Capítulo 19
El embarazo de Ayla asombró a todo el Clan. Parecía imposible que una mujer con un tótem tan poderoso como el suyo, pudiera concebir vida. El chismorreo se daba rienda suelta respecto a cuál sería el hombre, el espíritu de cuyo tótem hubiera logrado subyugar al León Cavernario, y a todos los hombres del Clan les habría gustado adjudicarse el crédito... y el incremento de prestigio que entrañaba. Algunos consideraban que tuvo que ser la combinación de varias esencias totémicas, tal vez de toda la población masculina, pero la mayoría de las opiniones se dividían en dos campos, constituidos más o menos por los límites de edad.
El factor determinante era la proximidad de la mujer, y por eso la mayoría de los hombres consideraban que los hijos de sus compañeras eran resultado del espíritu de su tótem. Una mujer pasaba, inevitablemente, mucho más tiempo con el hombre cuyo hogar compartía; la oportunidad de tragarse el espíritu de su tótem era mayor aun cuando el tótem de un hombre pudiera pedir ayuda al tótem de otro hombre durante la batalla subsiguiente, o de cualquier otro espíritu que estuviera casualmente cerca, la fuerza vital del primer tótem era la que mayor derecho tenía a acreditarse. Un espíritu auxiliador podía tener el honor de la nueva vida, pero eso dependía de la voluntad del tótem que había solicitado ayuda. Los dos hombres que más cerca habían estado de Ayla desde que se hizo mujer, eran Mog-ur y Broud.
—Yo digo que es Mog-ur —afirmaba Zoug—. Es el único cuyo tótem es más fuerte que el León Cavernario ¿Acaso no comparte ella su bogar?
—Ursus nunca permite que una mujer trague su esencia —repuso Crug—. El Oso Cavernario escoge a los que protegerá, como hizo con Mog-ur. ¿Crees que un Corzo iba a derrotar aun León Cavernario?
—Con ayuda del Oso Cavernario, Mog-ur tiene dos tótems: el Corzo no tendría que buscar ayuda muy lejos. Nadie dice que el Oso Cavernario dejara su espíritu sólo digo que ayudó —replicó acaloradamente Zoug.
Entonces, ¿por qué no quedó embarazada el invierno pasado? Vivía entonces en su hogar. Sólo después de que Broud se encaprichó con ella, aun que no me pregunten lo que vería, la nueva vida comenzó. Un Rinoceronte lanudo también es poderoso. Con ayuda, pudo haber superado al León Cavernario—alegó Crug.
—Creo que fue el tótem de todos —propuso Dorv—. La pregunta es: ¿Hay alguien quiera tomarla por compañera? Todos desean aprovechar el crédito pero, ¿quien quiere a la mujer? Brun ha preguntado si alguno la quiere. Si no está apareada el niño tendrá mala suerte. Yo soy demasiado viejo, aunque no puedo decir que lo siento.
—Bueno, yo la tomaría si tuviera aún mi propio hogar —dijo Zoug... fea, pero trabajadora y respetuosa. Sabe cuidar a un hombre. Eso, a la larga, resulta más importante que una cara bonita.
—Yo no —expresó Crug meneando la cabeza—. No quiero tener en mi hogar a la Mujer-Que-Caza. Está muy bien eso para Mog-ur, de todos modos no puede cazar ni le importa. Pero me imagino regresando de la caza con las manos vacías y comiendo la carne que mi compañera hubiera traído. Además, tengo mi hogar suficientemente lleno con Iza, Borg y la niña, Igra. Me alegro de que Dorv pueda contribuir aún. Y mi compañera Iza todavía es joven y puede tener más. ¿Quién sabe?
—He pensado en ello —dijo Droog—, pero mi hogar está demasiado lleno. Aga y Aba, Vorn y Oga y Groob. ¿Qué haría yo con una mujer y un niño más? ¿Qué dices tú, Grod?
—No. A menos que Brun me obligue —respondió brevemente Grod. El segundo al mando nunca había podido superar cierta incomodidad en cuanto a la mujer que no había nacido en el Clan. Lo inquietaba.
— ¿Y el propio Brun? —preguntó Crug—. El fue quien aceptó que ingresara en el Clan.
—A veces es juicioso considerar a la primera mujer antes de tomar la segunda —comentó Goov—. Ya sabemos cómo se siente Ebra respecto a la posición de la curandera, Iza ha estado adiestrando a Ayla. Si ésta se convierte en curandera de la estirpe de Iza, ¿quién cree que Ebra estaría contenta compartiendo el hogar con una mujer más joven, una segunda compañera, de posición superior a la suya? Yo tomaría a Ayla. Cuando sea Mog-ur no cazaré tanto; a mí no me importaría entonces que trajera al hogar un conejo o una marmota; de todos modos, sólo son animales pequeños. No creo que a Ovra le importara una segunda mujer con posición más elevada, se llevan bien las dos. Pero Ovra quiere tener un hijo propio. Le costaría compartir el hogar con una mujer y un bebé. Especialmente porque nadie esperaba que Ayla tuviera uno. Creo que fue el espíritu del tótem de Broud el que lo inició todo; lástima que se sienta así hacia ella, porque él debería ser quien la tomara.
