Capítulo 25
Goov salió de la cueva. Cegado por la luz del sol mañanero, se frotó los ojos y se estiró. Vio que Mog-ur estaba sentado, encorvado, sobre un tronco, mirando al suelo. "Se han apagado tantas lámparas y antorchas —pensó— que cualquiera podría perderse ahí adentro. Preguntaré a Mog-ur si tengo que llenar las lámparas y colocar otras antorchas." El acólito se dirigió hacia el mago, pero se detuvo al ver la cara demacrada del viejo y la curva desalentada de sus hombros. "Será mejor que no lo moleste. Voy a hacerlo y nada más."
"Mog-ur está envejeciendo —pensaba Goov, al entrar de nuevo en la cueva con una vejiga llena de grasa de oso, nuevas mechas y antorchas suplementarias—. Siempre se me olvida lo viejo que es. El viaje hasta aquí lo ha cansado mucho. y las ceremonias acaban con sus fuerzas. Además, todavía nos queda el viaje de regreso. Es curioso —se decía el joven acólito— que nunca anteriormente había pensado en él como en un viejo,"
Unos cuantos hombres más salieron de la cueva frotándose los adormilados ojos y se quedaron mirando a las mujeres desnudas tendidas en el suelo, preguntándose, como siempre, qué las agotaría de ese modo. Las primeras mujeres que despertaron corrieron en busca de sus mantos, y empezaron a despertar a las demás antes de que muchos hombres salieran de la cueva.
—Ayla —llamó Uba, sacudiéndola—. Ayla, despierta.
—Mmmmmmmmm —murmuró Ayla, y se volvió del otro lado. — ¡Ayla! ¡Ayla! —dijo nuevamente Uba y la sacudió más fuerte—. Ebra, no consigo despertarla.
—Ayla —dijo la mujer en voz más alta y sacudiéndola fuertemente. Ayla abrió los ojos y trató de señalar una respuesta, pero volvió a cerrarlos y se hizo un ovillo.
— ¡Ayla! ¡Ayla! —repitió Ebra. La joven volvió a abrir los ojos. —Vete a la cueva y duerme un rato más, Ayla. No puedes quedarte aquí, los hombres están levantándose —ordenó Ebra.
La joven se fue dando tumbos cueva adentro. Un momento después estaba de vuelta. totalmente despierta pero pálida como una muerta.
— ¿Qué ocurre? — preguntó Uba—. Estás blanca. Parece que hubieras visto un espíritu.
—Uba, oh, Uba. El tazón. —Ayla cayó al suelo cubriéndose la cara con las manos.
— ¿El tazón? ¿Qué tazón, Ayla? No te entiendo.
—Está roto —consiguió expresar Ayla.
— ¿Roto? ¿Por qué te preocupa un tazón roto? Puedes hacer otro.
—No, no puedo, no uno como éste. Es el tazón de Iza, el que le dejó
— ¿El tazón de madre? ¿El tazón ceremonial de madre? —preguntó Uba, desencajada.
La madera seca y quebradiza de la antigua reliquia había perdido su resistencia al cabo de tantas generaciones de ser usada. Una grieta finísima se había formado pero pasando inadvertida bajo la capa de tinte blanco. El golpe, al caer de la mano de Ayla sobre el duro piso de piedra de la cueva, fue más de lo que podía resistir: se había partido en dos.
Ayla no vio que Creb alzara la cabeza cuando salió de la cueva. Saber que el venerable tazón se había quebrado puso un matiz más sombrío de finalidad en sus pensamientos. "Es normal. Nunca más se usará la magia de esas raíces. Nunca más celebraré ceremonia alguna con ellas, y no le enseñaré a Goov cómo fueron usadas antes. El Clan las olvidará." El hombre baldado se apoyó pesadamente en su cayado y se incorporó, sintiendo punzadas dolorosas en sus articulaciones reumáticas. "He permanecido lo suficiente dentro de cuevas frías; es hora de que Goov se encargue de todo. Es demasiado joven aún, pero yo soy demasiado viejo. Si lo apremio, puede estar preparado en uno o dos años. Quizá tenga que estarlo. ¿Quién sabe cuánto más he de durar?"
Brun observó un cambio notorio en el viejo mago. Atribuyó la depresión de Mog-ur al cansancio natural después de tanta excitación, especialmente porque ésta sería su última Reunión del Clan. Aun así, Brun se preocupaba pensando en cómo habría de resistir el viaje de regreso, y estaba seguro de que los retrasaría en el camino. Brun decidió llevarse a sus cazadores para una última cacería, intercambiar después la carne fresca por algunas de las provisiones almacenadas por el clan anfitrión, y de esa manera completar su abastecimiento para el viaje de regreso.
Después de una cacería bien lograda, Brun tenía prisa por salir. Algunos clanes se habían despedido ya. Una vez terminados los festejos, sus pensamientos regresaron a la cueva y a la gente que había quedado en ella, pero estaba animado. El desafío contra su posición nunca había sido tan grande, y la victoria le resultó tanto más satisfactoria. Estaba contento de sí mismo, contento de su Clan y contento con Ayla. Era una buena curandera; ya lo había visto anteriormente. Cuando la vida de alguno estaba amenazada, se le olvidaba todo lo demás; era igual que Iza. Brun sabía que Mog-ur había contribuido a convencer a los demás magos, pero fue la propia Ayla quien lo demostró al salvar la vida del joven cazador. Este y su compañera permanecerían con el clan anfitrión hasta que se sintiera suficientemente bien para viajar, y era probable que pasara el invierno con sus huéspedes.
Mog-ur nunca habló de la visita clandestina que había hecho Ayla a la pequeña cámara en la profundidad de la montaña, salvo una vez. Ella estaba empacando, preparándose para marchar a la mañana siguiente, cuando Creb llegó cojeando a la segunda cueva. La había evitado, y a la joven que lo quería le dolía mucho. Al verla se detuvo y dio media vuelta para alejarse, pero ella interrumpió su paso al correr y sentarse a sus pies. El miró la cabeza inclinada, soltó un suspiro y le golpeó el hombro.
