Capítulo 4

Se agitó sobre sus talones y eché a andar a grandes trancos hacia el saliente. Al rodearlo se detuvo impresionado por la vista que se extendía más allá; la excitación hirvió en sus venas. ¡Una cueva! ¡Y que cueva! Desde el instante en que la vio supo que era la cueva que estaba buscando, pero luchó por dominar sus emociones, por controlar sus esperanzas incipientes. Con un esfuerzo consciente se fijó en los detalles de la cueva y su situación. Era tan intensa su concentración que apenas se fijó en la niña.

Inclusive desde su posición favorable, a unos cientos de metros, la boca más o menos triangular, abierta en la roca de un gris moreno del monte, era suficientemente ancha para brindar en el interior un espacio más que adecuado en el que alojar a su Clan. La abertura daba al sur, expuesta a la luz del sol la mayor parte del día. Como para confirmar el hecho, un rayo de luz, abriéndose paso entre las nubes, iluminó el suelo rojizo de la ancha tenaza que se extendía delante de la cueva. Brun recorrió el área con la mirada, efectuando un detenido examen. Un ancho risco al norte y otro similar al sureste ofrecían protección contra los vientos. “Hay agua cerca”, pensó, agregando una característica positiva más a su lista mental que se alargaba, al ver el río que corría al pie de una leve pendiente al oeste de la cueva. Era, con mucho, el lugar más prometedor que había visto. Hizo señas a Grod y Creb, reprimiendo su entusiasmo mientras esperaba que se acercaran a él para examinar más de cerca la Cueva.

Los des hombres se apresuraron en acercarse a su jefe, seguidos por ha que iba a buscar a Ayla. También ella echó una mirada escrutadora a la cueva y asintió satisfecha con la cabeza antes de regresar con la niña al núcleo de gente que se agitaba excitadamente. La emoción reprimida de Brun se estaba comunicando. Todos sabían que se había encontrado una cueva y sabían que Brun consideraba que tenía buenas posibilidades. Perforando la oscuridad amenazadora del cielo encapotado, brillantes rayos de sol parecían cargar la atmósfera de esperanzas, a juego del humor del Clan que aguardaba lleno de ansiedad.

Brun y Grod agarraron sus lanzas mientras los tres hombres se acercaban a la cueva. No vieron señales de habitación humana, pero eso no garantizaba que la cueva estuviera inhabitada. Había pájaros entrando y saliendo por la enorme abertura, gorjeando y trinando mientras se cernían y giraban. ‘Los pájaros son un buen augurio”, pensó Mog-ur. Mientras se acercaban caminando con precaución, apartándose de la boca; Brun y Grod examinaban cuidadosamente señales frescas y excrementos. Los más recientes tenían varios días. Los rastros y las anchas señales de dientes en pesados huesos quebrados por potentes quijadas contaban su historia: una manada de hienas había utilizado la cueva como refugio provisional. Los devoradores de carroña habían atacado a un viejo cieno inútil y arrastrado su cadáver hasta la cueva para terminar de comerlo tranquilos, en una seguridad relativa.

Muera y a un lado, cerca del extremo occidental de la abertura, alojada en un enredo de trepadoras y matorrales, había una poza alimentada por un manantial que desaguaba en un arroyuelo que desembocaba en el río. Mientras los demás esperaban, Brun siguió la contente manantial arriba y vio que salía de la roca, un poco del lado abrupto, áspero y cubierto de vegetación, de la cueva. El agua que saltaba justo fuera de la boca de la cueva era fresca y pura. Brun sumó la poza a las ventajas de la ubicación y se reunió con los demás. El sitio era bueno, pero la decisión residía en la cueva misma. Los dos cazadores y el mago tullido se prepararon para entrar por la ancha y oscura abertura.

Volviendo al extremo oriental, los hombres miraron hacia el vértice de la entrada triangular, muy por encima de sus cabezas, al pasar al agujero de la montaña. Con todos los sentidos en estado de alerta, avanzaron cautelosamente por el interior de la cueva, pegándose a la pared. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad interior, miraron asombrados a su alrededor. Un alto techo abovedado dominaba un salón inmenso, suficientemente amplio para muchas veces el número de miembros del Clan. Avanzaron paso a paso a lo largo de la áspera roca en busca de orificios que pudieran conducir a profundidades mayores. Cerca del fondo surgía otro manantial de la pared, formando una poza pequeña y oscura que se desvanecía en el suelo terroso y seco poco más allá. Pasando la poza, la muralla de la caverna formaba un ángulo hacia la entrada. Siguiendo la muralla oeste de regreso hacia la entrada vieron gracias a la luz que aumentaba progresivamente, una oscura grieta en la muralla gris oscuro. A una señal de Brun, Creb interrumpió su avance arrastrado mientras Grod y el jefe se aproximaban a la fisura y miraban adentro.

