Capítulo 17

—Ahora, ten cuidado —dijo Ayla, ayudando a Roshario a acercarse a Jondalar y Markeno, que se habían inclinado a cada lado de la cama—. El entablillado sostendrá tu brazo y lo mantendrá en su lugar, pero mantenlo pegado al cuerpo.

—¿Estás segura de que debe levantarse tan pronto? —preguntó Dolando a Ayla, frunciendo inquieto el entrecejo.

—Estoy segura —confirmó Roshario—. Ya he estado demasiado tiempo en esta cama. No quiero perderme la fiesta de bienvenida a Jondalar.

—Con tal de que no se fatigue demasiado, probablemente será mejor que se levante y esté un rato con todos. —Después se volvió hacia Roshario—. Pero no demasiado tiempo. Ahora, el descanso es la mejor medicina.

—Sólo deseo ver felices a todos, para variar. Siempre que alguien venía a verme parecía que estaba compadeciéndome. Quiero que sepan que me curaré completamente —dijo la mujer, mientras abandonaba el lecho para pasar a los brazos de los dos jóvenes, que la esperaban.

—Ahora, despacio, cuidado con el soporte —indicó Ayla. Roshario pasó sobre el cuello de Jondalar su brazo sano—. Muy bien, levantadla los dos al mismo tiempo.

Con la mujer entre ellos, los dos hombres enderezaron el cuerpo y avanzaron un poco, para erguirse bajo el techo de la vivienda. Tenían más o menos la misma estatura y sostenían fácilmente a la mujer. Aunque estaba claro que Jondalar era más musculoso, Markeno era un joven vigoroso. Su fuerza estaba disimulada por su cuerpo más esbelto, pero la práctica del remo en los botes y la lucha con los enormes esturiones que los ramudoi solían pescar habían permitido que ejercitara constantemente sus músculos lisos y muy resistentes.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Ayla.

—En el aire —dijo Roshario, sonriendo primero a un hombre y después al otro—. Desde aquí las cosas se ven diferentes.

—Entonces, ¿estás dispuesta?

—Ayla, ¿qué aspecto tengo?

—Tholie te peinó y te arregló bien los cabellos; creo que tienes un aspecto excelente —dijo Ayla.

—También me sentí mejor después de que me lavarais. Antes ni siquiera deseaba peinarme o lavarme. Esto seguramente significa que estoy mejor —expresó Roshario.

—Parte del efecto se debe a la medicina contra el dolor que te administré. Eso pasará. Avísame apenas empieces a sentir dolor muy intenso. No intentes hacerte la valiente. Y avísame también cuando empieces a sentirte fatigada —concluyó Ayla.

—Lo haré. Ahora estoy preparada.

—¡Mirad quién viene! ¡Es Roshario! Sin duda se siente mejor —exclamaron varias voces cuando la mujer apareció en la puerta de la vivienda.

—Acomodadla aquí —dijo Tholie—. Le preparé un lugar.

Algún tiempo atrás se había desprendido un gran fragmento de piedra arenisca que pertenecía al saliente y había caído cerca del círculo en que se reunían. Tholie había apoyado un banco contra la piedra y lo había cubierto de pieles. Los hombres llevaron allí a Roshario y la acomodaron con mucho cuidado.

—¿Te sientes cómoda? —preguntó Markeno después que la hubieron instalado en el asiento acolchado.

—Sí, sí, estoy muy bien —respondió Roshario—. No estaba acostumbrada a que se me dispensaran tantas atenciones.

El lobo había salido con ellos de la vivienda y apenas Roshario estuvo sentada, el animal encontró un lugar y se echó junto a ella. Roshario se sorprendió, pero cuando vio cómo la miraba y advirtió que vigilaba a todos los que se aproximaban, tuvo la sensación extraña pero clara de que él creía que estaba protegiéndola.

—Ayla, ¿por qué ese lobo permanece cerca de Roshario? Creo que deberías alejarlo de ella —dijo Dolando, preguntándose qué querría el animal de una mujer que todavía estaba tan débil y era tan vulnerable. Sabía que las manadas de lobos atacaban a menudo a los miembros viejos, enfermos y débiles de un rebaño.

—No, no lo alejéis —pidió Roshario, y extendió la mano sana para palmear la cabeza del lobo—. No creo que quiera herirme. Dolando, creo que está cuidándome.

—Yo pienso lo mismo, Roshario —dijo Ayla—. En el Campamento del León había un niño débil y enfermo; Lobo le apreciaba especialmente y adoptaba una actitud muy protectora. Creo que ahora siente que estás débil y desea protegerte.

—¿Ese niño no era Rydag? —preguntó Tholie—. El niño que Nezzie adoptó y que era… —hizo una pausa, porque de pronto recordó los sentimientos intensos e irrazonables de Dolando—… un forastero.

Ayla advirtió la vacilación de Tholie y comprendió que no había dicho lo que inicialmente deseaba decir. Se preguntó cuál podía ser la razón de esa actitud.

—¿Todavía está con ellos? —preguntó Tholie, que se había sonrojado intensamente.

—No —dijo Ayla—. Murió al principio de la estación, en la Reunión de Verano.

La muerte de Rydag todavía la conmovía y entristecía, y su sentimiento era evidente.

La curiosidad de Tholie rivalizaba con su discreción; deseaba formular más preguntas, pero aquél no era el momento oportuno para preguntar acerca precisamente de ese niño.

—¿No tenéis apetito? ¿Por qué no comemos? —preguntó.

Todos satisficieron su apetito, incluida Roshario, que no comió mucho, aunque era más de lo que había ingerido en una sola comida desde hacía tiempo; después la gente se reunió alrededor del fuego con recipientes de vino de dientes de león levemente fermentados. Era el momento de relatar anécdotas, contar aventuras, y sobre todo saber más acerca de los visitantes y sus extraños compañeros de viaje.

Allí estaban todos los sharamudoi, excepto los pocos que se habían ausentado: los shamudoi, que vivían en tierra, en el alto valle, a lo largo de todo el año, y sus parientes que moraban cerca del río, los ramudoi. Durante las temporadas más cálidas, el Pueblo del Río vivía sobre un muelle flotante amarrado al pie de la montaña, pero en invierno se trasladaban a la alta meseta y compartían las viviendas con los primos con quienes se habían unido ceremonialmente. Se consideraba a las parejas dobles emparentadas tan estrechamente como cónyuges, y se trataba como hermanos a los hijos de las dos familias.

Era la organización más extraña de grupos estrechamente emparentados que Jondalar conocía, pero en este caso era eficaz, a causa de los vínculos de parentesco y de una original relación recíproca mutuamente provechosa. Existían muchos lazos prácticos y rituales entre las dos mitades, pero en esencia los shamudoi aportaban los productos de la pesca y su experiencia en el transporte por agua.

