Capítulo 21
Uba llegó corriendo a la cueva gesticulando desatinadamente: — ¡Madre! ¡Madre! ¡Ayla ha vuelto!
El rostro de Iza se quedó sin una gota de sangre.
— ¡No! ¡No puede ser! ¿Tiene el bebé consigo? Uba, ¿fuiste a verla? ¿Le dijiste?
—Sí, madre, la vi. Le dije qué furioso estaba Brun. Le dije que no regresara —dijo la niña con gestos.
Iza corrió a la entrada y vio que Ayla avanzaba lentamente hacia Brun. Se dejó caer como un ovillo a sus pies, inclinada sobre su hijito para protegerle con su cuerpo.
—Ha llegado antes, sin duda calculó mal el tiempo —señaló Brun al mago que salía de la cueva cojeando a toda prisa.
—No ha calculado mal, Brun. Sabe que no es el día, ha regresado ex profeso —señaló Mog-ur.
El jefe miró al viejo, preguntándose cómo podía ser tan positivo. Entonces echó una mirada a la joven y de nuevo hacia Mog-ur, con aprensión.
— ¿Estás seguro de que los encantamientos que preparaste para protegerme servirán? Debería estar aislada, su maldición de hembra no puede haber transcurrido ya, siempre es mucho más prolongada después de haber dado a luz.
—Los encantamientos son fuertes, Brun, hechos con los huesos de Ursus. Estás protegido. Puedes “verla” —indicó en respuesta el mago.
Brun se volvió y miró a la joven m hecha un ovillo alrededor de su hijo temblando convulsivamente de miedo. “Debería maldecirla ahora mismo —pensó furiosamente—. Pero no es el día de nombrar al niño. Si Mog-ur tiene razón ¿por qué ha regresado antes? ¿Y con el niño? Sin duda está con vida, pues de lo contrario no lo traería. Su desobediencia es imperdonable, pero, ¿por que ha regresado antes?”. Su curiosidad era demasiado grande, tocó el hombro de la joven.
—Esta mujer indigna ha sido desobediente —comenzó a expresar Ayla mediante los movimientos silenciosos y formales, sin mirarlo directamente y sin saber siquiera si respondería. Sabía que no debía intentar hablarle a un hombre, debería estar aislada, pero él le había dado un golpecito en el hombro—. Esta mujer querría hablarle al jefe, si se le permite.
—No mereces hablar, mujer, pero Mog-ur ha invocado protección en tu caso. Si yo quiero que hables, los espíritus lo permitirán. Tienes razón, has sido muy desobediente. ¿Qué puedes alegar en tu favor?
—Esta mujer está agradecida. Esta mujer conoce las costumbres del Clan, debería haberse deshecho del niño como le dijo la curandera; en cambio, huyó. Iba a regresar el día de ponerle nombre a su hijo para que el jefe tuviera que aceptarlo en el Clan.
—Has vuelto demasiado pronto —señaló Brun, triunfante—. No es todavía el día de nombrarlo. Puedo mandar la curandera que te lo quite.
La tensión que había crispado las espaldas de Brun desde que se fue Ayla se aflojó mientras hacia los ademanes; y entonces lo comprendió plenamente; sólo si el niño viviera siete días la tradición lo obligaría a aceptarlo. El tiempo no había transcurrido aún, de modo que no tenía que aceptarlo; no se había desprestigiado, estaba nuevamente al mando.
Los brazos de Ayla aferraron involuntariamente al niño que tenía pegado al pecho bajo el manto. Entonces, la joven madre prosiguió;
—Esta mujer sabe que no es todavía el día de nombrarlo. Esta mujer comprendió que había hecho mal al intentar obligar al jefe a aceptar a su hijo. No le corresponde a una mujer decidir si su hijo debe vivir o morir; sólo el jefe puede tomar esa decisión. Por eso ha regresado esta mujer.
Brun miró el rostro serio de Ayla; por lo menos había recobrado el sentido a tiempo, pensó.
—Puesto que conocías las costumbres del Clan, ¿por qué has regresado con un niño deforme? Iza dijo que fuiste incapaz de llevar a cabo tu deber de madre. ¿Estás dispuesta a hacerlo ahora? ¿Quieres que la curandera lo haga en tu lugar?
Ayla vaciló, cubriendo a su hijito con su propio cuerpo.
—Esta mujer lo entregará si el jefe lo ordena. ---Hacía las señas lentas, dolorosamente, forzándose, sintiéndose como si le revolvieran un puñal en el corazón—. Pero esta mujer ha prometido a su hijo que no lo dejará ir solo al mundo de los espíritus. Si el jefe decide que el bebé no puede vivir, esta mujer te ruega que la maldigas. —Y dejó de expresarse en lenguaje formal para rogar—: Te lo suplico, Brun, te suplico que dejes vivir a mi hijo. Si ha de morir, no quiero seguir viviendo.
