Markeno, junto con Shamio, que pretendía ayudar, recogía un gran rollo de gruesa cuerda. El rollo terminaba en un lazo que había sido entretejido sobre el extremo como parte de la cuerda, y que caía sobre un grueso soporte que estaba más o menos a medio camino entre las paredes que circundaban el valle. El resto del largo cable fue lanzado sobre el límite del peñasco. Ayla se preguntó qué clase de fibras empleaban para fabricar sus cuerdas. Eran las más gruesas que habían visto jamás.

Poco después, Carlono regresó con el otro extremo del cable. Caminó hacia un segundo soporte, que no estaba lejos del primero, y después comenzó a elevar la cuerda, disponiéndose pulcramente en un rollo que tenía al lado de sus pies. Poco después apareció sobre el borde del risco, entre los dos extremos, un objeto ancho y poco profundo, parecido a un canasto. Con mucha curiosidad, Ayla se acercó para examinarlo mejor.

Lo mismo que las cuerdas, el canasto era sumamente sólido. El fondo tejido, que era chato y estaba reforzado y armado con planchas de madera, tenía la forma de un largo óvalo con los laterales rectos bordeando el óvalo, que parecían una empalizada baja. Tenía espacio sobrado para alojar a una persona acostada, o a un esturión de tamaño mediano, con la cabeza y la cola sobresaliendo por el frente y el fondo. El esturión más grande, una de las dos variedades que vivían sólo en el río y sus principales afluentes, alcanzaba unos diez metros de longitud y pesaba más de mil cuatrocientos kilogramos; por tanto, había que despiezarlo para llevarlo hasta el valle.

El canasto de suministros estaba sostenido por dos cuerdas entrelazadas y era mantenido en su lugar por cuatro anillos de fibra, dos unidos a cada uno de los lados más largos. Cada cuerda pasaba por un anillo y se elevaba atravesando el anillo situado en diagonal en el lado opuesto, cruzando bajo el artefacto. Los cuatro extremos de las cuerdas estaban entrecruzados y formaban arriba una presilla ancha y pesada; la cuerda descolgada por el borde del risco pasaba por esa presilla.

—Ayla, entra. Te sujetaremos bien y te bajaremos —dijo Markeno, mientras se ponía un par de guantes de cuero muy apretados y después daba una vuelta al largo extremo alrededor de la segunda estaca, preparándose para bajar el canasto.

Como ella vaciló, Tholie dijo:

—Si no te decides, te mostraré cómo se hace. Nunca me gustó ir en este recipiente.

Ayla miró de nuevo la empinada pendiente. Ninguna de las dos formas le parecía muy interesante.

—Esta vez probaré el canasto —propuso.

Donde se iniciaba la vía de descenso, la pared que comenzaba debajo del risco era empinada, pero tenía una inclinación que permitía treparla, aunque con dificultad; cerca del punto medio, donde estaban las estacas, el borde superior del risco sobrepasaba la pared. Ayla entró en el canasto, se sentó y aferró los bordes con los nudillos blancos a causa de la presión.

—¿Estás dispuesta? —preguntó Carlono. Ayla volvió la cabeza sin apartar las manos de los bordes y asintió—. Bájala, Markeno.

La joven apretó con menos fuerza, mientras Carlono empujaba el canasto sobre el borde. Mientras Markeno dejaba deslizar la cuerda entre sus manos protegidas por los guantes de cuero, controlando el descenso con la ayuda de la cuerda enroscada en la estaca, la presilla que estaba en el extremo superior del canasto se deslizaba por la gruesa cuerda, y Ayla, suspendida en el espacio vacío sobre el muelle, comenzó a descender lentamente.

El artefacto que permitía transportar suministros y personas, entre la cornisa de arriba y el muelle de abajo, era sencillo pero eficaz. Dependía de la fuerza muscular, pero el canasto mismo, aunque sólido, era relativamente liviano y posibilitaba que incluso una sola persona moviese grandes cargas. Con la ayuda de otros individuos, podían transportarse cargas bastante pesadas.

Apenas había abandonado el extremo superior del risco, Ayla cerró los ojos y sintió que el corazón le latía con fuerza. Pero cuando percibió que descendía lentamente, abrió cautelosamente los ojos y miró alrededor, realmente maravillada. Vio el paisaje desde una perspectiva que antes desconocía y que probablemente nunca volvería a ver.