Los sharamudoi consideraban pariente a Jondalar, pero era pariente sólo a causa de su hermano. Cuando Thonolan se enamoró de una mujer shamudoi, había aceptado las costumbres de este pueblo y había decidido convertirse en uno de ellos. Jondalar había vivido con ellos el mismo tiempo y los consideraba como su familia. Habían aprendido y aceptado sus costumbres, pero nunca se había sometido a un rito que le incorporase por derecho propio. En el fondo de su corazón no podían renunciar a su identidad y a su propio pueblo, no podía adoptar la decisión de incorporarse permanentemente a ellos. Aunque su hermano había llegado a ser sharamudoi, Jondalar era todavía zelandonii. La conversación de esa noche comenzó, naturalmente, con preguntas acerca de su hermano.

—¿Qué sucedió después de que te fuiste de aquí con Thonolan? —preguntó Markeno.

Aunque abordar el tema podía resultar doloroso, Jondalar comprendió que Markeno tenía derecho a saber. Entre Markeno y Tholie, por un lado, y Thonolan y Jetamio, por otro, existían vínculos cruzados. Markeno tenía un parentesco tan estrecho como él; era un hermano nacido de la misma madre. En pocas palabras, Jondalar explicó que habían viajado río abajo en el bote suministrado por Carlono, relató alguno de los episodios más importantes y el encuentro con Brecie, la jefa mamutoi del Campamento del Sauce.

—¡Somos parientes! —dijo Tholie—. Es prima cercana.

—Eso lo supe después, cuando vivimos con el Campamento del León, pero ella fue muy buena con nosotros incluso antes de saber que éramos parientes —dijo Jondalar—. Por eso Thonolan decidió marchar hacia el norte y visitar otros campamentos mamutoi. Habló de cazar el mamut con ellos. Traté de convencerle de que no lo hiciera, de que volviese conmigo. Habíamos llegado al fin del Río de la Gran Madre; aquél era el punto más lejano que, según decía siempre, deseaba alcanzar.

El hombre de elevada estatura cerró los ojos y meneó la cabeza, como si intentase negar el hecho; después se inclinó, dominado por la angustia. La gente esperó, compartiendo su dolor.

—Pero no se trataba de los mamutoi —continuó un momento después—. Eso era una excusa. No podía soportar lo que pasó con Jetamio. Solamente quería seguirla al otro mundo. Me dijo que continuaría viajando hasta que la Madre le llevase también a él. Afirmó que estaba preparado, pero en realidad estaba más que preparado. Tanto deseaba irse, que se arriesgaba. Por eso murió. Y yo tampoco prestaba atención. Fue una estupidez por mi parte seguirle cuando salió a perseguir a aquella leona que le robó la presa. De no haber sido por Ayla, yo habría muerto con él.

Los últimos comentarios de Jondalar avivaron la curiosidad de todos, pero nadie deseaba formular preguntas que le obligarían a renovar con mayor intensidad su dolor. Finalmente, Tholie quebró el silencio.

—¿Cómo conociste a Ayla? ¿Estabas cerca del Campamento del León?

Jondalar miró a Tholie y después a Ayla. Había estado hablando en sharamudoi, y no sabía muy bien hasta qué punto le había entendido la joven. Deseaba que ella conociese mejor la lengua para que pudiera relatar su propia historia. No sería fácil explicar el caso, o más bien, lograr que la explicación fuese verosímil. Cuanto más tiempo pasaba, más irreal parecía todo, incluso a sus propios ojos, pero cuando Ayla lo pudiese explicar, más fácil sería aceptarlo.

—No. En ese momento no conocíamos el Campamento del León. Ayla vivía sola, en un valle que está a varios días de viaje del Campamento del León —dijo.

—¿Sola? —preguntó Roshario.

—Bueno, no completamente sola. En su pequeña caverna tenía la compañía de un par de animales.

—¿Quieres decir que tenía otro lobo como éste? —preguntó la mujer, extendiendo la mano para palmear al animal.

—No. No tenía a Lobo. Lo encontró cuando estábamos viviendo en el Campamento del León. Tenía a Whinney.

—¿Qué es un Whinney?

—Whinney es un caballo.

—¿Un caballo? ¿Quieres decir que también tenía un caballo?

—Sí. Ése, ése que veis ahí —dijo Jondalar, señalando a los caballos que estaban en el campo, sus siluetas recortadas sobre el cielo vespertino teñido de rojo.

Roshario abrió enormemente los ojos, sorprendida, y todos sonrieron. Todos habían experimentado ya la impresión inicial, pero ella no había visto los caballos hasta aquel momento.

—¿Ayla vivía con esos dos caballos?

—No exactamente. Yo vi cómo nació el hijo de Whinney. Antes, ella vivía sola con Whinney… y el león de la caverna —concluyó Jondalar, casi en voz baja.

—¿Y qué? —Roshario pasó a su mamutoi, sin duda imperfecto—. Ayla, explícate. Me temo que Jondalar está confundido. Y quizá Tholie se sirva traducir.

Ayla había entendido fragmentos y pasajes de la conversación, pero ahora pidió a Jondalar que se lo aclarase. Él se sintió muy aliviado.

—Ayla, creo que no me expresé con mucha claridad. Roshario desea saberlo de ti. ¿Por qué no les explicas cómo vivías en tu valle con Whinney y Bebé, y cómo me encontraste? —pidió.

—Y también por qué vivías sola en un valle —agregó Tholie.

—Es una larga historia —dijo Ayla después de respirar hondo. La gente se acomodó mejor, sonriendo. Eso era exactamente lo que deseaban escuchar, un episodio nuevo, extenso e interesante. Ayla bebió un sorbo de tila y pensó en la forma de comenzar—. Ya se lo he dicho a Tholie, no recuerdo cuál era mi pueblo. Desaparecieron en un terremoto cuando yo era pequeña, el clan me descubrió y me crió. Iza, la mujer que me encontró, era una hechicera, una curadora, y comenzó a enseñarme el arte de curar cuando yo era muy pequeña.

Dolando pensó, mientras Tholie traducía: «Bien, ahora se explica que la joven posea tanta habilidad». Por su parte, Ayla continuó la narración.

—Viví con Iza y su hermano Creb; el compañero de Iza había muerto en el mismo terremoto que destruyó a mi pueblo. Creb era algo así como el hombre del hogar; ayudó a Iza a criarme. Ella murió hace pocos años, pero antes de desaparecer me dijo que yo debía marcharme y buscar mi propio pueblo. No me alejé, no podía irme… —Ayla vaciló, tratando de decidir qué parte de la verdad revelaría—. No lo hice entonces, pero después… que Creb murió… tuve que alejarme.

Ayla hizo una pausa y bebió otro sorbo de su tila, mientras Tholie traducía lo que había dicho, con un poco de dificultad cuando tenía que pronunciar los nombres extraños. El relato había avivado las intensas emociones de aquel período y Ayla necesitaba recuperar el dominio de sí misma.

—Traté de descubrir a mi propio pueblo, obedeciendo el mandato de Iza —continuó Ayla—, pero no sabía dónde buscar. Exploré desde el principio de la primavera hasta bien entrado el verano, sin hallar a nadie. Comencé a preguntarme si alguna vez lo descubriría, y ya comenzaba a fatigarme de viajar. Entonces llegué a un valle pequeño y verde en medio de las estepas, un lugar atravesado por un arroyo, incluso con una hermosa y pequeña caverna. Tenía todo lo que necesitaba…, excepto personas. No sabía si encontraría a alguien, pero sí comprendía que se acercaba el invierno, y si no me preparaba, no viviría hasta la primavera siguiente. Decidí permanecer en la caverna hasta el comienzo de la siguiente estación cálida.

