Capítulo 16

Ayla se inclinó sobre la mujer acostada en el lecho sosteniendo en la mano el cuenco de líquido que se estaba enfriando. Introdujo el meñique para comprobar la temperatura; después depositó el cuenco en el suelo y luego se agachó y se sentó con las piernas cruzadas, en silencio, durante un momento.

Su pensamiento evocó la vida que había vivido con el clan, y sobre todo el entrenamiento que había recibido de la hábil hechicera que la había criado. Iza atendía las enfermedades más usuales y las heridas menos importantes con destreza y sentido práctico, pero cuando se trataba de un problema grave, un accidente de caza especialmente serio o una enfermedad que amenazaba la vida, pedía a Creb que, en su condición de Mog-Ur, invocase la ayuda de los poderes superiores. Iza era una curandera, pero en el clan, Creb era el mago, el santón, con acceso al mundo de los espíritus.

Entre los mamutoi y, a juzgar por el modo de hablar de Jondalar, también en su propio pueblo, las funciones de la curandera y el Mog-Ur no siempre estaban separadas. Los que curaban, a menudo intercedían ante el mundo de los espíritus, aunque no todos Los Que Servían a la Madre tenían el mismo conocimiento en todas las funciones que desempeñaban. El Mamut del Campamento del León se parecía mucho más a Creb. Le interesaban las cosas del espíritu y la mente. Aunque, en efecto, conocía ciertos remedios y procedimientos, sus cualidades como curador estaban relativamente poco desarrolladas, y a menudo correspondía a Nezzie, la compañera de Talut, tratar las heridas y las enfermedades menos importantes del campamento. Pero en la Reunión de Verano, Ayla había conocido a muchos curanderos hábiles de los mamutoi y había intercambiado conocimientos con ellos.

Pero el entrenamiento de Ayla había tenido carácter práctico. Como Iza, Ayla era una hechicera, una curadora. Pensaba que no conocía el ámbito del mundo de los espíritus, y ahora deseaba contar con alguien como Creb. Deseaba y sentía que necesitaba la ayuda de las fuerzas más importantes que ella misma y que estuviesen dispuestas a colaborar. Aunque Mamut había comenzado a enseñarle el saber del mundo espiritual de la Gran Madre, ella todavía estaba más familiarizada con el mundo de los espíritus en que había crecido, y sobre todo con su propio tótem, el espíritu del Gran León de la Caverna.

Aunque era un espíritu del clan, Ayla sabía que era poderoso, y Mamut había dicho que los espíritus de todos los animales, más aún, todos los espíritus, eran parte de la Gran Madre Tierra. Había incluido al tótem protector del León de la Caverna en la ceremonia cuando fue adoptada, y ella sabía cómo pedir la ayuda de su tótem. A pesar de que no pertenecía al clan, Ayla pensó que quizá el espíritu de su León de la Caverna ayudaría a Roshario.

Ayla cerró los ojos y comenzó a trazar en el aire los bellos y fluidos movimientos del más antiguo, sagrado y silencioso lenguaje del clan, que era conocido por todos los clanes, utilizado para invocar el mundo de los espíritus.

«Gran León de la Caverna, esta mujer, que fue elegida por el poderoso espíritu del tótem, agradece haber sido elegida. Esta mujer está agradecida por los dones que le fueron dados, y muy agradecida por los dones interiores, por las lecciones aprendidas y el saber adquirido.

»Grande y Poderoso Protector, que, como sabemos, elige a los varones que son meritorios y necesitan mucha protección, pero que eligió a esta mujer y la marcó con el signo del tótem cuando ella sólo era una niña, esta mujer se siente agradecida. Esta mujer no sabe por qué el espíritu del Gran León de la Caverna del clan eligió a una niña, que era de los Otros, pero esta mujer está agradecida porque se la consideró meritoria, y esta mujer está agradecida por la protección del gran tótem.

»Gran Espíritu del Tótem, esta mujer que antes ha pedido que la guíe, ahora pide ayuda. El Gran León de la Caverna guió a esta mujer de modo que aprendiese el saber de una hechicera. Esta mujer sabe curar. Esta mujer conoce remedios para la enfermedad y la herida, conoce infusiones y abluciones y cataplasmas y otras medicinas extraídas de las plantas, esta mujer conoce tratamientos y prácticas. Esta mujer está agradecida por ese saber, y agradecida por el saber desconocido de la medicina que el Espíritu del Tótem puede aportarle. Pero esta mujer no conoce las formas del mundo de los espíritus.

»Gran Espíritu del León de la Caverna, que mora con las estrellas en el mundo de los espíritus, la mujer que aquí yace no pertenece al clan; esta mujer es uno de los Otros, lo mismo que esta otra mujer que tú elegiste, pero ahora te pido ayuda para la mujer. La mujer sufre mucho, pero el dolor que alberga en su interior es peor. La mujer soportaría el sufrimiento, pero teme que, sin los dos brazos, será inútil. La mujer sería una buena mujer, sería una mujer útil. Esta curandera querría ayudar a la mujer, pero la ayuda puede ser peligrosa. Esta mujer querría pedir la ayuda del espíritu del Gran León de la Caverna, y de los espíritus que el Gran Tótem quiera elegir, para guiar a esta mujer y para ayudar a la mujer que aquí yace».

Roshario, Dolando y Jondalar permanecieron tan silenciosos como Ayla, mientras ella ejecutaba sus extraños movimientos. De los tres, Jondalar era el único que sabía lo que ella estaba haciendo; de pronto se sorprendió a sí mismo observando a los otros dos tanto como a Ayla. Aunque su conocimiento de la lengua del clan era rudimentario —se trataba de algo mucho más complejo de lo que él imaginaba—, se daba cuenta de que ella estaba pidiendo la ayuda del mundo de los espíritus.

De todas formas, Jondalar no percibía alguno de los matices más finos de un método de comunicación que se había formado sobre una base completamente distinta de la lengua verbal. Era imposible traducirlo íntegramente. En el mejor de los casos, la traducción a palabras parecía simplista, pero incluso así a él le parecían hermosos los gráciles movimientos de Ayla. Recordó que había existido un tiempo en que él hubiera podido sentirse avergonzado por los actos de Ayla, ahora sonrió interiormente ante su propia tontería, pero sentía curiosidad por saber cómo interpretarían Roshario y Dolando el comportamiento de Ayla.

Dolando estaba perplejo y un poco turbado, pues los actos de Ayla le resultaban totalmente desconocidos. Le inquietaba Roshario, y todo lo que fuera extraño, aunque estuviera motivado por una buena intención, le parecía un poco amenazador. Cuando Ayla terminó, Dolando miró a Jondalar con expresión inquisitiva, pero el hombre más joven se limitó a sonreír.

