Capítulo 28

— ¿Quieres dormir esta noche con Uba, Durc? —pregunto Ayla.

— ¡No! —y el niño movió la cabeza enfáticamente—. Durc duerme con Mamá.

—Está bien, Ayla, no creí que quisiera. Ha pasado todo el día conmigo —dijo Uba—. ¿De dónde ha sacado el nombre que te da, Ayla?

—Es un nombre que usa para mí —contestó Ayla, moviendo la cabeza. La censura del Clan contra palabras o sonidos innecesarios había arraigado tan profundamente en Ayla desde su llegada, que se sentía culpable por el juego de palabras que llevaba a cabo con su hijo. Uba no insistió aunque comprendía que Ayla estaba callando algo.

—A veces cuando salgo sola con Durc, hacernos sonidos juntos —admitió Ayla—. Ha aprendido de mí esos sonidos. Puede emitir muchos sonidos.

—Tú también puedes emitir sonidos. Madre decía que solías hacer toda clase de sonidos y palabras cuando eras pequeña, sobre todo antes de que aprendieras a hablar —señaló—. Todavía recuerdo que cuando yo era muy pequeña me gustaba ese sonido que hacías al mecerme.

—Supongo que lo hacía de pequeña, en realidad no lo recuerdo muy bien —indicó Ayla—. Durc y yo jugamos a eso y nada más.

—No creo que tenga nada de malo ——dijo Uba—. No es como si no supiera hablar. Ojalá estas raíces no estuvieran tan podridas —agregó arrojando una grande—. No va a ser un gran festín mañana, con sólo carne seca y pescado y verduras medio echadas a perder. Si sólo Brun esperara un poco más, habría por lo menos algunas verduras y brotes.

—No es sólo Brun —dijo Ayla—, Creb dice que el mejor momento es la primera luna llena después de comenzar la primavera.

—Lo que me pregunto es, ¿cómo sabe él que empieza la primavera? —Observó Uba—. Un día lluvioso me parece igual que otro día lluvioso.

—Creo que tiene algo que ver con su observación de la puesta del sol. Ha estado observando día tras día. Inclusive cuando llueve, a menudo se puede ver dónde se pone el sol, y hemos tenido bastantes noches claras para ver la luna. Creb sabe.

—Y tampoco querría que Creb hiciera Mog-ur a Goov —añadió Uba.

—Tampoco yo ——señaló Ayla—. Se pasa demasiado tiempo sentado sin hacer nada todos estos días. ¿Que va a hacer cuando ni siquiera tenga que celebrar ceremonias? Ya sabía yo que algún día llegaría, pero es una fiesta de la que voy a disfrutar.

—Va a ser muy raro. Estoy acostumbrada a que Brun sea el jefe y Creb el Mog-ur, pero Vorn dice que ya es hora de que los jóvenes se hagan cargo. Dice que Broud ha esperado lo suficiente.

—Supongo que tiene razón —indicó Ayla—. Vorn ha admirado siempre a admirado a Broud.

—Es bueno conmigo, Ayla. Ni siquiera se enojó cuando perdí al bebé. Sólo dijo que le pediría a Mog-ur un encantamiento para que dé nuevamente fuerzas a su tótem y que pueda iniciar otro. Creo que también te quiere a ti, Ayla; inclusive me ha dicho que te pida que Durc duerma con nosotros. Creo que sabe cuánto me agrada tenerlo cerca —expresó confidencialmente Uba—. Inclusive Broud no ha sido tan malo para ti últimamente.

—No, no me ha fastidiado mucho —reconoció Ayla. No sabía cómo explicar el temor que experimentaba cada vez que el hombre la miraba. Inclusive podía sentir cómo se le ponían de punta los pelos del cuello si la miraba cuando ella no lo veía.

 

Creb se quedó tarde aquella noche con Goov en la cámara de los espíritus. Ayla preparó una cena ligera para Durc y ella y apartó algo pata Creb, cuando volviera, aun cuando dudara de que se tomara la molestia de cenar. Se había despertado aquella mañana con una sensación de ansiedad que fue empeorando a medida que avanzaba el día. La cueva parecía estrecharse sobre ella y tenia la boca seca como el polvo. Consiguió tragar unos bocadillos, y de repente dio un brinco y corrió hacia la entrada de la cueva, miró el cielo plomizo y la lluvia pesada, cerrada, que abría cráteres diminutos en el barro saturado. Durc se metió en su cama y estaba ya dormido cuando ella regresó al hogar. Tan pronto como la sintió acostada junto a él, se apretó más y produjo un gesto medio consciente terminando con la palabra "mamá".

Ayla rodeó con su brazo al niño, sintiendo latir su corazón mientras lo abrazaba, pero tardó mucho en dormirse. Se quedó tendida, despierta, mirando los contornos oscurecidos de la áspera muralla rocosa a la luz tenue del fuego mortecino. Estaba despierta cuando por fin volvió Creb, pero se quedó quieta, escuchando mientras él daba vueltas, y acabó por dormirse después de que el mago se acostara. Despertó gritando.

— ¡Ayla! ¡Ayla! —gritó Creb, sacudiéndola para despertarla del todo—. ¿Que te pasa, niña? —señaló con mirada preocupada.

— ¡Oh, Creb! —sollozó, y le echó los brazos al cuello—. He tenido ese sueño. Hacía años que no lo tenía. —Creb la rodeó con su brazo y sintió come temblaba.

— ¿Qué le pasa a Mamá? —preguntó Durc, sentado con los ojos muy abiertos y llenos de miedo. Nunca había oído gritar a su madre. Ayla lo sujetó con ur brazo.

— ¿Qué sueño, Ayla? ¿El del león cavernario? preguntó Creb. —No, el otro, el que nunca puedo recordar bien. —Y volvió a temblar espasmódicamente—. Creb, ¿por qué he sonado eso ahora? Creí que ya había terminado con las pesadillas.

Creb la rodeó con el brazo para consolarla. Ayla lo abrazó también. Ambos se percataron súbitamente de cuánto tiempo hacía, y abrazaron entre los dos a Durc.

—Oh, Creb, no puedo decirte cuántas veces he ansiado abrazarte. Creí que no lo deseabas: temía que me apartaras como lo hiciste cuando era niña insolente. Hay algo más que quería decirte: te amo Creb.

—Ayla, tuve que forzarme a apartarte aquella vez,... pero algo tenía que hacer pues de lo contrario lo habría hecho Brun. Nunca he podido enojarme contigo. Te quería demasiado. Te sigo queriendo demasiado. Creía que estabas perturbada porque habías perdido la leche por culpa mía.

— ¡Pero no tenías la culpa, Creb! Era culpa mía. Nunca pensé que fuera tuya.

—Yo me lo eché en cara. Debería haber comprendido que un bebé tiene que seguir mamando para que la leche no se detenga, pero tú parecías querer estar a solas con tu pena.

— ¿Cómo podía saber? Ninguno de los hombres sabe mucho acerca de los bebés. Les gusta tenerlos en brazos y jugar con ellos cuando están saciados y contentos, pero tan pronto como empiezan a molestar, todos los hombres se los devuelven a las madres. Además, no le hizo daño. Está iniciando su año del destete y es grande y saludable aunque ha sido destetado hace tiempo.