— ¡Grod! —ordenó Brun, agregando un ademán que indicaba su necesidad. El segundo al mando echó a correr hacia afuera mientras Brun y Creb esperaban tensos. Grod examinó la vegetación que crecía fuera y después se dirigió a un bosquecillo de pino plateado. Puñados de dura resma filtrada a través de la corteza formaban parches brillantes sobre los troncos. Grod arrancó la corteza, y una savia fresca, pegajosa, empezó a manar de la herida del árbol. Grod rompió ramas secas que seguían colocando por debajo de las vivientes cubiertas de agujas verdes, y sacando un hacha de un pliegue de su capa, machacó una rama verde y la despojó. Envolvió la corteza resinosa y las ramitas secas con hierbas duras y las sujetó al extremo de la rama verde; entonces, retirando con cuidado el carbón vivo del cuerno de bisonte que llevaba en la cintura, lo acercó a la tesina y comenzó a soplar. Pronto pudo regresar corriendo a la cueva llevan do en la mano una antorcha encendida.

Grod sostenía la luz muy por encima de su cabeza, y Brun lo seguía con el mazo dispuesto: así entraron los dos en la negra fisura Avanzaron lentamente por un corredor angosto que formaba ángulo abrupto al cabo de unos cuantos pasos, hacia el fondo de la cueva y, justo después del ángulo, se abría en una segunda cueva. La pieza, mucho más pequeña que la principal, era casi circular; contra la muralla del fondo, un montón de huesos brillaba, blanco, a la luz vacilante de la antorcha. Brun se acercó para ver mejor y sus ojos se abrieron muy grandes; esforzándose por controlar su emoción, hizo una señal y ambos se retiraron rápidamente.

Mog-ur estaba esperando con ansiedad, apoyado pesadamente en su báculo.

Al ver salir a Brun y Grod de la oscuridad el mago se sorprendió: no era habitual en Brun mostrarse tan agitado. Ante un gesto, Mog-ur siguió a los hombres por el oscuro corredor; cuando llegaron a la sala pequeña, Grod alzó la antorcha. Los ojos de Mog-ur se entrecerraron al ver el montón de huesos. Avanzó rápidamente y su cayado rebotó ruidosamente en el suelo mientras él dejaba caer de rodillas. Buscando entre el montón, vio un objeto largo y oblongo; haciendo a un lado los demás huesos, tomó en sus manos una calavera.

No cabía el menor lugar a dudas. El arco frontal abombado de la calavera hacia juego con la que llevaba Mog-ur en su manto. Se sentó, levantó el enorme cráneo hasta su ojo y miró los oscuros orificios de los ojos con incredulidad y veneración. Ursus había utilizado esta cueva. Dada la enorme cantidad de huesos, habían hibernado allí osos cavernarios durante muchos inviernos. Ahora Mog-ur comprendía la excitación de Brun. Era la mejor señal posible. Esta cueva había sido la morada del Gran Oso Cavernario. La esencia de la maciza criatura a la que el clan reverenciaba por encima de todas las demás, honraba por encima de todas las demás, impregnaba la roca misma de las murallas de la cueva. La suerte y la buena fortuna eran seguras para el Clan que viviera allí. Por la edad de los huesos, resultaba evidente que la caverna había quedado deshabitada por años, esperando a que ellos la encontraran.

Era una cueva perfecta, bien situada, espaciosa, con un anexo para los rituales secretos, que podría ser usado en invierno y en verano; un anexo que respiraba el misterio sobrenatural de la vida espiritual del Clan. Mog-ur estaba ya imaginando las ceremonias. Aquella pequeña cueva habría de ser su dominio. Su búsqueda había concluido, el Clan había hallado un hogar… siempre que la primera cacería fuera afortunada.

Al salir los tres hombres de la cueva, el sol brillaba, las nubes se retiraban rápidamente impulsadas por un aire cortante que venía del este; Brun lo tomó como buen augurio. No habría importado que las nubes se hubieran abierto dejando caer un diluvio acompañado de rayos y truenos; lo habría considerado como buena señal. Nada podría haber empañado su exaltación ni disipado su sentimiento de satisfacción Estaba de pie en la terraza que había delante de la cueva y miraba el paisaje que se divisaba desde allí. Más adelante, por una brecha abierta entre dos colinas, podía ver una enorme extensión centelleante de agua. No se había percatado de que estaban cerca, y eso le trajo a la mente un recuerdo que resolvió el enigma de la temperatura que subía rápidamente y de la insólita vegetación

La cueva se encontraba en los contrafuertes de una cadena de montañas en el extremo sur de una península que avanzaba en medio de un mar interior.

La Península estaba unida en dos lugares a la tierra firme. El istmo principal en un ancho cuello hacia el norte, pero una faja estrecha de pantanos salados formaba un nexo con las altas tierras montañosas del este. El pantano salado era también un canal de desagüe en plena marisma para un pequeño mar interior situado en el ángulo noreste de la península.

Las montañas que tenían atrás protegían a la franja costera del helad frío invernal y de los terribles vientos procedentes del glaciar continente, situado al norte. Los vientos marítimos, moderados por las aguas del mar, q nunca se congelaban, creaban una angosta faja templada en el extremo protegido, y proporcionaban suficiente humedad y calor para la densa selva de árboles de madera dura y anchas hojas deciduas comunes en las regiones frías templadas.

