Capítulo 14

La cacería del mamut, proyectada para principios del otoño cuando las enormes bestias lanudas emigraban hacia el sur, era en el mejor de los casos, una empresa arriesgada, y tenía alborotado a todo el Clan. Todas las personas fuertes y sanas estarían incluidas en la expedición hasta el extremo septentrional de la península, cerca de donde se uniría a la tierra firme. Durante los días necesarios para viajar, destazar y conservar la carne, fundir la grasa y regresar a la cueva, se prescindiría de todas las demás actividades cinegéticas. Y no había seguridad alguna de hallar mamut una vez que llegaran allí, de que los cazadores tuvieran suerte. Sólo el hecho de que, si tenían éxito, una bestia gigantesca bastaría para sustentar al Clan durante muchos meses, así como para proveer una amplia reserva de la grasa que tan esencial era para su existencia, les hacía considerar la posibilidad.

Los cazadores salieron muchas veces más de cacería a principios del verano, para conservar carne suficiente con vistas al próximo invierno, si se mostraban prudentes. No podían permitirse el lujo de jugársela contando con un mamut sin haber recogido provisiones para la siguiente estación fría. Pero la siguiente Reunión del Clan se celebraría dentro de dos años, y durante aquel verano casi no se cazaría. Toda la temporada transcurría en el viaje a la cueva del Clan que era anfitrión del importante suceso, en la participación en el gran festival y en el regreso. La larga historia de tales reuniones hacia comprender a Brun que el Clan tenía que comenzar a amontonar alimentos y provisiones mucho antes, para permitir que el invierno después de la Reunión pudiera sobrellevarse. Por esa razón había decidido cazar mamut. Depósitos adecuados para el invierno venidero, además de una buena cacería de mamut, les darían mucho adelanto. Carne seca, verduras, frutas y granos durarían fácilmente dos años una vez que estuvieran convenientemente almacenados.

No sólo había una atmósfera de excitación debido a la próxima cacería, sino que se palpaba una corriente subterránea de superstición. El éxito de la cacería dependía tanto de la suerte, que se veían presagios en los incidentes más insignificantes. Todos tenían cuidado con la menor de sus acciones, y se mostraban especialmente circunspectos con todo lo que se relacionara aun remotamente con los espíritus. Nadie quería ser causa de que un espíritu se enfureciera y trajera mala suerte. Las mujeres tenían todavía más cuidado al cocinar: una comida quemada podía ser un mal presagio.

Los hombres celebraban ceremonias para cada fase de la planificación, los fervientes para conciliarse a las fuerzas invisibles que los rodeaban y Mog-ur estaba atareado produciendo encantamientos para la buena suerte y elaborando amuletos, generalmente con los huesos de la cueva pequeña. Todo lo que salía bien era considerado como indicación favorable, y cada tropiezo constituía una causa de preocupación. Todo el Clan tenía los nervios de punta, y Brun casi no descansó bien una sola noche desde el día en que tomó la decisión de cazar mamut; había momentos en que casi lamentaba que se le hubiera ocurrido.

Brun convocó una reunión de los hombres para estudiar quién iría y quién quedaría atrás. Proteger el hogar era la cuestión importante.

—He estado pensando en dejar atrás a uno de los cazadores —comenzó a decir el jefe—. Estaremos ausentes casi toda una luna, tal vez dos, es mucho tiempo para dejar la cueva sin protección.

Los cazadores evitaron la mirada de Brun; ninguno quería ser excluido de la cacería. Cada uno de ellos tenía miedo de que, si el jefe cruzaba la miraba con él, lo escogiera para quedarse.

—Brun, vas a necesitar a todos tus cazadores —indicó Zoug—. Tal vez mis piernas no sean suficientemente rápidas para cazar mamut, pero mi brazo es todavía lo suficientemente fuerte para empuñar la lanza. La onda no es la única arma que puedo usar. La vista de Dorv es baja, pero sus músculos no son débiles y no está ciego. Todavía puede usar un garrote o una lanza, por lo menos lo suficiente para proteger la cueva. Mientras tengamos prendido el fuego, ningún animal se acercará. No tienes que preocuparte por la cueva; podremos protegerla; ya tendrás bastante en qué pensar con la caza del mamut. Claro está, a mí no me toca decidir, pero creo que deberías llevarte a todos los cazadores.

—Estoy de acuerdo, Brun —agregó Dorv inclinándose hacia adelante y bizqueando un poco—. Zoug y yo podemos proteger la cueva mientras estés fuera.

Brun miró a Zoug, a Dorv y otra vez a Zoug. No tenía ganas de dejar atrás a ninguno de sus cazadores. No quería hacer nada que pudiera reducir sus posibilidades de éxito.

—Tienes razón, Zoug —dijo finalmente Brun con gestos—. Sólo porque Dorv y tú no puedan cazar mamut, no significa que no sean lo suficientemente fuertes para proteger la cueva. Este clan tiene suerte de que ambos sean todavía tan fuertes, y yo la tengo porque el que fue segundo al mando del jefe-antes-que-yo, todavía está con nosotros para permitir disfrutar de su sabiduría, Zoug. —No hacía daño a nadie, hacer saber al viejo cuánto se le apreciaba.

Los de cazadores se tranquilizaron: ninguno de ellos quedaría atrás. Sentían lástima por los viejos que no podían participar en la gran cacería, pero agradecían que ellos se quedaran para cuidar la cueva. También quedaba entendido que Mog-ur no haría el viaje; no era cazador. Pero en ocasiones, Brun había visto al viejo lisiado blandir su robusto cayado con bastante fuerza, para protegerse, y mentalmente agregó al mago a la protección de la cueva. Desde luego, los tres juntos lo harían tan bien como un solo cazador.

—Y ahora ¿qué mujeres nos llevaremos? —preguntó Brun—. Ebra vendrá.

—También Uka —agregó Grod—. Es fuerte y experta, y no tiene hijos pequeños.

—Si, Uka está muy bien —aprobó Brun—, y Ovra —dijo, mirando a Goov. El acólito asintió.

— ¿Y Oga? —preguntó Broud—. Brac camina ya y pronto será destetado, no le quita mucho tiempo a su madre.

—No veo por qué no —dijo finalmente Brun, después de reflexionar un momento—. Las demás mujeres pueden ayudar a cuidarlo, y Oga trabaja bien. Podemos aprovecharla.

