Capítulo 17

— ¿Es realmente Ayla, Creb? ¿No es su espíritu? —indicó por señas Iza mientras el viejo llevaba a la muchacha cubierta de nieve hasta su hogar. Temía creérselo, temía que la muchacha que tan real parecía resultan ser un espejismo.

—Es Ayla —indicó Creb—. Ha transcurrido el plazo. Ha superado a los malos Espíritus; ha vuelto con nosotros.

— ¡Ayla! —y la mujer corrió hacia ella con los brazos abiertos y envolvió a la muchacha en un abrazo ferozmente amoroso, a pesar de la nieve húmeda. No sólo la nieve las mojaba: Ayla derramaba lágrimas de gozo suficientes para todos ellos. Uba tiraba de la muchacha mientras los brazos de Iza la tenían apresada.

—Ayla. Ayla de regreso. Uba sabe que Ayla no muerta —afirmaba la niña con el convencimiento de quien sabe haber tenido razón todo el tiempo. Y la levantó en brazos y la apretó tan fuertemente que Uba se revolvió para soltarse y poder respirar.

— ¡Tú mojada! —señaló Uba en cuanto tuvo los brazos libres.

—Ayla, quítate esas ropas mojadas —dijo Iza, y se puso a afanarse echando leña al fuego y encontrando algo que pudiera ponerse la joven, tanto para disimular la intensidad de sus emociones como para demostrar su preocupación maternal—. Te vas a morir de frío.

Iza miró a la joven, llena de confusión, comprendiendo de repente lo que acababa de decir; Ayla sonrió.

—Tienes razón, madre. Me voy a resfriar —señaló, y se quitó el manto y la capucha, empapados. Se sentó y empezó a tratar de retirar los protectores empapados sujetos con correas hinchadas—. Tengo un hambre atroz. ¿Hay algo que comer? No he probado nada en todo el día —dijo, después de ponerse uno de los mantos viejos de Iza; le quedaba pequeño y algo corto, pero por lo menos estaba seco. Habría llegado más temprano, pero me vi atrapada en una avalancha al bajar del monte. He tenido suerte de no quedar enterrada bajo demasiada nieve pero me llevó mucho tiempo abrirme una salida.

El pasmo de Iza sólo duró un instante; Ayla podría haber dicho que tuvo que caminar sobre fuego para volver, e Iza lo habría creído. Su regreso mismo era suficiente prueba de que la muchacha era invencible. ¿Qué era una pequeña avalancha para ella? La mujer tomó las pieles de Ayla para colgarlas, pero retiró súbitamente la mano, mirando la piel de venado, que no conocía, con mucha suspicacia.

— ¿De dónde has sacado ese manto, Ayla? —preguntó.

—Yo 1o hice.

- ¿Es…, es de este mundo? —interrogó la mujer con aprensión, y Ayla sonrió de nuevo.

—Sí, madre, muy de este mundo. ¿Has olvidado que sé cazar?

—No digas eso, Ayla —dijo Iza muy nerviosa. Se puso de espaldas para que el Clan, que bien sabía ella estaba observando, no viera, y haciendo una seña conspicua—: ¿No tendrás una honda, verdad?

—No, la dejé allá. Pero eso no cambia nada. Todo el mundo lo sabe, Iza. Algo tenía que hacer después de que Creb lo quemó todo. La única manera de conseguir un manto era cazando. La piel no crece tampoco en sauces ni pinos.

Creb había estado observando silenciosamente, sin atreverse a creer que había vuelto de veras. Contaban historias de personas que habían regresado después de una maldición de muerte, pero él seguía sin creer que fuera posible “Además, hay algo diferente en ella; ha cambiado. Tiene más cont3anza en si, es más adulta. No me extraña, después de lo que ha pasado. Y también recuerda; sabe que he quemado sus cosas. Me pregunto qué más recordará. ¿Cómo será el mundo de los espíritus?”

— ¡Espíritus! —señaló, recordando de repente: ‘Los huesos están puestos todavía. Tengo que quebrantar la maldición.”

Creb se apresuró para deshacer el diseño de los huesos de oso cavernario que todavía asumía la forma de una maldición de muerte. Tomó la antorcha que ardía fuera de la grieta en la muralla y siguió el camino, jadeando de asombro al llegar al pequeño espacio detrás del breve corredor. La calavera del oso cavernario se había movido, el hueso largo no salía ya por el orificio ocular, el diseño estaba ya quebrantado.

Muchos pequeños roedores compartían la cueva del Clan, atraídos por los alimentos almacenados y el calor. Uno de ellos habría pasada cerca o brincado por la calavera, derribándola. Creb se estremeció ligeramente, hizo una señal de protección y llevó nuevamente los huesos al montón del fondo. Al salir, vio que Brun lo estaba esperando.

— Brun —dijo Mog-ur por gestos al verlo—. No 16 puedo creer. Ya sabes que no he vuelto aquí desde que pronuncié la maldición; nadie ha entrado Acabo de entrar para deshacerla… pero ya estaba deshecha. — Tenía en el rostro una expresión de asombro y pavor.

— ¿Qué crees tú que haya sucedido?

—Tiene que haber sido su tótem. Una vez vencido el plazo, tal vez lo haya deshecho para permitirle regresar —contestó el mago.

—Sin duda tienes razón. --Y el jefe inició otro movimiento, pero vacilo.

— ¿Quiere hablarme, Brun?

—Quiero hablarte a ti solo. —Vaciló nuevamente—. Perdona mi intervención: he mirado tu hogar, el retorno de la muchacha ha sido una sorpresa.

Todos los miembros del Cian habían faltado al hábito de apartar la mirada para no mirar el hogar ajeno. No pudieron remediarlo; no habían visto nunca nadie volver de entre los muertos.