La ferviente súplica de Ayla sorprendió al jefe. Bien sabía que algunas mujeres deseaban conservar a sus bebés a pesar de deformidades y desfiguraciones, pero casi todas se sentían aliviadas al deshacerse de ellos cuanto antes y lo más discretamente posible. Un niño deforme estigmatizaba a la madre. Anunciaba cierta falta de educación, la incapacidad de producir un bebé perfecto. La hacia menos deseable aun cuando la deformidad no fuera suficiente para representar un impedimento grave, había que tomar en cuenta la posición y los compañeros posibles. Los últimos años de su madre podrían resultar difíciles si sus hijos o los compañeros de sus hijas no pudieran atenderla. Aun cuando nunca moriría de hambre, su vida podría ser muy desdichada. La solicitud de Ayla no tenía precedente. El amor maternal era fuerte, pero, ¿lo suficiente como para seguir al hijo al otro mundo?
— ¿Quieres morir con un niño deforme? ¿Por qué? —preguntó Brun.
—Mi hijo no es deforme —señaló Ayla con apenas un rastro de desafío—. Es diferente, nada más. Yo soy diferente. No me parezco a la gente del Clan; lo mismo mi hijo. Cualquier bebé que yo tenga será igual que el, si mi tótem vuelve a ser derrotado. Nunca tendré un bebé que sea autorizado a vivir. Si todos mis bebés tienen que morir, tampoco yo quiero vivir.
Brun miró a Mog-ur.
—Si una mujer traga un espíritu del tótem de un hombre, ¿no debería parecerse el bebé a ese hombre?
—Sí, debería. Pero no olvides que ella tiene un tótem varonil también. Quizá por eso luchó tanto, El León Cavernario ha querido tal vez ser parte de la nueva vida. Podría haber algo de razón en lo que ella dice. Tendré que meditar al respecto.
—Pero, ¿y si el niño sigue siendo deforme?
—Eso sucede a menudo cuando el tótem de una mujer se niega a someterse del todo. Eso hace que el embarazo sea difícil y deforma al bebé —replicó Mog-ur. —. Me sorprende más que el niño sea varón. Si el tótem de una mujer libra una fuerte batalla, por lo general, el niño será hembra. Pero no lo hemos visto, Brun; quizá convenga que lo examinemos.
“¿Por qué tomarse la molestia? —se preguntaba Brun—. ¿Por qué no maldecirla ahora mismo y deshacerse del niño?”. El regreso prematuro de Ayla y su humillación arrepentida habían calmado el orgullo herido de Brun, pero todavía no estaba calmado. Había estado muy cerca de desprestigiarse por culpa de ella, y no en el primer problema que le causaba. Había vuelto, pero, ¿qué haría después? Y además estaba aproximándose la Reunión del Clan, como se lo había recordado tantas veces Broud.
Una cosa era permitir que Iza recogiera a una niña extraña y se la llevara al Clan. Pero Brun se había visto obligado a reflexionar a menudo, en los últimos tiempos, sobre la impresión que habría de causar en los demás clanes verlo llegar con una mujer nacida de los Otros. Se preguntaba, recordando, cómo había tomado tantas decisiones heterodoxas, cada una de ellas, en su oportunidad, no parecía irracional. Inclusive permitir que cazara la mujer fue lógico. Pero todo ello junto, y visto desde el punto de vista de un extraño, el efecto era un quebrantamiento abrumador de las costumbres. Ayla había desobedecido, merecía un castigo; al maldecirla eliminaría todas sus preocupaciones.
Pero una maldición de muerte era una grave amenaza contra el Clan, y ya lo había expuesto a los malos espíritus una vez, por causa de ella. Su retomo voluntario había impedido que se deshonrara; Iza tenía razón, sin duda: Ayla había perdido temporalmente la cabeza por la confusión y el dolor. ¿No le dijo a Iza que habría tomado en cuenta una solución en cuanto a dejar vivir al niño, si se lo hubieran pedido? Bueno, ella lo pidió; regresó sabiendo muy bien hasta qué grado había delinquido, sabiéndolo y dispuesta a hacer frente, rogando por la vida de su hijito. Por lo menos, podía examinarlo. A Brun no le agradaba tomar decisiones precipitadas. Hizo una señal brusca a Ayla señalando el hogar de Creb, y se alejó a grandes trancos.
Ayla corrió a los brazos de Iza que la esperaban. Por lo menos, había vuelto a ver, por última vez, a la mujer que era la única madre que conocía.