—Pero te hizo daño a ti, Ayla.

—Mamá, ¿tú daño? —interrumpió Durc, todavía preocupado por el grito.

—No, Durc, Mamá no tiene daño, ya no.

— ¿Dónde aprendió a llamarte así, Ayla?

— ¿Dónde aprendió a llamarte así, Ayla? La joven se ruborizó.

—Durc y yo jugamos un juego emitiendo sonidos, a veces. El ha decidido llamarme con ese nombre. Creb asintió.

—A todas las mujeres les dice "madre"; supongo que necesitaba encontrar una palabra para ti. Probablemente significa madre para él. —Para mí también.

—Emitías muchos sonidos y palabras cuando llegaste. Creo que tu gente debe de hablar con sonidos.

—Mi gente es la del Clan. Soy mujer del Clan.

—No, Ayla —señaló Creb con lentos ademanes—, tú no eres del Clan, eres una mujer de los Otros.

—Eso es lo que me dijo Iza la noche que murió. Dijo que yo no era del Clan; dijo que era una mujer de los Otros. Creb se mostró sorprendido.

—No creí que estuviera enterada. Iza era una mujer sabia, Ayla. Sólo me enteré yo la noche que nos seguiste dentro de la cueva.

—No quería entrar en la cueva, Creb, Ni siquiera sé cómo llegué hasta allí. No sabía lo que te lastimaba tanto, pero pensé que habías dejado de quererme porque entré en esa cueva.

No Ayla, no deje de quererte, te quería demasiado.

—Durc tiene hambre —interrumpió el niño. Todavía estaba trastornado por el grito de su madre, y la intensa conversación entre Creb y ella lo aburría.

— ¿Tienes hambre? A ver si encuentro algo que darte.

Creb la observó mientras se levantaba y se acercaba al fuego. "Me pregunto por qué la trajeron a vivir con nosotros —pensaba Creb—. Nació de los Otros, y el León Cavernario siempre la ha protegido. ¿Por qué la traería aquí? ¿Por qué no la llevó con ellos? ¿Y por qué se dejó derrotar, permitió que tuviera un bebé y después que perdiera su leche? Todos creen que es porque el niño tiene mala suerte, pero míralo; es saludable, es feliz y todos lo quieren. Tal vez tuviera razón Dorv, tal vez el espíritu del tótem de cada uno de los hombres esté mezclado con su León Cavernario. Tenía razón en eso: no es deforme, es una mezcla. Inclusive puede emitir sonidos como ella. Es en parte Ayla, y en parte, Clan."

De repente Creb sintió que la sangre se retiraba de su rostro y que se le ponía la carne de gallina. “¡En parte Ayla y en parte Clan! ¿Por eso la trajeron con nosotros? ¿Para Durc? ¿Para su hijo? El Clan está condenado, desaparecerá, sólo la especie de ella seguirá viviendo. Lo sé, lo sentí. Pero, ¿y Durc? Es parte de los Otros, y sobrevivirá pero también es parte Clan. Y Ura se parece a Durc, y nació poco después del incidente con los hombres de los Otros. ¿Son tan potentes sus tótems como para superar el tótem de una mujer en tan corto tiempo? Puede ser; si sus mujeres pueden tener por tótem un León Cavernario, así tiene que ser. ¿También Ura será una mezcla? Y si hay un Durc y una Ura, también puede haber otros más. Hijos de espíritus mezclados, hijos que seguirán adelante, hijos que llevarán adelante el Clan. No muchos, tal vez, pero los suficientes."

"Tal vez el Clan estuviera condenado antes de que Ayla viera la ceremonia sacra, y fue conducida hasta allí sólo para mostrarme. No existiremos ya, pero mientras haya Durcs y Uras, no habremos muerto. Me pregunto si Durc tiene los recuerdos. Si fuera mayor, lo suficientemente grande para una ceremonia. . . No importa; Durc tiene más que los recuerdos, tiene el Clan. Ayla, hija mía, hija de mi corazón, traes suerte y nos la has traído a nosotros. Ahora sé por qué viniste. . . no para traernos muerte sino para darnos una oportunidad de vivir. Nunca será lo mismo, pero algo será."

Ayla llevó a su hijo un trozo de carne fría. Creb parecía perdido en sus pensamientos, pero la miró mientras se sentaba.

—Sabes, Creb —dijo reflexivamente—. A veces me parece que Durc no es simplemente mi hijo. Desde que perdí la leche y se acostumbró a ir de un hogar a otro para mamar, come en todos los hogares, todos le dan de comer. Me recuerda un cachorro de oso cavernario, es como si fuera hijo de todo el Clan.

Ayla experimentó una gran tristeza bajo el impacto de la mirada del único ojo de Creb, oscuro y líquido.

—Durc es el hijo de todo el Clan, Ayla. Es el único hijo del Clan.

 

La primera luz que anunciaba el alba brilló por la abertura de la cueva llenando su espacio triangular. Ayla estaba acostada, despierta, mirando a su hijo que dormía a su lado bajo la luz creciente. Podía ver a Creb cubierto con sus pieles, y su respiración le indicaba que también él dormía. "Me alegro de que hayamos hablado por fin, Creb y yo", pensó, sintiéndose como si le hubieran quitado un terrible peso de encima, pero la nausea que había experimentado su estómago el día anterior y toda la noche había empeorado. Tenía la garganta seca y sentía como si se fuera a ahogar dentro de la cueva; no pudo aguantar más y se deslizó de entre sus pieles, se echó un mamo encima y, poniéndose protectores en los pies se fue silenciosamente hacía la salida.

Respiró profundamente en cuanto salió de la boca de la cueva. Su alivio fue tan grande que no le importó que la lluvia helada la empapara a través de su manto de cuero. Fue avanzando pesadamente en el lodazal que había delante de la cueva dirigiéndose al río, estremeciéndose súbitamente de frío. Manchas de nieve, ennegrecidas por el hollín procedente de muchas hogueras, hacían correr agua lodosa a lo largo de la pendiente, contribuyendo al aguacero que hacía crecer el canal encerrado entre hielos.

Los protectores que llevaba en los pies no le dieron mucho agarre en el barro de un rojo moreno, y resbaló y cayó a la corriente. Sus cabellos colgantes, pegados a la cabeza, caían como cuerdas terminadas en chorritos que recorrían el barro pegado a su manto antes de que la lluvia lo lavara. Se quedó largo rato en la orilla del río, luchando por liberarse de su abrazo helado, y vio cómo el agua oscura rodeaba trozos de hielo, los desprendía finalmente y los lanzaba girando hacia un destino incógnito.

Castañeteaba los dientes cuando pudo trepar por la pendiente resbaladiza, observando cómo el cielo encapotado se aclaraba imperceptiblemente más allá de la sierra al este. Tuvo que penetrar a la fuerza a través de una barrera invisible que bloqueaba la boca de la cueva, y volvió a sentirse incómoda tan pronto como traspasó el umbral.