—Se comprende, dadas las circunstancias. No te preocupes —respondió Mog-ur, empezando a alejarse.

No es por eso que quería verte —dijo Brun tendiendo la mano para retener al viejo mago—. Quiero preguntarte acerca de ceremonias —-Mog-ur se que esperando observando cómo Brun buscaba sus palabras—. Una ceremonia que ella ha regresado

—No es necesaria ceremonia alguna, el peligro ha pasado. Los malos se han ido, no hace falta protección.

—No hablo de esa clase de ceremonia.

¿De qué hablas entonces?

Brun vaciló nuevamente, y partió entonces en otra dirección:

—He visto que hablaba con Iza y contigo. ¿Has notado alguna diferencia en ella, Mog-ur?”

— ¿Qué quieres dar a entender con “una diferencia”? —preguntó Mog-ur cautelosamente, sin entender bien lo que insinuaba Brun.

—Tiene un tótem fuerte. Droog ha dicho siempre que en afortunada. Droog cree que el tótem de ella también nos trae suerte a nosotros. Puede tener razón. Nunca habría podido regresar sin suerte y una fuerte protección. Creo que ahora lo sabe. Eso es lo que quiero decir, por diferente.

—Sí, creo haber observado una diferencia como ésa. Pero sigo sin comprender lo que tiene que ver con ceremonias.

— ¿Recuerdas la reunión que tuvimos después de la cacería del mamut?

—Quieres decir ¿cuando la interrogaste?

—No, la otra después, sin ella. He estado pensando en esa reunión desde que se fue. No creía que pudiera regresar, pero sabía que si volvía, significaría que su tótem es muy fuerte, más poderoso aún de lo que creíamos. He estado pensando en lo que deberíamos hacer si volviera.

— ¿Qué crees que deberíamos hacer? No hay nada que hacer… Los espíritus malos se han ido, Brun. Ella está de regreso pero no es diferente de lo que era anteriormente. Es sólo una muchacha, nada ha cambiado.

—Pero ¿y si yo quiero cambiar algo? ¿Hay alguna ceremonia para eso?

Mog-ur estaba confundido.

—Una ceremonia ¿para qué? No necesitas ceremonia para cambiar la manera en que obraste con ella. ¿Qué clase de cambio? No te puedo hablar de ceremonias si no sé para qué las quieres.

—Su tótem es también un tótem del Clan, ¿o no? ¿No deberíamos intentar que todos los tótems estuvieran contentos? Quiero que celebres una ceremonia, Mog-ur, pero tienes que decirme si existe una ceremonia así.

—Brun, no tiene sentido lo que dices.

Brun alzó las manos, abandonando el intento de comunicación. Mientras Ayla estuvo lejos, había tenido tiempo para rumiar las muchas ideas nuevas que habían expresado los hombres. Pero el resultado desconcertante de sus reflexiones se inmiscuía incómodamente en la mente del jefe del Clan.

—Nada de ello tiene sentido. ¿Cómo puedo explicarlo, pues? De todos modos. ¿quien esperaba verla regresar? No comprendo a los espíritus ni los he comprendido nunca. No sé lo que quieren, y para eso estás tú aquí. ¡Pero no me estás ayudando mucho! Toda la idea es ridícula, sea como sea. Será mejor que vuelva a pensarlo todo.

Brun giró sobre sus talones y se alejó, dejando tras de sí a un mago muy confuso. Después de dar unos cuantos pasos, se volvió:

—Dile a la muchacha que quiero veda —señaló, y se alejó hacia su hogar Creb meneaba la cabeza mientras volvía a su hogar.

—Brun quiere ver a Ayla —anunció al regresar.

— ¿Dijo que quería verla ahora mismo? —preguntó Iza, sirviéndole más de comer—. No le importará que termine de cenar, ¿no crees?

—Madre, ya he terminado; no fue cabe ni un bocado más. Iré ahora.

Ayla avanzó hacia el hogar vecino y se sentó a los pies del jefe del Clan con la cabeza agachada. El llevaba los mismos protectores de pies que estaban gastados y rajados en los mismos lugares. La última vez que vio aquellos pies, estaba aterrada. Ahora ya no estaba aterrada. Con gran sorpresa suya, no temía a Brun pero lo respetaba más. Esperó. Pareció tomarte muchísimo tiempo a él reconocer su presencia. Finalmente sintió un golpe en el hombro y alzó la mirada.

—Veo que has vuelto, Ayla —comenzó débilmente. No sabía qué decir.

—Si, Brun.

—Me ha sorprendido verte, no te esperaba.

—Esta muchacha tampoco esperaba estar de regreso.

Brun estaba desconcertado. Quería hablarle, pero no sabía qué decir, y tampoco sabía cómo poner fin a la audiencia que él mismo había solicitado. Ayla esperaba, y después hizo un gesto de petición.

—Esta muchacha querría hablar, Brun.

—Puedes hablar.

Ayla vaciló, tratando de hallar la expresión correcta para decir lo que quería decir.

—Esta muchacha se alegra de estar de regreso, Brun. Más de una vez estuve asustada, más de una vez estuve segura de que no regresaría jamás. Brun gruñó: “eso sí que se lo creo”, pensó.

—Fue difícil, pero creo que mi tótem me protegía. Al principio había tanto que hacer que no me quedaba mucho tiempo para pensar. Pero después de que estuve atrapada, no podía hacer más que eso.

“¿Tanto que hacer? ¿Atrapada? ¿Qué clase de mundo es ese mundo de los espíritus?” Estuvo a punto de preguntárselo, pero cambió de opinión. Realmente no deseaba saberlo.

