Capítulo 22
— ¡Iza! ¡Iza! Pronto. ¡Ven a ver a Durc! —y Ayla tomó el brazo de la curandera y la arrastró hacia la entrada de la cueva.
¿Qué le ocurre? — señaló la mujer, preguntando, mientras se apresuraba para seguir el paso de la joven—. ¿Se está ahogando, otra vez? ¿Se ha lastimado?
—No, no está lastimado. ¡Míralo! —y Ayla lo mostró orgullosamente tan pronto como llegaron al hogar de Creb—. Está sosteniendo la cabeza levantada.
El niñito estaba tendido boca abajo, y alzaba la cabeza mirando a las dos mujeres con ojos grandes y solemnes que comenzaban a perder el color oscuro e indistinto de los recién nacidos para adquirir el matiz castaño oscuro de los miembros del Clan. La cabeza le oscilaba por el esfuerzo, y de repente volvió a caer sobre la cobija de pieles. Metió el puño en la boca y comenzó a chupar sin saber qué agitación habían causado sus esfuerzos.
—Si lo puede hacer siendo tan pequeño, podrá sostenerla cuando sea mayor ¿no crees? —rogó Ayla.
—No te hagas ilusiones aún —replicó Iza—, pero es buena señal.
Creb llegó arrastrando los pies, mirando al vacío con la mirada desenfocada que lo caracterizaba cuando estaba sumido en sus reflexiones.
— ¡Creb! —llamó Ayla, corriendo hacia él. Devuelto a la realidad, el mago alzó la vista—. Durc ha levantado la cabeza ¿verdad que sí, Iza? —Y la curandera «sintió con la cabeza.
—Huummm —gruñó Mog-ur---. Si se está fortaleciendo tanto, creo que ya es hora.
— ¿Hora de qué?
—He estado pensando que debería celebrar una ceremonia para asignarle un tótem. Es un poco joven, pero he recibido ciertas impresiones fuertes. Su tótem se me ha estado manifestando. No hay razón para esperar. Más adelante todo el mundo estará ocupado con los preparativos para el viaje, y tengo que hacerlo antes de la Reunión del Clan. Podría traerle mala suerte viajar si su tótem no tiene hogar. —Al ver a la curandera recordó otra cosa—. Iza ¿tienes suficiente raíces para la ceremonia? No sé cuántos clanes estarán presentes. La última vez uno de los clanes que se pasaron a una cueva más al este estaba pensando en ir a una Reunión del Clan al sur de las montañas. Sería un poco más lejos para ellos, pero el camino es mejor. El viejo Mog-ur estaba en contra, pero su acólito deseaba ir. Asegúrate de tener muchas.
—Creb, yo no iré a la Reunión del Clan. —Su expresión evidenciaba la frustración que eso le causaba—. No puedo viajar tan lejos; tendré que quedarme aquí.
“Claro está —pensó mirando a la curandera delgada y casi totalmente canosa— ¿en qué estaba pensando? Iza no puede ir. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Está demasiado enferma. Yo creía que nos abandonaba el otoño pasado; no se cómo ha podido sostenerla tan bien Ayla. Pero, ¿y la ceremonia? Sólo las mujeres de la estirpe de Iza conocen el secreto de la bebida especial. Uba es demasiado joven; tiene que ser una mujer. ¡Ayla! ¿Ayla? Iza podría enseñarle antes de que partamos. De todos modos, ya es hora de que se convierta en curandera.”
Creb observó a la joven mientras se inclinaba para tomar en brazos a su hijo y de repente la vio con ojos más críticos que en muchos años. Pero, ¿la aceptarían? Trató de verla tal y como la verían los miembros de los otros clanes. Su cabello dorado colgaba suelto alrededor de su rostro chato, sujeto detrás de las orejas y partido por una raya más o menos en medio, mostrando su frente abombada. Tenía definitivamente cuerpo de mujer pero delgada excepto por el estómagos ligeramente fláccido Sus piernas eran largas y rectas, y cuando estaba de pie resultaba mucho más alta que él.
“No parece una mujer del Clan —pensó—. Va a llamar mucho la atención, y mucho me temo que no siempre favorablemente. Tal vez tengamos que olvidarnos de la ceremonia: es posible que los demás mog-urs no acepten la bebida si la hace Ayla. Pero se puede intentar. ¡Si Uba fuera un poco mayor! Tal vez Iza pueda adiestrar a ambas, aunque no creo que acepten una muchacha de preferencia a una mujer nacida de los Otros. Creo que hablaré con Brun. Si voy a llamar a los espíritus para la ceremonia del tótem de Durc, podríamos aprovechar el momento para convertir a Ayla en curandera”.
—Tengo que ver a Brun —señaló bruscamente Creb, y echó a andar hacia el hogar del jefe. Se volvió hacia Iza—: Creo que tendrás que enseñar a preparar la bebida a Uba y Ayla, aunque no creo que sirva de mucho.
—Iza, no puedo encontrar el tazón que me diste para la curandera del clan anfitrión —señaló con gestos frenéticos Ayla, después de haber rebuscado entre montones de pieles, alimentos e implementos acumulados sobre el piso junto al lugar donde solía dormir—. He buscado por todas partes.
—Ya lo tienes guardado, Ayla. Cálmate, chiquilla. Todavía hay tiempo. Brun no estará preparado para salir antes de terminar de comer. Será mejor que te sientes y comas tú también, se te están enfriando las gachas. Uba, también tú —Iza meneó la cabeza. — En mi vida he visto tanto alboroto. La noche pasada lo hemos revisado todo, ya está todo dispuesto.
Creb estaba sentado en una estera, con Durc en su regazo, y observaba, divertido, el nerviosismo de última hora.
—Son iguales que tú, Iza. ¿Por qué no te sientas y comes?
—Me quedará tiempo de sobra, cuando se hayan marchado —replicó. Creb apoyó al bebé contra su hombro, y Durc miró a su alrededor desde aquella atalaya —. Mira que fuerte es el cuello del niño —expresó Iza—. Es increíble. Desde la ceremonia de su tótem, se ha estado fortaleciendo de día en día. Déjame tenerlo un poco; no lo voy a tener en todo el verano.
—Tal vez por eso el Lobo Gris me apremiaba para que lo hiciera tan pronto —señaló Creb—; quería ayudar al niño.
Creb volvió a sentarse y miró a la pollada de la que era patriarca. Aun cuando nunca lo había expresado, a menudo había anhelado tener familia, como los demás. Ahora, en su vejez, tenía dos mujeres chochas que hacían lo imposible para que gozara de comodidades, una niña que estaba siguiendo sus pasos, y un saludable niño para mimarlo como había hecho con las dos niñas. Hablaría con Brun acerca del entrenamiento del niño. El jefe no podía permitir que un varón de su Clan se criara sin adquirir las habilidades necesarias. Brun había aceptado al niño, a sabiendas de que compartía el hogar de Creb, y se sentía responsable por él. Ayla agradeció cuando Brun anunció, en la ceremonia del tótem de Durc, que él se encargaría personalmente de la educación del niño si se fortalecía lo suficiente para cazar. No podía pensar en un hombre mejor para educar a su hijo.
“El Lobo Gris es un buen tótem para el muchacho —cavilaba Creb— pero me da que pensar. Algunos lobos corren con la manada y otros son solitarios. ¿cuál de ellos será el tótem de Durc?”
