Capítulo 27

—Pero Ayla, yo no soy como tú. Yo no sé cazar. ¿Adonde iré cuando oscurezca? —imploraba Uba—. Ayla, tengo miedo.

La cara asustada de la joven inspiraba a Ayla el deseo de ir con ella. Uba no tenía aún ocho años, y la idea de pasarse los días sola lejos de la seguridad de la cueva la aterraba, pero el espíritu de su tótem había liberado batalla por vez primera y así debía ser; no quedaba más remedio.

— ¿Recuerdas la pequeña cueva en que me escondí cuando nació Durc? Ve allí, Uba. Será más seguro que quedarte en descubierto. Iré a verte todas las tardes y te llevaré de comer; sólo son unos pocos días, Uba. Asegúrate de llevar contigo una piel para dormir y una brasa para prender fuego; hay agua cerca. Será solitario, especialmente de noche, pero estarás bien. Y piénsalo: ahora eres una mujer. Pronto te aparearás y quizá tengas un bebé propio antes de mucho —fue el consuelo que Ayla le proporcionó.

— ¿A quién crees que escoja Brun para mí?

— ¿A quién te gustaría que escogiera, Uba?

—Vorn es el único hombre sin aparear, aunque estoy segura de que Borg también lo será pronto. Naturalmente, puede decidir darme por segunda mujer a uno de los demás. Creo que me gustaría Borg; solíamos jugar juntos a que estábamos apareados hasta que una vez trató realmente de aliviar sus necesidades conmigo. No funcionó, ahora se muestra tímido y, como está a punto de convertirse en hombre, no quiere seguir jugando con las muchachas. Pero Ona es una mujer también y no se puede aparear con Vorn. Como Brun no decida dársela a un hombre que tenga compañera, no hay más que Borg para ella. Supongo que eso significa que mi compañero será Vorn.

—Vorn es hombre desde hace algún tiempo ya, y probablemente a estas alturas estará deseando aparearse —dijo Ayla. Ella también había llegado a esa conclusión—. ¿Crees que te gustaría Vorn por compañero?

—Trata de fingir que no se fija en mí, pero a veces me mira. Tal vez no sea tan malo, a Broud le agrada; probablemente sea algún día segundo al mando. No necesitas preocuparte por la posición, pero sería bueno para tus hijos.

—Todo el mundo es amable con Durc, menos Broud —dijo Uba—. Todos lo quieren.

—Bueno, la verdad es que se encuentra como en su casa en todos los hogares. Está tan acostumbrado a que lo lleven a mamar de un lado a otro, que inclusive llama madre a todas las mujeres —indicó Ayla con una fugaz contracción de la frente. Una sonrisa rápida sustituyó su expresión de infelicidad—. Recuerda cuando fue al hogar de Grod, como si viviera allí.

—Lo recuerdo; traté de no mirar, pero no puede remediarlo —recordó Uba—. Pasó por delante de Uba saludándola y diciéndole "madre", se fue derecho a Grod y se subió a su regazo.

—Ya sé —dijo Ayla—. Nunca he visto a Grod tan sorprendido en mi vida. Entonces se bajó y fue por las lanzas de Grod. Estaba segura de que Grod se enfadaría, pero no pudo resistir a un chiquillo tan descarado cuando comenzó a tirar de la lanza más grande que tiene. Y cuando Grod se la quitó de las manos dijo: "Durc caza como Grod".

—Creo que Durc era muy capaz de llevarse a rastras esa pesada lanza hasta fuera de la cueva, si Grod le hubiera dejado.

—Se lleva a la cama la lanza pequeña que le ha hecho Grod —señaló Ayla, sin dejar de sonreír—. Ya sabes que Grod no habla mucho; pero me sorprendió al verlo llegar el otro día. Apenas me saludó, sólo se fue derecho hacia Durc y le puso la lanza en las manos e inclusive le enseñó a sostenerla. Al marcharse lo único que dijo fue: "Si el niño desea tanto cazar, debe tener su propia lanza."

—Es una lástima que Ovra no haya tenido hijos. Creo que a Grod le gustaría que la hija de su compañera tuviera un bebé —dijo Uba—. Tal vez por eso Grod quiere a Durc, pero no depende de hombre alguno. También Brun lo quiere, estoy segura; y Zoug ya le está enseñando a usar la honda. No creo que vaya a tener problemas para aprender a cazar, aun cuando no hay hombre en su hogar que pueda educarlo. A la manera en que los hombres actúan, cualquiera diría que cada uno de ellos en el Clan es el compañero de su madre... menos Broud. —Se detuvo—. Tal vez así sea, Ayla. Dorv dijo siempre que se combinaron los tótems de cada uno de los hombres para derrotar a tu León Cavernario.