—Todos han tenido la oportunidad de examinarlo —dijo Brun—. En circunstancias normales, no los molestaría, sería una decisión sencilla. Pero quiero saber como opinan todos, una maldición de muerte es una posibilidad muy fuerte, y no me agrada exponer al Clan una vez más a los espíritus malignos. Si consideran que el niño es aceptable, me será difícil maldecir a la madre. Sin ella, otra mujer debería encargarse del niño, tendría que vivir con uno de ustedes cuya esposa esté amamantando. Si se permite vivir al niño, el castigo de Ayla tendrá que ser menos severo. Mañana es el día para ponerle nombre; tengo que tomar ya una decisión, y Mog-ur necesitará tiempo para preparar una maldición, si tal va a ser su castigo. Tiene que hacerse antes de que salga el sol mañana.
—No es sólo su cabeza Brun —comenzó a explicar Crug. Iza estaba todavía criando a su hijo más pequeño, y Crug no deseaba que el bebé de Ayla se sumara a su hogar, por lejana que fuera la posibilidad—. Ya es bastante malo, pero ni siquiera puede levantarla. Hay que sostenérsela. ¿Cómo será cuando crezca? ¿Cómo cazará? Nunca podrá proveer para si mismo; sólo será una carga para todo el Clan.
— ¿No crees que haya una posibilidad de que se le fortalezca el cuello? —preguntó Droog—. Si muere Ayla, se llevara parte del espíritu de Ona consigo. Aga se encargaría de su hijo. . creo que se lo debe… aunque no creo que desee realmente tener un bebé deforme. Si ella está dispuesta, supongo que yo también, pero no si va a ser una carga para todo el Clan.
—Tiene el cuello tan largo y flaco, y tan grande la cabeza que no creo que llegue a fortalecérsele nunca —comentó Crug.
—Yo no querría tenerlo en mi hogar por nada del mundo; ni siquiera me tomaría la molestia de preguntárselo a Oga. No es digno de ser hermano de los hijos de ella: se convertiría en hermano de Brac y Grey. . y no voy a permitirlo. Brac sobrevivirá aunque ella se lleve una pequeña parte de su espíritu. No sé por qué lo estás considerando, Brun. Estabas dispuesto a maldecirla. Sólo porque ha vuelto corriendo antes de tiempo, ya piensas en aceptarla, y además hablas de aceptar también a su hijo deforme. —Los ademanes con que Broud se expresaba revelaban su amargura—. Te ha desafiado al huir; su regreso no disminuye en nada la desobediencia. ¿Qué hay que discutir? El niño es deforme y ella debe ser maldita. Y se acabó. ¿Por qué nos haces siempre perder el tiempo con estas reuniones para tratar de ella? Si yo fuera jefe, ya le habría echado la maldición. Es desobediente, es insolente y ejerce mala influencia en las demás mujeres. De lo contrario, ¿cómo puedes explicar el mal comportamiento de Iza? —Broud se estaba enfureciendo más y más, y sus gestos resultaban más excitados—. Merece la maldición, Brun. ¿Cómo se te puedo ocurrir otra cosa? ¿Por qué no lo comprendes? ¿Estás ciego? Nunca ha hecho nada bien. Si yo fuera jefe, nunca habría sido aceptada, eso para empezar. Si yo fuera jefe.
—Pero todavía no eres jefe, Broud —replicó fríamente Brun— y es poco probable que llegues a serlo si no eres capaz de controlarte mejor. Ella sólo es una mujer, Broud, ¿por qué te sientes tan amenazado por ella? ¿Qué te podría hacer? Te tiene que obedecer, no le queda más remedio. Si tú fueras jefe, si tú fueras jefe, ¿es lo único que sabes decir? ¿Qué clase de jefe es el que se muestra ansioso por matar a una mujer aun a riesgo de poner en peligro a todo el Clan?
Brun mismo estaba a punto de descontrolarse; había aguantado todo lo que podía del hijo de su compañera.
Los hombres estaban incómodos y escandalizados. Una batalla abierta entre el jefe presente y el futuro resultaba inquietante. Desde luego, Broud se había salido del límite, pero estaban acostumbrados a sus estallidos. Fue Brun el que causaba desazón; nunca habían visto al jefe tan a punto de perder el control. Y nunca anteriormente había cuestionado las calificaciones del hijo de su compañera para ser jefe después de él.
Durante un momento lleno de tensión, los dos hombres se miraron fijamente, voluntad contra voluntad; Broud fijó la mirada primero. Al no sentirse ya en peligro de perder su prestigio, Brun había recobrado firmemente el control. Era jefe, y no estaba todavía a punto de retirarse. Eso puso al joven en guardia: su terreno no era tan firme como creía. Broud trató de dominar la sensación de impotencia y frustración amarga que amenazaba avasallarlo. “Sigue favoreciéndola —se decía Broud—. ¿Cómo es posible? Yo soy hijo de su compañera y ella es sólo una mujer fea.” Broud luchó por conservar la calma, tragándose la amargura que le emponzoñaba el alma.
