Capítulo 13

Llegó el invierno, y con él, la actividad reducida que compartían con todas las cosas vivientes que seguían el ciclo de las estaciones. La vida seguía palpitando pero con paso más lento. Por vez primera Ayla anhelaba que llegara la estación fría. Las estaciones activas y apresuradas en que hacía calor, no dejaban mucho tiempo a Iza para seguir adiestrándola. Con las primeras nieves, la curandera prosiguió sus lecciones. El patrón de la vida del Clan se repetía con sólo pequeñas variantes, y el invierno llegó también a su fin.

La primavera llegó tarde y húmeda. La fusión de las nieves que bajaba desde las tierras altas, incrementada por fuertes lluvias, hinchó el río hasta una turbulencia enorme que desbordó de sus riberas y barrió con árboles y arbustos en su fuga atropellada hasta el mar. Una obstrucción de troncos provocó que un río cambiara de curso, llevándose parte del camino que había abierto el Clan. Un breve respiro producido por el calor, lo suficientemente prolongado por granizadas de fines del verano que asolaron las delicadas flores, ahogando las esperanzas de la prometida cosecha. Entonces, como si la naturaleza hubiera cambiado de opinión y quisiera compensar por no haber cumplido la promesa de las frutas, la cosecha de principios del verano produjo verduras, raíces, calabazas y legumbres en abundante profusión.

El Clan echaba de menos su visita primaveral a la costa, en busca de salmón, y todo el mundo se alegró al oír anunciar a Brun que harían el viaje en busca de bacalao y esturión. Aun cuando había miembros del Clan que recorrían a menudo las diez millas hasta el mar interior para recoger moluscos y huevos de las incontables aves que anidaban en los riscos, pescar los enormes animales era una de las pocas actividades del Clan que constituían un esfuerzo común de parte de hombres y mujeres.

Droog tenía una buena razón para querer ir. El fuerte escurrimiento primaveral había arrancado nuevos módulos de sílex de los depósitos calcáreos de las partes más altas, y los había depositado en el terreno aluvial. Había visitado ya la costa y comprobado que había varios depósitos aluviales. La excursión pesquera sería una buena oportunidad para reabastecer su reserva de herramientas, sustituyéndolas por otras, hechas con piedras de alta calidad. Era más fácil chasquear el sílex en el lugar mismo que transportar las pesadas piedras hasta la cueva. Hacia ya tiempo que Droog no hacia herramientas para el Clan. Habían tenido que arreglárselas con implementos más toscos cuando se rompía la piedra frágil de los buenos que tenían. Todos podían confeccionar herramientas útiles, pero muy pocas podían compararse con las que hacía Droog.

Un espíritu alegre acompañaba a los preparativos. No era frecuente que todo el Clan abandonara la cueva al mismo tiempo, y la novedad de acampar en 1a playa resultaba palpitante, especialmente para los niños. Brun tenía pensado que uno o das hombres regresaran diariamente a la cueva para asegurarse de que no sucediera nada malo en su ausencia. Incluso a Creb le alegraba la idea de cambiar de escenario; pocas veces se alejaba de la cueva.

Las mujeres trabajaban en la red, remendando los cables más débiles y formando una nueva sección con cuerdas procedentes de lianas fibrosas, cortezas deshebradas, hierbas duras, y largos pelos de animales, para alargarla. Aun cuando la tripa era material fuerte y sólido, no se empleaba para eso; pasaba como con el cuero: el agua lo endurecía y atiesaba, y no absorbía bien la grasa ablandada.

El enorme esturión, que a menudo pasaba de tres metros y medio de largo y pesaba más de una tonelada, emigraba del mar donde vivía la mayor parte del año, y subía a los ríos para desovar a principios del verano. Los apéndices carnosos que tenía debajo de su boca desdentada prestaban al pez antiguo, parecido al tiburón, un aspecto temible, pero su dieta estaba compuesta de invertebrados y peces pequeños que atrapaba merodeando por el fondo. El bacalao, más pequeño, no solía pesar más de doce kilos, pero podía alcanzar hasta cien y más, y en verano se dirigía hacia el norte, a aguas menos profundas. Aun cuando se alimentaba casi siempre en el fondo, a veces nadaba cerca de la superficie o en desembocaduras de agua dulce si migraba o perseguía alimento.

Durante los catorce días en que desovaban los esturiones en verano, las desembocaduras de los ríos estaban llenas de ellos. Aun cuando el pez que e cogía los ríos más pequeños no alcanzaba el volumen de los gigantes que subían por los grandes ríos, los esturiones que llegaban a la red del Clan serian más que suficientemente grandes para que ellos pudieran arrastrarlos hacia la playa Al acercarse la época de la migración, Brun enviaba a alguien diariamente hasta la costa. Apenas había hecho acto de presencia el primero de los potentes esturiones blancos en el río, cuando dio, la orden: todos partirían a la mañana siguiente.

Ayla despertó excitadísima: tenía ya su piel para dormir amarrada en un lío, alimentos y recipientes de cocina recogidos en un canasto, y la gran pieza de cuero que serviría de techo cargada encima de todo aun antes del desayuno: Iza nunca abandonaba la cueva sin su bola de medicinas, y todavía estaba recogiéndola cuando Ayla salió corriendo de la cueva para ver si todos estaban preparados para marchar.

— Apúrate, Iza —la apremió, volviendo a la cueva Ya estamos casi listos para salir.

— Cálmate, chiquilla. El mar no se irá a ninguna parte —contestó Iza después de haber apretado bien la correa de su bolsa.

Ayla se echó el canasto a la espalda y alzó a Uba. Iza siguió, se volvió para mirar tras de sí pues quería recordar si no olvidaba nada; siempre le parecía estar olvidándose de algo cuando dejaba la cueva. “Bueno, en todo caso Ayla puede volver a buscarlo, si es algo importante”, pensó. Casi todo el Clan estaba afuera y poco después de que Iza ocupara su lugar, Brun dio la señal de la partida. Apenas estaban en marcha cuando Uba comenzó a revolverse para que la dejaran en el suelo.

