Capítulo 18
La Mujer-Que-Caza ganó su titulo completo durante el invierno en que se iniciaba el décimo año de su vida. Iza sintió una satisfacción interior así como cierta sensación de alivio al observa, los cambios que se estaban produciendo en la muchacha, y que anunciaban el comienzo de la menarca. Las caderas de Ayla y las dos protuberancias que hinchaban su pecho, cambiando los contornos de su cuerpo recto, infantil, aseguraron a la mujer que su insólita hija no estaba condenada a seguir siendo niña por siempre, al final de cuentas. Pezones hinchados y un ligero plumón en el pubis y las axilas fueron seguidos por el primer flujo menstrual de Ayla; la primen vez que el espíritu de su tótem batalló por otro.
Ayla comprendía ahora que era poco probable que llegara a dar a luz; su tótem era demasiado fuerte. Deseaba un bebé —lo había deseado desde que nació Uba, un bebé propio para cuidarlo y amarlo— pero aceptaba las pruebas y restricciones impuestas por el poderoso León Cavernario. Siempre disfrutaba cuidando a los bebés y los niños del Clan que se hacía poco a poco más numerosos, cuando las madres estaban ocupadas, y sentía una punzada de celos cuando iban con otra para mamar. Pero por lo menos ahora ya era mujer, no ya una niña más alta que una mujer.
Ayla experimentaba una sensación de identidad empática hacia Ovra, que había abortado otras cuantas veces, aunque el embarazo estaba menos avanzado, y con menos dificultades. El tótem de Ovra, el castor, también era demasiado feroz; la mujer parecía destinada a no tener hijos. Desde la cacería del mamut especialmente después de que Ayla alcanzara la calidad de adulta, las dos jóvenes solían hacerse compañía mutuamente. La mujer tranquila no hablaba mucho—era de naturaleza reticente, a diferencia de la disposición abierta y amistosa de Iza—, pero entre Ayla y Ovra se desarrolló un entendimiento que fue madurando en una amistad estrecha y que se extendió para incluir a Goov. La amistad entre el joven acólito y su compañera era visible para todos; eso hacia de Ovra el objeto de mucha lástima. Puesto que su compañero era tan bondadoso y comprensivo respecto a la incapacidad en que estaba de dale un hijo, comprendían que ella anhelaba aún más tenerlo.
Oga estaba nuevamente encinta, con gran deleite de Broud. Había quedado embarazada poco después de destetar a Brac, al cumplir éste los tres años. Parecía que iba a ser tan prolífica como Iza y Aga. Droog estuvo seguro de que el hijo de Aga, que tenía ya dos años, iba a ser el tallador que anhelaba, cuando encontró al niño golpeando dos piedras, una contra otra. Encontró una piedra martillo que se ajustara a la manecita regordeta de Groob, y le permitió jugar cerca de él mientras trabajaba, golpeando trozos rotos de sílex imitando al tallador. Igra, hija de Iza, tenía ya dos años y prometía tener un buen carácter como madre; en una niñita alegre, regordeta y amigable que encantaba a todos El Clan de Brun estaba aumentando.
Ayla pasó los días indicados a principios de la primavera, lejos del Clan tal era la maldición obligatoria de la mujer, y se fue a la cuevita de su retiro Después de la maldición mucho más traumática de muerte, resultaba casi una vacaciones. Aprovechó el tiempo para hacer lo que se le antojaba y para perfeccionar su lanzamiento después del largo invierno, aunque tenía que recordar a cada momento que ya no había por qué mantenerlo secreto. Aunque poco le costaba conseguir alimentos, esperaba con ansia las visitas cotidianas de Iza en un lugar previamente estipulado, cerca de la cueva del Clan. Iza le llevaba compañía. Todavía le resultaba difícil pasar las noches sola, aunque saber que el ostracismo iba a ser limitado, de corta duración, se lo facilitaba un poco.
A menudo se quedaban juntas hasta que oscurecía, y Ayla tenía que emplear una antorcha para regresar. A Iza nunca se le pasó la desconfianza de la piel de venado que Ayla se había hecho mientras estaba “muerta”, de modo que la joven decidió dejarla en la cueva. Ayla se enteró por su madre de las cosas que necesitaba saber una mujer, como todas las demás, Iza le dio las tiras de piel suave y absorbente que se llevaban sujetas por una correa alrededor de la cintura, y le explicó los símbolos que debía una hacer al enterrar las tiras manchadas de sangre, muy profundamente en la tierra. Se le dijo la posición que convenía adoptar si un hombre decidía aliviar sus necesidades con ella, los movimientos que haría y cómo limpiarse después. Ahora Ayla era una mujer; podría verse llamada a cumplir todas las funciones de una hembra adulta miembro del Clan. Hablaban de muchas cosas que interesan a las mujeres, aun cuando algunas ya le eran conocidas debido a su adiestramiento médico. Hablaron del parto, la lactancia y la medicina para aliviar los calambres. Iza explicó las posiciones y los movimientos que se consideraban seductores entre los hombres del Clan, las maneras en que una mujer puede alentar a un hombre para que éste desee aliviar sus necesidades con ella. Hablaron de las responsabilidades de la mujer apareada. Iza dijo a Ayla todo lo que su madre le había dicho a ella, pero en lo particular se preguntaba si una muchacha tan fea necesitaría saber tantas cosas algún día.
Había un tema en el cual nunca abundó Iza. La mayoría de las jóvenes al convertirse en mujeres, solían haberle echado el ojo a un joven en particular. Aunque ni una muchacha ni su madre tenían derecho a opinar en la materia directamente, si ésta se llevaba bien con su compañero, podía hablarle de los deseos de su hija. El compañero, si quería, podía hacérselo saber al jefe, que era quien tenía la última palabra. De no haber nada más que tomar en cuenta, y especialmente si el joven en cuestión había mostrado interés por la muchacha, el jefe podía permitir que prevalecieran los deseos de la joven.
