Capítulo 23
Cuando llegaron los dos últimos clanes, Ayla pasó por el mismo penoso examen, en menor escala, que a su llegada. La mujer alta y rubia era algo extraña entre los casi doscientos cincuenta miembros del Clan que se habían reunido allí. Llamaba la atención por donde pasara, y todas sus acciones eran observadas con atención. Por anormal que pareciera, nadie podía descubrir en su comportamiento la menor desviación; Ayla mostraba un cuidado extremo en que nadie lo descubriera.
No revelaba ni una de las características peculiares que de vez en cuando todavía se le escapaban en la atmósfera menos tensa de su propia cueva. Ni reía ni sonreía siquiera; no había lágrimas en sus ojos; no daba largos trancos ni movía los brazos de modo que se pudieran reconocer sus tendencias poco femeninas. Era un parangón de virtud según los cánones del Clan, una joven matrona ejemplar... y eso no chocaba a nadie. Nadie, fuera de su Clan, había conocido a mujer alguna que obrara de otra manera. Pero ese proceder hizo que su conducta fuera aceptable y, como lo había vaticinado Uba, todos se fueron acostumbrando a ella. Había demasiadas actividades en una reunión de los clanes, para que la novedad que representaba una mujer extraña retuviera por mucho tiempo su atención.
No en fácil retener a un conjunto tan numeroso dentro de los estrechos limites del entorno de la cueva durante un prolongado período. Hacía falta cooperación, coordinación y una dosis masiva de cortesía. Los jefes de los diez clanes estaban mucho más ocupados que nunca, cuando sólo tenían que preocuparse por sus miembros; el número de personas reunidas multiplicaba los problemas.
Alimentar a la horda representaba la organización de partidas de caza. Aun cuando las normas y rangos establecidos dentro de un solo clan facilitaban la disposición de los cazadores, tan pronto como cazaban juntos dos o más clanes, surgían problemas. La posición del clan determinaba quién sería el jefe del grupo combinado, pero ¿cuál de los hombres que ocupaban el tercer lugar era el más potente? Al principio probaron distintos arreglos, ordenando las posiciones con cierta diversidad para que nadie se ofendiera. Una vez iniciadas las competiciones resultaría más fácil, pero ninguna partida de caza se ponía en marcha antes de haber decidido cuál sería la posición de cada uno de los hombres.
Las expediciones de las mujeres para recolectar plantas también tenían sus problemas. Aquí, el caso era que demasiadas mujeres trataban de escoger los vegetales de mejor calidad. Un área podía verse agotada rápidamente sin que nadie hubiera obtenido todo lo necesario. Los alimentos conservados que habían llevado consigo completaban la dieta de cada clan, pero los alimentos frescos siempre resultaban más deseables. El clan anfitrión solía recolectar muy lejos de su cueva, antes de una reunión, pero inclusive esa cortesía resultaba insuficiente para satisfacer las necesidades de todos. Aun cuando su tiempo no estuviera limitado por un largo viaje para el almacenamiento de alimentos en previsión al invierno, el clan que recibía tenía que conservar algo más de lo acostumbrado. Para cuando hubiera terminado la reunión, las plantas comestibles de los alrededores habrían desaparecido.
El abastecimiento de agua procedente del río alimentado por un glaciar que corría cerca, en adecuado, pero la leña escaseaba. Se cocinaba fuera de la cueva a menos que lloviera, y los clanes preparaban sus comidas, colectiva, no individualmente, en hogares separados. Ayla así, la mayor parte de la leña seca caía y muchos árboles vivos, que tardarían varias estaciones en reponerse, se habían agotado.
El entorno de la cueva, después de la Reunión del Clan, nunca volvería a ser el de antes.
El abastecimiento no era el único problema; los desechos eran una cuestión igualmente importante. Los desechos humanos y demás basura tenían que ser eliminados. Y había que tener espacio, no sólo espacio para vivir dentro de la cueva, sino espacio para cocinar, espacio para reunirse, espacio para las competiciones y las danzas y los banquetes, y espacio para circular. Organizar las actividades no era un trabajo insignificante de por sí. Todo ello implicaba discusiones y compromisos interminables dentro de una atmósfera cargada de una competición intensa. La costumbre y la tradición desempeñaban un gran papel para suavizar muchos tropiezos, pero en esta área precisamente era donde el talento administrativo de Brun se destacaba mejor.
Creb no era el único que se deleitaba con la Reunión del Clan porque le permitía reunirse con sus pares. Brun disfrutaba del reto que representaba rivalizar con hombres cuya autoridad era igual a la suya. Esta era su contienda: competir para lograr dominar a los demás jefes. La interpretación de los procedimientos antiguos exigía a veces que se hilan muy delgado, además de la capacidad para tomar una decisión y la fuerza de carácter para atenerse a ésta, aun sabiendo muy bien cuándo convenía ceder. Por algo era Brun el primer jefe. Sabía cuándo tenía que mostrarse enérgico, cuándo conciliador, cuándo solicitar el consenso y cuándo defender solo su posición.
Siempre que se reunían los clanes, solía surgir un hombre fuerte que pudiera fundir a los jefes autoritarios en una entidad coherente que funcionan al menos mientras durara la reunión. Ese hombre era Brun. Lo había sido desde que se convirtió en jefe de su propio Clan.
De haber perdido prestigio, por el mero hecho de dudar de si mismo habría perdido esa ventaja. Sin la base que representaba la seguridad de su propio juicio, su desconfianza habría arrojado la sombra de la duda sobre sus decisiones. No podría enfrentarse a una Reunión ni a los demás jefes en tales circunstancias. Pero precisamente ese telón de fondo hecho de fuerza y compromiso, dentro de la estructura inflexible de la tradición del Clan, era lo que le había 0 hacer las concesiones en el caso de Ayla. Y una vez pasada la amenaza contra él, comenzó a considerarla de manera distinta.
Ayla había tratado de forzar una decisión, pero fue dentro de la estructura de las costumbres del Clan, tal como ella las interpretaba, y no era por causa frívola. Ciertamente era una mujer, y como tal debía comprender cuál era su lugar, pero había recobrado el sentido viendo a tiempo lo equivocada que estaba. Cuando le mostró la ubicación de su cuevita, se sintió pasmado ante la idea de que pudiera haber llegado hasta allá en un estado de debilidad tan grande. Se preguntó si un hombre lo hubiera logrado, y eso que la virilidad se medía de acuerdo con la resistencia estoica. Brun admiraba el valor, la determinación y la resistencia; mostraban fuerza de carácter. A pesar del hecho de que Ayla era una mujer, Brun admiraba su valor.