Una vez que todo estuvo recogido y amarrado en envoltorios, cargado a las espaldas de la mujer joven y la niña, todos salieron juntos en tropel. Iza abrazó por última vez al bebé mientras él frotaba su naricilla contra su cuello, ayudó a envolverlo en el manto que servia para cargarlo, y entonces sacó algo de un doblez de su manto.
—Esto es para que lo lleves ahora, Ayla. Eres la curandera del Clan —dijo Iza, y le entregó la bolsita teñida de rojo que contenía las raíces especiales—. ¿Recuerdas cada uno de los pasos? No debe olvidarse nada. Quisiera haber podido enseñarte, pero la magia no se puede hacer sólo para practicar; es demasiado sagrada para tirarla y no se puede usar para cualquier ceremonia, sólo para las importantes. Recuerda: no son sólo las raíces las que constituyen la magia; ambas tienen que prepararse tan cuidadosamente como preparen la bebida.
Uba y Ayla asintieron mientras la joven tomaba la valiosa reliquia y la metía en su bolsa de medicinas. Iza le había dado la bolsa de piel de nutria el día que la hicieron curandera, y todavía le recordaba la que Creb había quemado. Ayla tocó su amuleto y sintió el quinto objeto que ahora contenía: un trozo de dióxido de magnesio metido en la bolsita junto con los tres nódulos de pirita ferrosa unidos, un óvalo pintado de rojo de marfil de mamut, el molde fósil de un gasterópodo y una pizca de ocre rojo.
El cuerpo de Ayla había sido ungido con el ungüento negro hecho pulverizando la piedra negra, calentándola y mezclándola con grasa, en cuanto se volvió repositorio de una parte de los espíritus de cada uno de los miembros del Clan y, a través de Ursus, de todo el Clan. Sólo para los ritos más elevados y santos se pintaba el cuerpo de una curandera con señales negras, y sólo las curanderas podían llevar en sus amuletos la piedra negra.
Ayla habría querido que Iza se fuera con ellas, y se preocupaba a la idea de dejarla atrás. Fuertes ataques de tos sacudían a menudo a la frágil mujer.
—Iza, ¿estás segura de que te sentirás bien? —preguntó Ayla, por señas,
—Siempre empeora en Invierno. Ya sabes que en verano estoy mejor Además, Uba y tú recogieron tantas raíces de helenio que no creo que haya quedado una sola planta por los alrededores, y sin duda no tendremos muchas frambuesas negras esta temporada con todas las raíces que han arrancado para mezclar con flores en mi té. Estaré bien, no te preocupes por mí —aseguró Iza. Pero Ayla sabia que el alivio que las medicinas proporcionaban era pasajero, en el mejor de los casos. La anciana había estado medicándose sola con las plantas durante años; la tisis había avanzado demasiado para que le sirviera ya de algo.
—No dejes de salir cuando haga sol, y descansa mucho —instó Ayla—. No habrá mucho trabajo que hacer por acá; hay muchísima leña y abundante comida. Zoug y Dorv podrán tener prendido el fuego para alejar a los animales y los espíritus malignos, y Aba puede cocinar.
—Si, sí —asintió Iza—. Ahora, a correr, que Brun está a punto de ponerse en marcha.
Ayla tomó su lugar habitual atrás, mientras todos la miraban y se quedaban esperando.
—Ayla —señaló Iza—. Nadie puede ponerse en marcha mientras no ocupes el lugar que te corresponde.
Avergonzada, Ayla pasó delante del grupo de mujeres; había olvidado su nueva posición. Se ruborizó de confusión al ponerse en la fila delante de Ebra. Se sentía incómoda; no le parecía correcto ser la primera. Hizo una señal de excusa a la compañera del jefe, pero Ebra estaba acostumbrada a ser la segunda; aunque le parecía extraño ver a Ayla adelante y no a Iza; eso le hizo preguntarse si acudiría ella a la siguiente Reunión del Cian.
Iza y las personas demasiado viejas para hacer el viaje acompañaron al Clan hasta la sierra y se quedaron mirando hasta que lo vieron reducido a una serie de puntitos en la llanura. Después regresaron a la cueva vacía. Aba y Dorv no habían asistido tampoco a la anterior Reunión del Clan, y casi estaban sorprendidos al ver que todavía faltaban a otra, pero para Iza y Zoug era la primera vez. A pesar de que de vez en cuando salía Zoug con su honda, era más frecuente que regresara con las manos vacías, y Dorv no veía ya lo suficiente para salir.
Los cuatro se reunieron alrededor de la hoguera de la entrada de la cueva, aunque era un día cálido, pero no se esforzaron por conversar. De repente, Iza fue presa de un ataque de tos que expulsó una gran masa sanguinolenta de flemas. Se fue a su hogar para descansar, y pronto los demás también entraron y se sentaron sin hacer nada en sus respectivos hogares. No se habían sentido contagiados por la excitación del largo viaje ni el ansia de ver amigos o parientes de los otros clanes. Sabían que el verano sería de una soledad insoportable.
El frescor del principio del verano en la zona templada cerca de la cueva se modificaba en las planicies abiertas de las estepas continentales de este. El follaje verde abundante que cubría la maleza y árboles deciduos, y que delataba todavía el renacer de las coníferas con agujas algo más claras en la punta de ramas y espiras, había desaparecido. En cambio, herbajes y pastos que arraigaban pronto y brotaban rápidamente alcanzaban ya la altura del pecho, y cuyo verdor juvenil se perdía en un matiz parduzco, indeterminado, entre verde y oro, se extendían hasta el horizonte. Vegetación densa, enmarañada de la estación pasada amortiguaba los pasos mientras el clan seguía su camino a través de la pradera sin límites, dejando una onda pasajera que delataba el lugar por donde había pasado. Pocas veces sombreaban las nubes la extensión inmensa del cielo, como no fuera por una tormenta eventual que casi siempre se desataba a lo lejos
Escaseaba el agua; se detenían para llenar las bolsas de agua en todos los arroyos, pues no estaban seguros de encontrar otro suficientemente cerca, cuando acamparan de noche.
Brun marcó el paso a seguir, considerando a los miembros más lentos de la partida de viajeros, pero sin dejar de avanzar rápidamente. Tenían que recorrer un gran trecho para llegar a la cueva del Clan anfitrión en los altos montes del territorio continental al este. Era un paso difícil de seguir en particular para Creb, pero al pensar en la gran Reunión y las ceremonias solemnes que habría de presidir se le levantaban los ánimos. Aunque su cuerpo estaba atrofiado, además de artrítico, no disminuía el poder mental del gran mago. El
sol caliente y las plantas de Ayla adormecían el dolor de sus articulaciones enfermas, y al cabo de algún tiempo el ejercicio fortaleció sus músculos, inclusive los de la pierna que tan poco servicio le prestaba.
Los viajeros establecieron una rutina monótona, y un día era igual que el siguiente, con una regularidad pesada. La estación que avanzaba cambiaba tan levemente que apenas se dieron cuenta de cuándo el sol se habla convertido en una bola de fuego, abrasadora, que tostaba la estepa y convertía la planicie en un amarillento mar de tierra parda, hierba azafranada y rocas áureas contra un cielo cubierto de polvo, de un amarillo pardo. Durante tres días ardieron los ojos por el polvo y las cenizas que los vientos dominantes transportaban desde un inmenso incendio de la pradera. Pasaron junto a enormes manadas de Bisontes y gigantescos ciervos con enormes cornamentas palmeadas, caballos, onagros y asnos; con menos frecuencia, saigas con cuernos que crecían muy rectos de la parte superior de la cabeza y ligeramente encorvados en la punta; decenas y decenas de miles de animales que pacían, bien alimentados por la inmensa tierra de pastoreo.