Ayla alzó la mirada y se sorprendió al ver cuánto había envejecido en tan pocos días. La cicatriz que lo desfiguraba y el pellejo que cubría su cavidad ocular vacía se habían encogido, sumiéndose más profundamente bajo la sombra de su arcada ciliar. Su barba gris colgaba sin vida desde su mandíbula saliente, y su frente baja y huidiza estaba señalada por una cabellera que retrocedía; pero la pesadumbre que oscurecía su único ojo moreno y líquido fue lo que la abrumó: ¿qué le había hecho? Deseaba con fervor suprimir su viaje a la cueva, aquella noche. El dolor que sentía por Creb cuando lo veía sufrir físicamente no era nada junto a la angustia que experimentaba al pensar en cuánto sufría el alma de Mog-ur.
— ¿Qué pasa, Ayla? —preguntó.
—Mog-ur, yo. . . yo. . . —tartamudeó, y de repente lo dijo todo de corrido—; ¡Oh, Creb! "No puedo soportar verte así. ¿Qué puedo hacer? Si quieres iré adonde Brun, haré lo que digas. Pero dime qué debo hacer.”
“¿Qué puedes hacer, Ayla? —pensó—. ¿Puedes cambiar lo que eres? ¿Puedes deshacer el daño que hiciste? El Clan morirá, sólo quedarás tú, tú y tu especie. Somos un pueblo antiguo. Hemos conservado nuestras tradiciones, honrado a los espíritus y al Gran Ursus, pero eso ha terminado para nosotros: se acabó. Tal vez tenía que ser así. Tal vez no seas tú, Ayla, sino tu especie. ¿Será por eso que te enviaron a nosotros? ¿Para decírmelo? La tierra que dejamos es bella y rica; nos ha dado todo lo que necesitábamos durante todas las generaciones que hemos vivido. ¿Cómo la dejarán ustedes cuando llegue la hora? ¿Qué puedes hacer tú?"
—Puedes hacer una cosa, Ayla —señaló lentamente Mog-ur, destacando cada movimiento. Su ojo se volvió frío—. Puedes no volver a mencionarlo nunca más.
Siguió en pie, todo lo alto que su pierna buena le permitía y tratando de no apoyarse mucho en el cayado. Entonces, con todo el orgullo de si mismo y de su Pueblo que pudo reunir, se volvió con rígida dignidad y salió de la cueva.
— ¡Broud!
El joven se dirigió dando grandes trancos al hombre que lo había llamado. Las mujeres del Clan de Brun se apresuraban en terminar la comida de la mañana, pues proyectaban marcharse en cuanto acabaran de comer, y los hombres estaban aprovechando la última oportunidad de hablar con gente a la que no volverían a ver en siete años; a algunos no volverían a verlos. Estaban recordando los detalles de la palpitante reunión tratando de hacerla durar un poco más.
—Te portaste bien esta vez, Broud, y para la próxima Reunión serás jefe.
—La próxima vez puedes hacerlo igual de bien —señaló Broud henchido de orgullo —. Hemos tenido suerte.
—Tienen suerte. Tu Clan es primero, tu Mog-ur es primero e inclusive tu curandera es primera. Sabes, Broud, tienen suerte con Ayla. No muchas curanderas serían capaces de desafiar a un oso cavernario para salvar a un cazador.
Broud arrugó el ceño, pero entonces vio a Voord y se acercó a él.
— ¡Voord! —llamó, señalando un saludo——. Te has portado bien esta vez.
Me alegré de que le escogieran a ti y no a Nouz. El es excelente, pero decididamente tú has sido mejor.
—Pero tú merecías ser primero, Broud. Hiciste una buena carrera también. Todo tu Clan merece su lugar; inclusive tu curandera es la mejor. Al principio tenía mis dudas. Será una buena curandera cuando ocupes tú la jefatura del Clan. Sólo espero que no siga creciendo. Entre tú y yo, me siento raro cuando levanto la mirada hacia una mujer.
—Sí, la mujer es demasiado alta —respondió Broud con gestos.
—Pero, ¡qué importa! si es una buena curandera, ¿verdad?
Broud asintió apenas, descartando seguir con el tema, y se alejó. "Ayla, Ayla, me estoy hartando de Ayla" —pensó, mientras caminaba por el espacio abierto.
—Broud, quería verte antes de que te marcharas —dijo un hombre yendo a su encuentro—. Sabes que en mi clan hay una mujer que tiene una hija deforme como el hijo de tu curandera. He hablado con Brun y ha dado su anuencia a aceptarla, pero quiso que te consultara a ti. Para entonces es probable que seas jefe. La madre ha prometido criar a su hija para que sea una buena mujer, digna del primer Clan y del hijo de la primera curandera. ¿No te opones, verdad, Broud? Es un apareamiento lógico.
—No —señaló secamente Broud y giró sobre sus talones. De no haber estado tan furioso, tal vez hubiera objetado, pero no tenía ganas de entrar en discusiones acerca de Ayla.
—A todo esto, fue una buena carrera, Broud.
El joven no vio el comentario pues ya había vuelto tas espaldas. Mientras caminaba hacia la cueva vio que dos mujeres estaban conversando animadamente. Sabía que debería volver el rostro para evitar ver lo que decían, pero se limitó a mirar hacia adelante afectando no fijarse en ellas.
—. . . No podía creer que fuera mujer del Clan, y entonces, cuando vi a su bebé. . . Pero por la manera en que fue directamente a Ursus, lo mismo que si fuera del clan anfitrión, sin temerlo ni nada. Yo no me habría atrevido.