—Creo que será mejor que te vayas, Uba —dijo Ayla, cambiando de tema—. Te acompañaré parte del camino. Ha dejado de llover y creo que las fresas están

Goov pintó el símbolo del tótem de Vorn sobre el símbolo del tótem de Uba con pasta de ocre amarillo, emborronando la señal de ella y mostrando el predominio de él.

— ¿Aceptas a esta mujer por compañera? —señaló Creb.

Vorn tocó el hombro de Uba y ésta lo siguió cueva adentro. Entonces Creb y Goov llevaron a cabo el mismo ritual para Ona y Borg, quienes se fueron a su nuevo hogar para comenzar el período de aislamiento. Los árboles vestidos de verano, un tono más claro aún de lo que serían más adelante, se agitaban bajo la suave brisa cuando se deslizó el grupo. Ayla alzó a Durc para llevárselo a la cueva, pero él se revolvió para que lo dejara en el suelo.

—Está bien, Durc —le indicó por señas—, puedes andar pero ven a tomar un poco de caldo y una papilla.

Mientras preparaba el desayuno, su hijo dejó el hogar y se dirigió al nuevo hogar ocupado por Uba y Vorn, pero Ayla corrió tras él y lo trajo de vuelta.

—Durc quiere ver a Uba —insistió el niño.

—No puedes, Durc. Nadie puede visitarla por algún tiempo. Pero si te portas bien y comes tu papilla, te llevaré de cacería.

—Durc se porta bien. ¿Por qué no puede ver Uba? —preguntó el niño, calmado ante la promesa de acompañar a su madre—. ¿Por qué Uba no viene con nosotros?

—Ya no vive aquí, Durc. Está apareada con Vorn —explicó Ayla.

Durc no era el único que echaba de menos a Uba, los demás también, El hogar parecía vacío con sólo Creb, Ayla y el niño, y la tensión entre el viejo y la joven era más palpable. No habían encontrado la manera de superar sus remordimientos mutuos acerca del daño que se habían hecho uno a otro. Muchas veces, cuando veía Ayla al viejo mago sumido en su profunda melancolía, habría querido acercársele, rodear su cabeza blanca y melenuda con sus brazos, y abrazarlo como cuando era pequeña. Pero se contenía, renuente a obligarlo a aceptarla.

Creb echaba de menos el afecto, aunque no se percataba de que su carencia contribuía a su depresión. Y muchas veces, cuando Creb veía la pena que Ayla sentía al observar cómo otra mujer amamantaba a su hijito, habría querido acercarse a ella. De haber vivido Iza, habría encontrado la manera de reunirlos de nuevo, pero sin aquel catalizador se iban apartando uno de otro, deseosos de mostrar el amor que tenían y sin saber cómo cerrar la brecha que los separaba. Los dos se sintieron incómodos durante el primer desayuno sin Uba.

— ¿Quieres más, Creb? —preguntó Ayla.

—No. No. No te preocupes, he tenido suficiente —respondió.

El la vio recoger mientras Durc se servía de nuevo con ambas manecitas y una cuchara de concha. Aunque sólo tenía poco más de dos años, ya estaba prácticamente destetado. Todavía se acercaba a Oga —y a Iza ahora que ésta tenía otro bebé— para mamar un poco y sentir mimo y cariño, y porque se lo permitían. Por lo general, cuando nacía un nuevo bebé, los niños mayores que todavía mamaban eran apartados, pero Iza exceptuaba de esta regla a Durc. El niño parecía comprender que no debía abusar de su privilegio; nunca la agotaba, nunca privaba de leche a su nuevo bebé sino que se quedaba en brazos unos momentos como para demostrar que tenía derecho.

También Oga se mostraba indulgente con él, y aun cuando Grev estaba técnicamente más allá de su año de mamón, aprovechaba la tolerancia de su madre. A menudo estaban ambos en el regazo de ella, cada uno mamando de un pecho hasta que su interés mutuo superaba a su deseo de mimos, y entonces se ponían a jugar. Durc era alto como Grev aunque no era tan corpulento; y aun cuando Grev solía ganarle a Durc en sus peleas amistosas, Durc dejaba atrás al muchacho mayor cuando se trataba de correr. Ambos eran inseparables; se juntaban tan pronto como se presentaba la oportunidad.

— ¿Vas a llevarte al niño? —preguntó Creb después de un silencio incómodo.

—Sí -asintió la joven, limpiando la cara y las manos del niño-. He prometido llevármelo de cacería. No creo que podré cazar mucho con él, pero también recoger hierbas y el día es hermoso.

Creb dio un gruñido.