—Ayla, estas empapada —le señaló Creb—. ¿Por qué has salido bajo esa lluvia? —Recogió un leño y lo echó al fuego—. Sal de ese manto y acércate al calor; te vas a resfriar.

Se cambió y fue a sentarse junio a Creb, cerca del fuego, contenta de que el silencio entre ambos hubiera dejado de ser tenso.

—Creb, ¡qué contenta estoy de que habláramos anoche! He ido al río, el hielo está desprendiéndose. Ya viene el verano y podremos volver a dar largos paseos.

—Sí, Ayla, ya viene el verano. Si quieres, daremos nuevamente largos paseos. En verano.

Ayla sintió un escalofrío. Tuvo el horrible presentimiento de que nunca volvería a dar un largo paseo con él, y le parecía que también Creb lo sabía. Se acercó a él y ambos se abrazaron como si fuera por última vez.

A media mañana la lluvia se convirtió en llovizna y por la tarde dejó de caer del todo. Un sol débil y cansado perforó la sólida capa de nubes, pero no hizo mucho por calentar ni secar la tierra empapada. A pesar del mal tiempo y la comida escasa, el Clan estaba excitado por tan noble ocasión de festejar. Un cambio de jefe era harto raro, pero un nuevo Mog-ur al mismo tiempo resultaba una ocasión excepcional. Oga y Ebra tendrían que desempeñar un papel en la ceremonia, y también Brac. El niño de siete años sería el siguiente heredero.

Oga era un manojo de nervios; brincaba a cada momento para comprobar los fuegos donde había algo cocinándose. Ebra trataba de calmarla, pero tampoco estaba muy serena. Tratando de parecer mayor, Brac daba órdenes a los niños para que ensayara una vez más su papel. Uba se llevó a los niños al hogar de Vorn para quitarlos de en medio, y después de que la mayor parte de los preparativos estuvieron terminados, Ayla se reunió con ella. Además de ayudar a cocinar, el único papel de Ayla consistía en preparar datura para los hombres puesto que Creb le había dicho que no hiciera la bebida de raíces.

Por la noche, sólo quedaban unos cuantos jirones de nubes para correr delante de la luna llena que iluminaba el paisaje yermo y sin vida. Dentro de la cueva, una gran hoguera ardía en un espacio detrás del último hogar, definido por un círculo de antorchas.

Ayla estaba sentada, sola, en sus pieles, contemplando el pequeño fuego del hogar, que chisporroteaba y crepitaba cerca de ella. Todavía no había podido deshacerse de su desasosiego; decidió ir hasta la entrada de la cueva para mirar a la luna hasta que comenzaran las festividades, pero precisamente cuando se ponía en pie vio la señal de Brun y volvió sus pasos en dirección contraria. Cuando todos estuvieron ocupando los lugares que les correspondían, Mog-ur salió de la cámara de los espíritus seguido por Goov, ambos envueltos en pieles de oso.

Mientras el gran hombre santo llamaba por última vez a los espíritus, los años parecieron quitársele de encima. Hizo los ademanes elocuentes y familiares con más fuerza y potencia de lo que el Clan había presenciado por años. Fue un desempeño magistral. Estimuló las emociones de su auditorio con la habilidad de un virtuoso, provocando su respuesta con una oportunidad perfecta después de una cima llena de suspenso, de emoción evocadora, hasta un clímax que apuró hasta la última gota y los dejó exhaustos. A su lado, Goov era una copia borrosa; el joven era un Mog-ur adecuado, inclusive bueno, pero no de la talla del Mog-ur. El mago más poderoso que hubiera conocido nunca el Clan había celebrado su última y más bella ceremonia. Cuando hizo entrega a Goov, Ayla no era la única que lloraba; pero el Clan, con los ojos secos, lloraba con el corazón.

La mente de Ayla vagabundeó mientras Goov efectuaba los gestos que retiraban a Brun y elevaban a Broud al rango de jefe. Estaba observando a Creb y recordando la primera vez que, al ver aquel rostro tuerto y cubierto de cicatrices, había tendido la mano para tocarlo. Recordó la paciencia con que estaba tratando de enseñarle a comunicarse, y cómo comprendió de repente. Tocó su amuleto y sintió en su garganta una diminuta cicatriz, donde él la había pinchado con pericia para sacarle la sangre como sacrificio a los espíritus antiguos que le permitieron cazar. Y se encogió al recordar su visita clandestina a una cueva pequeña sumida en la profundidad de la montaña; y entonces recordó también su mirada de tristeza amorosa y su enigmática declaración de la noche anterior.

Apenas probó la comida en el festín que celebraba la sucesión de la nueva generación al imperio de la autoridad. Los hombres desfilaron hacia la pequeña cámara sagrada para completar en secreto su ceremonia, y Ayla repartió la datura que Goov había entregado, ahora que era Mog-ur. Pero no tenía ánimos para la danza de las mujeres, sus ritmos carecían de ímpetu, y bebió tan poco té ceremonial que los efectos pasaron rápidamente. Regresó al hogar de Creb tan pronto como pudo hacerlo sin faltar a las reglas, y se quedó dormida antes del regreso de Creb, pero durmió profundamente. El se quedó en pie junto a su cama, contemplándolos, a ella y su hijo, antes de cojear hasta su propio lecho.

— ¿Mamá va a cazar? ¿Durc va a cazar con Mamá? —preguntó el niño saliendo de un brinco de tas pieles en que dormía y echando a andar hacia la boca de la cueva. Pocas personas se movían aún, pero Durc estaba muy despierto.

—De todos modos, sólo será después del desayuno, Durc. Ven acá —señalo Ayla, y se puso en pie para traerlo. Probablemente no en todo el día; ha llegado la primavera pero todavía no hace calor.

Después de comer, Durc estuvo vigilando a Grev y se olvidó de la caza mientras echaba a correr hacia el hogar de Broud. Ayla lo vio alejarse con un sentimiento de ternura que le levantaba las comisuras de los labios. La sonrisa se apagó al ver la manera en que Broud lo miraba: le hormigueó el cuero cabelludo. Los dos muchachitos echaron a correr juntos. De repente, una sensación de claustrofobia se apoderó de ella con tanta fuerza que creyó que vomitaría si no salía de la cueva. Se volvió rápidamente hacia la entrada, sintiendo que el corazón le latía fuertemente, y respiró varias veces profundamente.

— ¡Ayla!

Brincó al sonido de su nombre dicho por Broud, y entonces se dio media vuelta, inclinó la cabeza y bajó la mirada para cruzarla con la del nuevo jefe

—Esta mujer saluda al jefe ——señaló con ademanes formales. Pocas veces estaba Broud de pie frente a ella; era mucho más alta que el más alto del Clan, y Broud no era de los más altos: apenas le llegaba al hombro. Ella sabía que no le agradaba levantar la vista hacia ella.

—No te vayas corriendo a ninguna parte. Voy a celebrar una reunión ahí afuera en seguida.

Ayla asintió sumisamente.

El Clan se reunió lentamente. El sol brillaba y todos estaban contentos de que Broud hubiera decidido reunidos afuera a pesar del suelo lodoso. Esperaron un poco, y entonces Broud llegó pavoneándose al lugar que anteriormente

—Como bien saben, soy su nuevo jefe —comenzó diciendo. Su nerviosismo al hablar a todo el Clan en su nueva calidad se revelaba en una declaración inicial tan patentemente obvia.