—Yo no estoy seguro de que fuera Broud —dijo Droog—. ¿Tú qué opinas, Mog-ur? Podrías tomarla por compañera.
El viejo mago había estado observando tranquilamente la discusión de los hombres, cosa que hacia con frecuencia.
—Lo he considerado. No creo que haya sido Ursus ni el Corzo quienes iniciaron el bebé de Ayla. Tampoco estoy seguro de que haya sido el tótem de Broud. El tótem de ella ha sido siempre un enigma; nadie sabe lo que puede haber ocurrido. Pero necesita un compañero. No es sólo que el bebé pueda tener mala suerte, es que un hombre tendrá que ser responsable, proveer por el. Yo soy demasiado viejo, y si resultara niño, no podría adiestrarlo en la cacería. Y ella no puede hacerlo porque sólo caza con honda. Sería como si Grod se apareara con Ovra, sobre todo tendiendo aún a Iza como primera compañera. Para mí, es como la hija de la compañera, hija del hogar, no una mujer con quien aparearse.
—Ya se ha hecho en otras ocasiones —dijo Dorv—. La única mujer con quien un hombre no puede aparearse es su hermana.
—No está prohibido, pero no se mira bien. Y la mayoría de los hombres no lo desean. Además, nunca he tenido compañera, y soy demasiado viejo para comenzar ahora. Iza me cuida, con eso me basta. Me siento a gusto con ella. Se espera que los hombres alivien sus necesidades con sus compañeras de vez en cuando. Hace mucho que no he experimentado esas necesidades; aprendí a controlarlas hace mucho tiempo. No sería un gran compañero para una mujer
Pero tal vez no necesite uno; dice Iza que tendrá un embarazo difícil, ya ha tenido problemas y es posible que no llegue a término. Sé que Ayla desea tenerlo, pero sería mejor para todos si lo perdiera.
Como se dijo a los hombres, el embarazo de Ayla no transcurrió fácilmente. La curandera temía que el bebé tuviera algo malo. Muchos abortos se debían a fetos mal conformados, y a Iza le parecía mejor perderlos que dar a luz y tener que deshacerse de un bebé mal hecho. Los mareos matutinos de Ayla duraron mucho más que el primer trimestre, y aun a fines del otoño, cuando su vientre estaba ya abultado, tenía dificultades para no devolver los alimentos. Cuando Ayla comenzó a sangrar y a soltar coágulos, Iza pidió a Brun que exoneraran a la joven de las actividades normales, y la obligó a guardar cama.
Los temores de Iza respecto al bebé de Ayla aumentaron con las dificultades del embarazo. Estaba convencida de que Ayla debería renunciar al bebé y segura de que no costaría mucho expulsarlo, a pesar de que el vientre abultado atestiguaba el crecimiento del feto. Temía más por Ayla. El bebé estaba exigiendo mucho de ella: sus brazos y piernas adelgazaron en contraste con su corpulencia. No tenía apetito y comía, por pura fuerza de voluntad, los alimentos especiales que Iza preparaba para ella. Manchas oscuras se le formaron alrededor de los ojos, y su abundante cabellera lustrosa perdió vida. Siempre tenía frío, carecía de reservas suficientes para conservar el calor, y se pasaba la mayor parte del tiempo acurrucada junto al fuego, envuelta en pieles. Pero cuando Iza sugirió que Ayla tomara la medicina que pusiera fin al embarazo, la joven se negó.
—Iza, quiero tener mi bebé. Ayúdame —suplicó Ayla—. Tú puedes ayudarme, sé que puedes. Haré todo lo que digas pero ayúdame a tener a mi bebé.
Iza no podía negarse; durante algún tiempo había contado con Ayla para recolectar las hierbas que necesitaba, y pocas veces salía; el ejercicio fuerte provocaba en ella accesos de tos. Iza se había estado administrando mucha medicina para ocultar la enfermedad pulmonar destructiva, la tisis que empeoraba a cada invierno. Pero por Ayla, saldría en busca de cierta raíz que ayudaba a impedir un aborto.
La curandera salió temprano de la cueva, una mañana, para buscar en los bosques de las tierras altas y en los yermos húmedos, aquella raíz especial. El sol brillaba en un cielo claro cuando se puso en camino. Iza creía que iba a ser uno de esos días calurosos de fines del otoño, y no quiso cargar con ropas pesadas Además, contaba estar de vuelta antes de mediodía. Siguió su camino que conducía al bosque desde la cueva, y a continuación se volvió para seguir un arroyo y comenzó a escalar las empinadas cuestas. Estaba más débil de lo que creía, le faltaba el aliento y tenía que detenerse a menudo para descansar o para sufrir un acceso de tos. A media mañana cambió el tiempo: aparecieron nubes del este empujadas por un viento frío, y al llegar a los contrafuertes soltaron su pesada carga de lluvia en forma de aguanieve. En unos instantes Iza quedó empapada.
La lluvia había menguado para cuando encontró la clase de bosque de coníferas y de plantas que andaba buscando. Tiritando bajo la fría llovizna las raíces del suelo lodoso. Su tos había empeorado para cuando tomó el camino, de regreso, y convulsionaba su cuerpo a cada instante sacando sangre de entre labios. No conocía tan bien el terreno alrededor de esta cueva como el retomo del hogar anterior del Clan. Se desorientó, siguió el arroyo que no era cuesta abajo, y tuvo que volver sobre sus pasos en busca del otro. Casi había oscurecido cuando la curandera, totalmente empapada y muerta de frío, encontró el camino de la cueva.