— ¡Uba no es un bebé! Quiero caminar sola —señaló con dignidad infantil. A los tres años y medio, Uba había comenzado a copiar a los adultos y a los niños mayores, y a rechazar los mimos que se prodigaban a los pequeñitos. Estaba creciendo. Poco más o menos en cuatro años más sería probablemente una mujer. Tenía que aprender mucho en cuatro años escasos, y mediante un sentido interno de su rápida maduración, estaba empezando a prepararse para las responsabilidades mayores que pronto le incumbirían.

—Está bien, Uba —dijo Ayla por gestos dejándola caminar. Pero quédate cerca de mí, muy cerca.

- Siguieron el río por el flanco de la montaña, dando un rodeo por su curso alterado siguiendo el nuevo sendero que ya se había trazado cerca del estancamiento de árboles. Era una marcha fácil —aunque el viaje de regreso costaría más y no era aún mediodía cuando llegaron a un ancho tramo de playa. Establecieron refugios temporales muy lejos de donde subían las mareas, empleando madera flotante y arbustos como postes de apoyo. Comenzarían a pescar a la mañana siguiente. Ayla echó a andar hacia el mar.

—Me voy al agua, madre —indicó.

—Ayla, ¿por qué quieres meterte siempre en el agua? Es peligroso, y siempre te alejas mucho.

—Es maravilloso, Iza. Tendré cuidado.

Siempre pasaba lo mismo cuando Ayla iba a nadar, se decía Iza, preocupada. Ayla era la única a quien le gustaba nadar; era la única que podía hacerlo. Los huesos grandes y pesados de los miembros del Clan les dificultaban la natación. No flotaban fácilmente y temían al agua profunda. Vadeaban por el agua para pescar, pero no les gustaba ir más allá del nivel de la cintura; los inquietaba. La predilección por la natación que Ayla mostraba era considerada como una de sus peculiaridades; y no era la única.

Para cuando Ayla cumplió nueve años, era ya más alta que cualquiera de las mujeres y tanto como algunos de los hombres, pero seguía sin dar muestras de alcanzar pronto la feminidad. Iza se preguntaba a veces si dejaría de crecer algún día. Su estatura y su retraso para madurar daban que pensar a algunos si su fuerte tótem masculino no le impediría desarrollarse como mujer. Se preguntaban si se pasaría la vida entera como una especie de hembra neutra, ni hombre ni realmente mujer.

Creb se acercó cojeando a Iza mientras ésta miraba a Ayla acercarse al agua. Su cuerpo duro y esbelto, sus músculos planos y nervudos y sus largas piernas como de potrillo la hacían parecer torpe y desmañada, pero la flexibilidad de sus movimientos desmentía su aparente desmañada torpeza. Aunque se esforzaba por imitar el porte sumiso de las mujeres del Clan, no tenía sus piernas cortas y arqueadas. Por mucho que tratan de dar pasos cortos, sus piernas más largas daban trancos más largos, casi masculinos.

- Pero no eran sólo sus piernas largas las que la hacían diferente. Ayla irradiaba una confianza en sí que ninguna mujer del Clan sentía nunca. Era cazadora. Ningún hombre del Clan era mejor que ella con su arma, y ahora ella lo sabía. No podía fingir sumisión a la gran superioridad masculina puesto que no la sentía. Carecía del compromiso del convencimiento genuino que era parte del atractivo de la mujer del Clan. Ante los ojos de los hombres, su cuerpo alto y esbelto, carente de todos los atributos femeninos, y su actitud inconsciente de seguridad, le quitaban cualquier mérito a su harta dudosa belleza; Ayla no sólo era fea, carecía además de feminidad.

—Creb —expresó por señas Iza—, Aga y Aba dicen que nunca se convertirá en mujer. Dicen que su tótem es demasiado fuerte.

— ¡Claro que se convertirá en mujer, Iza! ¿No crees que los Otros tienen hijos? Sólo porque haya sido aceptada en el Clan no cambiará lo que es. Probablemente es normal en sus mujeres madurar más tarde. Inclusive algunas muchachas del Clan no se convierten en mujeres antes de los diez años. Podría esperarse que le concedieran siquiera hasta entonces antes de ponerse a imaginar que hay alguna anormalidad. ¡Es ridículo! —resopló, fastidiado.

Iza se sintió apaciguada pero seguía deseando que su hija adoptiva comenzara a dar algunas señales de feminidad. Vio que Ayla caminaba dentro del agua hasta la cintura y de repente, de un brinco, se ponía a nadar largas brazadas tranquilas hacia el mar.

A la muchacha le encantaba la libertad y la flotabilidad del agua salada. No recordaba haber aprendido a nadar era como si lo hubiera sabido siempre. El banco de arena submarino de la costa bajaba bruscamente al cabo de unos cuantos metros; ella se enteró de que pasaba de ese lugar por el matiz más profundo y el agua más fría. Se tendió de espaldas y flotó perezosamente un rato, mecida por el vaivén de las olas. Escupiendo un trago salado que le había dado en la cara, se volvió nuevamente y se dirigió nadando hacia la playa. La marca estaba bajando, y se había desviado hacia el agua que desembocaba en el río. La fuerza de las corrientes combinadas dificultaban el regreso a nado. S esforzó y no tardó en poner nuevamente pie en la arena para volver andando a la playa. Enjuagándose en el agua dulce del río, podía sentir la rápida corriente golpearle las piernas y el inestable suelo arenoso escurrirse bajo sus pies.

Se dejó caer junto a la hoguera que ardía cerca de su refugio, cansada pero también más fresca.

Después de cenar Ayla se quedó mirando lánguidamente a lo lejos, preguntándose qué habría más allá del agua. Aves marinas chillaban, graznaban y giraban antes de clavar por encima de las olas que mugían. Viejas osamentas, blancas y curtidas por las intemperies que fueron árboles otrora se erguían en la arena lisa adoptando formas torcidas, esculpidas ante la inmensa superficie de agua de un gris azulado que centelleaba bajo los rayos largos del sol poniente. La escena tenía un aspecto vacuo, subreal, como de otro mundo; la madera arrojada a la playa se convertía en siluetas grotescas antes de sumirse en la oscuridad de la noche sin luna.