La cueva tenía una ubicación ideal; disponía de lo mejor de dos mundos. Las temperaturas eran más altas que las que prevalecían en las áreas circundantes, y había madera abundante para abastecer de combustible durante los meses helados del invierno. Un amplio mar estaba al alcance de la mano, Heno de Pesca y mariscos, y los riscos que bordeaban el ribazo servían de hogar a una colonia de aves marinas y sus huevos en nidos asequibles. La selva templada era un paraíso para quienes fueran en busca de frutas, nueces, bayas, semillas, verduras y hortalizas. Tenían acceso al agua dulce de arroyos y ríos. Pero, lo más importante, estaban cerca de las estepas cuyas extensas praderas sustentaban a las abundantes manadas de grandes animales herbívoros que no sólo proporcionaban carne sino también pieles para vestirse y útiles para la vida cotidiana. El pequeño Clan de cazadores-merodeadores vivía de la tierra, y esa tierra brindaba una abundancia abrumadora.

Apenas sentía Brun la tierra bajo sus pies mientras regresaba junto al Clan que lo aguardaba. No podía imaginar una cueva más perfecta. “Los espíritus han regresado —pensaba—. Quizá nunca nos hayan abandonado, tal vez lo único que deseaban era que nos mudáramos a esta cueva más amplia y más bella. ¡Claro que sí! ¡Tenía que ser eso! Se habían cansado de la vieja cueva, quería un nuevo hogar, de modo que provocaron un terremoto para obligarnos a abandonarla. Quizá la gente que fue muerta era necesaria en el mundo de los espíritus; y para compensar, nos condujeron a esta nueva cueva. Tienen que haber estado sometiéndome a prueba, viendo cómo dirigía a mi Clan. Por eso no podía yo decidir si habríamos de volver.” Brun estaba satisfecho de ver que sus cualidades de jefe no habían fallado. Si no hubiera sido una falta de decoro, habría echado a correr para contárselo a los demás.

Al aparecer los tres hombres, no fue necesario decirle a nadie que el viaje había terminado. Lo sabían todos. Entre los que esperaban, sólo Iza y Ayla habían visto la cueva, y sólo Iza podía apreciarla; había estado segura de que Brun la reclamaría. “Ahora no puede obligar a marcharse a Ayla, —se dijo Iza—; de no haber sido por ella, Brun habría dado media vuelta antes de que la encontráramos; debe de tener un poderoso tótem, y además afortunado.” Iza miró a la niña que estaba a su lado, ignorante de la excitación que había causado. “Pero de tener tanta suerte ¿por qué perdió a su gente? —Iza meneo la cabeza—. Nunca comprenderé los caminos de los espíritus’’

Brun también estaba mirando a la niña. Tan pronto como vio a la mujer y la niña, recordó que había sido Iza quien le habló de la cueva, y nunca habría sabido de ella de no haber ido en busca de Ayla. El jefe se había molestado al ver que la niña echaba a andar por su cuenta; había dicho a todos que esperaran

Pero si ella no se hubiera mostrado indisciplinada, la cueva habría pasado inadvertida ¿Por qué la habrían llevado los espíritus hacia la cueva antes que a nadie? Mog-ur tenía razón, siempre tenía razón: los espíritus no estaban enojados por la compasión de Iza, no estaban perturbados por la presencia de Ayla entre ellos, incluso parecía que la favorecieran.

Brun miró al hombre deforme que debería haber sido jefe en su lugar. “Tenemos suerte de que mi hermano sea nuestro Mog-ur. Curioso —pensó—, no he pensado en él como mi hermano por mucho tiempo... desde que éramos niños.”

Brun solía pensar siempre en Creb como su hermano cuando era joven y luchaba por adquirir el control de si mismo esencial para los hombres del clan, en especial para el que habría de ser jefe. Su hermano mayor había libra do su propia batalla contra el dolor Y el ridículo porque no podía cazar, y parecía saber cuándo estaba Brun al borde del llanto. La mirada dulce del hombre tullido tenía Un efecto calmante ya por aquel entonces, y Brun siempre se sen tía mejor cuando Creb estaba sentado a su lado, brindando el consuelo de su comprensión silenciosa.

Todos los niños nacidos de la misma mujer eran hermanos, pero sólo los hermanos de un mismo sexo se hablaban empleando ese término íntimo de hermano o hermana, y sólo los jóvenes o en momentos poco frecuentes de intimidad especial. Los varones no tenían hermanas ni las mujeres hermanos; Creb era hermano de Brun; Iza no tenía hermanas y era sólo familiar de ellos dos.

Hubo un tiempo en que Brun sintió lástima de Creb, pero hacía mucho que había olvidado sus achaques en vista de su saber y su poder. Casi había dejado de considerarlo como un hombre; en sólo como el gran mago cuyo sabio consejo había solicitado con frecuencia. Brun no creía siquiera que su hermano lamentara no ser jefe, pero había veces en que se preguntaba si el tullido habría lamentado no tener una compañera y los hijos de ésta. A veces las mujeres podían ser exasperantes, pero a menudo proporcionaban calor y placer al hogar de un hombre. Creb nunca tuvo compañera, nunca aprendió a cazar, nunca cono ció los gozos ni las responsabilidades de los hombres, pero era Mog-ur, el Mog-ur.