Broud se vio complacido; le gustaba saber que el jefe tenía buena opinión de su compañera; era una felicitación para lo bien que él la había adiestrado

—Algunas mujeres tendrán que quedarse con los niños —señaló Brun ¿Qué hacemos con Iza y Aga? Igra y Groob son todavía pequeños para viajar tan lejos.

—Iza y Aba pueden vigilarlos —propuso Crug—. Igra no molesta ya mucho a Oga. —Casi todos los hombres preferían llevar a sus compañeras cuando se trataba de una larga cacería así no tenían que depender de la compañera de otro hombre para atenderlos.

—No se, Iza —comentó Droog—, pero creo que Aga preferiría quedar esta vez. Tres de los niños son suyos, y aun cuando se lleve a Groob, sé que Ona la echaría de menos. Pero a Vorn le gustaría venir con nosotros.

—Creo que Iza y Aga deben quedarse —decidió Brun—, y también Vorn. No tendrá nada que hacer, no es suficientemente grande para cazar y no le gustaría ayudar a las mujeres, especialmente si no está su madre para obligarlo. Habrá otras cacerías de mamut para él.

Mog-ur no había tomado la palabra aún, pero le pareció que era el momento de hacerlo.

—Iza está demasiado débil para ir, y tiene que quedarse para cuidar a Uba, pero no hay razón para que no vaya Ayla.

—Ni siquiera es mujer —interpuso Broud— y, además, tal vez no les guste a los espíritus que venga la extraña con nosotros.

—Es más alta que una mujer y tan fuerte como cualquiera de ellas —propuso Droog—. Trabajadora, buena con las manos, y los espíritus la favorecen. ¿Qué hay de la cueva? ¿Y de Ona? Yo creo que nos traería suerte.

—Droog tiene razón. Trabaja rápidamente y es tan fuerte como una mujer. No tiene niños de quienes preocupaste, y ha tenido algún adiestramiento como curandera. Eso podría ser útil, aunque si Iza estuviera más fuerte preferiría llevármela a ella. Ayla vendrá con nosotros —expresó con un gesto de decisión Brun.

Ayla estaba tan emocionada cuando se enteró de que iba a la cacería del mamut, que no podía estarse quieta. Fastidiaba a Iza con preguntas acerca de lo que debería llevaste consigo, y preparó una y otra vez su canasto en los días anteriores a la salida.

—No debes llevar demasiadas cosas, Ayla. Tu carga será muchísimo más pesada cuando vuelvas, si la caza es buena. Pero tengo para ti algo que quiero que lleves. Acabo de hacerlo.

Lágrimas de felicidad salieron de los ojos de Ayla al ver a bolsa que le tendía Iza. Estaba hecha con la piel entera de una nutria curtida con la piel, cabeza, cola y pies, todo ello intacto. Iza le había pedido una a Zoug, y la había escondida en el hogar de Droog; Aga y Aba eran participes de la sorpresa.

— ¡Iza! ¡Mi propia bolsa de medicinas! —exclamó Ayla, y abrazó a la mujer.

Inmediatamente se sentó y sacó todas las bolsitas y los paquetes como lo había visto hacer a Iza tantas veces, poniéndolos en hileras. Abrió cada uno de ellos y olisqueó el contenido, y después volvió a guardarlos con los mismos nudos con que habían sido atados originalmente.

Era difícil distinguir entre muchas hierbas y raíces sólo por el olor, aunque las que eran particularmente peligrosas estaban a menudo mezcladas con una hierba inocua pero de fuerte olor, para evitar que fueran usadas indebidamente por accidente. El sistema real de la clasificación consistía en el tipo de cuerda o correa que cerraba las bolsas y una combinación intrincada de nudos. Ciertas clases de remedios vegetales iban amarrados con cordel hecho con crin de caballo, otras con el pelo del bisonte o cualquier otro animal cuya pelambre tuviera una textura o un olor distintivo, otros más iban atados con tripas o cuerdas trenzadas con lianas o cortezas fibrosas, y algunas con correas de cuero. Parte de la memorización de los usos de una planta en particular consistía en saber qué tipo de cuerda y qué sistema de nudos se utilizaban para cerrar la bolsita en que se guardaba.

Ayla colocó nuevamente las bolsitas en su bolsa de medicinas y se colgó ésta en la cintura, admirándola. Se la quitó y la puso cerca del canasto, junto con las grandes bolsas que se emplearían para traer la carne de mamut que esperaban conseguir. Todo estaba dispuesto. El único problema que preocupaba a Ayla era lo que haría con su honda. No podría usarla, pero tenía miedo de dejarla en la cueva y que la encontraran Iza o Creb. Pensó en esconderla en el bosque, pero algún animal podría desenterrarla y su exposición a la intemperie la arruinaría. Finalmente decidió llevársela pero tenerla muy escondida en un pliegue de su manto.

Era todavía noche cerrada cuando el Clan se levantó, el día de la marcha de los cazadores, y las hojas multicolores estaban empezando a mostrar sus verdaderos matices al iluminarse el cielo mientras se ponían en marcha. Pero al pasar más allá de la sierra al este de la cueva, el brillo radiante del sol naciente bañó el horizonte, iluminando la vasta llanura de heno verde que había abajo con un intenso resplandor dorado. Bajaron en tropel las laderas boscosas de los contrafuertes y llegaron a la estepa cuando el sol estaba todavía bajo. Brun impuso un paso rápido, casi tanto como cuando los hombres salían solos. Las mujeres llevaban cargas ligeras, pero como no estaban acostumbradas a viajar aprisa, tenían que esforzarse para no quedarse atrás.

Viajaron de sol a sol, cubriendo una distancia mucho mayor en un solo día que cuando el Clan andaba en busca de una nueva caverna. No cocinaban, sólo hervían agua para hacer té, y no se exigía mucho de las mujeres. No se cazaba durante el viaje; todos comían los alimentos que solían llevar los hombres cuando salían a cazar: carne seca molida para formar un tosco alimento, mezclada con grasa derretida y limpia, y fruta seca en forma de pastelillos. El alimento de viaje, altamente concentrado, satisfacía ampliamente sus necesidades alimentarías.