—Este hombre lamenta ser causa de que el jefe lo malinterpretara —señaló formalmente Broud— Este hombre se preocupa por los cazadores a los que habrá de encabezar algún día, si el jefe actual considera que este hombre es capaz de dirigir cazadores. ¿Cómo puede cazar un hombre si su cabeza oscila?
Brun se quedó mirando dura y airadamente al joven. Había una incongruencia en el significado de los gestos formales y las señales inconscientes de la expresión y la postura. La respuesta abiertamente cortés de Broud era sarcástica, y enojó más al jefe que un desacuerdo directo. Broud estaba tratando de disimular sus sentimientos, y Brun lo sabia. Pero Brun estaba avergonzado por su propio estallido; sabia que lo habían causado las observaciones de Broud, cada vez más despectivas, que ponían en tela de juicio su sentido común. Habían atacado un punto sensible de su orgullo; pero no era excusa suficiente para que él perdiera suficientemente el control de sí mismo y desacreditan tan abiertamente al hijo de su compañera.
—Has explicado tu punto de vista —indicó rígidamente Brun—. Me doy cuenta de que el niño, al crecer, será más carga para el jefe que venga después de mí y el otro, pero la decisión sigue siendo mía. Haré lo que considere mejor. No he dicho que el niño será aceptado, Broud, ni que la mujer no será maldita. Mi preocupación es por el Clan, no por ella ni el niño. Una maldición de muerte puede ponemos en peligro a todos; espíritus malignos que se rezaguen pueden causar mala suerte, especialmente porque ya han sido convocados antes. Creo que el niño es demasiado deforme para vivir, pero Ayla es ciega a la deformidad de su hijo; no la ve. Tal vez el deseo tan grande de tener un hijo le haya trastornado la mente. Cuando volvió, me suplicó que la maldijera si su hijo no era aceptable. He pedido las opiniones de todos porque quería saber si alguien más veía una cosa que yo no haya visto en el niño. Una maldición de muerte para castigarla o aceptar su solicitud, sigue siendo una decisión que no puede tomarse a la ligera.
La frustración de Broud se redujo algo. “Tal vez Brun no la favorezca”, pensó.
—Tienes razón, Brun —contestó con pesar—. Un jefe debe pensar. en los peligros para su Clan. Este joven agradece tener un jefe tan juicioso para instruirlo
Brun sintió que su tensión se aliviaba; no había considerado nunca seriamente sustituir a Broud. Seguía siendo el hijo de su compañera, el hijo de su corazón. “No siempre es fácil controlarse pensó Brun, recordando su propia irritación.”
—Me alegro de que lo hayas comprendido, Broud. Cuando seas jefe, serás responsable de la seguridad y el bienestar del Clan. —El comentario de Brun no solo hacía saber a Broud que seguía siendo el heredero sino que alivió a los demás cazadores. Deseaban estar seguros de que la corrección en la jerarquía del Clan y el lugar que cada uno ocupaba en ella, se conservaría. Nada los trastornaba tanto como la falta de seguridad respecto al porvenir.
—En el bienestar del Clan estaba pensando —señaló Broud —. No quiero tener en mi Clan un hombre que no pueda cazar. ¿Para qué servirá el hijo de Ayla? La desobediencia de ella merece un grave castigo, y si desea la maldición, también será satisfecha. Estaremos mejor sin ellos. Ayla ha desafiado deliberadamente a las tradiciones del Clan. No merece vivir. Su hijo es deforme: no merece vivir.
Hubo un asentimiento general. Brun reconoció cierto elemento poco sincero era el argumento razonado de Broud, pero lo dejó pasar. La animosidad entre ambos había desaparecido y no deseaba volver a despertarla. Una pelea abierta con el hijo de su compañera perturbaba tanto a Brun como a los demás.
El jefe sintió que debería agregar su acuerdo, pero algo lo hacia vacilar. “Es lo correcto —pensaba—; ha sido un problema desde el principio. Claro que ha se sentirá perturbada, pero no he prometido perdonar a ninguno de ellos; sólo dije que lo consideraría. Ni siquiera dije que miraría al niño si regresaba; de todos modos, ¿quién esperaba que volviera? Ese es el problema: nunca sé lo que debo esperar de ella. Si la pena debilita a Iza, bueno, nos queda Uba. Al fin y al cabo, es la única que ha nacido de su estirpe, y puede adquirir más adiestramiento de las curanderas durante la Reunión del Clan.”
“Si parte del espíritu de Brac que lleva consigo, muere con Ayla, ¿se perderá mucho de él? A Broud no le preocupa. ¿Por qué habría yo de preocupar me? Tiene razón: ella merece el castigo más severo, ¿no es cierto? Un amor tan fuerte por un bebé ni siquiera es normal. ¿Qué demuestran los cuentos de viejas? Ni siquiera puede darse cuenta de que su hijo es deforme; sin duda, ha perdido la razón. ¿Puede causar tanto padecimiento dar a luz? Los hombres han sufrido mucho más, ¿verdad que sí? Algunos han vuelto a pie por todo el camino después de una dolorosa herida sufrida al cazar. Desde luego, como sólo es una mujer, no puede esperarse que soporte tanto dolor. Me pregunto hasta dónde habría llegado. La cueva que citó no podría estar muy lejos. Por poco se muere al dar a luz, estaba demasiado débil para viajar muy lejos, pero ¿por qué no pudimos encontrarla?