—También deberías salir un poco, Creb —agregó—. El sol te vendría muy bien.

—Sí, sí, saldré, Ayla, más tarde.

Durante un instante pensó en obligarlo a salir de la cueva ofreciéndole dar un paseo junto al río como solían hacer antes, pero ya parecía que el viejo se hubiera vuelto hacia sí mismo. Lo dejó sentado donde estaba, recogió a Durc y salió rápidamente. Creb no alzó la vista hasta que estuvo seguro de que se había ido; tendió la mano hacía su bastón pero decidió que el esfuerzo de levantarse era demasiado grande y lo dejó donde estaba.

Ayla estuvo preocupada por él mientras echaba a andar con Durc sentado en su cadera y su canasto de recolectora sujeto a la espalda. Se daba cuenta de e el poder mental del Mog-ur estaba decreciendo; se mostraba más distraído nunca, repetía preguntas a las que ya se había contestado. Apenas se movía a salir de la cueva, inclusive cuando hacía sol y calor. Y cuando permanecía sentado durante largas horas sumido en lo que él llamaba meditación, a veces se quedaba dormido.

Los pasos de Ayla se alargaron una vez que perdió de vista la cueva. La libertad de movimientos y la belleza del día estival alejaron sus preocupaciones a una parte más recóndita de su mente. Dejó que Durc caminara cuando llegaron a un calvero, y se agachó para recoger varias plantas. El niño la observó y después arranco un puñado de hierba y alfalfa de flores púrpura desde la raíz, llevándose o después en su puño apretado.

—Eres una gran ayuda, Durc —le indicó, tomándolo de la mano y depositan dolo en el canasto que tenía al lado.

—Durc trae más —indicó, y volvió a alejarse.

Ayla se sentó sobre los talones para mirar cómo su hijo tiraba de un puñado más grande; de repente éste cedió y el niño cayó sentado; arrugó el rostro para llorar, más sorprendido que dolorido, pero Ayla corrió hacia él, lo alzó y lo lanzó por el aire, recibiéndolo de nuevo en sus brazos. Durc reía alborozado. Ayla lo dejó en el suelo y fingió correr tras él para atraparlo. —A que te alcanzo —señaló.

Durc corrió con sus piernas de bebé, riendo. Le dejó tomar la delantera y corrió tras él gateando, agarrándolo y poniéndolo encima de ella, mientras ambos reían. Le hizo cosquillas sólo por oírlo reír de nuevo.

Ayla nunca reía con su hijo a menos que ambos estuvieran solos, y Durc no tardó en comprender que nadie más apreciaba ni aprobaba sus sonrisas y risas. Aun cuando Durc hacía el gesto de "madre" a todas las mujeres del Clan, dentro de su corazoncito bien sabía que Ayla era especial. Siempre se sentía más feliz con ella que con nadie, y le gustaba que lo llevara cuando iba sola, sin las demás mujeres. Y también le gustaba el juego que sólo su madre y él sabían. —Ba-ba-na-ni-ni —decía Durc.

-Ba-ha-na-ni-ni —repetía Ayla en voz alta las sílabas sin sentido. —No-na-ni-ga-gu-la —expresaba Durc con otra serie de sonidos. Ayla volvía a imitarlo, y le hacías cosquillas. Le encantaba oírlo reír. Siempre reía ella también. Entonces ella expresaba una serie de sonidos, sonidos que le agradaba más oír que ningún otro; no sabía por qué sólo que despertaba en ella una sensación de ternura tan grande que casi le llenaba los ojos de lágrimas.

—Ma-ma-ma-ma —repetía Durc. Ayla rodeó a su hijito con sus brazos y lo estrechó contra su cuerpo—. Ma-Ma —repitió Durc.

Se agitó para liberarse; sólo le gustaba estar abrazado a ella a la hora de dormir. Ayla secó una lágrima; las lágrimas eran una peculiaridad que su hijo no compartía con ella. Los ojos grandes y morenos de Durc, profundamente hundidos bajo arcos ciliares pesados, eran como todos los del Clan.

—Ma-ma —dijo Durc. A menudo la llamaba con estas sílabas cuando estaban solos, especialmente si se las había recordado ella—. ¿Ahora cazas? —preguntó por señas.

Las últimas veces que salió con Durc había estado enseñándole a sostener la honda. Iba a hacerle una pero Zoug se le adelantó; el viejo había dejado de salir, pero el placer que mostraba al tratar de enseñarle al niño complacía también a Ayla. Aunque Durc era pequeño aún, Ayla podía ver que tendría la misma aptitud que ella con el arma, y se enorgullecía tanto de su diminuta honda como de su diminuta lanza.