Hacia frío en la pradera descubierta barrida por los vientos y el frío fue aumentando rápidamente a medida que avanzaban hacia el norte. Aun así, poco después de ponerse en marcha por las mañanas, se quitaban algo de ropa. Su paso les hacía entrar rápidamente en calor, y sólo cuando se detenían brevemente para descansar se fijaban en la temperatura inclemente. Los músculos doloridos de los primeros días, especialmente los de las mujeres, pronto dejaron de sentirse a medida que fueron adquiriendo el paso de viajeros y fortaleciendo sus piernas.

El terreno de la parte septentrional de la península era más áspero. Mesetas anchas y planas desaparecieron repentinamente para dar lugar a barrancas escarpadas o abruptos riscos que las cerraban: resultado de cataclismos retumbantes en la tierra del pasado que se sacudía la prisión de límites de piedra caliza. Es trechos cañones estaban encerrados entre paredes rocosas melladas, algunos terminados donde se unían las murallas y otros cubiertos de los restos de rocas enormes, caídas, arrancadas de los baluartes circundantes. Otros daban cabida a ríos ocasionales, desde arroyos de temporada hasta torrentes. Sólo cerca de lo ríos crecían pinos retorcidos, alerces y abetos, rodeados de muy cerca por abedules y sauces encanijados que poco más que arbustos, aliviando la monotonía de la estepa herbosa. En los pocos casos en que una barranca se abría hacia un valle irrigado protegido contra el incesante viento raudo, y con humedad suficiente las coníferas y los árboles deciduos de hoja pequeña se acercaban más a sus verdaderas proporciones.

El viaje se realizó sin contratiempos. Viajaron con paso rápido y regular durante diez días antes de que Brun empezara a enviar exploradores que recorrieran la región circundante, lo cual entorpeció su avance durante los siguientes días. Estaban cerca del ancho istmo; si iban a encontrar mamut, tendrían que empezar a verlo muy pronto.

La partida de candores se había detenido junto a un pequeño río. Brun había enviado a Broud y Goov a principios de la tarde, y se encontraba a corta distancia de los demás, mirando hacia donde se habían ido. Tendría que tomar pronto una decisión en cuanto a acampar junto al río o proseguir, antes de detenerse a pasar la noche. Las sombras del atardecer estaban alargándose, y si los dos jóvenes no volvían pronto, la decisión se habría tomado sin él. Bizqueó frente al viento del este que azotaba su largo manto de piel alrededor de sus piernas y le pegaba la enmarañada barba al rostro.

A lo lejos le pareció ver movimientos, y mientras esperaba, las siluetas de dos hombres que corrían se hicieron más claras. Sintió una súbita punzada e excitación. Quizá fuera intuición o tal vez su acuerdo físico con la manera que tenían de correr. Ellos vieron la silueta solitaria y apretaron más aún el movimiento, agitando los brazos. Brun lo sabía mucho antes de oír sus voces.

— ¡Mamut! ¡Mamut! —gritaban los dos, sin aliento, mientras corrían hacia el grupo. Todos rodearon atropelladamente a los hombres llenos de entusiasmo

—Una manada grande, hacia el este —gesticuló Broud, excitadísimo.

— ¿A qué distancia? —preguntó Brun.

Goov señaló hacia arriba y entonces hizo girar su brazo en un corto arco

—Unas cuantas horas —era lo que significaba la señal.

—Muestren el camino —ordenó Brun con un gesto, y después hizo señas a os demás de que siguieran. Quedaban suficientes horas de luz para acercarse más a la manada.

El sol bajaba rápidamente al encuentro del horizonte antes de qué la partida de caza viera la oscura mancha en movimiento a lo lejos. “Es una gran manada”, pensó Brun al ordenar que hicieran alto. Tendrían que arreglárselas con el agua que llevaban de la parada anterior; era demasiado tarde para buscar un río. Por la mañana podrían encontrar un mejor lugar donde acampar. Lo importante era que habían hallado mamut: ahora, era cosa de los cazadores.

Después de que el grupo se trasladó a un nuevo campamento junto a un arroyo sinuoso definido por una doble hilera de maleza enmarañada a lo largo de cada orilla, Brun se llevó a sus cazadores para examinar las posibilidades. No podía hacer correr a un mamut igual que un bisonte; había que idear una táctica distinta para cazar a los paquidermos lanudos. Brun y sus hombres exploraron las barrancas y los cañones próximos. Estaba buscando una formación particular, un cañón cerrado que se estrechara en un angosto desfiladero donde a los lados se amontonaran rocas en el extremo cerrado, no demasiado lejos de la manada que se desplazaba con lentitud.

A principios del segundo día, Oga se sentó muy nerviosa enfrente de Brun, con la cabeza inclinada, mientras Ovra y Ayla esperaban ansiosas detrás de ella.

— ¿Qué quieres, Oga? —señaló Brun después de tocarle el hombro.

—Esta mujer quisiera pedir algo —comenzó, vacilando.

— ¿Sí?

—Esta mujer nunca ha visto un mamut. Tampoco Ovra ni Ayla. ¿No permitiría el jefe acercarnos para verlos mejor?

— ¿Ebra y Uka? ¿No quieren también ver un mamut?

—Dicen que verán suficiente mamut antes de que hayamos terminado, para hartarse. No desean ir —respondió Oga.

—Son más juiciosas, pero es que ya han visto anteriormente mamuts. Estamos bajo el viento; no perturbará a la manada si no se acercan demasiado y no tratan de darle vuelta.

—No nos acercaremos —prometió Oga.

—No, creo que cuando los vean no querrán acercarse. Si, pueden ir —decidió el jefe.

“No perjudicará nada que las jóvenes hagan una pequeña excursión —se dijo. Ahora tienen poco que hacer, y estarán más que atareadas después. “Si los espíritus nos favorecen.”