—Creo que entonces empecé a comprender algo.

Ayla se detuvo, buscando aún cómo expresarse. Deseaba transmitir un sentimiento parecido a la gratitud, pero no de la manera en que ésta se siente normalmente ni la que implica cierta obligación o la que una mujer solía expresar al hombre. Quería decirle algo como a una persona, quería decirle que comprendía. Quería decir “gracias, gracias por darme una oportunidad”, pero no sabia muy bien cómo hacerlo.

—Brun, está muchacha está. . te está agradecida. Eso me dijiste. Dijiste que estabas agradecido por la vida de Brac. Yo te agradezco la mía.

Brun se echó hacia atrás y estudió a la muchacha: alta, de cara chata y ojos azules. Lo que menos habría esperado de ella era gratitud. Le había impuesto una maldición. Pero no dijo que agradeciera la maldición de muerte, pensó. Dijo que le agradecía su vida, ¿Comprendería que no le había quedado otro remedio?

¿Comprendería que le había brindado la única oportunidad a su alcance? ¿Comprendería eso esta muchacha, mejor que sus cazadores, mejor aún que Mog-ur? Sí, decidió: comprendía. Por un instante experimentó Brun un sentimiento hacia Ayla que nunca había experimentado hacia una mujer. En ese instante deseó que fuera hombre. No tenía más que pensar en lo que deseaba pedirle a Mog-ur. Ya lo sabía.

—No sé qué se traen, y no creo que los demás cazadores lo sepan —decía Ebra. Lo único que sé es que nunca he visto a Brun tan nervioso.

Las mujeres estaban reunidas preparando los manjares para un banquete. No sabían cuál era la razón para ello —Brun sólo les había dicho que preparaban festín para esa noche— y abrumaban a preguntas a Iza y Ebra tratando de que éstas les insinuaran algo.

_Mog-ur se ha pasado la mitad del día y toda la noche en la cámara de los espíritus. Tiene que ser alguna ceremonia. Mientras estuvo Ayla ausente, ni siquiera se acercó; ahora, casi no sale de ahí —comenté Iza—. Cuando está así, se ve tan distraído que no se acuerda de comer. A veces se le olvida comer mientras está comiendo.

—Pero si va a ser una ceremonia ¿por qué ha trabajado Brun la mitad del día limpiando un espacio en el fondo de la cueva? —interrogó Ebra con gestos—. Cuando me he brindado a hacerlo, me ha despachado. Tienen un lugar para las ceremonias, ¿por qué tenía él que trabajar como una mujer limpiando el fondo?

— ¿Qué otra cosa podría ser? —preguntó Iza—. Me da la impresión de que cada vez que los miro, Brun y Mog-ur están con sus cabezas juntas. Y si se fijan en mí, dejan de hablar y sus rostros tienen expresiones culpables. ¿Qué más podrían estar tramando esos dos? ¿Y por qué vamos a tener un festín esta noche? Mog-ur se ha pasado el día entero en el espacio que ha limpiado Brun. A veces entra en la cámara de los espíritus pero sale inmediatamente después. Parece que llevara algo consigo pero está tan oscuro allá atrás que no podría decirlo.

Ayla se limitaba a disfrutar con la compañía. Al cabo de cinco días, todavía le costaba creer que estaba de regreso en la caverna del Clan, sentada con las mujeres y preparando comida igual que si nunca hubiera estado ausente. No era exactamente lo mismo. Las mujeres no se sentían del todo cómodas junto a ella.

Creían que había estado muerta, y su retorno a la vida era un verdadero milagro. No sabían de qué hablarle a una persona que había ido al mundo de los espíritus y había vuelto. A Ayla no le importaba; estaba contenta de haber vuelto. Observaba a Brac que gateaba hasta su madre para mamar.

—Oga ¿cómo está el brazo de Brac? —preguntó a la joven madre sentada a su lado.

—Mira tú misma, Ayla. —La madre descubrió al niño para mostrar su hombro y su brazo—. Iza le quitó el molde el día antes de tu regreso. El brazo está bien, sólo un poco más delgado que el otro, Iza dice que en cuanto comience a usarlo, se fortalecerá.

Ayla miró las heridas sanadas y tocó suavemente el hueso mientras el niño serio, de grandes ojazos, la contemplaba. Las mujeres habían tenido buen cuidado de evitar los temas que se relacionaran aunque fuera de lejos con la maldición de Ayla. A menudo comenzaba una de ellas una conversación, y dejaba caer sus manos a media frase al ver hacia dónde iba a parar.

Eso tendía a asfixiar la cálida comunicación que solía establecerse cuando las mujeres se reunían para trabajar.

—Las cicatrices siguen rojas, pero con el tiempo palidecerán —dijo Ayla, y miró al niño—. ¿Eres fuerte, Brac? Muéstrame lo fuerte que eres. ¿Puedes bajarme el brazo? —Y le tendió el antebrazo—. No, con esa mano no, con la otra —lo corrigió, cuando el niño tendía hacia ella el brazo sano. Brac cambió de mano y tiró del brazo de Ayla, que resistió justo lo necesario para sentir la fuerza que hacia, y después dejó que le bajara el brazo—. Eres un muchacho fuerte, Brac, algún día serás un valeroso cazador como Broud.

Tendió los brazos para ver si se acercaría a ella. Al principio el niño se volvió, después lo pensó mejor y permitió que Ayla lo alzara en brazos. La muchacha lo sostuvo en el aire y después lo abrazó, sentándolo en su regazo.

—Brac es un muchacho grande; tan pesado y tan robusto.