Mucho antes de aproximarse al istmo pantanoso que unía la península al continente y servia de desagüe del mar salado y poco profundo del noreste, apareció ante sus ojos el macizo montañoso cuya altura sólo era superada por otro en la tierra. Inclusive los picos más bajos estaban cubiertos de hielos perennes hasta la mitad de sus pendientes, fríamente impasibles a pesar del calor abrasador de la planicie. En cuanto la llana pradera comenzó a ascender por los contrafuertes moteados de cañuela y espolín, rojos por la riqueza del mineral de hierro que encerraban —el ocre rojo los convertía en terreno santo—, Brun comprendió que la marisma no estaba lejos, era un nexo secundario y de poca importancia, pues la conexión principal con el territorio continental estaba más al norte y formaba parte del límite occidental del mar interior, más pequeño. Durante dos días bregaron cruzando pantanos putrefactos, infestados de mosquitos y compuestos de agua estancada a veces atravesada por canales, hasta llegar al territorio continental. Robles y ojaranzos achaparrados conducían rápidamente a la sombra fresca y bienvenida de los robledales en zonas arbola das. Atravesaron un bosquecillo compuesto casi exclusivamente de hayas, animadas por unos cuantos nogales, y un bosque variado en que el cimble era la especie predominante, aunque también había boj y tejo, y tenía el tronco envuelto en hiedra y clematides. Las lianas desaparecían progresivamente, aun cuando trepaban aún por los árboles cuando el Clan llegó a una franja de abeto y piceas mezclados con ojaranzos, arces y hayas.
Se podía vislumbrar en los paisajes boscosos la presencia de bisontes forestales, ciervos, corzos y alces; también vieron jabalís, zorros, hurones, a1gunos lobos, leopardos, gatos monteses y muchos animales más pequeños, pero ni un sola ardilla. Ayla sentía que algo le faltaba a la fauna de aquellos montes hasta que se percató de la ausencia del animalito familiar, la cual fue ampliamente compensada por la oportunidad de contemplar un oso cavernario.
Brun alzó la mano para interrumpir la marcha, y después señaló al monstruoso y velludo úrsido que se estaba frotando la espalda contra un árbol. Inclusive los niños se dieron cuenta del pavor con que el Clan contemplaba al enorme vegetariano. Su presencia física era impresionante; los osos morenos de las montañas del Clan y también de éstas, pesaban como promedio unos ciento cincuenta kilos; el peso de un oso cavernario, durante el verano, cuando estaba relativamente esbelto, se aproximaba a los quinientos kilos. A fines del otoño cuando había engordado en previsión del invierno, su volumen era mucho mayor. Su estatura era más o menos tres veces la de los hombres del Clan, y con su enorme cabeza y manto velludo, parecía más grande Aún. Rascando perezosamente su espalda contra la áspera corteza del viejo tronco, parecía no fijarse en la gente paralizada que tenía tan cerca. Pero no tenía gran cosa que temer de cualquier criatura, y se limitaba a ignorarla. Los osos pardos más pequeños que habitaban la zona de la cueva eran capaces de romper el cuello de un ciervo de un zarpazo: ¿qué no podría hacer este enorme animal? Sólo otro macho durante la época de la brama o la hembra de la especie protegiendo a sus cachorros se atrevería a hacerle frente, y esta última casi siempre salía vencedora.
Pero era algo más que las enormes dimensiones del animal lo que tenía fascinado al Clan. Era Ursus, la personificación del Clan mismo. Era su linaje y algo más, pues encarnaba su esencia misma. Sus huesos eran tan sagrados que podían alejar cualquier peligro. El parentesco que sentían era un nexo espiritual, mucho más significativo que uno físico. A través de su Espíritu todos los clanes estaban unidos en uno solo y la Reunión del Clan al que iban a asistir después de un viaje tan largo tenía significación gracias a El. Su esencia era lo que los hacia sentir un Clan, el Clan del Oso Cavernario.
El oso se cansó de lo que estaba haciendo —o ya no le picaba más la espalda— y se estiró cuan alto era, anduvo unos cuantos pasos sobre sus patas traseras y normalmente se dejó caer sobre las cuatro. Con el hocico cerca del suelo, se alejó pesadamente a galope lento. A pesar de su enorme tamaño, el oso cavernario era fundamentalmente una criatura pacífica que pocas veces atacaba a menos que lo molestaran.
— ¿Era Ursus? —señaló Uba, ansiosa y maravillada.
— Era Ursus —afirmó Creb—. Y verás otro oso cavernario cuando lleguemos
— ¿Es verdad que el Clan tiene un oso cavernario vivo en su cueva? — preguntó Ayla. — ¡es tan grande!
Sabia que era costumbre que el clan anfitrión de la Reunión del Clan capturara un cachorro de oso y lo criara en la cueva.
—Probablemente se encuentra ahora en una jaula fuera de la cueva, pero cuando era pequeño vivía en la cueva con ellos y se crió como un niño, y cada hogar lo alimentaba siempre que deseaba comer. La mayoría de los clanes afirman que sus osos cavernarios llegan a hablar un poco, pero yo era joven cundo albergamos la reunión del clan y no lo recuerdo muy bien, de modo que no puedo decir si es cierto o no, cuando el oso ha crecido, lo meten en una jaula para que no lastime a nadie, pero todos siguen dándole cositas para comer y le acarician para que sepa que lo aman. Será honrado en la Ceremonia del Oso y llevará nuestros mensajes al mundo de los espíritus –explicó Creb.
-Ya lo había oído contar, pero después de ver un oso cavernario, la historia adquiría un nuevo significado para aquéllos que eran demasiado jóvenes para recordar o que nunca habían asistido a una Reunión del Clan.
¿Cuándo podremos ser anfitriones en una Reunión el Clan y tener un oso cavernario viviendo con nosotros?- preguntó Uba
— Cuando nos toque el turno, a menos que el clan cuyo turno haya llegado no pueda hacerlo, entonces, podemos proponernos… pero los clanes no dejan pasar la oportunidad de ser anfitriones, aun cuando los cazadores suelen tener que vigilar mucho para encontrar un cachorro de oso cavernario, y el peligro que representa la madre osa es muy grande. El clan que nos recibe esta vez ha tenido suerte, todavía hay osos cavernarios viviendo cerca de su cueva, Han ayudado a otros clanes a obtener osos cavernarios, pero ahora es el turno de ellos. No queda ninguno alrededor de nuestra cueva, pero en otros tiempos los hubo, sin duda, puesto que los huesos de Ursus estaban adentro cuando lo descubrimos— respondió Creb.
— ¿Y si algo le sucede al clan que es anfitrión de la Reunión? Nuestro Clan no vive ya en la misma cueva que antes —preguntó Ayla—. Si fuera nuestro turno, ¿cómo iban a saber todos dónde encontrarnos?
—Enviaríamos mensajeros al clan más próximo para difundir la noticia, ya fuera para indicar a los clanes dónde está la nueva cueva o para darle la Oportunidad a otro clan.