Colgada sobre el gran río de aguas móviles, junto a la alta pared de la garganta, Ayla sintió que estaba flotando en el aire. El muro rocoso del otro lado del río estaba a poco más de un kilómetro y medio de distancia, pero le parecía muy cercano, si bien en ciertos lugares a lo largo de la puerta, las paredes estaban mucho más próximas una de la otra. Era un tramo bastante recto del río, y mientras ella miraba hacia el este y después hacia el oeste, siguiendo el curso de la vía fluvial, alcanzó a percibir su poder. Cuando casi había llegado al muelle, miró hacia arriba y vio una nube blanca que se desplazaba sobre el borde de la muralla; y atrajeron su atención dos figuras. Saludó con la mano. Después aterrizó con un leve golpe, cuando aún estaba mirando hacia arriba.

Cuando vio la cara sonriente de Jondalar dijo:

—¡Ha sido de veras excitante!

—Espectacular, ¿verdad? —dijo él, mientras la ayudaba a salir del artefacto.

Un nutrido grupo de personas la esperaba, pero ella estaba más interesada por el lugar que por la gente. Sintió un balanceo bajo los pies cuando salió del canasto y pisó las planchas de madera; comprendió que estaba flotando en el agua. Era un muelle de amplias proporciones, que podía albergar varias viviendas de construcción análoga a las que se habían levantado bajo el saliente de piedra arenisca, además de varios espacios abiertos. Habían encendido fuego en las proximidades, aprovechando una losa de piedra arenisca rodeada de piedras. Varios de los asombrosos botes que ella había visto antes, utilizados por la gente del río —angostos y con un borde afilado a proa y a popa—, estaban amarrados a la construcción flotante. Tenían diferentes tamaños y no había dos iguales; formaban una amplia gama, desde los que apenas tenían capacidad para una persona, hasta los más largos, con varios asientos.

Cuando se volvió para mirar alrededor, vio dos botes muy grandes que la sobresaltaron. Las proas se alargaban para convertirse en cabezas de extrañas aves; aquéllos estaban ornados con dibujos geométricos, que, en conjunto, semejaban plumas. Había ojos pintados cerca de la línea de flotación. La embarcación más grande tenía un dosel en el centro. Cuando miró a Jondalar para expresarle su asombro, él tenía los ojos cerrados y en su frente había arrugas y angustia; Ayla comprendió que la embarcación grande seguramente tenía algo que ver con su hermano.

Pero ninguno de los dos tuvo mucho tiempo para detenerse a pensar. El grupo los empujó hacia delante, porque todos estaban ansiosos de mostrar a la visitante tanto su peculiar habilidad artesanal como su destreza en la navegación. Ayla vio que varias personas trepaban por una especie de escala que unía el muelle con el bote. Cuando la invitaron a apoyar el pie en uno de los peldaños, comprendió que esperaban que hiciera lo mismo. La mayoría de la gente caminaba por el muelle, manteniendo fácilmente el equilibrio, a pesar de que el bote y el muelle a veces se movían en sentidos contrarios; de todos modos, Ayla aceptó agradecida la mano que Carlono le tendió.

Se sentó entre Markeno y Jondalar, bajo el dosel que se extendía de un extremo a otro, sobre un banco que fácilmente podría admitir a más personas. Otros se sentaron en bancos delante y detrás, y varios empuñaron remos de mango muy largo. Antes de que ella supiese a qué atenerse, habían soltado las cuerdas que los mantenían unidos al muelle y estaban en mitad del río.

Carolio, hermana de Carlono, situada en la parte delantera del bote, cantaba con una voz potente y aguda una canción rítmica que se elevó sobre la melodía líquida del Río de la Gran Madre. Ayla observó fascinada mientras los remeros pugnaban contra la corriente poderosa, intrigada por la forma en que remaban al unísono con el ritmo de la canción, y le sorprendió la rapidez y la suavidad con que avanzaban contra la corriente.

En un recodo del río, los costados de la garganta rocosa se acercaron. Entre las altas murallas que nacían en las proximidades del río caudaloso, el ruido del agua se hizo más estridente e intenso. Ayla sintió que el aire era más frío y húmedo, y las aletas de su nariz se movieron al percibir el aroma arenoso y nítido del río y de la muerte y la vida en él, tan diferentes de los perfumes tersos y secos de las llanuras.

Cuando la garganta se ensanchó de nuevo, los árboles que crecían en los márgenes descendieron hasta el borde del agua.

—Esto comienza a parecerme desconocido —dijo Jondalar—. Eso que está delante, ¿no es el lugar donde se fabrican los botes? ¿Nos detendremos allí?