El niño se quedó allí cómodamente sentado unos momentos, pero al ver que ella no tenía con qué darle de mamar, se agitó para regresar con su madre, le tomó el seno y empezó a mamar sin quitarle la vista de encima a Ayla con sus ojos redondos.

— Qué suerte tienes, Oga Es un niño maravilloso.

—No tendría tanta suerte de no haber sido por ti, Ayla. —Oga había acabado por tocar el tema que todas habían evitado con tanto esfuerzo—. Nunca te he dicho cuán agradecida te estoy. Primero estuve demasiado preocupada por él y no sabia qué decir. No parecía que tú quisieras hablar mucho tampoco, y después te fuiste. Todavía no sé qué decir. Nunca esperaba volver a verte; es difícil creer que estés de regreso. Hiciste mal usando un arma y no puedo comprender por qué se te antojó cazar, pero me alegro de que lo hicieras. No puedo decirte cuánto. Me sentí tan mal cuando tú... cuando tuviste que irte, pero me siento muy feliz al verte de vuelta.

—Yo también —dijo Ebra. Las demás mujeres meneando la cabeza de arriba a abajo, expresaron su asentimiento.

Ayla se sentía abrumada por la aceptación incondicional que le expresaban, y luchaba por contener las lágrimas que se le salían con demasiada facilidad. Temía que las mujeres se sintieran incómodas si vieran que sus ojos se le llenaban de agua.

—Me alegro de estar de vuelta —señaló, y las lágrimas se escaparon de su control. Ahora Iza ya sabía que sus ojos se hacían agua cuando sentía fuertemente alguna cosa, no porque estuviera enferma. También las mujeres se habían acostumbrado a esa peculiaridad suya, y habían llegado a conocer el significado de sus lágrimas; se limitaron a asentir con expresión comprensiva.

— ¿Cómo fue, Ayla? —preguntó Oga, con la mirada llenado una turbación compasiva. Ayla lo pensó antes de contestar.

—Solitario —respondió—Muy solitario. ¡Echaba tanto de menos a todos!

—Las miradas de las mujeres encerraban tanta lástima que Ayla tuvo que decir algo para cambiar los ánimos—: Inclusive eché de menos a Broud —agregó.

- - —Ejem, ejem, ejem —carraspeó Aga—. Eso si que era estar solitaria —y echó una mirada a Oga, que se sentía algo confusa.

—Ya sé que puede ser difícil —admitió Oga— pero Broud es mi compañero, y para mi no es tan malo.

—No, Oga, no necesitas excusarlo —dijo amablemente Ayla—. Todos sabemos que Broud te tiene afecto. Deberías estar orgullosa de ser su compañera. Va a ser jefe y es un valeroso cazador, inclusive fue el primero en herir al mamut. No tienes tú la culpa de que no me quiera. En parte es culpa mía; no siempre me he portado con él como debía. No sé cómo empezó todo ni sé cómo ponerle fin; si pudiera lo haría, pero no es nada de que debas preocuparte.

—Siempre ha tenido un genio fuerte —comentó Ebra—. No es como Brun. Yo sabía que Mog-ur tuvo razón al decir que el tótem de Broud era el Rinoceronte Lanudo. Creo que en cierto modo tú le has ayudado a dominar su genio, Ayla. Eso hará de él un mejor jefe.

—Yo no sé —dijo Ayla moviendo la cabeza—. Si no estuviera yo cerca, no creo que se desbocaría tanto. Creo que yo provoco lo peor que tiene adentro.

Un silencio tenso siguió. Por lo general, las mujeres no hablaban tan abiertamente de los defectos de sus hombres, pero la discusión había servido para despejar la atmósfera de tensión que rodeaba a la muchacha.

Juiciosamente, Iza consideró que era el momento de cambiar de tema.

— ¿Sabe alguna dónde están los ñames? —preguntó.

—Creo que estaban en el sitio que Brun ha limpiado —contestó Ebra—. Tal vez no volvamos a encontrarlos antes del próximo verano.

Broud había visto que Ayla estaba sentada con las mujeres, y había fruncido el ceño al verla examinar a Brac y tenerlo sobre su regazo. Eso le hizo recordar que ella había salvado la vida del muchacho, y esto le recordó que había presenciado su humillación. Broud se había sentido tan abrumado por su retorno como todos los demás. El primer día la contempló con pavor, con cierta aprensión. Pero el cambio que Creb había interpretado como una madurez creciente, y Brun como el sentimiento de su propia suerte, Broud lo veía como una insolencia flagrante. Durante su prueba por la nieve, Ayla no sólo había adquirido la confianza de que podría sobrevivir, sino una aceptación de las trivialidades ruidosas de la vida. Después de su ordalía, con sus luchas de vida o muerte, nada tan insignificante como una reprimenda, cuya eficacia se había ido perdiendo por desgaste, podía afectar a su serena compostura.

Ayla había echado de menos a Broud. En su aislamiento total, aunque hubiera sido el agobio a que él la sometía, le habría parecido mejor que la vacuidad total de no ver a la gente que la quería. Los primeros días, disfrutó literalmente de su atención estrecha aunque abusiva. E no sólo la miraba sino que veía cada uno de los movimientos que hacía.

Al llegar al tercer día de su regreso, los viejos patrones de vida se restablecieron solos pero con una diferencia. Ayla no tenía que luchar consigo misma para doblegarse a su voluntad, su respuesta no tenía siquiera la corriente oculta de una condescendencia sutil, Ayla se sentía genuinamente inconmovible. El no podría hacer nada que la perturbara; podría pegarle y maldecirla y llegar casi al extremo de la violencia explosiva; pero eso no causaba ningún efecto. La muchacha accedía a sus demandas más irracionales. Aun cuando lo hacia sin intención, Ayla estaba dando a Broud una pequeña medida del ostracismo que ella había sufrido tan abundantemente. Su furor más iracundo, controlado sólo mediante un esfuerzo exorbitante, no obtenía más reacción que la picadura de una mosca; menos, porque cuando pica una mosca, siquiera uno se rasca. Era lo peor que ella podía hacer; lo enfurecía.