No siempre, y desde luego no era el caso de Iza, pero el tema de los compañeros nunca surgió entre Iza y Ayla, aun cuando solía ser uno que tenía muchísimo interés para una joven núbil. No había hombre solo en el Clan. Sin contar que Iza estaba segura de que, de haber habido alguno, no habría querido a Ayla, así como ninguno de los hombres del Clan la quería como segunda mujer. Y la Ayla no estaba interesada en ninguno de ellos. Ni siquiera había pensado en un compañero hasta que Iza habló de las responsabilidades de la mujer apareada. Pero pensó en ello más adelante.
Una soleada mañana de primavera, poco después de su regreso, Ayla fue a llenar una bolsa de agua a la poza alimentada por el río, cerca de la cueva, todavía nadie había salido; se arrodilló y se inclinó, a punto de meter la bolsa, y detuvo súbitamente. El sol matutino lanzaba rayos oblicuos a través del agua quieta y convertía su superficie en un espejo. Ayla se quedó mirando el curioso rostro que la miraba desde la poza; nunca anteriormente se había visto reflejada. La mayor parte del agua cerca de la cueva consistía en río, y por lo general sólo miraba la poza después de haber sumido el recipiente que deseaba llenar, perturbando la superficie tranquila.
La joven estudió su rostro. Era algo cuadrado con una quijada bien marcada, modificada por mejillas todavía redondeadas por su corta edad, pómulos altos y un cuello largo y suave. Su barbilla tenía un asomo de hendidura, sus labios eran llenos y su nariz recta y finamente cincelada. Ojos claros, de un gris azulado, perfilados por largas pestañas un poco más oscuras que el cabello dorado que caía en ondas suaves y abundantes muy por debajo de los hombros, brillantes con los reflejos del sol; cejas del mismo matiz que las pestañas, arqueadas por encima de sus ojos en una frente suave, recta y alta sin el menor indicio de arcos ciliares protuberantes. Ayla se echó hacia atrás y corrió a la cueva.
—Ayla ¿qué sucede? —preguntó Iza por señas; era obvio que algo perturbaba a su hija.
— ¡Madre! Acabo de verme en la poza: soy tan fea. ¡Oh, madre! ¿Por qué soy tan fea? —fue la respuesta. Y rompió en llanto en brazos de la mujer. Desde donde comenzaban sus recuerdos, Ayla no había visto nunca a nadie que no perteneciera al Clan, No tenía otra norma de comparación. Ellos se habían acostumbrado a ella, pero ahora ella se veía diferente de todos, anormalmente diferente.
— ¡Ayla, Ayla! —Iza trataba de calmarla, abrazándola.
—Madre, yo no sabia que era tan fea. No lo sabía. ¿Qué hombre me va a querer? Nunca tendré compañero. Y nunca tendré un bebé, nunca lo voy a tener. ¿Por qué tengo que ser tan fea?
—No sé yo si eres realmente tan fea, Ayla; eres diferente.
— ¡Soy fea! ¡Soy fea! —y Ayla meneaba la cabeza, negándose al consuelo—. ¡Mírame! Soy demasiado alta, soy más alta que Broud y Goov, Casi tan alta como Brun! Y soy fea. Soy alta y fea y nunca tendré compañero —señaló, sollozando de nuevo,
— ¡Ayla! ¡Basta! —ordenó Iza, sacudiéndola por los hombros—. No tienes la culpa por el aspecto que tienes. No naciste en el Clan, Ayla, naciste de los Otros, y te pareces a ellos. No puedes cambiarlo, tienes que aceptarlo. Es cierto que tal vez nunca tengas compañero; eso no tiene remedio y también debes aceptarlo. Pero no es seguro, no hay que desesperar. Pronto serás curandera, una curandera de mi linaje, aun cuando no tengas compañero, no serás una mujer sin posición, sin valor.
“El verano que viene se celebrará la Reunión del Clan. Habrá muchos clanes allí; el nuestro no es el único Clan, ya lo sabes, puedes encontrar un compañero en uno de los otros clanes. Quizá no uno joven o que tenga posición elevada, pero un compañero. Zoug te aprecia mucho; tienes suerte de que tenga tan buena opinión de ti. Ya le ha dado a Creb un mensaje para llevarte consigo. Zoug tiene parientes en otro Clan; ha dicho a Creb que les diga cuánto te estima; cree que puedes ser una buena compañera para alguno; inclusive ha dicho que de más joven, él mismo te habría tomado. Recuérdalo: éste no es el único Clan éstos no son los únicos hombres que hay en el mundo.
— ¿Zoug ha dicho eso? ¿A pesar de que soy tan fea? —señaló Ayla, con una expresión esperanzada en los ojos.
—Si, eso dijo Zoug. Con su recomendación y la posición de mi estirpe, estoy segura de que habrá algún hombre que te acepte, aun cuando tu aspecto sea distinto.
La sonrisa trémula de Ayla se borró.
—Pero, ¿no significa eso que tendría que alejarme? ¿Vivir en otro lugar? No quiero separarme de ti ni de Creb ni de Uba.
—Ayla, yo soy vieja. Creb tampoco es joven, y dentro de unos años Uba será una mujer y estará apareada. Y entonces, ¿qué vas a hacer? —Iza siguió expresándose por gestos—. Algún día Brun transmitirá el mando a Broud. No creo que debas seguir viviendo con este Clan cuando Broud sea el jefe. Creo que podría ser mejor que te alejaras, y la Reunión del Clan pudiera ser tu oportunidad.
—Supongo que tienes razón, madre. No creo que me guste vivir aquí cuando Broud sea jefe, pero odio la idea de abandonarte —dijo, frunciendo el ceño, pero de repente se le iluminó el rostro--: Pero para el verano que viene falta todo un año. No tengo que preocuparme hasta entonces.
“Todo un año —pensó Iza—. Mi Ayla, mi niña. Quizá tendrás que llegar a mi edad para saber lo rápidamente que transcurre un año. ¿No quieres dejarme? No sabes cuánto te echaré de menos. ¡Si por lo menos hubiera un hombre en este Clan que te aceptara! ¡Si Broud no fuera a convertirse en el siguiente jefe!”
Pero la mujer no dejó que Ayla adivinan sus pensamientos mientras se secaba los ojos y regresaba a la poza. Esta vez, no volvió a mirarse.