—Hablé un poco con ella. Es realmente agradable, y actúa de manera perfectamente normal. Pero no puedo dejar de preguntarme si conseguirá compañero. Es tan alta... ¿Qué hombre va a querer a una mujer más alta que él? Aun siendo curandera de primera.
—Alguien me ha dicho que un clan la está tomando en cuenta, pero no ha habido tiempo para entrar en detalles, y creo que desean hablar del asunto. Dicen que enviarán un mensajero si deciden aceptarla.
—Pero, ¿no tienen ahora una caverna nueva? Dicen que ella la encontró, y que es muy grande y afortunada también.
—Se supone que está cerca del mar, y los caminos están muy pisoteados. Creo que un buen mensajero podría encontrarlos.
Broud pasó junto a las dos mujeres y tuvo que dominar las ganas de dar un par de bofetadas a las dos entrometidas chismosas. Pero no eran de su clan, y aun cuando era prerrogativa suya imponer la disciplina a cualquier mujer, no era buena política abofetear a una de otro clan sin permiso del compañero o el jefe.
—Nuestra curandera dice que es hábil —estaba diciendo Norg cuando Broud entró en la cueva.
—Es hija de Iza —señaló Brun, y ha sido bien adiestrada.
—Es una pena que Iza no haya podido venir. Tengo entendido que está enferma.
—Sí, y es una razón para apresurarnos. Tenemos un largo camino por delante. Tu hospitalidad ha sido excelente, Norg, pero la propia cueva es el hogar. Esta ha sido una de las mejores Reuniones del Clan; será recordada por mucho tiempo —dijo Brun.
Broud volvió la espalda, apretando los puños, lo cual le impidió ver el cumplido que Norg dirigía al hijo de la compañera de Broud. "Ayla, Ayla, Ayla. Todos hablan de Ayla. Cualquiera diría que nadie más que ella ha hecho algo en esta Reunión del Clan. ¿Fue escogida primera? ¿Quién estaba en la cabeza del oso mientras ella se encontraba en el suelo, a salvo? De modo que aunque haya salvado la vida de ese cazador, es probable que éste no pueda volver a caminar. Es fea y demasiado alta y su hijo es deforme, y deberían saber lo insolente que es cuando está en casa."
En ese preciso instante, Ayla pasó corriendo, llevando varios bultos. La mirada de odio que le dirigió Broud estaba tan llena de malignidad, que la joven vaciló. "Y ahora, ¿qué he hecho? —pensó—. Apenas si he visto a Broud desde que estamos aquí."
Broud era un hombre adulto y fuertemente constituido del Clan, pero la amenaza que representaba era mucho mayor que el simple darlo físico. Era el hijo de la compañera de su jefe, y su destino era ser jefe algún día. En eso estaba pensando mientras observaba cómo Ayla colocaba sus bultos en el suelo, fuera de la cueva.
Una vez que terminaron de comer, las mujeres empacaron rápidamente los pocos utensilios que habían empleado para preparar la primera comida del día. Brun estaba impaciente por marchar, y ellas también. Ayla intercambió unos cuantos ademanes con algunas de las curanderas, la compañera de Norg y algunas más, después envolvió a su hijito en el manto de viaje y se situó al frente de las mujeres del Clan de Brun. Este hizo una seña y todos echaron a andar a través del área despojada delante de la cueva. Antes de doblar un recodo de la pista, Brun se detuvo, y todos se volvieron para mirar hacia atrás por última vez. Norg y todo su clan estaban en pie frente a la entrada de la cueva. —Que Ursus te acompañe —señaló Norg.
Brun asintió y echó nuevamente a andar. Transcurrirían siete años antes de que volvieran a ver a Norg.... o tal vez nunca. Sólo el Espíritu del Gran Oso Cavernario lo sabía.
Como lo había previsto Brun. el viaje de regreso fue penoso para Creb. Como no anticipaba la alegría de la reunión, y como estaba además deprimido por los conocimientos que mantenía en secreto, el cuerpo del viejo lo traicionaba una y otra vez. La preocupación de Brun aumentó; nunca había visto tan desalentado al gran mago. Se rezagaba, muchas veces tuvo Brun que enviar a un cazador en su busca mientras todos esperaban. El jefe acortó el paso esperando que así fuera más fácil para él, pero a Creb no parecía importarle. Las pocas ceremonias vespertinas celebradas ante la insistencia de Brun, carecían de fuerza. Mog-ur parecía reacio, sus gestos tiesos, como si no pusiera el alma en ello. Brun observó que Ayla y Creb se mantenían alejados uno de otro, y aun cuando a ella no le costaba seguir la marcha, el paso de Ayla había perdido su elasticidad. "Está pasando algo entre esos dos", se dijo.
Habían estado atravesando las altas hierbas marchitas desde media mañana, y Brun se volvió: no se veía a Creb por ninguna parte; estuvo a punto de enviar en su busca a uno de los hombres cuando lo pensó mejor y volvió sobre sus pasos hasta donde se encontraba Ayla.
—Anda, vete a buscar a Mog-ur —le dijo.
La joven pareció sorprendida pero asintió con la cabeza. Entregó Durc a Uba y se apresuró por la pista de hierba inclinada y pisoteada. Lo encontró muy atrás, caminando lentamente y apoyado en su cayado. Parecía sufrir. Ayla se había asombrado tanto ante su respuesta a su amoroso remordimiento, que no había sabido qué decirle después. Estaba segura de que sufría en sus articulaciones artríticas y dolorosas, pero se había negado a aceptar que le diera nada para mitigar el dolor. Después de varios desaires, no volvió a proponérselo aunque le dolía el corazón por él. Al ver a la joven, Creb se detuvo.
— ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó por señas.
—Me ha enviado Brun a buscarte.