Le gustaba la atención que atraía al caminar con una honda colgada de la correa que le rodeaba la cintura —lo único que llevaba puesto en verano además de su amuleto— y la lanza en la mano. También a Grev hubo que hacerle sus pequeñas armas. La pareja de niños despertaba expresiones divertidas en los ojos del Clan y comentarios acerca de qué hombrecitos tan hermosos eran. Su papel futuro empezaba a definirse ya. Cuando Durc descubrió que una actitud autoritaria hacia las niñas era bien vista, e inclusive aceptada benévolamente cuando se ejercía con las mujeres de más edad, nunca vaciló en pasarse de los límites... menos con su madre.

Durc sabía que su madre era diferente. Era la única que reía con él, la única que jugaba con él a los sonidos, sólo ella tenía aquella suave cabellera que le gustaba tocar. No podía recordar que le hubiera dado de mamar, pero no quería dormir más que con ella. Sabía que era mujer porque respondía al mismo movimiento que las demás mujeres, pero era mucho más alta que los hombres, y cazaba. No estaba muy seguro de lo que era cazar, sólo que los hombres lo hacían... y su madre. No cuajaba en ninguna categoría; era mujer y no lo era, hombre y no lo era. Era única. El nombre que había comenzado a darle, el nombre hecho de sonidos, parecía ser el más adecuado. Era Mamá; y Mamá, la diosa de cabellos de oro a la que adoraba, no asentía con aprobación si intentaba darle órdenes.

Ayla puso la pequeña honda de Durc en sus manecitas y, poniéndole las suyas encima, trató de mostrarle cómo usarlas. Zoug había hecho lo mismo, y el niño empezaba a entender la idea. Entonces Ayla tomó la honda de su cinturón, encontró unos guijarros y los lanzó contra objetos cercanos. Cuando colocó piedras pequeñas sobre las rocas y procedió a derribarlas una y otra vez, Durc empezó a divertirse; fue tambaleándose en busca de más piedras para que lo repitiera. Al cabo de un rato dejó de interesarse y Ayla volvió a recoger plan tas mientras Durc la seguía, Encontraron algunas frambuesas y se detuvieron para comerlas.

Estás todo sucio, hijo mío señaló Ayla al verlo todo cubierto de jugo rojo: la cara, las manos y la barriguita redonda. Lo levantó, se lo puso bajo el brazo y lo llevó a un arroyo para lavarlo. Después encontró una hoja grande, le dio forma de cono y la llenó de agua para que bebieran ella y el niño. Durc bostezó y se frotó los ojos. La madre tendió su manto en el suelo, a la sombra de un gran roble, y se acostó junto a él hasta que se quedó dormido.

En la quietud de la tarde de verano, Ayla estaba sentada con la espalda pegada al árbol mirando cómo revoloteaban las mariposas y se detenían con las alas a la espalda y cómo zumbaban los insectos en perpetuo movimiento, y escuchando una sinfonía de gorjeos de muchos pajarillos. Su mente regresó a los sucesos de la mañana. "Espero que Uba sea dichosa con Vorn —pensó—. Espero que sea bueno con ella. Todo ha quedado tan vacío desde que se fue, aunque no está lejos. .. pero no es lo mismo. Ahora guisará para su compañero y dormirá con él después del aislamiento. Ojalá tenga pronto un bebé, eso la hará feliz."

"Pero, ¿y yo? Nadie ha venido nunca desde aquel clan para preguntar por mí. Tal vez no consigan encontrar nuestra cueva. Pero no creo que estuvieran muy interesados de todos modos. Me alegro. No tengo ganas de aparearme con un hombre desconocido. No siquiera deseo a los que conozco, y ninguno de ellos me quiere. Soy demasiado alta; inclusive Droog apenas me llega a la barbilla. Iza se preguntaba si dejaría de crecer algún día. Empiezo a preguntármelo yo también. Broud lo odia; no aguanta que una mujer sea más alta que él. Pero no me ha molestado para nada desde que volvimos de la Reunión del Clan. ¿Por qué me estremezco cada vez que me mira?"

"Brun se está haciendo viejo. Ebra me ha estado pidiendo medicamentos para sus músculos doloridos y sus articulaciones tiesas; pronto transmitirá la jefatura a Broud, lo sé. Y Goov será Mog-ur. Cada vez se encarga más de las ceremonias. No creo que Creb desee seguir siendo Mog-ur, no desde aquella vez que los vi. ¿Por qué iría yo a la cámara aquella noche? Ni siquiera recuerdo cómo llegué allá— Ojalá nunca hubiera ido a la Reunión del Clan. De no haber ido, habría mantenido con vida a Iza unos cuantos años más. La echo tanto de menos, y no encontré compañero; pero Durc sí."