Iza llevó a Uba a la cama bajo el refugio, y regresó junto a Creb y Ayla, junto a la pequeña hoguera que lanzaba bocanadas pequeñas de humo hacia el cielo tachonado de estrellas.

— ¿Qué son, Creb? —señaló Ayla calmadamente, hacia arriba.

—Hogueras en el cielo. Cada una es el hogar del espíritu de alguien en el otro mundo.

— ¿Existe tanta gente?

—Son las hogueras de todas las personas que han ido al mundo de los espíritus, y de todos los que no han nacido aún. Son las hogueras, también, de los espíritus de los tótems, pero la mayoría de los tótems tiene más de uno. ¿Ves ahí? —preguntó Creb, señalando con la mano—. Es el hogar del Gran Ursus en persona. ¿Y aquéllos? —señalando en otra dirección. Son los fuegos de tu tótem, Ayla, del León Cavernario.

—Me agrada dormir donde se pueden ver los pequeños fuegos del cielo —dijo Ayla.

—Pero no es tan agradable cuando sopla el viento y cae la nieve —interpuso Iza mirando a Ayla.

—También a Uba le gustan los fuegos —señaló la niña, surgiendo de la oscuridad al circulo de luz de la hoguera.

—Creí que estabas dormida, Uba —comentó Creb.

—No. Uba mira los pequeños fuegos como Ayla y Creb.

—Es hora de que nos acostemos todos —señaló Iza---. Mañana va a ser un día muy duro.

A primera hora de la mañana siguiente, el Clan tendió su red a través del río. Vejigas natatorias de pescas anteriores de esturión, cuidadosamente lavadas y secadas hasta convertirse en globos duros y claros de colapez, surgían de flotadores para la red, y piedras atadas a la parte inferior, de pesas. Brun y Droog tomaron un extremo de la ribera más alejada; entonces el jefe hizo una seña: adultos y niños grandes comenzaron a vadear por el río. Uba los siguió.

—No, Uba —señaló Iza—, tú te quedas, no eres bastante grande.

—Pero Ona sí está ayudando --protestó la niña.

—Ona es mayor que tú, Uba. Podrás ayudar después, una vez que hayamos varado la pesca. Es demasiado peligroso para ti. El propio Creb está quedándose junto a la orilla. Quédate ahí.

—Si, madre —respondió Uba con gestos, sin disimular su desilusión.

Avanzaban lentamente, creando la menor perturbación posible al apartarse en abanico para formar un amplio semicírculo y después se quedaban quietos hasta que la arena removida por su movimiento hubiera vuelto a asentarse. Ayla se quedó con los pies separados, luchando contra la fuerte corriente que le empujaba las piernas, la mirada fija en Brun esperando su señal. Estaba en medio del mar. Observó cómo una forma oscura y muy grande se deslizaba a unos cuantos pies de distancia. Los esturiones estaban en camino.

Brun alzó el brazo y todos contuvieron el aliento. De repente, tan pronto como bajó el brazo, el Clan comenzó a dar gritos y agitar el agua, salpicando espuma. Lo que parecía un caos desordenado de ruido y salpicaduras se reveló muy pronto como un movimiento intencionado. El Clan estaba empujando a los peces hacia la red, estrechando su círculo. Brun y Droog se acercaron desde la ribera más lejana llevando consigo la red, mientras la confusión agitada creada por el Clan impedía que los peces regresaran al mar. La red se iba cerrando, apresando a la masa plateada de peces que luchaban dentro de un espacio que se encogía poco a poco. Unos cuantos monstruos se lanzaron contra las cuerdas anudadas, amenazando salirse por ahí. Nuevas manos aferraron la red, llevándola a rastras hacia el ribazo mientras los que allí estaban tirando de ella, y todo el Clan se esforzaba por varar a la horda que agitaba convulsivamente sus aletas.

Ayla alzó la mirada y vio a Uba metida hasta las rodillas entre los peces que luchaban, tratando de acercarse a ella desde el otro lado de la red.

— ¡Uba! ¡Vuelve a la playa! —le señaló de lejos.

— ¡Ayla! ¡Ayla! —gritó la niña, y entonces señaló un punto en el mar: ¡Ona! —gritó.

Ayla se volvió para mirar y apenas divisó una cabeza morena que salía del agua antes de desaparecer. La niña, que tenía apenas un año más que Uba, había perdido pie y estaba siendo arrastrada hacia el mar. En la confusión creada al arrastrar la red, nadie se había fijado en ella. Sólo Uba, que miraba a su compañera de juegos con admiración desde la orilla, había advertido el apuro en que se encontraba Ona y trataba frenéticamente de llamar la atención de alguien para decírselo.

Ayla se lanzó a la corriente lodosa y agitada y avanzó laboriosamente hacia el mar. Nadaba más rápidamente que nunca; la corriente rápida la empujaba pero esa misma corriente estaba arrastrando a la niña hacia el declive con la misma fuerza. Ayla vio que su cabeza surgía una vez más y se precipitó. Ganaba terreno pero temía que no fuera suficiente. Si Ona llegaba al declive antes de que Ayla le diera alcance, sería atraída hacia las aguas profundas por la fuerte corriente submarina.

El agua se estaba volviendo salada, Ayla lo sentía en sus labios. La cabecita oscura salió una vez más a unos cuantos metros de distancia, y se hundió después. Ayla sintió que había bajado la temperatura del agua al lanzarse desesperadamente hacia adelante, sumiéndose bajo el agua para tratar de agarrar la cabeza desaparecida. Sintió unos pelos y apretó el puño alrededor de la larga cabellera flotante de la niña. Ayla pensó que le estallarían los pulmones —no había tenido tiempo para respirar profundamente antes de sumergirse— y un ligero aturdimiento la amenazaba justo cuando salió a la superficie llevando consigo su preciosa carga. Sacó a Ona del agua pero la niña estaba inconsciente. Ayla no había intentado nunca nadar sosteniendo a otra persona, pero tenía que llevar a Ona a la orilla cuanto antes, manteniéndole la cabeza fuera del agua. Ayla se puso a nadar con un solo brazo y halló la brazada correcta, sosteniendo a la niña con el otro.