Las tres se sentían excitadísimas ante la idea de su aventura. Había sido Ayla la que convenció finalmente a Oga de que solicitara, aunque todas habían tratado el asunto. La cacería las había aproximado más que cuando estaban en la cueva, y les daba la oportunidad de conocerse mejor unas a otras. Ovra, que era callada y reservada por naturaleza, había considerado siempre a Ayla como niña y nunca había buscado su compañía. Oga no favorecía el contacto social, Pues bien sabía lo que Broud pensaba de ella, y ninguna de las jóvenes encontraba mucho en común con Ayla. Eran mujeres apareadas, adultas, dueñas de los hogares de sus hombres; Ayla era todavía una niña y no tenía las mismas responsabilidades. Sólo aquel verano, cuando Ayla adquirió casi posición de adulta y comenzó a acompañar a las partidas de caza, comenzaron las mujeres a pensar en ella como algo más que una chiquilla, y especialmente durante la expedición para ir a cazar el mamut. Ayla era más alta que cualquiera, lo cual le daba aspecto de adulta, y en la mayoría de los aspectos era tratada por los cazadores como si fuera ya mujer. Crug y Droog en particular recurrían a ella; sus compañeras se habían quedado en la cueva, y Ayla no estaba apareada. No tenían que solicitar nada por intermedio de otro hombre ni con permiso de ninguno, por confianza que hubiera al pedir o conceder. Con el interés común de la caza, una relación más amistosa se formó entre las tres hembras más jóvenes. Las asociaciones mas estrechas de Ayla habían sido anteriormente con Iza, Uba y Creb, y ahora disfrutaba el calor recién descubierto de la amistad de las mujeres.

Poco después de que salieron los hombres por la mañana, Oga dejó a Brac con Ebra y Uka, y las tres jóvenes echaron a andar. Fue un paseo agradable Pronto se pusieron a conversar animadamente con manos que se movían rápidamente y palabras enfáticas. Al acercarse a los animales, la conversación decayó y finalmente terminó. Las tres se detuvieron contemplando, boquiabiertas a las enormes criaturas.

Los mamuts lanudos estaban bien adaptados al rudo clima periglacial de su frío entorno. Sus gruesas pieles estaban protegidas por un forro denso de pelos suaves y una cubierta de pelos rudos, largos, de un moreno rojizo, de hasta veinte pulgadas de largo. Además, estaban aislados por una capa de grasa subcutánea de tres pulgadas. El frío había provocado también modificaciones en su estructura física. Eran compactos en relación con los demás de su especie, y median un promedio de tres metros de alto hasta la cruz. Sus enormes cabezas, gran des en proporción con su estatura general y casi la mitad de Largas que el tronco, subían por encima de los hombros en un domo puntiagudo. Tenían orejas pequeñas, rabos cortos y trompas relativamente cortas con dos dedos al final, uno arriba y otro debajo. De perfil, revelaban una profunda depresión en la cerviz entre la cabeza puntiaguda y una alta joroba de grasa acumulada en la cruz. Sus lomos se inclinaban abruptamente hasta la pelvis y las patas traseras algo mas cortas, Pero lo más impresionante eran sus largos colmillos arqueados.

— ¡Mira éste! —señaló Op llamando la atención sobre un viejo macho. Sus colmillos de marfil, nacidos uno junto al otro, se encorvaban fuertemente hacia abajo, ondeaban hacia afuera, hacia arriba y después hacia adentro, cruzando por delante y prolongándose hasta casi cinco metros en total.

Los mamuts estaban arrancando matas de hierba, plantas y juncias con sus trompas y metiendo el forraje duro y seco en la boca, donde lo desmembraban entre muelas tan eficaces como limas. Un animal más joven cuyos colmillos no eran tan largos pero igualmente útiles, arrancó un alerce y comenzó a despojarlo de ramas y corteza.

— ¡Son tan grandes! —Indicó Ovra con un escalofrío—. No creí que un mal pudiera ser tan grande. ¿Cómo podrán matar uno de ellos? Ni siquiera pueden darle alcance con la lanza.

—Yo no sé —respondió Oga igualmente aprensiva.

—Casi preferiría no haber venido —dijo Aga—. Será una cacería peligrosa. Alguien puede resultar herido. ¿Qué haría yo si le pasara algo a Goov?

—Brun tiene que tener un plan —manifestó Ayla—. No creo que pensara siquiera en cazarlos, de no estar seguro de que los hombres podrían hacerlo. Ojalá pudiera yo mirar —concluyó melancólicamente.

—Pues yo no —dijo Oga—. Ni quiero estar cerca. Me alegraré cuando todo haya concluido.

 Oga recordaba que el compañero de su madre había sido muerto en un accidente de caza, justo antes del terremoto que mató a su madre. No ignoraba los peligros por muy bueno que fuera el plan.

—Creo que deberíamos regresar ahora —dijo Ovra—. Brun no quería que nos acercáramos demasiado. Estamos demasiado cerca para mi gusto.

Las tres jóvenes dieron media vuelta; Ayla se volvió varias veces mientras alejaban a toda prisa. Estaban más calladas al regresar, cada una de ellas sumida en sus reflexiones y sin muchos ánimos para seguir charlando.

Cuando regresaron los hombres, Brun ordenó que tan pronto como los hombres salieran a la mañana siguiente, las mujeres levantaran el campamento y se apartaran. Había encontrado el lugar adecuado, cazarían al día siguiente, y quería que las mujeres estuvieran lejos. Había visto el cañón la víspera muy temprano. Era el punto ideal, pero demasiado alejado de la manada. Consideró como un presagio particularmente bueno que la manada, que ahora avanzaba lentamente hacia el suroeste, hubiera vagado suficientemente cerca al terminar ese día, como para que el lugar pudiera ser aprovechado.

Una nieve ligera, seca y pulverizada impelida por ráfagas de viento del este saludó a la partida de caza mientras cada uno se desprendía de sus pieles de dormir y sacaba la nariz de las tiendas bajas. El triste cielo gris, ocultando el brillante sol que iluminaba el planeta, no logró abatir el entusiasmo. Ese día iban a cazar un mamut. Las mujeres se apresuraron para preparar el té; como atletas finamente ajustados para el deporte, los cazadores no iban a ingerir nada más. Daban patadas en la tierra, efectuando lanzamientos de práctica en el aire con las lanzas, para estirar y aflojar músculos tensos. La tensión que proyectaban llenaba de excitación el aire.

Grod sacó un carbón ardiendo del fuego y lo guardó en el cuerno de auroch que llevaba sujeto a la cintura. Goov tomó otro. Se envolvieron en pieles, no los mantos pesados que solían llevar por encima, sino prendas más ligeras que no les coartaran los movimientos. Ninguno de ellos sentía el frío: estaban demasiado excitados. Brun repasó rápidamente el plan, por última vez.