Broud anhelaba recibir atención, se regodeaba en ella; para él, constituía una necesidad. Nada podía provocar en él una frustración mayor que ver una persona que no reaccionara ante él. Poco importaba, en la profundidad de su ser, que la reacción fuera positiva o negativa: lo esencial era que la hubiera. Estaba seguro de que la muchacha le demostraba indiferencia porque lo había visto humillado, había presenciado su vergüenza y no respetaba su autoridad. En parte, tenía razón. Ayla conocía los límites exteriores del control que ejercía sobre ella, había puesto a prueba el valor de su fuerza interior, y había descubierto que todo ello era suficiente para merecer su respeto. Pero no sólo era que no lo respetan ni respondiera a él; era que usurpaba la atención que él necesitaba.

Con su sola presencia atraía la atención sobre si y todo lo que había en ella llamaba la atención: su poderoso tótem, el compartir el hogar y el amor del formidable mago; su adiestramiento para convertirse en curandera; haber salvado la vida de Ona; su habilidad con la honda; haber matado a la hiena con lo que salvó la vida de Brac; y ahora, volver del mundo de los espíritus. Cada vez que Broud había demostrado gran valor y se había hecho justamente digno de admiración, respeto y atención de parte del Clan, ella le había robado la atención que le correspondía.

Broud miraba coléricamente a Ayla, desde lejos. “¿Por qué tenía que haber vuelto? Todo el mundo habla de ella; siempre están hablando de ella. Cuando maté al bisonte y me hice hombre, todos hablaban del estúpido tótem que tiene. ¿Se enfrentó acaso a un mamut lanzado a la carga? ¿Estuvo a punto de verse aplastada por cortarle los tendones? No. Lo único que hizo fue lanzar un par de guijarros con una honda, y lo único en que todos podían pensar era en ella. Brun y sus reuniones: todo por ella. Y además ni siquiera pudo hacerlo derecho: y ahora está de vuelta y todos siguen hablando de ella. ¿Por qué tiene que echarlo siempre todo a perder?”

—Creb ¿por qué estás tan agitado? No recuerdo haberte visto nunca tan nervioso. Actúas como un muchacho a punto de tomar su primen compañera ¿No quieres que te prepare una taza de té para calmarte los nervios? —preguntó Iza después de ver que el mago saltaba por tercera vez, echaba a andar para dejar el hogar, cambiaba de opinión y volvía sobre sus pasos para sentarse de nuevo.

— ¿Qué te hace pensar que estoy nervioso? Lo único que pasa es que estoy tratando de recordarlo todo y meditar un poco —contestó Mog-ur, algo avergonzado.

— ¿Qué necesitas recordar? Llevas años de Mog-ur, Creb. No puede existir una sola ceremonia que no seas capaz de llevar a cabo dormido. Y nunca te he visto meditar poniéndote en pie y sentándote otra vez. ¿Por qué no dejas que te prepare un poco de té?

—No. No. No necesito té. ¿Dónde está Ayla?

—Está por ahí, más allá del último hogar, buscando ñames. ¿Por qué?

—-Sólo quería saber —respondió Creb sentándose de nuevo. Poco después llegó allí cerca Brun, haciendo señas a Mog-ur. El mago se puso nuevamente de pie y ambos hombres llegaron al fondo de la cueva.

“¿Que pasará con esos dos?”, se preguntaba Iza meneando la cabeza llena de asombro.

— ¿No es casi la hora? —preguntó el jefe tan pronto como llegaron al lugar que él había despejado—. ¿Está todo listo?

—Todos los preparativos están hechos, pero el sol debería estar más bajo, creo yo.

— ¿Crees tú? ¿Acaso no sabes? Creí que habías dicho que sabías qué hacer. Creí que habías dicho que meditaste y encontraste una ceremonia. Todo tiene que estar absolutamente correcto. ¿Cómo puedes decir que “crees”? —dijo secamente Brun.

—He meditado —respondió Mog-ur, a la defensiva—. Pero hace mucho tiempo y el lugar era diferente; no había nieve. No creo que había nunca nieve, ni siquiera en invierno. No es fácil saber el momento exacto. Lo único que sé es que el sol estaba bajo.

— ¡No me lo habías dicho! ¿Cómo puedes estar seguro de que así será como debe ser? Quizá sea mejor olvidarlo; de todos modos, ha sido una idea ridícula.

—Ya he hablado a los espíritus, las piedras están colocadas en su lugar. Ellos nos esperan.

—Tampoco me gusta la idea de mover las piedras. Quizá deberíamos haber decidido hacerlo en la cámara de los espíritus. ¿Estás seguro de que no se molestarán porque los hayamos sacado de la cámara pequeña? ¿Mog-ur?

—Ya hemos hablado de eso, Brun. Hemos decidido que era mejor mover las piedras que traer a los Antiguos al lugar de los tótems de los espíritus. Los antiguos pueden desear quedarse una vez que la vean.

— ¿Cómo sabes que regresarán una vez que los hayamos despertado? Es d peligroso, Mog-ur. Será mejor cancelarlo todo.

—Pueden quedarse algún tiempo —reconoció Mog-ur—. Pero después de que todo haya vuelto a su lugar y vean que no hay sitio para ellos, se irán. Sus tótems les dirán que se vayan. Pero haz lo que te parezca. Si quieres cambiar de idea, yo trataré de aplacar a los espíritus. Sólo porque estén esperando una ceremonia no significa que haya que celebrarla.