Aquella misma tarde, Ayla estaba sentada a la orilla del bosque mirando la cueva a través de la maleza. Había varias personas afuera, trabajando o charlando. Ajustó los dos conejos que estaban colgados de su hombro, miró la honda metida en la correa de su cintura, la metió en un pliegue de su manto y después la sacó y volvió a colgarla de su cinturón a la vista de todos. Miró nuevamente hacia la cueva, arrastrando los pies.
“Brun dijo que podía —pensó—. Hubo una ceremonia para que yo pudiera. Soy cazadora, soy la Mujer-Que-Caza.” Ayla alzó la barbilla y salió de detrás de la pantalla del follaje que la disimulaba.
Durante un prolongado momento, todos los que estaban fuera de la cueva se detuvieron y se quedaron mirando a la joven que avanzaba hacia ellos con dos conejos al hombro. En cuanto superaron la sorpresa y se dieron cuenta de que estaban demostrando malos modales, desviaron la mirada. El rostro e Ayla ardía, pero siguió caminando con una determinación tesonera, ignorando las miradas de soslayo. Se sintió aliviada al alcanzar la cueva después de haber pasado por baquetas entre miradas escandalizadas, y agradeció el interior fresco y os curo. Era más fácil ignorar las miradas de la gente que estaba adentro.
También los ojos de Iza se abrieron muy grandes cuando Ayla llegó al hogar de Creb pero se recuperó rápidamente y miró hacia otro lado sin tomar los conejos. No sabía qué decir. Creb estaba sentado en su piel de oso meditando visiblemente, y no pareció fijarse en ella. La había visto llegar a la cueva y para cuando la joven se acercó al hogar, se las había arreglado para poner cara de palo. Nadie dijo nada cuando dejó los animales en el suelo junto a la lumbre. Poco después llegó Uba a todo correr, y no tuvo empacho en reaccionar abiertamente: ¿De veras los cazaste tú sola, Ayla? —preguntó.
—Sí, contestó Ayla asintiendo con la cabeza.
—Parecen dos bonitos y gordos conejos ¿Los vamos a cenar, madre?
—Si, bueno, supongo que sí —respondió Iza, todavía confusa e insegura.
—Voy a despellejarlos —dijo rápidamente Ayla, sacando el cuchillo. Iza observó un instante, después avanzó y le quitó el cuchillo dala mano.
—No, Ayla, tú los cazaste, yo los desollaré.
Ayla retrocedió mientras ha despellejaba los conejos, los ensartaba rápidamente y los ponía a asar; la joven estaba tan incómoda como su madre.
—Ha sido una buena cena, Iza —declaró más tarde Creb, evitando aún comentar la caza de Ayla, pero Uba no puso tantos reparos.
—Han sido buenos conejos, Ayla. Pero otro día, ¿por qué no tratas de conseguirnos perdiz blanca? —le dijo. Uba compartía la predilección de Creb por las gruesas aves de patas emplumadas.
La vez siguiente que Ayla llevó su caza a la cueva no causó tanta sensación, y al cabo de poco tiempo se hizo costumbre que saliera a cazar. Con un cazador en su hogar, Creb redujo la parte que tomaba de los demás cazadores, excepto cuando se trataba de los animales grandes que sólo los hombres cazaban.
Fue una primavera muy ajetreada para Ayla. Su parte del trabajo de las mujeres era el mismo aunque tenía que cazar, además de su tarea de recoger hierbas para Iza. Pero a Ayla le gustaba, estaba llena de energías, y se sentía más feliz que nunca. Le alegraba poder cazar sin ocultarse, estar otra vez con el Clan, y ser por fin una mujer, además de la satisfacción que le proporcionaban las relaciones estrechas que estaba trabando con las otras mujeres.
Uka y Ebra la aceptaban, aunque las dos mujeres mayores nunca pudieron olvidar que era diferente; Iza siempre se había mostrado amigable; en cuanto a las actitudes de Aga y su madre, se habían convertido del todo desde que había librado de ahogarse a Ona. Ovra se había convertido en confidente, y Oga simpatizaba a pesar de Broud. El ardor adolescente que sintió Oga por el hombre. Se había moderado; era ya un hábito indiferente, enfriado por los años de convivir con los impredecibles arranques de su compañero. Pero el odio vengativo de Broud por Ayla aumentó cuando ésta fue aceptada como cazadora. Seguía buscando la manera de desesperarla, tratando de hacerla reaccionar. Su acoso se había convertido en una manera de vivir a la que la joven se había acostumbrado y que la dejaba inconmovible. Había empezado a creer que aquel hombre no volvería a perturbarla más.
La primavera estaba en plena floración el día en que Ayla decidió salir a cazar la Perdiz blanca para guisar el manjar predilecto de Creb. Pensó ver lo que estaba creciendo para reabastecer la farmacopea de Iza, ya que andaba por ahí. Pasó la mañana recorriendo la campiña próxima, y después se dirigió a una ancha pradera cerca de la estepa. Levantó un par de aves que volaban bajo y las derribó con rápidas piedras antes de ponerse a buscar entre las altas hierbas con la esperanza de hallar un nido y tal vez algunos huevos. A Creb le gustaban las aves llenas con sus propios huevos en nido de verduras y hierbas comestibles Exclamó gozosamente al descubrirlo, y envolvió cuidadosamente los huevos en musgo suave, antes de guardarlos en un profundo pliegue de su manto. Estaba contenta de si misma. Por pura exuberancia, corrió rápidamente a través de la pradera y se detuvo, sin aliento, arriba de una loma cubierta de nueva hierba verde.