Brun hizo otra seña y todos se pusieron nuevamente en marcha. Cuando pasaron junto al árbol que el oso cavernario había usado para rascase, Creb lo examinó detenidamente y recuperó unos cuantos pelos atrapados entre la áspera corteza, los envolvió cuidadosamente con una hoja sujeta entre sus dientes antes de guardarlos en un pliegue de su manto. El pelo de un oso cavernario salvaje y vivo haría encantamientos poderosísimos
— Las gigantescas coníferas de los bajos contrafuertes fueron sustituidas por variedades más bajas y robustas de las tierras altas, a medida que ascendían, abriendo panoramas que quitaban el resuello, de las cimas deslumbrantes de los montes que habían visto de tejos al atravesar las planicies. Aparecieron bosques llenos de abedul y enebros colgantes y azaleas rosadas cuyas muchas flores comenzaban a abrirse salpicando brillantes colores por el verde primario de la naturaleza. Una multitud de flores silvestres agregaban muchos matices más a Paleta de tonos vibrantes: azucenas atigradas manchadas de naranja, aguileñas malvas y rosadas, algarrobas azules y púrpura iris de color lavanda claro. Gencianas azules, violetas, amarillas, prímulas y tonos blancos en toda la gama de formas. La sierra montañosa meridional, como la de extremo más bajo de la península que se plegó durante el mismo movimiento telúrico, era un refugio para la fauna y la flora del continente durante la Era Glaciar.
A veces aparecía un gamo o algún muflón de pesados cuernos. Ya estaban casi en los árboles enanos y rodeados de matorrales de la taiga montañosa a orillas de las altas praderas de hierbas y juncias bajas, antes de llegar a una Senda muy frecuentada que atravesaba una pendiente empinada. Los hombres del clan anfitrión tenían que ir muy lejos antes de llega a las planicies abiertas al norte de los montes, para cazar, pero la proximidad de los osos cavernarios hacía tan propiciatorio el lugar, que aceptaban de buen grado el inconveniente Eso los hacía también más propensos a cazar a los huidizos animales selváticos
La gente que corrió al encuentro del nuevo clan que se aproximaba, tan pronto como vio a Broud y Grod aparecer por un recodo del camino, se quedó inmóvil al divisar a Ayla. El adiestramiento de toda la vida no pudo impedir las miradas escandalizadas; la posición de Ayla al frente de las mujeres, mientras el cansado clan desfilaba silenciosamente hacia el espacio abierto delante de la cueva, provocó una agitación llena de curiosidad. Creb ya la había advenido, pero Ayla no estaba preparada para causar tan grande sensación, como tampoco para semejante multitud. Más de doscientos individuos asombrados se agolparon alrededor de la extraña mujer. Ayla nunca había visto tanta gente en su vida, y menos aún, en un mismo lugar.
Se detuvieron frente a una enorme jaula hecha de postes fuertes profundamente sumidos en la tierra y firmemente amarrados entre ellos por correas. En el interior había otro ejemplar de los enormes osos que habían visto por el camino, siendo éste mayor aún. Alimentado de la mano a la boca durante años con una superabundancia que lo había vuelto plácido y manso, el gigantesco oso cavernario estaba tumbado perezosamente dentro del recinto sagrado, casi demasiado gordo para ponerse en pie. Había sido un trabajo de devoción y veneración para el pequeño clan, mantener por tanto tiempo al enorme oso, e inclusive los muchos obsequios de alimentos, implementos y pieles que los clanes visitantes traían, no compensaban el esfuerzo que habían desplegado. Pero no había una sola persona que no envidiara a los miembros del clan anfitrión, y cada uno de los clanes esperaba con anhelo que fuera su turno llevar a cabo el mismo deber y cosechar los beneficios espirituales y la posición de tan grande honor.
El oso cavernario se movió para mirar lo que causaba tanta conmoción, esperando que le dieran más de comer, y Uba se pegó más cerca a Ayla, tan abrumada por el tropel de gente como por el oso. El jefe y el mago del clan anfitrión se acercaron a ellos y procedieron a saludar por gestos antes de dirigir una pregunta airada; ¿Por qué han traído a una de los Otros a nuestra Reunión del Clan? — indicó el jefe del clan anfitrión. -
—Es mujer del Clan, Norg, una curandera de la estirpe de Iza —replicó Brun, más sereno exteriormente de lo que se sentía en realidad. Un murmullo surgió de la gente que miraba y las señales con las manos comenzaron a agitar el aire
— ¡Eso es imposible! —indicó el Mog-ur—. ¿Cómo puede ser mujer del clan? Ha nacido de los Otros.
—Es mujer del Clan —repitió Mog-ur, tan inflexiblemente como Brun.
Miró al jefe del clan anfitrión con un ojo ominoso—. ¿Dudas de mi, Norg? Norg miró, incómodo, a su Mog-ur, pero no recibió alientos de la expresión confusa del mago.
Norg, hemos viajado mucho y estamos cansados —dijo Brun—. No es el momento de hablar de esto. ¿Nos niegas la hospitalidad de tu cueva?
Fue un momento lleno de tensión; si Norg se negaba, no les quedaría más remedio que recorrer la larga distancia para volver a su cueva. Sería un grave quebrantamiento de las convenciones sociales, pero permitir la entrada de Ayla equivaldría a aceptarla como mujer del Clan; por lo menos, así sabría Brun a qué atenerse. Norg volvió a mirar a su Mog-ur y otra vez al hombre que era jefe del Clan que era el primero de todos los clanes. Si el Mog-ur lo decía, ¿qué podía hacer él?
Norg indicó a su compañera que mostrara al Clan de Brun el lugar que le había sido destinado, pero él caminó junto a Brun y Mog-ur. Tan pronto como estuvieran instalados, estaba decidido a enterarse de cómo una mujer, obviamente de los Otros, se había convertido en mujer del Clan.
La entrada del Clan de Brun, y la cueva misma, parecía más pequeña cuando entraron por vez primera. Pero en vez de una amplia sala con una cámara anexa para las ceremonias, esta cueva estaba constituida por una serie de alojamientos y túneles que estaban perforados muy adentro en la montaña, en su mayor parte inexplorados. Había más espacio del necesario para dar cabida a todos los clanes visitantes, aun cuando no iban a tener la ventaja de recibir luz por la entrada. El Clan de Brun fue conducido a la segunda sala de la fachada, y llenó todo un lado de aquella. Era una ubicación favorable que correspondía a su elevada posición. Aun cuando ya había varios clanes instalados más atrás, el lugar les había sido reservado hasta que comenzara el Festival del Oso. Sólo entonces, cuando fuera seguro que no llegarían, se lo habrían otorgado al segundo clan por orden de importancia.
— El Clan, en su totalidad, no tenía jefe, pero existía una jerarquía de clanes así como había una jerarquía de miembros de un mismo clan, y el jefe del clan de más elevada posición se convenía, en efecto, en el jefe del Clan, simplemente porque era el miembro de la autoridad absoluta; los clanes eran demasiado autónomos para eso. Todos estaban encabezados por hombres independientes y dictatoriales, que acostumbraban a ser la ley de por si y que sólo se reunían una vez cada siete años. No se doblegaba fácilmente a una autoridad mayor, como no fuera por tradición y en el mundo de los espíritus. La manera con que cada clan se ajustaba dentro de la jerarquía, y por lo tanto el hombre reconocido como jefe del Clan, era cosa que se decidía en la Reunión del Clan.