Cada uno de los hombres cerró los ojos y se aferró a su amuleto, recogió una antorcha apagada que había preparado la noche anterior, y se puso en marcha Ayla los vio alejarse, deseando atreverse a seguirlos. Después se reunió con las mujeres, que habían empezado a recoger hierba seca, bosta broza y leña para el fuego antes de levantar el campamento.

Los hombres dieron rápido alcance a la manada. Los mamuts habían comenzado ya a ponerse en marcha después de haber descansado de noche. Los cazadores se agacharon entre las altas hierbas para esperar a que Brun examinara a los animales que desfilaban delante de ellos. Vio al viejo macho con los enormes colmillos retorcidos; sería magnifico, se dijo, pero lo descartó: tendrían que correr una larga distancia, retrasándolos innecesariamente. Los colmillos de un animal más joven serian más fáciles de transportar, y además, su carne estaría tierna. Eso era más importante que la gloria de ostentar enormes defensas.

Sin embargo, los machos jóvenes eran más peligrosos. Sus cortos colmillos eran sólo útiles para arrancar árboles sino que constituían armas muy efectivas. Brun esperó calmadamente. No había hecho tantos preparativos y un viaje tan largo para apresurarse ahora. Sabia lo que estaba buscando, y prefería tener que regresar al día siguiente antes que poner en peligro sus probabilidades de éxito. Los demás cazadores también esperaban, aunque no todos con su misma paciencia.

El sol naciente había calentado el sombrío cielo encapotado y dispersado las nubes. La nieve cesó, y rayos brillantes aparecieron entre los espacios abiertos.

— ¿Cuándo pensará dar la señal? — preguntó por señas silenciosas Broud a Coov—. Mira qué alto está ya el sol. ¿Por qué salir tan temprano si vamos a quedamos aquí sentados? ¿Que está esperando?

Grod sorprendió los gestos de Broud.

—Brun espera el momento preciso. ¿Qué prefieres: volver con las manos vacías o esperar un poco? Ten paciencia, Broud, y aprende. Algún día te tocará a ti decidir cuándo llegará el momento. Brun es un buen jefe y un buen cazador. Hace falta algo más que arrojo para ser jefe.

A Broud no le hizo mucha gracia la conferencia de Grod. “No será mi segundo al mando cuando yo sea jefe —pensó—. De todos modos, se está haciendo muy viejo.” El joven cambió de postura, se estremeció un poco bajo una fuerte ráfaga de viento, y se dispuso a esperar.

Ya estaba alto el sol cuando Brun expresó finalmente: “prepárense” con un ademán. Cada uno de los cazadores sintió una punzada aguda de excitación. Una hembra, preñada, se encontraba cerca de la periferia de la manada, alejándose más aún. Era bastante joven, pero dado el largo de sus defensas, su embarazo no era el primero sin duda: estaba bastante avanzado para hacerla más lenta. No sería tan rápida o ágil y la carne del feto sería un suplemento suculento.

La hembra miró una mata de hierba que el resto no había visto aún y avanzó; por un instante permaneció sola, animal solitario alejado de la protección de la manada. Era el momento que había estado esperando Brun: dio la señal.

Grod tenía preparada la brasa y una antorcha. En el momento en que Brun dio la señal, acercó la antorcha a la brasa y sopló, hasta que se encendió lanzando flamas. Droog encendió otras dos con la primera y tendió una a Brun. Los tres cazadores más jóvenes se habían abalanzado hacia el cañón tan pronto como vieron la señal. Su papel comienza después. Tan pronto como estuvieron encendidas las antorchas, Brun y Grod echaron a correr detrás de la hembra y prendieron fuego a la hierba seca de la pradera.

Los mamuts adultos no tienen enemigos naturales; sólo los muy jóvenes y los muy viejos podían ser presas de cualquier depredador, excepto el hombre. Pero temían al fuego. Los incendios de pradera debidos a causas naturales ardían furiosamente por días enteros destruyéndolo todo a su paso; un incendio provocado por el hombre no era menos devastador. Tan pronto como sentía el peligro, la manada cerraba filas instintivamente. El fuego tenía que prender rápidamente para impedir que la hembra se reuniera con los demás, y Brun y Grod se encontraban entre ella y la manada, de manera que podrían ser barridos por una carga de cualquiera de los dos lados o atrapados en una estampida de las bestias gigantescas.

El olor del humo convirtió a los animales que pacían apaciblemente en un tumulto de ruidosa confusión. La hembra se volvió hacia la manada, pero ya era demasiado tarde: una muralla de fuego se había interpuesto. Barritó pidiendo ayuda pero las llamas, atizadas por el enérgico viento del este, habían convergido hacia los animales, que giraban sobre si mismos presas de desconcierto; ya empezaban a correr hacia el oeste, esforzándose por alejarse de las llamaradas que ganaban terreno velozmente. El incendio de la pradera estaba fuera de control pero eso no preocupaba mucho a los hombres; el viento llevaría la destrucción lejos del lugar al que deseaban dirigirse.

La hembra, gritando de espanto, se abalanzó presa del pánico hacia el este. Groog esperó hasta ver que las llamas habían prendido, y entonces se apartó corriendo. Al ver que la hembra iniciaba su carga, se abalanzó hacia la bestia hundida y espantada, dando gritos y blandiendo su antorcha, desviándola hacia el sureste. Crug, Storni y Goov, los más jóvenes y rápidos cazadores, estaban corriendo delante de ella todo lo aprisa que podían. Tenían miedo de que la frenética hembra pudiera adelantárseles a pesar del avance que llevaban. Brun, Grod y Droog corrían tras ella, tratando de seguir su paso y con la esperanza de que no cambiara de rumbo. Pero una vez que se lanzó, la bestia colosal cargó ciegamente hacia adelante.

Los tres jóvenes cazadores alcanzaron el cañón cerrado, y Crug se dio media vuelta. Broud y Goov se detuvieron en la muralla meridional. Nervioso y sin aliento, Goov sacó el cuerno de auroch, rogando silenciosamente a su tótem que la brasa no estuviera apagada. No lo estaba, pero a ninguno de ellos le que daba suficiente resuello para soplar y encender la antorcha; el fuerte viento sirvió de ayuda. Ambos encendieron dos antorchas, sosteniendo una en cada mano, y se apartaron de la muralla tratando de adivinar por dónde se acercaría la hembra de mamut. No esperaron mucho: con una oración silenciosa a sus tótems mientras el gigantesco animal, aterrorizado y barritando, se precipitaba hacia ellos, los valientes jóvenes corrieron frente a él blandiendo por delante antorchas humeantes. A ellos correspondía la tarea difícil y peligrosa de hacer entrar en el cañón al animal petrificado.