La gente estaba muy interesada en el relato de Ayla; expresaban sus opiniones en voz alta, asentían, decían que tenía razón, era lo único acertado que podía hacer. Ayla explicó que había atrapado a un caballo en una trampa y entonces descubrió que era una yegua que estaba amamantando; después vio una manada de hienas que se arrojaba sobre el potrillo.

—No pude evitarlo —dijo—. Era un animal muy pequeño e indefenso. Alejé a las hienas y me traje a la pequeña yegua a vivir en la caverna conmigo. Me alegro de haberlo hecho. Compartió mi soledad e hizo que me fuese más soportable. Se convirtió en una amiga.

Por lo menos las mujeres podían entender lo que era sentirse atraída por un niño impotente, aunque fuese un potrillo. Tal como Ayla exponía el asunto, parecía perfectamente razonable, aunque nadie jamás había oído hablar de la adopción de un animal. Pero no sólo las mujeres se sentían cautivadas. Jondalar observaba a toda la gente. Las mujeres y los hombres estaban igualmente fascinados; comprendió que Ayla se había convertido en una buena narradora. Incluso él estaba absorto, pese a que conocía la historia. Observaba atentamente a Ayla, tratando de entender por qué su relato atraía tanto, y entonces advirtió que acompañaba sus palabras con gestos sutiles pero evocadores.

No respondía a un propósito consciente, ni lo hacía con una finalidad determinada. Ayla había crecido comunicándose según el estilo del clan y para ella era natural describir las cosas tanto con movimientos como con palabras, pero cuando, por primera vez, imitó los gritos de los pájaros y los relinchos de los caballos, sorprendió a sus oyentes. Había vivido sola en el valle, oyendo únicamente la vida animal en las proximidades; y así había comenzado a imitarlos y había aprendido además a reproducir esos sonidos con sobrecogedora fidelidad. Después de la primera impresión, sus sonidos animales de sorprendente realismo adquirían una dimensión fascinante.

A medida que iba avanzando el relato, y sobre todo cuando explicó cómo había comenzado a montar y a enseñar al caballo, la propia Tholie apenas podía esperar a terminar la traducción de las palabras de Ayla, cuando ya ansiaba oír el resto. La joven mamutoi hablaba muy bien ambas lenguas, aunque no alcanzaba a reproducir el relincho de un caballo, o los gritos de las aves emitidos con sobrecogedora exactitud; pero no era necesario. La gente comprendía el significado de lo que Ayla estaba diciendo, en parte porque las lenguas eran parecidas, pero también a causa de aquella narración tan expresiva. Comprendían los sonidos en el momento oportuno, pero esperaban la traducción de Tholie para completar lo que se les escapaba.

Ayla se anticipaba a las palabras de Tholie tanto como otro cualquiera de los presentes, pero por una razón completamente distinta. Jondalar había observado con cierto temor la capacidad de Ayla para aprender rápidamente lenguas nuevas cuando, por primera vez, comenzó a enseñarle a hablar la suya propia; en efecto, se preguntaba cómo lo hacía. No sabía que la habilidad de Ayla en este sentido provenía de un conjunto específico de circunstancias. Para convivir con personas que aprendían a partir de los recuerdos de sus antepasados, los mismos recuerdos almacenados desde el nacimiento en sus enormes cerebros como una suerte de forma evolutiva y consciente del instinto, la joven que venía de los Otros se había visto obligada a desarrollar sus propias cualidades de memorización. Se había adiestrado para recordar rápidamente, a fin de que el resto del clan no la creyese tonta.

Antes de que la adoptasen había sido una niña normal y conservadora, y aunque había perdido la mayor parte de su lenguaje vocal cuando comenzó a hablar como lo hacía el clan, las pautas básicas estaban ya determinadas. Su premiosa necesidad de reaprender el lenguaje verbal para comunicarse con Jondalar había potenciado una capacidad natural. Una vez iniciado, el proceso que ella había utilizado inconscientemente se desarrolló todavía más cuando fue a vivir al Campamento del León, y tuvo que aprender otro idioma. Podía memorizar el vocabulario con tan sólo oírlo una vez, aunque la sintaxis y la estructura del lenguaje le exigían un esfuerzo un poco mayor. Pero la lengua de los sharamudoi se asemejaba por su estructura a la de los mamutoi, y muchas palabras eran similares. Ayla escuchaba la traducción de sus palabras por Tholie, porque, mientras ella relataba su historia, aprendía la lengua.

Aunque la historia de la adopción de un potrillo era en verdad fascinante, incluso Tholie tuvo que interrumpirse y pedir a Ayla que repitiese sus palabras cuando la joven se refirió al hallazgo del cachorro de león de la caverna que estaba herido. La soledad podía impulsar a alguien a vivir con un caballo que comía pasto, pero ¿un gigantesco carnívoro? Un león de la caverna macho completamente desarrollado, apoyado en sus cuatro patas, alcanzaba casi la altura de los caballos de la estepa más pequeños, y era más musculoso. Tholie deseaba saber cómo era posible que hubiese abrigado siquiera la idea de recoger a un cachorro de león.

—Entonces no era tan grande, no tenía siquiera el tamaño de un lobo pequeño; era como un niño… y estaba herido.

Aunque Ayla había tenido la intención de describir a un animal más pequeño, la gente volvió los ojos hacia el canino que estaba al lado de Roshario. Lobo pertenecía a una especie norteña y era corpulento incluso para aquella raza de considerables proporciones. Era el lobo más grande que cualquiera de ellos hubiera visto jamás. La idea de recoger a un león de esas proporciones no resultaba atractiva para muchos de ellos.

—El nombre que le asignó significaba «niño», y ella siguió llamándole así incluso después que alcanzó la edad adulta. Era el niño más grande que había visto jamás —agregó Jondalar, en un comentario que provocó sonrisas.

Jondalar también sonrió, pero después agregó una precisión más realista:

—A mí también me pareció divertido, pero no me pareció tan divertido la primera vez que lo vi. Bebé fue el león que mató a Thonolan y que casi me mató a mí. —Dolando miró aprensivo al lobo que de nuevo estaba al lado de Roshario—. Pero ¿qué puede esperarse cuando uno se mete en la guarida de un león? Aunque habíamos visto salir a su compañera y no sabíamos que Bebé estaba allí, nuestra actitud fue estúpida. En definitiva, tuvimos suerte porque se trataba precisamente de ese león.

—¿Por qué dices «tuvimos suerte»? —preguntó Markeno.

—Yo estaba gravemente herido e inconsciente, pero Ayla pudo detener al león antes de que me matase —dijo Jondalar.

Todos se volvieron hacia la mujer.

—¿Cómo pudo detener a un león de la caverna? —preguntó Tholie.

—Del mismo modo que controla a Lobo y a Whinney —dijo Jondalar—. Le dijo que se detuviese y él obedeció.

La gente meneaba la cabeza, incrédula.