Muchos elementos contribuían a la posición de un clan; las ceremonias no eran la única actividad; las competiciones eran de importancia similar o tal vez mayor. La necesidad de cooperación entre los clanes para sobrevivir, que imponía el control de sí mismo, encontraba un desahogo aceptable en las competiciones con otros clanes. Y era necesario para sobrevivir, en otro aspecto. La competición controlada les evitaba pelear entre sí. Casi cualquier cosa se convertía en competición tan pronto como los clanes estaban reunidos. Los hombres rivalizaban en lucha, tiro con honda, lanzamiento de boleadoras, fuerza del brazo con uso de un garrote, carreras, carreras más complicadas con lanzamiento de venablos, talla de herramientas, danza, narraciones y la combinación de estas últimas en representaciones teatrales de la cacería.
Aun cuando las mujeres no tenían tanta importancia, también ellas competían a su modo. El mayor banquete era la oportunidad de desplegar sus habilidades culinarias. Los regalos que se llevaban al clan anfitrión eran expuestos al principio para que cada uno los contemplara, se examinaban críticamente y eran juzgados por el consenso de las demás mujeres. Las artesanías comprendían pieles suaves y flexibles, esteras de diseño y textura sutiles, recipientes de corteza o cuero rígido, fuertes cuerdas de tripa o plantas fibrosas o pelos de animal, largas correas de ancho regular sin puntos débiles, tazones de madera acabados o con las partes más finas de troncos, tazas, tazones y cucharones, capuchas, sombreros, protectores para pies y para manos y demás bolsas; inclusive se comparaba a los bebés. Los honores no se impartían tan obviamente entre las mujeres. Su gama de diferencia era más sutil: expresión o gestos o postura que discriminaban con finura, pero no por eso era menos ecuánime al distinguir con discernimiento el trabajo mediocre del bueno, y al otorgar su aprobación a lo que realmente era bello.
La posición relativa de la curandera de cada clan y de cada Mog-ur era una consideración para determinar la posición. Iza y Creb habían contribuido, ambos, a que el Clan de Brun ocupara el primer lugar, así como el hecho de que el Clan había sido el primero durante varias generaciones antes que él, lo cual sin embargo, sólo daba una ligera ventaja a Brun cuando se convirtió en jefe. Por importantes que fueran todos los factores concurrentes, la capacidad que el jefe del clan tenía para dirigir era lo decisivo. Y si la competición entre las mujeres era sutil, la determinación del jefe más capaz lo era muchísimo más.
En parte, esa determinación dependía de lo bien que los hombres de cada clan se desempeñaran en las competiciones, mostrando lo bien que un jefe los entrenaba y lo bien que se portaban mostrando así que el jefe tenía una mano firme para dirigir. En parte se basaba en el fiel apego a la tradición del Clan, pero la parte más importante de la posición de un jefe, y por consiguiente de su clan, se basaba en la fuerza de su propio carácter. Brun sabía que esta vez lo iban a acorralar hasta el límite; ya había perdido terreno al llevar consigo a Ayla.
Las Reuniones del Clan también eran oportunidades para reanudar las viejas relaciones, ver a parientes de otros clanes e intercambiar chismes y cual- tos que animarían más de una velada fría de invierno durante los años siguientes Los jóvenes que no podían encontrar compañeras con quienes aparearse en s propio clan, rivalizaban para llamar la atención, aun cuando los apareamientos sólo podían verificarse cuando la mujer fuera aceptable para el jefe del clan del joven. Se consideraba un honor para una joven ser escogida, especialmente por un clan de posición más elevada, aun cuando trasladarse lejos sería traumático para ella y los seres queridos que dejara atrás. A pesar de la recomendación de Zoug y del prestigio de la estirpe de Iza, ésta dudaba mucho de que Ayla consiguiera un compañero. Tener un hijo habría servido si éste fuera normal, pero su bebé deforme excluía cualquier esperanza.
Los pensamientos de Ayla estaban muy lejos de la búsqueda de un compañero. Tenia bastantes dificultades par hacer acopio de valor para enfrentarse a la congregación de gente curiosa y suspicaz que estaba fuera de la cueva Uba y ella habían desempacado y establecido el hogar que sería suyo mientras durara la visita. La compañera de Norg había cuidado de que estuvieran amontonadas a mano las piedras para el fuego y los limites, y había pellejos de agua a la disposición de los clanes invitados. Ayla se había apresurado a exponer sus regalos para el clan anfitrión de la manera que Iza le explicara, y la calidad de su trabajo ya había llamado la atención. Se lavó para quitase la suciedad del camino se puso un manto limpio y después dio de mamar a su hijo mientras Uba esperaba con impaciencia. La muchacha ansiaba explorar el área que rodeaba a la cueva y ver a toda la gente, pero se mostraba renuente a hacerlo sola.
—. ¡Apúrate, Ayla! —señaló—. Todos están ya afuera. ¿No puedes dar de mamar a Durc más tarde? Preferiría estar sentada al sol que en esta vieja cueva oscura. ¿Tú no?
—No quiero que se ponga a chillar desde el principio. Ya sabes lo fuerte que grita. La gente creerá que no soy buena madre —explicó Ayla—, y no quiero hacer nada que les haga pensar de mi peor que ahora. Creb me dijo que la gente se sorprendería al verme, pero no creía que pudieran impedirnos permanecer aquí. Tampoco creí que mirarían tan fijamente.
— Bueno, nos han dejado entrar, y después de que Creb y Brun terminen de hablar con ellos, sabrán que eres mujer del Clan. Vamos, Ayla. No te puedes quedar siempre metida en la cueva, tendrás que dar la cara más tarde o más temprano. Dentro de poco se habrán acostumbrado a verte, lo mismo que nosotros. Yo no veo que seas tan diferente; realmente tengo que pensarlo.
—Yo estaba con ellos antes de que tú nacieras, Uba, pero estos no me habían visto nunca. Oh, está bien, salgamos de esto. Vamos. No olvides llevar algo extra para darle de comer al oso cavernario.
Ayla se levantó, recostó a Durc contra su hombro y le dio golpecitos en la espalda mientras salían. Hicieron un ademán de respeto hacia la compañera de Norg, al pasar por delante de su hogar. La mujer devolvió el saludo y regresó rápidamente a su tarea, cobrando súbitamente conciencia de que había estado mirándolas. Ayla respiró muy hondo al aproximarse a la entrada y alzó un poco más la cabeza. Estaba decidida a ignorar la curiosidad que la rodeaba; era mujer del Clan y tenía tanto derecho a estar allí como cualquier otra.
Su decisión fue sometida a prueba en grande mientras salía a la brillante luz del sol. Cada uno de los miembros de cada uno de los clanes había encontrado algún pretexto para hallarse cerca de la cueva esperando a que saliera la extraña mujer del Clan, Algunos de ellos trataban de mostrarse discretos, pero muchos Olvidaban o pasaban por alto la cortesía más elemental y se quedaban mirándola Con la boca abierta de asombro. Ayla podía sentir cómo se ruborizaba, Cambió la postura de Durc como excusa para mirarlo a él y no a la multitud de rostros Vueltos hacia ella.
Fue una suerte que mirara a su hijo; su acción enfocó la atención en Durc, que había pasado por alto ante el primer impacto de la presencia de la joven madre. Expresiones y gestos —no todos ellos muy discretos— evidenciaban lo que pensaban de su hijo. No tenía que haberse parecido a uno de sus propios bebés; si se hubiera parecido a ella, podrían haberlo aceptado mejor. Sin tomar en cuenta lo que dijeran Brun y el Mog-ur, Ayla era de los Otros; su bebé podía haberse ajustado al mismo molde. Pero Durc tenía suficientes características del Clan para que sus modificaciones parecieran deformaciones. Era un bebé toscamente deformado que no debería haber sido autorizado a sobrevivir. No sólo se rebajó el valor de Ayla sino que también Brun perdió más terreno.