El atemorizado paquidermo, que ya corría para alejarse del fuego y se encontraba ahora con el olor a humo, buscó una salida. Virando bruscamente, galopó cañón adentro con Broud y Goov tras sus pisadas. La bestia bramaba al avanzar a galope a través del cañón, llegar al angosto desfiladero y encontrar su paso cerrado. Incapaz de avanzar o de virar en el estrecho tramo, barritó su frustración.

Broud y Goov seguían corriendo sin aliento. Broud tenía un cuchillo en la mano, uno que Droog había formado cuidadosamente y que Mog-ur había encantado. Brincando rápida y temerariamente, Broud se abalanzó contra su Pata trasera izquierda y le tasajeó los tendones con la afilada hoja; el grito estridente de dolor cortó el aire. La bestia no podía avanzar y ahora tampoco podía retroceder Goov siguió a Broud y tasajeó la pata derecha. La bestia colosal cayó de rodillas.

Entonces Crug brincó por detrás de la roca frente al mamut vacilante que barritaba su agonía, y sumió su lanza larga y afilada en la boca abierta. Instintivamente, el animal intentó atacar y cubrió de sangre al hombre desarmado; pero no siguió desarmado mucho tiempo. Otras lanzas habían sido almacenadas detrás de las rocas. Mientras Crug se volvía en busca de otra lanza, Brun, Grod y Droog llegaban e cañón y corrían hacia su extremo cenado, blincando sobre las rocas a ambos lados de la enorme hembra preñada. La de Brun penetró en uno de los ojos, bañándolo de rojo caliente. El animal se tambaleó. Con su último soplo de vida, el mamut lanzó un grito desafiante y cayó derribado.

Lentamente los hombres agotados empezaron a comprender; en el silencio repentino, miraron unos a otros. Sus corazones palpitaban más fue con una nueva clase de excitación. Un anhelo primitivo, informe, que tenían adentro salió haciendo explosión en sus bocas con un grito de victoria. ¡Lo habían logrado! ¡Habían matado al poderoso mamut!

Seis hombres, lastimosamente débiles por comparación, haciendo uso de habilidad, inteligencia, cooperación y osadía, habían matado a la gigantesca criatura que ningún otro depredador podía vencer. Por muy rápido o fuerte o astuto que fuera, ningún cazador cuadrúpedo podía igualar su hazaña. Broud brincó sobre la roca junto a Brun, y se dejó caer sobre el animal derribado. Al instante estaba Brun a su lado, dándole golpes afectuosos en el hombro, y después sacó su lanza del ojo del mamut y la alzó. Los otros cuatro se reunieron rápidamente con ellos y, moviéndose al ritmo de los latidos de sus corazones, brincaron y bailaron de gozo sobre el lomo de la bestia enorme.

Entonces Brun saltó a tierra y dio vuelta al animal que casi llenaba el angosto espacio. Ninguno de los hombres estaba herido, pensó. Ninguno de ellos tiene siquiera un arañazo. Ha sido una cacería muy afortunada. Nuestros tótems deben de estar contentos de nosotros.

—Debemos hacer saber a los espíritus que estamos agradecidos —anunció a los hombres—Cuando regresemos, Mog-ur celebrará una ceremonia muy especial. Por ahora nos llevaremos el hígado; cada uno tendrá su parte, y llevaremos un trozo también para Zoug, Dorv y Mog-ur. El resto será para el Espíritu del Mamut, es lo que me ha dicho Mog-ur que debemos hacer. Lo enterraremos donde cayó, junto con el hígado del pequeño mamut que lleva adentro. Y Mog-ur dijo que no debemos tocar la sesera, que debe quedarse donde está para que el Espíritu la guarde. ¿Quién asestó el primer golpe, Broud o Goov?

—Lo dio Broud —respondió Goov.

—Entonces Broud tendrá el primer trozo de hígado, pero la muerte se acredita a todos.

Broud y Goov fueron enviados en busca de las mujeres. En un derroche repentino de en los hombres terminaron con su tarea. Ahora les tocaba el turno a las mujeres. A ellas correspondía el tedioso trabajo de destazar y conservar. Los hombres que se habían quedado atrás destriparon a la enorme hembra, esperándolas y sacaron el feto que casi había llegado a término. Al llegar las mujeres, los hombres ayudaron a despellejar al animal. Era tan grande que fue necesario el esfuerzo de todos. Las partes predilectas fueron escogidas, cortadas y guardadas en escondites de piedra para que se congelaran. Se prendieron hogueras alrededor el resto, en parte para evitar que se helaran y en parte para mantener a raya los inevitables animales que se alimentaban de carroña, atraídos por el olor a sangre y carne cruda.

La partida e caza, cansada pero feliz, se dejó caer en sus lechos de pieles calientes después de su primera comida de carne fresca desde el principio del viaje. Por la mañana, mientras los hombres se reunían para vivir una vez más la cacería excitante y admirar mutuamente su valor, las mujeres pusieron manos a la obra. Había un río cerca, pero suficientemente lejos del cañón para ser inconveniente. Una vez que hubieron dividido toda la carne en trozos grandes se trasladaron más cerca del río, dejando la parte de los huesos con algunos trozos de carne pegados para las aves rapaces y los carnívoros merodeadores, pero no mucho más.

El clan aprovechaba casi todas las partes del animal, El rudo cuero del mamut podía servir para calzar los pies —era más fuerte y duradero que la piel de otros animales—, hacer rompevientos para la abertura de la cueva, ollas, correas fuertes para ataduras, y refugios al aire libre. El forro de pelos suaves podía cutirse y convertirse a golpes en una especie de fieltro, empleado para rellenar almohadas o colchones, inclusive como absorbente para pañales de los niños. Les pelos largos eran retorcidos para formar cuerdas sólidas, los tendones y tripas se retorcían en fuertes cordeles; la vejiga, el estómago y los intestinos servirían como recipientes para agua, ollas para sopa, almacenamiento de alimentos e inclusive ropa impermeable. Se perdía muy poco.