Para cuando puso pie en la arena, vio que todo el Clan se había metido en el agua para ir a su encuentro. Ayla sacó el cuerpo inerte de Ona y se lo entregó a Droog, y sólo entonces se percató de lo agotada que se sentía. Creb estaba a su lado, y alzó la mirada sorprendida al ver que Brun estaba del otro lado, ayudándola a salir del agua. Droog avanzaba y para cuando Ayla cayó sobre la arena, Iza tenía a la niña tendida y le estaba sacando el agua de los pulmones.

No era la primera ve que un miembro del Clan estaba a punto de morir ahogado; Iza sabia qué hacer. Unas cuantas personas se habían perdido ya en frías profundidades pero esta vez el mar se vio privado de su víctima. Ona empezó a toser y escupir mientras el agua salía de su boca, y parpadeó.

— ¡Mi niña! ¡Mi niña! —gritó Aga, tirándose al suelo. La madre enloquecida tomó a su hija en brazos y la estrechó—. Creí que había muerto. Estaba segura de que la perdía. ¡Oh, mi bebé, mi única hija!

Droog tomó a la niña del regazo de su madre, y apretándola contra su cuello, la llevó de regreso al campamento. En contra de la costumbre, Aga caminaba su lado, acariciando a la hija que creyó haber perdido.

Los demás miraban, fijamente y sin recato, a Ayla mientras pasaba cerca, nadie había sido salvado anteriormente una vez que las olas lo arrastraban. Era un milagro que Ona hubiera sido rescatada. Nunca más volvería un miembro del Clan de Brun a mirarla con gestos irónicos, cuando se abandonara a su idiosincrasia particular. “Es su suerte —decían—. Siempre ha tenido suerte. ¿No encontró ella la cueva?”

Los peces seguían agitándose espasmódicamente sobre la arena. Unos cuantos habían logrado regresar al río mientras los del Clan se daban cuenta de lo sucedido y corrían a reunirse con Ayla que volvía trayendo a la niña medio ahogada, pero la mayor parte de los peces estaban todavía enredados en la red. Los del Clan regresaron a la tarea de arrastrarlos playa adentro, los golpearon hasta dejarlos inmóviles y las mujeres comenzaron a limpiarlos.

— ¡Una hembra! —gritó Ebra al abrir de un tajo la barriga de un enorme esturión blanco. Todos echaron a correr hacia el enorme pescado.

— ¡Mira cuánto hay! —señaló Vorn y tendió la mano para agarrar un puñado de huevecillos negros.

El caviar fresco en un manjar que todos apreciaban. Por lo general todos tomaban puñados de la primera hembra de esturión que se pescaba, y se hartaban. Las demás huevas serian saladas y conservadas para uso ulterior, pero nunca estarían tan buenas como recién sacadas del mar. Ebra detuvo al muchacho y señaló con la mano hacia Ayla.

—Ayla, tú sirves primero —expresó.

La muchacha miró a su alrededor, confusa al verse el centro de la atención.

—Si, Ayla, tú primero —dijeron otros a coro.

La muchacha miró a Brun, que asintió con un gesto. Entonces avanzó tímidamente y tomó un puñado de caviar negro y brillante, después se enderezó y lo probó. Ebra entonces hizo una seña y todos se abalanzaron para tomar su parte, rodeando gozosamente al pescado. Se había evitado una tragedia y su sensación de alivio les hacia sentirse como en día de fiesta.

. Ayla fue despacio a su refugio. Sabía que había sido objeto de honores. Comiendo bocaditos, saboreó el sabroso caviar y saboreó el cálido resplandor de su aceptación. Era un sentimiento que nunca olvidaría.

Una vez varado y muerto el pescado, tos hombres se alejaron formando su núcleo inevitable, dejando el trabajo de limpieza y conservación a las mujeres. Además de los agudos cuchillos de sílex que se empleaban para abrir el pescado y filetear los más grandes, tenían una herramienta especial para quitar las escamas. Era un cuchillo que no sólo tenía el lomo romo para poder ser agarrado Cómodamente sino que además se colocaba el dedo índice para controlar la presión de modo que las escamas fueran retiradas sin que se arrancara la piel del pescado.

La red del Clan recogió algo más que esturión: bacalao, carpe de río, unas cuantas truchas grandes e inclusive algunos crustáceos. Las aves atraídas por la pesca se hartaron con las entrañas, robándose unos cuantos filetes cuando podían acercarse lo suficiente. Una vez que se puso a secar la pesca al aire o sobre brasas humeantes, se tendió la red por encima. Eso permitía secarla y ver dónde había que efectuar remiendos, además de mantener a raya a las aves que intentaban apoderarse de lo que tanto esfuerzo le había costado al Clan.

Antes de terminar de pescar todos estarían estragados con el sabor y el olor a pescado, pero la primera noche fue un verdadero festín, y lo celebraron siempre juntos. Los pescados reservados para la celebración, sobre todo bacalao cuya carne blanca y delicada era especialmente apreciada cuando estaba fresca se envolvían en una capa de hierba fresca y de hojas anchas, y se colocaban sobre carbones calientes. Aun cuando no se dijo nada explícitamente, Ayla sabía que aquel banquete era en su honor. Fue beneficiaria de muchos bocados selectos que le llevaron las mujeres, y de todo un filete preparado con un cuidado especial por Aga.

El sol se había puesto en el oeste, y casi todos habían vuelto ya a sus correspondientes refugios. Iza y Aba se habían quedado charlando a un lado de la enorme hoguera que estaba quedándose ya en brasas, mientras Ayla y Aga miraban silenciosamente a Ona y Uba que jugaban juntas. Groob, hijo de Aga, que ya tenía un año, estaba durmiendo apaciblemente en el regazo de su madre, satisfecho y lleno de leche caliente.

—Ayla —comenzó a decir la mujer, vacilando un poco—, quiero que sepas algo. No siempre he sido amable contigo.

—Aga, siempre has sido cortés —interrumpió Ayla.