—Si estuviera Zoug aquí, habríamos ganado la competición de tiro con honda —señaló Crug—. Nadie podría haberlo derrotado.
—Sólo Ayla —comenté Goov con gestos discretos--. Lástima que no pudiera competir.
—No necesitamos de una mujer para ganar —accioné Broud—. El concurso de tiro con honda no cuenta tanto, al fin y al cabo. Brun ganará con el lanzamiento de boleadoras, como siempre. Y todavía queda la carrera con lanzamiento de venablo.
—Pero Voord ha ganado la carrera a pie; también tiene una buena oportunidad de ganar corriendo y lanzando —dijo Droog—, y Gorn se porté muy bien con el garrote.
—Espera hasta que les mostremos nuestra cacería del mamut. Nuestro Clan está destinado a ganar —replicó Broud. La dramatización de cacerías formaba parte de muchas ceremonias; en ocasiones, se producían espontánea mente después de una cacería especialmente excitante. A Broud le encantaba representarla. Sabía que era excelente cuando se trataba de evocar la sensación de excitación y drama de la cacería, y se deleitaba siendo el centro de la atención.
Pero la escenificación de la cacería cumplía un fin mucho más importan te que una mera jactancia. Con la pantomima expresiva y unos cuantos elementos de utilería, demostraban técnicas y tácticas de caza ante los jóvenes o los demás clanes. Era una manera de desarrollar y compartir la experiencia. Si les hubieran preguntado, todos habrían convenido en que el premio otorgado al clan que se portan mejor en la complicada competencia era la posición: el hecho de ser reconocido el mejor entre sus pares. Pero había otro premio que también era otorgado aun cuando no reconocido: las competiciones agudizaban las pericias necesarias para sobrevivir.
—Ganaremos si tú diriges la danza de la cacería, Broud dijo Vorn. El muchacho, de diez años de edad, que veía acercarse el momento de su virilidad, seguía idolatrando al futuro jefe. Broud se aseguraba su adoración permitiendo que tomara parte en las discusiones de los hombres siempre que era posible.
—Lástima que tu carrera no cuente, Vorn. Estuve mirando ni siquiera te seguían de cerca; ibas muy por delante. Pero es buena práctica para la próxima vez —dijo Broud, y Vorn resplandeció con el halago.
—Pero tenemos una buena oportunidad aún —señaló Droog—. Aunque podría fallar. Gorn es fuerte, ha peleado muy bien contra ti en el encuentro de lucha, Broud. No me sentí muy seguro de que pudieras vencerlo. El segundo de Norg debe de estar orgulloso del hijo de su compañera; ha crecido desde la última Reunión. Creo que es el hombre más grandote que hay aquí.
—Tiene la fuerza, es cierto —dijo Goov—. Se vio cuando ganó con el garrote, pero Broud es más rápido y casi igual de fuerte. Gorn llegó segundo pero muy cerca.
—Y Nouz lanza bien con honda. Creo que habrá visto a Zoug la última vez y decidió trabajar en ello; no quiso que un viejo volviera a derrotarlo
Crug—. Si ha practicado tanto con las boleadoras, puede ser un fuerte rival para Brun. Voord corre muy aprisa, pero creía que le darías alcance, Broud, También fue muy reñida la carrera; sólo estabas un paso detrás de él.
—Droog hace las mejores herramientas —señaló Grod—. Pocas veces comentaba algo voluntariamente, era muy lacónico.
—Seleccionar las mejores y traerlas aquí es una cosa, Grood, pero hace falta suerte para hacerlas bien cuando todos están mirándolo a uno. Ese joven del clan de Norg tiene pericia —replicó Droog.
—Es un concurso en que tú tienes la ventaja precisamente porque él es más joven, Droog. Estará más nervioso, y tú tienes más experiencia en cuanto a competir. Podrás concentrarte mejor —fueron las alentadoras palabras de Goov.
—Pero aun así, hace falta suerte.
—Para todo hace falta suerte —dijo Crug—. Sigo creyendo que el viejo Dorv cuenta una historia mejor que nadie.
—Porque estás acostumbrado a él, Crug —indicó Goov—. Es una competición muy difícil de juzgar. Inclusive algunas de las mujeres cuentan bien las historias.
—Pero no son tan palpitantes como las danzas de caza. Creo que los del clan de Norg estaban hablando de cómo cazaron un rinoceronte, pero se callaron al verme —dijo Crug—Quizá representen esa cacería.
Oga se acercó a los hombres con timidez, y los informó por señas que la cena estaba servida. 1e hicieron seña de que se retirara. Ella esperaba que no tardaran demasiado en decidirse a cenar; cuando más esperaran, más tiempo perderían las mujeres antes de juntarse con las demás que se estaban reuniendo para contar cuentos, y Oga no quería perderse ninguno. Por lo general eran las viejas quienes representaban las leyendas e historias del Clan con pantomimas teatrales A menudo esas historias pretendían edificar a los jóvenes, pero todas eran entre tenidas: historias tristes que partían de] corazón, cuentos felices que proporcionaban inspiración y dicha, y relatos humorísticos que ayudaban a que los momentos de confusión resultaran menos ridículos
Oga regresó al fuego cerca de la cueva.
—Creo que todavía no tienen hambre —dijo.
—Pues parece que han decidido venir —señaló Ovra—. Ojalá no cenen demasiado despacio.
—También Drun viene; sin duda ha concluido la reunión de los jefes pero no sé dónde está Mog-ur agregó Ebra.
Entró más temprano en la cueva de los Mog-urs. Sin duda están en la cámara de los espíritus. Imposible saber cuándo saldrán. ¿Tendremos que esperarlo? —preguntó Iza
—Dejaré algo preparado para él —dijo Ayla—. Siempre se olvida de comer cuando se prepara para alguna ceremonia. Está tan acostumbrado a comer frío que a veces me parece que lo prefiere así. No creo que le importe que no lo esperemos.