“Es curioso que le fuera permitido vivir a Ura, casi como si estuviera destinada a ser la compañera de Durc. Hombres de los Otros, dijo Oda. ¿Quiénes serán? Iza dijo que nací de ellos, ¿por qué no recuerdo? ¿Qué le pasaría a mi verdadera madre? ¿A su compañero? ¿Tuve hermanos?" Ayla sentía cierta incomodidad en la boca del estómago... no era exactamente una náusea sino una sensación de incomodidad. Entonces, de repente, sintió que le hormigueaba el cuero cabelludo al recordar algo que Iza le había dicho la noche en que murió. Ayla lo había apartado de su mente, era demasiado doloroso para ella recordar la muerte de Iza.

“¡Iza me dijo que me marchara! Dijo que yo no era del Clan, dijo que había nacido de los Otros... que tenía que hallar a mi gente y encontrarme un compañero. Dijo que Broud encontraría la manera de lastimarme, si me quedo. Al norte, dijo que viven al norte, más allá de la península, en el territorio conti nental.”

“¿Cómo podría marcharme? Este es mi hogar. No puedo abandonar a Creb, y Durc me necesita. ¿Y si no puedo encontrar a los Otros? Y si los encuentro tal vez no me acepten. Nadie quiere a una mujer fea. ¿Cómo sé que encontrar un compañero aun cuando halle a algunos de los Otros!”

"Pero Creb se está haciendo viejo. ¿Qué será de mí cuando ya no esté? ¿Quién proveerá entonces para mí? No puedo vivir sólo con Durc, algún hombre tendrá que hacerse cargo de mí, ¿Pero quién? ¡Broud! Va a ser el jefe; si ningún otro me quiere, tendrá que ser él. ¿Y si tuviera que vivir con Broud? Tampoco me querría, pero sabe que a mí no me gustaría... y lo haría precisamente porque a mí no me gustaría. Yo no podría vivir con Broud, preferiría vivir con algún otro hombre que no conozco, de algún otro clan, pero ellos tampoco me quieren."

"Quizá debería marcharme. Podría llevarme a Durc y nos iríamos los dos. Pero, ¿y si no encuentro a ninguno de los Otros? ¿Y si algo llegara a sucederme? ¿Quién se ocuparía de él? Se quedaría solo, lo mismo que yo; tuve suerte de que Iza me encontrara; tal vez Durc no fuera tan afortunado. No puedo llevármelo, ha nacido aquí, es del Clan aun cuando también sea una parte de mí. Tiene ya comprometida su compañera. ¿Qué sería de Ura si yo me llevara a Durc? Oda la está adiestrando para que sea la compañera de Durc; le está diciendo que hay un hombre para ella aunque es deforme y fea. Durc necesitará de Ura también. Necesitará una compañera cuando sea mayor, y Ura es la que le conviene."

"Pero no podría yo vivir sin Durc. Preferiría vivir con Broud que tener que dejar a Durc. Tendré que quedarme, no hay más remedio. Me quedaré y viviré con Broud si no hay otra solución." Ayla miró a su hijito dormido y trató de poner sus ideas en orden, de ser una buena mujer del Clan y aceptar su sino. Una mosca se paró en la naricilla de Durc que hizo muecas, se frotó la nariz en sueños y siguió durmiendo.

"De todos modos no sabría adonde ir. ¿Al norte? ¿Qué significa eso? Todo está al norte de aquí, menos el mar, que está al sur. Podría pasarme el resto de la vida vagando sin encontrarme con nadie. Y ellos pueden ser tan malos como Broud. Oda dijo que aquellos hombres la obligaron, que ni siquiera le dejaron poner a su hijita a un lado. Sería mejor quedarme aquí con Broud al que conozco que con otro hombre que pudiera ser peor."

"Se hace tarde; será mejor que regrese." Ayla despertó a su hijito y, mientras volvía sus pasos hacia la cueva, trató de apartar de su mente la idea de los Otros, pero interrogantes fugaces seguían insinuándosele. Una vez que hubo recordado no pudo ya olvidarse totalmente de los Otros.

— ¿Estás ocupada, Ayla? —preguntó Uba. Tenía una expresión a la vez complacida y tímida, y Ayla adivinó por qué, pero decidió dejar que Uba se lo contara.

—No, no estoy muy ocupada. Acabo de mezclar algo de menta con alfalfa y quería probar a qué sabe. Puedo poner a calentar agua para hacer té.

— ¿Dónde está Durc? —preguntó Uba mientras Ayla atizaba el fuego y agregaba más leña y unas piedras más.

—Está afuera con Grev; Oga los cuida. Esos dos, siempre andan juntos —señaló Ayla.