Creb gruñó y se puso nuevamente en marcha. Ayla echó a andar tras él, observando sus movimientos lentos y dolorosos hasta que no pudo soportarlo más. Avanzó hasta ponerse frente a él y se dejó caer sobre el suelo a sus pies, obligándolo a detenerse. Creb miró a la joven largo rato antes de tocarle el hombro.
—Esta mujer quisiera saber por qué está enojado Mog-ur.
—No estoy enojado, Ayla.
—Entonces, ¿por qué no me dejas ayudarte? —rogó—. Antes no te habías negado nunca. Ayla luchaba por recobrar la compostura—. Esta mujer es curandera; está adiestrada para aliviar a los que sufren. Es su puesto, su función. A esta mujer le duele ver sufrir a Mog-ur, no lo puede remediar. —Ayla no pudo mantener la posición formal—. ¡Oh, Creb, déjame ayudarte! ¿No sabes que te quiero? Para mí, eres como el compañero de mi madre. Has provisto para mí, has hablado en mi favor y te debo la vida. No sé por qué has dejado de amarme, pero yo no he dejado de quererte a ti.
"¿Por qué se le llenan los ojos de agua cuando cree que no la quiero? ¿Y por qué sus débiles ojos siempre me hacen desear hacer algo por ella? ¿Tendrán ese mismo problema todos los Otros? Tiene razón, nunca anteriormente había rechazado su ayuda. ¿Por qué ahora? No es mujer del Clan. No importa lo que piensen los demás: nació de los Otros y siempre será uno de ellos. Ni siquiera lo sabe. Cree ser una mujer del Clan, cree ser curandera. Es curandera. Puede no ser de la estirpe de Iza, pero es curandera y se ha esforzado por ser mujer del Clan, por mucho que le haya costado a veces. Me pregunto si le será muy duro. No es la primera vez que se llenan los ojos de agua, pero, ¿cuántas veces habrá luchado para evitarlo? Cuando no puede evitarlo es cuando piensa que yo no la quiero. ¿Puede dolerle tanto? ¿Cuánto me dolería si creyera que no me quiere? Más de lo que quiero reconocer. Si ama de la misma manera, ¿puede ser tan diferente?" Creb trataba de verla como una extraña, como una mujer de los Otros. Pero seguía siendo Ayla, la hija de la compañera que él nunca tuvo.
—Será mejor que nos apresuremos, Ayla. Brun está esperándonos. Sécate los ojos y cuando nos detengamos, podrás hacerme algo de té de sauce, curan—
Una sonrisa brilló entre las lágrimas. Se puso en pie y volvió a caminar detrás de él. Al cabo de unos cuantos pasos, avanzó hasta el lado débil del hombre. El se detuvo un momento, después asintió con un gesto y se apoyó en ella.
Brun observó una mejoría al instante, y pronto impuso el mismo paso que antes, aunque de todos modos no viajaban todo lo rápidamente que él habría querido. Había un aire melancólico alrededor del viejo, pero ya parecía esforzarse algo más. "Sé que ha habido algún problema entre esos dos —se dijo Brun—, pero parece que lo han resuelto ya." Se alegraba por haber tenido la idea de mandarla en busca de él.
Creb permitió que Ayla le ayudara, pero seguía habiendo cierta distancia entre ambos, una brecha demasiado grande para que él la cerrara. No podía olvidar la diferencia entre sus destinos, y eso creaba una tensión que enfriaba el calor
Aun cuando hacía calor cuando el Clan de Brun se abría paso hacia su cueva, las noches se estaban volviendo frías. La primera visión de los montes cubiertos de nieve hacia el oeste, a lo lejos, animó al Clan, pero como la distancia apenas se reducía con el paso de los días, la sierra del extremo inferior de la península se convirtió en parte del paisaje y nada más. Sin embargo, la distancia disminuía por imperceptiblemente que fuera. Mientras proseguían día tras día hacia el oeste, las azules profundidades de las grietas empezaban a caracterizar a los glaciares, y la púrpura indistinta al pie de la corona helada fue matizándose de salientes y crestas.
Antes de acampar la última noche en la estepa, caminaron hasta que oscureció, y todos despertaron al primer albor de la mañana siguiente. Las planicies se fundían en un valle compuesto de pradera abierta y árboles altos, y la vista de un rinoceronte de zona templada que pacía proporcionó una sensación de familiaridad una vez que se alejó sin tomarlos en cuenta. Apretaron el paso al llegar a un camino que rodeaba los contrafuertes montañosos; entonces doblaron una cresta conocida y vieron su cueva, y todos los corazones palpitaron más fuerte: habían vuelto a su hogar.
Aba y Zoug corrían a su encuentro. Aba recibió a su hija y a Droog con gozo, abrazó a los niños mayores y tomó en sus brazos a Croob. Zoug saludó a Ayla con un movimiento de la cabeza mientras corría hacia Grod y Uka, después Ovra y Goov.
— ¿Dónde está Dorv? —preguntó Ebra con un ademán.
—Ahora camina por el mundo de los espíritus —respondió Zoug—. Su vista estaba tan mala, que no podía ver lo que decíamos. Creo que renunció y no quiso esperar vuestro regreso. Cuando los espíritus llamaron, se fue con ellos. Lo enterramos y señalamos el lugar para que Mog-ur pueda encontrarlo y celebrar los ritos mortuorios.
Ayla miró a su alrededor, súbitamente ansiosa:
— ¿Dónde está Iza?
—Está muy enferma —dijo Aba—. No ha abandonado el lecho desde la última luna nueva.
— ¡Iza! ¡Iza no! ¡No! ¡No! —gritó Ayla echando a correr hacia la cueva. Arrojó sus bultos al suelo tan pronto corno estuvo en el hogar de Creb, y se abalanzó hacia la mujer que estaba tendida entre sus pieles.
— ¡Iza! ¡Iza! —gritó la joven. La vieja curandera abrió los ojos.