—Mira, ya empiezan. Vamos a perdernos los primeros cuentos —indicó Ona decepcionada.
—No queda más remedio, Ona —dijo Aga—. No podemos ir mientras no hayan terminado los hombres.
—No vamos a perdernos muchos, Or —fue el consuelo que Iza le brindó—. Las historias durarán toda la noche. y mañana los hombres mostrarán sus mejores cacerías y podremos presenciarlas. ¿No será excitante?
—Yo prefiero verlas historias de las mujeres —dijo Ona.
—Broud dice que nuestro Clan va a representar la caza del mamut. Cree que es seguro que ganemos; Brun le dará permiso para encabezarla —señaló Oga, con los ojos brillantes de orgullo.
—Será palpitante Ona. Recuerdo cuando Broud se hizo hombre y dirigió la danza de la caza. Todavía no sabia yo hablar, ni comprendía a nadie, pero era palpitante —señaló Ayla.
Una vez servida la cena, las mujeres se quedaron esperando, anhelantes, lanzando miradas ansiosas hacia la congregación de mujeres reunidas en el extremo más alejado de claro.
Ebra, váyanse todas a escuchar sus historias; tenemos que tratar algunas cosas —expresó Brun.
Las mujeres; recogieron a sus bebés y empujaron a los niños hacia el grupo qué estaba sentado en circulo alrededor de una vieja que acababa de comenzar una nueva historia.
“... y la madre del Gran Monte de Hielo.”
—Apúrate —indicó Ayla—. Está contando la leyenda de Durc. No quiero perderme nada: es mi predilecta.
—Todo el mundo la sabe, Ayla —dijo Ebra.
Las mujeres del Clan de Brun hallaron dónde sentarse y muy pronto se sintieron cautivadas por el cuento.
—Lo cuenta algo distinto —dijo Ayla al cabo de un rato.
—La versión de cada clan es algo distinta, y cada cuentista tiene su estilo, pero es la misma historia. Lo que pasa es que estamos acostumbradas a Dorg.
Es hombre y comprende mejor cómo piensan los hombres. Una mujer cuenta más de las madres, no sólo de la madre del Gran Monte de Hielo, sino de lo triste que se sentían las madres de Durc y los otros jóvenes cuando éstos abandonaron el clan —respondió Uka.
Ayla recordó que Uka había perdido a su hijo en el terremoto. La mujer podía comprender la tristeza de una madre al perder a su hijo. La versión modificada daba a Ayla también un nuevo significado. Durante un rato, su frente estuvo arrugada revelando su preocupación. “Mi hijo se llama Durc; espero que no signifique que habré de perderlo algún día, —Ayla abrazó a su bebé— No, no puede ser. Estuve a punto de perderlo una vez, el peligro ha pasado ya ¿no es cierto?”
Una brisa vagabunda agitó unos cuantos mechones sueltos de su cabello refrescando un instante su frente cubierta de sudor, mientras Brun calculaba cuidadosamente la distancia hasta el tocón de un arbolito a la orilla del espacio que se había abierto frente a la cueva. El resto del árbol, despojado de sus ramas, formaba parte de la empalizada que rodeaba al oso cavernario. El Soplo de aire sólo acariciaba; no aliviaba en nada el calor abrasante del sol de la tarde que caía pesadamente sobre el campo polvoriento. Pero el céfiro etéreo tenía más movimiento que la multitud que formando círculo observaba bajo una tremenda tensión.
Brun estaba igualmente inmóvil, en pie, con los pies separados, el brazo derecho colgando y sosteniendo con la mano el mango de sus boleadoras. Las tres pesadas bolas de piedra, envueltas en cuero moldeado, y sujetas a correas trenzadas de longitud desigual, estaban en el suelo. Brun deseaba ganar ese con curso, no sólo por el placer de competir —aunque eso también tenía su importancia— sino porque necesitaba mostrar a los demás jefes que no había perdido sus facultades competitivas.
Llevar a Ayla a la Reunión del Clan le había salido caro; comprendía ahora que él y su Clan se habían acostumbrado demasiado a ella. Era una anomalía demasiado grande para que los demás la aceptaran en tan corto tiempo. Inclusive Mog-ur estaba luchando por conservar su lugar, y no había conseguido convencer a los demás Mog-urs de que era una curandera de la estirpe de Iza. Estaban dispuestos a prescindir de la bebida especial sagrada de las raíces antes que permitir que ella la elaborara. La pérdida de la posición de Iza era un respaldo más que se derrumbaba bajo la posición bamboleante de Brun.
Si su Clan no quedaba primero en las competiciones, estaba seguro de que perdería importancia, y aunque todavía estaban compitiendo, el resultado distaba mucho de ser satisfactorio. Y aunque ganar en la competición no garantizaría que su clan ocupara el primer lugar, por lo menos le daría una ventaja igual; había demasiadas variables. El clan que recibía a los demás siempre tenía ventaja, y el clan de Norg era precisamente el que le estaba brindando más oposición. Si éstos quedaran segundos con poca diferencia podría obtener Norg suficiente apoyo para lograr el primer lugar. Norg lo sabía, y por eso era su rival más implacable. Brun estaba defendiendo su posición merced a su fuerza de voluntad.
Brun entrecerró los ojos mirando el tocón. El movimiento, apenas perceptible, fue suficiente para que la mitad de los espectadores contuvieran la respiración. Al instante siguiente, la figura inmóvil se convirtió en un movimiento fulminante, y las tres bolas de piedra, girando alrededor de su centro, volaron hacia el tronco. Brun supo, en el momento en que las boleadoras abandonaron su mano, que había errado el tiro; las piedras dieron en el blanco y después rebotaron, sin lograr envolverlo. Brun avanzó para recoger su arma mientras Nouz ocupaba su lugar. Si Nouz fallaba por completo, Brun ganaría. Si golpeara tocón, ambos tendrían derecho a probar de nuevo. Pero si Nouz envolvía el tocón con sus boleadoras, habría ganado el partido.
Brun se quedó a un lado con el rostro impasible, conteniendo el ansia de agarrar su amuleto, y limitándose a enviar una súplica mental a su tótem. Nouz no puso tantos reparos: tensó la bolsita de cuero que llevaba colgada al cuello, cerró los ojos y miró el tocón. Con un impulso súbito de movimiento rápido, dejó volar sus boleadoras. Sólo largos años de control de sus emociones permitieron que Brun disimulara su frustración al ver que las correas se enredaban alrededor del tocón y se quedaban allí; Nouz había ganado, y Brun sintió que su posición se le escapaba más aún.