—Ahora no. Continuaremos avanzando y giraremos rodeando el Medio Pez.

—¿Medio Pez? —preguntó Ayla—. ¿Qué es eso?

Un hombre que estaba sentado frente a ella se volvió y sonrió. Ayla recordó que era el compañero de Carolio.

—Deberías preguntárselo —dijo, mirando al hombre que estaba al lado de Ayla. Ella advirtió el sonrojo en la cara de Jondalar, que la miró avergonzado.

—Es donde él se convirtió en medio hombre ramudoi. ¿Todavía no te lo ha dicho?

Varias personas se echaron a reír.

—¿Por qué no se lo cuentas, Barono? —dijo Jondalar—. Estoy seguro de que no es la primera vez.

—Jondalar tiene razón en eso —confirmó Markeno—. Es una de las anécdotas favoritas de Barono. Carolio dice que está cansada de escucharla, pero todos saben que él no puede resistirse a relatar una buena anécdota sin que le importe cuántas veces la haya contado.

—Bien, Jondalar, tienes que reconocer que fue divertido —dijo Barono—. Pero deberías ser tú quien la contara.

Jondalar sonrió a pesar de sí mismo.

—Quizá lo fuera para todos los demás. —Ayla le miraba con una sonrisa desconcertada—. Yo estaba empezando a aprender a manejar los botes pequeños —comenzó—. Tenía conmigo un arpón, una lanza para capturar peces, y navegué río arriba; entonces vi al esturión que pasaba. Me pareció que era mi oportunidad de atrapar mi primer pez, pero no medí las consecuencias de rescatar yo solo un pez tan grande ni de lo que sucedería con un bote tan pequeño.

—¡Ese pez fue la aventura de su vida! —dijo Barono, que no pudo resistir la tentación de intervenir.

—Ni siquiera estaba seguro de que podría clavarle el arpón, no estaba acostumbrado a una lanza unida a una cuerda —continuó Jondalar—. Debí haberme preocupado de lo que sucedería después.

—No comprendo —dijo Ayla.

—Si estás cazando en tierra y hundes tu lanza en algo, por ejemplo un ciervo, aunque sólo lo hieras y la lanza se caiga, puedes seguirle el rastro —explicó Carlono—. No puedes seguir la pista de un pez en el agua. Un arpón tiene unas barbas que miran hacia atrás y una cuerda fuerte unida al arpón, de modo que cuando clavas la lanza en un pez, la punta con la cuerda queda clavada y no se pierde en el agua. El otro extremo de la cuerda puede estar atado al bote.

—El esturión al que lanceó le llevó río arriba, con bote y todo —interrumpió de nuevo Barono—. Estábamos en la orilla y le vimos pasar, tirado por la cuerda que estaba atada al bote. Nunca vi a nadie pasar tan rápido en mi vida. Fue algo muy divertido. Jondalar creyó que había enganchado al pez, ¡pero en realidad era el pez el que le había enganchado a él!

Ayla sonreía como todos los demás.

—Cuando, finalmente, el pez perdió bastante sangre y murió, yo estaba muy lejos, río arriba —continuó Jondalar—. El bote estaba casi inundado y yo terminé nadando hacia la orilla. En medio de la confusión, el bote descendió por el río, pero el pez fue a parar en un remanso, cerca de tierra. Lo arrastré hasta la orilla. En ese momento tenía mucho frío, pero había perdido mi cuchillo y no podía encontrar leña seca o algo para hacer fuego. De pronto, apareció un cabeza chata…, uno del clan…, un jovencito.

Ayla abrió los ojos sorprendida. La anécdota había cobrado un sesgo diferente.

—Me llevó donde estaba su fuego. Había una mujer de edad en su campamento; yo temblaba tanto que ella me ofreció una piel de lobo. Después de que me calenté, regresamos al río. El cabe…, el jovencito quería la mitad del pez y yo se la di de buena gana. Cortó al esturión por la mitad, a lo largo, y se llevó su mitad. Todos los que me vieron pasar vinieron a buscarme, y justamente en ese momento me encontraron. Aunque se rieron mucho, me sentí muy contento de verlos.

—Todavía es difícil comprender que un solo cabeza chata llevara la mitad de ese pez. Recuerdo que se necesitaron tres o cuatro hombres para mover la mitad que dejó allí —dijo Markeno—. Era un esturión grande.

—Los hombres del clan son fuertes —dijo Ayla—, pero no sabía que hubiera gente del clan en esta región. Creí que todos estaban en la península.