Nada sabía Brun acerca de la magia y muy poco de los espíritus, pero era Jefe y su compañera había dado a luz un hermoso hijo. El se hinchaba de orgullo al pensar en Broud, el muchacho al que estaba adiestrando para que ocupara su puesto algún día. “Lo llevare a la próxima cacería —decidió repentinamente Brun—, la cacería para la fiesta de la cueva; puede ser la cacería de su virilidad. Si mata él primero, podemos incluir los ritos de su virilidad en la ceremonia de la cueva. Eso si que enorgullecería a Ebra.

 Broud es suficientemente adulto, y además fuerte y valiente. Un poco obstinado a veces, pero está aprendiendo a dominar su genio.” Brun necesitaba un cazador más. Ahora que el Clan tenía una cueva, les esperaba mucho trabajo para preparar el invierno siguiente. El muchacho contaba casi doce años, casi suficientemente mayor para la virilidad. “Brun puede compartir los recuerdos por vez primera en la nueva cueva —pensó Brun- Eso será especialmente bueno; Iza hará la bebida.”

“¡Iza! ¿Qué voy a hacer con Iza? ¿Y esa niña? Iza se ha encariñado ya con ella, por extraña que sea Debe de ser porque ha vivido tantos años sin tener hijos. Poro pronto tendrá uno propio, y ahora no tiene compañero que la mantenga Con la niña, serán dos criaturas por quienes preocuparse. Iza no es ya joven, Pero está embarazada y tiene su magia y su posición, lo cual traería honor a cualquier hombre. Quizás uno de los cazadores la tomara por segunda esposa de no ser por la extraña niña. La extraña favorecida por los espíritus: Realmente yo podría causar su descontento si la despachara ahora; podrían hacer nuevamente temblar la tierra...” y Brun se estremeció.

“Sé que Iza quiere quedarse con ella, y me habló de la cueva. Merece honores por ello, pero que no resulte obvio. Si la dejo quedarse con la niña, eso será honrarla pero la niña no pertenece al Clan. ¿La querrán los espíritus del Clan? Ni siquiera tiene un tótem; ¿cómo se le puede permitir quedarse si no tiene tótem? ¡Los espíritus! ¡Yo no entiendo a los espíritus!”

— ¡Creb! —llamó Brun. El mago se volvió al oírlo, sorprendido de que Brun lo llamaba por su nombre personal, y fue cojeando hacia el jefe cuando éste hizo señas de que deseaba hablar en privado.

—Esa niña, la que ha recogido Iza ya sabes que no pertenece al Clan, Mog-ur —comenzó Brun, no muy seguro de cómo empezar. Creb esperó—. Tú has sido el que dijo que debería dejar que Ursus decida si ha de vivir. Bueno, parece que lo ha decidido, pero ahora ¿qué hacemos con ella? No pertenece al Clan; no tiene tótem. Nuestros tótems no van a permitir siquiera que alguien de otro Clan se encuentre en la ceremonia para prepararles una cueva; sólo están permitidos aquellos cuyos espíritus han de vivir con ella. Es tan joven que nunca podrá sobrevivir si la dejamos sola, y ya sabes que Iza desea quedarse con ella pero ¿qué pasará con la ceremonia de la cueva?

Creb había tenido la esperanza de que algo así se presentara, ya estaba preparado.

—La niña tiene un tótem, Brun, un fuerte tótem. Lo único es que no sabemos cuál es. Ha sido atacada por un león cavernario y sin embargo, lo único que le ha quedado ha sido unos cuantos arañazos.

— ¡Un león cavernario! Pocos cazadores saldrían tan bien librados.

—Sí; y además vagó sola mucho tiempo, estuvo a punto de morir de hambre pero no murió, y fue puesta en nuestro camino para que la encontrara Iza. Y no lo olvides, tú no lo impediste, Brun. Es joven para una prueba tan penosa—prosiguió Mog-ur—, pero creo que estaba siendo puesta a prueba por su tótem para ver si era merecedora. Su tótem no sólo es fuerte, es afortunado. Todos podríamos compartir su buena fortuna, tal vez la estemos compartiendo ya.

— ¿Quieres decir. . . la cueva?

—Le fue mostrada a ella antes que a nadie. Estábamos preparados para regresar; nos trajiste tan cerca, Brun.

—Los espíritus me guiaron, Mog-ur. Querían un nuevo hogar.

- —Sí, desde luego que te guiaron, pero, a posar de todo, mostraron la cueva primero a la niña. He estado pensando, Brun. Hay dos niños que no saben cuáles son sus tótems. No he tenido tiempo; hallar una nueva cueva era más importante. Creo que debería incluir una ceremonia de tótem para esos niños cuando santifiquemos la cueva. Les traería suerte y complacería a sus madres.

— ¿Qué tiene que ver eso con la niña?

—Cuando yo interceda para los tótems de los dos niños, pedirá también el de ella. Si su tótem se revela a mi, puede ser incluida en la ceremonia. No sería pedir mucho de ella, y al mismo tiempo podemos aceptarla dentro del clan. No habrá problema, entonces, para que se quede.

— ¡Aceptarla dentro del Clan! No pertenece al Clan, ha nacido de los Otros. ¿Quién ha hablado de aceptarla dentro del Clan? Eso no nos será permitido. A Ursus no le gustará. Nunca se ha hecho antes de ahora —protestó Brun—. No estaba pensando en hacerla una de nosotros, sólo me preguntaba si los espíritus le permitirían vivir entre nosotros hasta que sea mayor.