—Puesto que el Clan tiene un nuevo jefe y nuevo Mog-ur, es el momento oportuno para anunciar algunos cambios más —prosiguió—. Quiero que todos sepan que ahora mi segundo al mando es Vorn.

Hubo señales de asentimiento; todos lo esperaban. Brun pensó que Broud debería haber esperado a que Vom fuera mayor antes de elevar su posición por encima de cazadores más experimentados, pero todos sabían que así sería. "Probablemente es igual que lo haya hecho ahora" se dijo Brun.

—Hay otros cambios —señaló Broud—. En este Clan hay una mujer que no está apareada. —Ayla sintió que se ponía colorada—. Alguien debe proveer para ella y no quiero agobiar con ella a mis cazadores. Ahora soy jefe y debo responsabilizarme de ella. Tomaré a Ayla como segunda mujer de mi hogar.

Ayla se lo había esperado pero no se sintió más feliz por ello. "Puede que a ella no le agrade —pensó Brun— pero Broud está haciendo lo correcto. Brun miró con orgullo al hijo de su compañera. Broud está preparado para ser jefe." —Tienes un hijo deforme —prosiguió Broud—. Quiero que se sepa ahora: no se aceptarán en este Clan más niños deformes. No quiero que nadie piense que eso tiene algo que ver con mis sentimientos personales cuando sea rechazado el siguiente. Si ella tiene un hijo normal, lo aceptaré.

Creb estaba en pie a la entrada de la cueva y meneó la cabeza al ver que Ayla palidecía y bajaba más la cabeza para ocultar su rostro. "Pues bien, puedes estar seguro de que no tendré más hijos, Broud, no si la magia de Iza sirve para mí —se dijo Ayla—. No me importa que los bebés sean iniciados por los tótems de los hombres y por sus órganos, no iniciarás ninguno más dentro de mí. No voy a dar a luz bebés que tengan que morir porque tú creas que son deformes." —Lo he aclarado anteriormente —siguió diciendo Broud—, de modo que esto no sorprenda a nadie. No quiero ningún niño deforme en mi hogar.

Ayla alzó bruscamente la cabeza. "¿Qué quiere decir con eso? Si tengo que ir a su hogar, mi hijo viene conmigo."

—Vorn ha aceptado a Durc en su hogar; su compañera quiere al niño a pesar de su deformidad. Ellos lo atenderán.

Hubo un murmullo desconcertado y un revoloteo de manos haciendo señas en todo el Clan. Los niños pertenecían a sus madres hasta que eran adultos. ¿Por qué había Broud de tomar a Ayla pero rechazar a su hijo? Ayla se salió de su lugar y se arrojó a los pies de Broud; éste le tocó el hombro.

—Todavía no he terminado mujer; es una falta de respeto interrumpir al jefe, pero por esta vez, pase. Puedes hablar.

—Broud, no puedes quitarme a Durc. Es mi hijo. Ahí donde vaya una mujer, sus hijos van con ella —señaló, olvidando emplear cualquier forma de saludo cortés o frasear su declaración en forma de ruego, de tan ansiosa como estaba, Brun miraba ceñudo, habiendo perdido el orgullo que le inspiró antes el nuevo jefe.

—Mujer, ¿acaso estás diciendo a este jefe lo que puede hacer o no? —señaló Broud con una expresión despectiva en el rostro. Estaba contento de sí mismo: lo había estado planeando por mucho tiempo y había conseguido precisamente la reacción que esperaba de ella.

—No eres madre. Oga es más madre de Durc que tú. ¿Quién lo amamantó? Tú no. Ni siquiera sabe quién es su madre, todas las mujeres del Clan son madres de él. ¿Qué diferencia hay en qué hogar esté? Es obvio que a él no le importa: come en todos los hogares —dijo Broud.

—Ya sé que no pude amamantarlo, pero sabes que duerme todas las noches conmigo.

—Bueno, pues conmigo no ha de dormir todas las noches. ¿Puedes negar que la compañera de Vorn es 'madre' para él? Ya se lo he dicho a Goov. . . digo, al Mog-ur, que la ceremonia de apareamiento se celebrará después de esta reunión; de nada sirve esperar. Esta noche pasarás a mi hogar, y Durc al de Vorn. Ahora, regresa a tu lugar —ordenó. Broud miró a su alrededor, al Clan entero, y observó que Creb estaba apoyado en su cayado junto a la cueva; el viejo parecía furioso. Pero no tan furioso como Brun. Su rostro era una máscara de furor negro mientras veía que Ayla regresaba a su lugar. Luchaba por controlarse, por no interferir. Había algo más que ira en sus ojos, también el dolor de su corazón y se revelaba. "El hijo de mi compañera —pensaba—, al que crié y adiestre y acabo de hacer jefe de este Clan. Está aprovechando su posición para vengarse. Para vengarse de una mujer por daños imaginarios. ¿Por qué no me di cuenta antes? ¿Por qué he sido tan ciego con él? Ahora comprendo por qué elevó tan pronto la situación de Vorn; Broud lo arregló todo con él, proyectó desde siempre hacerle esto a Ayla. Broud, Broud. ¿Acaso es esto lo primero que hace un nuevo jefe? ¿Poner en peligro a sus cazadores con un segundo joven e inexperto para vengarse de una mujer? ¿Qué placer puede causarte el separar a una madre de su hijo, cuando ella ha sufrido tanto ya? ¿No tienes corazón, hijo de mi compañera? Lo único que tiene de su hijo es que comparte con él su lecho por la noche."

—No he terminado, tengo más qué decir —señaló Broud tratando de llamar la atención del Clan escandalizado e incómodo. Finalmente todos se aquietaron—. Este hombre no ha sido el único ascendido a una nueva posición. Tenemos un nuevo Mog-ur. Hay ciertos privilegios que acompañan a una posición más elevada. He decidido que Goov... el Mog-ur, pase al hogar que corresponde por derecho al mago del Clan. Creb pasará al fondo de la cueva.

Brun echó una mirada a Goov: ¿también estaría en la combinación? Pero Goov estaba meneando la cabeza con expresión intrigada. —Yo no quiero pasar al hogar de Mog-ur —dijo——. Ha sido su hogar desde que vinimos a esta cueva.

El Clan estaba sintiéndose más que incómodo respecto al nuevo jefe.

—He decidido que te cambiarás —gesticuló imperiosamente Broud, enojado ante la negativa de Goov. Al ver al viejo tullido apoyado en su bastón y mirándolo con ira, se había percatado súbitamente de que el gran Mog-ur había dejado de ser mago. ¿Qué había de temer él de un viejo tullido y deforme? Había hecho el ofrecimiento obedeciendo a un impulso, esperando que Goov brincara de gusto al obtener un lugar de elección en la cueva, del mismo modo que Vorn había brincado ante la oportunidad de una posición más elevada. Pensaba que cimentaría la lealtad del nuevo Mog-ur, que le haría sentirse obligado hacia él; pero no había contado con la lealtad y el amor que Goov experimentaba hacia su maestro. Brun no pudo contenerse más y estaba a punto de tomar la palabra, pero Ayla se le adelantó.