La herida había debilitado a Roshario, dejándola fatigada y febril, no como para delirar, aunque se la veía agotada y desalentada y más sensible a la sugestión. Ella misma veía que su atención se concentraba en la desconocida y se sentía extrañamente emocionada. No tenía la más mínima idea del significado de los movimientos de Ayla, pero, por lo menos, apreciaba su fluida gracia. Parecía como si la mujer estuviese bailando con las manos, e incluso con algo más que las manos. Con sus movimientos evocaba una sutil belleza. Los brazos y los hombros, incluso el cuerpo, parecían partes integrantes de sus manos ágiles y respondían a un ritmo interior que tenía un propósito definido. Aunque no comprendía todo aquello, del mismo modo que no entendía cómo Ayla había sabido que ella necesitaba ayuda, Roshario estaba segura de que todo esto era importante y de que tenía cierta relación con la vocación de la joven. Era una shamud, y eso era suficiente para ella. Poseía un saber que sobrepasaba el nivel de la gente común, y todo lo que parecía misterioso venía a aumentar su credibilidad.

Ayla recogió el cuenco y se arrodilló junto a la cama. Probó de nuevo con el meñique la temperatura del líquido, y después sonrió a Roshario.

—Roshario, que la Gran Madre de Todos te proteja —dijo Ayla, y levantó la cabeza y los hombros de la mujer, de modo que pudiera beber cómodamente, y acercó el pequeño cuenco a los labios de la doliente. Era un brebaje amargo, más bien fétido; Roshario contrajo la cara, pero Ayla la alentó a beber más, hasta que, al fin, consumió todo el contenido. Ayla la volvió a recostar suavemente en el lecho y sonrió de nuevo para tranquilizar a la mujer herida; pero ya estaba mostrando los síntomas que indicaban el efecto del brebaje.

—Dime cuando sientas sueño —pidió Ayla, aunque eso a lo sumo confirmaría otros indicios que ya estaba observando; por ejemplo, la variación del tamaño de las pupilas, la profundidad de la respiración.

La hechicera no habría podido decir que había suministrado una droga que inhibía el sistema nervioso parasimpático y paralizaba las terminaciones nerviosas, pero podía detectar los efectos; tenía experiencia suficiente como para saber si eran los adecuados. Cuando Ayla vio que los párpados de Roshario descendían somnolientos, le palpó el pecho y el estómago, para vigilar la relajación de los músculos lisos del aparato digestivo, si bien ella no habría descrito así el asunto; observó además atentamente la respiración, para comprobar la reacción de los pulmones y los bronquios. Cuando tuvo la certeza de que la mujer dormía tranquilamente y de que, al parecer, no corría peligro, Ayla se puso en pie.

—Dolando, ahora es mejor que te marches. Jondalar permanecerá aquí y me ayudará —dijo con voz firme aunque serena; pero su actitud segura y competente le confería autoridad.

El jefe comenzó a poner objeciones, pero recordó que Shamud nunca permitía que estuviera cerca algún ser amado y que se negaba a prestar ayuda hasta que la persona salía. Quizá así era como se comportaban todos, pensó Dolando, mientras miraba largamente a la mujer dormida; después, salió de la vivienda.

Jondalar había observado cómo Ayla había dominado antes situaciones análogas. Parecía olvidarse completamente de sí misma para concentrar todas sus fuerzas en la persona doliente y sin titubeos ordenaba a otros que hicieran lo que era necesario. No admitía la posibilidad de dudar de su propio derecho a ayudar a alguien que necesitaba su ayuda, y por eso mismo tampoco nadie dudaba de ella.

—Aunque Roshario esté durmiendo, no es fácil ver cómo otro fractura el hueso de una persona amada —explicó Ayla al hombre de elevada estatura que la amaba a ella.

Jondalar asintió y se preguntó si no sería aquélla la razón por la cual Shamud no le había permitido permanecer en el lugar en que yacía Thonolan después de ser corneado. Había sido una herida terrible, un corte abierto y regular que casi había producido náuseas al propio Jondalar cuando le vio por primera vez, y aunque él creía que deseaba quedarse, probablemente hubiera sido difícil ver a Shamud haciendo lo que tenía que hacer. Ni siquiera estaba muy seguro de que deseara permanecer y ayudar a Ayla, pero no había otra persona. Respiró hondo. Si ella podía hacerlo, él por lo menos intentaría ayudar.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó Jondalar.

Ayla estaba examinando el brazo de Roshario, comprobando hasta dónde podría enderezarlo, y cómo reaccionaba la mujer ante la manipulación. Murmuró algo y movió la cabeza a un lado y a otro, pero pareció que estaba respondiendo a un sueño o a un impulso interior y no directamente al dolor. Ayla exploró más profundamente, hundiendo los dedos en el músculo fláccido, tratando de localizar la posición del hueso. Cuando al fin se sintió satisfecha, pidió a Jondalar que se acercara, y alcanzó a ver a Lobo que observaba muy atentamente desde su lugar en un rincón.

—En primer lugar, quiero que sostengas el brazo por el codo, mientras yo intento quebrarlo donde se soldó mal —dijo—. Después de fracturarlo, tendré que tirar con fuerza para enderezarlo y devolverlo al lugar correspondiente. Como los músculos están tan flojos, es posible que se separen los huesos de una articulación; en ese caso podría dislocar un codo o un hombro, de modo que tendrás que sostenerla con firmeza y hasta tirar en dirección contraria.

—Entiendo —dijo Jondalar; por lo menos, creía entender.

—Debes estar en una posición cómoda y segura, enderezar el brazo y sostener el codo más o menos aquí; cuando estés pronto me lo dices —ordenó Ayla.

Jondalar sostuvo el brazo y se preparó.

—Muy bien, estoy dispuesto —confirmó.

Con las dos manos, una a cada lado de la fractura que lo curvaba en un ángulo poco natural, Ayla aferró el brazo de Roshario, apretándolo para probar en varios lugares, y sintiendo los extremos salientes del hueso mal soldado bajo la piel y el músculo. Si se había soldado demasiado fuertemente, jamás podría quebrar la unión simplemente con las manos; tendría que intentar otros medios mucho menos controlables, o quizá jamás lograría hacerlo. De pie sobre la cama para obtener el mejor efecto de palanca, Ayla respiró hondo; después ejerció una presión rápida e intensa sobre la curva con sus dos fuertes manos.

Ayla sintió el chasquido. Jondalar escuchó un crujido horrible. Roshario se sobresaltó espasmódicamente en medio de su sueño; después volvió a aquietarse. Ayla exploró otra vez el músculo sobre el hueso nuevamente fracturado. El tejido óseo aún no había cementado con mucha firmeza la fractura, quizá porque en su posición antinatural el hueso no se había unido de modo que facilitase la curación. Era una rotura limpia. Ayla respiró aliviada. Esa parte estaba cumplida. Con el dorso de la mano se enjugó el sudor de la frente.