Arrojándose al suelo, comprobó que sus huevecillos estuvieran intactos y se puso a comer un trozo de carne seca. Observó una alondra de la pradera pechuga amarilla que lanzaba su trino gloriosamente desde un punto elevado levantaba el vuelo sin dejar de cantar. Un par de gorriones de corona dorada gorgojeando su tonada sombría de notas descendentes, revoloteaban entre las zarzamoras a la orilla del campo. Otro par de pajarillos de cabeza negra y manto gris que cantaban “chicadidí” llamados carboneros, volaban rápidamente entrando y saliendo, pues tenían su nido en el agujero de un abeto cerca de un arroyuelo que serpenteaba entre la densa vegetación al pie de la loma. Abadejos pequeñitos y vivos regañaban a los demás mientras llevaban ramitas y musgo seco a una cavidad, donde estaban haciendo su nido, dentro de un viejo manzano retorcido que demostraba su juvenil fecundidad con una floración sonrosada.
A Ayla le encantaban aquellos momentos de soledad. Tendida al sol, sintiéndose descansada y contenta, no pensaba en nada en particular como no fuera en la belleza del día y lo dichosa que se sentía. Ni siquiera sospechaba que alguien más estuviera cerca, hasta que vio una sombra caer sobre la tierra delante de ella. Sobresaltada, alzó la mirada hasta encontrar el rostro malévolo de Broud.
No se había proyectado ir de cacería aquel día, y Broud decidió salir solo a cazar. No había mostrado mucho afán; su salida había sido más bien un pretexto para dar un paseo en un cálido día de primavera que para buscar una carne que no necesitaba realmente. Había visto a Ayla descansando en la loma desde lejos, y no podía dejar pasar la oportunidad de echarle en cara su pereza, por sorprenderla sentada sin hacer nada.
Ayla dio un brinco al verlo, pero eso lo fastidió: era más alta que él y no le gustaba levantar la vista para mirar a una mujer. Le hizo señas de que se sentara y se preparó para reprenderla enérgicamente. Pero al sentarse de nuevo, la mirada indiferente, sumisa, que volvía vidriosos los ojos de la joven lo irritó más aun. Habría querido encontrar un medio para lograr que tuviera alguna reacción. En la cueva, por lo menos podía ordenarle que hiciera algo para él y verla brincar para cumplir sus órdenes.
Miró a su alrededor, después a la mujer sentada a sus pies que esperaba sin alterar su compostura, que le echara una reprimenda y se fuera. “Es peor que nunca desde que se ha convertido en mujer —pensó el hombre—- La Mujer-Que-Caza. ¿Cómo pudo hacer Brun semejante cosa?” Observó las perdices blancas que tenía y recordó sus propias manos vacías. “Hasta ha cazado y yo no.” ¿Qué podría obligarla a hacer? Aquí no hay nada que pueda mandarle traer. Espera... ahora es mujer ¿no? Pues hay algo que puedo obligarla a hacer. Broud le hizo una seña y los ojos de Ayla se abrieron muy grandes Era inesperado. Iza le había dicho que los hombres sólo deseaban eso de las mujeres a las que consideraban atrayentes; ella sabía que Broud la consideraba fea. Broud había pasado por alto la sorpresa escandalizada de Ayla, y su reacción lo animó y volvió a hacerle la seña, imperiosamente, para que adoptara la posición de modo que él pudiera aliviar sus necesidades, la posición del comercio carnal.
Ayla sabía lo que se esperaba de ella; no sólo se lo había explicado Iza, lo había visto a miembros adultos del Clan entregados a esa actividad; todos los niños lo veían; no había restricciones artificiales en el Clan. Los niños aprendían el comportamiento de los adultos imitando a sus padres, y el comportamiento sexual era sólo una de las muchas actividades que copiaban. Eso siempre intrigaba a Ayla, se preguntaba por qué lo hacían, pero no le perturbaba ver que un muchachito brincara inocentemente sobre una niña, en una imitación consciente de los adultos.
A veces no era imitación. Muchas muchachitas del Clan era desfloradas por muchos púberes que estaban todavía entre el ser-casi-hombres en vísperas de su primera matanza; y a veces un hombre, atraído por una joven coqueta, se complacía con una hembra todavía-no-mujer. La mayoría de los jóvenes, sin embargo, consideraban que jugar con sus antiguas compañeritas estaba por debajo de su dignidad.
Pero Ayla no había tenido más compañero de juegos que Vorn, más o menos de su misma edad, y desde los primeros tiempos en que Aga desalentó activamente su asociación, nunca se había desarrollado un contacto estrecho entre ambos. Ayla no simpatizaba mucho con Vorn, quien imitaba las acciones de Broud hacia ella. A pesar del incidente en el campo de prácticas, el muchacho seguía idolatrando a Broud, y Vorn no iba a jugar “aparearse” con Ayla. No había nadie más que pudiera haberlo hecho, de modo que nunca se había dedicado a imitar el acto.
Dentro de una sociedad que practicaba el sexo con la misma naturalidad que la respiración, Ayla seguía siendo virgen.
La joven se sintió incómoda; sabia que debía someterse, pero se sentía turbada y Broud lo estaba disfrutando. Se alegró de que se le hubiera ocurrido; finalmente, había derribado sus defensas. Lo excitaba verla tan confundida y desconcertada, y eso le inspiró el deseo. Se acercó mientras ella se ponía de pie antes de arrodillarse. Ayla no estaba acostumbrada a que los hombres del Clan se acercaran tanto a ella. La fuerte respiración de Broud la asustó; la joven vaciló.
Broud se impacientó, la empujó y apartó su propio manto exponiendo su órgano, grueso y oscilante. ¿Qué esperaba la joven? “Es tan fea que debería sentirse halagada; ningún otro hombre la querría”, pensó Broud con enojo, arrebatando el manto de ella para quitárselo a medida que aumentaba su necesidad.
Pero cuando Broud se aproximaba a ella, algo pasó: Ayla no podía hacerlo.
¡No podía! La razón la abandonó; no importaba que tuviera la obligación de obedecerle: se puso en pie y echó a correr, pero Broud fue demasiado rápido. La agarro, la arrojó al suelo y le golpeó la cara, cortándole el labio con su rudo puño. Empezaba a disfrutar. Demasiadas veces se había dominado cuando deseaba pero ahora no había allí nadie para detenerlo. Y tenía justificada razón: le estaba desobedeciendo, desobedeciendo activamente.