—¿Cómo sabes que hizo eso? Has dicho que estabas inconsciente —observó alguien.

Jondalar volvió los ojos para ver quién era el que había hablado. Era un hombre joven del Clan del Río a quien había conocido, aunque no demasiado bien.

—Rondo, porque le vi hacer lo mismo después. Bebé vino a visitarla una vez, cuando yo aún estaba recuperándome. Sabía que yo era un forastero y quizá recordaba la vez en que Thonolan y yo entramos en su guarida. Fuera cual fuese la razón, no quería verme cerca de la caverna de Ayla e inmediatamente se dispuso a atacar. Pero ella se interpuso y le ordenó que se detuviese. Y él obedeció. Fue casi cómico el modo en que se interrumpió en medio de un salto; pero en ese momento yo estaba tan asustado que no lo advertí.

—¿Dónde está ahora el león de la caverna? —preguntó Dolando, mirando al lobo y preguntándose si el león también la habría seguido. No estaba muy interesado en recibir la visita del león, por muy eficaz que fuese el control de Ayla.

—Se fue a hacer su propia vida —dijo Ayla—. Permaneció conmigo hasta que alcanzó la edad adulta. Después, lo mismo que hacen otros cachorros, partió para buscar compañera y ahora probablemente tenga varias. Whinney también me dejó durante algún tiempo, pero volvió. Estaba preñada cuando regresó.

—¿Y el lobo? ¿Crees que un día se marchará? —preguntó Tholie.

Ayla contuvo la respiración. Era una posibilidad que ella se negaba a considerar. Había asaltado su mente más de una vez, pero siempre la rechazaba, y ni siquiera quería reconocerlo. Ahora se la habían planteado en palabras, claramente, y se esperaba una respuesta.

—Lobo era tan pequeño cuando lo descubrí, que creo que creció pensando que la gente del Campamento del León era su manada —dijo—. Muchos lobos siguen con su manada, pero algunos se van y se convierten en solitarios hasta que encuentran la compañía de otro solitario. Así comienza una nueva manada. Lobo todavía es joven, apenas más que un cachorro. Parece mayor porque es muy corpulento. No sé qué hará, Tholie, pero a veces eso me preocupa. No quiero que se marche.

Tholie asintió.

—Irse es difícil, tanto para el que se va como para el que se queda atrás —dijo, y recordó su propia y difícil decisión de separarse de su pueblo para vivir con Markeno—. Sé lo que yo sentí. ¿No has dicho que te separaste de esa gente que te crió? ¿Cómo los has llamado? ¿El clan? Nunca he oído hablar de esa gente. ¿Dónde viven?

Ayla miró a Jondalar, que estaba sentado, perfectamente inmóvil, muy tenso, con una expresión extraña en el rostro. Algo le inquietaba profundamente; de pronto ella se preguntó si Jondalar se sentiría aún avergonzado del pasado de Ayla y de la gente que la había criado. Suponía que él había dejado atrás esos sentimientos. Ayla no estaba avergonzada del clan. A pesar de Broud y las angustias que le había hecho pasar, esa gente la había cuidado y amado a pesar de las diferencias, y ella había correspondido a ese sentimiento con su amor. Con cierto asomo de cólera y un cierto aire de orgullo, decidió que no estaba dispuesta a negar a las personas a las que había amado.

—Viven en la península del Mar de Beran —replicó Ayla.

—¿La península? Ignoraba que había gente viviendo en la península. Ése es el territorio de los cabeza chatas… —Tholie se interrumpió. No podía ser, ¿verdad?

Tholie no fue la única que se dio cuenta de lo que aquello significaba. Roshario contuvo una exclamación y miró furtivamente a Dolando, tratando de descubrir si él había establecido ciertas relaciones, pero poco deseosa de que pareciera que ella no había observado nada irregular. Los nombres extraños que Ayla mencionaba, los que tenían una pronunciación tan difícil, ¿podían ser nombres que ella había asignado a otra especie de animales? Pero Ayla había dicho que la mujer que la había criado también le había enseñado la medicina que cura. ¿Tal vez había una mujer viviendo con ellos? ¿Qué mujer podía preferir la vida con esa gente, sobre todo si sabía curar? ¿Era concebible que una shamud viviese con los cabezas chatas?

Ayla veía las reacciones extrañas de algunas personas, pero cuando volvió los ojos hacia Dolando y advirtió que él la miraba fijamente, experimentó un estremecimiento de temor. No parecía el mismo hombre, el jefe sereno que había atendido con tanta ternura a su propia mujer. No miraba a Ayla con el sentimiento de alivio y agradecimiento provocado por la habilidad de la joven para curar, y ni siquiera con la cautelosa aceptación del primer encuentro. En cambio, Ayla percibió un dolor muy profundo y advirtió un cierto distanciamiento; una cólera amenazadora y violenta se traslucía en los ojos de Dolando, como si no pudiese ver claramente y la mirase a través de la roja pluma del odio.

—¡Cabezas chatas! —estalló—. ¡Has vivido con esos animales sucios y asesinos! Quisiera matarlos a todos. Y has vivido con ellos. ¿Cómo es posible que una mujer decente viva con ellos?

Tenía los puños cerrados cuando comenzó a acercarse a Ayla. Jondalar y Markeno se abalanzaron para detenerle. Lobo estaba delante de Roshario y mostraba los dientes con un gruñido profundo en la garganta. Shamio comenzó a llorar y Tholie la cogió y la apretó con gesto protector contra su cuerpo. En realidad, jamás hubiera temido que su hija estuviera cerca de Dolando, pero cuando se hablaba de los cabezas chatas, no reaccionaba de una forma racional y en aquel momento parecía estar dominado por una locura incontrolable.

—¡Jondalar! ¿Cómo te atreves a traer aquí a una mujer así? —dijo Dolando, tratando de liberarse del abrazo del hombre alto y rubio.

—¡Dolando! ¿Qué estás diciendo? —preguntó Roshario, tratando de ponerse en pie—. ¡Me ha ayudado! ¿Qué importa dónde creció? ¡Me ha ayudado!

La gente que se había reunido para dar la bienvenida a Jondalar estaba aturdida, conmovida por la impresión, y no sabía qué hacer. Carlono se puso en pie para ayudar a Markeno y a Jondalar, en un intento de tranquilizar al hombre que compartía con él el mando.

Ayla también estaba desconcertada. La virulenta reacción de Dolando era tan inesperada que no sabía qué pensar. Vio que Roshario intentaba ponerse de pie y trataba de apartar al lobo, que se mantenía en actitud defensiva frente a ella, tan confundido como todos por aquel revuelo, pero decidido a proteger a la mujer porque entendía que ése era su deber. Ayla pensó que Roshario no debía ponerse en pie, y se acercó deprisa a la mujer.

—Apártate de mi mujer. No quiero que se manche con tu suciedad —gritó Dolando, luchando por liberarse de los hombres que intentaban detenerle.