Ayla volvió la espalda a las miradas suspicaces y las bocas abiertas, Y se fue con Uba a mirar al oso cavernario en su jaula. Cuando las vio aproximarse el enorme úrsido se tambaleó, se sentó y tendió a través de los barrotes su zarpa en espera de algo que comer. Las dos retrocedieron al ver la monstruosa zarpa con sus garras fuertes más adaptadas para arrancar las raíces y tubérculos que constituían gran parte de su dieta normal, que para trepar por los árboles sosteniendo su enorme volumen. A diferencia de los osos pardos, sólo los cachorros de los osos cavernarios eran suficientemente ágiles y pequeños para trepar. Uba y Ayla dejaron las manzanas en el suelo justo más allá de los fuertes postes de madera que otrora fueron árboles de buen tamaño.
La criatura criada como un niño amado que nunca había sufrido hambre, era totalmente manga y se sentía a gusto entre la gente; El inteligente animal había aprendido que ciertas acciones le proporcionaban suplementos sabrosos de comida; se sentó y pidió. Ayla habría sonreído ante sus payasadas de no haber recordado a tiempo que debía controlarse.
—Ahora ya sé por qué dicen los clanes que sus osos cavernarios hablan—indicó Ayla por gestos a Uba—. Está pidiendo más. ¿Tienes otra manzana? Uba le entregó una de las pequeñas frutas, redondas y duras, y esta vez.
Ayla avanzó hasta la jaula y se la dio. El se la metió en la boca, después se acercó a los barrotes y frotó su enorme cabeza melenuda contra uno de los salientes de un tronco de árbol.
—Creo que lo que quieres es que te rasquen, viejo aficionado a la miel ¿eh?
—señaló Ayla. La habían advenido que nunca señalara la expresión de oso ni de oso cavernario ni de Ursus en presencia de él; si lo llamaban por sus verdaderos nombres, iba a recordar quién era y saber que no era sólo un miembro del clan que lo crió; eso lo convertiría de nuevo en oso salvaje, anularía la Ceremonia del Oso y echaría a perder la verdadera razón del festival. Ayla lo rascó detrás de las orejas.
—Eso te gusta, ¿verdad, dormilón de invierno? —señaló Ayla, y Se puso a rascarle detrás de la otra oreja que había v hacia ella—. Podrías rascarte las orejas si quisieras, pero eres perezoso, ¿O quieres que te hagan caso? Eres Un bebé grandote y peludo.
Ayla frotó y rascó la enorme cabezota, pero cuando Durc tendió la mano para agarrar los pelos del animal, retrocedió. Había acariciado y rascado a los animalitos heridos que llevaba a la cueva, y comprendía que éste era un ejemplar más grandote y manso de la misma especie, Protegida por la pesada jaula, no tardó en perderle el miedo al oso, pero su bebé era otra cosa. Cuando Durc tendió sus diminutas manos para agarrar los pelos, de repente la enorme boca y las largas garras se volvieron peligrosas.
— ¿Cómo has podido acercarte tanto? —indicó Uba, empavorecida—. Me daría miedo acercarme tanto a su jaula.
—Es solamente un bebé muy grandote, pero me olvidé de Durc. Ese animal podría lastimarlo si le hiciera una caricia. Puede parecer un bebé cuando pide comida o que lo atiendan, pero no quisiera pensar siquiera en lo que haría si se enfureciera —dijo Ayla mientras se alejaban de la jaula.
—No era Uba la única que se sorprendiera de la osadía de Ayla: todo el Clan había estado observando. La mayoría de los visitantes se apartaban, especialmente al principio. Los muchachitos jugaban acercándose a la carrera, llegando a la jaula y tocando al oso para presumir de valentía, y los hombres eran demasiado orgullosos para mostrar miedo, ya lo sintieran o no. Pero pocas mujeres, salvo del clan anfitrión, se acercaban mucho, y meter las manos entre los barrotes para rascarlo a primera vista era cosa que no se esperaba de una mujer. No les hizo cambiar la opinión que tenían de Ayla, pero si los asombró.
Ahora que todos habían mirado bien a Ayla empezaban a alejase, pero ella siguió sintiendo que la miraban subrepticiamente. Las miradas de los niños no la molestaban; en ellos era la curiosidad normal de los pequeños para todo lo que era insólito, y no incluía connotaciones de suspicacia ni reprobación.
Ayla y Uba se dirigieron a un lugar sombreado bajo una roca saliente en las exteriores del área amplia y en pendiente, que había frente a la entrada de la cueva. Desde aquella distancia discreta, podían observa las actividades sin faltar a la cortesía.
Siempre había existido una intimidad de calidad especial entre Ayla y Uba. Ayla había sido hermana, madre y compañera de juegos para la niña, pero desde que Uba había comenzado seriamente su educación, y especialmente después de haber seguido a Ayla hasta la cueva pequeña, su amistad había adquirido un carácter de relación mutua más similar. Eran amigas íntimas. Uba tenía casi seis años, y había llegado a la edad en que comenzaba a mostrar interés por el sexo opuesto.
Estaban sentadas bajo la sombra fresca, Durc acostado boca abajo sobre el manto tendido entre ambas, pateando y agitando los brazos y alzando la cabeza para mirar a su alrededor. Durante el viaje había empezado a hacer burbujas y ruidos con la boca, cosa que ningún niño del Clan hacía nunca. Eso preocupó a Ayla pero, en cierto modo inexplicable, también le agradó. Uba comentaba a los muchachos y jóvenes y Ayla le hacía bromas con cariño. Un acuerdo tácito imponía que no se hablara de posibles compañeros para Ayla, aunque tenía una edad mucho más adecuada para aparearse. Las dos estaban contentas de haber terminado el largo viaje, y se preguntaban acerca de la Ceremonia del Oso, puesto que ninguna de las dos había asistido nunca a una Reunión del Clan. Mientras hablaban, una joven se acercó y, con el lenguaje silencioso, oficial y universalmente conocido, preguntó tímidamente si podría hacerles compañía.
Le dieron la bienvenida; era el primer gesto amigable que habían recibido. Podían ver que llevaba un bebé en el manto, pero estaba dormido, y la mujer no mostró intenciones de perturbarlo.
—Esta mujer se llama Oda —señaló con gestos formales después de haberse presentado, e hizo un gesto para indicar que quería saber los nombres de ellas.
Uba respondió:
—Esta muchacha se llama Uba, y la mujer es Ayla.
—Aay… ¿Aayghha? Palabra nombre no conozco. —El dialecto común de Oda y sus gestos eran algo diferentes, pero comprendieron la esencia de su comentario.
—El nombre no es del Clan — dijo la mujer rubia. Comprendía la dificultad que todos tenían con su nombre inclusive en su propio Clan, algunos no podían decirlo bien del todo.
Oda asintió, alzó las manos como si fuera a hablar, y cambió de idea parecía nerviosa e incómoda; finalmente señaló a Durc.
—Esta mujer puede ver que tienes un bebé —dijo, vacilando mucho, ¿Es niño o niña?
—El bebé es varón. El bebé se llama Durc, como el Durc de la leyenda ¿Conoce la leyenda esta mujer?
-Esta mujer conoce la leyenda. El nombre no es común en el clan de esta mujer.