— ¡Ayla! —exclamó, y su voz ronca se oía apenas—. Los espíritus han cumplido mi deseo —señaló débilmente—. Estás de regreso. —Iza tendió los brazos. Ayla la abrazó y sintió su cuerpo delgado y frágil, apenas algo más que huesos cubiertos de una piel arrugada. Su cabello era de un blanco de nieve, su rostro, un pergamino seco tendido sobre los huesos con mejillas hundidas y ojos profundamente sumidos. Parecía tener mil años… y acababa de cumplir los 26.
Ayla casi no podía distinguir nada por las lágrimas que le bañaban el rostro.
— ¿Por qué tuve que ir a la Reunión del Clan? Debería haberme quedado aquí cuidándote. Sabía que estabas enferma. ¿Por qué me fui y te dejé?
—No, no, Ayla —señaló Iza—, no te eches la culpa. No puedes cambiar lo que tiene que ser. Ya sabía yo que estaba muriéndome cuando te fuiste. No podrías haberme ayudado, nadie podría. Lo único que deseaba era verte una vez más antes de reunirme con los espíritus.
— ¡No puedes morir! ¡No dejaré que te mueras! Te voy a cuidar. Te voy a poner bien —gesticuló Ayla enloquecidamente.
—Ayla, Ayla. Hay cosas que ni la mejor curandera puede llevar a cabo.
La excitación provocó otro acceso de tos. Ayla la sostuvo hasta que terminó de toser. Puso sus pieles detrás de la mujer para alzarla un poco y facilitarle la respiración, y empezó a revolver entre las medicinas depositadas junto al lecho de Iza.
— ¿Dónde está el helenio? No puedo encontrar helenio.
—Creo que ya no queda nada —señaló débilmente Iza. El acceso de tos la había agotado—. He tomado muchísimo y no pude salir a buscar más. Aba trató de encontrar, pero me trajo girasol.
—No debería haberme marchado —decía Ayla, y de repente salió corriendo de la cueva. Se encontró con Uba que llevaba a Durc y con Creb en la entrada.
—Iza está enferma —expresó agitadamente Ayla——, y no tiene siquiera helenio. Voy a buscar un poco. No hay fuego en el hogar, Uba. ¿Por qué tuve que ir a la Reunión del Clan? Debí haberme quedado con ella. ¿Por qué me fui? —El rostro desolado de Ayla, sucio del viaje, estaba surcado de lágrimas pero no se daba cuenta ni le importaba. Corrió cuesta abajo mientras Uba y Creb entraban a toda prisa en la cueva.
Ayla chapoteó por el río, corrió hacia la pradera donde crecían las plantas y arrancó las raíces con las manos, sacándolas de la tierra. Deteniéndose en el río lo justo para lavarlas, volvió corriendo a la cueva.
Uba había encendido un fuego pero el agua que había empezado a calentar las estaba tibia. Creb se encontraba en pie junto a Iza realizando los movimientos oficiales con un fervor mayor que en muchos días, apelando a todos los espíritus que conocía para que fortalecieran la senda de la vida de su hermana enferma. Uba dejo a Durc en una estera. Empezaba a gatear y se puso a avanzar con pies y manos, dirigiéndose hacia su madre que estaba atarea da cortando la raíz en trocitos, pero ella lo apartó cuando quiso mamar, Ayla no tenía tiempo para su hijo. El niño se puso a chillar mientras ella echaba la raíz al agua y agregaba más piedras calientes, para hacerla hervir más aprisa.
—Déjame ver a Durc —señaló Iza—. Cuánto ha crecido. Uba lo tomó en brazos y se lo llevó a su madre, dejando al niño en el regazo de Iza, pero éste no estaba de humor para que lo mimara una vieja a la que no recordaba, y se agitó para que lo dejaran irse.
—Está fuerte y sano —dijo Iza— y no tiene problemas para mantener la cabeza erguida.
—Y ya tiene compañera —agregó Uba— o por lo menos una niñita que le han prometido.
— ¿Una compañera? ¿Qué clan iba a prometerle una niña? Tan joven y con su deformidad...
—Había una mujer en la Reunión del Clan, con una hija deforme. Se nos acercó para hablarnos el primer día —explicó Uba—. La niña se parece un poco a Durc, por lo menos su cabeza. Sus rasgos son algo distintos. La madre preguntó si podrían aparearlos. Oda estaba tan preocupada por la idea de que su hija nunca encontrara compañero. Brun y el jefe de su clan se han puesto de acuerdo. Creo que ella vendrá aquí a vivir después de la próxima Reunión, aunque no sea mujer aun. Ebra ha dicho que podría vivir con ellos hasta que ambos estén en edad de aparearse. Oda estaba muy contenta, sobre todo después de que Ayla preparó la bebida para la ceremonia.
—De modo que aceptaron a Ayla como curandera de mi estirpe. Me preguntaba si la aceptarían —señaló Iza y después se detuvo. Hablar la cansaba, pero de ver a sus seres amados nuevamente a su alrededor, se sentía rejuvenecida en su mente ya que no en su cuerpo—. ¿Cómo se llama la niña? —Ura —contestó la hija de Iza.
—Me gusta el nombre, tiene un buen sonido. —Iza volvió a descansar y entonces hizo otra pregunta—. ¿Y Ayla? ¿Ha encontrado compañero en la Reunión del Clan?
—El clan de los parientes de Zoug la está considerando. Al principio se negaron, pero una vez que fue aceptada como curandera, decidieron pensarlo. No hubo tiempo para arreglar nada antes de nuestra partida. Pueden tomar a Ayla pero no creo que quieran a Durc.
Iza asintió simplemente y después cerró los ojos.
Ayla estaba moliendo carne para hacerle un caldo a Iza, y cuidaba con impaciencia el agua hirviendo con las raíces para asegurarse del color y el sabor. Durc gateó hasta ella gimoteando, pero lo volvió a rechazar.