— ¡Madre! ¿Dónde has estado? —preguntó por señas Ayla—. Estás empapada y tiritando. Acércate al fuego. Te voy a traer ropa seca.
—He encontrado raíz de amaya para ti, Ayla. Lávala y mastica... —Iza tuvo que detenerse para ceder a otro espasmo. Tenía los ojos calenturientos, el rostro enrojecido—… mastícala cruda. Eso te ayudará a conservar el bebé.
— ¿No habrás salido con esa lluvia sólo para buscarme una raíz, verdad que no? ¿Acaso no sabes que preferiría perder el bebé y no perderte a ti? Estás demasiado enferma para salir así, bien lo sabes.
Ayla sabía que Iza llevaba años sufriendo de mala salud, pero hasta entonces no se había dado cuenta de lo enferma que estaba la mujer. La joven se olvidó de su embarazo, lo ignoró cuando sangraba de vez en cuando, se olvidó de comer la mitad del tiempo, y se negó a separarse del lado de Iza. Cuando dormía, lo hacía sobre unas pieles junto a la cama de la mujer. También Uba velaba constantemente.
Era la primera experiencia de la pequeña en cuanto a una enfermedad grave en alguien a quien amaba, y el efecto fue traumático. Observaba todo lo que hacía Ayla, ayudaba a ésta, y esa colaboración creó un entendimiento de su propia herencia y de su destino. Uba no era la única que observaba a Ayla todo el Clan estaba preocupado por la curandera, y no muy seguro de la habilidad de la joven. Ella no se fijaba en la aprensión de todos: su atención total estaba enfocada en la mujer a la que llamaba madre. Ayla rebuscó en su memoria todos los remedios que Iza le había enseñado, interrogó a Uba para que apelara a los recuerdos que sabía estaban almacenados en la memoria de la niña, y aplicó cierta lógica que le era propia. El talento especial que había en Iza, la capacidad de descubrir y tratar el verdadero problema, era el punto fuerte de Ayla; sabia diagnosticar. Partiendo de pequeños indicios, podía reconocer un cuadro como las piezas de un rompecabezas, y llenar los vacíos con razonamientos e intuición. Era una capacidad que su cerebro solo, entre todos los que compartía la cueva, tenía adaptada en exclusividad. La crisis de la enfermedad de Iza fue el estímulo que agudizó su talento.
Ayla aplicaba todos los remedios que había aprendido a usar con la curandera, y después empleó nuevas técnicas que se le imponían partiendo de otros usos, a veces muy diferentes.
Sea como fuere, la medicación o los cuidados amorosos o la voluntad de vivir que tenía la curandera más probablemente todo junto lograron que, para cuando los vientos helados del invierno hubieron amontonado la nieve en barreras que había a la entrada de la cueva, Iza estuviera suficientemente restablecida como para volver a ocuparse del embarazo de Ayla. Ya era hora. El esfuerzo de devolverle la salud a Iza había tenido sus efectos: Ayla perdió constantemente sangre durante todo el invierno, y sufrió dolor incesante en la espalda. Despertaba a mediados de la noche con calambres en las piernas y seguía vomitando a menudo. Iza esperaba que perdiera el bebé en cualquier momento No sabia cómo podía retenerlo Ayla, ni cómo podía seguir desarrollándose el bebé estando Ayla tan débil. Pero se desarrollaba. El vientre de la joven se hinchó en proporciones increíbles, y el bebé pateaba con tanto vigor que apenas si la futura madre podía conciliar el sueño. Iza nunca había visto que una mujer padeciera un embarazo más difícil.
Ayla no se quejaba nunca. Temía que Iza pensara que estaba dispuesta a renunciar al bebé, aun cuando ya estaba demasiado avanzado el embarazo para que la curandera contemplara esa posibilidad. Y tampoco Ayla la contemplaba. Su sufrimiento la convencía más aún de que si perdía ese bebé, nunca volvería a tener otro.
Desde su cama, Ayla vio cómo las lluvias primaverales barrían la nieve, y la primera flor del azafrán croco fue una que Uba le llevó, Iza no le permitía salir de la cueva. Los sauces se habían deshecho de su pelusa y habían reverdecido, y los primeros brotes anunciaban un follaje verde el día triste y mojado de-primavera, a principios de su onceavo año, cuando se inició el parto de Ayla.
Las primeras contracciones fueron fáciles. Ayla tomó té de corteza de sauce, hablándole a Iza y Uba, excitada y complacida de que por fin hubiera llegado la hora. Estaba segura de que al día siguiente estaría con su bebé en brazos. Iza abrigaba reservas pero se esforzaba por no mostrarlo, La conversación se volvió, como sucedía tantas veces últimamente entre Iza y sus dos hijas, hacia la medicina.
—Madre, ¿qué raíz fue la que me trajiste el día que saliste y caíste enferma? —señaló Ayla.
—Se llama Amaya. No se suele usar mucho porque debería mascarse mientras está fresca, y debe recogerse a fines del otoño. Es muy buena para impedir el aborto, pero, ¿cuántas mujeres corren el peligro de abortar a fines del otoño? En cuanto se seca, pierde su eficacia.