Ayla estaba frenética; trató de levantarse y él volvió a golpearla. Estaba consiguiendo una reacción tal como nunca la esperara, y eso despertaba en él lujuria mayor, Iba a amedrentar a aquella hembra insolente. La golpeó una y otra vez, y sintió una enorme satisfacción al sentir que la joven se encogía cuando iba a golpeada de nuevo.
La cabeza de ella zumbaba, la sangre le corría por la nariz y la comisura de la boca. Trató de incorporarse, pero él la retuvo tendida. Luchó contra él, golpeándole el pecho con los puños, sin hacer mella en su cuerpo musculoso pero aquella resistencia provocó una mayor lujuria aún. Nunca se había sentido tan estimulado. la violencia incrementaba su pasión y la lujuria daba mayor fuerza a sus golpes. Se deleitaba en su resistencia y la volvió a abofetear.
Ella estaba inconsciente cuando la tumbó boca abajo, hizo a un lado febrilmente su manto y le apartó las piernas. Con una dura embestida, penetró profundamente. Ella gritó de dolor; eso le causó más placer aún, y se lanzó de nuevo, sacándole otro grito de dolor, y una vez más, y otra. La intensidad de su excitación lo impelía, elevándose rápidamente a cimas insoportables con un último fuerte impulso que provocó un alarido final de agonía, expulsó su calor acumulado.
Broud quedó tendido un instante sobre ella, privado de energías. Entonces, respirando aún fuertemente, se retiró. Ayla sollozaba incoherentemente La sal de sus lágrimas quemaban las heridas de su rostro cubierto de sangre Tenía un ojo hinchado, casi cerrado y amoratándose. Sus muslos estaban manchados de sangre y por dentro le dolía muchísimo. Broud se incorporó y se quedó mirándola; se sentía a gusto, nunca había gozado tanto penetrando en una mujer. Recogió sus armas y tomó nuevamente el camino de la cueva.
Ayla se quedó tendida con la cara sobre la tierra mucho después de haber dejado de sollozar. Finalmente, se enderezó. Se tocó la boca, la sintió hinchada, y miró la sangre que manchaba sus dedos. Todo su cuerpo le dolía por dentro y por fuera. Vio que había sangre entre sus muslos y sobre la hierba. ¿Estará luchando nuevamente mi tótem? —se preguntó—. No, no lo creo no es el momento. Será que Broud me ha herido. No sabia que también podía golpearme por dentro, Pero a las demás mujeres no les hace daño. “¿Por qué tiene que herirme el órgano de Broud? ¿Tendrá mi cuerpo algo que no esté bien?’’
Lentamente se puso de pie y caminó hasta el arroyo, y cada paso le dolía. Se lavó pero eso no sirvió para mitigar el dolor palpitante ni el torbellino que tenía en la cabeza. “¿Por qué ha querido Broud que yo haga eso? Iza dijo que los hombres quieren aliviar sus necesidades con mujeres atrayentes. Yo soy fea. ¿Por qué iba un hombre a querer lastimar a una mujer que le guste? Pero también a las mujeres les gusta; si no ¿por qué habían de hacer gestos para alentar a los hombres? ¿Cómo puede gustarles a ellas? A Oga no le importa cuando se lo hace Broud, y lo hace diariamente y en ocasiones varias veces al día.
De repente, Ayla se sintió horrorizada. ¡no! ¿Y si Broud quiere que lo vuelva a hacer? No regresaré. No puedo regresar. ¿Adónde podría Ir? ¿Mi cuevita? No, está muy cerca y ahí no puedo pasar el invierno, Tengo que regresar no puedo vivir sola; ¿adónde podría ir? Y no puedo dejar a Iza. a Creb y Uba. ¿Qué voy a hacer? Si Broud quiere, no puedo negárselo. ¿Por que tuve que convertirme en mujer? ¡yo que me sentía tan feliz! Ahora no me importaría seguir siendo niña toda la vida. ¿De qué sirve ser mujer si no se puede tener un bebé? Especialmente, ¿si un hombre le puede hacer a una semejante cosa? ¿De qué sirve? ¿Para qué?”
El sol estaba ya en el ocaso cuando bajó penosamente de la loma en busca sus perdices. Los huevos, tan cuidadosamente guardados, estaban rotos, y habían manchado la delantera de su manto. Miró de nuevo el arroyo y recordó lo feliz que se había sentido observando a los pajarillos. Le parecía que habían transcurrido eras, otros tiempos, otro lugar. Se arrastró de regreso a la cueva, temiendo el dolor que le causaba cada paso.
Mientras Iza veía que el sol se ponía detrás de los árboles al oeste, se preocupó más. Recorrió en parte todos los senderos del bosque cercano y hacia el borde, para ver la pendiente que bajaba a la estepa. Una mujer no debería salir sola; nunca me agrada cuando sale Ayla a cazar —pensaba Iza—. ¿Y si la atacara algún animal? ¿Tal vez esté herida?” También Creb estaba preocupado, aunque trataba de no mostrarlo. El propio Brun comenzó a preocuparse a medida que se hacía de noche. Iza fue la primera en verla acercarse a la cueva desde el reborde. Iba a regañarla por haberle causado tanta preocupación, pero se detuvo antes de hacer el primer gesto.
— ¡Ayla! ¡Estás lastimada! ¿Qué ha pasado?
— Broud me ha golpeado —señaló, con expresión sombría.
—Pero, ¿por qué?
Porque le he desobedecido —indicó por gestos la joven mientras entraba en la cueva y se dirigía directamente al hogar.
“¿Qué puede haber sucedido? —se preguntaba Iza—, Ayla no ha desobedecido a Broud en años. ¿Por qué había de rebelarse ahora contra él? ¿Y por qué no me dijo él que la había visto, al verme tan preocupada? Está de regreso desde el mediodía, ¿Por qué llega Ayla tan tarde? Iza echó una mirada en dirección del hogar de Broud, y lo vio mirando por encima de los limites de piedras a Ayla, contra lo que dictaban los buenos modales, con una sonrisa llena de vanidad y deleite en el rostro.