— ¡Broud! —gritó Ayla desde su lugar; el nuevo jefe alzó la cabeza bruscamente—. ¡No puedes hacer eso! No puedes obligar a Creb a marcharse de su hogar. —Y avanzaba a grandes trancos hacia él presa de una ira justiciera—. Necesita estar en un lugar abrigado; los vientos son demasiado fuertes atrás: tú sabes cuánto sufre en invierno. Ayla se había olvidado a sí misma como mujer del Clan; ahora era la curandera que protegía a su paciente—. Lo estás haciendo por lastimarme a mí. Estás tratando de desquitarte con él porque me cuidó a mí. No me importa lo que me hagas a mí, Broud, pero deja en paz a Creb. —Estaba frente a él, dominándolo con su estatura, gesticulando furiosamente en su cara.

— ¡Quién te ha dado permiso para hablar, mujer! atronó Broud. Se volvió hacia ella con el puño cerrado, pero al verlo venir ella se agachó y Broud se quedó desconcertado al no dar más que con aire. La ira sustituyó al asombro cuando echó a correr tras ella.

— ¡Broud! —El grito de Brun le hizo detenerse; estaba demasiado acostumbrado a obedecer a esa voz, especialmente cuando se alzaba furiosa— Es el hogar de Mog-ur, Broud, y será su hogar mientras viva; demasiado pronto lo abandonará sin que tú le obligues a mudarse. Ha servido a este Clan bien y por largo tiempo; es merecedor de ese lugar. ¿Qué clase de jefe eres? ¿Qué clase de hombre eres? ¿Aprovechas tu situación para vengarte de una mujer? Una mujer que nunca te ha hecho nada, Broud, que no podría hacértelo aunque quisiera. ¡No eres un jefe!

—No, eres tú el que no es el jefe, Brun, ya se acabó. —Broud había recuperado la noción de su posición y la de Brun, después de su impulso inicial de obedecer—. ¡Ahora soy el jefe! ¡Ahora yo tomo las decisiones! Siempre te has puesto de su parte en contra mía, siempre la has protegido. Pues bien: ya no puedes seguir protegiéndola. —Broud estaba perdiendo el control, gesticulando alocadamente con el rostro púrpura de ira—. Hará lo que yo diga y si no ¡la maldeciré! ¡Y no temporalmente! ¡No lo toleraré! Ya nunca más. Merece ser maldita por eso. ¡Y lo haré! ¿Qué te parece eso, Brun? ¡Goov! ¡Échale la maldición! ¡La maldición! ¡Ahora mismo! Quiero que sea maldita ahora mismo. Nadie va a decirle a este jefe lo que debe hacer, y menos que nadie esa mujer fea. ¿Me entiendes? Goov, échale la maldición.

Creb había estado tratando de llamar la atención de Ayla desde el momento en que se desató contra Broud, para advertirla. No le importaba vivir adelante o atrás en la cueva, le era totalmente indiferente. Sus sospechas habían comenzado desde el momento en que dijo que tomaría a Ayla como segunda mujer; era una maniobra demasiado llena de responsabilidad para que Broud la tomara sin alguna razón. Pero sus sospechas no lo habían preparado para la fea escena que siguió. Al ver que Broud ordenaba a Goov la maldición, todo deseo de lucha desapareció para él; no quería ver ya nada más, y se volvió para entrar lentamente en la cueva. Ayla alzó la mirada justo en el momento en que Creb desaparecía por el orificio de la montaña.

No era Creb el único que se desconcertó al presenciar el altercado; todo el Clan estaba alborotado haciendo gestos, gritando, arremolinándose en plena confusión. Algunos no podían ni mirar, mientras otros contemplaban fijamente, sin creerlo, el espectáculo que ninguno de ellos había creído tener que presenciar en toda su vida. Sus vidas eran demasiado ordenadas, demasiado seguras, demasiado atenidas a las tradiciones y las costumbres.

Les asombraron los anuncios irracionales e irregulares de Broud, en cuanto a separar a Ayla de su hijo; los escandalizó el enfrentamiento de Ayla con el nuevo jefe así como la decisión de Broud de desalojar a Creb; también los asombró la denuncia iracunda de Brun contra el hombre al que acababa de hacer jefe, al igual que el berrinche desaforado de Broud exigiendo la maldición contra Ayla. Y todavía les quedaba un trauma por experimentar.

Ayla temblaba con tanta fuerza que no sintió el temblor bajo sus pies hasta que vio que la gente caía al suelo, incapaz de mantener el equilibrio. Su propio rostro reflejó las expresiones pasmadas de los demás cuando se volvieron espantadas y después aterrorizadas, Entonces fue cuando oyó el profundo y aterrador retumbar de las entrañas de la tierra.

— ¡Duurrrc! gritó y vio que Uba agarraba al niño y caía encima de él como tratando de proteger su cuerpecito con el de ella. Ayla se dirigía a ellos cuando de repente recordó algo que la horrorizó.

— ¡Creb! ¡Está dentro de la cueva!

Gateó por la pendiente movediza tratando de alcanzar la amplia entrada se abría la caverna y, desviada por un árbol que se astilló bajo el impacto, se estrelló junto a ella. Ayla no se enteró. Estaba entumecida, conmocionada. Los recuerdos encerrados en su vieja pesadilla estaban sueltos pero revueltos y confusos por el pánico. En el rugido del terremoto, ni siquiera ella oyó la palabra de un lenguaje olvidado desde hacía mucho, cuando salió de sus labios:

— ¡Madrrre!

Bajo sus pies, el piso se sumió más de un metro y después volvió a elevarse; cayó y luchó por ponerse en pie, y entonces vio que el techo abovedado de la cueva se derrumbaba. Trozos de piedra desmenuzados, arrancados del alto techo, se estrellaron deshaciéndose más aún por el impacto; otros más cayeron. A su alrededor, las rocas brincaban y rodaban por la fachada rocosa, bajando la pendiente más suave y se sumían salpicando el agua helada del río. La sierra al este se partió y la mitad se desprendió.

Dentro de la cueva llovían piedras y guijarros y tierra, mezclados con el tronar intermitente de amplias secciones de la muralla y de la bóveda. Allá afuera, las coníferas bailaban como torpes gigantes, y los árboles deciduos deshojados sacudían sus ramas desnudas en una convulsión deslucida, moviéndose al ritmo agitado del ruidoso canto fúnebre. Una grieta de la muralla cerca del lado este de la abertura, opuesta a la poza llena de agua del arroyo, se ensanchó con un estallido que desprendió piedras y gravas. Abrió otro canal subterráneo que depositó su carga de desechos en el amplio porche de la cueva antes de seguir viaje hasta el río. El rugido de la tierra y el aniquilamiento de las rocas no dejaban oír los gritos de la gente atemorizada; el ruido era ensordecedor.