— ¿En qué se reconoce? —preguntó Uba. La enfermedad de Iza había despertado un mayor interés en Uba hacia las plantas curativas que habría de administrar más adelante, y la estaban adiestrando Iza y Ayla al mismo tiempo. Pero adiestrar a Uba no en lo mismo que adiestrar a Ayla: para conseguir todo lo que su cerebro podía dar de si, Uba sólo tenía que recordar con un poco de ayuda todo lo que sabía y ver cómo se aplicaba.
—En realidad se trata de dos plantas, hembra y macho, con un tallo largo que surge de un racimo de hojas junto al suelo, y flores pequeñas que brotan cerca de la parte superior y bajan hasta la mitad del tallo. Las flores macho son blancas; la raíz proviene de la planta hembra; sus flores son más pequeñas y verdes.
— ¿Has dicho que crece en bosques de coníferas? —interrogó Ayla.
—Sólo en los que son húmedos. Le gusta la humedad, el pantano, los lugares húmedos de las praderas, a menudo en los bosques altos.
—No deberías haber salido aquel día, Iza. Me tuviste tan preocupada. ¡Oh, espera ahí viene otra!
La curandera examinó a Ayla. Estaba tratando de calcular la duración de los dolores; todavía falta mucho, pensó.
—No llovía cuando salí —explicó Iza—. Creí que sería un día caluroso. Estaba equivocada. El clima otoñal siempre es impredecible. Quería preguntarte algo, Ayla. Parte del tiempo deliraba y estaba afiebrada, pero creo que hiciste una cataplasma para el pecho, con las hierbas que empleamos para aliviar el reuma de Creb.
—Si, lo hice.
—Yo no te había enseñado eso.
—Ya lo se. Pero tosías tanto y escupías tanta sangre, que quise darte algo que calmara los espasmos, pero también pensaba que deberías expulsar las flemas con menos esfuerzos. Esa medicina para el reuma de Creb penetra muy adentro con el calor, y estimula la sangre. Pensó que podría aflojar las flemas de modo que no tuvieras que toser tan fuerte para sacarlas, y de todos modos podía seguir dándote el cocimiento para calmar los espasmos. Parece que sirvió.
—Si, creo que si.
Cuando Ayla explicó su razonamiento, parecía lógico, pero Iza se preguntaba si se le habría ocurrido a ella. “Yo tenía razón —pensaba Iza—, es una buena curandera y va a mejorar. Merece la posición de mi estirpe. Tendré que hablarle a Creb. Puede no quedar mucho tiempo antes de que yo abandone este mundo. Ahora Ayla es una mujer, tiene que ser curandera… si sobrevive a este parto.”
Después del desayuno, Oga se acercó con Greg, su segundo hijo, y mientras le daba de mamar se sentó junto a Ayla. Ovra se reunió pronto con ellas. Las tres jóvenes charlaban amigablemente entre las contracciones de Ayla, aunque no se habló de su inminente alumbramiento. Toda aquella mañana, mientras Ayla se encontró en la primera etapa de sus dolores, las mujeres del Clan visitaron el hogar de Creb. Algunas sólo se quedaban unos instantes para brindar con su presencia un apoyo moral, algunas se quedaban casi todo el tiempo junto a ella. Siempre había unas pocas mujeres sentadas alrededor de su lecho, pero Creb se mantenía alejado: entraba y salía, muy nervioso, deteniéndose para intercambiar algunos ademanes con los hombres reunidos en el hogar de Brun, pero no podía quedarse mucho rato en el mismo sitio. La cacería que se había proyectado para aquel día se aplazó.
El pretexto de Brun fue que todavía estaba todo demasiado mojado, pero todos sabían la verdadera razón.
A fines de la tarde, los dolores de Ayla fueron más fuertes; Iza le dio un cocimiento de cierto ñame que tenía cualidades especiales para aliviar los dolores del parto. A medida que avanzaba la tarde, las contracciones se hicieron más fuertes y frecuentes. Ayla estaba tendida en su cama, empapada en sudor aferrada a la mano de Iza. Trataba de ahogar sus gritos, pero cuando el sol se oculto tras el horizonte, Ayla estaba retorciéndose de dolor, gritando cada vez que una convulsión e sacudía el cuerpo. La mayor parte de las mujeres no pudieron soportar quedarse cerca, todas, menos Ebra, regresaron a sus respectivos hogares.
Encontraron algo que hacer, levantando la vista cada vez que Ayla daba otro grito de agonía. La conversación había cesado también alrededor del hogar de Brun. Los hombres estaban sentados, desalentados, mirando el suelo. Cualquier intento de charla insulsa era interrumpido por los gritos de Ayla.
—Ebra tiene las caderas demasiado estrechas —señaló Iza—. No van a permitir que se abra suficientemente el canal.
— ¿No serviría de algo romper la bolsa de agua? A veces da resultado —sugirió Ebra.
—Lo he estado pensando. No quería hacerlo demasiado pronto; no podría soportar un parto seco. Esperaba que se rompiera por si sola, pero se está debilitando mucho y no hay progreso. Tal vez sea mejor hacerlo ahora. ¿Me quieres dar ese palo de olmo? Ahora empieza otra contracción. Lo haré tan pronto termine. Ayla arqueó la espalda y agarró las manos de las dos mujeres mientras su grito de agonía salía en crescendo de entre sus labios.