“Por otra parte, si se le permite vivir, tendré que llevarla a la Reunión del Clan. ¿Qué pensarán los demás clanes? Sería peor si permitiera vivir a su hijo deforme. Es lo correcto, todos lo piensan así. Quizá no fuera tanto problema con Broud, tal vez se controlara mejor si ella no estuviera aquí. Es un cazador sin miedo; sería un buen jefe si tuviera un poco más el sentido de la responsabilidad, sólo un poco más de control de si mismo. Tal vez debería hacerlo, por el bien de Broud. Para el hijo de mi compañera podría ser mejor que ella desapareciera, Es lo correcto, sí, realmente lo es; es lo correcto, ¿no es cierto?”
j —He tornado una decisión —señaló Brun—. Mañana es el día de poner el nombre. Al alba antes de que despunte el día…
— Brun! —interrumpió Mog-ur. Se había mantenido fuera de la discusión nadie lo había visto mucho desde el nacimiento del hijo de Ayla. Se había pasado la mayor parte del tiempo en su pequeño recinto, examinando su alma para lograr explicarse las acciones de Ayla. Sabía cuán duramente había luchado Por aceptar las costumbres del Clan, y creía que lo había logrado; estaba convencido de que había algo más, algo que él no sabía qué era y que la había impelido a llegar hasta aquel extremo.
—Antes de que te comportes, Mog-ur desearía hablar.
Brun se quedó mirando al mago; su expresión era enigmática, como de costumbre. Brun nunca había podido leer en el rostro de Mog-ur. “¿Qué podrá decir que no haya tomado yo en cuenta? He decidido maldecirla y él lo sabe”
—Mog-ur puede hablar —señaló.
—Ayla no tiene compañero, pero siempre he atendido a sus necesidades, soy responsable de ella. Si lo permiten, hablaré como si fuera su compañero.
—Habla si quieres, Mog-ur, pero ¿qué podrás agregar? Ya he considerado el gran amor que siente por el niño y el dolor y los sufrimientos que soportó por tenerlo. Comprendo lo difícil que puede ser para Iza; sé que puede debilitarse demasiado. He pensado en todas las razones posibles para excusar sus acciones, pero los hechos siguen en pie: ha desafiado las costumbres del Clan; su bebé no es aceptado por los hombres; Broud ha demostrado claramente que ninguno de los dos merece vivir.
Mog-ur se puso en pie, después se deshizo de su cayado. Envuelto en su pesado manto de piel de oso, el mago era una figura imponente. Sólo los viejos y Brun lo habían conocido cuando no era Mog-ur. El Mog-ur, el más santo de todos los hombres que intercedían ante el mundo de los espíritus, el mago más poderoso del Clan. Cuando se abandonaba a la elocuencia durante una ceremonia, era un protector carismático que imponía pasmo. El era quien desafiaba a las fuerzas invisibles mucho más temibles que cualquier animal lanzado a la carga, fuerzas que podían convertir al cazador más valeroso en un cobarde tembloroso No había un solo hombre presente que no se sintiera más seguro por saber que él era el mago de su Clan, no había quien no se hubiera quedado temeroso ante su poder y su magia en algún momento de su vida, y sólo uno, Goov, se atrevía a pensar en ocupar su lugar.
Mog-ur, solo, estaba en pie entre los hombres del Clan y lo pavoroso desconocido, y se convertía en parte de esto por asociación. Ello lo impregnaba de un aura sutil que lo acompañaba en su vida seglar. Inclusive cuando estaba sentado dentro de los límites de su hogar, rodeado por mujeres, no se le consideraba real mente como un hombre. Era algo más, algo distinto: era Mog-ur.
Mientras el pavoroso hombre santo fijaba un ojo ominoso en cada uno de los hombres, ninguno de ellos, incluyendo a Broud, dejó de estremecerse en las profundidades de su alma al comprender súbitamente que la mujer que acababan de condenar a muerte vivía en su hogar. Pocas veces hacía pesar Mog-ur Su P senda fuera de sus funciones, pero esta vez lo hizo. Se volvió finalmente hacia Brun.
—El compañero de una mujer tiene derecho a abogar por la vida de un niño deforme. Estoy pidiendo que se perdone la vida al hijo de Ayla y, por el bien e éste también pido que se le perdone la vida a ella.