—Tampoco es un nombre común en el Clan de esta mujer. Pero el bebé no es común. Durc es especial; el nombre le conviene —señaló Ayla con una huella de orgulloso y desafío.
—Esta mujer tiene un bebé; es una niña. El nombre es Ura —dijo Oda; todavía parecía nerviosa y vacilante.
Tras un incómodo silencio Ayla preguntó, sin saber qué más decirle a aquella mujer cuya cordialidad se matizaba de tanta vacilación:
— ¿está dormida la niña? Esta mujer querría ver a Ura si la madre lo permite.
Oda pareció considerar la solicitud durante un rato y finalmente, como si tomara una decisión, sacó al bebé de su manto y lo puso en brazos de Ayla.
Los ojos de Ayla se abrieron con una sorpresa que la dejó pasmada: Ura era joven —no podía haber nacido mucho antes de una luna— pero no era el aspecto de recién nacida lo que asombraba a la mujer alta: ¡Ura tenía el mismo aspecto de Durc! Se parecía tanto a Durc como si fuera su hermana. ¡La hijita de Oda podría haber sido suya!
La mente de Ayla sufrió un fuerte impacto. ¿Cómo era posible que una mujer del Clan tuviera un bebé parecido al suyo? Ella creía que Durc en diferente porque era parte del Clan y parte de ella, pero Creb y Brun tuvieron sin duda razón todo el tiempo: Durc no era diferente, era deforme, lo mismo que era deforme la hijita de Oda. Ayla no sabía qué pensar; estaba tan descompuesta que no sabía qué decir. Finalmente, Uba rompió el prolongado silencio.
—Tu bebé se parece a Durc, Oda. —A Uba se le había olvidado emplear el lenguaje formal, pero Oda comprendió.
—Sí —asintió la mujer—. Esta mujer se sorprendió al ver al bebé de Aahghha. Por eso yo… quería hablar contigo. No sabía si era niño o niña, pero esperaba que fuera varón.
— ¿Por qué? —quiso saber Ayla.
Oda miró a la niña que Ayla tenía en el regazo.
—Mi hijita es deforme —señaló sin mirar directamente a Ayla— tenía miedo de que nunca encontrara compañero, al crecer. ¿Qué hombre iba a querer a una mujer tan deforme? —Los ojos de Oda suplicaban al mirar a Ayla—. Cuando esta mujer vio a tu bebé, yo esperaba que fuera varón porque. . . tampoco será fácil para tu hijo encontrar compañera ¿sabes?
A Ayla no se e había ocurrido a pensar en una compañera para Durc. Oda tenía razón: podría costarle trabajo encontrar una mujer para aparear. Comprendía ahora por qué se les había acercado Oda.
- Es saludable tu hija — preguntó — ¿Fuerte?
Oda se miró las manos antes de responder.
—La niña es delgada pero tiene buena salud. Tiene débil el cuello, pero se esta fortaleciendo —expresó con fervor.
Ayla miró más de cerca a la niña pidiendo permiso con la mirada antes de quitar las mantillas. Era más rechoncha que Durc, su estructura se parecía más a la de los bebés del Clan, pero tenía más delgados los huesos. Tenía la misma frente alta y la misma forma general de la cabeza, sólo que los arcos eran mucho más pequeños y su nariz casi diminuta, pero se veía a las claras que tendría la quijada prognata, sin barbilla, de la gente del Clan. El cuello era corto que el de Durc, pero decididamente mucho más largo que lo normal para los bebes del Clan. Ayla levantó a la niña, sosteniéndole automáticamente la cabeza, y comprobó los esfuerzos primeros, que tan bien conocía, de niña por sostener su cabeza.
—Su cuello se fortalecerá, Oda. El de Durc era todavía más débil cuando nació, y ahora. míralo.
— ¿Tu crees? —preguntó anhelantemente Oda—. Esta mujer quiere preguntar a la curandera del primer clan, si tomaría en cuenta a esta niñita como compañera para su hijito —preguntó oficialmente Oda.
—Creo que Ura sería una buena compañera para Durc, Oda.
—Entonces ¿preguntarás a tu compañero si lo permitirá?
—Yo no tengo compañero —respondió Ayla.
— ¡Oh! Entonces tu hijo tiene mala suerte —señaló Oda con desilusión—. ¿Quién lo entrenará si no estás apareada?
—Durc no tiene mala suerte —insistió Ayla—. No todos los bebés nacidos de mujeres sin aparear tienen mala suerte. Vivo en el hogar de Mog-ur; él no caza pero el propio Brun ha prometido entrenar a mi hijo. Será un buen cazador y un buen proveedor. También tiene un tótem de caza. El Mog-ur ha dicho que es el Lobo Gris.
—No importa —expresó resignadamente Oda—; un compañero con mala suerte es mejor que ninguno. Ojalá tengas razón. Nuestro Mog-ur no nos ha comunicado aún cuál es el tótem de Ura, pero un Lobo Gris es lo suficientemente fuerte para el tótem de cualquier mujer.
—Excepto el de Ayla. Uba—. Su tótem es el León Cavernario; ella fue elegida.
— ¿Cómo has podido tener un bebé? —preguntó Oda, atónita—. El mío es la Marmota, pero esta vez sí que combatió denodadamente. Mi primera hija no me costó tanto.
—También mi embarazo fue difícil. ¿Tienes otra hija? ¿Es normal?
—Lo era. Ahora está en el otro mundo —señaló Oda tristemente.
— ¿Por eso han permitido que viva Ura? Me sorprende que te hayan permitido conservarla —observó Ayla.
—Yo no quería quedarme con ella, pero mi compañero me obligó. Es mi castigo —confesó Oga,
— ¿Tu castigo?
—Sí—expresó Oda con un gesto—. Yo deseaba una niña y mi compañero, un niño. Es sólo porque quise tanto a mi primer bebé. Cuando fue muerta, quise otra como ella. Mi compañero dice que Ura es deforme porque tuve los pensamientos equivocados durante mi embarazo. Me ha obligado a conservarla para que todos sepan que no soy una buena mujer. Pero no se ha deshecho de mí, tal vez porque nadie más me ha querido.
—Yo no creo que seas tan mala mujer, Oda —señaló compasivamente Ayla—. Iza quería una niña cuando esperaba tener a Uba. Me dijo que todos los días le pedía a su tótem que fuera niña. ¿Cómo murió tu primera niña?
—Fue muerta por un hombre parecido a ti —y Oda enrojeció de confusión—. Aayggaaha, un hombre de los Otros.
“¡Un hombre de los Otros! —se dijo Ayla—. Un hombre parecido a mí”. Sintió que un escalofrío le recorría la espalda y que las raíces de sus cabellos se estremecían; se dio cuenta del desconcierto de Oda.
—Iza dice que nací de los Otros, Oda, pero no recuerdo nada de ellos. Ahora soy del Clan —dijo, alentadoramente—. ¿Cómo sucedió todo?
—Íbamos de cacería, otras dos mujeres y yo además de los hombres. Nuestro clan vive al norte de aquí, pero esa vez llegamos más al norte que nunca. Les hombres abandonaron temprano el campamento, y nosotras nos quedamos para recoger leña y hierba seca. Había muchísimas moscas azules y sabíamos que deberíamos tener una hoguera prendida para secar la carne. De repente esos hombres irrumpieron en nuestro campamento. Querían aliviar sus necesidades con nosotras, pero no hicieron la señal; de haberla hecho, yo habría adoptado la posición, pero no me dieron oportunidad: se apoderaron de nosotras y nos arrojaron al suelo. Fueron tan bruscos. Ni siquiera me dejaron poner de lado a mi bebé. El que se apoderó de mí rompió mi manto y mi capa; mi bebé cayó pero él no se dio cuenta.