—Ayla, voy a tratar de ayudarte —señaló Iza una vez terminada la contracción—. ¿Me permites?
Ayla asintió silenciosamente.
—Voy a romper las aguas, y entonces te pediré que te agaches. Empujar al bebé hacia abajo sirve de ayuda. ¿Podrás hacerlo?
—Lo intentaré —señaló débilmente Ayla.
Iza insertó el palo del olmo, y las aguas del parto de Ayla surgieron provocando otra contracción.
—Ahora enderézate, Ayla —expresó la curandera con un gesto. Entre Ebra y ella tiraron de la joven y la sostuvieron mientras se encuclillaba sobre el pellejo de cuero semejante al que se ponía debajo de todas las mujeres a punto de dar a luz.
—Ahora empuja, Ayla, empuja fuerte. Al siguiente dolor, la joven mujer se esforzó.
—Está demasiado débil —indicó Ebra—. No puede empujar con suficiente fuerza.
—Ayla, tienes que empujar más fuerte —ordenó Iza.
—No puedo —respondió Ayla con un ademán.
—Debes, Ayla. Debes; porque si no, tu bebé morirá —dijo Iza.
No agregó que también Ayla moriría. Iza pudo ver cómo se le hinchaban los músculos en la siguiente contracción.
— ¡Ahora, Ayla! ¡Ahora! ¡Empuja! Empuja con todas tus fuerzas —la instó Iza.
“No puedo dejar que muera mi bebé” —pensaba Ayla—. No puedo. Si este muere, no podré tener otro.” Desde alguna reserva desconocida, Ayla sacó un último esfuerzo. A medida que el dolor aumentaba, aspiró fuertemente y le aferró a la mano de Iza en busca de ayuda. Empujó con un esfuerzo que sacó gotas de sudor de su frente. Se le iba la cabeza; le pareció que los huesos se le estaban partiendo, como si se esforzara por echar afuera sus entrañas.
—Bien, Ayla, bien —la alentó Iza—. Ya se le ve la cabeza; una vez más. Ayla aspiró otra bocanada de aire y volvió a esforzarse. Sintió que la piel y los músculos se le desgarraban pero siguió empujando. Con un chorro de sangre roja y espesa, la cabeza del bebé salió a la fuerza del estrecho canal; Iza la tomó en sus manos y tiró de ella, pero lo peor había pasado.
—Un poco más, Ayla, justo lo necesario para sacar la placenta. -Ayla esforzó de nuevo, sintió que perdía el conocimiento y que todo se oscurecía y se desvaneció.
Iza ató un trozo de fibra teñida de rojo alrededor del cordón umbilical del recién nacido, y cortó lo demás de un mordisco; le golpeó los pies hasta que un grito semejante a un maullido se convirtiera en un fuerte berrido. “El niño vive —se dijo Iza, tranquilizada, mientras comenzaba a limpiarlo; y después sintió que se le partía el corazón—. Después de todo lo que ha soportado después de tantos sufrimientos. . . esto. ¿Por qué? Deseaba tanto su bebé. —Iza en volvió al niñito en la suave piel de conejo que Ayla tenía preparada, después hizo una compresa de raíces masticadas para Ayla, sujeta en su lugar con una tira de piel absorbente. Ayla profirió un gemido y abrió los ojos.
—Mi bebé, Iza, ¿es niño o niña? —preguntó.
—Es niño, Ayla —dijo la mujer, y prosiguió rápidamente para no dejarle abrigar falsas esperanzas—, pero está deforme.
La sonrisa que se iniciaba en los labios de Ayla se convirtió en una expresión horrorizada.
— ¡No! ¡No puede ser! ¡Enséñamelo!
Iza le llevó el recién nacido.
—Me lo temía. Sucede a menudo cuando el embarazo de una mujer es difícil. Lo siento, Ayla.
La joven retiró la cobija y miró a su diminuto hijo. Sus brazos y piernas eran más delgados de lo que habían sido los de Uba al nacer, y más largos, pero tenía el número de dedos correcto en los lugares debidos. Sus testículos y pene diminutos evidenciaban silenciosamente su sexo. Pero su cabeza, decididamente, no era natural. Era anormalmente grande, lo que causó la dificultad del parto de Ayla, y algo deformada debido a su tumultuosa entrada en el mundo, pero eso no era causa suficiente de alarma ha sabía que sólo era el resultado de la apertura que sufrió al nacer y que pronto se corregiría. Pero la conformación de la cabeza la forma básica, que nunca cambiaría, era lo deforme, y el cuello flaco y larguirucho incapaz de soportar la enorme cabeza.