—Será porque han mamado juntos. Son más íntimos que si fueran hermanos. Son casi como gemelos.

¿Recuerdas aquella mujer, en la Reunión del Clan, que tenía dos gemelos? Yo no podía ver diferencia alguna entre ellos.

—A veces trae mala suerte tener dos gemelos, y cuando nacen tres a un tiempo no se les permite vivir. ¿Cómo podría amamantar una mujer tres al mismo tiempo... si sólo tiene dos senos? —preguntó.

—Con ayuda de muchas. Ya es bastante cansancio para una mujer tener dos. Agradezco que Oga haya tenido siempre leche en abundancia, por el bien de Durc.

—Espero tener leche abundante —señaló Uba—. Ayla, creo que voy a tener un bebé.

—Eso pensé, Uba. No has tenido la maldición femenina desde que te apareaste, ¿no es cierto?

—No. Creo que el tótem de Vorn ha estado esperando mucho tiempo. Tiene que haber sido muy fuerte.

— ¿Se lo has dicho ya?

—Iba a esperar a estar segura, pero él adivinó. Habrá observado que no es tuve aislada. Está muy contento —señaló orgullosamente Uba.

— ¿Es un buen compañero, Uba? ¿Eres feliz?

— ¡Oh, sí, es un buen compañero, Ayla! Cuando descubrió que iba a tener un bebé, me dijo que había esperado mucho y que estaba contento de que no hubiera perdido tiempo comenzando uno. Dijo que me había pedido inclusive desde que fuera mujer.

—Es maravilloso, Uba —dijo Ayla.

No agregó que no había nadie más en el Clan con quien pudiera haberse apareado, excepto con ella, Ayla. "Pero, ¿por qué había de quererme? ¿Por qué había de querer una mujer alta y fea cuando podía tener otra tan guapa como Uba, y además de la estirpe de Iza? ¿Qué me está pasando? Nunca he querido a Vorn por compañero. Supongo que debo estar pensando en lo que será de mí cuando se haya ido Creb. Tendré que cuidarlo para que viva largo tiempo. Pero más bien parece que no tiene ganas de vivir. Casi no sale de la cueva. Si no hace un poco de ejercicio, no podrá salir de la cueva".

—Ayla, ¿en qué estás pensando? ¡Has estado tan callada últimamente!

—Estaba pensando en Creb; me preocupa.

—Está envejeciendo. Es mucho mayor que madre, y ella se ha ido. Sigo echándola de menos, Ayla. No quiero pensar en cuando Creb se vaya al otro mundo.

—Lo mismo me pasa a mí, Uba —indicó Ayla con mucho sentimiento.

Ayla estaba agitada. Cazaba con frecuencia y. cuando no cazaba, trabaja ba con una energía incansable. No podía quedarse sin hacer nada. Escogió y ordenó sus plantas medicinales, corrió por la campiña para sustituir medicinas viejas o faltantes, después reorganizó todo el hogar. Tejió nuevas esteras y canas tas, hizo tazones y fuentes de madera, recipientes de cuero rígido y de corteza de abedul, confeccionó nuevos mantos, curó y curtió pieles nuevas, hizo polainas, sombreros, protectores para pies y manos en previsión del siguiente invierno. Impermeabilizó vejigas y estómagos para que sirvieran de recipientes de agua y demás líquidos, construyó una nueva armazón firmemente asegurada con tendones y correas para sostener las pieles en que se guisaba, por encima del fuego.

Ahondó piedras planas para hacer lámparas de grasa con ellas, y secó nuevas mechas de musgo, talló una serie de cuchillos, rascadores, sierras, punzones y hachas, recorrió la playa en busca de conchas para hacer cucharas, cucharones y platos pequeños. Cuando fue su turno viajó con los cazadores para secar la carne, recogió frutas, semillas, nueces y verduras con las mujeres, aventó, tostó y molió granos hasta lograr una textura ultrafina de manera que resultara más fácil de masticar para Creb y Durc. Y aún así, no conseguía aplacar sus ansias de actividad.

Creb se convirtió en el objeto de su intenso interés. Ayla lo mimaba, se ocupaba de él como nunca anteriormente. Guisaba platos especiales para abrirle el apetito, hacía brebajes y cataplasmas medicinales, le obligaba a descansar al sol y a dar largas caminatas como ejercicio. El parecía disfrutar de su atención y su compañía y recordar algo de su fuerza y su ánimo. Pero algo faltaba. La intimidad estrecha, el calor amigable, las largas charlas de los años pasados, no se habían reanudado. Por lo general caminaban en silencio. La conversación que tenían era forzada, y no había demostraciones espontáneas de afecto.