—Iza salvó su vida, Brun, y lleva ahora parte del espíritu de la niña; eso la hace del Clan en parte. Estuvo a punto de pasar al otro mundo, pero ahora vive. Es casi lo mismo que haber nacido de nuevo, nacido en el Clan. —Creb podía ver cómo el jefe apretaba las mandíbulas en señal de disgusto por la idea, y prosiguió apresuradamente antes de que Brun pudiera decir nada—: La gente de un clan se une a otros clanes, Brun; eso nada tiene de insólito. Hubo una época en que los jóvenes de muchos clanes se reunían para formar nuevos clanes. Recuerda la última Reunión del Clan: ¿no decidieron dos pequeños clanes unirse para formar uno solo? Ambos estaban mermando, no nacían suficientes niños, y entre los que nacían no vivían los suficientes más de un año. Introducir a alguien en un clan no es cosa nueva —razonó Creb.

—Es cierto, a veces la gente de un clan se une con otro, pero la niña no pertenece Clan. Ni siquiera sabes si el espíritu de su tótem hablará contigo, Mog-ur; y si lo hace ¿cómo estarás seguro de que lo comprendes? ¡Yo no puedo siquiera comprenderla a ella! ¿Crees realmente que podrás hacerlo? ¿Descubrir su tótem?

—Sólo puedo intentarlo. Pediré a Ursus que me ayude. Los espíritus tienen su propio lenguaje, Brun. Si está destinada a unirse a nosotros, el tótem que la protege e hará comprender.

Brun reflexionó un momento.

—Pero aún cuando puedas descubrir su tótem ¿qué cazador la aceptará? Iza y su bebé serán carga suficiente, y no disponemos de tantos cazadores. Hemos perdido algo más que el compañero de Iza en el terremoto. El hijo de la compañera de Grod murió, y era un cazador joven y fuerte. El compañero de Aga ha desaparecido, y ella tiene dos hijos y su madre, compartiendo el fuego de aquél —Una sombra de dolor pasó por los ojos del jefe al pensar en los muertos de su Clan—. Y Oga —prosiguió Brun— primero fue corneado el compañero de su madre, y justo después ésta murió en el derrumbe. He dicho a Ebra que nos quedamos con la niña; Oga es casi una mujer. Cuando sea suficientemente grande, creo que se la daré a Broud; eso lo complacerá. —Brun se quedó pensando, distraído por un momento al pensar en las demás responsabilidades que le incumbían— Hay suficientes obligaciones para los hombres que quedan, sin agregar a la niña, Mog-ur. Si la acepto en el Clan, ¿a quién podré destinar a Iza?

— ¿A quién pensabas dársela hasta que la niña fuera suficientemente mayor para dejarnos, Brun? —preguntó el tuerto. Brun se mostró incómodo pero Creb prosiguió antes de que pudiera responderla—: No es necesario agobiar a un cazador con Iza o la niña, Brun, yo proveeré por ella.

— ¿Y por qué no? Son hembras. No hay varones que adiestrar, por lo menos no los hay de momento. ¿Acaso no tengo derecho a la parte del Mog-ur sobre cada cacería? Nunca la he reclamado completa, no la necesitaba, pero puedo. ¿No sería más fácil que todos los cazadores me entregaran la parte completa asignada a Mog-ur para que pueda mantener yo a Iza y la niña, en vez de agobiar a un cazador con ellas dos? Había pensado en hablarte de establecer mi propio hogar en cuanto encontráramos una cueva, de todos modos, para sustentar a Iza a menos que otro hombre la quiera. He compartido un fuego con mi hermana por muchos años; sería difícil para mí cambiar, al cabo de tanto tiempo. Además, Iza alivia mi artritis. Si su hijo es niña, también me quedará con ella. De ser niño... bueno, podemos preocupamos de eso entonces.

Brun dio vueltas a la idea en la cabeza. Si, ¿por qué no? Sería más cómodo para todos. Pero ¿por qué querría hacerlo Creb? Iza le cuidaría su artritis sin importar qué fuego compartiera. ¿Por qué un hombre de su edad querría súbitamente preocuparse por niños pequeños? ¿Por qué había de asumir la responsabilidad de adiestrar y disciplinar a una niña ajena? Tal vez era eso: que se sentía responsable. A Brun no le complacía la idea de introducir a la niña en su Clan—deseaba que el problema no se hubiera presentado nunca— pero le molestaba más aún la idea de tener viviendo con ellos a una intrusa, además, fuera de su control. Quizá fuera mejor aceptarla y adiestrarla debidamente, como debe hacerse con una mujer. Podría ser más fácil para el resto del Clan también. Y si Creb estaba dispuesto a tomarlas, a Brun no se le ocurría razón para no permitirlo.

Brun hizo un ademán de aquiescencia.

—Está bien: si puedes descubrir su tótem, la aceptaremos en el Clan, Mog-ur, y pueden vivir junto a ti por lo menos hasta que Iza dé a luz.

—Por primera vez en su vida, Brun estaba abrigando la esperanza de que la criatura por nacer fuera una niña y no un niño.