Todas las razones que recientemente Brun había considerado como justificadas para salvarle la vida, parecían cobrar ahora mayor peso, y los argumentos para su muerte, se volvían insignificantes. Casi se convenció sólo por la fuerza de la solicitud de Mog-ur, y prueba de su fuerte carácter es que no lo hizo. Pero el jefe; no podía capitular tan fácilmente delante de sus hombres, y a pesar del deseo de ceder a la fuerza del poderoso hombre de la magia, se mantuvo firme.
Al ver Mog-ur la expresión de firme resolución que reemplazaba la indecisión anterior, el mago pareció cambiar a los ojos de Brun. El carácter ultraterreno lo abandonó se convirtió en un viejo tullido con manto de piel de oso, que mantenía todo lo derecho que su pierna buena le permitía sin ayuda del cayado. Al hablar, lo hizo con los ademanes corrientes subrayados por palabras rudas del habla cotidiana. Su rostro tenía una expresión decidida aunque extrañamente vulnerable.
—Brun, desde que fue hallada Ayla, ha vivido en mi hogar. Creo que todos convendrán conmigo en que las mujeres y los niños miran al hombre del hogar como prototipo del hombre del Clan. Es su modelo, el ejemplo, para ello, de lo que el hombre debe ser. Yo he sido el ejemplo de Ayla, yo soy el prototipo a los ojos de ella.
“Soy deforme, Brun. ¿Tiene algo de extraño que la mujer que ha crecido con un hombre deforme por modelo, encuentre difícil comprender una deformidad en su hijo? Carezco de un brazo y un ojo, la mitad de mi cuerpo está seca y sumida. Soy medio hombre, y sin embargo, desde el primer momento, Ayla me ha visto como si estuviera entero. El cuerpo de su hijo es firme; tiene dos ojos, dos buenos brazos y dos buenas piernas. ¿Cómo puede esperarse que reconozca en él alguna deformidad?
“Tuve la responsabilidad de su educación; a mí hay que achacarme sus defectos. Fui yo quien pasó por alto sus desviaciones menores de las costumbres del Clan. Inclusive te convencí de que las aceptaras, Brun. Soy Mog-ur. Tú confías en mí para interpretar los deseos de los espíritus, y has llegado a confiar en mí en otros aspectos. No creo que hayamos estado tan equivocados. A veces le resultó difícil a Ayla, pero creí que se habla convertido en una buena mujer del Clan. Ahora creo que he sido demasiado tolerante con ella. No le mostré claramente sus responsabilidades. Pocas veces la regañaba y nunca la he abofeteado. A menudo la dejaba seguir sus impulsos. Ahora tiene ella que pagar por mis carencias. Pero Brun, no pude mostrarme más rudo con ella.
‘Nunca he tenido compañera. Podría haber escogido una mujer y ella tendría que haber vivido conmigo, pero no lo hice. ¿Sabes por qué? Brun, ¿sabes como me miran las mujeres? ¿Sabes cómo me evitan las mujeres? He sentido la misma necesidad de aliviarme que cualquier otro hombre, siendo joven, pero tendí a controlarla cuando veía que las mujeres me daban la espalda para no tener que ver la señal que yo hacia. No quise imponer mi cuerpo tullido y deforme a una mujer que me rehuyera, que se volviera con repugnancia al verme.
“Pero Ayla nunca se apartó de mí. Desde el principio, me tendió las manos para tocarme No me tuvo miedo ni sintió asco. Me dio libremente su afecto, me abrazó. Brun, ¿cómo podía yo regañarla? “He vivido con este clan desde que nací, pero nunca he aprendido a cazar. ¿Como puede cazar un manco tullido? Era una carga, se burlaban de mí y me llamaban mujer. Ahora soy Mog-ur y nadie me pone en ridículo pero no se celebró la ceremonia de la virilidad en mi honor. Brun, no soy medio hombre, ni siquiera soy hombre. Sólo Ayla me ha respetado, me ha querido… no como mago sino como hombre, como todo un hombre. Y la quiero como si fuera hija de esa compañera que nunca he tenido.
Creb se despojé del manto que llevaba para tapar su cuerpo torcido deformado y marchito, y alzó el muñón de brazo que siempre escondía.
—Brun, éste es el hombre a quien Ayla ha visto como completo. Este es el hombre según el cual ha establecido su norma. Este es el hombre que ama y compara con su hijo. ¡Mírame, hermano mío! ¿Merezco vivir? ¿Merece menos vivir el hijo de Ayla?
El Clan comenzó a reunirse fuera de la cueva, en la penumbra que antecede al Alba. Una llovizna tan fina como la niebla cubría de un brillo lustroso las rocas y los árboles y se condensaba en diminutas gotezuelas en la barba y los cabellos de la gente. Delgados zarcillos brumosos se desprendían de los montes envueltos en neblina y se pegaban a las depresiones, y masas más densas del vapor etéreo lo difuminaban todo menos los objetos más próximos. La sierra del este se alzaba indistintamente de un mar nebuloso de bruma en la oscuridad menguante, ondeando vagamente justo en los confines de la visibilidad.