—Dámelo a mí, Uba —señaló Creb. Eso calmó un ratito al niño, sentado en el regazo de Creb, intrigado con la barba del hombre. Pero también de eso se cansó pronto. Se frotó los ojos y luchó por liberarse del brazo que lo retenía, y una vez libre gateó de nuevo hasta su madre. Estaba cansado y tenía hambre. Ayla, en pie junto al fuego, no pareció darse cuenta de que el malhumorado trató de tirarle de la pierna. Creb se enderezó, dejo caer su cayado y por señas pidió a Uba que le pusiera el niño en el brazo; cojeando pesadamente sin su apoyo, llegó al hogar de Broud y puso a Durc sobre el regazo de Oga.
—Durc tiene hambre y Ayla está atareada preparando medicinas para Iza. ¿Quieres alimentarlo, Oga?
Oga asintió, tomó al bebé en sus brazos y le dio el pecho. Broud arrugó el ceño, pero una sombría mirada de Mog-ur le hizo disimular rápidamente su ira. Su odio hacia Ayla no se extendía hasta el hombre que la protegía y proveía para ella. Broud temía demasiado a Mog-ur para odiarlo. Sin embargo, desde temprana edad había descubierto que el gran hombre santo no solía interferir en la vida seglar del Clan, limitando sus actividades al mundo de los espíritus. Mog-ur nunca había tratado de impedir que Broud ejerciera su control sobre la joven que compartía su hogar, pero Broud no deseaba enfrentarse directamente al mago.
El hombre regresó a su hogar y empezó a buscar entre los bultos que habían quedado tirados, la vejiga de grasa de oso que fue lo que le correspondía de la grasa derretida del animal ceremonial. Uba lo vio y acudió en su ayuda; Creb se lo llevó a su cámara de los espíritus. Aun cuando estaba seguro de que no quedaba esperanza, iba a utilizar toda la magia de que era capaz para ayudar a Ayla a mantener a Iza con vida.
Las raíces habían hervido lo suficiente, por fin, y Ayla sacó una taza de líquido, impaciente ahora porque se enfriara. El caldo caliente que le había dado antes, en sorbitos, sosteniéndole la cabeza lo mismo que había hecho Iza para ella cuando era una niña de cinco años medio muerta, había revivido algo a la vieja curandera. Había estado comiendo poco una vez que se quedó en cama, y no mucho más cuando todavía se levantaba; los alimentos que le daban permanecían intactos. Había sido un verano desolado y solitario para Iza. Sin nadie que la cuidara y se asegurara de que comiera, a menudo se le olvidaba o simplemente no le importaba. Los otros tres habían intentado ayudar al ver que se debilitaba, pero en realidad no sabían qué hacer.
Iza se había incorporado al acercarse el fin de Dorv, pero el miembro más viejo del Clan pasó rápidamente, y no había podido hacer mucho por él como no fuera tratar de que se sintiera cómodo. Su muerte había deprimido a los demás. La cueva parecía mucho más vacía sin él, y les demostraba lo cerca que estaban del otro mundo. Su deceso había sido el primero desde el terremoto.
Ayla estaba sentada junto a Iza, soplando sobre el líquido de la taza de hueso y probándolo de vez en cuando para ver si se había enfriado lo suficiente—. Su concentración en Iza era tan absoluta que no se dio cuenta de que Creb se había llevado a Durc ni de que se había alejado después hacia la cámara de los espíritus, y tampoco se percató de que Brun la estaba observando. Oyó los débiles ruidos de la respiración de Iza y comprendió que estaba muriéndose, pero no quiso permitirse creerlo. Buscó más tratamientos en su memoria.
"Una compresa con la corteza interna de la balsamina —pensó— sí, y una infusión de milenrama; respirar el vapor también sirve. Moras y cilindrillo. . . no, o sólo sirve para un catarro. ¿Raíces de bardana? Tal vez. ¿Hierba de almidón? Naturalmente, y la raíz fresca es mejor en otoño." Ayla estaba decidida a ir a Iza con infusiones, cubrirla de cataplasmas y ahogarla en vapor, si fuera sano. Cualquier cosa, lo que fuera, con tal de prolongar la vida de su madre, de la única madre que conoció. No podía soportar la idea de que muriera Iza.
Aun cuando Uba tenía perfectamente conciencia de la gravedad de la enfermedad de su madre, no dejó de percatarse de la presencia de Brun. No era habitual que los hombres visitaran el hogar de otro hombre en ausencia de éste, y Brun ponía nerviosa a Uba. Se puso a recoger los bultos dispersos, alrededor del hogar para poner éste en orden, mirando alternativamente a Brun, Ayla y su madre. Sin nadie para guiarla ni darle órdenes, no sabía cómo manejar la visita de Brun. Nadie lo saludaba ni le daba la bienvenida, ¿qué debería hacer ella?
Brun observaba al trío de mujeres: la vieja curandera, la joven curandera intensa que no se parecía en nada al resto del Clan y era sin embargo la que se consideraba como de más alta jerarquía en el arte de curar, y Uba, destinada también a ser curandera. Siempre había querido a su hermana, fue el bebé que se acariciaba y mimaba, bienvenida después de que un niño saludable había nacido para hacerse cargo de la jefatura. Siempre se había sentido protector con ella; nunca habría escogido para ella al hombre que fue su compañero; nunca le había gustado a Brun, un fanfarrón que ridiculizaba a su hermano tullido. Iza no tuvo más remedio que someterse, pero manejó bien la situación. Y sin embargo, había sido más feliz después de la muerte de su compañero que anteriormente. Era una buena mujer y una buena curandera. El Clan la echaría de menos.