Jondalar miraba asombrado. Aunque el hueso estaba soldado sólo en parte, se necesitaban manos muy fuertes para quebrarlo. A él simplemente le había encantado la fuerza física de Ayla desde la primera vez que había advertido en ella esa cualidad en el valle que Ayla habitaba. Comprendía que necesitaba fuerza física porque vivía sola y pensaba que la necesidad de hacerlo por sí misma probablemente había potenciado el desarrollo muscular; pero hasta ese momento no había comprendido lo fuerte que era en realidad la joven.

La fuerza de Ayla provenía no sólo de la necesidad de actuar para sobrevivir cuando vivía en el valle; había estado desarrollándose desde la época en que Iza la había adoptado. Las tareas usuales que se le exigían se habían convertido en un proceso de adaptación al esfuerzo. Por la mera necesidad de mantener el nivel mínimo de competencia exigido a una mujer del clan, había llegado a ser una mujer excepcionalmente fuerte en el mundo de los Otros.

—Jondalar, lo has hecho muy bien. Ahora quiero que te prepares de nuevo y le sostengas el brazo aquí, en el hombro —dijo Ayla, indicando el lugar al hombre—. No debes soltarlo, pero si sientes que se te escapa, dímelo enseguida. —Ayla comprendió que el hueso había rechazado la soldadura en el lugar equivocado, y eso había facilitado quebrarlo, lo que no habría sido el caso si hubiese permanecido el mismo tiempo en una posición más cercana a la normal; pero los músculos y tendones habían avanzado mucho más en el proceso de curación—. Cuando enderece este brazo, algunos músculos se desgarrarán, como sucedió cuando se fracturó por primera vez, y los tendones se estirarán. Será difícil forzar el músculo y el tendón, y además eso le provocará después dolores, pero hay que hacerlo. Avísame cuando estés preparado.

—Ayla, ¿cómo sabes todo esto?

—Iza me enseñó.

—Sé que te enseñó, pero ¿cómo sabes esto? ¿Lo de quebrar de nuevo un hueso que comenzó a curarse?

—Cierta vez, Brun llevó a sus cazadores a cazar en un lugar lejano. Estuvieron ausentes mucho tiempo, no recuerdo cuánto. Uno de los cazadores se fracturó el brazo poco tiempo después de la partida, pero se negó a regresar. Se lo ató al costado del cuerpo y cazó con un solo brazo. Cuando regresó, Iza se lo enderezó —explicó Ayla.

—Pero ¿cómo pudo hacerlo? ¿Continuar la marcha con un brazo roto? —preguntó Jondalar, con aire de incredulidad—. ¿No sufriría mucho?

—Por supuesto, sufrió mucho, pero no hizo alharaca. Los hombres del clan prefieren morir antes que reconocer que sufren. Así son; así se les educa —dijo Ayla—. ¿Ahora estás preparado?

Él deseaba preguntar más, pero no era el momento oportuno.

—Sí, estoy dispuesto.

Ayla sostuvo con firmeza el brazo de Roshario exactamente encima del codo, mientras Jondalar lo sostenía bajo el hombro. Con una fuerza gradual pero constante, Ayla comenzó a tirar, no sólo enderezando, sino también imprimiendo un movimiento giratorio para evitar que el hueso rozara con el hueso, con peligro de romperlo, y para impedir que los ligamentos se desgarrasen. En cierto punto fue necesario extenderlo un poco más allá de la forma original, para devolverlo después a su posición normal.

Jondalar no comprendía cómo Ayla continuó ejerciendo la tensión intensa pero controlada, cuando él apenas podía sostener el cuerpo de la mujer. Ayla estaba en tensión a causa del esfuerzo y la transpiración le corría por la cara, pero ahora no podía detenerse. Si quería enderezar el hueso, tenía que hacerlo mediante un movimiento regular y suave. Pero una vez que sobrepasó levemente el punto deseado, un punto más allá del extremo roto del hueso, el brazo ocupó la posición adecuada, casi por sí mismo. Ayla sintió que ocupaba su lugar, depositó cuidadosamente el brazo sobre la cama y, finalmente, lo soltó.

Cuando Jondalar la miró, Ayla estaba temblando, con los ojos cerrados, y jadeaba. Mantener el control bajo la tensión había sido la tarea más difícil, y ahora trataba de controlar sus propios músculos.

—Ayla, creo que lo has conseguido —dijo Jondalar.

Respiró hondo varias veces, después miró a Jondalar y sonrió, con una sonrisa amplia y feliz de victoria.

—Sí, creo que lo he hecho —confirmó—. Ahora necesito colocar las tablillas. —Palpó cuidadosamente de nuevo el brazo recto, de aspecto normal—. Si cura bien, si no he dañado el brazo mientras carecía de sensibilidad, creo que podrá usarlo; pero ahora está muy maltratado y se hinchará.

Ayla hundió en el agua caliente las tiras de cuero de gamuza, le agregó el espicardo y la milenrama, enrolló sueltamente el brazo con las tiras y después dijo a Jondalar que preguntase a Dolando si tenía preparadas las tablillas.

Cuando Jondalar salió de la vivienda, todos los rostros se volvieron hacia él. No sólo Dolando, sino el resto de la caverna, tanto los shamudoi como los ramudoi, habían montado guardia en el lugar de reunión, alrededor del gran hogar.

—Dolando, Ayla necesita las tablillas —dijo Jondalar.

—¿Ha tenido suerte? —preguntó el jefe shamudoi, mientras le entregaba los trozos de madera alisada.

Jondalar pensó que debía ser Ayla quien informase, pero sonrió. Dolando cerró los ojos, respiró hondo y se estremeció de alivio.

Ayla colocó las tablillas y las sujetó con más tiras de cuero de gamuza. El brazo se hincharía y sería necesario reemplazar la cataplasma. Las tablillas mantendrían en su lugar el brazo, de forma que los movimientos de Roshario no perjudicaran la nueva fractura. Más tarde, cuando la inflamación descendiese y ella quisiera moverse, la corteza de haya, mojada en agua caliente, moldearía su brazo y, al secarse, formaría un molde rígido.

Ayla comprobó de nuevo la respiración de la mujer y el pulso del cuello y la muñeca, escuchó los ruidos del pecho, le levantó los párpados; después se acercó a la entrada de la vivienda.

—Dolando, ahora puedes entrar —dijo al hombre, que estaba junto a la puerta.

—¿Está bien?

—Ven y obsérvalo tú mismo.

El hombre entró, se arrodilló junto a la mujer dormida y clavó los ojos en la cara de la accidentada. La observó mientras ella respiraba, comprobó que, en efecto, estaba respirando, y finalmente miró el brazo. Bajo las tablillas, el perfil parecía recto y normal.