Ayla se detuvo. Aunque deseaba ayudar a Roshario, no quería provocar más dificultades con Dolando. Se preguntó: «¿Qué le sucede?». Entonces advirtió que Lobo estaba dispuesto a atacar, y con una señal, le indicó que se acercara. Lo último que podía desear es que Lobo hiriese a alguien. Era evidente que Lobo luchaba consigo mismo. Estaba dudando entre defender su terreno o lanzarse a la pelea, pero no quería alejarse del escenario; todo era muy confuso. La segunda señal de Ayla llegó acompañada por un silbido y eso le decidió. Corrió hacia ella y se plantó delante de Ayla en actitud defensiva.

Aunque Dolando hablaba sharamudoi, Ayla comprendía que el hombre había estado gritando algo acerca de los cabezas chatas y dirigiendo frases airadas contra ella misma; pero su sentido no le había resultado muy claro. Mientras esperaba allí con el lobo, comprendió de pronto lo que significaban los reniegos de Dolando y comenzó a enojarse también ella. El pueblo del clan no era una banda de sucios asesinos. ¿Por qué pensar en ellos irritaba tanto a Dolando?

Roshario se había puesto en pie y trataba de acercarse a los hombres que forcejeaban. Tholie entregó a Shamio a alguien que estaba cerca y corrió a ayudar a Roshario.

—¡Dolando! ¡Dolando, basta! —ordenó Roshario. Pareció que la voz de Roshario llegaba a Dolando; cesó de debatirse, aunque los tres hombres continuaron aferrándole.

Dolando miró irritado a Jondalar.

—¿Por qué la has traído aquí?

—Dolando, ¿qué te sucede? ¡Mírame! —exclamó Roshario—. ¿Qué habría sucedido si él no la hubiera traído? Ayla no fue la persona que mató a Doraldo.

Dolando miró a Roshario y pareció que por primera vez veía a la mujer débil y consumida, con el brazo en cabestrillo. Un espasmo le sacudió el cuerpo, y cual agua que se derrama, la furia irracional le abandonó.

—Roshario, no deberías estar en pie —dijo, tratando de acercarse a la mujer, pero vio que no podía moverse—. Podéis soltarme —indicó a Jondalar, con una voz que traslucía una fría cólera.

El zelandonii se apartó. Markeno y Carlono esperaron, antes de liberarlo hasta que tuvieron la certeza de que Dolando no se resistía; pero permanecieron cerca, por si acaso.

—Dolando, no tienes derecho a enojarte con Jondalar —dijo Roshario—. Jondalar trajo a Ayla porque yo la necesitaba. Dolando, todos están conmovidos. Ven, siéntate y muéstrales que estás bien.

Advirtió una mirada de obstinación en los ojos de Dolando, pero, de todos modos, él la acompañó al banco y se sentó junto a ella. Una mujer les trajo una infusión y después se acercó al lugar en el que estaban de pie Ayla, Jondalar, Carlono y Markeno junto a Lobo.

—¿Queréis tila o un poco de vino? —preguntó.

—Carolio, ¿no tendrás un poco de ese maravilloso vino de arándano? —preguntó Jondalar. Ayla observó que se parecía a Carlono y a Markeno.

—El vino nuevo no está en condiciones, pero tal vez quede algo del año pasado. ¿Para ti también? —preguntó a Ayla.

—Sí, si Jondalar lo desea, yo probaré. Creo que no nos conocemos —agregó.

—No —dijo la mujer, mientras Jondalar se disponía a intervenir y presentarlas—. No es necesario cumplir las formalidades. Ayla, todos sabemos quién eres. Yo soy Carolio, hermana de éste —dijo señalando a Carlono.

—Advierto el… parecido —indicó Ayla, buscando la palabra; Jondalar comprendió de pronto que ella estaba hablando sharamudoi. La miró maravillado. ¿Cómo aprendía con tanta rapidez?

—Confío en que podrás perdonar el estallido de Dolando —dijo Carolio—. El hijo de su hogar, el hijo de Roshario, fue muerto por los cabezas chatas, y él los odia a todos. Doraldo era un joven, pocos años mayor que Darvo, y un hombre muy animoso, que estaba comenzando a vivir. Para Dolando fue muy difícil. Nunca consiguió reponerse.

Ayla asintió, pero frunció el entrecejo. No era usual que el clan matase a los Otros. ¿Qué había hecho el joven? Vio que Roshario la llamaba con un gesto. Aunque la mirada hostil de Dolando no era precisamente grata, Ayla se apresuró a dirigirse hacia la mujer.

—¿Estás fatigada? —preguntó—. Es hora de que te acuestes. ¿Sufres?

—Un poco. No mucho. Me acostaré pronto, pero todavía no. Deseo decirte que lo lamento mucho. Yo tenía un hijo…

—Carolio me lo dijo. Le mataron.

—Los cabezas chatas… —masculló por lo bajo Dolando.

—Tal vez todos nos hemos apresurado un poco —dijo Roshario—. ¿Has dicho que vivías con… cierta gente de la península?

De pronto reinó un silencio absoluto.

—Sí —confirmó Ayla. Después miró a Dolando y respiró hondo—. El clan. Los que vosotros denomináis cabezas chatas y los que se llaman ellos mismos el clan.

—¿Cómo es posible? No hablan —dijo una joven.

Jondalar vio que era la mujer que estaba sentada junto a Chalono, otro joven a quien él conocía. Había visto muchas veces a la muchacha, pero no atinaba a recordar el nombre.

Ayla captó el comentario implícito de la joven.

—No son animales. Son personas y sí hablan, pero no con muchas palabras, si bien utilizan algunas. Tienen un lenguaje de signos y gestos.

—¿Es lo que tú estuviste haciendo? —preguntó Roshario—. ¿Antes de que me durmieses? Creí que estabas bailando con las manos.

Ayla sonrió.

—Hablaba al mundo de los espíritus y pedía al espíritu de mi tótem que te ayudase.

—¿El mundo de los espíritus? ¿Hablar con las manos? ¡Qué tontería! —escupió Dolando.

—Dolando —dijo Roshario, mientras buscaba la mano del hombre.

—Es cierto, Dolando —aseveró Jondalar—. Incluso yo aprendí parte de su lenguaje. Y también los que estaban en el Campamento del León. Ayla nos enseñó, porque deseaba que pudiéramos comunicarnos con Rydag. Todos se sorprendieron al descubrir que él podía hablar de ese modo, aunque no lograba pronunciar bien las palabras. Y entonces supieron que no era un animal.

—¿Te refieres al niño que trajo Nezzie? —dijo Tholie.

—¿Niño? ¿Habláis de esa abominación de espíritus mezclados que, según oímos decir, trajo una mamutoi loca?

Ayla levantó el mentón. Ahora estaba encolerizándose.

—Rydag era un niño —dijo—. Quizá provenía de espíritus mezclados, pero ¿cómo puedes culpar a un niño por lo que es? No eligió nacer de ese modo. ¿No dices que la Madre es la que elige los espíritus? En ese caso, era un hijo de la Madre tanto como otro cualquiera. ¿Qué derecho tienes para decir que era una abominación?

Ayla miraba hostil a Dolando, y todos les observaban, sorprendidos por la defensa de Ayla y preguntándose cuál sería la reacción de Dolando. Éste parecía tan sorprendido como los demás.