Una vez tomada la decisión, el jefe experimentó una sensación de alivio. El problema de lo que se podría hacer con Iza había estado preocupándolo, pero lo había hecho a un lado; tenía problemas más importantes de qué ocuparse. La sugerencia de Creb no brindaba solamente una solución a una decisión compleja que debía tomar como jefe del Clan, sino que resolvía un problema mucho más personal también. Por mucho que se esforzara, desde que el terremoto había matado a su compañero, no podía pensar en otra alternativa más que en adoptarla a ella y a su hijo, y probablemente también a Creb, e incluirlos en su hogar. Ya tenía la responsabilidad de Broud y Ebra, y ahora la de Oga. Más gente provocaría fricciones en el único lugar donde podía descansar y bajar algo la guardia. Además, también era posible que su compañera no se hubiera sentido muy feliz.

Ebra se llevaba bastante bien con su hermana, pero ¿junto al mismo fuego? Aun cuando nunca se había dicho nada abiertamente, Brun sabía que Ebra envidiaba la posición de Iza. Ebra estaba apareada con el jefe; en la mayoría de los clanes, ella habría sido la mujer de más alta posición. Pero Iza era una curandera cuya estirpe podía ser rastreada, en líneas ininterrumpidas, entre las curanderas más respetadas y prestigiosas del Clan. Tenía posición por derecho propio, no por su compañero. Cuando ha recogió a la niña, Brun pensó que debería adoptarla también. No se le había ocurrido que Mog-ur pudiera asumir la responsabilidad, no sólo de sí mismo sino de Iza y sus hijos también. Creb no podía cazar, pero Mog-ur contaba con otros recursos.

—No viajaremos más; se ha hallado una cueva.

—Iza —dijo Creb mientras la mujer preparaba un té de sauce para Ayla—. Esta noche no voy a cenar.

Iza inclinó la cabeza por toda respuesta. Sabía que iba a meditar preparándose para la ceremonia. Nunca comía cuando iba a meditar.

El Clan había acampado junto al río al pie de la suave pendiente que subía hasta la cueva. Sólo cuando ésta fuera consagrada por el ritual correspondiente pasarían a vivir en ella. Aun cuando no sería propicio mostrase demasiado ansioso, cada uno de los miembros del Clan encontró algún pretexto para acercarse lo suficiente y mirar hacia adentro. Las mujeres que recogían tena y hierbas lo hicieron junto a la abertura, y los hombres siguieron a las mujeres, ostensiblemente para vigilarlas. El Clan estaba tenso pero de ánimo excelente. La ansiedad que habían experimentado desde el terremoto se había desvanecido. Le agradaba el aspecto que tenía la gran caverna oscura y sin alumbrar, podían divisar lo suficiente para reconocer que era espaciosa, mucho más amplia que su cueva anterior. Las mujeres señalaban con deleite la poza de agua de manantial. No tendrían que ir hasta el río en busca de agua. Estaban deseando que se efectuara la ceremonia de la cueva, uno de los pocos ritos en que tomaban parte las mujeres, y todos anhelaban ir a vivir allí adentro.

Mog-ur se alejó del atareado campamento. Quería hallar un lugar tranquilo para pensar sin que lo molestaran. Mientras seguía el curso del río que descendía veloz a reunirse con el mar interior, una suave brisa volvió a soplar desde el sur, agitando su barba. Sólo unas pocas nubes lejanas empañaban la claridad cristalina del cielo crepuscular. La maleza era densa y lujuriante; Mog-ur tuvo que buscar su camino rodeando los obstáculos, pero apenas se daba cuenta pues tenía la mente sumida en una profunda concentración. Un ruido procedente del matorral cercano lo hizo pararse en seco. Era un país desconocido y su única defensa era el fuerte cayado que le ayudaba a caminar, pero en una mano vigorosa podía resultar un arma defensiva formidable. Lo sostuvo preparado para cualquier cosa, escuchando los gruñidos y ronquidos que venían de la espesa maleza y los ruidos de ramas quebradas desde aquella misma dirección.

De repente, un animal salió disparado a través de la pantalla de espesa vegetación con un cuerpo grande y potente sostenido por patas cortas y robustas, caninas inferiores agudas y amenazadoras salían como colmillos a ambos lados de su hocico. El nombre del animal se le representó aun cuando nunca anteriormente había visto un jabalí. El cerdo salvaje lo miró belicosamente, arrastró las pezuñas sin saber qué hacer y acabó por ignorar al hombre: sumiendo su hocico en la hierba blanda, volvió a penetrar en el matorral. Creb dio un suspiro de alivio y prosiguió su camino río abajo. Se detuvo en una estrecha playa arenosa, tendió su manto, puso encima la calavera del oso cavernario y se sentó frente a ella. Hizo los ademanes ceremoniosos para pedir ayuda a Ursus y después apartó su mente de cualquier pensamiento que no fuera el de los niños que necesitaban saber cuáles eran sus tótems.