—No es lo mismo que amable —dijo Aga—. He hablado con Droog. Se ha encariñado mucho con mi hija, a pesar de que ha nacido en el hogar de mi primer compañero. Nunca anteriormente había tenido una niña en su hogar. Droog dice que siempre llevarás contigo una parte del espíritu de Ona. Yo no comprendo realmente los caminos de los espíritus, pero Droog dice que cuando un cazador salva la vida de otro cazador, se queda con parte del espíritu del hombre al que ha salvado. Se vuelven algo así como hermanos. Me alegro de que compartas el espíritu de Ona, Ayla. Me alegro de que estés todavía aquí para compartirlo contigo. Si tengo la suerte de volver a ser madre y si es una niña, Droog ha prometido llamarla Ayla.

Ayla se quedó asombradísima; no sabía qué contestar.

—Aga, ése es un honor demasiado grande. Ayla no es nombre del Clan.

—Ahora lo es —señaló Aga con un ademán.

La mujer se puso en pie, haciendo seña a Ona, y echó a andar hacia su refugio. Se volvió un instante:

—Ahora me voy —dijo.

Era el gesto más parecido que tenía el Clan para decir: “hasta luego”. La mayor parte se omitía; la gente se iba, simplemente. El Clan no tenía palabra para “gracias” tampoco. Comprendía la gratitud, pero eso tenía una connotación distinta, por lo general un sentido de obligación, habitualmente procedente de una persona de posición inferior. Se ayudaban unos a otros porque tal era su modo de vida, su deber, necesario para sobrevivir, y no se daban ni se esperaban las gracias. Obsequios o favores especiales llevaban consigo la obligación de devolverlos por medio de algo que tuviera un valor análogo; así se entendía y no había por qué dar gracias. Mientras viviera Ona, a menos que surgiera una ocasión en que ella o, mientras no fuera adulta, su madre pudiera devolver el favor y asegurarse así un trozo del espíritu de Ayla, estaría en deuda con ésta. El ofrecimiento de Aga no era devolver una obligación, era algo más: era su manera de dar las gracias.

Aba se levantó para marcharse poco después que su hija.

—Iza ha dicho siempre que tienes suerte —señaló la mujer al pasar junto a la muchacha—. Ahora creo que es cierto.

Ayla se levantó y fue a sentarse junto a Iza cuando Aba se hubo alejado.

—Iza, Aga me ha dicho que siempre tendré parte del espíritu de Ona conmigo, pero yo sólo la traje, tú fuiste quien le devolvió la respiración. Salvaste su vida tanto como yo. ¿No llevas tú también una parte de su espíritu? —preguntó la muchacha—. Tienes que llevar partes de muchos espíritus... has salvado muchas vidas.

— ¿Por qué crees que una curandera tiene posición propia, Ayla? Es por que lleva parte de los espíritus de todos los de su Clan, tanto hombres como mujeres. De todo el Clan, en realidad, a través del suyo propio. Ayuda a traer los niños al mundo y se ocupa de ellos mientras viven. Cuando una mujer se convierte en curandera, recibe esa parte de espíritu de cada uno de ellos, inclusive de aquellos cuya vida no haya salvado, porque nunca se sabe cuándo lo hará.

—Cuando una persona muere y pasa al mundo de los espíritus —prosiguió Iza—, la curandera pierde paste de su espíritu. Algunos creen que por eso se esfuerza tanto la curandera, pero casi todas se esforzarían de todos modos. No cualquier mujer puede ser curandera, ni siquiera la hija de una, tiene que llevar algo adentro que la incite a querer ayudar a la gente. Tú lo tienes, Ayla, por eso te he estado adiestrando. Lo vi desde el principio, cuando quisiste ayudar al conejo después del nacimiento de Uba. Y no te detuviste a pensar en el peligro cuando te lanzaste en busca de Ona, sólo querías salvarle la vida. Las curanderas de mi estirpe tienen la posición más elevada. Cuando te conviertas en curandera, Ayla, tú serás de mi estirpe.

—Pero Iza, no soy tu verdadera hija. Tú eres la única madre que recuerdo, pero no nací de ti. ¿Cómo puedo ser de tu estirpe? No tengo tus recuerdos. Realmente, no entiendo lo que son los recuerdos.

—Mi estirpe tiene la posición más alta porque siempre hemos sido las mejores. Mi madre, y su madre y la de ésta antes, mientras yo recuerde, siempre han sido las mejor. Cada una transmitió lo que sabía y aprendía. Eres del Clan, Ayla, hija mía educada por mí. Tendrás todo el saber que pueda darte. Puede no ser todo lo que yo sé —ni yo misma sé cuánto sé—pero será suficiente por que hay algo más. Tienes un don, Ayla, y creo que tú procedes de tu propio linaje de curanderas. Vas a ser muy buena algún día. No tienes los recuerdos, criatura, pero tienes una manera de pensar, una manera de comprender, lo que le duele a alguien. Si sabes lo que duele puedes ayudar, y tienes el modo de saber cómo ayudar. Nunca te había dicho que pusieras nieve en el brazo de Brun. Cuando lo quemó Oga. Podría haber hecho yo lo mismo, pero nunca te lo enseñé. Tu don, tu talento, puede ser tan bueno como los recuerdos, tal vez mejor, no sé. Pero una buena curandera es una buena curandera. Eso es lo importante.

Serás de mi estirpe porque vas a ser una buena curandera, Ayla. Serás digna de la posición, serás una de las mejores.

El Clan adoptó su rutina: sólo pescaban una vez al -día, pero con eso bastaba para tener ocupadas a las mujeres hasta avanzada la tarde. No hubo más incidentes, aunque Una no volvió a ayudar a los que acosaban a os peces dentro de la red. Droog decidió que era todavía demasiado joven; el año siguiente sería suficiente. Hacia fines del arribazón de esturiones, la pesca se volvió menos abundante, y las mujeres dispusieron de tiempo para descansar por la tarde. ¡Qué bien! El pescado tardaba unos cuantos días en secarse, y la hilera de tendederos que se estiraban por la playa crecía de día en día.

Droog había recorrido la llanura aluvial del río en busca de los nódulos de sílex que habían bajado del monte con las aguas, y se llevó arrastrando unos cuantos hasta el campamento. Varias tardes se le pudo ver chasqueando herramientas nuevas. Una tarde, poco antes del día en que se había previsto volver a la cueva, Ayla vio que Droog sacaba un bulto de su refugio y lo llevaba hasta un tronco seco que estaba cerca y en el que solía trabajar su herramientas. Le gustaba verlo trabajar el sílex, y lo siguió, sentándose frente a él con la cabeza baja.