"La hija de Iza está creciendo —pensaba, observándola—. Uba será pronto una mujer. Debería empezar a pensar en un compañero para ella. Deberá ser un buen compañero…uno que sea compatible. También es mejor para un cazador que su compañera le sea adicta. Pero no hay más que Vorn. Hay que tomar en cuenta también a Ona, y no puede aparearse con Vorn puesto que son hermanos. Tendrá que esperar a que Borg se haga hombre. Si se convierte pronto en mujer, puede tener un hijo antes de que Borg esté preparado para aparearse. Tal vez debería yo empujarlo un poco; es mayor que Ona. Una vez que sea suficientemente grande para aliviar sus necesidades, será suficientemente grande para hacerse hombre. ¿Será Vorn un buen compañero para Uba? Droog ha tenido buena influencia sobre él, y le gusta presumir cuando está Uba presente. Tal vez haya alguna atracción entre ellos." Brun se reservó los pensamientos para otra oportunidad.
La infusión de raíz de helenio se había enfriado, y Ayla despertó a la anciana, que se había quedado adormilada, levantándole la cabeza mientras le hacía ingerir la medicina. "No creo que puedas salvarla esta vez, Ayla —se decía Brun observando a la frágil mujer—. ¿Cómo ha envejecido tan pronto? Era la más joven, y ahora parece más vieja que Creb. Recuerdo cuando redujo la fractura de su brazo. No era mucho mayor que Ayla cuando ésta redujo la fractura de Brac, pero era mujer y estaba apareada. Y lo hizo bien: nunca me ha molestado lo más mínimo, salvo algunas punzadas últimamente. También yo estoy envejeciendo. Mis días de caza pronto habrán terminado, y tendré que encargar a Broud dé la jefatura."
“¿Estará ya preparado? Se portó tan bien en la Reunión del Clan que estuve a punto de entregárselo entonces. Es valiente; todos me han dicho la suerte que tengo. Tengo suerte; temí que fuera elegido para acompañar a Ursus. Habría sido un honor, pero es un honor al que renuncio de buena gana. Gorn era un buen hombre; ha sido duro para el clan do Norg. Siempre lo es cuando Ursus escoge. A veces es una suerte no recibir ese honor, el hijo de mi compañera sigue caminando en este mundo. Y no le teme a nada... tal vez sea demasiado temerario. Un poco de osadía y temeridad está bien en un joven, pero un jefe debe ser más juicioso. Debe tomar en cuenta a sus hombres. Debe pensar y proyectar de manera que la cacería sea fructuosa, pero sin arriesgar inútilmente a sus hombres. Quizá debería permitirle que dirija unas cuantas cacerías, para que gane experiencia. Debe aprender que en la jefatura hay algo más que osadía. Hay responsabilidad y control de sí mismo."
"¿Qué habrá en Ayla que saca a relucir lo peor que hay en él? ¿Por qué se rebaja compitiendo con ella? Puede parecer diferente, pero no deja de ser una mujer. Aunque valerosa, para ser mujer, decidida. Me pregunto si los parientes de Zoug la recibirán. Parecería extraño no tenerla, ahora que me he acostumbrado a ella. Y es una buena curandera, una gran ventaja para cualquier clan. Haré lo que pueda para asegurarme de que aprecian su valor. Mírala, ni siquiera su hijo, el hijo al que estaba dispuesta a seguir al otro mundo puede apartar su mente de Iza. No muchas desafiarían a un oso cavernario para salvar la vida de un hombre. También es temeraria, y ha aprendido a controlarse. Se ha portado bien en la Reunión, en todo punto ha sido una mujer como es debido, no como cuando era más joven. Nadie ha tenido más que alabanzas para ella, al final."
—Brun —llamó Iza con voz débil—, Uba, sírvele un poco de té al jefe —indicó, tratando de enderezarse. Seguía siendo la dueña del hogar de Creb—. Ayla, trae unas pieles para que se siente Brun. Esta mujer lamenta no poder servir personalmente al jefe.
—Iza, no te preocupes. No he venido a tomar té, he venido a verte —indicó Brun, sentándose junto a ella.
— ¿Cuánto tiempo llevas ahí de pie? —preguntó Iza.
—No mucho. Ayla estaba atareada; no he querido molestarla a ella ni tampoco a ti, esperando que terminara. Te han echado de menos en la Reunión del Clan.
— ¿Fue un éxito?
—Este Clan sigue siendo el primero. Los cazadores se portaron bien; Broud fue escogido primero para la Ceremonia del Oso. También Ayla se portó bien. Recibió muchas felicitaciones.
— ¡Felicitaciones! ¿Quién necesita felicitaciones? Demasiadas sirven para provocar envidia entre los espíritus. Si se portó bien, si trajo honor al Clan, debe ser suficiente.
—Se portó bien. Fue aceptada; se portó como una mujer correcta. Es tu hija, Iza, ¿Quién iba a esperar menos?
—Sí, es mi hija tanto como lo es Uba. He sido afortunada, los espíritus decidieron favorecerme con dos hijas, y las dos serán buenas curanderas. Ayla puede terminar de adiestrar a Uba.
— ¡No! —interrumpió Ayla—. Tú terminarás el adiestramiento de Uba. Te vas a poner bien. Ahora estamos de regreso y vamos a cuidarte. Te pondrás bien, espera y verás —señaló con una desesperación profunda—. Tienes que ponerte bien, madre.
—Ayla. Niña. Los espíritus están esperándome y pronto tendré que irme con ellos. Me han concedido mi último deseo: ver a mis seres queridos antes de morir.
El caldo y la medicina habían estimulado las últimas reservas de la enferma. Su temperatura subía dentro del esfuerzo valeroso de su cuerpo para luchar contra la enfermedad que la había derribado. La chispa de sus ojos vidriosos de fiebre y el color que prestaba a sus mejillas le daban un falso aspecto de salud. Pero había un brillo traslúcido en el rostro de Iza, como si estuviera iluminado por dentro: no era el ardor de la vida; esa calidad fantasmal se llamaba brillantez espiritual, y Brun la había visto anteriormente: era el surgir de la fuerza vital que se preparaba para marchar.