Brun se quedó en su sitio mientras llevaban tres pieles curtidas al campo.
Una fue atada al tocón podrido de un viejo tronco, enorme, cuya cima desigual era un poco más alta que los hombres. Otra fue tendida sobre un tronco caído cierto de musgo, de respetables proporciones junto a la orilla del bosque, y sujeta con piedras al suelo, La tercera se extendió sobre el suelo y también se fijó con piedras. Las tres formaban un triángulo de lados más o menos iguales. Cada no de los clanes escogió a un hombre para competir en este concurso, y los elegidos se pusieron en fila, por orden de importancia del clan, junto a la piel tendida sobre el suelo. Otros hombres, portadores de agudas lanzas hechas casi todas con madera de tejo, algunas también con madera de abedul, álamo y sauce, se dirigieron a los otros blancos.
Los jóvenes de los clanes de menor categoría formaron la primera pareja. Cada uno de ellos, lanza en mano, esperaba tensamente, uno junto al otro, con los ojos pegados a Norg. Tan pronto como éste dio la señal, ambos se abalanzaron hacia el tronco erguido y arrojaron sus lanzas contra él a través del cuero, apuntando al lugar donde habría estado el corazón del animal si la piel lo cubriera aún, y después agarraron otra lanza que sus compañeros les tendían, esperando junto al blanco, corrieron hacia el tronco caído y le asestaron la segunda lanza. Para cuando se apoderaron de la tercera lanza, uno de los hombres llevaba claramente la ventaja. Corrió hacia la piel del suelo, sumió la lanza lo más profundamente y lo más cerca del centro que pudo, y alzó los brazos con gesto de triunfo.
Después del primer ardor, quedaron cinco hombres. Tres de ellos se alinearon para la segunda carrera, esta vez de los clanes de más alta categoría. El que quedaba último obtenía otra posibilidad contra los dos restantes. Finalmente, los dos hombres que quedaran segundos se juntaban, dejando a tres seleccionados para la carrera final: los dos ganadores del primer lugar y el ganador de la cunera anterior Los finalistas fueron Broud, Voord y el representante del clan de Norg, Gorn.
De los tres, Gorn era el que había participado en cuatro carreras para llegar a las finales, mientras que los otros dos estaban bastante descansados después de dos carreras. Gorn había ganado la primera por parejas, pero llegó tercero cuando corrieron los tres clanes de primen categoría. Volvió a correr con los dos últimos hombres y quedó segundo, después formó pareja con el hombre que había llegado segundo en la carrera cuando él fue tercero, y esta vez lo derrotó. Gorn había quedado finalista por agallas y aguante, y se había hecho acreedor a la admiración de todos.
Cuando los tres hombres estuvieron en línea para la última carrera, Brun avanzó hacia el campo.
—Norg —dijo—, creo que sería más equitativa la última carrera si a pospusiéramos para darle a Gorn la posibilidad de descansar. Creo que el hijo de compañera de tu segundo al mando se lo merece.
Hubo un asentimiento general, y la posición de Brun subió un poco aunque Broud puso mala cara. La sugerencia ponía a su Clan en una posición me ventajosa: se perdía la ventaja que pudiera haber tenido Broud al correr contra un hombre cansado, pero demostraba la rectitud de Brun, y Norg no podía negarse. Brun había ponderado rápidamente las alternativas: si perdía Broud, su Clan también podría perder su posición, pero si Broud ganaba, la equidad evidente de Brun incrementaría su prestigio, y daría la impresión de una confianza que estaba lejos de experimentar. Sería un triunfo limpio —no podrían pensar que Gorn habría ganado de haber estado menos cansado— si ganaba Broud y era más justo.
Ya era tarde cuando todos se reunieron de nuevo alrededor del campo. Las tensiones dominadas habían vuelto, más fuertes. Los tres jóvenes, descansados, brincaban calentando los músculos y blandiendo las lanzas para encontrar el equilibrio deseado. Goov se acercó al tronco con dos hombres de los otros clanes, y Crub se fue al tronco tendido con otros dos. Broud, Gorn y Voord se alinearon, los tres de frente, fijaron la mirada en Norg y esperaron su señal. El jefe del clan anfitrión alzó el brazo, lo dejó caer bruscamente y los hombres partieron.
Voord saltó el primero con Broud sobre sus talones y Gorn corriendo es forzadamente atrás. Voord estaba agarrando ya su segunda lanza cuando Droud lanzó la suya al tronco podrido. Gorn incrementó su velocidad, lo cual incitó a Broud a correr adelante mientras se dirigían al tronco tendido, pero Voord seguía a la cabeza. Sumió su lanza en el tronco cubierto de cuero justo antes mientras Broud alzaba su lanza, pero dio en un nudo oculto y la lanza cayó al suelo. Para cuando la recogió y volvió a lanzarla, tanto Broud como Gorn lo habían dejado atrás. Agarró su tercera lanza y los siguió, pero Voord había perdido la carrera.
Broud y Gorn se dirigían a todo correr hacia el último blanco, con las piernas golpeando rítmica y fuertemente el suelo, el corazón palpitando con fuerza. Gorn empezó a adelantarse a Broud, pero al ver que el gigante de anchos hombros iba a hacerle morder el polvo, Broud se enfureció: creyó que sus pulmones iban a estallar al lanzarse hacia adelante, forzando cada uno de los músculos y tendones. Gorn llegó a la piel tendida en el suelo unos instantes antes que Broud. pero mientras alzaba el brazo, Broud se abalanzó y plantó la lanza en el suelo a través del rudo cuero y corriendo por encima. La lanza de Gorn se enterró una fracción de segundo después, pero ya era demasiado tarde.