Finalmente el temblor se calmó. Unas cuantas piedras cayeron todavía desde la montaña, rebotaron y rodaron antes de detenerse. Atontados y asustados, los miembros del Clan comenzaron a ponerse en pie y a caminar sin rumbo tratando de recobrar el dominio de sí mismos. Empezaron a reunirse alrededor de Brun; siempre había sido para ellos una roca de firmeza, la estabilidad en persona, y gravitaban hacia la seguridad que siempre había representado.

Pero Brun no hizo nada; creía que en todos sus años de jefe, el peor juicio lo había mostrado al convertir a Broud en Jefe. Ahora se daba cuenta de lo ciego que había estado ante los defectos del hijo de su compañera. Inclusive sus virtudes —su osadía temeraria y su valor precipitado— las consideraba ahora Brun como manifestaciones del mismo ego desatento y temperamento impulsivo. Pero no era por eso que Brun se negaba a actuar: ahora Broud era jefe, para bien o para mal. Era demasiado tarde para que Brun volviera sobre lo hecho y adiestrara a otro hombre, aun cuando sabía que el Clan se lo habría permitido. La única manera en que Broud podría abrigar la esperanza de llegar a dirigir, la única esperanza para el Clan, era que ahora dirigiera. Broud dijo que él era jefe, y lo dijo desafiante, totalmente descontrolado. "Pues bien, Broud, sé jefe —pensó Brun—. Haz algo." Cualesquiera fueran las decisiones que tomara Broud de ahora en adelante, o que no tomara. Brun no habría de interferir.

Cuando el Clan se convenció de que Brun no iba a reasumir el mando, se volvió finalmente hacia Broud. Estaban todos acostumbrados a sus tradiciones, a su jerarquía, y Brun había sido un jefe demasiado bueno, demasiado fuerte y demasiado responsable; estaban acostumbrados a que tomara el mando en los momentos de crisis, acostumbrados a contar con su juicio sereno y razonado. No sabían cómo actuar librados a sí mismo, a tomar decisiones propias sin un jefe. Inclusive Broud esperó que Brun se hiciera cargo; también él necesitaba alguien en quien apoyarse. Al percatarse finalmente Broud de que la carga le correspondía ahora a él, intentó asumirla; lo intentó.

— ¿Quién falta? ¿Quién está lastimado? —señaló Broud. Hubo un suspiro colectivo de alivio: finalmente, alguien estaba haciendo algo. Los grupos familiares comenzaron a reunirse, y a medida que el Clan se fue juntando en medio de jadeos de asombro al ver a un ser amado al que se creía perdido, milagrosamente parecía no faltar nadie. A pesar de todas las rocas caídas y de la tierra sacudida, ninguno estaba mal herido. Golpes, cortadas y arañazos, pero ningún hueso roto. Bueno, eso no era realmente cierto.

— ¿Dónde está Ayla? —gritó Uba con un principio de pánico. —Aquí —contestó Ayla, bajando la pendiente y olvidando un instante por qué se encontraba allí,

— ¡Mamá! —gritó Durc, soltándose del abrazo protector de Uba y corriendo hacia ella. Ayla echó a correr, lo alzó en brazos, lo abrazó fuerte y lo llevó de vuelta.

— Uba, ¿te encuentras bien? —preguntó. —Sí, nada grave.

— ¿Dónde está Creb? —Y entonces Ayla recordó; puso a Durc en brazos de Uba y corrió cuesta arriba.

— ¡Ayla! ¿A dónde vas? ¡No entres en la cueva! Puede haber más sacudidas.

Ayla no vio la advertencia gesticulada, ni le habría prestado atención; corrió cueva adentro y derecho hacia el hogar de Creb, Piedras y grava caían espasmódicamente, amontonándose en el suelo. Excepto unas cuantas rocas y una capa de tierra, su lugar en la cueva estaba intacto, pero allí no estaba Creb. Ayla visitó cada hogar; algunos estaban totalmente destrozados, pero la mayoría tenían aún cosas que se podían recuperar. Creb no estaba en ninguno de los hogares. Ayla vaciló ante la pequeña abertura que conducía a la cámara de los espíritus y finalmente entró, pero estaba demasiado oscuro; necesitaría una antorcha. Decidió registrar primero el resto de la cueva.

Un chorro de grava cayó sobre su cabeza, haciéndola brincar de costado. Una roca dentada se estrelló en el piso, rozando el brazo de la joven. Ayla examinó las paredes y después atravesó varias veces la sala, hurgando en profundas sombras detrás de los recipientes donde almacenaba comida y grandes rocas en la cueva sin luz. Estaba a punto de tomar una antorcha cuando pensó visitar un lugar más.

Encontró a Creb junto al montón de piedras bajo el que estaba enterrada Iza; se encontraba tendido sobre su lado deforme, con las piernas encogidas, casi como si lo hubieran atado en posición fetal. El cráneo grande, magnífico, que había protegido su potente cerebro, había dejado de protegerlo; la pesada roca qué lo aplastó había rodado unos cuantos metros más allá— La muerte fue instantánea. Ayla se arrodilló junto al cadáver y empezaron a correr las lágrimas.

—Creb, oh, Creb. ¿Por qué entraste en la cueva? —indicó por gestos. Se mecía de atrás adelante sobre las rodillas, llamándolo por su nombre. Entonces, por alguna razón inexplicable, se puso en pie y comenzó a hacer los movimientos que le había visto a él hacer por encima del cadáver de Iza: el ritual funerario. Lágrimas silenciosas empañaban su visión mientras la mujer alta y rubia, sola en la cueva cubierta de piedras, efectuaba los movimientos antiguos, simbólicos, con una gracia y una sutileza tan consumadas como las del propio hombre santo. Muchos de los movimientos que hacía, no los comprendía siquiera; nunca los comprendería.

—Ha muerto —señaló Ayla a los rostros que la miraban mientras salía de la cueva.

Broud se quedó mirándola como los demás, y de repente un gran temor se apoderó de él; ella era quien había encontrado la cueva, ella a quien favorecían los espíritus. Y después de que él la maldijo, sacudieron la tierra y destruyeron la cueva que ella había encontrado. ¿Estarían furiosos contra él por la maldición? ¿Habrían destruido la cueva que ella encontrara porque estaban furiosos contra él? ¿Y si los del Clan creyeran que él les había causado esa calamidad? En lo más recóndito de su alma supersticiosa, se estremeció ante el funesto augurio y temió la ira de los espíritus a los que estaba seguro de haber desatado. Entonces, en un destello impulsivo de razonamiento torcido, pensó si le echaba a ella la culpa antes de que alguien se la pudiera echar a él, nadie podría decir que él lo había causado, y los espíritus se volverían contra ella.

— ¡Ella lo ha hecho! ¡Es culpa suya! —señaló repentinamente Broud—. Ella ha sido la que hizo enojar a los espíritus, la que desafió a las tradiciones. Todos la han visto. Ha sido insolente e irrespetuosa con el jefe. Debe ser maldita. Entonces los espíritus estarán felices de nuevo; entonces sabrán cuánto los honramos. Entonces nos llevarán a otra cueva, mejor que ésta y más afortunada Lo harán. Sé que lo harán. ¡Maldícela, Goov! ¡Ahora, hazlo ahora! ¡Maldícela! ¡Maldícela!