—Había unos pocos al otro lado del río —dijo Barono.

—¿Qué sucedió con ellos? —preguntó Ayla.

La gente del bote de pronto pareció inquieta, y desviaba la mirada. Finalmente, Markeno dijo:

—Después de la muerte de Doraldo, Dolando reunió mucha gente y… fue a buscarlos. Pasado un tiempo, la mayoría de ellos… desapareció…, creo que se alejaron.

—Enséñame eso otra vez —dijo Roshario, deseosa de probar con sus propias manos. Esa mañana Ayla había aplicado al brazo los trozos de corteza de haya. Aunque todavía no estaba completamente seco, el material fuerte y liviano ya había obtenido rigidez suficiente para inmovilizar el brazo, y Roshario podía ahora moverse con mayor soltura; pero Ayla no quería que comenzara a utilizar la mano.

Estaban, junto con Tholie, sentadas al sol, entre varios cueros suaves de gamuza. Ayla había traído su caja de costura y les mostraba el pasahílos o aguja que había elaborado con la ayuda del Campamento del León.

—Primero, hay que hacer unos orificios con una lezna en los dos pedazos de cuero que se desea unir —dijo Ayla.

—Es lo que hacemos siempre —asintió Tholie.

—Pero os servís de esto para pasar el hilo por los orificios. El hilo atraviesa este minúsculo agujero por un extremo, y después, cuando pasáis la punta por los cortes del cuero, arrastra el hilo y une los dos pedazos que se desean juntar.

Mientras mostraba el funcionamiento de la aguja de marfil, Ayla tuvo una idea. Se preguntó si, con una aguja bastante aguda, no sería posible que el pasahílos también perforase el orificio. Sin embargo, el cuero podía ser muy resistente.

—Déjame ver —dijo Tholie—. ¿Cómo pasas el hilo por el orificio?

—Así, ¿ves? —mostró Ayla, haciendo una demostración; después le devolvió la aguja. Tholie trató de dar unas pocas puntadas.

—¡Qué fácil es! —dijo—. Casi se podría hacer con una sola mano.

Roshario, que miraba con mucha atención, pensó que quizá Tholie tuviera razón. Aunque ella no podía usar el brazo fracturado, si consiguiera emplear la mano aunque no fuera más que para mantener unidos los trozos, con un pasahílos como aquél lograría coser empleando la mano sana.

—Nunca había visto nada parecido. ¿Cómo se te ocurrió la idea? —preguntó Roshario.

—No lo sé —dijo Ayla—. Lo pensé casualmente en una ocasión en que encontré dificultades para coser algo, pero muchos me ayudaron. Creo que la principal dificultad fue perforar un agujero suficientemente pequeño con un pedernal. Jondalar y Wymez trabajaron en esto.

—Wymez es el tallador de pedernal del Campamento del León —explicó Tholie a Roshario—. He oído decir que es muy bueno.

—Sé que Jondalar trabaja bien —dijo Roshario—. Aportó tantas ideas para mejorar las herramientas que usamos para fabricar botes, que todos se entusiasmaron con él. A menudo no eran nada más que simples detalles, pero que suponían grandes mejoras. Estaba enseñando a Darvo antes de partir. Jondalar es bueno para enseñar a los jóvenes. Quizá ahora pueda demostrarlo mejor.

—Jondalar dijo que aprendió mucho de Wymez —afirmó Ayla.

—Es posible, pero vosotros dos parecéis eficientes cuando se trata de idear modos más eficaces de hacer las cosas —dijo Tholie—. Este pasahílos facilitará mucho la costura. Incluso aunque uno sepa hacerlo, siempre es difícil pasar el hilo por los orificios con un punzón. Lo mismo sucede con ese lanzavenablos de Jondalar, que entusiasmó a todos. Cuando tú les mostraste que sabías usarlo, la gente comenzó a pensar que todos podían utilizarlo, aunque no creo que sea tan fácil como tú has querido decir. Supongo que has practicado bastante con ese artefacto.

Jondalar y Ayla habían demostrado cómo se usaba el lanzavenablos. Se necesitaba mucha habilidad y paciencia para acercarse lo suficiente a una gamuza y capturarla, y cuando los cazadores shamudoi vieron la distancia que una lanza podía cubrir con el aparato, quisieron probarlo con los esquivos antílopes monteses. Varios pescadores ramudoi del exterior se entusiasmaron tanto que decidieron adaptarle un arpón para comprobar su funcionamiento. En el curso de la discusión, Jondalar explicó su idea de la lanza dividida en dos partes, con un elemento posterior largo provisto de dos o tres plumas y un elemento delantero más pequeño, que se desprendía del anterior y tenía una punta. Las posibilidades del arma fueron captadas inmediatamente y en los días siguientes ambos grupos realizaron varias pruebas.