Creb había captado toda la escena; el rostro golpeado, hinchado de Ayla Y su aspecto de desolación total, la vigilancia a que la tenía sometida Broud desde el momento en que llegó, mirándola con una sorna arrogante. Sabía que el odio de Broud había crecido con los años —la obediencia plácida de Ayla parecía afectarlo más que su rebeldía infantil— pero algo había sucedido que daba a Broud la sensación de dominar a la joven. Por muy suspicaz que fuera Creb, no podía haber adivinado cuál era la causa.
Ayla temía abandonar el hogar a la mañana siguiente, y se quedó demorada con el desayuno mientras pudo. Broud la estaba esperando. De sólo pensar en su intensa excitación de la víspera, había vuelto a excitarse y estaba preparado. Al hacerle éste la señal, la joven sintió el deseo de volverse corriendo, pero se obligó a adoptar la posición. Trató de contener sus gritos, pero el dolor la hizo darlos, atrayendo miradas sorprendidas de los que se encontraban cerca. No comprendían por qué lloraría de dolor como tampoco podían comprender el interés súbito que había despertado en Broud.
Broud se deleitaba en su recién descubierto dominio en Ayla, poniéndola en la obligación de servirlo, aunque muchas personas no comprendían por qué escogería a la mujer fea que aborrecía y no a su guapa compañera.
Al cabo de cierto tiempo dejo de dolerle, pero a Ayla le resultaba odioso; y precisamente su odio era lo que Broud disfrutaba. La había puesto en su lugar, había logrado superarla y, finalmente, había hallado la manera de obliga reaccionar ante él. No importaba que la respuesta fuera negativa, en verdad a prefería así. Quería verla asustada, ver su temor, ver que se sometía a él por fuerza. De sólo pensarlo se sentía estimulado. Siempre había tenido un fuerte impulso sexual; ahora era más sexualmente activo que nunca. Todas las mañanas cuando no iba de cacería, se quedaba esperándola, y por lo general, volvía a forzarla por la noche, y en ocasiones también a mediodía. Inclusive se sentía excitado de noche, y usaba a su compañera para aliviarse. Era joven y saludable estaba en la cima de sus hazañas sexuales, y cuanto más intensamente lo aborrecía Ayla, mayor placer sacaba de ella.
Ayla perdió su brillantez. Estaba desanimada, sombría, no respondía nada. La única emoción que experimentaba era un odio avasallador hacia Broud y su penetración cotidiana. Como un enorme ventisquero que se apodera de toda la humedad de la tierra que lo rodea, su odio y amarga frustración anulaba todos los demás sentimientos.
Siempre había sido aseada, lavándose y lavando sus cabellos eh el río para no tener piojos, inclusive llevaba grandes tazones de nieve que dejaba junto al fuego siempre prendido, de modo que se derritiera y le proporcionan agua fresca en invierno. Ahora sus cabellos colgaban sin vida en marañas grasientas, y llevaba el mismo manto día tras día, sin mostrarse la molestia de limpiar las manchas ni de ventilarlo. Se rezagaba en sus tareas, hasta el punto de que hombres que nunca antes la habían regañado, empezaron a reprenderla. Perdió todo interés en las medicinas de Iza, dejó de hablar, como no fuera para responder a preguntas directas, salía pocas veces de cacería, y cuando volvía solía ser con las manos vacías. Su melancolía tenía desalentados a todos los que compartían el hogar de Creb.
Iza no podía más de tanta preocupación; no entendía el cambio drástico que se había operado en Ayla. Sabia que se debía al interés inexplicable que Broud le testimoniaba, pero por qué iba a tener semejante efecto era algo que no podía explicase. Daba vueltas alrededor de Ayla, vigilándola sin cesar, y cuando la joven empezó a sentirse mal por las mañanas, tuvo miedo de que algún espíritu maligno que se le hubiera metido adentro estuviera ganando terreno.
Pero Iza era una curandera experimentada; fue la primera en fijarse que Ayla no se mantenía en el aislamiento nominal exigido de las mujeres cuando sus tótems combatían, y observó de más cerca a su hija adoptiva. Apenas podía creer lo que venia sospechando, pero cuando pasó otra luna y el verano estuvo derrochando su tremendo calor, Iza se convenció. Una tarde, mientras Creb estaba fuera del hogar, hizo señas a Ayla.
—Quiero hablarte.
—Si, Iza —fue la respuesta de Ayla, que se levantó con esfuerzo de sus pieles y se dejó caer en la tierra junto a la mujer.
— ¿Cuándo fue la última vez que batalló tu tótem, Ayla?
—No sé.
—Ayla, quiero que reflexiones sobre esto: ¿han combatido los espíritus dentro de ti desde que cayeron las flores?
La joven trató de recordar.
—No estoy segura, quizá una vez.
Es lo que yo pensaba —dijo ha—. Tienes náuseas por la mañana, ¿no es cierto?
—Así es —respondió la joven con una inclinación de la cabeza. Ayla pensaba que se debía a que cuando Broud no salía de caza por la mañana, la estaba esperando y lo odiaba tanto que no podía conservar el desayuno, y a veces tampoco la cena.
-¿Has sentido los pechos doloridos?
—Un poco.
Y han crecido también, ¿verdad que si?
—Creo que si. ¿Por qué preguntas? ¿Por qué este interrogatorio?
La mujer se quedó mirándola con expresión grave.
— Ayla, no sé cómo habrá sucedido, apenas puedo creerlo pero estoy segura de que es verdad.
— ¿Verdad? ¿El qué?
Tu tótem ha sido derrotado; vas a tener un bebé.
— ¿Un bebé? ¿Yo? No puedo tener un bebé —protestó Ayla—. Mi tótem es demasiado fuerte.
—Ya lo sé, Ayla. No puedo entenderlo, pero vas a tener un bebé —repitió Iza.
Una expresión de sorpresa maravillada llenó los ojos mortecinos de Ayla.
— ¡Será posible! ¿Puede ser realmente posible? ¿Yo, tener un bebé? ¡Oh, madre, qué maravilla!