El hijo de Ayla tenía fuertes arcos superficiales, como la gente del Clan, pero su frente, en vez de huir hacia atrás, se alzaba alta y recta más arriba de las cejas, abombándose y formando una alta corona antes de bajar hacia atrás en forma larga y plena. Pero la parte posterior de su cabeza no era todo lo larga que debería haber sido; parecía que el cráneo fuera empujado hacia adelanto, hacia la frente abombada y la corona, acortando y redondeando la parte posterior. Sólo tenía un moño occipital simbólico atrás, y sus rasgos estaban extrañamente alterados. Tenía ojos grandes y redondos, pero su nariz era mucho más pequeña que lo normal; su boca era grande, sus quijadas, no tan grandes como las del Clan, pero debajo de su boca había una proyección ósea que desfiguraba su rostro, una barbilla bien desarrollada, ligeramente huidiza, de la que carecía por completo la gente del Clan. La cabecita del bebé cayó hacia atrás cuando Iza lo tomó por vez primera, y automáticamente tendió la mujer la mano para sostenerla, meneando su propia cabeza sobre su cuello grueso y corto. Dudaba de que el niño lograra nunca sostener la cabeza levantada.
El bebé frotó su naricilla hacia el calor de su madre mientras se encontraba en brazos de Ayla, tratando de mamar como si no le hubieran alimentado lo suficiente antes de venir al mundo. Ella le ayudó a colgarse de su seno.
—No deberías hacerlo, Ayla —dijo dulcemente Iza—. No debes darle más Ayla puesto que pronto habrá de serle quitada. Eso te dificultará más aún el deshacerte de él.
— ¿Deshacerme de él? —Ayla mostró su desazón—. Pero ¿cómo me voy a deshacer de él? Es mi bebé, mi hijo.
-No te queda más remedio, Ayla. Es la regla. Una madre debe deshacerse de un hijo deforme que haya traído al mundo. Es mejor hacerlo cuanto antes y no esperar a que lo ordene Brun.
—pero Creb era deforme.... y le permitieron vivir —repuso Ayla.
—El compañero de su madre era jefe del Clan; él lo permitió. Tú no tienes compañero, Ayla, ningún hombre que hable en favor de tu hijo. Ya te dije al principio que tu hijo podría tener mala suerte si dieras a luz antes de aparearte. ¿No queda demostrado por su deformidad, Ayla? ¿Por qué dejar vivir aun niño que durante toda su vida sólo tendrá mala suerte? Es mejor resolverlo ahora, Ayla —razonó Iza.
Renuentemente, Ayla apartó a su hijito del pecho, con las lágrimas desbordando de sus ojos.
— ¡Oh, Iza! —dijo llorando— yo quería tanto tener un bebé, un bebé que fuera mío, como lo tenían los demás. Nunca creí poder tener uno. Y estaba tan dichosa; no me importó estar enferma, sólo quería mi bebé. Fue tan duro que no creí que llegaría nunca, pero cuando dijiste que iba a morir, empujé. Si tenía que morir de todos modos, ¿por qué fue tan duro? Madre, quiero tener a mi bebé, no me obligues a deshacerme de él.
—Ya sé que no es fácil, Ayla, pero debe hacerse —y el corazón de Iza le dolía por la pena que le daba. El bebé buscaba el pecho con tanto tesón, un pecho que le habían retirado tan bruscamente, buscaba la seguridad y la satisfacción de su necesidad de mamar. Ella no tenía leche aún, tardaría un día más o menos; sólo tenía ese líquido lechoso y grueso que podría otorgar al niño la inmunidad de ella a las enfermedades durante los primeros meses de su vida. Se puso a llorar y pronto lanzó un alarido, agitando los brazos y pateando la cobija.
Su grito llenó la cueva con la insistencia exigente de un bebé iracundo y colorado. Ayla no pudo resistir, y se lo pegó nuevamente al pecho.
—No lo puedo hacer —señaló—. No lo haré. Mi hijo vive, esta respirando.
Puede estar deforme, pero es fuerte. ¿Lo has oído gritar? ¿Has oído gritar a algún bebé de ese modo? ¿Lo has visto patear? ¡Mira cómo mama! Lo quiero, Iza, lo quiero y me voy a quedar con él. Preferiría marcharme a matarlo. Puedo Cazar. Puedo encontrar alimento. Yo misma proveeré.
— ¡Ayla, no puedes decir eso! —indicó Iza, palideciendo—. ¿Adónde Irías? Estás demasiado débil, has perdido muchísima sangre.
—Yo qué sé, madre. A cualquier parte.... a alguna parte. Pero no renunciare a él. —Ayla estaba decidida y se mostraba inflexible. Iza no puso en duda que joven madre pensara lo que decía, pero estaba demasiado débil para ir a alguna parte; se moriría si trataba de salvar al bebé. Iza se sentía espantada a la idea de que Ayla no respetara las costumbres del Clan, pero también estaba segura de que lo haría.
—Ayla, no hables así —rogó Iza—. Dámelo. Si tú no puedes, lo haré yo ti. Le diré a Brun que estás demasiado débil, es una razón suficiente. —Le tendió las manos para tomar al niño—. Deja que me lo lleve. Una vez que se ha ido, resultará más fácil olvidarlo.
— ¡No, no, Iza! —Ayla meneó enérgicamente la cabeza, apretando pequeñito que tenía en brazos. Se inclinó sobre él, protegiéndolo con su cuerpo, moviendo sólo una mano para hablar, con los símbolos abreviados de Creb. : Voy a quedarme con él. De alguna manera, como sea, aun cuando tenga que marcharme, me quedaré con mi bebé.