Ayla estaba tendida en sus pieles dentro de la cueva oscura, observando cómo Iza y Uba se movían silenciosamente alrededor del fuego, echando carbones a la hoguera y vertiendo agua para ponerla a hervir y preparar el té de la mañana. Su bebé estaba junto a ella, fingiendo mamar en sueños. No había pegado el ojo en toda la noche; su primera alegría al ver a Iza había dejado rápidamente el paso a una ansiedad desolada. Tan pronto como ciaban una conversación, volvían a callarse las tres mujeres del hogar de Creb, que pasaron todo el largo día después del retorno de Ayla dentro de las piedras que lo delimitaban, comunicándose su desesperanza por medio de miradas angustiadas.
Creb no había puesto el pie en s dominios, pero Ayla cruzó con él la mirada mientras salía de la cámara para reunirse con los hombres a quienes Brun había convocado. Apartó rápidamente la mirada de su llamada silenciosa, pero no antes de que ella pudiera reconocer el amor y la lástima que llenaban su ojo, dulce y líquido. Iza y ella intercambiaron una mirada trémula y entendida al ver a Creb dirigirse apresuradamente a la cámara de los espíritus después de conversar con Brun en una parte remota de la cueva, con gestos disimulados
Iza llevó a la joven madre el té dentro de la taza de hueso que había sido suya durante varios años, y después se sentó silenciosamente a su lado, esperando que bebiera. Uba se reunió con ellas, pero tampoco podía brindar mucho más consuelo que su presencia volando su tazón de mimbre manchado de rojo y sosteniendo firmemente entre
—Casi todos están afuera. Será mejor que salgamos —señaló Iza, tomando la taza de manos de la joven. Ayla asintió. Se puso en pie y envolvió a su hijo en sus mantillos, después tomó su manto de piel del lecho y se lo echó por los hombros. Con los ojos brillantes de lágrimas que amenazaban derramarse, Ayla miró a Iza, después a Uba, y con un grito de dolor las abrazó. Las tres se quedaron apretadas en un fuerte abrazo. Entonces, con el corazón destrozado y a pasos lentos, Ayla salió de la cueva.
Mirando al suelo, viendo de vez en cuando una señal de talón, la huella de dedos, el contorno borroso de un pie metido en un protector flojo Ayla tuvo la sensación sensación extraña de que era dos años antes y de que seguía a Creb fuera de la para enfrentarse a un sino. "Debería haberme echado la maldición para siempreaquella vez —pensó—. Sin duda he nacido para que me maldigan; si no, ¿Por qué habría de volver a pasar todo esto? Esta vez iré al mundo de los espíritus. Conozco una planta que nos pondrá a dormir a ambos, y no volveremos a despertarnos, no en este mundo. Se acabará todo muy pronto y llegaremos jun-tos al otro mundo."
Llegó adonde estaba Brun, se dejó caer a sus pies y miró éstos, envueltos en protectores sucios. Aumentaba la claridad, el sol saldría pronto. "Brun tendría que apurarse", se dijo, justo antes de sentir un golpe en su hombro. Lentamente alzó la vista hacia el rostro barbudo de Brun; éste comenzó sin preliminares.
—Mujer, has enfadado tercamente las costumbres del Clan y debes ser castigada -señaló severamente. Ayla asintió; era cierto-. Ayla, mujer del Clan, estas maldita. Nadie te verá ni te hablará. Sufrirás el aislamiento total de la maldición femenina. No podrás salir de los límites del hogar del que provee por ti hasta que la siguiente luna se encuentre en la misma fase que ésta.
Ayla se quedó mirando al jefe de rostro severo con una incredulidad hecha de asombro. ¡La maldición femenina! ¡No la maldición de muerte! No el ostracismo total y completo sino un aislamiento nominal, prisionera en el hogar de Creb. ¡Qué importaba que nadie del Clan reconociera su existencia durante toda una luna! Le quedarían Uba y Creb. Y después, podría reunirse con el Clan como cualquier otra mujer. Pero Brun no había concluido.
—Y como castigo adicional, se te prohíbe cazar y hablar de cazar hasta que el Clan regrese de la Reunión del Clan. Mientras las hojas no hayan caído de los árboles, no tendrás libertad para salir adonde no sea esencial. Cuando busques plantas de magia curativa, me dirás adonde vas y regresarás rápidamente. Siempre me pedirás permiso antes de salir del área de la cueva. Y me mostrarás dónde está la cueva que te ha servido de escondite.
—Si, sí, claro, todo —asentía Ayla moviendo la cabeza de arriba a abajo. Se encontraba flotando en una cálida nube de euforia, pero las siguientes palabras del jefe cambiaron su humor como un carámbano helado de rayo frío, sumiendo su gozo en un diluvio de desesperación.