—¡Parece perfecto! ¿Podrá volver a usar el brazo?

—He hecho lo que he podido. Con la ayuda de los espíritus y la Gran Madre Tierra, podrá usarlo. Tal vez no con tanta soltura como antes, pero podrá usarlo. Ahora, es necesario que duerma.

—Permaneceré aquí, con ella —indicó Dolando, tratando de convencer a Ayla con su autoridad, aunque sabía que si ella insistía, él debía someterse.

—Pensé que querrías quedarte —dijo Ayla—, pero ahora que he terminado, deseo algo.

—Pídelo. Te daré lo que quieras —expresó él sin vacilar, aunque al mismo tiempo se preguntaba qué le pediría Ayla.

—Desearía lavarme. ¿Puedo usar el estanque para nadar y lavarme?

No era lo que él había previsto que Ayla diría, y durante un momento se quedó desconcertado. Entonces vio por primera vez que tenía la cara manchada de jugo de moras, los brazos arañados por las zarzas espinosas, las ropas gastadas y sucias y los cabellos enmarañados. Con una expresión de pesar y una seca sonrisa dijo:

—Roshario jamás me perdonará mi falta de hospitalidad. Nadie te ha ofrecido siquiera un jarro de agua. Seguramente estás exhausta después del largo viaje. Llamaré a Tholie. Lo que desees, si lo tenemos, es tuyo.

Ayla frotó las flores abundantes en saponina entre las manos húmedas, hasta que se formó espuma; después, acercó las manos a los cabellos. La espuma del cianato no era tan abundante como la que se obtenía de la raíz jabonosa, pero aquél era el enjuague final y los pétalos celestes dejaban un agradable y suave aroma. El área circundante y las plantas le habían parecido tan conocidas que Ayla estaba segura de que podía hallar una planta aprovechable para lavarse, pero se sintió agradablemente sorprendida cuando descubrió tanto la raíz jabonosa como el cianato, precisamente cuando fueron a buscar los canastos y la angarilla con el bote redondo. Se habían detenido para inspeccionar los caballos y Ayla decidió dedicar un tiempo a frotar después a Whinney, en parte para examinar su pelaje, pero también para asegurarse de la condición del animal.

—¿Quedan flores que producen espuma? —preguntó Jondalar.

—Allí, sobre la roca, cerca de Lobo —dijo Ayla—. Pero son las últimas. Podemos recoger más la próxima vez; convendrá hacer una provisión de ellas para secarlas y llevarlas con nosotros.

Se metió bajo el agua para enjuagarse.

—Aquí tienes unas pieles de gamuza para secarte —dijo Tholie, que se había aproximado al estanque. Llevaba en los brazos varios de los suaves cueros amarillos.

Ayla no la había visto acercarse. La mujer mamutoi había tratado de mantenerse lo más lejos posible del lobo; con ese propósito había descrito un círculo y se había acercado por el extremo abierto del lugar. Una niña de tres o cuatro años, que caminaba detrás, se aferraba a la pierna de su madre y miraba a los desconocidos con los ojos muy abiertos y un pulgar en la boca.

—Os he dejado dentro un poco de comida —dijo Tholie, mientras depositaba en el suelo las pieles que servían como toallas. Jondalar y Ayla tenían una cama en la cabaña que ella y Markeno usaban cuando estaban en tierra. Era el mismo refugio que Thonolan y Jetamio habían compartido con ellos, y Jondalar experimentó un sentimiento de angustia cuando entraron la primera vez, pues recordó la tragedia que había provocado el alejamiento y, en definitiva, la muerte de su hermano.

—Pero no comáis demasiado —agregó Tholie—. Esta noche habrá un gran festín para celebrar el regreso de Jondalar.

No agregó que era también en honor de Ayla, que había ayudado a Roshario. La mujer aún dormía y nadie deseaba tentar a la suerte mencionando el asunto en voz alta antes de que se supiera que había despertado y que sanaría.

—Gracias, Tholie, por todo —manifestó Jondalar. Después, sonrió a la niña. Ella inclinó la cabeza y se acercó todavía más a su madre, pero continuó mirando a Jondalar—. Parece que los últimos rastros de la quemadura en la cara de Shamio han desaparecido. Ni siquiera veo indicios.

Tholie alzó en brazos a la niña, de modo que Jondalar la pudiese ver mejor.

—Si la miras muy atentamente, puedes ver dónde está la quemadura, pero es apenas visible. Me siento agradecida porque la Madre fue buena con ella.

—Es una hermosa niña —confirmó Ayla, sonriendo y mirando con sincera pasión a la pequeña—. Eres muy afortunada. Me gustaría tener algún día una hija como ella. —Ayla comenzó a alejarse del estanque. Las aguas la habían refrescado, pero el ambiente estaba demasiado fresco y no deseaba permanecer allí demasiado tiempo—. ¿Has dicho que se llama Shamio?

—Sí, y, en efecto, me siento afortunada de tenerla —expresó la joven madre, depositando en el suelo a la niña. Tholie no pudo quedarse insensible al cumplido dedicado a su hija, y sonrió cálidamente a la mujer alta y hermosa, la que, sin embargo, no era lo que afirmaba ser. Tholie había decidido tratarla con reserva y cautela hasta que supiese más sobre ella.

Ayla cogió uno de los cueros y comenzó a secarse.

—Es tan suave… Me gusta secarme con él —dijo, y después se lo ciñó a la cintura y aseguró un extremo metiéndolo bajo el borde superior. Tomó otro cuero para secarse los cabellos, y después se lo envolvió alrededor de la cabeza. Había observado que Shamio miraba al lobo, y aunque se mantenía pegada a su madre, era indudable que sentía curiosidad. Lobo también estaba interesado en ella y se agitaba expectante, pero sin moverse del lugar donde debía permanecer. Ayla ordenó al animal que se acercase, después dobló una rodilla y le rodeó el cuello con un brazo.

—¿Shamio desea conocer a Lobo? —preguntó Ayla a la niña. Cuando ella asintió, Ayla miró a la madre, como pidiendo su aprobación. Tholie miró aprensiva al enorme animal de afilados dientes—. Tholie, no le hará daño. Lobo ama a los niños. Creció con los niños del Campamento del León.

Shamio ya se había apartado de su madre y avanzado con paso inseguro hacia ellos, fascinada por la criatura que la miraba con idéntica fascinación. La niña miraba al animal con ojos solemnes y serios, y el lobo gemía ansioso. Finalmente, la niña avanzó otro paso y extendió las dos manos hacia el lobo. Tholie contuvo apenas una exclamación, pero el sonido quedó ahogado por las risitas de Shamio cuando Lobo le lamió la cara. La niña apartó el hocico del lobo, aferró un mechón de pelo, perdió el equilibrio y cayó sobre el animal. El lobo esperó paciente que la niña se incorporase, y después le lamió otra vez la cara, lo que provocó una nueva serie de risas complacidas.