—Y Nezzie no está loca. Es una mujer sensible, buena y afectuosa que recogió a un huérfano y no le importó lo que los demás pensaran —continuó diciendo Ayla—. Era como Iza, la mujer que me recogió cuando yo no tenía a nadie, a pesar de que yo era diferente, era una de los Otros.

—¡Los cabezas chatas mataron al hijo de mi hogar! —gritó Dolando.

—Es posible, pero no usual. El clan prefiere evitar a los Otros; así llaman a las personas como nosotros. —Ayla hizo una pausa y después miró al hombre que aún sufría tanto—. Dolando, es duro perder a un hijo, pero te hablaré de otra persona que perdió a su niño. Era una mujer a quien conocí en la reunión de muchos clanes, algo así como una Reunión de Verano, aunque ellos no se reúnen con tanta frecuencia. Ella y otras mujeres salieron a buscar alimento y, de pronto, se vieron sorprendidas por varios hombres, hombres de los Otros. Uno la aferró para obligarla a concederle lo que vosotros denomináis placeres.

Hubo exclamaciones ahogadas de la gente. Ayla estaba hablando de un tema que nunca era abordado francamente, aunque todos, excepto los muy jóvenes, habían oído hablar del asunto. Algunas madres pensaron que era conveniente alejar a los hijos, pero en realidad nadie quería apartarse.

—Las mujeres del clan se someten a los deseos de los hombres, no es necesario forzarlas; pero el hombre que aferró a la mujer no pudo esperar. Ni siquiera quiso esperar a que ella depositara en el suelo a su hijo. La cogió con tanta fuerza que el niño cayó y él no prestó la más mínima atención. Sólo después, cuando él le permitió incorporarse, la mujer descubrió que la cabeza de su hijo se había golpeado contra una piedra al caer. El niño estaba muerto.

Algunos de los presentes tenían lágrimas en los ojos. Ahora, Jondalar habló.

—Sé que pueden suceder esas cosas. He oído hablar de algunos jóvenes que viven muy al oeste de aquí, y a quienes agradaba divertirse con los cabezas chatas, y varios se reunían para forzar a una mujer del clan.

—También sucede por aquí —reconoció Chalono.

Las mujeres le miraron sorprendidas por lo que había dicho, la mayoría de los hombres desviaron los ojos, excepto Rondo, que estaba observando a Chalono como si éste fuera un gusano.

—Es la gran aventura de la cual hablan siempre los muchachos —dijo Chalono, tratando de defenderse—. No son muchos los que continúan haciéndolo, sobre todo después de lo que le sucedió a Doral… —De pronto se interrumpió, miró alrededor, bajó los ojos y deseó no haber abierto la boca.

El silencio incómodo que siguió se vio quebrado cuando Tholie dijo:

—Roshario, pareces muy fatigada. ¿No crees que es hora de que vuelvas a acostarte?

—Sí, creo que me gustaría descansar —dijo.

Jondalar y Markeno se apresuraron a ayudarla, y todos interpretaron eso como la señal para levantarse y alejarse. Nadie quiso demorarse hasta que se apagara el fuego, conversando o jugando esa noche. Los dos jóvenes llevaron a la mujer a la vivienda, mientras el agobiado Dolando iba detrás.

—Gracias, Tholie, pero creo que sería mejor que yo durmiese esta noche cerca de Roshario —dijo Ayla—. Abrigo la esperanza de que Dolando no se oponga. Ella ha sufrido mucho y pasará una noche difícil. El brazo comienza a hincharse y volverá a sentir dolor. No estoy segura de que hubiera debido levantarse esta noche, pero insistió tanto que creo que no habríamos podido impedírselo. Insistió en afirmar que se sentía bien, pero eso es la consecuencia de la bebida que la adormeció, que calma el dolor profundo y cuyo efecto no había cesado del todo. Le administré, además, otra cosa, pero esta noche comenzarán los dolores y desearía estar cerca de ella.

Ayla había entrado después de pasar un rato frotando y peinando a Whinney en la penumbra del anochecer. Cuando estaba nerviosa, se sentía mejor cerca de la yegua y se relajaba atendiéndola. Jondalar se había reunido con ella unos minutos, pero adivinó que Ayla deseaba estar sola un rato, de modo que, después de palmear y rascar y decir palabras reconfortantes a Corredor, se había alejado.

—Quizá Darvo podría dormir contigo —propuso Jondalar—. Probablemente descansará mejor. Le desazona ver sufrir a Roshario.

—Por supuesto —dijo Markeno—. Iré a buscarle. Ojalá pudiera convencer a Dolando de que se quede unos días con nosotros, pero sé que no aceptará, sobre todo después de lo sucedido esta noche. Nadie le había explicado nunca la historia completa de la muerte de Doraldo.

—Quizá sea mejor que, al fin, se sepa todo. Tal vez de ese modo ahora pueda superar la situación —indicó Tholie—. Dolando ha estado alimentando durante mucho tiempo un odio profundo a los cabezas chatas. Parecía más bien inofensivo y, de todos modos, nadie le prestaba demasiada atención… Lo siento, Ayla, pero ésa es la verdad.

Ayla asintió.

—Lo sé —dijo.

—Y rara vez tenemos un contacto muy estrecho. En general, es un buen jefe —continuó Tholie—, excepto en todo lo que se relaciona con los cabezas chatas, y es fácil excitar a otras personas cuando se habla de ellos. Pero un odio tan intenso tiene que dejar sus huellas. Creo que siempre es peor para la persona que odia.

—Creo que es hora de descansar un poco —dijo Markeno—. Ayla, seguramente estás exhausta.

Jondalar, Markeno y Ayla, con Lobo detrás, caminaron juntos los pocos pasos que les separaban de la vivienda más próxima. Markeno rascó la plancha de cuero que cubría la entrada y esperó. En lugar de contestar desde dentro, Dolando se acercó a la entrada y apartó la cortina; después permaneció en pie en el umbral de la entrada, mirándolos.

—Dolando, es posible que Roshario pase mala noche. Me gustaría estar cerca de ella —dijo Ayla.

El hombre bajó los ojos; después se volvió hacia la mujer que estaba acostada en la cama.

—Entra —dijo.

—Deseo permanecer con Ayla —pidió Jondalar. Había decidido que no la dejaría sola con el hombre que la había amenazado y que había despotricado contra ella, aunque ahora se le veía calmado.

Dolando asintió y se hizo a un lado.

—He venido a preguntar a Darvo si desearía pasar la noche con nosotros —dijo Markeno.

—Creo que debería hacerlo —contestó Dolando—. Darvo, recoge tus mantas y acompaña esta noche a Markeno.

El muchacho se incorporó, recogió las mantas y las colchonetas, y caminó hacia la entrada. Ayla se dio cuenta de que parecía aliviado, aunque no feliz.

Apenas entraron, Lobo se instaló en el rincón. Ayla se acercó al fondo en sombras para examinar a Roshario.

—Dolando, ¿tienes una lámpara o una antorcha? Me gustaría que hubiera más luz —dijo.

—Y quizá unas mantas más —agregó Jondalar—. ¿No es mejor que se las pida a Tholie?