¡Los niños habían intrigado siempre a Creb! Con frecuencia, mientras estaba sentado en medio del Clan, aparentemente perdido en sus pensamientos, observaba a los niños sin que nadie se percatara de ello. Uno de los más jóvenes era un niño robusto y fornido de más o menos medio año, quien había lanzado alaridos belicosos al nacer y muchas veces más después, principalmente cuando deseaba que lo alimentaran. Desde que nació, Dorg estaba arrimándose al suave pecho de su madre, hasta encontrar el pezón y dando gruñiditos de placer al mamar. Le recordaba, pensó Creb con sentido humorístico, al jabalí que había visto gruñir mientras sumía el hocico en la tierra blanca. El jabalí era un animal digno de respeto. Era inteligente, sus feroces colmillos podían causar graves daños en cuanto el animal fuera azuzado, y las cortas patas podían moverse con una velocidad pasmosa si decidía lanzarse a la carga. Ningún cazador desdeñaría semejante tótem. “Y será adecuado para el nuevo lugar; su espíritu reposará a gusto en la nueva caverna. Es un jabalí”, decidió convencido de que el tótem del niño se había mostrado para que el mago se acordara de él.

Mog-ur se sintió satisfecho por su elección y volvió su atención hacia el otro bebé. Ona, cuya madre había perdido a su compañero durante el terremoto, había nacido poco antes del cataclismo. Ahora, junto al fuego, el único varón en su hermano Vorn, de cuatro años de edad. Pronto necesitaría Aga otro compañero, meditaba el mago, uno que se encargara también de Aba, su anciana madre. “Pero ese es problema de Brun; en quien debo pensar es en Ona, no en su madre”

Las niñas necesitaban tótems más amables; no podían ser más fuertes que un tótem de hombre pues entonces combatirían la esencia fecundadora y la mujer no podría tener hijos. Pensó en Iza; su saiga, el antílope de las estepas, había sido demasiado para que el tótem de su compañero pudiera superarla durante muchos años. ¿Sería realmente eso? A menudo se preguntaba Mog-ur al respecto. Iza conocía mucha más magia de lo que mucha gente creía, y no era feliz con el hombre al que había sido entregada. No que él la censurara por ello: siempre se había portado debidamente, pero la tensión que había entre ellos era visible. “Bien, ahora ya no está el hombre —pensó Creb—, y será Mog-ur su proveedor ya que no su compañero.”

Como hermano suyo, Creb nunca podría aparearse con Iza, eso fría en contra de toda la tradición, pero hacia ya tiempo que él había perdido el deseo de tener compañera. Iza era buena compañía, había cocinado para él y lo había cuidado durante muchos años, y ahora sería mucho más agradable estar juntos alrededor del fuego sin aquella animosidad latente y continua. Ayla podría hacerlo mucho más agradable aún. Y Creb experimentó una bocanada de agradable calor al recordar los bracitos que se tendieron para abrazarlo. “Más adelante —se dijo—; primero, Ona.”

Era un bebé tranquilo y contento que a menudo lo miraba solemnemente con sus grandes ojos redondos. Ella lo observaba todo con un interés silencioso, sin pasar nada por alto, o por lo menos eso parecía. La imagen de una lechuza le pasó por la mente. La lechuza es un ave cazadora —pensó— pero sólo caza animales pequeños. Cuando una mujer tiene un tótem fuerte, a su marido le hace falta otro mucho más fuerte. Ningún hombre cuya protección sea débil puede aparearse con una mujer que tenga lechuza por tótem, pero quizás ella necesite un hombre con fuerte protección.” Una lechuza, pues, fue su decisión. ‘Todas las mujeres necesitan compañeros con tótems fuertes. ¿Será por eso que nunca he tomado yo compañera? —pensó Creb—. ¿Cuánta protección puede proporcionar un corzo? El tótem natal de ha es más fuerte.” Hacía muchos años que Creb no recordaba al amable y tímido corzo como su tótem. E también habitaba estas densas selvas, como el jabalí, recordó súbitamente.

El mago era de los pocos que tenían dos tótems: el de Creb era el corzo, el de Mog-ur, Ursus.

Ursus Spelaeus, el oso cavernario, vegetariano macizo mucho más alto que sus primos omnívoros, con casi el doble de estatura, con un volumen velludo gigantesco de tres veces el peso de aquéllos, el oso más grande que se haya conocido, tardaba normalmente en enojarse. Pero una osa nerviosa atacó a un niño indefenso y tullido que vagaba, sumido en sus reflexiones, demasiado cerca de un osezno. Fue la madre del niño quien lo encontró, desgarrado y sangrante, con el ojo arrancado junto con la mitad del rostro, y ella fue quien lo cuidó hasta devolverle la salud. Amputó su brazo inútil, paralizado, debajo del codo, aplastado por la enorme fuerza de la voluminosa criatura. Poco después, el Mog-ur escogió por acólito al niño deformado y cubierto de cicatrices, y al niño que Ursus lo había escogido, sometido a prueba y hallado digno, y que le había quitado el ojo como señal de que Creb estaba bajo su protección. Sus cicatrices, debería llevarlas con orgullo, le dijeron, eran la señal de su nuevo tótem.

Ursus no permitió nunca que su espíritu fuera tragado por una mujer para producir un hijo; el Oso Cavernario brindaba su protección sólo después de una prueba. Pocos eran los elegidos; menos aún los que sobrevivían. Su ojo fue un precio muy alto, pero Creb no lo lamentaba. Era El Mog-ur; ningún otro mago tenía tan gran poder, y ese poder —Creb estaba seguro de ello— le era transmitido por Ursus. Y ahora, Mog-ur estaba pidiendo ayuda a su tótem.