—Vamos, Lobito —dijo la niña, cogiéndolo del pelaje del cuello y tirando para obligarlo a ir con ella; era evidente que ya lo consideraba como un juguete viviente.

Lobo miró a Ayla, y emitió un breve ladrido de cachorro. Aún no le había ordenado que se moviese.

—Lobo, puedes ir con Shamio —concedió Ayla, e hizo el gesto que él estaba esperando. Ayla casi creyó que la mirada de Lobo expresaba gratitud, pero en todo caso la complacencia con que siguió a la niña fue inequívoca. E incluso Tholie sonrió.

Jondalar había estado observando con interés el episodio mientras se secaba. Recogió sus ropas y caminó hacia la piedra arenisca que se extendía sobre las dos mujeres. Tholie, por precaución, no apartaba los ojos de Shamio y Lobo, pero también ella se sentía intrigada por el animal domesticado. No era la única. Muchas personas observaban a la niña y al lobo. Cuando un niño un poco mayor que Shamio se acercó, también recibió una húmeda invitación a unirse al grupo. Entonces, dos niños salieron de una de las viviendas, jugando con un objeto de madera. El más pequeño lo arrojó lejos para evitar que el otro lo cogiera; Lobo interpretó el gesto como la señal de que los pequeños deseaban jugar a uno de los juegos favoritos del animal. Corrió tras el palo curvo, lo trajo y lo depositó en el suelo, la lengua afuera y meneando la cola, dispuesto a jugar otra vez. El niño recogió el palo y lo arrojó de nuevo.

—Creo que tienes razón…, está jugando con ellos. Sin duda le agradan los niños —dijo Tholie—. Pero ¿por qué le gusta jugar? ¡Es un lobo!

—Los lobos y las personas se parecen en ciertas cosas —reveló Ayla—. A los lobos les agrada jugar. Desde que son cachorros, los hermanos de una misma camada juegan y a los lobos medianos y adultos les encanta jugar con los pequeños. Lobo no tenía hermanos cuando lo encontré; era el único que quedaba con vida y apenas había abierto los ojos. No creció en una manada, sino jugando con niños.

—Pero míralo. Es tan tolerante, incluso gentil. Estoy segura de que cuando Shamio le tira del pelo, le duele. ¿Por qué lo soporta? —preguntó Tholie, que aún intentaba comprender.

—Para un lobo adulto es natural mostrarse bueno con los pequeños de la manada, y por eso, Tholie, no fue difícil enseñarle a ser delicado. Es especialmente gentil con los niños pequeños y los bebés y les tolera casi todo. Eso no se lo enseñé yo, él es así. Si se muestran muy brutales, se aleja, pero vuelve más tarde. No es tan paciente con los niños mayores, y parece conocer la diferencia entre el que le lastima sin querer y el que le hace daño con intención. En realidad, nunca hirió a nadie; se limita a morder un poco, un pequeño pellizco con los dientes, para recordar a un niño mayor que está tirándole de la cola o arrancándole pelos, y que esas cosas duelen.

—Es difícil imaginar que alguien, sobre todo un niño, piense en la posibilidad de tirar de la cola a un lobo… o por lo menos hasta hoy me parecía difícil —dijo Tholie—. Y yo hubiera dicho que jamás vería el día en que Shamio jugase con un lobo. Ayla…, Ayla de los mamutoi, has conseguido obligar a reflexionar a alguna gente.

Tholie quiso decir más, formular ciertas preguntas, pero, por otra parte, no deseaba acusarla de haber mentido a esa mujer, sobre todo después de lo que había hecho por Roshario, o por lo menos lo que parecía que había hecho. Nadie estaba aún seguro del desenlace.

Ayla percibía las reservas de Tholie y lamentaba que las tuviese. Creaba una tácita tensión entre ellas, y eso que a Ayla le agradaba aquella mujer mamutoi regordeta y de corta estatura. Caminaron unos pasos en silencio, observaron a Lobo acompañado por Shamio y los restantes niños, y Ayla se dijo de nuevo que le habría gustado mucho tener una hija como la de Tholie…, que la próxima vez fuese una hija, no un varón. Era una niña tan hermosa, y el nombre le cuadraba bien.

—Tholie, Shamio es un hermoso nombre, y original. Suena como un nombre sharamudoi, pero también mamutoi —indicó Ayla.

Tholie no pudo resistir la tentación de sonreír otra vez.

—Tienes razón. No todos lo saben, pero es lo que intenté conseguir. Se la hubiera llamado Shamie si era mamutoi, aunque no es un nombre que uno pueda encontrar en cualquier campamento. Viene de la lengua sharamudoi, de modo que su nombre representa las dos cosas. Tal vez ahora yo sea sharamudoi, pero nací en el Hogar del Ciervo Rojo, de una estirpe importante. Mi madre insistió en que la gente de Markeno pagase por mí un buen precio nupcial, aunque él ni siquiera era mamutoi. Shamio puede sentirse tan orgullosa de su linaje mamutoi como de la herencia sharamudoi. Por eso quise que las dos cosas se expresaran en su nombre.

Tholie se detuvo porque, de pronto, se le ocurrió algo. Se volvió para mirar a la visitante.

—Ayla también es un nombre poco usual. ¿En qué hogar naciste? —dijo, mientras pensaba: «Bien, ahora me gustaría que explicaras ese nombre».

—Tholie, yo no nací mamutoi. Fui adoptada en el Hogar del Mamut —dijo Ayla, contenta porque la mujer había comenzado a formular las preguntas que sin duda la inquietaban.

Tholie tuvo la certeza de que había cogido a la mujer en una mentira.

—El Hogar del Mamut no adopta gente —afirmó—. Es el Hogar de los Mamutoi. La gente elige el camino de los espíritus; puede ser aceptada por el Hogar del Mamut, pero no adoptada.

—Tholie, ésa es la costumbre, pero Ayla fue adoptada —afirmó Jondalar—. Yo lo vi. Talut quería adoptarla en su Hogar del León, pero Mamut sorprendió a todos y la adoptó como propia en el Hogar del Mamut. Vio algo en ella y por eso estuvo enseñándole. Afirmó que había nacido en el Hogar del Mamut y que no importaba si había nacido o no mamutoi.

—¿Adoptada por el Hogar del Mamut? ¿Viniendo de fuera? —inquirió Tholie, sorprendida, pero no puso en duda la afirmación de Jondalar. Después de todo, le conocía y era su pariente; pero ahora estaba más interesada que nunca. Ahora que ya no se sentía obligada a mostrarse vigilante y prudente, su curiosidad natural y franca se manifestó sin rodeos—. ¿De quién has nacido, Ayla?