Dolando hubiera preferido estar solo en la oscuridad, pero si Roshario se despertaba dolorida, sabía que la joven podía aliviarla mucho mejor que él. De un estante retiró un cuenco poco profundo de piedra arenisca, al que se le había dado forma moldeándolo y raspándolo con otras piedras.

—Las cosas para dormir están aquí —explicó a Jondalar—. En la caja que está junto a la puerta hay un poco de grasa para la lámpara, pero tendré que encender fuego para prender la lámpara que se apagó.

—Yo encenderé el fuego —dijo Ayla—, si me dices dónde está tu yesca y la madera.

Dolando le entregó los materiales que ella pedía para encender el fuego, así como una vara redonda, ennegrecida por el carbón en un extremo, y una pieza achatada de madera con varios agujeros redondos, quemados al encender otros fuegos; pero Ayla no utilizó esos materiales. En cambio, de un bolso que colgaba de su cinturón extrajo dos piedras. Dolando observó con curiosidad mientras ella formaba una pequeña pila de astillas secas y delgadas, y cómo, inclinándose sobre ellas, golpeaba una piedra contra otra. Observó, sorprendido, cómo una chispa grande y brillante saltaba de las piedras e iba a caer sobre las maderas, y cómo comenzaba a desprenderse una fina columna de humo. Ayla se inclinó más, sopló y de la madera brotó una llama.

—¿Cómo lo has hecho? —preguntó Dolando, sorprendido y hasta un tanto temeroso. Algo tan sorprendente y desconocido siempre provocaba temor. Se preguntó si la magia shamud de esta mujer sería interminable.

—Proviene de la piedra del fuego —dijo Ayla, mientras agregaba unas astillas más, para mantener encendido el fuego, y después pedazos más grandes.

—Ayla descubrió esas piedras cuando vivía en su valle —dijo Jondalar—. Estaban distribuidas por toda el área pedregosa; yo mismo recogí algunas. Mañana te mostraré cómo funcionan y te proporcionaré una para que sepas qué aspecto tienen. Quizá las encuentres por aquí. Como puedes ver, con ellas se enciende fuego con mayor rapidez.

—¿Dónde has dicho que estaba la grasa? —preguntó Ayla.

—En la caja junto a la entrada. La traeré. Allí hay también mechas —dijo Dolando. Introdujo un pedazo de sebo blanco y blando, grasa disuelta en agua hirviendo y recogida después de enfriarla, en el cuenco de piedra, hundió en ella un hilo retorcido de liquen seco, aplicado cerca del borde, y después tomó una astilla encendida y la aplicó al liquen. Chisporroteó un poco; después se formó un pequeño cúmulo de grasa en la base del cuenco, que fue absorbida por el liquen, lo que produjo una llama más regular y más luminosa en el ámbito de la estructura de madera.

Ayla puso piedras de cocinar en el fuego y después controló el nivel del recipiente de madera que contenía agua. Se dirigió a la puerta con él, pero Dolando se lo quitó y salió en su lugar para traer más agua. En su ausencia, Ayla y Jondalar extendieron las mantas sobre una plataforma para dormir. Después, Ayla eligió algunas hierbas secas de sus paquetes de medicinas para preparar una infusión calmante para todos. Agregó otros pequeños ingredientes de su pequeño depósito, porque quería tenerlos preparados para cuando Roshario se despertara. En cuanto Dolando trajo el agua, Ayla distribuyó tazas con la infusión a cada uno de los presentes.

Se sentaron en silencio, sorbiendo el líquido caliente, lo que alivió a Dolando. Temía que le obligasen a entablar conversación y no estaba de humor para ello. Para Ayla no era una cuestión de humor. Sencillamente, no sabía qué decir. Había entrado en la morada en atención a Roshario, aunque hubiera preferido estar lejos de allí. La perspectiva de pasar la noche en la vivienda de un hombre que la había tratado con profunda animadversión no le resultaba grata y se sentía agradecida a Jondalar, que había decidido permanecer con ella. Jondalar tampoco sabía qué decir, y sólo se limitó a esperar que otros comenzaran a hablar. Como nadie pronunció palabra, llegó a la conclusión de que quizá el silencio fuera lo mejor.

Como si todo hubiese sido planeado, en el momento mismo en que estaban terminando de beber la infusión, Roshario comenzó a gemir y a moverse. Ayla levantó la lámpara y se acercó a la mujer. Depositó la lámpara sobre un banco de madera que también servía como mesita de noche, y apartó un canastillo colmado de alhelíes de intensa fragancia. El brazo de la mujer estaba hinchado y caliente al tacto, incluso a través de las vendas, que ahora estaban más tensas. La luz y el contacto de la mano de Ayla despertaron a la mujer. Los ojos, vidriosos a causa del dolor, se fijaron en la hechicera y Roshario trató de sonreír.

—Me alegro de que estés despierta —dijo Ayla—. Necesito quitarte el cabestrillo y aflojar las vendas y las tablillas, pero estabas moviéndote mientras dormías; es necesario que mantengas quieto el brazo. Prepararé una nueva cataplasma que alivie la inflamación, pero deseo que primero se alivie el dolor. ¿Permanecerás inmóvil un momento?

—Sí, haz lo que sea necesario. Dolando puede quedarse aquí y conversar conmigo —propuso Roshario, mirando por encima del hombro de Ayla a uno de los dos hombres que estaban en pie detrás de la joven—. Jondalar, ¿no deberías ayudar a Ayla?

Él asintió. Era evidente que Ayla deseaba hablar con Dolando a solas y a Jondalar le complacía alejarse de ellos. Trajo más leña para el fuego y después más agua, y unos pocos guijarros grandes alisados por el roce de las aguas del río, empleados para calentar el líquido. Una de las piedras de cocinar se había resquebrajado cuando la trasladaban del fuego ardiente al agua fría que Dolando había traído para la infusión. Mientras observaba a Ayla, que preparaba sus calmantes medicinales, Jondalar oyó el murmullo grave de las voces que provenían del fondo de la vivienda. Le complacía no enterarse de lo que se estaba diciendo. Cuando Ayla terminó de tratar a Roshario y de ponerla más cómoda, todos estaban fatigados y deseaban dormir.

El agradable sonido de las risas y los juegos de los niños y el hocico húmedo de Lobo despertaron a Ayla por la mañana. Cuando la joven abrió los ojos, Lobo miró hacia la entrada, de donde provenían los sonidos. Después volvió la mirada hacia ella y gimió.

—Quieres salir y jugar con esos niños, ¿verdad? —dijo Ayla. El lobo gimió otra vez.

Ayla apartó las mantas y se sentó; vio que Jondalar dormía profundamente a su lado. La joven se estiró, se frotó los ojos y miró en dirección a Roshario. La mujer aún dormía; necesitaba compensar muchas noches de vigilia. Dolando, envuelto en una piel, dormía en el suelo, junto a la cama de Roshario. También él había pasado muchas noches de insomnio.