—No. Tienes razón. Será mejor seguir adelante. Están esperando algo. Los hombres, sin embargo, pueden no sentirse muy felices con eso.

—Brun, ¿quién es el jefe? Además, ya se acostumbrarán una vez que comprendan que está bien.

— ¿Esta bien, Mog-ur? ¿Realmente? Ha transcurrido tanto tiempo. No estoy pensando ahora en los hombres. ¿Lo aceptarán nuestros tótems? Hemos tenido tanta suerte, casi demasiada suerte. Sigo pensando que algo terrible va a suceder. No quiero hacer nada que los trastorne. Quiero hacer lo que ellos deseen. Quiero que se sientan felices.

—Eso es lo que estamos haciendo, Brun —dijo dulcemente Mog-ur--, tratando de hacer lo que ellos quieren. Todos ellos.

—Pero, ¿estás seguro de que los demás comprenderán? Si complacemos a Uno, ¿no se sentirán desairados los demás?

-—No, Brun, no estoy seguro de que comprendan. —El mago podía sentir la tensión y la preocupación del jefe. Sabía cuán difícil le resultaba—. Nadie puede estar absolutamente seguro: sólo somos humanos; inclusive un Mog-ur es sólo humano. Lo único que podemos hacer es intentarlo. Pero tú mismo lo has dicho: hemos tenido suerte. Eso tiene que significar que los espíritus de todos los tótems están felices. Si estuvieran peleando unos con otros, ¿crees que habríamos tenido tanta suerte? ¿Cuántas veces logra un Clan matar un mamut sin que nadie resulte lastimado? Cualquier cosa podría haber salido mal. Podría haber viajado todo ese camino sin encontrar una manada, y parte del mejor tiempo para cazar se habría perdido. Corriste un riesgo, pero todo salió bien. Inclusive Brac sigue con vida, Brun.

El jefe miró el rostro serio del mago. Entonces se enderezó un poco más y una firme resolución sustituyó a la indecisión en los ojos de Brun.

—Voy a buscar a los hombres —señaló.

Se había dicho a las mujeres que se quedaran alejadas del fondo de la cueva, que ni siquiera miraran en aquella dirección. Iza se dio cuenta de que Brun se llevaba a los hombres, pero hizo como que no lo veía. Lo que hicieran era cosa suya. No estaba segura de lo que le hizo alzar la mirada en el momento en que dos hombres, con los rostros pintados de ocre rojo, se abalanzaban hacia Ayla, Iza se dio cuenta de que se echaba a temblar: ¿qué podían tener que hacer con Ayla?

La muchacha no se había percatado siquiera de los hombres que iban con Brun. Estaba revolviendo entre canastos y recipientes de cuero tieso amontonados en una confusión total detrás del hogar que más lejos se encontraba de la salida de la cueva, buscando ñames. Al ver el rostro pintado de rojo del jefe que aparecía súbitamente frente a ella, dio un respingo de asombro.

—No resistas. No digas nada —le indicó Brun.

No se asustó mientras le pusieron una venda sobre los ojos, pero se sintió petrificada al sentir que casi la alzaban del suelo mientras se la llevaban.

Los hombres sintieron aprensión al ver que Brun y Goov llevaban a la muchacha. No estaban más enterados que las mujeres de la razón por la cual se celebraba una ceremonia, pero a diferencia de ellas, los hombres sabían que su curiosidad sería finalmente satisfecha. Mog-ur sólo había advertido que nadie hiciera un solo ademán ni emitiera un sonido una vez que todos estuvieran sentados en circulo detrás de las piedras que habían sido traídas de la cámara, pero la advertencia cobró fuerza una vez que entregó dos largos huesos de oso cavernario a cada uno de los hombres, para que los cruzaran como una X ante sí. El peligro tenía que ser realmente grande para que necesitaran una protección tan extremada. Y empezaron a intuir cuál era el peligro al ver a Ayla.

Brun obligó a la hembra a sentarse en el espacio abierto del círculo, directamente frente a Mog-ur, y se sentó detrás de ella. A una señal del mago, Brun le retiró la venda. Ayla parpadeó para aclarar la vista: a la luz de las antorchas podía ver a Mog-ur sentado detrás de una calavera de oso cavernario y a los hombres sosteniendo los huesos cruzados, y se encogió de temor, tratando de sumirse en el suelo.

“¿Que he hecho yo? No he tocado una honda”, pensaba, tratando de recordar si había cometido algún terrible delito que fuera la razón de su presencia allí. No se le ocurría qué podría haber hecho mal.

—No te muevas. No emitas un sonido —advirtió nuevamente Mog-ur.

No creía poder hacerlo aunque quisiera. Con los ojos muy abiertos, observaba al mago mientras éste se incorporaba, dejaba su cayado y comenzaba los gestos formales que instaban a Ursus y a los espíritus totémicos a velar por ellos. Muchos de los gestos te resultaban desconocidos, pero estaba contemplando con atención extasiada, no tanto por el significado de los símbolos que estaba trazando Mog-ur sino por el propio viejo mago.

Conocía a Creb, lo conocía bien: un viejo baldado que cojeaba torpemente al andar, inclinándose mucho sobre su cayado. Era la caricatura torcida de un hombre con un lado de su cuerpo atrofiado, los músculos subdesarrollados por falta de uso, y el otro lado excesivamente desarrollado para compensar la parálisis que le obligaba a depender tan pesadamente de este lado. En el pasado, había observado sus graciosos ademanes cuando empleaba el lenguaje formal en ceremonias públicas, movimientos abreviados por la falta de un brazo y, sin embargo, de cierta manera sutil, cargados de delicadezas y complejidades y de un significado más pleno. Pero los movimientos del hombre que estaba en pie detrás de la calavera, ella había ignorado siempre que existieran.