—No lo sé, Tholie. Mi gente murió en un terremoto cuando yo era una niña que no tenía mucha más edad que la de Shamio. Me crió el clan —dijo.

Tholie nunca había oído hablar de un pueblo llamado clan. Pensó que era una de esas tribus del este. Eso explicaba muchas cosas. No podía sorprender que ella tuviese un acento tan extraño, aunque, en realidad, hablaba bien la lengua, tratándose de una forastera. Ese anciano Mamut del Campamento del León era un viejo sabio y astuto. Al parecer, siempre había sido viejo. Incluso cuando Tholie era una niña, nadie podía recordar la juventud de ese hombre y nadie dudaba de sus conocimientos.

Con el instinto natural de una madre, Tholie miró alrededor en busca de su hija. Al ver a Lobo, pensó de nuevo que era muy extraño que el animal prefiriese relacionarse con la gente. Después desvió los ojos hacia los caballos que pastaban tranquilamente y satisfechos en el campo, cerca de las viviendas. El control que Ayla ejercía sobre los animales no sólo era sorprendente, sino que también era interesante porque parecía que estaban consagrados a esa mujer. Se hubiera dicho que el lobo la adoraba.

Y Jondalar. Era evidente que se sentía cautivado por la hermosa mujer rubia, y Tholie no creía que fuese sólo porque ella era hermosa. Serenio había sido bella, y Tholie había conocido a muchas mujeres atractivas que habían tratado de despertar su interés y llevarlo a establecer un vínculo serio. Jondalar había mantenido relaciones más estrechas con su hermano, y Tholie recordaba que ella misma se había preguntado si una mujer llegaría a apoderarse del corazón de Jondalar; pero esta mujer lo había conseguido. Incluso sin sus evidentes cualidades como curadora, parecía poseer ciertos rasgos poco usuales. El viejo Mamut seguramente había acertado. Probablemente el destino de Ayla era pertenecer al Hogar del Mamut.

En el interior de la vivienda, Ayla se peinó los cabellos, los ató con un pedazo de cuero suave y se puso la túnica limpia y los pantalones cortos que había reservado para el caso de que se encontrasen con otras personas; así, no tendría que seguir llevando sus manchadas prendas de viaje para hacer visitas. Después fue a ver a Roshario. Sonrió a Darvalo, que estaba sentado frente a la vivienda, e hizo un gesto a Dolando cuando entró y se aproximó a la mujer acostada. La examinó brevemente, para asegurarse de que estaba bien.

—¿Ha de continuar durmiendo? —preguntó Dolando, con un gesto de preocupación.

—Está bien. Dormirá todavía un poco. —Ayla examinó sus saquitos de medicinas; después llegó a la conclusión de que era conveniente recoger algunos ingredientes frescos para preparar una infusión tonificante que ayudase a Roshario a salir del sueño provocado por la datura cuando comenzara a despertar—. Cuando venía hacia aquí he visto un tilo. Necesito algunas flores para preparar una infusión y, si puedo encontrarlas, también traeré otras hierbas. Si Roshario despierta antes de que yo retorne, podéis darle un poco de agua. Parecerá un tanto aturdida y mareada. Las tablillas mantendrán en su lugar el brazo, pero no le permitáis moverlo mucho.

—¿Podrás encontrar tu camino? —preguntó Dolando—. Tal vez Darvo debería ir contigo.

Ayla estaba segura de que encontraría el camino sin dificultad, pero decidió que, de todos modos, convenía que el muchacho la acompañara. A causa de todos los problemas originados con el asunto de Roshario, le habían descuidado un poco, y también él estaba preocupado por el destino de la mujer.

—Gracias, acepto que me acompañe —dijo Ayla.

Darvalo había escuchado la conversación; estaba de pie y dispuesto para irse con Ayla, complacido porque podía ser útil.

—Creo que sé dónde está ese tilo —confesó—. En esta época del año siempre tiene muchas abejas.

—Es el momento más oportuno para recoger las flores —dijo Ayla—, cuando huelen a miel. ¿Sabes dónde puedo encontrar un canasto para traerlas?

—Roshario amontona ahí sus canastos —indicó Darvalo, mientras mostraba a Ayla un lugar destinado a guardar cosas detrás de la vivienda. Eligieron un par de recipientes.

Cuando abandonaban la protección del saliente, Ayla advirtió que Lobo la observaba, y llamó al animal. Todavía no se sentía cómoda dejando solo al lobo con aquella gente, aunque los niños se decepcionaron cuando partió. Más tarde, cuando todos estuvieran más familiarizados con los animales, sería distinto.

Jondalar estaba en el campo con los caballos y los hombres. Ayla caminó hacia ellos para informar adónde iba. Lobo se adelantó a la carrera y todos se volvieron para mirar cuando él y Whinney se frotaron los hocicos, mientras la yegua emitía un saludo. Después, el lobo adoptó una postura juguetona y dirigió un ladrido de cachorro al corcel joven. Corredor alzó la cabeza, relinchó y golpeó el suelo con los cascos, correspondiendo al gesto juguetón. Después, la yegua se acercó a Ayla y apoyó la cabeza sobre el hombro de la mujer. Ella rodeó con los brazos el cuello de Whinney y las dos se apoyaron una contra la otra, en un gesto usual de confortamiento y seguridad. Corredor se adelantó unos pocos pasos y frotó el hocico contra Ayla y Whinney, porque también él deseaba estar en contacto. Ayla le acarició el cuello y después le palmeó, pues comprendió que todos recibían de buena gana la presencia conocida de los otros, en ese lugar en que había tantos extraños.

—Ayla, te presentaré —dijo Jondalar.

Ayla miró a los dos hombres. Uno era casi tan alto como Jondalar, pero más delgado; el otro era más bajo y tenía más años, pero la semejanza entre ellos era, de todos modos, sorprendente. El más bajo se adelantó primero, mostrando las palmas hacia arriba.

—Ayla de los mamutoi, éste es Carlono, jefe ramudoi de los sharamudoi.

—En el nombre de Mudo, Madre de Todos en el agua y en la tierra, te ofrezco la bienvenida, Ayla de los mamutoi —dijo Carlono, cogiendo las dos manos de la joven. Hablaba mamutoi incluso mejor que Dolando, como resultado de varias misiones comerciales en la desembocadura del Río de la Gran Madre, y también como fruto de las enseñanzas de Tholie.

—En nombre de Mut, te agradezco la bienvenida, Carlono de los sharamudoi —replicó ella.

—Debes venir pronto a nuestro muelle —expresó Carlono, mientras pensaba: «Qué extraño acento. Creo que nunca oí nada parecido, y he escuchado a muchos que hablaban esa lengua»—. Jondalar me dijo que te prometió un viaje en un buen bote, no en uno de esos cuencos mamutoi de grandes proporciones.