Al dejar Broud de correr, los cazadores del Clan de Brun lo rodearon; Brun los miraba con los ojos brillantes de orgullo. Su corazón latía casi tan aprisa como el de Broud; había sufrido una agonía a cada paso del camino recorrido por el hijo de su compañera. Durante unos cuantos momentos de tensión, Brun creyó que perdería pero se la había jugado y había ganado. Era una carrera decisiva, pero al ganarla, tenía una mayor probabilidad. “Debo de estar envejeciendo —se dijo—. He perdido el partido de boleadoras, pero Broud no, Broud ha ganado. Tal vez sea hora de entregarle el Clan. Podría hacerlo jefe y anunciarlo aquí mismo. Lucharé por el primer puesto y dejaré que vuelva a casa con el honor. Después de esta carrera. se lo merece.
“¡Lo haré! ¡Se lo voy a decir ahora mismo!”
Brun esperó hasta que los hombres terminaron de felicitarlo, y se acercó entonces al joven, esperando ver la dicha que revelarían los ojos de Broud al enterarse del gran honor que estaba a punto de recibir. Sería una buena recompensa por la magnífica carrera que había ganado. Era el obsequio más grande que podía hacerle al hijo de su compañera.
¡Brun! —Broud vio al jefe y habló primero—. ¿Por qué tuviste que aplazar esta carrera? Estuve a punto de perderla. Podría haberlo derrotado fácilmente si no le hubieras dado tiempo para descansar. ¿No te importa que tu Clan sea el primero? —señaló con petulancia—. ¿O sabes que estás demasiado viejo para encabezar la siguiente Reunión? Si voy a ser jefe, lo menos que podrías hacer, dejarme empezar como el primero, como empezaste tú.
Brun se quedó de una pieza, asombrado ante el ataque virulento de Broud. Luchó por dominar sus emociones en conflicto. “No entiendes —se decía Brun-—, me pregunto si llegarás a entender algún día. Este Clan es el primero y, si puedo, seguirá siéndolo. Pero, ¿qué pasará cuando tú seas el jefe, Broud? ¿Por cuánto tiempo será este Clan el primero?” El orgullo abandonó sus ojos y un gran pesar se apoderó de él, pero también supo controlarlo. “Quizá sea demasiado joven reflexionó—, quizá sólo necesite un poco más de tiempo, un poco más de experiencia. ¿Se lo he explicado realmente alguna vez?” Brun trataba de olvidar que a él nadie había tenido que explicárselo.
— Broud, si hubiera estado cansado Gorn ¿habría sido tan brillante tu victoria? ¿Y si los demás clanes hubieran dudado de que fueras capaz de derrotado cuando estuviera descansado? Ahora saben de cierto que has ganado, y tú también lo sabes. Te has portado bien, hijo de mi compañera —señaló amablemente Brun—. Has logrado una excelente carrera.
A pesar de su amargura, Broud seguía respetando a aquel hombre más que a ninguno, y no pudo dejar de responder. En aquel momento sintió Broud, como lo había sentido el día de la cacería de su virilidad, que daría cualquier cosa por recibir un halago le Brun.
—No se me había ocurrido, Brun. Tienes razón, así todos saben que gané, saben que soy mejor que Gorn.
—Con esta carrera, y si Droog gana la competición de talla de herramientas, si nuestra cacería del mamut gana esta noche, estamos seguros de ser los Primeros —dijo Crug, lleno de entusiasmo—. Y tú serás uno de los elegidos para la Ceremonia del Oso, Broud.
Otros hombres se agolparon alrededor de Broud para felicitarlo mientras regresaba a la cueva. Brun lo vio alejarse y también vio que Gorn regresaba rodeado por el clan de Norg. Un viejo le dio golpecitos en la espalda como para infundarle ánimos.
“El segundo de Norg tiene razones para enorgullecerse por el hijo de su compañera —pensaba Brun—. Broud puede haber ganado la carrera, pero no estoy seguro de que sea el mejor.” Brun había logrado controlar su pesar, pero no lo había eliminado, y aun cuando luchaba por enterrarlo más profundamente, el dolor no desaparecía. Broud seguía siendo el hijo de su compañera, el preferido de su corazón.
—Los hombres del clan de Norg son cazadores valientes —admitió Droog_ Ha sido un buen plan ese de cavar un hoyo por el camino que sigue el rinoceronte para ir a beber, y cubrirlo con hojarascas para ocultarlo. Tal vez convendrá que lo empleemos alguna vez. Hacia falta mucho valor para llevarlo de vuelta cuando se disparó; el rinoceronte puede ser más feroz que el mamut, Y mucho más caprichoso. Además, los cazadores de Norg lo han relatado bien.
—Pero de todos modos, no ha sido tan buena como nuestra cacería del mamut. Todos lo han reconocido —dijo Crug—. Pero Gorn ha merecido ser uno de los escogidos. Casi todos los torneos han sido entre Broud y Gorn. Durante un buen rato he temido que este año no ganáramos las competiciones. El Clan de Norg es segundo, pero sigue de cerca. ¿Qué te parece el tercero seleccionado Grod?
—Voord se ha portado bien, pero yo habría escogido a Nouz —respondió Grod— Creo que también Brun prefería a Nouz.
—Ha sido una difícil decisión, pero creo que Voord se la merecía —comentó Droog.
—No vamos a ver mucho a Goov hasta después de festival —dijo Crug—.
Ahora que las competiciones han concluido, los acólitos se van a pasar todo el tiempo con los Mog-urs. Espero que las mujeres no crean que porque Broud y Goov no cenen esta noche con nosotros tendrán que preparar menos comida.
Yo voy a comer mucho; no probaremos bocado hasta el festín de mañana.
—Si yo fuera Broud no tendría hambre —dijo Droog—. Es un gran honor ser escogido para la Ceremonia del Oso, pero si alguna vez le ha hecho falta hacer acopio de todo su valor a Broud, será mañana.
Los primeros albores del día encontraron vacía la cueva. Las mujeres estaban ya levantadas trabajando a la luz del fuego, y los demás no podían dormir. Los preparativos preliminares para el festín habían llevado días, pero el trabajo no era nada comparado con lo que tenían por delante. Ya era pleno da mucho antes de que el disco deslumbrante surgiera tras las cimas de los montes, bañando el lugar de la cueva con los rayos ardientes de un sol alto ya.
La excitación se podía palpar, la tensión era insoportable. Una vez terminadas las competiciones, los hombres no tenían nada que hacer hasta las ceremonias, y estaban agitados. Su agitación nerviosa se contagiaba a los muchachos mayores, quienes a su vez excitaban a los demás niños y distraían a las mujeres: los hombres vagando a su alrededor y los niños corriendo por todos lados tropezaban constantemente con ellas.