—Esta muchacha querría mirar si el hombre que hace las herramientas no se opone —señaló una vez que Droog la autorizó.

—Ejem... —asintió con la cabeza.

La muchacha se sentó en el mismo tronco, para observar calladamente. Ya lo había observado en otras ocasiones. Droog sabia que se interesaba sinceramente y que no interferiría en su concentración. “¡Ah! —pensaba—, si Vorn mostrara ese mismo interés” Ninguno de los muchachos del Clan había mostrado una verdadera aptitud para hacer herramientas, y como todo técnico realmente experto, deseaba compartir sus conocimientos y transmitirlos.

Tal vez Groob se interesara, pensó. Estaba contento de que su nueva compañera hubiera dado a luz un muchacho tan pronto después de que Ona fuera destetada. Droog no había tenido nunca tan lleno su hogar, pero se alegraba de haber aceptado a Aga con sus dos hijos. Inclusive no era malo tener a la vieja cerca: Aba se ocupaba a menudo de sus necesidades cuando Aga estaba dedicada al bebé. Aga no tenía la comprensión tranquila y profunda de la madre de Goov, y Droog tuvo que esforzarse mucho al principio para hacerle comprender cuál era su lugar. Pero era joven y saludable y le había dado un hijo, un muchacho en quien Droog colocaba sus esperanzas de adiestrarlo para convertirlo en un buen hacedor de herramientas. Había aprendido el arte de chasquear la piedra con el compañero de la madre de su madre, y ahora comprendía el deleite del anciano cuando, siendo él un niño pequeño, había comenzado a interesarse por adquirir la habilidad.   -

Pero Ayla lo había observado frecuentemente desde que llegó al Clan, y él había visto las herramientas que hacia ella. Era hábil con sus manos, aplicaba bien las técnicas. Las mujeres podían hacer herramientas con tal de que no confeccionaran implementos cuyo propósito final fuera un arma ni elaboraran armas. No era muy valioso entrenar a una muchacha y ésta nunca llegaría a ser realmente una experta; pero tenía cierta habilidad, hacia herramientas muy útiles, y una aprendiza era mejor que nada. Ya anteriormente le había explicado algo de su artesanía.

El tallador de herramientas abrió el bulto y extendió el cuero en que estaban envueltas las herramientas de su oficio. Miró a Ayla y decidió beneficiaria con algunos conocimientos útiles sobre la piedra. Tomó un trozo que había desechado el día anterior. Durante muchos años de tanteos, los antepasados de Droog habían aprendido que el sílex poseía las características necesarias para hacer las mejores herramientas.

Ayla lo observaba atentamente mientras él explicaba. En primer lugar la piedra debía tener la dureza suficiente para raspar, cortar o hendir una variedad de materiales, tanto de origen animal como vegetal. Muchos de los minerales silicios de la familia del cuarzo tenían la dureza necesaria, pero el sílex tenía una cualidad que no tenía la mayoría de los demás, inclusive muchas rocas de minerales más blandos. El sílex era quebradizo; se rompía bajo presión o percusión. Ayla dio un salto atrás cuando Droog le demostró golpeando un trozo de piedra defectuosa contra otro, rompiéndola en dos y mostrando un material de naturaleza diferente en el corazón del sílex brillante, de un gris oscuro.

Droog no sabía muy bien cómo explicar la tercera cualidad, aun cuando la comprendía visceralmente por el hecho de haber trabajado por tanto tiempo la piedra. La cualidad que hacia posible su oficio era la manera en que se quebraba la piedra, y la homogeneidad del sílex constituía la diferencia.

La mayoría de los minerales se quiebran a lo largo de superficies planas paralelas a su estructura cristalina, lo cual significa que sólo se pueden fracturar en ciertas direcciones, y el que trabaja con el sílex no puede darles forma para usos específicos. Cuando podía encontrarla, Droog utilizaba a veces la obsidiana, el vidrio negro de las erupciones volcánicas, aun cuando era mucho más blanda que muchos minerales. No tenía una estructura cristalina bien definida, y la podía quebrar fácilmente en cualquier dirección, homogéneamente.

La estructura cristalina del sílex, aunque bien definida, era tan pequeña que también resultaba homogénea, y su única limitación para adquirir forma era la habilidad del chasqueador: y ahí estaba el talento especial de Droog. Sin embargo el sílex era suficientemente duro para cortar gruesos cueros o plantas de fibras duras, y suficientemente quebradizo para romperse dejando un filo tan agudo como un vidrio roto. Para mostrarle, Droog tomó uno de los trozos de la piedra defectuosa y la afiló. Ayla no necesitó tocarla para saber lo afilada que estaba; muchas veces había empleado cuchillos igualmente afilados.

Droog pensó en sus años de experiencia que habían refinado los conocimientos que le habían transmitido, al dejar caer el trozo roto y extender el cuero sobre sus rodillas. La habilidad de un buen chasqueador comenzaba al seleccionar el material. Hacia falta mucha práctica para reconocer variaciones secundarias de color en la cubierta exterior gredosa que indicaba una buena calidad, un sílex de textura fina. Hacía falta tiempo para desarrollar la sensación de que los nódulos de una ubicación eran mejores, más frescos, menos susceptibles ala inclusión de materiales extraños, que las piedras de otra ubicación. Tal vez algún día tendría un verdadero aprendiz que supiera apreciar como él esos detalles tan finos.

Ayla pensaba que se había olvidado de ella mientras colocaba sus implementos, examinaba cuidadosamente las piedras y, después, se quedaba con los ojos cerrados sujetando calladamente su amuleto. La sorprendió cuando comenzó a hablar mediante gestos silenciosos.

—Las herramientas que voy a hacer son muy importantes. Brun ha decidido que tenemos que cazar mamut. En otoño, cuando las hojas hayan cambiado de color, viajaremos muy al norte para buscar el mamut. Debemos contar con mucha suerte para que la cacería tenga éxito; los espíritus deben favorecerla. Los cuchillos que voy a hacer serán utilizados como armas, y los demás instrumentos para hacer armas especiales para la caza. Mog-ur hará un encantamiento poderoso para que tengan suerte, pero antes que nada hay que hacer las herramientas. Si salen bien, será buena señal.