—Me encantará —respondió Ayla, y sus labios dibujaron una sonrisa luminosa.

Carlono apartó el pensamiento de las características verbales de Ayla para examinarla de arriba abajo. La mujer, que Jondalar había traído, ciertamente era una belleza. Llegó a la conclusión de que hacía buena pareja con él.

—Jondalar me habló de vuestros botes y de la pesca del esturión —continuó Ayla.

Los dos hombres rieron, como si ella hubiera gastado una broma, y miraron a Jondalar, que también sonrió, aunque se ruborizó levemente.

—¿Te contó cómo cierta vez atrapó medio esturión? —dijo el hombre alto y joven.

—Ayla de los mamutoi —interrumpió Jondalar—, éste es Markeno de los ramudoi, hijo del hogar de Carlono y compañero de Tholie.

—Bienvenida, Ayla de los mamutoi —dijo informalmente Markeno, consciente de que había sido saludada muchas veces con el rito correspondiente—. ¿Has conocido a Tholie? Seguramente le complacerá que estés aquí. A veces echa de menos a su gente mamutoi.

El dominio de la lengua de su compañera era casi perfecto.

—Sí, la he conocido, y también he conocido a Shamio. Es una hermosa chiquilla.

Markeno sonrió, satisfecho.

—Yo también pienso así, aunque uno no debe decir eso de la hija de su propio hogar. —Después se volvió hacia el jovencito—. Darvo, ¿cómo está Roshario?

—Ayla le arregló el brazo —dijo—. Es una curadora.

—Jondalar nos dijo que corrigió la fractura —confirmó Carlono, poniendo cuidado en evitar una afirmación demasiado tajante. Había que esperar el proceso de curación del brazo.

Ayla advirtió el sesgo de la respuesta del jefe ramudoi, pero pensó que eso era comprensible, dadas las circunstancias. Por mucho que simpatizaran con Jondalar, después de todo ella era una forastera.

—Jondalar, Darvalo y yo vamos a recoger algunas hierbas que vi cuando veníamos hacia aquí —dijo Ayla—. Roshario todavía duerme, pero quiero prepararle una bebida para el momento en que despierte. Dolando está con ella. Además, no me gusta el aspecto de los ojos de Corredor. Después buscaré más de esas plantas blancas que le mejoran, pero ahora no quiero perder tiempo. Trata de lavarle los ojos con agua fría —concluyó. Después sonrió a todos, hizo una señal a Lobo, un gesto a Darvalo, y enfiló hacia el borde del valle.

La vista desde el sendero que empezaba en un extremo de la pared no era menos espectacular que la primera vez que ella se había asomado a ese panorama. Tuvo que contener la respiración al mirar hacia abajo, pero no pudo evitar la tentación. Permitió que Darvalo pasase adelante, y se alegró cuando éste le mostró un atajo. El lobo exploraba el sector en torno al sendero y perseguía activamente los olores sugestivos; después se reunía con ellos. Las primeras veces que Lobo apareció súbitamente, sobresaltó al joven, pero, a medida que iban avanzando, Darvalo comenzó a acostumbrarse a las idas y venidas del animal.

Mucho antes de que ellos llegasen, el corpulento y viejo tilo anunció su presencia con su intensa fragancia, que recordaba el aroma de la miel, y con el zumbido de las abejas. El árbol apareció ante ellos después de dejar atrás un recodo del sendero, y así quedó a la vista la fuente del fragante aroma, las pequeñas flores verdes y amarillas que colgaban de pedúnculos oblongos en forma de ala. Las abejas estaban tan atareadas recogiendo néctar que no se inquietaron lo más mínimo cuando las personas vinieron a perturbarlas, si bien la mujer tuvo que sacudir algunas abejas de las flores cortadas. Los insectos se limitaron a volar de regreso al árbol y buscar otras flores.

—¿Por qué esto es especialmente bueno para Roshario? —preguntó Darvalo—. La gente siempre prepara infusiones de tilo.

—Tiene un buen sabor, ¿verdad? Pero también es útil. Si estás inquieto, o nervioso, o incluso irritado, puede ser un buen calmante; si estás fatigado, te reanima, te levanta el espíritu. Puede eliminar las jaquecas y calmar un estómago dolorido. Roshario sentirá todos esos síntomas a causa de la bebida que la durmió.

—Ignoraba que produjera todos esos efectos —dijo el joven, y miró de nuevo el conocido y frondoso árbol de suave corteza de color pardo oscuro, impresionado porque un vegetal tan común tuviera cualidades que lo convertían en algo mucho más importante de lo que aparentaba.

—Darvalo, me gustaría encontrar otro árbol, pero no conozco el nombre en mamutoi —dijo Ayla—. Es un árbol pequeño, que a veces crece como un matorral. Tiene espinas y las hojas se parecen un poco a una mano con dedos. Tiene racimos de flores blancas al principio del verano, y por esta época bayas rojas redondas.

—No se trata del rosal, ¿verdad?

—No, pero se le parece. El que busco generalmente crece más que un rosal, pero las flores son más pequeñas y las hojas son distintas.

Darvalo frunció el entrecejo tratando de concentrarse, y de pronto sonrió.

—Creo que sé lo que buscas; hay algunos no lejos de aquí. En primavera siempre recogemos los capullos al pasar y los comemos.

—Sí, parece que es el mismo. ¿Puedes llevarme allí?

Lobo no estaba visible, por lo que Ayla silbó. Apareció casi instantáneamente y miró a Ayla con ansiosa expectativa. Ella le hizo señas con el fin de que les siguiera. Caminaron un corto trecho hasta que llegaron a un matorral de espinos.

—¡Darvalo, esto es exactamente lo que buscaba! —confirmó Ayla—. No sabía muy bien si mi descripción era suficientemente clara.

—¿Para qué sirve? —preguntó Darvalo, mientras recogían bayas y algunas hojas.

—Para el corazón. Lo cura, lo fortalece y lo estimula, de modo que late con más fuerza, pero tiene un efecto suave en un corazón sano. No es para alguien que tenga un corazón débil, que necesita una medicina fuerte —dijo Ayla, tratando de hallar palabras para explicarse, de modo que el joven entendiese lo que ella sabía gracias a la observación y la experiencia. Ayla había aprendido de Iza en una lengua y un modo de enseñanza que era difícil de traducir—. También es bueno para mezclarlo con otras medicinas. Las estimula y consigue que sean más eficaces.

Darvalo estaba llegando a la conclusión de que era entretenido recoger cosas con Ayla. La joven conocía muchas cosas que nadie sabía y no tenía inconveniente en explicarlas todas. En el camino de regreso, Ayla se detuvo junto a una orilla soleada y seca, y cortó algunas flores púrpura de hisopo, de agradable aroma.