La turbulencia se calmó un rato cuando las mujeres repartieron pastel de mijo molido, mezclado con aguay asado sobre piedras calientes. El desayuno de galletas blandas se consumió en un silencio solemne; este alimento estaba reservado para esa sola ocasión cada siete años, y salvo los niños de pecho, iba a ser la única comida que ingirieran antes del banquete. Los pastelillos de mijo eran un símbolo y sólo servían para abrir el apetito. A media mañana el hambre, estimulada por deliciosos aromas procedentes de diversos fuegos, intensificó el bullicio, elevando la intensidad de la agitación al nivel de fiebre a medida que se aproximaba la hora de a Ceremonia del Oso.
Creb no había comunicado a Uba ni Ayla que se preparaban para el rito que habría de celebrase más tarde, y ambas estaban seguras de que los Mog-urs no habían considerado aceptable a ninguna de las dos. No eran las únicas que habrían deseado que Iza se hubiera sentido suficientemente bien para hacer el viaje. Creb había hecho uso de todo su poder de persuasión para convencer a los demás magos de que permitieran preparar la bebida a una de las dos, pero por mucho que anhelaran celebrar el rito y la experiencia poco frecuente de la bebida hecha con raíces, Ayla era demasiado extraña y Uba demasiado joven. Los Mog-urs se habían negado a aceptar a Ayla como mujer del Clan, y menos aún como curandera de la estirpe de Iza. La celebración de Ursus afectaba a algo más que los clanes asistentes; las consecuencias, buenas o malas, de cualesquiera los que se celebraran en una Reunión del Clan, recaían sobre el Clan entero. Los Mog-urs no querían arriesgarse a la posibilidad de invocar una mala suerte que causara desdicha a todos los miembros del Clan en todas partes. Había demasiado en juego.
Eliminar ese rito tradicional de la ceremonia contribuía a devaluar a Brun y su Clan. A pesar de todos los esfuerzos de sus hombres en las competiciones, el hecho de que Brun hubiera aceptado a Ayla representaba una mayor amenaza para la posición del Clan que cualquier otra cosa que hubiera ocurrido anteriormente. Estaba muy en contra de los convencionalismos. Sólo la posición inflexible de Brun frente a la oposición creciente mantenía la cuestión sin zanjar, y no estaba seguro de que al final habría de salir triunfante.
Poco después de que fueron servidos los pastelillos de mijo, los jefes se situaron cerca de la entrada de la cueva. Esperaron en silencio que los clanes reunidos les dedicaran su atención. El silencio se extendió como los rizos que una piedra provoca al caer en una poza, tan pronto como se reconoció la presencia de los jefes, Los hombres ocuparon prontamente los lugares que definían su clan y su situación en él. Las mujeres abandonaron su trabajo, hicieron señas a los niños de que se portaran bien y siguieron el movimiento. La Ceremonia del Oso estaba a punto de iniciarse.
El primer redoble del palo duro y liso sobre el tambor de madera ahuecada en forma de tazón, resonó como un súbito trueno en el silencio de expectativa que reinaba, El ritmo lento y majestuoso fue seguido por el golpeteo de lanzas de madera contra el suelo, lo cual agregaba una profundidad de sordina. Un ritmo de palos que redoblaban en contrapunto golpeando un tubo largo y hueco de madera, se entrelazaba alrededor del redoble majestuoso y fuerte, como un tema sonoro aparentemente independiente del primero; y sin embargo, los ritmos entrecortados que tocaban según distintos compases tenían un redoble destacado que coincidía con cada quinto golpe del ritmo básico, como por casualidad. Se combinaban todos para producir una sensación creciente de expectativa, casi de ansiedad, hasta que tocaban al mismo tiempo. Cada alivio iniciaba Otro aumento de la tensión, en una ola hipnótica tras otra de sonido y sensación.
Todo sonido se interrumpió de repente sobre un redoble final, satisfactorio. Como si hubieran surgido de la nada, los Mog-urs revestidos de piel de oso cavernario se encontraban —una hilera de nueve— frente a la jaula del oso cavernario con Mog-ur solo delante de todos. La sensación del ritmo repercutía aún en la cabeza de los presentes en un silencio opresivo. El Mog-ur sostenía un óvalo plano y largo de madera con un extremo sujeto por una cuerda. Mientras lo hacia girar, un zumbido apenas audible aumentó hasta convertirse en un mugido alto que llenó el silencio. La resonancia profunda y obsesionante del mugido ponía la carne de gallina, tanto por su significado como por la sonoridad de timbre; era la voz del Espíritu del Oso Cavernario, advirtiendo a los demás espíritus que se apartaran de aquélla ceremonia dedicada únicamente a Ursus. Ningún espíritu totémico acudiría en su ayuda; se habían puesto totalmente bajo la protección del Gran Espíritu del Clan.
Un gorgorito agudo penetró en el bajo profundo; su tenue ulular dio escalofríos al espinazo de los más audaces mientras el mugido se iba apagando en un trino fantasmagórico, sobrenatural, como un espíritu incorpóreo, perforaba el brillante aire matutino. Ayla, de pie en la primera fila, podía ver que el sonido procedía de algo que sostenía en la boca uno de los Mog-urs.
La flauta, hecha del hueso hueco de la pata de un ave grande, no tenía orificios para los dedos. Su tono era controlado mediante un gesto, tapando y destapando el extremo abierto. En manos de un músico hábil, se podía sacar toda una escala de cinco notas de aquel instrumento sencillo. Para la joven, como para los demás, era magia lo que creaba la música extraña; no parecía un sonido es cuchado en la tierra. Había venido del mundo de los espíritus al llamado del hombre santo y para esta ceremonia única. Así como el instrumento anterior simbolizaba, imitándolo, el bramido del oso cavernario en forma física, la flauta era el sonido de la voz espiritual de Ursus.
Inclusive el mago que tocaba el instrumento experimentaba la santidad del sonido que brotaba del primitivo caramillo, aunque él mismo lo producía. Hacer y tocar la flauta mágica era el secreto esotérico de los magos de su clan, un secreto que por lo general les valía el primer lugar a esos magos. Sólo la capacidad única, exclusiva de Creb, había desplazado al Mog-ur que tocaba la flauta, poniéndolo en segundo lugar, pero era un segundo poderoso. Y él era quien más se oponía a que Ayla fuera aceptada.