No sólo se empleaba la carne y otras partes, sino que la grasa era particularmente esencial. Aportaba las calorías necesarias para completar sus necesidades de energía lo cual comprendía el calor metabólico en invierno así como una vigorosa actividad durante las estaciones más calurosas; se empleaba como aliño para curtir cueros, puesto que muchos de los animales que mataban, —venados, caballos o aurochs que se apacentaban en la sierra y bisontes, conejos y aves— eran esencialmente magros; proporcionaba combustible para las lámparas de piedra que agregaban un elemento de calor a la vez que luminoso; se empleaba para impermeabilizar y como excipiente para ungüentos, bálsamos y emolientes; también podía servir para ayudar a prender fuego con madera húmeda, para antorchas que ardían prolongadamente e inclusive como combustible para guisar cuando no había otra cosa. Tenía muchísimos usos la grasa.

Diariamente mientras las mujeres trabajaban, observaban el cielo. Si el tiempo fiera claro, la carne se secaría más o menos en siete días con ayuda de los vientos que soplaban sin cesar. No era necesario hacer fuegos que humearan: hacía demasiado frío para que las moscas azules echaran a perder la carne, El combustible escaseaba mucho más en la estepa que en las laderas boscosas de su cueva o inclusive en las estepas más cálidas del sur, que tenían más árboles. Con nublados intermitentes, cielo encapotado o precipitación pluvial, podría tomar tres veces más tiempo secar las delgadas tiras de carne. La nieve ligera y pulverizada que impelían los vientos tempestuosos no constituía mucho problema; sólo si la temperatura se elevara anormalmente y se cargan de humedad habría que interrumpir el trabajo. Esperaban que el tiempo se mantuviera seco, claro y frío. La única manera en que se podían trasladar a la cueva las montañas de carne era secándolas antes de emprender la marcha.

La piel pesada y velluda con su gruesa capa de grasa y de vasos sanguíneos conjuntivos, nervios y folículas, fue raspada hasta quedar limpia. Gruesos trozos de la grasa endurecida por congelación se colocaron en una olla grande de piel, colocada sobre una hoguera, y la grasa derretida se vertió en partes de los intestinos limpios, antes de amarrar éstos como si fueran gruesas salchichas de grasa.

El cuero, fue cortado en partes manejables y enrollado muy a antes de que se congelan para facilitar el transporte. Más adelante, en invierno en la cueva sería pelado y curtido. Las defensas fueron quebradas y orgullosamente exhibidas en el campamento. También se las habían de llevar, y durante los días en que las mujeres trabajaban, los hombres cazaban presas pequeñas o vigilaban desganadamente. Acercarse al río había permitido evitar el inconveniente, pero había otro que no podía remediarse: los animales carnívoros que se alimentaban con carroña se sentían atraídos por el olor de la matanza, siguieron a los hombres a su nuevo campamento. Las tiras de carne colgada en los tendederos de cuerda y correa tenían que ser vigiladas constantemente. Una enorme hiena moteada era algo más que perseverante; la habían perseguido muchas veces, pero seguía acechando en las cercanías del campamento, eludiendo los esfuerzos tibios de los hombres por matarla. La criatura de mirada feroz era suficientemente hábil para apoderarse de un bocado de carne de mamut varias veces al día. Era un fastidio.

Ebra y Oga se apresuraban para terminar de rebanar el último de los trozos de carne en finas tiras para ponerlas a secar. Uka y Ovra vertían grasa en una sección de intestino, y Ayla estaba en el río lavando otra sección. Una capa de hielo se había formado en las orillas, pero el agua aún corría. Los hombres estaban junto a las defensas, decidiendo si iban a cazar conejos con las hondas.

Brac había estado sentado junto a su madre y Ebra jugando con guijarros. Se aburrió de los guijarros y se levantó para ir en busca de algo más interesante. las mujeres, concentradas en su tarea, no se percataron de que el niño se alejaba hacia la llanura, pero había otro par de ojos que lo vigilaban...

Todas las cabezas se volvieron al oír el sonido de su agudo grito de espanto.

— ¡Mi niño! —gritó Oga—. ¡La hiena se lleva a mi niño!

El odioso animal, que también era depredador y estaba siempre dispuesto a atacar al joven imprudente o a viejo debilitado, había atenazado al niño por el brazo con sus poderosas mandíbulas y se retiraba rápidamente llevándoselo consigo.

— ¡Brac! ¡Brac! —gritaba Broud corriendo tras ellos, seguido por los demás hombres. Agarró su honda —estaba demasiado lejos para usar la lanza— y se agachó para recoger una piedra, corriendo para que el animal no se alejara fuera de su alcance.

— ¡No! ¡Oh no! —gritó desesperadamente al ver que su piedra no llegaba al blanco y que la hiena seguía huyendo— ¡Brac! ¡Braaac!

De repente, desde otra dirección llegó el tac, tac de dos piedras disparadas una tras otra. Dieron firmemente en la cabeza del animal y la hiena cayó minada.

Broud se quedó pasmado y boquiabierto antes de pasar a un estupor de estupefacción al ver a Ayla correr hacia el niño que lloraba, con su honda en la mano y dos piedras más a punto. La hiena había sido su presa. Ella había estudiado a esos animales, conocía sus hábitos y sus puntos débiles, se había adiestrado para cazarlas hasta que se convirtiera en una segunda naturaleza. Al oír el grito de Brac, no pensó en las consecuencias: tendió la mano hacia la honda, agarró rápidamente dos piedras y las lanzó. Lo único en que pensaba era en detener a la hiena que se llevaba a Brac.

Sólo cuando se encontró junto al niño, lo sacó de las quijadas de la hiena volvió la cara hacia los ojos fijos de los demás, recibió el pleno impacto de su acción. Su secreto se había descubierto. Se había delatado ella sola. Ellos sabían ahora que podía cazar; una oleada de frío temor la recorrió. “¿Qué me harán?” se preguntaba.

Ayla abrazó al niño, evitando las miradas incrédulas mientras volvía al campamento. Oga fue la primera en salir de su pasmo. Corrió hacia ellos tendiendo los brazos y aceptó con agradecimiento a su hijito de manos de la muchacha que le había salvado la vida. Tan pronto como llegaron al campamento, Ayla se puso a examinar al niño, tanto para evitar tener que mirar a nadie como para determinar la gravedad de sus heridas. El hombro y el brazo de Brac estaban lacerados y el hueso del brazo roto, pero parecía una fractura limpia.