Oga se quedó con Durc en el hogar de Broud hasta muy tarde, y devolvió el niño mucho después de que se pusiera el sol. Uba lo acostó en las pieles de Ayla que ella misma había tendido. La muchacha estaba asustada y perdida; no tenía hacia quién volverse. Temía interrumpir a Ayla en sus esfuerzos por salvar a Iza, y temía perturbar a su madre. Creb sólo había vuelto el tiempo suficiente para pintar símbolos en el cuerpo de ka con una pasta de ocre rojo y grasa de oso, mientras hacía gestos por encima de ella. Regresó inmediatamente después a la cámara y no volvió.
Uba había sacado todo de los bultos y puesto en orden el hogar, preparando una cena que nadie comió, y recogido todo. Entonces se sentó calladamente junto al bebé dormido, deseando pensar en algo que hacer, algo que la tuviera ocupada. Aun cuando no aquietaba el terror que le atenazaba el corazón, por lo menos la actividad le daba algo en qué ocuparse. Era mejor que estar allí sentada viendo como se moría su madre. Finalmente se tendió en el lecho de Ayla rodeando al bebé con su cuerpo, apretándolo en un vano intento por sacar de él algún calor y seguridad. Ayla trabajaba constantemente con Iza, probando todas las medicinas y tratamientos que se le ocurrían, sin separarse de su lado, temerosa de que la mujer se fuera mientras ella estuviera ausente. No fue la única en velar aquella noche; sólo durmieron los niños pequeños. En cada hogar de la cueva oscura, hombres y mujeres contemplaban las brasas de los fuegos casi apagados o estaban tendidos con los ojos abiertos.
El cielo allá afuera estaba encapotado, no se veía una estrella. La oscuridad dentro de la cueva se volvía de un negro más profundo en la abertura, disimulando cualquier indicio de vida más allá de las brasas mortecinas del fuego de la cueva. En la tranquilidad del naciente día, cuando la noche estaba más profundamente sumida en la oscuridad, Ayla se sobresaltó despertando de un sueño ligero.
—Ayla —dijo Iza en un ronco susurro.
— ¿Qué ocurre, Iza? —señaló la joven.
Los ojos de la curandera reflejaban la oscura luz del carbón del hogar.
—Quiero decir algo antes de irme —indicó Iza, y entonces dejó caer las manos; era un esfuerzo demasiado grande levantarlas.
—No trates de hablar, madre. Descansa. Te sentirás más fuerte por la mañana—
—No, niña, tengo que decirlo ahora. No duraré hasta la mañana. —Sí, sí madre. Tienes que durar. No puedes irte —indicó Ayla. —Ayla, me marcho y debes aceptarlo. Déjame terminar, no me queda ya mucho. —Iza descansó nuevamente mientras Ayla esperaba sumida en muda preocupación.
—Ayla, siempre te he querido más. No sé por qué, pero es cierto. Quise quedarme contigo, quise que te quedaras con el Clan. Pero pronto me habré ido. Creb encontrará su camino hacia el mundo de los espíritus dentro de poco, también Brun está envejeciendo. Entonces el jefe será Broud. Ayla, no puedes quedarte aquí cuando Broud sea jefe. Encontrará la manera de lastimarte. —Iza descansó nuevamente, cerrando los ojos y luchando por respirar y tener fuerzas para seguir—. Ayla, hija mía, mi extraña y obstinada niña que siempre se ha esforzado tanto. Te he adiestrado para hacer de ti una curandera, de manera que tuvieras posición suficiente para quedarte con el Clan aunque nunca encontraras compañero. Pero eres mujer y necesitas compañero, un hombre que sea tuyo. Tú no eres del Clan, Ayla, Naciste de los Otros, debes estar con ellos. Tendrás que irte, niña, encontrar a los tuyos.
— ¿Irme? —señaló confusa—, ¿Adonde iría, Iza? No conozco a los Otros, no sabría siquiera dónde buscarlos.
—Hay muchos al norte de aquí, Ayla, en la tierra continental más allá de la península. Mi madre me dijo que el hombre a quien su madre curó venía del norte. —Iza se interrumpió de nuevo, y después sacó fuerzas de flaqueza para proseguir—. No puedes seguir aquí, Ayla. Vete y encuéntralos, hija mía. Encuentra a tu propia gente, encuentra a tu propio compañero.
Las manos de Iza recayeron súbitamente y se le cerraron los ojos. Respiraba poco profundo; se esforzó por respirar hondo y abrió nuevamente los ojos.
—Dile a Uba que la amo, Ayla. Pero tú fuiste mi primera hija, 1a hija de mi corazón. Siempre te he amado.... te he amado más...
La respiración de Iza se cortó con un suspiro burbujeante. No hubo más.
— ¡Iza! ¡Iza! —gritó Ayla—. ¡Madre, no te vayas! ¡No me dejes! ¡Oh, madre, no te vayas!
Uba despertó al grito de Ayla y corrió hacia ellas.
— ¡Madre! ¡Oh, no!, mi madre se ha ido. ¡Mi madre se ha ido!
La muchacha y la mujer se miraron.
—Me ha dicho que te diga que te amaba, Uba —dijo Ayla. Tenía secos los ojos, el impacto no había llegado aún a su cerebro. Creb se acercó arrastrando los pies. Ya estaba fuera de su cámara cuando Ayla gritó. Con un sollozo profundo, Ayla se agarró a los dos y los tres se encontraron unidos en un abrazo doloroso de desesperación. Las lágrimas de Ayla los mojaron a todos; Uba y Creb no tenían lágrimas, pero su dolor no era menos grande.