—Queda el problema de tu hijo deforme, que fue causa de tu desobediencia. Nunca más debes tratar de obligar a un hombre, menos a un jefe, contra su voluntad. Ninguna mujer debe intentar nunca obligar a un hombre -dijo Brun, y entonces hizo una seña. Ayla abrazó desesperadamente a su hijo y miró en la misma dirección que Brun. No podía permitir que se lo quitaran, no podía. Vio que Mog-ur salía cojeando de la cueva. Al verlo despojarse de su piel de oso, revelando su tazón de mimbre manchado de rojo y sosteniendo firmemente entre el muñón de su brazo y su cintura, una felicidad incrédula le enrojeció la cara; volvió, vacilante hacia Brun, no muy segura de que lo que estaba pensando pudiera ser verdad.
—Pero una mujer puede rogar —concluyó Brun —. Mog-ur está esperando, Ayla. Tu hijo necesita tener un nombre para ser miembro del Clan.
Ayla se puso en pie de un salto y corrió hacia el mago, sacando el bebé de su manto y dejándose caer a sus pies mientras le tendía al niño. El primer alarido al sentirse fuera del seno caliente de su madre y expuesto al frío húmedo fue saludado por el primer rayo de sol que apareció encima de la sierra.
¡Un nombre! Ni siquiera había pensado en un nombre, ni siquiera se había preguntado qué nombre escogería Creb para su hijo. Con gestos formales Mog-ur llamó a los espíritus de los tótems del Clan para que acudieran, y después metió el dedo en el tazón y sacó una pizca de pasta roja.
—Durc —dijo en voz alta, más fuerte que los gritos que pegaba el niño frío y enojado—. El nombre del niño es Durc. —Entonces trazó una línea roja desde el punto en que se unían los dos arcos ciliares del bebé hasta el extremo de su naricilla.
—Durc —repitió Ayla acercando al niño a su cuerpo para infundirle calor. “Durc —se decía—, como el Durc de la leyenda. Creb sabe que ha sido siempre mi predilecta.” No era nombre común en el Clan, y muchos se mostraron sor prendidos. Pero tal vez el nombre sacado dolo más profundo de la antigüedad y cargado de connotaciones dudosas, era apropiado para un muchacho cuya vida había colgado en la balanza de comienzos tan inciertos.
—Durc —dijo Brun. Fue el primero en desfilar. Ayla creyó vislumbrar una mirada de ternura en el severo y orgulloso jefe, cuando ella lo miró con expresión de agradecimiento. La mayoría de los rostros eran una mancha vista a través de ojos llenos de lágrimas. Por mucho que se esforzara, no podía contenerlas y mantenía la cabeza baja para disimular que tenía los ojos llenos de agua. “No lo puedo creer, no lo puedo creer —se decía—. ¿Es realmente cierto? ¿Tienes un nombre, bebé mío? ¿Te ha aceptado Brun, hijo mío? ¿No estoy soñando?” Recordó los nódulos brillantes de pirita ferrosa que había hallado y metido en su amuleto. Había sido una señal. Gran León Cavernario, fue realmente una señal.” Entre todos los objetos que contenía su amuleto, éste fue la que más valor reconocía.
—Durc —oyó decir a Iza, y alzó la cabeza. La dicha en el rostro de la mujer no era menor que la de Ayla, aunque tenía los ojos secos.
Durc —dijo Uba, y agregó con un gesto rápido—: Me alegro tanto.
—Durc —y la voz encerraba escarnio. Ayla alzó a tiempo la cabeza para ver que Broud se alejaba. Repentinamente recordó la idea peregrina en cuanto a la manera en que los hombres iniciaban a los bebés, que se le ocurrió mientras se escondía en la cueva, y se estremeció al pensar que Broud era en cierto modo responsable de la concepción de su hijo. Había estado demasiado ocupada para observar la batalla entre las voluntades de Brun y de Broud. El joven iba a negarse a reconocer al miembro más nuevo del Clan, y sólo una orden directa del jefe lo obligó a hacerlo. Ayla lo vio alejarse del grupo con los puños cerrados y la espalda tensa.
“¿Cómo ha podido? —Broud caminaba bosque adentro para alejarse de la odiosa escena—. ¿Cómo ha podido? —Dio una patada aun tronco con la esperanza de desahogar su frustración, y lo mandó rodando cuesta abajo—. ¿Cómo ha podido? —Tomó una rama fuerte y golpeó un árbol con ella—. ¿Cómo ha podido? ¿Cómo ha podido? —La mente de Broud seguía repitiendo la frase mientras golpeaba con el puño, una y otra vez, una orilla cubierta de musgo—. ¿Cómo ha podido dejarla vivir y aceptar a su hijo? ¿Cómo ha podido hacerlo?”