Nunca había reducido una fractura, pero había visto cómo lo hacía Iza, y la curandera le había explicado qué hacer si se producía una emergencia. La preocupación de Iza era por los cazadores; no se le había ocurrido que pudiera sucederle algo al niño. Ayla atizó el fuego, puso agua a hervir y tomó su bolsa de medicinas.

Los hombres estaban silenciosos, atónitos aún, sin poder —o sin querer— aceptar lo que acababan de presenciar. Por vez primera en su vida, Broud experimentó gratitud hacia Ayla. Sus pensamientos no iban mucho más allá del alivio de ver que el hijo de su compañera se hubiera salvado de una muerte segura y horrible. Pero los de Brun, si.

El jefe captó rápidamente las implicaciones, y se percató de que se encontraba repentinamente ante una decisión imposible. Por tradición del Clan, en realidad por la ley del Clan, el castigo contra toda mujer que empleara un arma era nada menos que la muerte. Era inequívoco. No había condiciones en cuanto a circunstancias insólitas. La costumbre era tan antigua y estaba tan bien entendida, que nunca se había invocado siquiera por generaciones sin cuenta. Las leyendas que la rodeaban estaban estrechamente vinculadas con las leyendas acerca de una época en que las mujeres controlaban el acceso al mundo de los espíritus, antes de que los hombres se hicieran cargo.

Esa costumbre era una de las fuerzas que habían provocado la diferenciación tan marcada entre los hombres del Clan y las mujeres del Clan, puesto que ninguna mujer que abrigara el deseo tan poco femenino de cazar, tenía derecho a sobrevivir, Por eras sin número, sólo las que tenían las actitudes y acciones propiamente femeninas se quedaban. Como resultado, la adaptabilidad de la raza —la característica misma de la que depende la supervivencia— se encontraba menoscabada. Pero así era el comportamiento del Clan, la ley del Clan, aun cuando ya no había mujeres del Clan que se apartaran de la línea. Pero Ayla no había nacido en el Clan.

Brun amaba al hijo de la compañera de Broud. Sólo con Brac se suavizaba la reserva estoica del jefe. El niño podía hacerle cualquier cosa: tirarle de las barbas, meterle dedos curiosos en los ojos, escupirle, no importaba. Brun no era tan amable, tan flexible, como cuando el bebé caía dormido con la segundad apacible de estar protegido entre los brazos tiesos y orgullosos del jefe.

No dudaba de que Brac habría perdido la vida si Ayla no hubiera matado la hiena. ¿Cómo podría condenar a muerte a la muchacha que le había salvado la vida a Brac? Lo había salvado con el arma cuyo uso le costaría la muerte.

 “¿Cómo lo había hecho?” se preguntaba. La bestia estaba fuera de su alcance, y ella estaba más lejos aún que los hombres. Brun se fue hasta donde hiena muerta había quedado tendida y tocó la sangre que empezaba a secarse donde había chorreado de las heridas mortales. ¿Heridas? ¿Dos piedras? ¿Cómo podía haber aprendido la muchacha a emplear la honda con tanta habilidad? Ni Zoug ni ninguno que él supiera podía lanzar dos piedras con una honda tan velozmente, con tanta precisión y tanta fuerza. Fuerza suficiente para matar una hiena a esa distancia.

Nadie empleaba una honda para matar una hiena, sea como fuere. Desde el principio estuvo seguro de que el intento de Broud sería un gesto inútil. Zoug siempre había dicho que podía hacerse, pero para sus adentros Brun lo dudaba. Nunca había llevado la contraria al hombre; Zoug era todavía demasiado valioso para el Clan, no había razón para hacerle de menos. Pues bien, había quedado demostrado que Zoug tenía razón. ¿Podría servir una honda también para matar un lince o un lobo, como lo sostenía tan firmemente Zoug? Brun reflexionaba. De repente abrió mucho los ojos, y los entrecerró después: ¿Un lobo o un lince? ¡O un glotón, un hurón, un gato montés, un tejón o una hiena! Brun pensaba a toda prisa. ¿O todos los demás depredadores que habían encontrado muertos últimamente?

¡Naturalmente! y el movimiento de Brun subrayó su pensamiento. ¡Ella lo había hecho! Ayla llevaba mucho tiempo cazando; de otro modo, ¿cómo podría haber adquirido una habilidad tan grande? Pero era hembra, aprendía fácilmente las habilidades femeninas. ¿Cómo pudo aprender a cazar? ¿Y por qué depredadores? ¿Y por qué animales tan peligrosos? Pero: ¿por qué?

“Si fuera hombre, sería la envidia de todos los cazadores. Pero no es hombre. Ayla es hembra y ha empleado un arma y tendrá que morir por ello, pues de lo contrario los espíritus se enfurecerían. ¿Enfurecerse? lleva mucho tiempo cazando, ¿por qué no están furiosos? “Desde luego, no están furiosos. Acabamos de matar un mamut en una cacería tan afortunada que ni un solo hombre ha resultado herido. Los espíritus están complacidos con nosotros, no furiosos.”

El confundido jefe meneó la cabeza. “¡Espíritus! No comprendo a los espíritus. Ojalá estuviera aquí Mog-ur. Droog dice que la muchacha trae suerte, estoy a punto de creerlo yo también, las cosas nunca habían salido tan bien como desde que está con nosotros. Si la favorecen tanto, ¿no se sentirían desdichados de que la mataran? Pero así es en el Clan pensaba, torturado. “¿Por que tuvo que ser hallada por mi Clan? Puede tener suerte, pero me ha causado más dolores de cabeza de lo que yo creía posible. No puedo tomar una decisión sin hablar primero con Mog-ur. Habrá que esperar hasta que estemos de vuelta en la cueva.

Brun regresó al campamento a grandes trancos. Ayla había dado al niño medicina calmante con la que se durmió, después limpió las heridas con una solución antiséptica, redujo la fractura y enyesó con corteza de abedul humedecida. Se pondría tiesa y dura y mantendría los huesos en su sitio. Pero tendré que vigilarlo por si se hinchaba demasiado. Vio que Brun regresaba después de examinar a la hiena, y se puso a temblar al sentir que se acercaba. Pero el pasó junto a ella sin mirarla, ignorándola por completo, y ella se dio cuenta de que no sabría cuál iba a ser su sino mientras no estuvieran de regreso en la cueva.