—Ayla, no estás apareada, no creo que haya un hombre del Clan que te quien aceptar, ni siquiera como segunda mujer. No puedes tener un hijo sin tener compañero, podría ser mala suerte —gesticuló seriamente Iza—. Será mejor que tomes algo para perderlo; creo que lo mejor sería el muérdago. Ya sabes, la planta con las bayas blancas y pequeñitas que crece muy alto en el roble. l muy eficaz, y si se maneja debidamente no resulta demasiado peligroso. Te haré un té con las hojas y poquitas bayas. Ayudará a tu tótem a expulsar la nueva vida. Te sentirás un poco enferma, pero...
— ¡No! ¡No! —Ayla meneaba la cabeza con gran vigor—. No, Iza: no quiero tomar muérdago. No quiero tomar nada para perderlo. Madre: quiero un bebé. Lo he deseado desde que nació Uba. Nunca creía que fuera posible.
—Pero Ayla, ¿y si el bebé tuviera mala suerte? Inclusive podría nacer deforme.
—No tendrá mala suerte, no lo permitiré. Lo prometo. Me voy a cuidar mucho para que sea saludable. ¿No decías que un tótem fuerte ayuda a un bebé saludable una vez que ha sucumbido? Y lo cuidará mucho después de nacido.
No permitiré que suceda nada. Iza, debo tener ese bebé. ¿No lo comprendes? Es posible que mi tótem nunca vuelva a ser derrotado. Esta puede ser mi única oportunidad
Iza la miró los ojos suplicantes de la joven; era la primera chispa de vida que había podido vislumbrar en ellos desde el día que Broud la golpeó mientras estaba cazando. Sabia que debería insistir en que Ayla toman la medicina; no estaba bien una mujer sin compañero diera a luz, cuando podía evitarse. Pero Ayla deseaba tan desesperadamente al bebé, podría caer en una depresión más profunda aún si la obligaba a renunciar a él. Y tal vez tuviera razón: podría ser su única oportunidad.
—Está bien, Ayla —concedió—. Si tanto lo quieres. Pero será mejor no decírselo a nadie todavía; todos se enterarán muy pronto.
— ¡Oh, Iza! —dijo, abrazando a la mujer. Mientras el milagro de su imposible embarazo iba penetrando en ella, una sonrisa le cruzó el rostro. Dio un brinco, llena de energías; no podía quedarse quieta, tenía que hacer algo.
—Madre, ¿qué estás cocinando hoy? Déjame ayudarte.
—Estofado de uro —respondió la mujer, pasmada ante la transformación tan repentina de la joven—. Si quieres, puedes cortar la carne.
Mientras trabajaban ambas mujeres, Iza se percató de la dicha que podía proporcionar Ayla. Sus manos volaban, charlando y trabajando, y de repente volvió a surgir el interés de Ayla por la medicina.
—Yo no sabía lo del muérdago, madre —observó Ayla—. Sé del cornezuelo y del ácoro, pero no sabía que el muérdago pudiera hacer que una mujer pierda su bebé.
—Siempre habrá algunas cosas de las que no te he hablado, Ayla, pero Sabrás lo suficiente. Y sabes cómo hacer pruebas; siempre podrás seguir aprendiendo. El tanaceto también servirá, pero puede ser más peligroso que el muérdago. Empleas toda la planta —flores, hojas y raíces— y las pones a hervir. Si llenas de agua hasta aquí —ha señalaba una marca en el lado de uno de sus tazones medicinales— y dejas que se reduzca hasta caber en esta taza —mostrando una taza de hueso— será más o menos lo conecto; suele bastar con una taza. Las flores de crisantemo sirven a veces; no son tan peligrosas como el muérdago o el tanaceto, pero tampoco resultan eficaces siempre.
—Sería mejor para las mujeres que tienden a perder sus bebés con facilidad. Sería mejor emplear algo más suave, si sirve que sea menos peligroso.
—Así es. Y, Ayla, otra cosa que deberías saber —y se volvió Iza para comprobar que Creb no había regresado aún—: ningún hombre debe enterarse nunca de esto; es un secreto que sólo conocen las curanderas, y no todas. Es mejor no decírselo nunca a una mujer porque si su compañero le preguntara, tendría que decírselo. Nadie le preguntará a una curandera. Si algún hombre lo descubriera, lo prohibiría. ¿Comprendes?
—Sí, madre —respondió Ayla, sorprendida ante el sigilo de Iza y muy curiosa.
—No creo que necesites saber nunca de esto para ti, pero deberás conocerlo de todas maneras por ser curandera. A veces, cuando una mujer tiene un parto difícil, suele ser mejor que no vuelva a tener hijos. La curandera puede darle la medicina sin explicarle lo que es. Hay otras razones por las que una mujer puede no querer hijos. Algunas plantas encierran una magia especial, Ayla. Fortalecen tanto al tótem de la mujer, que éste puede impedir que comience siquiera a iniciarse una nueva vida.
— ¿Conoces la magia para impedir el embarazo, Iza? ¿El débil tótem de una mujer, puede volverse tan fuerte? ¿Cualquier tótem? ¿Aun cuando un Mog-ur lleve a cabo un encantamiento para fortalecer el tótem del hombre?
—Si, Ayla. Por eso nunca debe enterarse de esto hombre alguno. Yo misma lo utilicé cuando me aparearon. No me gustaba mi compañero; deseaba que me cediera a otro hombre. Pensé que si nunca tenía hijos no querría quedarse conmigo —confesó Iza.
Pero has tenido un bebe, has tenido a Uba.
—Tal vez, al cabo de mucho tiempo, la magia se debilite. Tal vez mi tótem no quiso seguir combatiendo, tal vez quería que tuviera un bebé. No lo sé. No hay nada que sirva todo el tiempo. Hay fuerzas más grandes que cualquier magia, pero me sirvió por muchos años. Nadie comprende del todo a los espíritus, ni siquiera Mog-ur. ¿Quién iba a creer que tu tótem pudiera ser derrotado, Ayla? La curandera echó una rápida mirada a su alrededor—. Ahora, antes de que vuelva Creb, ¿conoces esa enredadera pequeña, amarilla, con hojas y flores diminutas?
— ¿El hilo de oro?