De pronto, se produjo un revuelo en el punto más alejado del campo. Las tres mujeres volvieron los ojos y vieron a varias personas que recogían el canasto de los suministros. Algunos jovencitos corrían hacia ellas.

—¡Han atrapado a uno! ¡Han cogido a uno con el lanzador de arpones! —gritó Darvalo, mientras se aproximaba a las mujeres—. ¡Y es una hembra!

—¡Vamos a ver! —dijo Tholie.

—Adelantaos vosotras. Os alcanzaré apenas haya guardado mi pasahílos.

—Ayla, yo te esperaré —dijo Roshario.

Cuando se reunieron con los otros, ya habían descargado la primera parte del esturión y bajado de nuevo el canasto. Era un pez enorme, demasiado grande para elevarlo de una sola vez, pero primero habían elevado la mejor parte: casi cien kilogramos de minúsculos huevos negros de esturión. Parecía una señal premonitoria de que aquella gran hembra fuese el resultado de la primera cacería del esturión con la nueva arma creada a partir del lanzavenablos de Jondalar.

Llevaron al fondo del campo los bastidores para secar pescado, y casi todos los que estaban allí comenzaron a cortar en pequeños trozos al gran pez. Pero la gran masa de caviar fue transportada a la zona en que se levantaban las viviendas. Era responsabilidad de Roshario supervisar la distribución. Pidió a Ayla y a Tholie que la ayudasen y apartó un poco para que todos pudiesen saborearlo.

—¡Hace años que no como esto! —dijo Ayla, introduciéndose una porción en la boca—. Siempre es mejor cuando está recién extraído del pez, ¡y aquí hay tanto!

—Es una suerte que así sea, porque, de lo contrario, no comeríamos mucho —bromeó Tholie.

—¿Por qué no? —preguntó Ayla.

—Porque las huevas de esturión son uno de los elementos que usamos para suavizar la piel de gamuza —dijo Tholie—. Empleamos la mayor parte para ese fin.

—Me gustaría ver alguna vez cómo suavizáis tan bien ese cuero —dijo Ayla—. Siempre me interesó trabajar con los cueros y las pieles. Cuando vivía en el Campamento del León aprendí a teñir las pieles y a obtener un tono realmente rojo, y Crozie me enseñó cómo lograr un cuero blanco. También me gusta el color amarillo que obtenéis.

—Me sorprende que Crozie se mostrase dispuesta a revelártelo —dijo Tholie. Miró significativamente a Roshario—. Creía que el cuero blanco era un secreto del Hogar de la Cigüeña.

—No dijo que fuese un secreto. Afirmó que su madre le había enseñado, y parece que la hija no estaba muy interesada en trabajar el cuero. Me dio la impresión de que estaba encantada en transmitir a alguien ese conocimiento.

—Bien, como ambas eran miembros del Campamento del León, podría decirse que pertenecían a la misma familia —aseveró Tholie, si bien estaba bastante sorprendida—. No creo que hubiese hablado con un extraño, del mismo modo que tampoco nosotros lo haríamos. El procedimiento de los sharamudoi para tratar la piel de gamuza es secreto. Nuestros cueros son admirados y poseen un elevado valor comercial. Si todos supieran cómo trabajarlos, no serían tan valiosos; por eso mismo no compartimos ese conocimiento —dijo Tholie.

Ayla asintió, pero su expresión decía bien a las claras que estaba decepcionada.

—Bien, es bonito, y el amarillo es tan luminoso y atractivo.

—El amarillo proviene del arrayán del pantano, pero no lo empleamos por su color. Sencillamente es que resulta así. El arrayán del pantano contribuye a mantener la suavidad de los cueros incluso aunque se mojen —dijo Roshario. Hizo una pausa, y agregó—: Si te quedaras aquí, Ayla, podríamos enseñarte a fabricar piel de gamuza amarilla.

—¿Si me quedara? ¿Cuánto tiempo?