Todas las cabezas se volvieron hacia Brun. El permanecía mirando frente a sí, con las mandíbulas apretadas, los puños cerrados, los músculos de su espalda temblando de tensión. Se negaba a moverse, se negaba a interferir aunque tenía que apelar a todas sus reservas de fuerza de voluntad. Los miembros del Clan, molestos, se miraron unos a otros, después a Goov, después a Broud. Goov se quedó mirando a Broud sin lograr creer lo que estaba viendo: " ¡Cómo puede echarle la culpa a Ayla! En todo caso, es culpa de Broud." De repente, Goov comprendió.

— ¡Yo soy el jefe, Goov, y tú eres el Mog-ur! Te ordeno que la maldigas... ¡la maldición de muerte!

Goov se volvió de repente, tomó una rama encendida, resinosa, del fuego que había prendido mientras Ayla estaba dentro de la cueva, subió la pendiente y desapareció dentro de la oscura boca triangular. Buscó cuidadosamente su camino entre los escombros que cubrían el piso, apartándose prudentemente de la caída de piedras y gravas que se desprendían de vez en cuando, seguro de que una sacudida posterior podría desprender sobre su cabeza toneladas de roca y deseando que así fuera para no tener que hacer lo que le habían ordenado. Llegó a la cámara de los espíritus y alineó los huesos sagrados del oso cavernario en hileras paralelas, efectuando gestos rituales con cada uno de ellos; el último hueso se colocó en la base saliendo de la cuenca del ojo de una calavera de oso cavernario. Entonces dijo en voz alta las palabras que sólo los Mog-urs conocen, los terribles nombres de los espíritus malignos. . . el reconocimiento que les daba el poder.

Ayla seguía de pie delante de la cueva cuando caminó junto a ella sin verla.

—Soy el Mog-ur. Tú eres el jefe. Has ordenado que Ayla sea maldita de muerte. Está hecho —señaló Goov, y entonces dio la espalda al jefe del Clan. Al principio nadie podía creerlo; había sido demasiado rápido; no debía hacerse de esa manera. Brun lo habría discutido, lo habría razonado y habría preparado previamente al Clan. Pero, para empezar, no la habría mandado a maldecir. ¿Qué había hecho? Fue insolente con el jefe y eso estaba mal, pero, ¿era causa suficiente de muerte? Sólo había estado defendiendo a Creb. ¿Y qué le había hecho Broud? Le había quitado a su hijo y había despachado al viejo mago de su hogar para vengarse de ella. Ahora ninguno tenía hogar. ¿Por qué lo hizo Broud? ¿Por qué la maldijo? Los espíritus la habían favorecido siempre, ella traía buena suerte hasta que dijo Broud que quería maldecirla, hasta que mandó al Mog-ur que la maldijera. Broud les trajo mala suerte a todos. Ahora, ¿qué sería de ellos? Broud había hecho enojar a los espíritus protectores y, después, había desatado a los espíritus malignos. Y el viejo mago había muerto. El Mog-ur no podría ayudarlos ya.

Ayla estaba tan sumida en su pesar que no se percataba de las rápidas corrientes que se agitaban a su alrededor. Vio que Broud mandaba que la maldijeran, y vio que Goov le decía que ya estaba, pero su mente apesadumbrada no entendió. Lentamente, el significado hizo impacto en su conciencia. Cuando penetró, con todas sus ramificaciones, el impacto fue devastador.

"¿Maldita? ¿Maldita de muerte? ¿Por qué? ¿Qué he hecho yo que sea tan malo? ¿Cómo ha sucedido todo tan aprisa?" El Clan tardaba tanto en entenderlo como ella; no se había repuesto aún del terremoto. Ayla los observaba a todos con un extraño desprendimiento mientras, uno tras otro, los ojos se volvían vidriosos y dejaban de verla. "Ahí va Crug... quién viene después: Uka. Ahora Droog, pero Aga todavía no. Ahí va, sin duda me ha visto mirarla."

Ayla no entró en acción hasta que los ojos de Uba dejaron de verla y comenzó a lamentarse por la madre del niño que tenía en brazos. “¡Durc! ¡Mi bebé, mi hijo! Estoy maldita, nunca volveré a verlo. ¿Qué va a ser de él? Sólo le queda Uba. Ella lo cuidará, pero ¿qué puede hacer contra Broud? Broud lo odia porque es mi hijo." Ayla miró alocadamente a su alrededor y vio a Brun. “¡Brun puede proteger a Durc; sólo Brun puede protegerlo!”

Ayla corrió hacia el hombre estoico, fuerte y sensible que, hasta ese día había dirigido al Clan. Se dejó caer al suelo a sus píes inclinando la cabeza. Tardó un poco en comprender que nunca le tocaría el hombro. Cuando vio que él tenia los ojos fijos en el fuego que había detrás de ella. Si quisiera, sus ojos podrían verla. . “Me puede ver —pensaba AylaYo sé que puede verme. Creb recordaba todo lo que le había dicho, Iza también.”

Brun, sé que me crees muerta, que soy un espíritu. No apartes la mirada. ¡Te suplico que no apartes la mirada! ¡Todo ha sucedido con demasiada rapidez! Me iré, prometo que me iré, pero temo por Durc. Broud lo odia, sabes que lo odia. ¿Qué será de él con Broud por jefe? Durc es del Clan, Brun. Tú lo aceptaste. Te suplico, Brun, que protejas a Durc. Sólo tú puedes hacerlo. ¡No permitas que Broud le haga daño!

Brun volvió lentamente la espalda a la mujer suplicante, apartando la mirada como si cambiara de postura, no como si intentara evitar mirarla. Pero ella vio una chispa de reconocimiento en sus ojos, un indicio de asentimiento. Fue suficiente. Protegería a Durc, se lo había prometido al espíritu de la madre del muchachito. Es cierto que había sido demasiado rápido, que no había tenido tiempo de pedírselo antes. El faltaría sólo en eso a su decisión de no interferir con Broud; no permitiría que el hijo de su compañera hiciera daño al hijo de Ayla.

Ayla se puso en pie y caminó deliberadamente hacia la cueva. No había decidido marcharse hasta que se lo dijo a Brun, pero una vez que lo dijo, se decidió. Su dolor por la muerte de Creb, lo apartó de su mente para volver sobre ello más adelante, cuando su supervivencia no estuviera en juego. Se iría, tal vez al mundo de los espíritus, tal vez no, pero no se iría desprovista.

No había tenido conciencia de la destrucción del interior de la cueva la primera vez que entró; se quedó mirando el lugar desconocido, contenta de que todo el Clan se hallara afuera durante el cataclismo. Respirando profundamente, corrió hacia el hogar de Creb sin tornar en cuenta el estado peligroso de la cueva. Si no se llevaba lo necesario para sobrevivir, de seguro moriría.