Creb no era el único que envejecía. El día que Brun vio desde lo alto cómo se alejaban los cazadores por la estepa hasta convertirse en diminutos puntos negros, Ayla cobró súbitamente conciencia de cuánto había cambiado. Su barba no estaba entrecana, estaba gris lo mismo que su cabello. Profundas arrugas surcaban su rostro, agrietando la comisura de sus ojos. Su cuerpo fuerte y musculoso había perdido tonicidad, su piel estaba más fláccida aunque el hombre seguía siendo potente. Volvió lentamente a la cueva y pasó el resto del día dentro de los límites de su hogar. A la vez siguiente acompañó a los cazadores, pero la segunda vez que Brun se quedó atrás, Grod también se quedó: era un segundo muy leal.

Un día, casi al terminar el verano, Durc llegó corriendo a la cueva.

— ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Un hombre! ¡Viene un hombre!

Ayla corrió a la entrada de la cueva, con todos los demás, para observar al extraño que subía el sendero de la costa.

—Ayla. ¿Crees que vengan a buscarte? —señaló Uba, muy excitada.

Los nervios de Ayla estaban de punta, y sus emociones eran complejas. Esperaba que el visitante procediera del clan de los parientes de Zoug, y temía que así fuera. el hombre se detuvo para hablar con Brun y acompañó al jefe al hogar de éste. Poco después Ayla vio que Ebra se retiraba dirigiéndose directamente a ella.

—Brun te llama, Ayla —indicó.

El corazón de Ayla palpitó locamente; sentía que las rodillas se le doblaban y creía que no iban a sostenerla hasta el hogar de Brun. Se dejó caer a los pies de Brun; éste le tocó el hombro.

—Es Vond, Ayla —dijo el jefe, indicando al visitante—. Ha viajado desde muy lejos para verte, desde el clan de Norg. Su madre está enferma, y su curandera no ha podido ayudarla. Ha pensado que tú podrías saber la magia que la alivie.

Ayla se había hecho una reputación de curandera hábil y con muchos conocimientos en la Reunión del Clan. El hombre había venido en busca de su magia, no de ella. El alivio que Ayla sintió fue mayor que su pesar. Vond se quedó pocos días, pero traía noticias de su clan: el joven que había sido herido por el oso cavernario había pasado el invierno con ellos; marchó a principios de la primavera siguiente, caminando con sus dos piernas, y su cojera apenas se notaba. Su compañera había dado a luz un hijo saludable que fue llamado Creb. Ayla interrogó al hombre y preparó un paquete para que se lo llevara Vond, junto con explicaciones para su curandera. No sabía si sus remedios resultarían más eficaces, pero había venido desde tan lejos que había que intentarlo.

Brun pensó en Ayla después de que Vond se fue. Había pospuesto cualquier decisión en lo concerniente a la joven mientras hubiera esperanzas de que algún otro clan pudiera considerarla aceptable. Pero si un mensajero podía encontrar su cueva, también otros podían hacerlo, si querían. Al cabo de tanto tiempo no era ya posible hacerse ilusiones, habría que arreglar algo para ella en su mismo Clan.

Pero Broud sería pronto jefe, y sería él quien debería encargarse de ella. Era preferible que la decisión partiera del propio Broud, y mientras viviera Mog-ur no había por qué apurarse. Brun decidió dejarle el problema al hijo de su compañera. "Parece haber superado sus violentas emociones contra ella —pensó Brun—. No ha vuelto a molestarla. Tal vez esté ya preparado, tal vez esté preparado finalmente." Pero aún abrigaba la semilla de una duda.

El verano llegó a su fin lleno de colores, y el Clan se estableció en el compás más lento de la estación fría. El embarazo de Uba progresó normalmente hasta pasado el segundo trimestre. Entonces se detuvieron los impulsos de la vida. La joven trató de ignorar el dolor creciente de su espalda y los tremendos calambres, pero cuando empezó a ver sangre, acudió a Ayla.

— ¿Cuánto hace que no sientes movimientos, Uba? —preguntó Ayla con el rostro hondamente preocupado.

—No hace muchos días, Ayla. ¿Qué voy a hacer? Vorn se puso tan contento de que la vida comenzara tan pronto después de nuestro apareamiento... No quiero perder a mi bebé. ¿Qué habrá pasado? Falta tan poco. Pronto estaremos en primavera.

—Yo no sé, Uba. ¿Recuerdas haberte caído? ¿Te has esforzado por alzar algo pesado?

—No creo, Ayla.

—Vuelve a tu hogar, Uba y acuéstate. Coceré algo de corteza negra de abedul y te llevaré té. Ojalá estuviéramos en otoño ... buscaría esa raíz lechera que Iza encontró para mí. Pero la nieve está demasiado alta para poder llegar muy lejos ya. Trataré de pensar en otra cosa; tú también, piensa en eso, Uba. Sabes casi todo lo que Iza sabia.