El enorme oso cavernario iba y venía en su jaula. No le habían dado de comer, y no estaba acostumbrado a prescindir de la comida; en toda su vida, nunca había pasado hambre. También le habían quitado el agua y tenía sed. La multitud, exudando excitación y tensión, los sonidos insólitos de tambores de madera, flauta y mugidor, todo ello se combinaba para excitar al animal.
Al ver que Mog-ur se acercaba cojeando a su jaula, elevó su enorme volumen sobre sus patas traseras y rugió su queja. Creb se sobresaltó pero disimulo el susto con un paso oblicuo aparentemente normal. Su rostro cubierto como el de los demás magos con una pasta de dióxido de manganeso, no mostraba la menor señal de lo rápidamente que palpitaba su corazón, cuando inclino la cabeza hacia atrás para mirar al infeliz gigante. Llevaba en sus manos un tazón pequeño lleno de agua, cuya forma y color grisáceo evidenciaban que habla sido una calavera humana. Puso el recipiente macabro con agua en la jaula y dio un paso atrás mientras el peludo úrsido se dejaba caer sobre sus dos manos para beber.
Mientras el animal lamía el líquido, veintiún jóvenes cazadores rodearon su jaula llevando cada uno una lanza nueva. Los jefes de los siete clanes que no habían tenido la suerte de que uno de sus hombres fuera seleccionado para los honores especiales, habían escogido a tres de sus mejores cazadores para la ceremonia. Entonces Broud, Gorn y Voord salieron corriendo de la cueva y se alinearon delante de la puerta de la jaula, firmemente sujeta con correas. Estaban desnudos, excepto de las caderas para abajo, que llevaban cubiertas con un taparrabos, y sus cuerpos ostentaban marcas rojas y negras.
La pequeña cantidad de agua no había aplacado la sed del gran oso, pero los hombres que estaban cerca de su jaula le daban esperanzas de que fueran a darle más. Se sentó y pidió en un gesto que pocas veces había sido desatendido en el pasado. Cuando vio que sus esfuerzos no servían de nada, avanzó lentamente entre los fuertes barrotes.
La música de la flauta terminó en una nota que molestaba, incrementando la espera en el silencio ansioso. Creb recuperó la calavera y cojeó para volver a su lugar al frente de los magos alineados a través de la entrada a la cueva. A una señal invisible, los Mog-urs comenzaron los movimientos del lenguaje formal, a coro.
—Acepta tu agua como prueba de nuestro agradecimiento. Oh, Poderoso protector. Tu Clan no ha olvidado las lecciones aprendidas de ti. La cueva es nuestro hogar y nos protege de la nieve y el frío del invierno. También nosotros, reposamos tranquilamente, alimentados por los nutrientes del verano y calentados por las pieles. Has sido uno de nosotros, has vivido con nosotros y sabes que seguimos tus preceptos.
Con los rostros ennegrecidos, vestidos con capas idénticas de peluda piel de oso, los magos parecían una compañía de danza bien ensayada, moviéndose como uno solo con gestos majestuosos y fluidos. Los símbolos elocuentes que con una mano trazaba Mog-ur, y que se unían a los de los otros magos aunque modificándolos, realzaban los movimientos elegantes y añadían énfasis.
—Te veneramos a ti, el primero entre todos los Espíritus. Te rogamos que hables en nuestro favor en el mundo de los Espíritus, que cuentes la valentía de nuestros hombres, la obediencia de nuestras mujeres, que hagas sitio para nosotros cuando retomemos al otro mundo. Imploramos tu protección contra los malignos. Somos tu Pueblo, Gran Ursus, somos el Clan del Oso Cavernario. Ve con honor, tú, el más Grande de todos los Espíritus.
Cuando los Mog-urs hicieron los símbolos que representaban los nombres del gran animal en su presencia por vez primera, los veintiún jóvenes alzaron el brazo en que sostenían la lanza y arrojaron ésta entre los robustos árboles de la jaula, perforando el tremendo y peludo cuerpo de la venerada criatura. No todos sacaron sangre, pues la jaula era demasiado grande para que todas las lanzas penetraran profundamente, pero el dolor enfureció al oso cavernario que era ya casi un animal adulto. Su rugido quebrantó el silencio, y la gente se echó hacia atrás, espantada
Al mismo tiempo, Broud, Gorn y Voord comenzaron a cortar las correas que cerraban la puerta de la jaula, subiéndose por los árboles hasta que llegaron a la parte superior de la empalizada. Broud llegó arriba primero, pero Gorn se las arregló para agarrar el fuerte palo corto que se había depositado allí más temprano. El oso cavernario, medio loco de dolor, retrocedió sobre sus patas traseras, emitió un rugido furioso y avanzó hacia los tres jóvenes. Su maciza cabeza abombaba alcanzaba casi los troncos más altos del recinto. Alcanzó la abertura, empujó la puerta y la lanzó al suelo hecha pedazos. ¡La jaula estaba abierta!
¡El oso, iracundo y monstruoso, estaba suelto!
Los cazadores, con sus lanzas, acudieron para formar una falange protectora entre el animal enfurecido y el público angustiado. Las mujeres, dominando el deseo de echar a correr apretaban mas fuerte a sus bebés mientras los niños mayores se aferraban a ellas presas de un terror mudo que les hacia bajar los ojos desorbitadamente Los hombres aferraban sus lanzas preparados para acudir en defensa de las mujeres vulnerables y de los niños aterrorizados. Pero gente del Clan no abandonó su lugar.
Mientras el oso cavernario herido salía despacio del orificio abierto en a empalizada de troncos, Broud, Gorn y Voord, trepados arriba de todo, brincaron sobre el sorprendido úrsido. Broud se puso sobre sus hombros tendió la mano y agarró la piel de su cara de la que tiró hacia atrás. Mientras tanto, Voord había caído sobre sus espaldas; agarró la melena y tiró hacia abajo con todas su fuerzas, poniendo tirante la piel floja que le rodeaba el cuello. Sus esfuerzos combinados obligaron al enorme animal que luchaba a abrir la cavernosa boca, y Gorn a caballo sobre uno de sus hombros, metió muy pronto la parte más ancha del tronco en su boca. El oso mordió en cuanto Broud le soltó, apretando fuerte. menté el tronco entre sus mandíbulas, lo cual le impidió respirar y anuló una de las armas de que disponía el oso cavernario.