Apartó una roca de su lecho, sacudió su manto de piel y comenzó a amontonar cosas en él: su bolsa de medicinas, su honda, dos pares de protectores para pies, polainas, protectores para manos, un manto forrado de piel, una capucha. Su taza y su tazón, bolsas de agua, herramientas. Se dirigió al fondo de la cueva y encontró la provisión de pastelillos concentrados que proporcionaban gran energía durante los viajes, hechos con carne seca, fruta y grasa. Buscó entre la grava y encontró paquetes de corteza de abedul llenos de azúcar de arce, nueces, fruta seca, grano tostado y molido, tiras de carne y pescado secas, y unas cuantas legumbres. No era una variedad muy grande, pues la temporada ya estaba avanzada, pero sería adecuada. Quitó la tierra y guijarros de su canasto y empezó a llenarlo.

Recogió el manto de Durc y lo puso junto a su rostro, sintiendo cómo se le llenaban los ojos de lágrimas. No lo necesitaría pues no se llevaba a Durc; lo empacó. Por lo menos, podía Elevarse algo que había estado cerca de él. Se vistió con ropa caliente; la estación acababa de comenzar, y en la estepa haría frío. En el norte tal vez fuera todavía invierno. No había tomado una decisión consciente en cuanto a la dirección que tomaría; sabía que iba hacia el territorio continental que se extendía al norte de la península.

En el último momento decidió tomar el cuero protector que empleaba al ir de cacería con los hombres, aun cuando técnicamente no le pertenecía; podía llevarse lo que quisiera de sus pertenencias, lo que quedara atrás sería quemado.

Y considero que parte de los alimentos también le correspondían pero el cuero protector era de Creb, para uso de los miembros de su hogar. Creb se había ido y nunca lo había usado; no creía que le importara.

Lo puso encima de todo de su canasto y lo cargó a sus espaldas, atando las correas que lo aseguraban. Nuevamente se llenaron sus ojos de lágrimas mientras estaba en pie en medio del espacio que había sido su hogar desde pocos días después de que Iza la recogiera. Nunca lo volvería a ver. Un calidoscopio de recuerdos desfiló por su mente, deteniéndose ésta por un instante en escenas importantes. Por ultimo, pensó en Creb. "Quizá comprenda yo algún día, pero me alegro tanto de que habláramos la otra noche, antes de que te fueras al mundo de los espíritus. Nunca te olvidaré a ti ni a Iza ni al Clan." Entonces Ayla salió de la cueva.

Nadie la miró, pero todos supieron cuando apareció. Se detuvo ante la poza tranquila que había fuera de la cueva, para llenar de agua sus bolsas, y recordó una cosa más. Antes de sacar agua y turbar el espejo líquido, se inclinó para mirarse; estudió cuidadosamente sus rasgos; no le pareció ser tan fea esta vez, pero no estaba interesada en su rostro; quería ver el rostro de los Otros.

Cuando se levantó, Durc estaba luchando por liberarse de los brazos de Uba. Estaba pasando algo que concernía a su madre; no estaba seguro de lo que era, pero no le gustaba. De un fuerte impulso se soltó y corrió hacia Ayla.

—Te marchas —le dijo con tono de acusación, empezando a comprender y enfadado porque no se lo había dicho—. Estás vestida y te marchas.

Ayla vaciló sólo una fracción de segundo, entonces abrió los brazos y el niño se arrojó a ellos; lo alzó y lo abrazó muy fuerte, luchando contra las lágrimas. Lo dejó en el suelo y se agachó para estar a su nivel, mirando directamente sus grandes ojos morenos.

—Sí, Durc, me marcho. Tengo que irme. —Llévame contigo, Mamá. Llévame contigo. ¡No me dejes! —No puedo llevarte conmigo. Durc. Tienes que quedarte aquí con Uba. Ella te cuidará. También Brun.

— ¡No quiero quedarme aquí! —gesticuló ferozmente Durc—. Quiero ir contigo. ¡No te vayas y me dejes!

Uba se acercaba a ellos; tenía que hacerlo, tenía que sacar a Durc de los brazos del espíritu. Ayla abrazó nuevamente a su hijo.

—Te amo, Durc. Nunca lo olvides: te amo —lo alzó y lo puso en brazos de Uba—. Cuida a mi hijo de mi parte, Uba —señaló, mirando a los tristes ojos que devolvieron su mirada y la vieron—. Cuídalo... hermana mía.

Broud las observaba, enfureciéndose más. La mujer estaba muerta, era un espíritu. ¿Por qué no actuaba como tal? Y algunos de su Clan no la estaban tratando como si lo fuera.

—Es un espíritu —gesticuló con ira—. Ha muerto. ¿No sabes que está muerta?

Ayla avanzó directamente hacia Broud y lo dominó con toda su estatura. También a él le costaba no verla. Trato de ignorarla, pero lo miraba desde arriba, no a sus pies como debían hacer las mujeres.

—No estoy muerta, Broud —señaló, desafiante—. No voy a morir. Tú no puedes obligarme a morir; puedes obligarme a que me vaya, puedes quitarme a mi hijo, pero no puedes hacerme morir.

Dos emociones lucharon en Broud; la ira y el temor. Alzo el puño con un ansia abrumadora de golpearla, y allí lo dejo, asustado con la idea de tocarla. "Es un truco—se dijo—. Es un truco de su espíritu. Ella esta muerta, ha sido maldita.”

—Pégame, Broud, anda, reconoce a este espíritu. Pégame y verás que no estoy muerta.

Broud se volvió hacia Brun para apartar la vista del espíritu. Bajó el brazo incómodo al ver que no podía lograr que pareciera un movimiento natural' No la había tocado, pero temía que con sólo alzar el puño la hubiera reconocido, y trató de transmitir la mala suerte a Brun.

—No creas que no te he visto, Brun. Le has contestado cuando te hablaba antes de entrar en la cueva. Es un espíritu y vas a traer mala suerte —expresó delatándolo.

—Sólo para mí, Broud, ¿y qué peor suerte podría tener? Pero dime ¿cuándo la has visto hablarme? ¿Cuándo la has visto entrar en la cueva? ¿Por qué has estado a punto de golpear a un espíritu? Todavía no lo comprendes ¿no es cierto? La has reconocido, Broud, ella te ha derrotado. Le has hecho todo el mal que has podido, inclusive la has mandado maldecir. Está muerta y sin embargo, ha ganado. Era una mujer y mostró más valor que tú, Broud, más determinación, más control de sí misma. Ha sido más hombre que tú. Ayla debería haber sido el hijo de mi compañera.

Ayla se sorprendió ante el panegírico inesperado que le dedicaba Brun. Durc estaba luchando de nuevo por escapar, la llamaba. No pudo soportarlo y echó a correr. Al pasar delante de Brun, inclinó la cabeza con un gesto de agradecimiento. Cuando llegó al saliente del farallón, se volvió para mirar atrás una vez más. Vio que Brun alzaba la mano como para rascarse la nariz, pero parecía que hacía un gesto, el mismo gesto que había hecho Norg cuando se alejaron de la Reunión del Clan. Parecía que Brun hubiera dicho: "Que Ursus te acompañe".

Lo último que oyó Ayla al desaparecer detrás del saliente quebrado fue el gemido de Durc:

— ¡Maamá, Maaamá, Maamaaaá!


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Creado: 20100731 — conforme estandar BBPP LARdT 1.0
Versión: 20100731

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