Ayla no estaba muy segura de si Droog se dirigía a ella o sólo exponía los hechos para tenerlos claros en su mente antes de comenzar. Eso la incitó a permanecer muy callada y no hacer nada que pudiera perturbar a Droog mientras trabajaba. Casi esperó oírle despachar de allí, ahora que sabía la importancia de las herramientas que estaba a punto de comenzar.

Lo que ella no sabia era que, desde el momento en que mostró la cueva a Brun, Droog estaba convencido de que llevaba la suerte consigo, y el que salvara la vida de Ona lo había afirmado en su convencimiento. Pensaba en la muchacha extraña como en una piedra o muela insólita que uno recibiera de su tótem y llevan en su amuleto para la buena suerte. No estaba seguro de que ella tuviera suerte sino únicamente de que la traía, y el que ella pidiera permiso para observarlo en ese momento particular le pareció propicio. Con el rabillo del ojo observó que ella tocaba su amuleto en el momento en que él tomaba en la mano el primer nódulo. Aun cuando no se lo definía a sí mismo precisamente de esa manera, tuvo la impresión de que ella aportaba la suerte de su poderoso tótem a su tentativa, y lo aceptó con beneplácito.

Droog estaba sentado en el suelo, con una piel curtida sobre su regazo, y tenía un nódulo de sílex en su mano izquierda. Tendió la mano hacia una piedra ovalada y la amasó hasta sentirla cómodamente en su mano. Había buscado por mucho tiempo una piedra de martillo que tuviera el tacto y la resistencia exactos, y ésta había sido suya durante muchos años; las muchas mellas que ostentaba atestiguaban sus largos servicios. Con la piedra-martillo, Droog quebró la cubierta exterior gris de caliza y dejó el sílex de un gris oscuro; se detuvo para examinarlo con, ojos críticos: la textura era correcta, el color, conveniente, y no había inclusiones. Entonces empezó a trazar toscamente el perfil de un hacha de mano. Los gruesos copos que caían tenían aristas agudas; muchos serían utilizados como implementos para cortar, tal como habían caído de la piedra. La parte de cada copo donde el martillo había golpeado el sílex tenía un abultamiento que se iba afilando hacia un corte más delgado en el extremo opuesto y cada pieza que caía dejaba una cicatriz profunda y ondulada en el corazón del sílex.

Droog dejó su martillo y recogió un fragmento de hueso. Apuntando cuidadosamente, golpeó el corazón del sílex muy cerca de la arista aguda y ondulada. El martillo de hueso, más suave y elástico, produjo copos más largos y más delgados, con un bulbo de percusión más plano y aristas más rectas que se des prendían del corazón del sílex, y no rompía la arista delgada y aguda como lo habría hecho el martillo de piedra, más duro.

Al cabo de unos momentos, Droog tuvo en la mano el producto acabado. La herramienta tendría unos doce centímetros de largo, tenía una punta en un extremo con astas rectas y cortantes, una sección transversal relativamente gruesa, y caras suaves con sólo unas facetas poco profundas allí donde los copos habían sido desprendidos. Podía sostenerse en la mano y servir para cortar madera como un hacha o para ahondar un tazón de madera de un trozo de tronco como una azuela o para desprender un trozo de marfil de mamut o para romper los huesos de animales al destazar su carne o para cualquiera de los muchos usos

Que tiene un instrumento cortante con el que se pueda golpear.

Era una herramienta antigua, y los antepasados de Droog llevaban milenios produciendo hachas de mano similares. Una forma más simple era una de las primeras herramientas que se hubiera ideado, y todavía resultaba útil. Revolvió el montón de copos, recogiendo algunos que tenían aristas cortantes y poniéndolos a un lado para utilizarlos como hendedores, útiles para destazar y para cortar cueros duros. El hacha de mano sólo en un ejercicio de calentamiento. Droog volvió su atención hacia otro nódulo de sílex, uno que había escogido por su textura particularmente lisa. Aplicaría a éste una técnica más avanzada, más difícil.

El tallador de herramientas estaba ya más calmado, menos tenso, y dispuesto para la tarea siguiente. Puso entre sus piernas el hueso de la pata de un mamut, para usarlo como yunque, y agarrando el nódulo, lo colocó sobre la plataforma asiéndolo firmemente. Entonces agarré su martillo de piedra. Esta vez, al desprender la cubierta exterior gredosa, dio cuidadosamente forma a la piedra para que el núcleo de sílex que quedaba tomara más o menos una forma aplastada de huevo. Lo puso de costado y, tomando el martillo de hueso, desprendió copos de arriba, trabajando de la arista hacia el centro todo alrededor. Cuando hubo terminado, la piedra ovoide tenía una parte superior ovalada y plana.

Entonces Droog se detuvo, puso sus dos manos alrededor de su amuleto y cerró los ojos. Un elemento de suerte, además de habilidad, era necesario para los siguientes pasos decisivos. Estiró los brazos, flexionó los dedos y agarró el martillo de hueso. Ayla contuvo la respiración. El quería formar una plataforma de golpeo, para desprender una astilla de un extremo de la parte superior ovalada y plana, que dejara una mella cuya superficie fuera perpendicular al copo que deseaba desprender. La plataforma de golpeo era necesaria para que el copo cayera limpiamente, con aristas afiladas. Examinó ambos extremos de la superficie ovalada escogió una, apuntó con esmero y dio un fuerte golpe, y exhaló aire al caer el trocito. Droog sostuvo el núcleo discoidal firmemente sobre el yunque y, calculando la distancia y el punto de impacto con exactitud, golpeó la pequeña muesca desprendiéndose el núcleo previamente liberado. Tenía una forma ovalada larga, aristas agudas, estaba más o menos aplanado por fuera con una cara interior en forma de bulbo, y era ligeramente más grueso en el extremo que había sido golpeado, afinándose hasta una sección delgada en el otro.