Había desaparecido la torpeza; en su lugar había ritmos hipnóticos poderosos de un movimiento que fluía suavemente, obligando a los ojos a fijar en él las miradas. El movimiento de la mano y las posturas sutiles no constituían una danza graciosa, aunque pareciera serlo; Mog-ur era un orador que hablaba con fuerza persuasiva y al que Ayla nunca había visto; y el gran hombre santo nunca era tan expresivo como cuando se dirigía al auditorio que, aun cuando in visible, le resultaba a veces más real que los humanos sentados frente a él. El Mog-ur del Clan del Oso Cavernario desplegó mayores esfuerzos aun cuando comenzó a dirigir su atención hacia los increíblemente venerables espíritus a los que deseaba apelar a esta ceremonia única.

—Espíritus los más Antiguos, Espíritus a los que no hemos invocado desde las primeras brumas de nuestros comienzos, prestadnos atención ahora, Os llamamos, os rendiremos pleitesías y os pediremos ayuda y protección. Grandes Espíritus de nombres tan venerables que son sólo un susurro de la memoria: despertad de vuestro profundo sueño y dejad que os honremos. Tenemos una ofrenda, un sacrificio para aplacar vuestros corazones antiguos; necesitamos vuestra sanción. Escuchad mientras pronunciamos vuestros nombres.

“¡Espíritu del Viento! ¡Oooha! —Ayla sintió un escalofrió a lo largo de su espina dorsal cuando Mog-ur dijo el nombre en voz alta. — ¡Espíritu de la Lluvia! ¡Zheena! ¡Espíritu de las Nieblas! ¡Eeesha! Atended a nuestro llamado. ¡Miradnos benévolamente! Tenemos con nosotros a una de las vuestras, a una que ha caminado con vuestras sombras y ha regresado, regresado por la voluntad del Gran León Cavernario.”

“Está hablando de mí —comprendió súbitamente Ayla—. Eso es una ceremonia. ¿Qué estoy haciendo yo en una ceremonia? ¿Cuáles son esos espíritus? Nunca los he oído mencionar anteriormente. Los nombres son femeninos; yo creía que todos los espíritus protectores eran masculinos” Ayla tiritaba de miedo pero se sentía intrigada. Los hombres, sentados como las piedras que tenían por delante, tampoco habían oído hablar nunca de los espíritus antiguos hasta que Mog-ur pronunció sus nombres, y sin embargo, éstos no les eran totalmente desconocidos. Al oír los nombres antiguos despertaba una memoria igualmente antigua que tenían escondida en lo más profundo de la mente.

Los que más Honores han merecido en los Tiempos Antiguos, vosotros los caminos de los espíritus nos son desconocidos porque sólo somos humanos y no sabemos por qué esta hembra ha sido escogida por uno tan poderoso, no sabemos por qué la ha conducido a vuestros antiguos caminos, pero no lo habremos de repudiar. El ha luchado por ella en el país de las sombras, ha derrotado a los malignos y nos la ha devuelto para que se aclaren sus deseos, para que se sepa que no habremos de repudiarlo. ¡Oh poderosos Espíritus del Pasado! vuestros caminos han dejado de ser los del Clan, y sin embargo, lo fueron otrora y deben serlo de nuevo para ésta, la que está sentada con nosotros. Aceptadla, protegedla y otorgad al Clan vuestra protección. —Mog-ur se volvió hacia Ayla—: Que avance la hembra —ordenó.

Ayla sintió que los fuertes brazos de Brun la alzaban del suelo y la llevaban hacia adelante hasta que se encontró frente al gran mago. Jadeó al sentir que Brun agarraba un mechón de sus largos cabellos rubios y llevaba su cabeza hacia atrás. Con los ojos hacia abajo, vio que Mog-ur tomaba un cuchillo afilado de su boca y lo alzaba muy por encima de la cabeza de ella: aterrada, observó el rostro del tuerto que se acercaba, con el cuchillo en alto, y casi perdió el conocimiento al ver cómo bajaba rápidamente la punta afilada hacia su cuello descubierto.

Sintió un dolor agudo, mas estaba demasiado asustada para gritar. Pero Mog-ur sólo hizo un pequeñísimo corte en la base de su garganta. El chorrito de sangre caliente fue rápidamente absorbido por un cuadro pequeño de suave piel de conejo. El mago esperó hasta que el cuadro estuvo empapado en su sangre, limpió el corte con un líquido ardiente que sostenía Goov en un tazón; entonces Brun la soltó.

Fascinada, observó cómo Mog-ur ponía el cuadro empapado en sangre en un tazón de piedra, poco profundo, parcialmente lleno de aceite. El acólito entregó una pequeña antorcha al mago que con ella prendió el aceite del tazón y observó silenciosamente mientras la piel quemada se convenía en un tizón quebradizo con un olor fuerte y picante. Una vez que terminó de arder, Brun apartó el manto de la muchacha y dejó al descubierto su muslo izquierdo. Mog-ur metió el dedo en el residuo que había quedado en el tazón y tendió una línea en la pierna. Ella se quedó mirando, pasmada: parecía una marca de tótem, cortada y pintada de negro durante la ceremonia que señalaba el paso de un muchacho a la edad adulta. Sintió que se la llevaban hacia atrás y vio que Mog-ur se dirigía nuevamente a los espíritus.