Empuñando su amuleto, imploró el espíritu del Gran Oso para que hiciera presente al espíritu del tótem que protegía a la niña nacida de los Otros. Era una verdadera prueba para su habilidad, y no estaba muy seguro de que el mensaje pudiera llegar hasta él. Se concentró en la niña y en lo poco que de ella sabía. “No teme a nada”, pensaba; se había encariñado abiertamente con él, y no había mostrado temor ante él ni ante la censura del Clan. Cosa rara en una niña; por lo general las niñas se escondían detrás de la madre en cuanto él estaba cerca. Ella en curiosa y aprendía de prisa. Un cuadro comenzó a formarse en su mente, pero lo rechazó: “No, eso no está bien, es una hembra, eso no es un tótem femenino.” Aclaró su mente y volvió a intentarlo, pero el cuadro volvió a preséntasele. Decidió dejar que las cosas siguieran su curso; tal vez eso condujera a algo distinto.

Imaginaba lo más granado de los leones cavernarios calentándose perezosamente al cálido sol estival de las estepas. Había dos cachorros. Uno brincaba gozosamente entre las altas hierbas agostadas, sumiendo curiosamente el hocico en los hoyos de los pequeños roedores y gruñendo como si fuera a atacar; era la hembra, la que habría de llevar el producto de su caza al compañero. La cachorrita brincó hasta un macho de soberbia melena y trató de provocarlo para que jugara con ella; sin temor, tendió una zarpa y golpeó el enorme hocico del felino adulto. Era un toque suave, casi una caricia. El enorme león la tiró y apoyó en ella su pesada zarpa, para comenzar a lamer a la cachorrita con su lengua larga y áspera. “Los leones cavernarios crían a sus cachorros con afecto y disciplina también”, pensó Creb, preguntándose por qué acudía a su mente esa escena de 1ucha felina.

Mog-ur trató de apartar su mente del cuadro y se esforzó por volver a concentrase en la niña, pero la escena seguía presente.

—Ursus —preguntó por gestos—, ¿Por fin león cavernario? No puede ser. Una hembra no puede tener un tótem tan poderoso. ¿Con qué hombre podría casarse? Ningún hombre de su Clan tenía un tótem de león cavernario, no había muchos hombres que lo tuvieran en todos los clanes. Imaginó a la alta y flacucha niña, con brazos y piernas rectos, rostro plano con una frente amplia y saliente, pálida y deslavada; inclusive sus ojos eran demasiado claros. “Va a ser una mujer fea —pensó sinceramente Mog-ur—. De todos modos ¿qué hombre la va a querer?” El pensamiento de la repulsión que él mismo inspiraba pasó por su mente, y la manera en que las mujeres lo habían evitado, especialmente cuando era más joven. “Quizá nunca se aparee; si va a tener que vivir su vida sin hombre que la proteja, necesitará la protección de un tótem fuerte. Pero ¿un león cavernario?” Trató de recordar si hubo alguna vez una mujer del Clan que tuviera por tótem al enorme felino.

“No es realmente del Clan”, recordó, y no cabía duda de que su protección en fuerte, ya que de lo contrario no seguiría con vida. Habría sido muerta por aquel león cavernario. El pensamiento cuajó en su mente. El león cavernario la había atacado, pero sin matarla... ¿La habría atacado realmente? ¿No la estaría sometiendo a prueba? Entonces otro pensamiento acudió a su mente y un escalofrío le recorrió la espalda. Desaparecieron las dudas; ahora estaba seguro; ni el propio Brun podía ponerlo en duda, pensó. Las cicatrices, las llevaría el resto de sus días. En una ceremonia, cuando Mog-ur grabó la marca del tótem de un joven en su cuerpo, ¡la señal de un león cavernario consistía en cuatro líneas paralelas grabadas en el muslo!

“En un varón, se graban en el muslo derecho; pero ella es hembra, y las marcas son las mismas. ¡Naturalmente!. ¿Cómo no me había percatado de ello antes? El león sabía que le resultaría difícil al Clan aceptarla, de manera que él mismo la señaló con marcas de tótem del Clan. El León Cavernario quería que el Clan lo supiera; quiere que viva con nosotros. Se llevó a su gente para que ella tuviera que vivir con nosotros. ¿Por qué?” El mago se sentía agitado por una sensación de incomodidad, la misma incomodidad que experimentó después de la ceremonia de la noche en que la encontraron. Si hubiera sido capaz de elaborar un concepto que lo tradujera, habría dicho que en una premonición pero matizada con una curiosa esperanza desconcertante.

Mog-ur se la sacudió. Nunca se le había presentado tan fuertemente un tótem antes de ahora; eso era lo que lo desconcertaba, pensó. “El León Cavernario es su tótem; él la escogió así como Ursus me escogió a mi Mog-ur miró las cuencas oscuras y vacías de los ojos de la calavera que tenía enfrente. Con una aceptación profunda, se maravilló ante los caminos de los espíritus, una vez que se comprendían. Ahora estaba todo claro. Se sentía aliviado. . . y abrumado. ¿Por qué esa niñita necesitaría una protección tan poderosa?