Droog volvió a mirar el núcleo, lo volvió y desprendió de un golpe otra astillita para formar una plataforma, opuesta al final de la anterior plataforma de golpeo, y después chasqueó otro copo preformado. Al cabo de breves instantes, Droog había hendido seis copos y descartado el extremo más ancho del núcleo de sílex. Todos tenían una forma ovalada y larga, y tendían a afilarse en el extremo más fino formando una punta. Miró cuidadosamente los copos y los puso en hilera, preparándose para darles los toques finales que habrían de hacer de ellos las herramientas que él quería. De una piedra que casi tenía las mismas dimensiones que la primera, con la que había hecho sólo un hacha, había sacado seis veces el filo de cortar merced a la nueva técnica, un filo cortante que podría convertirse en diversas herramientas útiles.

Con una piedrecita redonda, ligeramente aplanada, Droog partió suavemente el corte afilado de un lado del primer copo, para definir la punta pero sobre todo para enromar el lomo de manera que el cuchillo pudiera ser empleado sin cortar la mano del usuario; retocando, no para afilar la arista fina de por sí, sino para embotar el lomo y que se manejara sin dolor. Miró el cuchillo evaluándolo con mirada crítica, quitó unas cuantas astillitas más y entonces, satisfecho, lo dejó para ocuparse del copo siguiente. Según el mismo procedimiento Droog confeccionó un segundo cuchillo.

El siguiente copo que tomó Droog en más grande, pues provenía del centro del núcleo ovoide. Una arista era casi recta. Sosteniendo el copo contra el yunque, Droog aplicó presión con un huesecillo y desprendió un trocito de la arista de la hoja, luego unas cuantas más, y dejó una serie de muescas e forma de V. Enromó el lomo de la herramienta denticulada y volvió a mirar la sierra de dientes cortos, que acababa de hacer; entonces asintió con un ademán y la dejó.

Empleando el mismo trozo de hueso, el tallador de herramientas retocé todo el filo de un copo más pequeño y redondo dándole una forma convexa y creando así una herramienta robusta, de arista roma, que no se rompería fácilmente bajo la presión aplicada para rascar madera o cuero de animal, y que no desgarraría las pieles. A otro copo le hizo una profunda muesca en forma de y en la arista cortante, especialmente útil para afilar las puntas de las lanzas de madera, y en el último copo —que salió con una punta aguda en el extremo delgado pero que tenía aristas algo onduladas en la hoja— enrolló ambos lados, dejando la punta. La herramienta podría usarse como punzón para abrir orificios en cuero o como perforador para abrir agujeros en hueso o madera. Todas las herramientas que hacía Droog eran para usarse con la mano.

Droog miró una vez más la serie de herramientas que acababa de fabricar, y después hizo una seña a Ayla que había estado observando con una atención extasiada. Le tendió el rascador y uno de los copos anchos y afilados que se habían desprendido mientras hacia el hacha.

—Puedes quedarte con éstas. Las encontrarás útiles si vienes con nosotros a la cacería del mamut —indicó por gestos.

Los ojos de Ayla brillaban. Manejó las herramientas como sí fueran el obsequio más valioso.... y lo eran. “¿Será posible que me escojan para acompañar a los cazadores en la cacería del mamut?” se preguntaba. Ayla no era mujer aún, y generalmente sólo las mujeres y los niñitos que estuvieran criando acompañaban a los cazadores. Pero tenía la estatura de una mujer y ya había tomado parte en algunas pequeñas cacerías aquel verano. “Tal vez me escojan, ojalá: de veras, ojalá que si”, pensó.

Esta muchacha guardará las herramientas hasta la cacería del mamut. Si la escogen para acompañar a los cazadores, las usará por vez primera para el mamut que maten los cazadores —le dijo.

Droog gruñó, después sacudió el cuero que tenía sobre el regazo, para quitar las astillitas y esquirlas de piedra, colocó el yunque de pata de mamut, el martillo de piedra y el de hueso, y los retocadores de piedra y de hueso en medio, y los envolvió antes de asegurar el todo con una cuerda. Entonces recogió los nuevos implementos y se dirigió al refugio que compartía con los demás miembros de su hogar. Ya había completado su tarea del día, aunque no estaba muy avanzada la tarde. En muy poco tiempo había producido unas cuantas herramientas bien hechas, y no quería abusar de su buena suerte.

— ¡Iza! ¡Iza! ¡Mira! Droog me las ha dado. Y me ha dejado mirar mientras las hacía —señaló Ayla con los símbolos que hacía Creb con una sola mano, sosteniendo cuidadosamente las herramientas con la otra, mientras se dirigía corriendo hacia la curandera—. Ha dicho que los cazadores iban a cazar el mamut otoño, y que estaba haciendo las herramientas para que los hombres hicieran nuevas armas para ello. Y dijo que podían serme útiles éstas si voy con ellos. ¿Crees que podría lograr ir con ellos?

—Pudiera ser, Ayla. Pero no sé por qué te excitas tanto: será un trabajo muy duro. Hay que reducir toda la grasa, secar casi toda la carne, y no te imaginas cuánta carne y cuánta grasa hay en un mamut. Tendrás que viajar lejos y traer todo a cuestas. -

—Oh no me importa que sea trabajo duro. Nunca he visto un mamut, excepto una vez a la distancia, desde la sierra. Quiero ir. ¡Oh! Iza, espero poder ir.

—Es poco frecuente que el mamut venga tan al sur. Le gusta el frío, y aquí los veranos son demasiado calientes. Pero no he comido carne de mamut desde hace tiempo. No hay nada mejor que un mamut bueno y tierno, ¡y tienen tanta grasa que se puede usar para tantas cosas!

— ¿Crees que me lleven, madre? —gesticuló Ayla presa de excitación.

—Brun no me pone al tanto de sus proyectos, Ayla. Ni siquiera estaba enterada de que irían; sabes más de eso que yo —dijo Iza—. Pero no creo que Droog habría dicho nada si no existiera la posibilidad. Creo que te agradece que hayas salvado a Ona de ahogarse, y las herramientas y las noticias de la cacería son su manera de expresártelo. Droog es un hombre excelente, Ayla Tienes suerte de que te considere merecedora de sus regalos.

—Voy a guardarlas hasta la cacería del mamut. Le he dicho que si voy, las usaré entonces por vez primera.

—Es una buena idea, Ayla, y es precisamente lo que tenias que decir.