Uba estaba mirando a las dos mujeres, ignorada por ambas. Había presenciado el horripilante alumbramiento de Ayla, como había visto a otras mujeres dar a luz antes que ella. Ningún secreto de la vida ni de la muerte se guardaba con respecto a los niños; compartían el sino del Clan al igual que sus mayores Uba amaba a la muchacha de cabellos de oro que en amiga y compañera de juegos hermana y madre, para ella. El nacimiento duro y doloroso había asustado a la niña, pero cuando Ayla habló de marcharse, se asustó más aún. Le recordó el tiempo en que había estado ausente, cuando todos decían que nunca más regresaría. Uba estaba segura de que si Ayla se marchaba ahora, nunca más volvería a verla.
—No te vayas —y la muchacha se puso en pie haciendo gestos frenéticos, Madre, no puedes dejar que Ayla se vaya. No vuelvas a marcharte.
—No quiero marcharme, Uba, pero no puedo dejar que muera mi bebé
—dijo Ayla.
— ¿No puedes ponerlo en lo alto de un árbol como la madre en la historia de Aba? Si sobrevive siete días, Brun tendrá que permitir que te quedes con él
—suplicó Uba.
—La historia de Aba es una leyenda, Uba —explicó Iza—. Ningún bebé puede vivir afuera, al frío, sin alimento.
Ayla no estaba prestando atención a la explicación de Iza, la sugerencia infantil de Uba le había dado una idea.
—Madre, parte de esa leyenda es cierta.
— ¿Qué quieres decir?
—Que si mi bebé vive al cabo de siete días, Brun tendrá que aceptarlo. ¿No es así? —preguntó muy en serio.-
— ¿En qué estás pensando, Ayla? No puedes dejarlo afuera con la esperanza de que siga con vida al cabo de siete días. Sabes que es imposible.
—No dejarlo, llevármelo. Sé de un lugar donde puedo ocultarlo, Iza. Puedo irme allí y llevármelo y regresar el día en que se le tenga que poner nombre Brun tendrá entonces que permitir que me quede con él. Hay una cuevita…
— ¡No! Ayla, no me digas esas cosas. Estaría mal. Sería desobedecer. No puedo aprobar; no es la manera del Clan. Brun se enojaría mucho; irían en tu busca, te encontrarían y te traerían de vuelta. No está bien, Ayla respondió Iza. Se puso de pie y fue hacia el fuego, pero volvió sobre sus pasos—. Y si te marcharas, me preguntarían dónde estás.
Nunca en su vida había hecho nada Iza que fuera contrario a las ley del Clan ni los deseos de Brun. De sólo pensarlo se aterraba. Inclusive la medicina anticonceptiva secreta tenía la sanción de las generaciones pasadas de curanderas, era parte de su herencia. Mantener el secreto no era desobedecer; no había traición ni costumbre que prohibiera su uso, lo único que hacía era no mencionarlo. El plan de Ayla era nada menos que rebelión, una rebelión que jamás habría podido imaginar Iza. No podía aprobarla.
Pero sabía cuánto deseaba Ayla al bebé; su corazón se rompía al pensar en todo lo que había sufrido durante el prolongado y doloroso embarazo, y cómo el temor de que muriera el bebé le había dado la fuerza necesaria para salvar su propia vida. “Ayla tiene razón —pensaba Iza mirando al bebé recién nacido—Es deforme, pero por lo demás, fuerte y saludable, Creb era deforme... y ahora es Mog-ur. Además de que es su primer hijo. Si tuviera un compañero, éste quizá permitiera que viviera el niño. No, no lo permitiría”, se dijo; no podía engañarse a sí misma como no podía engañar a nadie. Pero podía callar.
Pensó en hablar a Creb o Brun y sabía que debería, pero no pudo resolverse a hacerlo. Iza no podía aprobar el plan de Ayla, pero podía guardárselo para sus adentros. Era la peor cosa intencionada que hubiera cometido en toda su vida.
Echó unas cuantas piedras calientes en un tazón de agua para prepararle a Ayla una Infusión de cornezuelo. La joven estaba durmiendo con el bebé en brazos cuando Iza le llevó la medicina y la sacudió suavemente.
—Bebe esto, Ayla —d He envuelto la placenta y está en ese rincón. Puedes descansar esta noche, pero mañana habrá que enterrarla. Ya lo sabe Brun, se lo ha dicho Ebra. Preferiría no tener que examinar al bebé y dar la orden oficialmente. Espera que tú te ocupes de todo al ocultar las evidencias del nacimiento. —Iza estaba indicando a su hija de cuánto tiempo disponía para trazar sus planes.
Ayla se quedó despierta cuando Iza la dejó sola, pensando en lo que debería llevarse. “Necesitaré mis pieles para dormir, pieles de conejo para el bebé y plumón, y también un par de cobijas más para mudarlo. Tiras de piel para mí, mi honda y cuchillos. Oh, y comida, será mejor que lleve de comer y una bolsa de agua. Si espero hasta que el sol esté alto, antes de salir, puedo tenerlo todo preparado por la mañana”.
A la mañana siguiente, Iza cocinó mucho más de lo que hacia falta para desayunar cuatro personas Creb había regresado tarde a su hogar para dormir; quería evitar cualquier comunicación con Ayla. No sabía qué podría decirle. Su tótem es demasiado fuerte —se decía—. “Nunca ha sido superado del todo; Por eso ha sangrado tanto durante su embarazo. A eso se debe que el bebé sea deforme Mala suerte; lo deseaba tanto.”
