Agradecimiento

Cuando se publica un libro no es obra exclusiva del autor. Este recibe ayuda de diversas fuentes de otras tantas maneras. Pero algunas contribuciones para mi obra han venido de gente a quien nunca he conocido y a la que probablemente nunca conoceré. A pesar de lo cual estoy agradecida a los habitantes de la ciudad de Pórtland y del condado de Multonomah, Oregón, cuyos impuestos sostienen la biblioteca del Multonomah Country; sin los libros de consulta que encontré allí no podría haber escrito este libro.

También agradezco a los arqueólogos, antropólogos y demás especialistas que escribieron los libros en los que he recogido la mayor parte de la información para usarla como telón de fondo y antecedentes de esta novela.

Muchas personas me ayudaron más directamente, entre ellas, deseo agradecer especialmente a:

Gin deCamp, la primera en escuchar la idea de mi historia, una amiga cuando más falta me hacía, me leyó un enorme manuscrito con entusiasmo y sin dejar pasar un error, y quien esculpió un símbolo para la serie. John DeCamp, amigo y colega escritor, que sabía de la agonía y el éxtasis, y que tenía el sentimiento de la oportunidad para llamar exactamente cuando yo necesitaba hablar con alguien. Karen Auel, que alentó a su madre más de lo que imaginaba, porque reía y lloraba cuando se suponía que debía hacerlo, aunque sólo se trataba de un primer esbozo.

Cathy Humble, a quien solicité el favor más grande que se le puede pedir a una amiga- una crítica sincera- porque valoraba su sentido de las palabras. Hizo lo imposible; su crítica fue a la vez amable y llena de discernimiento. Deanna Strerett, porque se encontró presa de la historia, y sabía lo suficiente de cacerías para señalar algunos descuidos. Lana Elmer, que escuchó con una atención incansable horas enteras de disertación, y que aún así gustó de la historia. Anna Bacus, que brindó sus percepciones, únicas en su género, y su dominio de la ortografía.

No todas mis investigaciones se llevaron a cabo en bibliotecas. Mi esposo y yo hicimos muchas excursiones de campo para aprender directamente diversos aspectos de la vida junto a la naturaleza. En cuanto a la experiencia directa, hay que agradecer especialmente a Frank Heyl, experto de la supervivencia en el Ático del Museo de Ciencia e Industria de Oregón, quien me enseñó a hacerme la cama en una choza de nieve y ¡se aseguró de que me acostara en ella! Sobreviví a aquella fría noche de enero sobre las faldas del Monte Hood, y aprendí muchísimo más acerca de la supervivencia con el señor Heyl, junto a quien declaro estar dispuesta a pasar la próxima Era Glacial.

Estoy en deuda con Andy Van’t Hul por haber compartido conmigo conocimientos especiales en cuanto a vivir en el entorno natural. Me mostró cómo encender un fuego sin fósforos, hacer hachas de piedra, lograr el torcido de cuerdas y el trenzado de canastas, fibras y cueros, y cómo tallar mi propia hacha de piedra que corte el cuero como si fuera mantequilla.

Una gratitud inmensa siento por Jean Naggar, una agente literaria tan buena que convirtió mis fantasías increíbles en realidad, y las mejoré. Y por Carole Baron, mi aguda, sensible y astuta editora, que creyó en la realidad, se apoderó de mi mejor esfuerzo y lo perfeccionó.

Finalmente, hay dos individuos que no tienen la menor idea de que me estaban ayudando y, sin embargo, su ayuda fue inestimable. He llegado a conocer a uno de ellos, pero la primera vez que oí hablar al escritor y maestro Don James, acerca de cómo se escribe una novela él no sabia que se estaba dirigiendo a mí directamente; creía estar hablando a todo un grupo. Las palabras que decía eran precisamente las que yo necesitaba oír. Don James no lo sabia, pero tal vez nunca se habría terminado este libro de no ser por él.

El otro es un hombre al que lo conozco por su libro: Ralph S. Solecki, autor de Shanidar. La historia de sus excavaciones en la descubrimiento de varios esqueletos del hombre de Neandertal, me conmovió profundamente, Me dio una perspectiva del hombre prehistórico de las cavernas que de otra manera tal vez nunca hubiera tenido, así como una mejor comprensión del significado de “humanidad”. Pero aquí hago algo más que agradecer profesor Solecki: debo pedirle perdón por un ejemplo de licencia literaria que he tomado con los hechos en beneficio de mi historia en la vida real, fue una Neandertal quien puso flores sobre la tumba.