“Cuando hubo terminado —prosiguió Oda— otro hombre iba a tomarme, pero uno de los demás vio a mi bebé; levantó a la niña y me la dio, pero estaba muerta, se había golpeado la cabeza con una piedra al caer. Entonces el hombre que la había levantado empleó palabras en voz muy fuerte y todos se alejaron. Cuando estuvieron de regreso los cazadores, se lo contamos, y nos llevaron a la cueva inmediatamente. Mi compañero fue muy bueno conmigo entonces; se entristeció por lo de mi bebé. ¡Me alegré tanto al descubrir que mi tótem había sido nuevamente derrotado tan pronto después de haberla perdido! Ni siquiera una sola vez volví a tener la maldición femenina; pensé que mi tótem había tenido lástima de mí y me dejaba tener otro bebé para consolarme. Por eso creí que podría tener otra niña, pero no debería haber deseado que fuera niña.
—Lo siento —dijo Ayla—. No sé lo que sería de mí si perdiera a Durc. Estuve a punto de perderlo. Hablaré a Mog-ur acerca de Ura; estoy segura de que hablará con Brun; quiere mucho a mi hijo. Y pienso que Brun también puede estar de acuerdo. Resultaría más fácil así que buscar a una mujer de nuestro Clan para aparearla con un hombre deforme.
—Esta mujer le agradecerá mucho a la curandera, y prometo educarla bien Aayggha. Será una buena mujer; no como su madre. El Clan de Brun tiene la posición más alta; creo que mi compañero estará conforme. Si sabe que hay un lugar para Ura en el Clan de Brun, tal vez no esté tan enojado conmigo. Siempre me dice que mi hijo no será más que una carga y nunca tendrá posición. Y cuando –Ura sea mayor, le podré decir que no se preocupe por encontrar un compañero. Puede resultarle difícil a una mujer que ningún hombre la quiera —dijo Oda.
Cuando Oda se fue, Ayla quedó pensativa y preocupada. Uba se dio cuenta de que necesitaba pensar y no la distrajo. “Pobre Oda, era feliz tenia un buen compañero y una hijita normal. Entonces aquellos hombres tuvieron que presentarse y echarlo todo a perder. ¿Por qué no hicieron la señal? ¿No podían ver que ella tenía un bebé? Esos hombres de los Otros son tan malos como Broud. Peores. Por lo menos Broud le hubiera permitido apartar primero a su hijita. ¡Los hombres y sus necesidades! Los hombres del Clan, los hombres de los Otros: Todos son iguales.”
— Mientras pensaba, su mente volvía a los Otros. “Los hombres de los Otros, hombres que se parecen a mi ¿quiénes son los Otros? Iza dijo que yo habla nacido de ellos ¿por qué no recuerdo nada de los Otros? Ni siquiera recuerdo el aspecto que tienen. ¿Dónde viven? Me pregunto qué aspecto tendrá un hombre de los Otros.” Ayla recordó su reflejo en la poza quieta junto a la cueva y trató de imaginar a un hombre con su rostro. Pero cuando pensaba en un hombre, lo que le venía a la mente era la imagen de Broud, y con un destello de discernimiento, el torbellino de ideas confusas que se arremolinaban en su mente empezó ha ordenarse.
Los hombres de los Otros. Oda dijo que uno de ellos alivió sus necesidades con ella, y desde entonces no tuvo la maldición ni una sola vez. Entonces dio a luz a Ura, igual que Durc nació después de que Broud alivió conmigo sus necesidades. Ese hombre era de los Otros, y yo nacía de ellos, pero Oda y Broud, los dos son del Clan. Ura no es más deforme que mi Durc. Este es en parte como yo y en parte como el Clan, y lo mismo sucede con Ura. O mejor dicho, es parte de Oda y parte de aquel hombre que mató a su bebé. De modo que Broud inició a Durc. . . con su órgano, no con el espíritu de su tótem.
“Pero las demás mujeres, las que estaban con Oda no tuvieron bebés deformes. Y si siempre que lo hacen un hombre y una mujer, se inicia un bebé, pues sólo habría bebés. Tal vez también Creb tenga razón. El tótem de una mujer tiene que ser derrotado; pero ella no se traga la esencia del tótem sino que un hombre lo mete dentro de ella con su órgano. Y entonces se mezcla con la esencia del tótem de la mujer. No es sólo los hombres. . . también las mujeres.
“¿Por qué tuvo que ser Broud? Yo quería un bebé, mi León Cavernario sabia cuánto deseaba tener un bebé, pero Broud me odia. También odia a Durc. Pero, ¿quién más lo habría hecho? Ninguno de los demás hombres se han interesado en mí, soy demasiado fea. Broud sólo lo hizo porque sabía que no me gustaba. ¿Sabría mi León Cavernario que el tótem de Broud ganaría finalmente? Su esencia debe de ser poderosa; Oga tiene ya dos hijos; Brac y Grey tienen que haber sido iniciados por el órgano de Broud, también ellos, lo mismo que Durc.
“¿Significa eso que sean hermanos? ¿Como Brun y Creb? También Brun tiene que haber iniciado a Broud dentro de Ebra. A menos que haya sido otro hombre. Pero no es probable; por lo general, los hombres no le hacen la señal a la mujer del jefe; es falta de cortesía. Y a Broud no le gusta compartir a Oga. Durante la cacería del mamut, Crug siempre usó a Ovra; todos podían ver su necesidad, y Goov era más considerado. Inclusive Droog lo hizo una o dos veces.
— Si Brun inició a Broud y Broud a Durc, ¿significa que también Durc es parte de Brun? ¿Y Brac y Grev? Brun y Creb son hermanos nacieron de la misma madre y probablemente fueron iniciados por el mismo hombre; también éste era jefe. ¿Significa eso que Durc es parte de Creb también? ¿Y de Iza? Ella es hermana.” Ayla meneó la cabeza. “Todo esto es demasiado desconcertante” se dijo.
“Pero Broud inició a Durc. Me pregunto si mi tótem incitó a Broud a hacerme la señal la primera vez. Fue horrible, pero tal vez haya sido otra prueba y quizá no hubiera otro medio. Mi tótem tenía que saberlo, tuvo que haberlo planeado. Sabía cuánto deseaba tener un bebé, y me dio una señal para indicarme que Durc viviría. ¿No se pondría furioso Broud si supiera? Me aborrecía tanto que me dio lo que yo más había deseado.”
—Ayla —dijo Uba interrumpiendo sus reflexiones—, acabo de ver a Creb y Brun entrar en la cueva. Se está haciendo tarde, deberíamos empezar a preparar algo de comer; Creb tendrá hambre.
Durc se habla quedado dormido. Despertó al tomarlo Ayla en brazos, pero pronto volvió a quedarse dormido, bien envuelto en el manto junto al seno de su madre. “Estoy segura de que Brun permitirá que venga Ura y sea la compañera de Durc —pensaba mientras regresaban ambas a la cueva del clan anfitrión
Están más hechos el uno para el otro de lo que Oda cree. Pero ¿y yo? ¿Qué será de mí? ¿Encontraré algún día un compañero que me convenga?”