—Si, ese mismo. A veces lo llaman estrangulador porque mata a la planta en que se produce. Déjalo secar, aplástalo, más o menos esta cantidad en la palma de tu mano, que hierva en agua suficiente para llenar la taza de hueso hasta que el extracto esté del color del heno maduro. Tómate dos sorbos cada día que el espíritu de tu tótem esté combatiendo.
— ¿No es también una buena cataplasma para picaduras y mordiscos?
—Si, y eso te da un buen pretexto para tenerlo a mano, pero la cataplasma se emplea sobre la piel fuera del cuerpo. Para que tu tótem tenga fuerza, te lo bebes. Hay otra cosa más que debes tomar mientras tu tótem está combatiendo: raíz de artemisa, seca o fresca. Hiérbela y bebe el agua, un tazón cada uno de los días que estés aislada —prosiguió Iza.
— ¿No es la planta de hoja dentada que sirve contra la artritis de Creb?
—Esa misma. Sé de otra, pero nunca la he empleado. Es la magia de otra curandera: intercambiamos conocimientos. Hay cierto ñame que no crece por acá, pero te enseñaré en qué difiere de los que tenemos. Lo cortas en trozos y lo hierves y haces con él un puré espeso, lo dejas secar y lo machacas en polvo fino. Hace falta mucho, medio tazón mezclado con agua para formar nuevamente una pasta cada día que no estés aislada, cuando los espíritus no estén combatiendo.
Creb entró en la cueva y vio que ambas mujeres estaban muy absortas en su conversación. Al instante percibió la diferencia en Ayla. Estaba animada, atenta, pensativa y sonriente. “Tiene que haberse sacudido lo que fuera” pensó, mientras llegaba cojeando a su hogar.
— ¡Iza! —dijo en voz alta para llamarles la atención—. ¿Hay que morirse de hambre por aquí?
La mujer dio un salto con expresión culpable, pero Creb no se fijó en ello. Estaba tan contento de ver que Ayla estaba ocupada, trabajando y charlando, que no vio a Iza.
—En seguida estará preparado, Creb —señaló Ayla y, corriendo, fue a abrazarlo; hacia tiempo que Creb no se sentía tan contento. Se sentaba en su estera cuando llegó Uba corriendo a la cueva.
— ¡Tengo hambre! —indicó la niña.
—Siempre tienes hambre, Uba —dijo Ayla riendo y alzando a la niña para darle vueltas en el aire. Uba estaba encantada: era la primera vez que Ayla tenía ganas de jugar con ella, en todo el verano.
Más tarde, después de cenar, Uba se trepó hasta el regazo de Creb. Ayla tanteaba en voz baja mientras ayudaba a Iza a limpiar. Creb suspiró, satisfecho; así se sentía el hogar. ‘Los muchachos son muy importantes —pensó— pero creo que las niñas son mejores. No tienen que ser fuertes y valientes todo el tiempo y no les importa acurrucarse en el regazo de uno para dormir. Casi desearía que Ayla siguiera siendo una niñita.”
Ayla despertó a la mañana siguiente envuelta en un resplandor de dicha anticipada. “Voy a tener un bebé”, se dijo. Se abrazó, mientras estaba aún tendida entre sus pieles. De repente le entraron ganas de levantarse. Creo que bajaré al río esta mañana: tengo que lavarme la cabeza.” Brincó fuera del lecho pero una náusea se apoderó de ella. “Tal vez sea mejor comer algo sólido y ver si no se me sale. Tengo que comer para que mi bebé sea saludable.” No pudo conservar el desayuno, pero cuando pasó un rato levantada, volvió a comer y se sintió mejor. Todavía estaba pensando en el milagro de su embarazo cuando salió de la cueva para dirigirse al río.
— ¡Ayla! —llamó Broud despectivamente, contoneándose con jactancia y haciendo la señal.
Ayla se sintió sobresaltada: se le había olvidado Broud. Tenía cosas más importantes en qué pensar, como bebés que amamantar y tener el calor de sus brazos, su propio hijo. “Bueno, más vale terminar con todo esto ahora —pensó y con paciencia adoptó la postura para que Broud aliviara sus necesidades. Ojalá lo haga de prisa, quiero bajar al río a lavarme la cabeza.”
Broud se sintió achicado; algo faltaba. No había la menor respuesta de ella. Echó de menos la excitación que le producía obligarla contra su voluntad. El odio desbordante y la amarga frustración que ella nunca había conseguido disimular anteriormente, estaban ausentes: había dejado de luchar contra él. Actuaba como si él no estuviera ahí, como si no sintiera nada. Y no sentía; su mente había pasado a otro ámbito, no percibió su penetración como tampoco sus regaños ni sus golpes. Era algo más que tenía que aguantar, y se resignaba a ello. Su serenidad tranquila y su aplomo habían vuelto.
El gozo de Broud no se debía al placer de la experiencia sexual sino al dominio de Ayla; descubrió que ya no se sentía estimulado; le costo conservar su erección. Al cabo de varias veces que no pudo lograr un clímax, retrocedió Y pronto terminó el intento; era demasiado humillante. “Podía ser una mujer de piedra, dada su respuesta —pensó—. De todos modos es fea y he perdido suficiente tiempo con ella. Ni siquiera sabe apreciar el honor que representa el interés del futuro jefe.”
Oga se alegró de verlo regresar, calmada al ver que había superado su incomprensible predilección por Ayla. No había tenido celos; no era algo de lo que debería estar celosa. Broud era su compañero y no había dado la menor indicación de que se dispusiera a renunciar a ella. Cualquier hombre podía aliviar sus necesidades con cualquier mujer que se le antojara, eso no tenía nada de extraordinario. Lo que no podía comprender era que dedicara tanta atención a Ayla cuando, se veía a las claras, ella no la disfrutaba.
Por mucho que quisiera convencerse de que no le importaba. a Broud 1e exasperaba la indiferencia súbita de Ayla. Creía haber hallado el modo de derribar de una vez por todas su muralla de indiferencia, y había descubierto el placer que eso le proporcionaba, Por eso se fortaleció más su determinación para encontrar la manera de atacarla otra vez.