Cuando Ayla se levantó, Lobo se abalanzó hacia la entrada y permaneció allí esperándola, todo el cuerpo estremecido de expectativa. Ayla apartó la cortina y salió deprisa, pero dijo a Lobo que permaneciera en su lugar. No deseaba que asustara a nadie abalanzándose en medio del grupo sin previo aviso. Miró alrededor y vio a varios niños de diferentes edades en el estanque formado por la cascada; había también varias mujeres; todas tomaban su baño matutino. Caminó hacia ellas, seguida de cerca por Lobo. Shamio se alborozó cuando vio al animal.

—Vamos, Lobito. Tú también debes bañarte —dijo la niña. Lobo gimió y miró a Ayla.

—Tholie, ¿alguien protestará si Lobo entra en el estanque? Parece que Shamio desea que juegue con ella.

—Yo estaba saliendo —dijo la joven—, pero ella puede quedarse y jugar con él, si los otros no se oponen. —Como nadie objetó nada, Ayla hizo una señal a Lobo.

—Adelante, Lobo —ordenó. El lobo se zambulló en el agua, provocando un sonoro chapoteo, y nadó directamente hacia Shamio.

Una mujer que salió del agua junto a Tholie sonrió y después dijo:

—Ojalá los niños obedecieran como ese lobo. ¿Cómo consigues que haga lo que deseas?

—Lleva su tiempo. Hay que insistir, obligarle a repetir muchas veces lo que uno desea; y a veces es difícil, al principio, conseguir que comprenda, pero cuando aprende algo no lo olvida. Realmente es muy inteligente —dijo Ayla—. He estado enseñándole todos los días mientras viajábamos.

—Es como enseñar a un niño —comparó Tholie—, pero ¿por qué a un lobo? No sabía que tú podías enseñarle algo, pero ¿por qué lo haces?

—Sé que puede asustar a la gente que no lo conoce y no quiero que atemorice a nadie —dijo Ayla. Mientras miraba a Tholie, que salía del estanque y se secaba, de pronto Ayla comprendió que estaba embarazada. Un embarazo todavía no muy avanzado. Cuando estaba vestida disimulaba la redondez de las formas, pero, sin duda, estaba embarazada—. Me gustaría lavarme, pero primero debo orinar.

—Si sigues ese sendero que arranca del fondo, encontrarás una zanja. Hay que trepar bastante; está al otro lado de la pared alta, de modo que el agua cae hacia el otro lado cuando llueve, pero está más cerca que si vas a buscar un lugar por ahí —señaló Tholie.

Ayla pensó en llamar a Lobo, pero después vaciló. Como de costumbre, él había alzado su pata hacia los matorrales; Ayla le había enseñado a evitar las viviendas, pero no a elegir determinados lugares. Ayla observó a los niños que jugaban con él y comprendió que el animal preferiría quedarse allí; pero no estaba segura de que eso fuese lo conveniente. Sabía que no habría problemas, pero ignoraba cómo reaccionarían las madres.

—Ayla, creo que puedes dejarlo un momento —dijo Tholie—. Lo he visto con los niños y tenías razón. Todos se sentirán desilusionados si lo alejas ahora.

Ayla sonrió.

—Gracias. Volveré.

Avanzó por el sendero que formaba una diagonal a través de la empinada pendiente que terminaba en una pared y después retrocedía hacia la otra. Cuando llegó a la pared más lejana, trepó sobre los peldaños construidos con troncos de reducida longitud. Se mantenían en su lugar por medio de estacas clavadas en el suelo por delante de ellos, de modo que no rodaran; y por detrás se habían rellenado los espacios con piedras y tierra.

La zanja y un espacio llano frente a aquélla, provisto de una empalizada baja de troncos redondos y lisos para sentarse, había sido excavada en la pendiente que arrancaba del lado opuesto de la pared. El olor y las moscas explicaban claramente su finalidad, pero la luz del sol que se filtraba entre los árboles y los cantos de los pájaros consiguieron que le pareciera agradable demorarse en ese lugar cuando descubrió que también deseaba mover el vientre. Vio una pila de musgo seco en el suelo, a corta distancia, y adivinó para qué lo usaban. No raspaba y era muy absorbente. Cuando Ayla terminó, advirtió que poco antes habían echado tierra excavada sobre el fondo de la zanja.

El sendero continuaba descendiendo por la pendiente y Ayla decidió avanzar un trecho. Mientras recorría el lugar, la región era tan parecida al entorno de la cueva donde había crecido que Ayla tuvo la sensación obsesiva de que antes había estado allí. Seguramente llegaría a una formación rocosa que le parecía conocida, o un espacio que se abría después de la cresta de un risco, o a una vegetación semejante. Se detuvo para recoger unas pocas avellanas de un arbusto que crecía junto a una pared rocosa, y no pudo resistir la tentación de apartar las ramas bajas para comprobar si detrás se ocultaba una pequeña caverna.

Encontró otro nutrido grupo de zarzamoras, con largos y espinosos vástagos que se extendían en diferentes direcciones, las plantas cargadas de racimos de frutos dulces y maduros. Se atiborró de moras y se preguntó qué habría sucedido con las moras que había recogido la víspera. Entonces recordó que había consumido algunas en el festín de la bienvenida. Decidió que volvería a buscar más para Roshario. De pronto, comprendió que tenía que regresar. Quizá la mujer estuviera despertándose y necesitaba que la atendieran. Los bosques le habían parecido tan conocidos que durante un momento había olvidado dónde estaba. Cuando recorría las laderas de las montañas se sentía de nuevo como una niña y se atrincheraba tras la excusa de que buscaba plantas medicinales de Iza para explorar el lugar.

Quizá porque, de todos modos, era en ella una segunda naturaleza o porque, cuando emprendía el camino de regreso, siempre se afanaba especialmente en recoger plantas para tener algo que mostrar que justificase sus exploraciones, Ayla prestó mucha atención a la vegetación. Casi gritó, excitada y aliviada, cuando vio las pequeñas enredaderas amarillas de minúsculas hojas y flores entrelazadas alrededor de otras plantas que estaban muertas y secas, estranguladas por los zarcillos de hilos dorados.

¡Eso es! Pensó: «Es el hilo dorado, la planta mágica de Iza. Es la que necesito para mi infusión de la mañana, porque de ese modo no iniciaré la formación de un niño. Y aquí hay mucho. Mi provisión ya era tan escasa que no sabía si me duraría durante todo el viaje. Quizá por aquí también haya raíz de salvia. Tiene que haberla. Será necesario que regrese y observe».

Descubrió una planta de hojas basales anchas y las entretejió para formar un recipiente improvisado; y después recogió la mayor cantidad posible de esas pequeñas plantas, sin limpiar por completo el lugar. Iza le había enseñado hacía mucho tiempo que siempre debía dejar algunas, que permitieran la aparición de la cosecha del año siguiente.

En el camino de regreso siguió un pequeño desvío a través de un área boscosa, más densa y sombreada, para recoger más ejemplares de la planta blanca serosa que aliviaría los ojos de los caballos, a pesar de que parecía que ya estaban mejorando. Exploró cuidadosamente el terreno bajo los árboles. Con tantas especies conocidas, eso no hubiera debido sorprenderla, pero cuando vio las hojas verdes de ese tipo específico de planta, contuvo la respiración y sintió que un escalofrío le recorría la espalda.