—Lo que quisieras, mientras vivas, Ayla —propuso Roshario, mirándola con expresión sincera—. Jondalar es pariente; le vemos como uno de los nuestros. No necesitaría mucho para convertirse en sharamudoi. Incluso ya ha llegado a fabricar un bote. Has dicho que aún no os habéis unido. Estoy segura de que podremos encontrar a alguien dispuesto a formar parejas cruzadas con vosotros, y después podríais uniros aquí. Sé que serías bienvenida entre nosotros. Desde que murió nuestro viejo Shamud, estamos necesitando un curador.

—Nosotros estaríamos dispuestos a formar parejas cruzadas —dijo Tholie. Aunque el ofrecimiento de Roshario era espontáneo, parecía muy oportuno en el momento en que lo formuló—. Tendría que hablar con Markeno, pero estoy segura de que aceptará. Después de Jetamio y Thonolan, ha sido difícil encontrar otra pareja con la cual quisiéramos unirnos. El hermano de Thonolan sería perfecto. Markeno siempre simpatizó con Jondalar, y a mí me agradaría compartir una vivienda con otra mujer mamutoi —sonrió a Ayla—. Y a Shamio le encantaría tener cerca a su «Lobito».

El ofrecimiento sorprendió a Ayla. Cuando comprendió cabalmente el sentido de lo que había oído, se sintió abrumada. Las lágrimas comenzaron a escocerle los ojos.

—Roshario, no sé qué decir. Desde que llegué aquí he sentido que esto era un hogar para mí. Tholie, me encantaría compartir contigo…

Las lágrimas afluyeron a sus ojos.

Las dos mujeres sharamudoi sintieron el contagio de las lágrimas y parpadearon para contenerlas, pero sonrieron una a la otra como si ambas hubieran conspirado para trazar un plan maravilloso.

—Apenas Markeno y Jondalar regresen, se lo diremos —afirmó Tholie—. Markeno se sentirá tan aliviado…

—No sé qué pensará Jondalar —dijo Ayla—. Sé que deseaba venir aquí. Incluso renunció a un camino más corto para veros, pero no sé si querrá permanecer. Siempre me dice que desea volver con su pueblo.

—Pero nosotros somos su pueblo —dijo Tholie.

—No, Tholie. Aunque estuvo aquí tanto tiempo como su hermano, Jondalar continúa siendo zelandonii. Nunca pudo separarse totalmente de ellos. Y a veces pensé que quizá por eso sus sentimientos hacia Serenio no eran tan intensos —dijo Roshario.

—¿Era la madre de Darvalo? —preguntó Ayla.

—Sí —contestó la mujer mayor, al mismo tiempo que se preguntaba cuánto habría revelado Jondalar a Ayla acerca de Serenio—, pero como es evidente lo que siente por ti, tal vez, después de todo el tiempo que ha pasado, los vínculos con su propio pueblo sean más débiles. ¿No crees que ya habéis viajado bastante? ¿Por qué tenéis que hacer un viaje tan largo cuando disponéis de un hogar aquí mismo?

—Además, es tiempo de que Markeno y yo elijamos una pareja cruzada… antes del invierno. No te lo he dicho, pero la Madre me concedió de nuevo su bendición… y deberíamos unirnos antes de que éste llegue.

—Yo pienso lo mismo. Es maravilloso, Tholie —dijo Ayla. Después, sus ojos cobraron una expresión soñadora—. Tal vez, un día, podré acunar a mi propio hijo…

—Si somos compañeros cruzados, el que estoy formando ahora también será tuyo. Y sería agradable saber que se tiene cerca una persona que puede ayudar, por si acaso…, aunque no tuve ninguna dificultad cuando nació Shamio.

Ayla pensó que eso sería como tener su propio hijo, el hijo de Jondalar, pero ¿y si no era así? Había bebido cuidadosamente su infusión matutina todos los días, y no se producía el embarazo, pero ¿y si no se trataba de la infusión? ¿Si sencillamente ella no era capaz de comenzar a formar un niño? ¿No sería maravilloso saber que los hijos de Tholie serían suyos y de Jondalar? También era cierto que la región circundante se parecía tanto a la zona que se extendía alrededor de la caverna del clan de Brun, que le parecía su propio hogar. La gente era amable…, aunque ella no confiaba en la actitud de Dolando. ¿Él querría realmente que Ayla se quedase allí? Tampoco estaba segura respecto de los caballos. Estaba muy bien permitirles que descansaran, pero ¿tendrían alimento suficiente para pasar el invierno? ¿Y habría un lugar tan espacioso que les permitiese correr? Y lo que era más importante, ¿qué sucedería con Jondalar? ¿Estaría dispuesto a renunciar a su viaje de regreso al país de los zelandonii para instalarse precisamente allí?