—He estado pensando, Ayla, pero no puedo recordar nada que ponga a patear a un bebé una vez que se ha detenido.

Ayla no pudo contestar; dentro de su corazón sabía tan bien como Uba que no había esperanza, y compartía la angustia de la joven.

Durante los siguientes días Uba permaneció acostada esperando contra toda esperanza que algo ayudara, y sabiendo que no podía esperarlo. El dolor de su espalda se volvió casi insoportable, y las únicas medicinas que lo aliviaban eran las que la hacían dormir con un sueño de narcosis que no la descansaba. Pero los calambres no se convertían en contracciones ni comenzaba la labor del parto.

Ovra estaba viviendo en el hogar de Vorn, brindando su apoyo comprensivo. Había pasado ella misma tantas veces por la misma prueba que mejor que nadie podía comprender el dolor y el pesar de Uba. La compañera de Goov nunca había conseguido llevar un bebé a término, y se había vuelto más callada y retraída aún a medida que pasaban los años y ella seguía sin tener hijos. Ayla se alegraba de que Goov fuera bueno con ella. Muchos hombres la habrían repudiado o tomado una segunda mujer; pero Goov estaba muy encariñado con su compañera; no incrementaría su pesar tomando otra mujer que tuviera hijos para él. Ayla había comenzado a administrarle a Ovra la medicina secreta que Iza le había recomendado para que su tótem no fuera derrotado. Era demasiado duro para la pobre mujer seguir teniendo embarazos que no produjeran bebés. Ayla no le dijo para qué era la medicina, pero al cabo de algún tiempo, cuando Ovra dejó de concebir, lo adivinó; era mejor así.

En una fría y triste mañana de fines del invierno, Ayla examinó a la hija de Iza y tomó una decisión.

—Uba —dijo dulcemente. La joven abrió los ojos rodeados de ojeras oscuras que los hacían parecer más sumidos aún bajo sus arcos ciliares—. Ha llegado el momento del cornezuelo. Tenemos que iniciar las contracciones. Ya nada puede salvar a tu bebé, Uba. Si no sale, también tú vas a morir. Eres joven y podrás tener otro bebé —señaló Ayla.

Uba miró a Ayla, después a Ovra y nuevamente a Ayla.

—Está bien —asintió—. Tienes razón: ya no hay esperanzas. Mi bebé ha muerto.

El parto de Uba fue difícil. Era difícil conseguir que comenzaran las contracciones, y Ayla se mostraba reacia a dar algo demasiado fuerte contra el dolor por miedo a que se detuvieran del todo. Aunque las demás mujeres del Clan ha cían breves visitas para brindar sus alientos y su apoyo, ninguna quiso quedarse mucho rato. Sólo Ovra permaneció para ayudar a Ayla.

Cuando nació el niño muerto, Ayla lo envolvió rápidamente con el tejido placentario en la cobija de cuero del alumbramiento.

—Era niño—dijo a Uba.

— ¿Puedo verlo? —preguntó la joven, agotada.

—Será mejor que no lo veas, Uba; sólo te hará sentirte peor. Tú descansa. Yo me desharé de todo de tu parte; estás demasiado débil para levantarte.

Ayla dijo a Brun que Uba estaba demasiado débil y que ella misma se desharía del bebé, pero no dijo nada más. No era un hijo lo que Uba había parido sino dos hijos que nunca habían logrado separarse debidamente. Sólo Ovra había visto la cosa lastimosa, lamentable, que apenas podía reconocerse como humana, con demasiados brazos y piernas y rasgos grotescos en una cabeza demasiado grande. Ovra tuvo que luchar paca no devolver el contenido de su estómago, y la propia Ayla tragó con dificultad.

No se trataba de las modificaciones que ostentaba Durc en relación con las características del Clan, parecidas a las de ella; esto era una deformidad. Ayla se alegraba de que la cosa toscamente informe no hubiera sobrevivido lo suficiente para que Uba la pariera con vida. Sabía que Ovra nunca se lo diría a nadie. Era mejor que el Clan creyera que Uba había dado a luz un niño normal, muerto, por el bien de Uba. Ayla se puso su ropa abrigada y echó a andar dificultosamente entre la nieve profunda hasta llegar muy lejos de la cueva. Abrió las envolturas y dejó todo expuesto. “Es mejor asegurarse de que toda evidencia quede destruida"pensó Ayla; y cuando volvía la espalda, pudo divisar un movimiento furtivo con el rabillo del ojo: el olor de la sangre había proporcionado ya los medios.