—¿Qué efecto tienen esas flores? —preguntó Darvalo.

—Limpian el pecho y ayudan a respirar. Y éstas —dijo Ayla, mientras recogía algunas hojas suaves y velludas de orejas de ratón que estaban cerca— estimulan todo. Son más fuertes y no son muy agradables, de modo que usaré sólo un poco. Quiero que Roshario beba algo agradable, pero esto le aclarará la mente y conseguirá que se sienta más despierta.

Al regreso, Ayla se detuvo de nuevo para recoger un gran manojo de bonitos alhelíes rosados. Darvalo esperaba recibir más nociones de medicina cuando preguntó para qué servía.

—Sólo porque huelen bien y dan un sabor dulce y picante. Echaré algunas a la tila y pondré otras en agua junto a la cama, porque quiero que se sienta bien. A las mujeres les agradan las cosas bonitas y perfumadas, sobre todo cuando están enfermas.

Darvalo llegó a la conclusión de que también a él, como a Ayla, le agradaban las cosas bonitas y perfumadas. Le complacía el modo en que ella le llamaba Darvalo, y no Darvo, que era el nombre que usaban todos. No era que le preocupase mucho que Dolando o Jondalar le llamaran así, pero le resultaba más grato oír que ella empleaba el nombre de adulto. También la voz de Ayla tenía vibraciones agradables, pese a que pronunciaba algunas palabras de un modo un tanto extraño. Gracias a esa voz, uno le prestaba atención cuando hablaba, y después pensaba que tenía una voz armoniosa.

Recordaba el tiempo en que deseaba más que nada que Jondalar se uniese con su madre y se quedara con los sharamudoi. El compañero de su madre había fallecido cuando él era joven, y antes de la llegada del zelandonii de elevada estatura nunca un hombre había vivido con ellos. Jondalar le había tratado como a un hijo de su hogar —incluso había comenzado a enseñarle a trabajar el pedernal—, y Darvalo había sufrido mucho cuando el hombre se marchó.

Había abrigado la esperanza de que Jondalar regresara, pero, en realidad, nunca le había esperado. Cuando su madre se alejó con ese hombre mamutoi, llamado Gulec, Darvalo llegó a la conclusión de que no había motivo que justificara que el hombre zelandonii permaneciera allí si retornaba. Pero ahora había vuelto, y con otra mujer, y su madre no necesitaba estar allí. Todos simpatizaban con Jondalar, y sobre todo después del accidente de Roshario, todos hablaban de lo mucho que necesitaban un curador. Darvalo estaba seguro de que Ayla era eficaz. Y entonces pensó: «¿Por qué no podían quedarse los dos?».

—Ha despertado una vez —dijo Dolando apenas Ayla entró en la vivienda—. Por lo menos, a mí me lo pareció. También es posible que se haya movido inquieta en sueños. Después se tranquilizó y ahora está durmiendo.

El hombre se sintió aliviado al ver a Ayla, aunque era evidente que no deseaba que esa reacción se manifestara demasiado. A diferencia de Talut, que había mostrado una actitud franca y cordial, y cuyo liderazgo se basaba en la fuerza de su carácter, su disposición a escuchar, a aceptar las diferencias y concertar compromisos…, y en una voz tan estridente que atraía la atención de un grupo ruidoso en medio de una acalorada discusión…, Dolando recordaba a Ayla más bien la figura de Brun. Era más reservado, y aunque era un buen oyente que consideraba cuidadosamente una situación, no le agradaba revelar sus sentimientos. Pero Ayla estaba acostumbrada a interpretar las sutiles manías de un hombre de ese estilo.

Lobo entró con ella y se fue a su rincón incluso antes de que Ayla se lo ordenase. La joven depositó en el suelo su canasto de flores y hierbas para examinar a Roshario; después habló con el hombre preocupado.

—Despertará pronto, pero quisiera tener tiempo para preparar una infusión especial que ella deberá beber al despertar.

Dolando había sentido la fragancia de las flores apenas entró Ayla, y el líquido humeante que ella preparó con aquellas flores tenía un intenso aroma floral cuando Ayla presentó un recipiente al propio Dolando; llevó otro a la mujer que estaba acostada.

—¿Para qué es esto? —preguntó Dolando.

—Lo preparé para ayudar a Roshario a despertar, pero tú comprobarás que es un líquido refrescante.

Dolando sorbió el líquido, esperando hallar un leve sabor a flores, y le sorprendió el gusto sutilmente dulce, pleno de carácter y fuerza que le llenó la boca.

—¡Es muy bueno! —dijo—. ¿Qué tiene?

—Pregunta a Darvalo. Creo que él te lo explicará gustoso.

El hombre asintió, entendiendo la sugerencia implícita.

—Debería prestarle más atención. He estado tan preocupado por Roshario, que no pensé en nada más, y sin duda Darvalo también está preocupado por ella.

Ayla sonrió. Comenzaba a percibir las cualidades que le habían convertido en el jefe de este grupo. Le agradaba su rapidez mental y tendía cada vez más a simpatizar con aquel hombre. Roshario emitió un sonido, y la atención de los dos se volvió hacia ella.

—¿Dolando? —dijo la mujer con voz débil.

—Aquí estoy —contestó Dolando, y la ternura que se manifestaba en su voz puso un nudo en la garganta de Ayla—. ¿Cómo te sientes?

—Un poco mareada; he tenido un sueño de lo más extraño —dijo ella.

—Te he traído algo de beber. —La mujer contrajo el rostro al recordar la última bebida que le había administrado—. Creo que esto te agradará. Mira, huele —dijo Ayla, acercando la taza de modo que el delicioso aroma llegase a la nariz de Roshario. Su rostro se distendió y Ayla levantó la cabeza de Roshario y acercó el recipiente a sus labios.

—Es agradable —confirmó Roshario después de unos pocos sorbos, y siguió bebiendo. Se recostó en la cama cuando concluyó y cerró los ojos, pero los abrió enseguida—. ¡Mi brazo! ¿Cómo está mi brazo?

—¿Cómo lo sientes? —dijo Ayla.

—Duele un poco, pero no tanto y de distinto modo —respondió la mujer—. Quiero verlo.

Torció la cara para mirar el brazo, y después intentó sentarse.

—Te ayudaré —dijo Ayla, sosteniéndola.

—¡Está derecho! Mi brazo está derecho. Lo hiciste —clamó la mujer. Se le llenaron los ojos de lágrimas mientras volvía a recostarse—. Ahora no seré una vieja inútil.

—Es posible que no lo puedas usar con toda su fuerza —la previno Ayla—, pero los huesos están en su lugar y quizá el brazo cure bien.

—Dolando, ¿puedes creerlo? Ahora todo marchará bien —sollozó la mujer, pero sus lágrimas eran de alegría y alivio.