—Aceptad este sacrificio de sangre, Venerabilísimos Espíritus, y sabed que su tótem, el Espíritu del León Cavernario, es el que la ha escogido para seguir vuestros antiguos caminos. Sabed que os hemos honrado, sabed que os hemos rendido homenaje. Otorgadnos vuestro valimiento y regresad a vuestro sueño profundo, seguros de que vuestros caminos no han sido olvidados.

“Todo ha terminado”, pensó Ayla, respirando fuertemente de alivio al ver que Mog-ur se sentaba de nuevo. Todavía no comprendía por qué la habían hecho participar en la insólita ceremonia. Pero no habían terminado aún con ella, Brun pasó delante de ella y le hizo senas de que se incorporara. Rápidamente se puso de pie. El entonces metió la mano en un pliegue de su manto y sacó un óvalo pequeño de marfil pintado de rojo, cortado de la punta de un colmillo de mamut.

— Ayla, por esta sola vez, mientras estamos bajo la protección de los Antiquísimos Espíritus, estás en condiciones de igualdad con los hombres. —Ella o estaba muy segura de comprender correctamente al jefe—. Una vez que abandones este lugar, no volverás a pensar nunca más en ti como una igual; eres hembra y siempre lo serás.

Ayla asentía su acuerdo con movimientos de la cabeza; seguro, ya sabía ella que en hembra, pero estaba intrigada.

—El marfil procede del colmillo del mamut que matamos. Fue una cacería muy afortunada; ningún hombre fue lastimado y sin embargo, derribamos a la enorme bestia. Este trozo ha sido santificado por Ursus, pintado con el rojo sagrado por Mog-ur, y es un potente talismán de caza. Cada uno de los cazadores del Clan lleva uno semejante en su amuleto, y todo cazador debe tener Uno.

“Ayla: ningún muchacho se convierte en adulto antes de haber matado su primer animal, pero una vez que lo hace, no puede ser nulo. Hace mucho tiempo, durante la época de los Espíritus que todavía se ciernen aquí cerca, las mujeres del Clan cazaban. No sabemos por qué tu tótem te ha conducido para que sigas esa senda antigua, pero no podemos repudiar al Espíritu del León Cavernario; hay que permitirlo. Ayla, has matado tu primer animal, ahora debo asumir las responsabilidades de un adulto. Pero eres mujer, no hombre, y siempre serás mujer en todos los aspectos menos uno: puedes usar la honda Ayla, pero ahora serás la “Mujer-Que-Caza.”

Ayla sintió súbitamente una oleada de calor que se le subía al rostro. ¿Sería verdad? ¿Había comprendido bien a Brun? Por usar la honda había tenido que sufrir una ordalía a la que no creyó poder sobrevivir; ¿y ahora iban a permitirle usarla? ¿Permitirle cazar? ¿Abiertamente? Apenas podía creerlo.

—Este talismán es para ti. Guárdalo en tu amuleto.

Ayla tomó la bolsa que colgaba de su cuello y consiguió soltar los nudos con manos temblorosas. Tomó el óvalo de marfil pintado de rojo de manos de Brun y lo metió junto al trozo de ocre rojo y el molde fósil, cerrando después la bolsita de cuero y pasándose por la cabeza nuevamente la correa que lo sostenía.

—No se lo digas todavía a nadie. Lo anunciaré esta noche, antes del banquete. Es en tu honor, Ayla, en honor de tu primera matanza --dijo Brun—. Espero que la próxima sea algo más sabroso que una hiena —agregó con una chispa humorística en la mirada. Ahora, date vuelta.

Hizo como le decían y sintió que le vendaban nuevamente los ojos; los dos hombres se la llevaron de regreso y le quitaron la venda. Ella vio que Brun y Goov regresaban al círculo de los hombres. ¿Estaría soñando? Tanteó su garganta y sintió que ardía la herida donde Mog-ur la había cortado, entonces bajó la mano y sintió tres objetos dentro de su amuleto. Apartando su manto, se quedó mirando las líneas negras algo borrosas que cubrían sus cicatrices, “¡Soy cazadora! Cazadora del Clan. Dijeron que mi tótem lo deseaba y que no podían repudiarlo.” Cerró las manos sobre su amuleto, bajó los párpados y entonces comenzó a formar los gestos rituales.

“Gran León Cavernario ¿por qué he dudado de ti? La maldición de muerte fue una dura prueba, la peor hasta ahora, pero tenía que serlo para obtener un don tan grande. Agradezco tanto que me hayas considerado digna. Sé que tenía razón Creb: mi vida nunca será fácil teniéndote a ti por tótem, pero siempre valdrá la pena de ser vivida.”

La ceremonia había sido lo suficientemente efectiva para convencer a lo hombres de que debía permitírsele cazar a Ayla... a todos menos uno. Broud estaba furioso. De no haber estado tan asustado por la advertencia de Mog-ur, habría abandonado la ceremonia. No quería tomar parte en nada que proporcionara privilegios especiales a aquella hembra. Miró sombríamente a Mog-ur, pero su rencor estaba especialmente dirigido contra Brun, y no podía aguantar la bilis.

“Es culpa suya —pensaba Broud—. Siempre la ha protegido, la ha favorecido. Me amenazó con la maldición de muerte sólo por haber castigado la insolencia de esa muchacha. A mí, el hijo de su compañera, y ella se lo merecía. Debería haberla maldecido como es debido, para siempre. Ahora va a dejar que cace que cace como un hombre. ¿Cómo ha podido hacerlo? Bueno, Brun está envejeciendo; no será siempre jefe. Algún día yo seré jefe, y entonces veremos; entonces no lo tendrá para protegerla. Entonces ya verá cuáles serán sus privilegios; que trate nada más de salirse con su insolencia.”