—Iza, has hecho de comer para todo el Clan —observó Creb—. ¿Cómo podríamos comer tanto?
—Es para Ayla y la mujer agachó rápidamente la cabeza.
“Iza debería haber tenido muchos hijos —pensaba el viejo—, está chocheando con los pocos que tiene. Pero Ayla necesita reponer sus fuerzas. Le va a tomar mucho tiempo superar esto. Me pregunto si conseguirá tener algún día un hijo normal.”
Ayla sintió que se le iba la cabeza en cuanto se puso en pie, y perdió una chorreteada de sangre caliente. Le dolía dar siquiera unos cuantos pasos, y tratar inclinarse era una ordalía. Estaba más débil de o que había creído, y se sintió invadida por el pánico; “¿Cómo voy a poder trepar hasta la cueva? Pero no me queda más remedio. Si no lo hago, Iza me quitará mi bebé y se deshará de él ¿Qué voy a hacer si pierdo a mi bebé?”
“No lo perderé —decidió con firme determinación, desterrando de 1a mente el pánico-—. Llegaré arriba de algún modo aunque tenga que ir gateado por todo el camino.”
Estaba lloviznando cuando Ayla salió de la cueva. Metió unas cuantas cosas en el fondo de su canasto, y las cubrió con el apestoso paquete de los residuos del parto; lo demás, lo escondió bajo su manto exterior de pieles. El bebé estaba firmemente sujeto contra su cuerpo mediante una capa especial para llevar al niño.
La primera oleada de aturdimiento pasó mientras echaba a andar bosque adentro, pero le quedó la náusea. Se apartó del sendero y se adentró en la selva antes de detenerse. Era difícil abrir un hoyo con su palo de cavar, de tan débil que se sentía. Enterró profundamente el bulto, como le había dicho Iza, y expresó los símbolos debidos. Después miró a su hijo que dormía profundamente al calor confortablemente seguro. “Nadie te meterá en un hoyo así’, le decía la joven madre. Entonces, comenzó a escalar los abruptos contrafuertes, sin darse cuenta de que alguien la seguía con la mirada.
Poco después de que abandonara Ayla la cueva, Uba echó a andar tras ella. El invierno de entrenamiento, después de la enfermedad de su madre, había dado a la muchachita una conciencia mucho mayor del peligro que corría Ayla. Sabía lo débil que estaba la joven madre, y temía que fuera a desmayarse y se convirtiera en fácil presa de algún animal carnicero atraído por el olor a sangre. Uba estuvo a punto de volver corriendo a la cueva para contárselo a Iza, pero no quería que Ayla se marchan sola, y empezó a seguirla. La muchacha la perdió de vista cuando abandonó el sendero, pero volvió a verla mientras escalaba una pendiente descubierta.
Ayla se apoyaba pesadamente en su palo de cavar, empleándolo como bastón. Se detenía a menudo, tragando con fuerza para rechazar la náusea y luchando para no abandonarse al vértigo que podía convertirse en desmayo; sintió que la sangre le chorreaba por las piernas, pero no se detuvo para cambiar su tira absorbente. Recordó cuando podía subir la cuesta aquella a todo correr, sin jadear. Ahora no podía convencerse de lo lejos que estaba la alta pradera. La distancia entre puntos de referencia conocidos era bastante larga; Ayla se forzó hasta que estuvo a punto de desvanecerse, y luchó por seguir consciente hasta haber descansado lo suficiente para poder seguir su camino.
A finales de la tarde, cuando el bebé empezó a llorar, lo oyó apenas a través de una neblina. No se detuvo por eso, sino que siguió ascendiendo con empeño. Su mente sólo se aferraba a una idea: “Tengo que llegar a la pradera tengo que llegar a la cueva”. Ni siquiera estaba ya muy segura de por qué.
Uba la seguía algo lejos, pues no quería que Ayla la viera. No sabía que Ayla apenas podía ver más que el siguiente paso. La cabeza de la joven flotaba en una niebla roja cuando alcanzó finalmente el pastizal montañoso. Un poco más, se decía, sólo un poco más. Cruzó pesadamente el campo, apenas tuvo fuerzas suficientes para apartar las ramas cuando llegó trastabillando a la cuevita y se dejó caer en lo que había sido su santuario tantas veces antes. Cayó sobre la piel de venado, sin preocuparse de que su manto estuviera mojado, y no recordó haber puesto a mamar al bebé que lloraba antes de permitirse sucumbir al agotamiento.
Fue una suerte que Uba alcanzan la pradera justo cuando Ayla desaparecía en la cueva pues de lo contrario habría pensado que la mujer se había desvanecido en el aire. La gruesa y vieja maleza de avellanos con su maraña de ramas disimulaba por completo el orificio de la muralla montañosa, inclusive sin el follaje veraniego. Uba corrió de vuelta a la cueva. Había tardado más de lo que pensaba; Ayla había tardado muchísimo más de lo que ella creía en llegar a cuevita. Temía que Iza se hubiera preocupado y la reprendiera; pero Iza ignoró el retraso de su hija. La había visto deslizarse detrás de Ayla, y adivinó sus intenciones pero no quería saber nada, prefería la duda.