Pero la táctica no desarmó del todo al oso, el enfurecido úrsido trató de barrer a las criaturas que se colgaban de él; agudas ganas se clavaron en el muslo del hombre que llevaba sobre el hombro y llevaron al joven cazador que gritaba, entre sus poderosas patas delanteras. El grito de agonía de Gorn fue interrumpido bruscamente cuando el poderoso abrazo del oso le quebró la espina dorsal. Un largo gemido surgió de la boca de una de las mujeres espectadoras cuando el oso cavernario dejó caer el cuerpo sin vida del valeroso joven.
El oso vadeó hacia el escuadrón de hombres que blandían sus lanzas y se acercaban a él. Un gesto de la potente pata delantera del animal abrió una brecha, derribando a tres hombres y agarrando al cuarto con una zarpa que le desgarró los músculos de la pierna hasta el hueso. El hombre se encogió de dolor, demasiado destrozado para gritar. Los demás pasaron alrededor y por encima de él mientras forcejeaban para acercarse lo suficiente y poder acribillar con sus lanzas a la bestia belicosa.
Ayla se abrazó a Durc, petrificada ante la idea de que el oso pudiera llegar hasta ellos. Pero cuando el hombre cayó, con la sangre salpicando el suelo, no pensó: se limitó a actuar. Poniendo el bebé en los brazos de Uba, se abalanzó hacia el combate, Abriéndose paso entre los hombres que luchaban hombro con hombro, medio arrastró medio llevó cargado al hombre herido, apartándolo de los pies que pateaban y pisoteaban. Apretando fuerte el punto de la ingle con una mano metió el extremo de la correa de su manto entre los dientes y arrancó un trozo con la otra.
El torniquete estuvo colocado y estaba restañando la herida con el manto de su bebé antes de que otras dos curanderas la siguieran. Evitando llenas de susto la peligrosa contienda corrieron a ayudarla. Entre las tres llevaron al herido a la cueva, y en sus esfuerzos frenéticos por salvarle la vida, ni siquiera se enteraron de cuándo el enorme oso acabó por sucumbir bajo las lanzas de los cazadores del Clan.
En el momento en que el oso cavernario estuvo derribado, la compañera de Gorn se despego de los brazos de quienes trataban de consolarla y corrió hacia el cuerpo que yacía, tendido en posición antinatural sobre el suelo. Se arrojó sobre él, sumiendo su cabeza en el pecho peludo, después, arrodillada, le rogó con ademanes frenéticos que se pusiera de pie. Su madre y la compañera de Norg trataron de apartarla de allí mientras los Mog-urs se les acercaban. El mago más santo de todos se inclinó sobre ella y le alzó suavemente la cabeza para poder mirarla.
—No sientas tristeza por él —indicó por señas Mog-ur con una tierna mirada de compasión en su ojo moreno y profundo—. Gorn ha obtenido el honor más grande. Ha sido escogido por Ursus para acompañarlo al mundo de los espíritus. Ayudará al Gran Espíritu a interceder en nuestro favor. El Espíritu del Gran Oso sólo escoge al mejor, al más valiente, para hacer el viaje con él. El festín de Ursus será también el de Gorn. Su valor, su voluntad de ganar, serán recodados en la leyenda y relatados en todas las Reuniones del Cian. Así como para Ursus, así retomará el espíritu de Gorn. Te esperará para que ambos puedan regresar juntos y aparearse de nuevo, pero debes ser tan valerosa como él. Deja tu dolor y comparte el gozo de tu compañero en el viaje al otro mundo. Esta noche los Mogúrs le otorgarán un honor especial, para que su valentía compartida por todos, para que se transmita al Clan.
La joven se esforzaba visiblemente para dominar su angustia, para ser todo lo valiente que decía el pavoroso hombre santo que debía ser. No quería deshonrar al espíritu de su compañero. El mago ladeado, desfigurado y tuerto al que todos temían, no te parecía ya tan pavoroso ahora. Con una mirada de agradecimiento, se puso en pie y regresó, muy tiesa, a su lugar. Tenía que ser valiente:
¿Le había dicho Mog-ur que su Gorn la esperaría? ¿Que algún día regresarían juntos y volverían a aparearse? Su mente se asía a esa promesa, y trató de olvidar el vacío desolado del resto de su vida sin él.
Cuando la compañera de Gorn volvió a su lugar, las compañeras de tos jefes y sus segundos comenzaron a desollar hábilmente al oso cavernario. La sangre se recogió en tazones, y después de que los Mog-urs hicieron gestos simbólicos por encima de éstos, los acólitos pasaron entre la multitud sosteniendo los recipientes junto a la boca de cada uno de los miembros de su clan. Hombres, mujeres y niños, todos probaron la sangre caliente, el fluido vital de Ursus. Inclusive las bocas de los bebés fueron abiertas por sus madres, y un dedito de sangre fresca se colocó en su boca. Ayla y las dos curanderas fueron llamadas, y salieron de la cueva para beber su parte; el hombre herido, que había perdido tanta, bebió un trago de sangre del oso. Todos compartieron, comulgando con el gran Oso que los unía en un solo pueblo.
Las mujeres trabajaban mientras el Clan miraba. La gruesa capa subcutánea de grasa, acumulada en el animal de engorde, fue cuidadosamente rascada de la piel. La grasa fundida tenía propiedades mágicas, y sería repartida entre los Mog-urs de los clanes. La cabeza quedó sujeta al pellejo, Y mientras la carne se guardaba en pozos forrados con piedras y calentados por hogueras, donde se asaría durante un día entero, tos acólitos colgaron el enorme pellejo de unos postes delante de la cueva, donde sus ojos ciegos podrían contemplar las festividades El Oso Cavernario sería un huésped de honor en su propio festín. Cuando se armó la piel de oso, los Mog-urs levantaron el cadáver de Gorn y con dignidad solemne se lo llevaron a la profundidad de la cueva. Una vez que desaparecieron, Brun hizo una seña y la multitud se dispersó. El Espíritu de Ursus se había puesto en camino con la ceremonia completa y correcta.